Breaking Bad: tan cerca de la frontera y tan lejos de dios

Breaking Bad, tan sólo como título, es decir, sin contexto, es una expresión difícil de traducir. Al parecer, proviene de la jerga callejera del sudoeste de los Estados Unidos, y significa desafiar la ley, romper con las convenciones, desviarse del buen camino. Entre las traducciones posibles estarían: «echándose a perder», «malográndose», «tomando la dirección equivocada».

El propio título es mucho más críptico que el de Weeds («hierba», «marihuana»), su referente inmediato. El argumento retuerce el de Weeds: otro giro manierista. Si en la serie de Jenji Kohan un ama de casa decide vender drogas blandas para mantener el nivel de vida que su repentina viudez ha puesto en peligro, metiéndose en un sinfín de embrollos por culpa de semejante decisión; en la de Vince Gilligan un profesor de Física de secundaria, tras ser informado de que padece un cáncer terminal, decide «cocinar» metanfetamina y dedicarse al tráfico de drogas. Mientras que en el primer caso las opciones familiares son aproximadamente convencionales —dos hijos huérfanos de padre que acabarán participando en el negocio familiar—, en el segundo caso se radicalizan: el hijo del protagonista tiene una parálisis cerebral que dificulta su expresión y le obliga a usar muletas; Skyler, su esposa, está embarazada de un bebé que no tenían previsto alimentar; la hermana de Skyler es cleptómana y su esposo, agente de la DEA. Es decir, el antagonista en potencia de su cuñado, el narcotraficante.

Esos cinco personajes se van fracturando a medida que se suceden los capítulos. Las grietas aparecen primero en Walter, con su cáncer y su frustración acumulada, que se ha convertido en odio. Tras décadas de humillación, su ruptura, su cambio de bando, ocurre definitivamente cuando se da cuenta de que no puede costearse la quimioterapia y que, además, su familia no podrá sobrevivir cuando falte su sueldo de profesor. Walter suma. Las sesiones de terapia. El coste de la universidad de su hijo adolescente. La manutención de su viuda. La hipoteca. La educación de su hija, a quien no sabe si conocerá. El diagnóstico del cáncer ha revelado una precariedad eminentemente económica. El puto dinero. El agobiante e injusto sistema sanitario de una potencia mundial. El agobiante e injusto sistema educativo de una potencia mundial. Walter guarda los fajos de billetes que consigue vendiendo droga en un conducto de ventilación de su casa, oculto tras una rejilla en la futura habitación de su bebé. Si el ritmo obvio de la serie son los tensos vaivenes entre Walter y su socio, el desnortado y drogadicto Jesse; entre Walter y su mujer, quien lucha contra el desajuste hormonal del embarazo, la desazón que le provocan las inexplicables desapariciones de su marido y la adicción de su hermana; o entre Walter y su hijo, cuyos cambios de humor son tan llamativos como sus problemas de identidad (se llama Walter Jr., pero se hace llamar «Flint»), con la violencia criminal y la policía siempre al acecho, el ritmo secreto de Breaking Bad es la apertura y el cierre de esa caja fuerte improvisada, que el protagonista tiene que hacer a hurtadillas y arrodillado.

Postrarse.

Ante el dinero. Contar los billetes. Pagar en efectivo las sesiones de terapia. Al ritmo de la banda sonora de su tos, que nos recuerda —constantemente— su enfermedad mortal. Calcular. Sumar y restar. Contrarreloj, porque se le acaba la vida y esa inesperada situación límite le ha permitido revelarse y rebelarse, afeitarse la cabeza, apodarse Heisenberg en un mundillo en que nadie sabe quién es el físico alemán, abrir boquetes mediante explosivos caseros y experimentar con venenos, reivindicarse como ser humano digno y moribundo, contradictorio pero heroico, protagonista de una trágica y miserable heroicidad. La de alguien que tiene toda la razón del mundo para estar cabreado. Aunque eso no esté bien.

Si en las teleseries de los años 80 había espacio para un personaje como MacGyver, número uno de su promoción en Ciencias Físicas, maduro boyscout contrario a las armas y a la violencia, que con una navaja suiza multiusos, un chicle, un clip y un neumático fabricaba una bomba que estallaba sin herir a nadie; en las teleseries de la primera década del siglo XXI los físicos, o bien son geeks (como los de The Big Bang Theory), o bien son nuevos psicópatas como Walter Bishop o como Walter. En diversos momentos de la serie, gracias a sus avanzados conocimientos de física, justificados por el hecho de que fue un prometedor alumno de doctorado que por razones turbias dejó la carrera académica, lleva a cabo invenciones dignas de un MacGyver terrorista. El humanismo de la serie de finales de los años 80 se ha convertido en cinismo anarquista; las aventuras sin víctimas mortales han mutado en carnicerías; la inocencia formal y el humor, en disonancia, en kitsch, en saturación de color y de luz, en humor negro.

Su transformación no se explica sin el hecho de que viva en Albuquerque y de que sea —por tanto— un habitante de esa franja incierta que se conoce como The Border, cerca de tres mil quinientos kilómetros de cruces legales e ilegales, desierto y ríos, vallas y patrullas. Un mundo en sí mismo.

