Capítulo 32

Pasamos junto a los porteros del Baroque muertas de la risa. No estamos borrachas, pero esta noche nos ha dado por reírnos.

—¿Qué vas a tomar? —pregunta Kate cuando se nos acerca un camarero.

—Vino —contesto, y me río para mis adentros. Ha sido fácil.

Kate coge las bebidas y nos abrimos paso entre la multitud del viernes por la noche hasta la última mesa libre, al fondo del bar. Me siento con cuidado en el taburete, sujetándome el bajo del vestido. Sí que es un tabú.

—Bueno, cuéntame cosas. ¿Qué tal Sam? —pregunto como si nada. Sé que es más que sexo. Creo que los dos han encontrado la horma de su zapato. No conozco a Sam, pero sí a Kate, y para que dedique tanto tiempo a un hombre tiene que ser muy especial. Lo único que sé de Sam es que tiene una sonrisa picarona y que le gusta ir por ahí medio desnudo. Kate no ha pasado tanto tiempo con un hombre desde que estuvo con mi hermano. Sonrío ante su llegada inminente. Tengo muchas ganas de verlo, pero no me apetece hablar de Dan esta noche, no con Kate.

Se encoge de hombros.

—Divertido.

—¡Venga ya! Te he contado mucho más sobre Jesse, ¡dame más!

Da un sorbo a la copa de vino y la deja sobre la mesa, con tranquilidad.

—Ava, no es la clase de hombre con la que una sienta la cabeza. Lo pasaré bien mientras dure, pero no voy a pillarme.

Por dentro, miro mal a Kate por recordarme lo me que dijo Sarah acerca de plantearse un futuro con Jesse.

—¿Cómo lo sabes? —Intento poner orden en mis pensamientos dispersos.

—Lo sé —me dice con media carcajada.

Si soy sincera, me decepciona un poco. Es vivaracha, se toma la vida con calma y no tiene inhibiciones… Todo lo que Sam parece ser. Al menos, por lo que yo he visto, y he visto bastante. ¿Qué problema hay?

—Me cae bien —admito. Es posible que sea un exhibicionista y un pesado, pero es adorable.

—Bueno, a mí también me cae bien Jesse.

Me río. Claro que sí: le ha comprador una furgoneta. Pero me callo.

—Pero te gusta en plan amigo, ¿no? —Ay Dios, no se me había ocurrido pensar que Kate pudiera sentirse atraída por él. Aunque todo el mundo se siente atraído por él. Me han mirado mal infinidad de admiradoras, pero jamás pensé, ni por un instante, que Kate pudiera sentir algo por él.

—¡Claro! —Me mira toda ofendida—. Me gusta porque es evidente lo mucho que te quiere.

—¿Qué? Kate, no me quiere. Lo que le gusta es follarme. —Doy un buen trago de vino para amortiguar el efecto de lo que acaba de decirme Kate. ¿O es para amortiguar el efecto de lo que acabo de decir yo? ¿Lo mucho que me quiere o lo mucho que quiere controlarme?

—Ava, eres la reina de la negación.

—¿Cuántos años crees que tiene? —pregunto.

Kate se encoge de hombros.

—Unos treinta y cinco. Voy a fumarme un pitillo. —Se baja del taburete y coge el paquete de tabaco del bolso—. Espérame aquí, no quiero que nos quiten la mesa.

Se va a la zona de fumadores y me deja meditando sobre mi endiablada situación. Estoy enamorada de un hombre que pisotea, que es controlador y exigente más allá de lo razonable. Sabía que debía mantenerme lejos de él. No puedo evitar pensar que podría haber rechazado con facilidad a cualquier otro hombre, haberlo evitado y huido. Pero Jesse es otra historia. Soy adicta, estoy enganchada a él y no sé si es sano.

—¿Ava?

Una voz muy familiar me arranca de mis breves cavilaciones. Además, es una voz que no me apetece oír. Me vuelvo embutida en el vestido de seda.

