Capítulo Tres
Piper ayudó a Ryan a ponerse cómodo en el sillón, le dio el mando de la televisión y le levantó los pies antes de ir a cocinar la sopa.
Pensó que todos los hombres eran iguales, a todos les gustaba tener el mando, ponerse cómodos y esperar a que estuviese preparada la cena. No obstante, no le importaba cuidar de Ryan. Sabía que era un hombre trabajador, que lo daba todo en los rodeos y que estaba matándose a trabajar para abrir una escuela en la que los niños aprendiesen a montar. Piper se sentía orgullosa de su mejor amigo y, si él quería sopa de pollo, se la haría. No solo eso, sino que también prepararía pan casero solo porque el alivio de que Ryan no hubiese salido peor parado del accidente era demasiado grande.
No podía dejar de pensar en la expresión de desesperación del rostro de Cara, que lo había pasado muy mal con la desaparición de Alex y también debía de estar sufriendo mucho al saber que estaba vivo… pero que no era el mismo Alex al que ella conocía y quería.
Piper se alegró de que Ryan estuviese en el salón, consciente de todo y todos a su alrededor. Aunque no tuviese con él la historia de amor que tenían Cara y Alex, sí tenían la relación más segura de toda su vida, y mucho más fuerte que la mayoría de los matrimonios.
Suspiró y se concentró en la tarea que tenía entre manos. Sacó del congelador el pollo y el caldo que había cocinado y congelado la semana anterior.
La cocina no tardó en inundarse de un olor delicioso, a hogar. Un aroma que ni la mejor de las velas podía proporcionar.
Oyó la televisión en el salón y sonrió. Ryan estaba viendo un rodeo y gritando como hacían otros hombres con el fútbol o el baloncesto. A su Ryan solo le gustaban los toros y los caballos.
Piper apoyó las manos en la encimera de granito, cerró los ojos y suspiró aliviada, dando gracias por muchas de las cosas que habían ocurrido ese día. En primer lugar, se sentía feliz de que Alex estuviese vivo y, en general, sano. En segundo, se alegraba de que no hubiese muerto nadie en el horrible accidente de tráfico, pero, sobre todo, daba gracias de que Ryan estuviese bien. No solo bien, sino que se había adueñado de su mando y de su sillón, y ella estaba encantada.
Si en alguna ocasión pensaba en sentar la cabeza y casarse, quería encontrar a alguien como él. Aunque nunca intentaría seducirlo porque eso habría sido… extraño.
Tenía que admitir que se había preguntado muchas veces si podrían tener algo más, pero sabía que Ryan solo la veía como a una amiga.
Además, aunque se hubiese alejado de los rodeos, a Ryan seguían gustándole demasiado la aventura y el peligro. Y ella no podría volver a vivir con eso. Había visto sufrir a su madre por su padre durante años hasta que, un día, había decidido no sufrir más.
Se habían divorciado y Piper casi no había vuelto a ver a su padre. Y se negaba a hacerles lo mismo a sus futuros hijos.
Así que, aunque le pudiese gustar un hombre como Ryan Grant, ese hombre no podía ser él. No obstante, tenerlo como amigo era una de las mejores cosas que le habían pasado en la vida.
–Hola.
Se giró y vio a Ryan cruzado de brazos y apoyado en el marco de la puerta. Estaba sudando.
En esos momentos había una ola de calor en Royal.
–Siento que no funcione el aire acondicionado –le dijo–. Se ahorra mucho dinero reformando la casa una misma, pero tiene sus inconvenientes. Espero tener el aire acondicionado arreglado para la semana que viene. Y no esperaba que hiciese tanto calor a estas alturas del año.
–Estoy bien –respondió él–. Lo único que me preocupa es la cena.
Ryan sonrió y ella no pudo evitar pensar en el momento en el que había visto su coche destrozado en la carretera.
–¿Estás bien? –preguntó él.
Piper sonrió.
–Estoy bien. Matándome a trabajar mientras que tú no haces nada. Se supone que tienes que descansar.
Él se apartó de la puerta y se acercó a ella.
–Estoy descansando.
–Estás en la cocina, eso no es descansar –replicó ella–. No puedo mimarte si no te dejas.
–¿Eso es lo que estás haciendo? –preguntó él, sonriendo de medio lado–. ¿Mimarme?
–No si no vuelves al sillón –insistió Piper, poniendo los brazos en jarras–. Quítate de en medio para que pueda seguir trabajando.
–Estás temblando, pelirroja.
–Es que estoy enfadada –mintió–. Tienes que ir a relajarte.
Él se acercó más y ella retrocedió hasta que Ryan la arrinconó contra la encimera.
–Creo que te está dando un bajón, después de toda la adrenalina de hoy. Sí. Y pienso que estás dando las gracias de que Alex esté vivo, y también yo.
–Me conoces demasiado bien.
Él sonrió.
–Sí. Y por eso sé que tiemblas de alivio. Sabes cómo podría haber terminado el día –añadió él.
Piper cerró los ojos e intentó bloquear la imagen del coche de Ryan en la carretera. Sabía que tendría pesadillas durante semanas.
–No sabes lo que se me ha pasado por la cabeza al ver tu coche –susurró–, pero no podía pararme a buscarte, tenía que hacer mi trabajo, y casi me muero.