Desde la estratosfera, la imagen de Albuquerque es estremecedora.

Porque a su alrededor impera, mayestático, el desierto.

Desde su primer capítulo, Breaking Bad invoca esa presencia con el plano fijo, que regresa una y otra vez en la teleserie, de la autocaravana y laboratorio de droga aparcado en un rincón cualquiera de esas afueras sin vegetación, sin vida, donde los automóviles son insólitos, cuyos únicos y esporádicos habitantes son inmigrantes ilegales que llegan a pie y nadando desde México y familias hispanas que van a pasar el domingo a ese parque extraño.

El desierto como avasalladora periferia urbana.

El desierto como desnudez: entre los muchos iconos kitsch, de cartón piedra, ridículos, pero profundamente intertextuales y por tanto en sintonía con el imaginario posmodemo, que encontramos en la obra (desde el logo de la cadena de fast-food «Los Pollos Hermanos» hasta la reproducción de la Estatua de la Libertad que corona la oficina del abogado Saúl Goodman, en una zona comercial), destaca la desnudez del propio Walter, que en la imagen promocional de la serie aparece armado y en calzoncillos, rodeado de desierto, y quien, para justificar su desaparición en una zona fronteriza, decide desnudarse en un supermercado lleno de gente, simulando alienación mental y amnesia.

La ampliación de la frontera, como espacio al margen de la ley y por tanto como ampliación del campo de batalla que es la identidad personal (la transformación del protagonista comienza precisamente con sus excursiones al desierto, con los disfraces que allí se pone para que el olor de la química no impregne su traje de profesor y esposo) se produce en la segunda temporada, cuando Hank Schrader, el cuñado del protagonista, tras una supuesta demostración de heroísmo, es promocionado a El Paso, a doscientos cincuenta kilómetros de Albuquerque; es decir, a la ciudad gemela, en el lado estadounidense, de Ciudad Juárez. En su primera operación conocerá al «Tortuga», un colaborador de la DEA que se define a sí mismo, tumbado en una habitación de hotel, vestido con un albornoz blanco y calzado con botas de cuero, como alguien que va lento, pero siempre gana. La siguiente vez que vemos al personaje ha sido decapitado. Su cabeza avanza sobre el caparazón de una tortuga por el desierto. «Helio, DEA», han escrito en él sus ejecutores. Hank no lo soporta y, mareado, al borde del vómito, entre las burlas de sus compañeros («¿Qué te ocurre, es que no habías visto nunca una cabeza sobre el caparazón de una tortuga?»), va hacia el coche, con la excusa de coger una bolsa de pruebas, lo que le salva la vida: la cabeza contenía un explosivo, dos agentes mueren, uno pierde la pierna derecha.

En el capítulo siguiente se hablará de Apocalipsis Now y de la guerra de Irak. La ampliación brutal de la Frontera: zona de guerra, historia contemporánea, fin del mundo, infierno.

Todas las fronteras son bilingües: Hank no habla castellano y no puede comprenderla. Lo que nos retrotrae al inicio del capítulo, un videoclip en que el grupo de narcocorrido Los Cuates de Sinaloa anunciaba la muerte de Heisenberg, en castellano:

La fama de Heisenberg

ya llegó hasta Michoacán,

desde allá quieren venir

a probar ese cristal,

ese material azul

ya se hizo internacional.

Ahora sí le quedó bien

a Nuevo México el nombre:

a México se parece

en tanta droga que esconde.

Sólo que hay un capo gringo,

por Heisenberg lo conocen,

anda caliente el cartel,

al respeto le faltaron.

Hablan de un tal Heisenberg,

que ahora controla el Mercado.

Nadie sabe nada de él,

porque nunca lo han mirado.

A la furia del cartel

nadie jamás ha escapado.

Ese compa ya está muerto,

nomás no le han avisado.

—He pasado toda mi vida con miedo —le dice Walter a su cuñado, al verlo en la cama, tratando de digerir la violencia de que ha sido testigo.

En el capítulo siguiente, tras agotarse la batería de la autocaravana y laboratorio, Jesse y Walter se quedan atrapados en el desierto: la desesperación alcanza cotas metafísicas. Arrepentimiento de tanta mentira. Escupitajo de sangre pulmonar. Desesperación en el extremo desamparo. Sólo un milagro macgyver al fin los rescata.

He buscado rastros, sin éxito, de esa autocaravana: no puede verse desde la estratosfera.

La carretera 85, que une Ciudad Juárez con Albuquerque, atraviesa los siguientes topónimos: Santa Teresa, Las Cruces, Salem, Truth or Consequences.

Truth or Consequences se llamó Hot Springs hasta 1950, cuando Ralph Edwards, locutor de un célebre concurso de preguntas y respuestas llamado Truth or Consequences, anunció que retransmitiría desde el primer pueblo que se cambiara el nombre por el del show. Durante los siguientes cincuenta años, Edwards visitó la localidad durante el primer fin de semana de mayo, a propósito de la «Fiesta» (en español en el original), con su desfile con la Reina del Chile al frente, sus espectáculos, su concurso de belleza y su baile en el Parque Ralph Edwards.

Entre Truth or Consequences y Albuquerque se encuentra un último topónimo: Socorro.