—Hola, Matt. —Suena como si de verdad tuviera ganas de verlo.

—Joder, Ava. Estás estupenda. —Me da un repaso con una mirada obscena, cosa que me hace sentir muy incómoda. ¿Cómo puede darme tanto repelús ahora? Lo quise durante cuatro años. O eso creo. Lo que sentía por Matt palidece hasta la insignificancia en comparación con lo que siento por cierto don Controlador de edad desconocida.

—Gracias; ¿cómo estás? —pregunto educadamente, y reparo en su camisa y sus vaqueros negros. Odio esos vaqueros, y la camisa parece mala y barata.

—Muy bien, gracias. ¿Qué es de tu vida?

«Sexo ¡Sexo del bueno y en abundancia!»

—No gran cosa. Tengo un montón de trabajo y estoy buscando piso. —Es mentira, por supuesto. Ni siquiera he visitado una agencia inmobiliaria. Matt no se percata de que me estoy retorciendo el pelo. Nunca se dio cuenta de lo que significa ese tic. ¿Una señal, tal vez?

—¿Qué tal el trabajo?

Apoya los codos en el borde de la mesa e invade por completo mi espacio personal. Estiro la espalda y me aparto cuanto puedo de él mientras rezo para que Kate vuelva pronto. Se pirará en cuanto ella aparezca.

—Muy bien, gracias. —Medito sobre si debo preguntarle lo mismo. Después de que me llamara y me comentase que iban a reducir plantilla en su empresa, supongo que debería hacerlo, pero prefiero no alargar mucho la conversación.

Sonríe radiante, es su sonrisa falsa.

—Genial. Oye, sólo quería disculparme otra vez. Me pasé. No te culparía si me mandaras a la mierda.

«¡Vete a la mierda!»

—Tranquilo, Matt. No te preocupes.

—Genial.

Vomito para mis adentros cuando James se acerca para unirse a nosotros y me mira con el mismo desprecio que yo siento hacia él. ¡Que se vaya a tomar viento! Sonrío con dulzura y me recoloco en la banqueta con cuidado. Este vestido es ridículo, y aunque me sentía perfectamente cómoda antes de ver a Matt, ahora creo que enseño demasiado y me siento expuesta y vulnerable bajo las miradas escrutadoras de mi ex y de su amigo.

—James. —Lo saludo con una inclinación de cabeza.

—Ava —replica. La frialdad de su tono no se me escapa. Ya debe de haberle contado a Matt que me vio con un tipo alto, rubio y agresivo, así que ¿por qué se está comportando Matt de una forma tan agradable?

—¿Puedo invitarte a una copa por los viejos tiempos? —se ofrece mi ex.

—No, de veras, no hace falta.

Levanto mi copa de vino medio llena. ¿Por los viejos tiempos? ¿Cómo? ¿Para celebrar lo estúpido que era? ¡Por favor!

No la veo, pero sé que está cerca. La corriente helada que de repente emana del cuerpo de Matt es muy poderosa. James no le da una bienvenida mejor. Kate y él tampoco se entienden.

—¿Qué coño haces tú aquí? —le grita al aproximarse.

Se me tensan los hombros.

—No pasa nada, Kate —apaciguo a la fiera de mi amiga pelirroja.

—Ya me iba —sisea Matt.

—¡Pues ya estás tardando!

Él se vuelve hacia mí.

—Me alegro de verte, Ava.

—Igualmente, Matt. —Sonrío. ¿Qué gano siendo hostil? El tipo está arrepentido, o eso creo. Bueno, da igual. Ya no forma parte de mi vida y no puedo continuar con el drama para siempre. Me río para mis adentros. Mi vida es una gran obra dramática en estos momentos.

Matt y James me dejan en paz, pero la calma sólo dura hasta que Kate se desata.

—¿Qué haces hablando con esa serpiente? —me suelta desde el otro lado de la mesa mientras se encarama a su taburete.

—Ha venido a saludar, sólo estaba siendo educado. —Mi tono de aburrimiento la irritará aún más. ¡Está como una moto!

—¡Me importa una mierda!

Arrugo la cara.

—Hablas igual que Jesse.

Dios, no necesito que la fiera de mi mejor amiga se parezca a la fiera de mi hombre. Resopla un poco antes de beberse el vino de un trago. Hago lo mismo y me termino la copa.

—¿Otra? —Saco dinero de la cartera—. Vigílame el bolso.

Me dirijo a la barra para pedir otra ronda de bebidas y espero pacientemente a que el camarero me atienda.

—¿Todo bien, preciosa?

Pongo los ojos en blanco y me vuelvo. Hay un tipo bajo, fornido, baboso y creído mirándome de arriba abajo.

—Hola —digo cortésmente, y me vuelvo de nuevo hacia la barra. El camarero trae nuestras copas—. Gracias. —Le doy un billete de veinte y echo un trago. El baboso no me quita los ojos de encima, sigue a mi lado, salivando sobre su pinta. Se me ponen los pelos como escarpias. Suplico mentalmente al camarero que se dé prisa con el cambio e incluso considero la posibilidad de renunciar a mi dinero y huir de aquí.

—¿Bailamos?

—No, gracias. —Sonrío, cojo el cambio de la mano del camarero y hago una maniobra de fuga veloz. Me mira decepcionado, pero no vuelve a probar suerte.

Ésta es mi tercera copa de vino. Soy una rebelde. Al diablo. Después del numerito que me ha montado Jesse en casa, estoy en una misión secreta de resistencia: tener la última palabra.

Unas cuantas horas después ya no hay tanta gente en el bar y vamos, probablemente, por la tercera botella de vino. Nos ha entrado la risa floja como a un par de adolescentes y mis preguntas se vuelven más atrevidas.

—¿De verdad estabas atada a la cama? —pregunto descaradamente. La sonrisa que se dibuja en su cara me dice que Sam no me estaba tomando el pelo. Ni siquiera me sorprendo. Debe de ser cosa del alcohol, o quizá sea consecuencia del sexo ardiente del que he estado disfrutando últimamente—. Lo sabía. —Me echo a reír—. Tienes que decirle que se ponga algo encima cuando se pasea por el piso. No sé adónde mirar.

—¿Estás loca? —Me mira escandalizada—. ¡Qué desperdicio de cuerpo!

Su mirada se pierde en la distancia, obviamente está pensando en el cuerpo de Sam. Sí, es bastante atractivo, pero eso no significa que me interese verlo. Yo ya tengo otro cuerpazo que admirar. Hablando del cuerpazo, estoy borracha y tengo ganas de verlo. Puede que lo llame. Entonces me acuerdo… Se supone que no debería estar bebiendo. ¡Bah! Me tomo otro trago de vino.

—Entonces ¿a qué se dedica? —pregunto.

Conduce un Porsche y no parece que vaya nunca a trabajar.

Se encoge de hombros.

—Es un huérfano rico.

—¿Huérfano?

—Al parecer —dice pensativa—, sus padres murieron en un accidente de coche cuando él tenía diecinueve años. No tiene hermanos, ni familia, ni nada. Vive de su herencia y le va la marcha. —Sonríe de satisfacción otra vez.

Dios, ¿Sam es huérfano? No me puedo imaginar perder a mis padres a esa edad. A ninguna edad, de hecho. Tuvo que ser horrible. ¿Y nadie se hizo cargo de él? De repente ya no veo a ese chico descarado de la misma manera. Nadie se imaginaría que le ha pasado algo tan espantoso; siempre está sonriendo y bromeando.

—¿Cuántos años tiene?

—Treinta —responde casi de mala gana, como si se sintiera culpable por saber la edad del hombre al que se está tirando.

Lo dejo estar. No es culpa de Kate que a mí me tengan a oscuras.

—¿Qué opinas de Drew?

Levanta las cejas.

—Es un poco frío y cuadriculado, ¿no crees?

—¡Sí! —Me alegra no ser la única que lo piensa—. No es para nada el tipo de Victoria.

—Dos citas, como mucho. —Kate me apunta con su copa y derrama un poco de vino sobre la mesa—. Lo aburrirá hasta la muerte con un informe detallado de su última visita al salón de bronceado.

—Cada semana está más naranja. —Me río.

—Eso no es naranja, tía. —Otro salpicón de vino sobre la mesa—. Eso es caoba. Jamás podrá encontrarla en la oscuridad. Y sí, ella sólo lo hace a oscuras.

—¡No!

—Sí. Es por no sé qué rollo de la celulitis y el pelo de recién follada. Un coñazo. Con el último tío con el que estuvo decía que se levantaba una hora antes que él para ducharse, peinarse y maquillarse para estar presentable cuando él se despertara.

—¡Eso es ridículo!

Asiente.

—Oye, ¿te ha mencionado Jesse algo sobre una fiesta en La Mansión?

—¡Sí! —Me planteo seriamente si decirle que me ha sobornado para que vaya. Por favor, que Sam haya pedido a Kate que lo acompañe. Eso haría mucho más soportable la velada—. ¿Tú vas a ir?

—¡Pues claro que sí! Me muero por ver el sitio. —Le brillan los ojos de emoción—. Creo que se avecina una sesión de compras.

—Probablemente yo me las apañe con lo que ya tengo en el armario. —Me encojo de hombros. Me he gastado quinientas libras en este estúpido y minúsculo vestido. Me reclino en el taburete y en seguida me doy cuenta de que no tiene respaldo, así que tengo que agarrarme al borde de la mesa. El vino sale volando por los aires.

—¡Mierda! —grito mientras intento no caerme al suelo de culo.

Me uno a las inevitables carcajadas de Kate, y nuestras copas se tambalean peligrosamente mientras nos reímos a mandíbula batiente como un par de adolescentes borrachas que se han pasado con la sidra. Necesito parar de beber ya. Estoy a punto de sobrepasar el umbral de la diversión para caer en el terreno de hablar arrastrando las palabras y hacer eses como una borracha. Mi señor de La Mansión, exigente y nada razonable, aparecerá mañana a las ocho de la mañana y debo asegurarme de no tener resaca.

—Creo que va siendo hora de retirarse —dejo caer con toda la diplomacia posible.

Kate asiente con la copa de vino en los labios.

—Sí, yo ya estoy. —Se escurre de la banqueta y se me acerca a trompicones. Vale, parece que Kate ya está en el territorio de las eses—. Huy, me encanta esta canción. ¡Vamos a bailar! —chilla, y me empuja hacia la pista de baile.

—¡Kate, no hay nadie en la pista! —protesto. Tampoco hay casi nadie en el bar.

—¿Y qué más da? —responde al tiempo que avanza dando tumbos hacia la música. Me arrastra con ella—. Nos iremos después de es… ¡Ay! —Se precipita al suelo y tira de mí con un aullido—. ¡Perdón! —Se echa a reír.

Estamos las dos despatarradas en el suelo, riéndonos como locas y mirando las tenues luces del local. Me avergonzaría… si no estuviera tan pedo. ¿Cómo se nos verá desde fuera? Ninguna de las dos hace siquiera un intento rápido de ponerse en pie.

—¿Crees que los de seguridad vendrán a ayudarnos? —balbuceo entre carcajadas.

Kate se enjuga una lágrima.

—No lo sé. ¿Gritamos? —Busca mi brazo para apoyarse en él y poder sentarse—. ¡Mierda! —exclama con un tono que ha pasado del cachondeo a la seriedad.

—¿Qué? —Yo también me incorporo para averiguar a qué ha venido eso, y resulta que tenemos a Jesse mirándonos desde arriba, con los brazos cruzados y una expresión de cabreo extremo en su bonito rostro.

Mierda, eso digo yo. Aprieto los labios por temor a echarme a reír y hacerlo enfadar aún más.

—Ay, no. Me va a tener un mes castigada —susurro para que sólo Kate pueda oírme. Mi amiga escupe a diestro y siniestro al intentar contener la risa, y yo no consigo reprimir la mía.

Estamos las dos sentadas en el suelo del bar como un par de hienas borrachas. La cara de Jesse se pone más roja a cada segundo que pasa. Kate se ríe todavía más cuando Sam aparece junto a Jesse, con la desaprobación reflejada en la cara. ¿Por qué mi chico no puede mirarme con cara de desaprobación en vez de quedarse ahí plantado como si fuera a entrar en combustión espontánea? Tampoco voy tan mal. Mi ubicación actual es sólo cortesía de la delincuente de mi mejor amiga, que me lleva por el mal camino.

Un portero cachas con la cabeza rapada se acerca a nosotros. Tiene cara de malo. Doy un codazo a Kate para indicarle que van a echarnos del bar.

—Kate, si no nos dejan entrar más para comer, tendré que darme a la bebida. —Me encanta el sándwich de beicon, lechuga y tomate del Baroque.

—Pero si ya lo has hecho —resopla mientras intenta levantarse otra vez apoyándose en mí.

—Jesse, encárgate de tu chica —gruñe el portero, que lo saluda con un apretón de manos.

—Descuida. —Me lanza su mirada más amenazadora—. Yo me encargo. Gracias por la llamada, Jay.

«¿Qué?»

—Vamos, pesada —le dice Sam a Kate en tono de burla mientras la levanta.

Kate le echa los brazos al cuello y se ríe en su cara.

—Llévame a la cama, Samuel. Dejaré que me ates otra vez. —Se desploma sobre él como un saco de patatas.

Sam intenta reprimir una carcajada ante el numerito de Kate, pero no lo hace porque esté enfadado con ella. En absoluto. Se contiene por Jesse, que ha vuelto a fastidiarme la noche. No esperaba verlo hasta las ocho de la mañana, así que no iba a enterarse nunca de que me había emborrachado un poco. ¿Y qué es todo ese rollo de que el portero lo ha llamado?

Vuelvo a dirigir mi mirada achispada hacia don Exigente y pongo mi mejor cara de ofendida. Se le van a salir los ojos de las órbitas. Se ha fijado en el vestido tabú. Ay, madre, he desobedecido dos órdenes. Va a castigarme de verdad. Y me vuelve a entrar la risa floja.

—Vamos, levanta —gruñe con los dientes apretados.

—¡Relájate, plasta! —lo riño con más seguridad de la que siento. Le tiendo la mano para que me ayude, sé que no me va a dejar tirada.

Suspira y sacude la cabeza en señal de exasperación. Luego se agacha para levantarme. Abre aún más los ojos cuando recibe de pleno el impacto frontal del vestido tabú. Otra vez la risa floja. Va a necesitar que lo lleve al tinte después de haberme revolcado con él por el suelo sucio del bar.

Me tranquilizo.

—¿Estás enfadado conmigo? —Lo miro, achispada, sin dejar de pestañear y aferrada a la solapa de su traje gris. ¿Es que no ha pasado por casa en todo el día?

—Muchísimo, Ava —dice amenazadoramente. Me agarra del codo y me saca del bar. Localizo al portero que me ha delatado y lo miro con desdén cuando pasamos junto a él. Estrecha la mano a Jesse y me muestra su desaprobación sacudiendo la cabeza.

«Que te jodan.»

Sam está ayudando a Kate a meterse en el asiento delantero del Porsche. Le sujeta la cabeza cuando se agacha para entrar. Mi amiga sigue con la risa floja y me la contagia otra vez.

—¡Samuel, hoy es tu noche de suerte! —canturrea mientras Sam cierra la puerta del coche. Estaré pedo pero sé que esta noche no habrá acción en el dormitorio de Kate.

Jesse y Sam se despiden; el primero me tiene bien sujeta del codo.

—Hasta luego, bonita. —Sam me da un beso en la mejilla y me lanza una sonrisa sólo para mis ojos. Se la devuelvo mientras me concentro en no echarme a reír y cabrear más de lo necesario a mi hombre exigente e irracional.

Jesse me lleva a su coche y me mete en el asiento delantero con suavidad y firmeza, todo en el más absoluto silencio. Parece muy cabreado, pero estoy borracha y envalentonada, así que me da igual.

Se estira por encima de mí para ponerme el cinturón y lo rechazo de un manotazo.

—Puedo ponérmelo sola —gruño enfurruñada.

Me lanza una mirada para avisarme de que no me pase, así que —y probablemente sea lo más sensato— me pongo las manos en el regazo y dejo que me abroche el cinturón. Le robo una bocanada de su fragancia.

—Hueles a gloria —lo informo en voz baja.

Se aparta. Sigue con cara larga y los ojos le brillan de rabia. Pero no dice ni una palabra. No me habla. ¡Qué maduro! Cierra de un portazo y se coloca tras el volante, arranca y se incorpora al tráfico a lo loco, sin la menor consideración para con los demás usuarios.

—La casa de Kate está por ahí —señalo cuando el vehículo avanza rugiendo en otra dirección.

—¿Y? —Es la única palabra tensa que me escupe.

Venga, hombre, por el amor de Dios.

—Y es donde vivo —digo con firmeza. No va a chafarme la noche por completo. Kate y yo tenemos algunas de nuestras mejores conversaciones con una taza de té en la mano después de haber bebido hasta hartarnos.

—Duermes en mi casa. —Ni siquiera me mira.

—No, eso no formaba parte del trato —le recuerdo—. Tengo hasta las ocho de la mañana antes de que vuelvas a distraerme.

—He cambiado el trato.

—¡No puedes cambiarlo!

Se vuelve muy despacio para tenerme cara a cara.

—Tú lo has hecho.

Retrocedo y lo miro con enfado, pero no se me ocurre nada que decir. Tiene razón, he roto las condiciones del trato. ¡Pero sólo porque eran irracionales! Me reclino contra la tapicería de cuero suave. De todas formas, sólo faltan, más o menos, ocho horas para las ocho.

Llegamos al Lusso y lanzo un gemido de protesta. Parece que Clive sólo me ve cuando estoy borracha o cuando estoy tan agotada que tienen que llevarme en brazos. Abro la portezuela y me muevo con cuidado para intentar ponerme de pie. Jesse me mira con atención, sin duda con la esperanza de que me caiga para poder recogerme y dar a Clive la impresión de que estoy pedo otra vez.

Pues se va a llevar una decepción. Cierro la puerta, con suavidad, y echo a andar hacia el vestíbulo. No debo tropezar, no debo caerme. Llego al vestíbulo, todavía en vertical, y saludo educadamente a Clive con la cabeza al pasar ante él, pero el conserje no dice nada. Me devuelve el saludo con la cabeza y mira a Jesse. Cuando vuelve a mirar hacia abajo sin haber dicho ni hola, sé que ha visto la cara de cabreo de Jesse. Resoplo para mis adentros, entro en el ascensor y espero cortésmente a que Jesse haga lo propio.

—Tienes que cambiar el código —murmuro mientras introduzco el código del constructor. No tiene más que notificarlo a seguridad y ellos se encargarán en seguida.

No dice ni una palabra. Se está esforzando por no hablarme. Levanto la cabeza y veo que me mira fijamente, estudiándome con atención, con cara de póquer. Estoy segura de que está a punto de saltar sobre mí y echarme uno de los polvos de Jesse. ¿Me follará para hacerme entrar en razón o será un polvo de recordatorio? Ah, ¡seguro que me echa un polvo de disculpa! Mi cerebro ebrio se deleita con la idea, pero entonces se abren las puertas del ascensor y él sale antes que yo. Estoy sorprendida. Habría apostado la vida a que iba a follarme. En fin, aún no estamos en su apartamento.

Abre la puerta y entra sin siquiera mirarme. La cierro a mis espaldas y lo sigo a la cocina, donde lo veo sacar una botella de agua de la nevera. Le da un par de tragos y me la pasa bruscamente.

No me molesto en rechazarla. El sábado pasado y el recuerdo del dolor de cabeza que tenía al despertar son motivo más que suficiente para aceptar su oferta. Bebo agua bajo su atenta mirada y dejo la botella vacía en la encimera.

—Date la vuelta —ordena.

¡Allá vamos! Un millón de fuegos artificiales entran en combustión en mi interior cuando obedezco su orden. Me doy la vuelta, con la libido gritando y un cosquilleo en la piel. La sensación de sus manos cálidas sobre mis hombros me hace apretar los dientes y me acelera la respiración. Coge la cremallera del vestido y la baja muy despacio, deslizando las manos por mi cuerpo en su descenso. Se arrodilla para terminar. Me da un golpecito en el tobillo y levanto los pies por turnos para salir de la maraña de seda. Me vuelvo y miro hacia abajo para verlo arrodillado delante de mí.

Me devuelve la mirada, se levanta despacio y frota la nariz entre mis pechos mientras asciende hacia mi garganta. Me huele el cuello. ¡Sí! Estoy suplicando por él mentalmente, como siempre.

Me succiona con los labios y me mordisquea y lame la delicada piel, que arde en deseos de que me toque. Quiero tocarlo, pero sé que es él quien pone las condiciones.

—¿Quieres que te coma, Ava? —me pregunta en voz baja. El aire se me queda atrapado en la garganta cuando su voz vibra en mi oído. Suelto un largo e intenso suspiro—. Tienes que decir la palabra mágica. —Me roza la oreja con los labios. Me tiemblan las rodillas.

—Sí —jadeo.

—¿Quieres que te folle, nena?

—Jesse. —Me estremezco cuando me acaricia entre los muslos.

—Lo sé. Me deseas. —Me muerde el lóbulo de la oreja y el metal del cierre de mis pendientes de plata tintinea contra sus dientes.

Tiemblo y jadeo, desesperada por él. Pero entonces se aparta y me deja hecha un saco de hormonas y de deseo.

—Quédate ahí —me ordena con firmeza, y después se va.

Todavía lleva puesto el traje. Se acerca a un armario de la cocina, lo abre y saca algo. ¿Crema de cacao? Se me acelera el pulso.

Vuelve a mí con calma. Recorro su cuerpazo con la mirada y me deleito con el bulto rígido que tiene en la entrepierna. Lo espero sin protestar, aceptando que se tome su tiempo. Cuando por fin llega a mí, se me acerca a la cara y exhala su aliento caliente y mentolado contra mí cuando me roza las mejillas, los ojos y la barbilla con los labios antes de posarlos suavemente sobre los míos.

Gimo de puro placer. Abro la boca pero él deshace el beso y empieza a descender por mi cuerpo. Una ráfaga de calor me inunda y mi respiración, ya superficial y agitada, se torna entrecortada y dificultosa. Me mira y sigue bajando, toca con la nariz mis bragas de encaje y eso hace que mis manos se aferren a sus hombros en busca de un lugar donde apoyarse. Me dedica una sonrisa de complicidad y empieza a ascender apretando el cuerpo al mío.

—Te pongo a mil —me susurra al oído.

—Sí —digo con un escalofrío y tratando de recobrar el aliento.

—Lo sé. Y eso me… pone… muchísimo…, joder. —Se aparta de mí. Pero ¿qué hace? Levanta las manos y me doy cuenta de que lleva mi vestido en una… Y unas tijeras en la otra.

No será capaz. Abre las tijeras y las acerca a mi vestido. Entonces, muy despacio, lo corta por la mitad mientras yo lo observo boquiabierta. Ha sido capaz. ¿Un vestido de quinientas libras? Ni siquiera tengo capacidad para gritarle o detenerlo. Estoy estupefacta.

No contento con haber cortado en dos mi vestido tabú de quinientas libras, procede a seccionarlo en trozos más pequeños antes de depositar, tranquilo y sin expresar emoción alguna, la tela mutilada en la isla, junto con las tijeras. Me mira.

Encuentro mi voz.

—No puedo creerme lo que acabas de hacer.

—No juegues conmigo, Ava —me avisa, sereno, controlado. Se mete las manos en los bolsillos del pantalón y me observa con atención mientras yo sigo de pie delante de él, pasmada. La embriaguez ha desaparecido. Estoy despabilada, sobria y perpleja ante su demostración de eso que él llama poder.

—¡Tú! —Le planto el dedo en la cara—. ¡Estás loco!

Sus labios forman una línea recta.

—Así es como me siento. ¡Ahora lleva ese culo a la cama!

¿Cómo? ¿Que lleve mi culo a la cama? Este hombre es increíble: no es exigente, es imposible del todo. Frunzo el ceño. Si me quedo un minuto más a su lado, necesitaré bótox antes de cumplir los veintisiete.

—¡No voy a meterme en la cama contigo!

Me quito los tacones de una patada, doy media vuelta, salgo de la cocina y dejo a don Controlador allí, rabiando. Voy en ropa interior y ha hecho pedazos mi vestido, así que estoy jodida.

Subo los peldaños de la escalera con furia, pisando fuerte y resoplando. ¡Quiero gritar! ¡Se le va la olla, está loco de atar! Entro en el dormitorio y veo mi bolsa del gimnasio en un extremo de la cama, pero sé que ahí no hay nada de ropa. Lo descubrí esta mañana cuando me dejó encima de la cama el vestido que me tenía que poner. Pues no pienso quedarme aquí. ¡De ninguna manera!

Bajo la escalera a toda prisa, cruzo el descansillo y entro en el dormitorio más lejano. Tengo otros tres para elegir, pero ¡éste es mi favorito y el que está más lejos de él! Cierro de un portazo y me meto en la cama. Las sábanas son maravillosas. Todavía está igual que la noche de la inauguración. Tiro todos los elegantes cojines al suelo y hundo mi cabeza frustrada en la almohada. No huele a agua fresca y a menta y no es ni de lejos tan cómoda como la de Jesse, pero servirá para esta noche. Mañana me marcharé. ¡Este hombre está trastornado! No tiene sentido que intente salirme con la mía: aunque tenga la gentileza de darme la razón, a continuación pasa por encima de mí como una apisonadora.

«¡Gilipollas!»

La puerta se abre de par en par y la luz del descansillo entra en la habitación. Su silueta crece a medida que se acerca a mí. ¿Qué va a hacer ahora? ¿Lavarme el estómago?

Se agacha y me coge en brazos sin mediar palabra. Si pensara que iba a servir de algo, me resistiría. Pero no lo hago. Dejo que me lleve a su dormitorio y me acueste en su cama.

Me pongo boca abajo y entierro la cara en una almohada. Cierro los ojos y finjo no disfrutar del consuelo de su olor en las sábanas. Estoy mentalmente agotada y agradecida de que sea fin de semana. Podría dormir hasta el lunes. Escucho las idas y venidas de Jesse. Se está desvistiendo. ¡Más le vale no moverse de su lado de la cama!

La cama se hunde, me coge de la cintura y tira de mí. Sin apenas esfuerzo, estoy sobre su pecho. Intento apartarlo y hago caso omiso del gruñido que brota de su garganta.

—¡Suéltame! —grito mientras intento quitarme sus dedos de encima.

—Ava… —Su tono me dice que se le está agotando la paciencia. Eso me cabrea aún más.

—Mañana… me largaré de aquí —le espeto, y me alejo de él.

—Ya veremos. —Casi se ríe cuando vuelve a atraerme hacia su pecho y me aprieta contra su cuerpo.

Dejo de resistirme. Es un esfuerzo inútil. Además, no puedo evitar la inmensa alegría que siento cuando sus brazos me rodean con fuerza y noto su aliento tibio en el pelo.

Aunque sigo estando hecha una furia.