Ryan, que había apoyado una mano en la encimera, junto a la cadera de Piper, le acarició la mejilla con la otra y le limpió una lágrima. Ella abrió los ojos y se dio cuenta de que Ryan la estaba mirando fijamente.
–Nada puede conmigo, pelirroja, no me puedo morir en algo tan trillado como un accidente de tráfico.
Piper respiró hondo y aspiró el olor masculino y familiar de Ryan, que estaba muy cerca. Estudió su barbilla y la curva de su mandíbula, sus hombros anchos, sus generosos labios.
Y se maldijo por estar admirando los labios de su mejor amigo, por muchas ganas que tuviese de besarlo.
–Lo que me asusta es que te guste tanto el peligro, Ryan –le dijo con toda sinceridad–. ¿Sabes cómo estaría si te hubiese perdido?
Él sonrió y se encogió de hombros.
–No te preocupes por mí. Conozco mis límites y sé cómo cuidarme.
Ryan miró sus labios y después volvió a subir la vista a sus ojos. Y se echó hacia delante.
–Ambos estamos todavía en estado de shock –comentó Piper.
–Tal vez. O tal vez no.
Él le acarició el labio inferior con el pulgar y Piper tuvo que hacer un esfuerzo para no sacar la lengua y chuparlo.
Se apartó e hizo que Ryan tuviese que moverse también. Él se metió las manos en los bolsillos como si no supiese qué hacer con ellas.
–La cena casi está lista –le dijo ella, abriendo un cajón para sacar un salvamanteles–. Te la llevaré al salón.
Luego rezó para que cuando se diese la vuelta Ryan ya no estuviese allí, porque, si seguía mirándola con deseo, podía llegar a sucumbir a la tentación.
Se preguntó cómo habían llegado a aquello. ¿Se debería a la adrenalina causada por el accidente? Porque no era posible que Ryan se sintiese atraído por ella. Habían sido amigos durante años y él nunca había intentado nada.
Pero Piper había visto deseo en sus ojos. Y, si la causa no era el accidente, ella tendría que considerar su amistad desde una nueva perspectiva.
En cualquier caso, tenía que controlar sus emociones. No podía tener una relación sentimental con Ryan. Solo podía ser su mejor amiga.
Le seguía dando miedo que se cansase de estar en casa. Y lo conocía lo suficientemente bien como para saber que, si le ocurría, volvería a la carretera y la dejaría allí.
* * *
Ryan cerró la puerta del cuarto de baño, se giró…
Y se maldijo.
En primer lugar, casi no se tenía en pie porque se había dado un golpe en la cabeza, después, había estado a punto de besar a su mejor amiga y, por último, aquello.
No podía ser.
Había lencería por todas partes.
Encaje rojo, satén amarillo… Braguitas, tangas, finos camisones. Era evidente que Piper los había dejado allí para que se secasen. Y él había tenido que ir a su casa justo el día que había hecho la colada.
Aquello era obra del destino.
No pudo evitar imaginarse a sí mismo quitándole el tanga azul.
Jamás se habría imaginado que Piper utilizaba aquel tipo de ropa interior debajo de las camisas de franela y los pantalones vaqueros.
Ryan apoyó las manos en el borde del lavabo y se miró al espejo. ¿Cómo había podido acariciarle así el labio? Sabía que a Piper le costaba confiar en la gente. Aunque habían sido amigos desde que, en el colegio, él había sugerido que mentía acerca de su padre y Piper le había dado un puñetazo. Desde entonces, habían sido prácticamente inseparables.
Entonces, ¿por qué había corrido aquel riesgo con ella? ¿Por qué había sido tan tonto?
Suspiró y se lavó la cara con agua fría. Se había arriesgado porque siempre se había preguntado cómo sabrían aquellos labios.
A lo largo de los años, se habían dado besos en las mejillas y muchos abrazos, pero él siempre había fantaseado con ir más allá.
No obstante, había sabido que, viajando tanto, no podía empezar una relación con ella. Pero, aun así, siempre era una tortura volver a casa, verla y no poder tocarla.
Y como eran amigos, Ryan había tenido que escucharla cuando Piper le había contado que había perdido la virginidad con un idiota que no la había merecido.
Ryan volvió a lavarse la cara y después se la secó. Con el rostro enterrado en la toalla blanca, respiró hondo e inhaló su olor dulce, a jazmín, y gimió.
–Maldita sea.
Era patético. Mientras estaba fuera, había pasado muchas noches solo, pensando en Piper, preguntándose qué estaría haciendo y con quién. Preguntándose si se estaría enamorando de algún vaquero del pueblo, o tal vez de alguien más tranquilo, un profesor o un empleado de banca.
Ryan había pasado demasiado tiempo en la carretera, preguntándose qué estaba haciendo en Royal su mejor amiga, sin él.
Admitirlo le había costado mucho trabajo. Había luchado durante años contra la atracción, diciéndose que era la única mujer con la que tenía un vínculo y con la que no se había acostado.
Ryan sabía que Piper era especial y que, por eso mismo, se merecía a alguien especial, que la tratase bien y fuese el hombre que ella necesitaba. Un hombre que no viajase tanto y que pudiese darle la vida estable que siempre había ansiado tener.
–¿Estás bien?
Piper llamó a la puerta y Ryan se apartó del lavabo, pero tuvo que volver a agarrarse a él porque estaba aturdido.
–Estoy bien –respondió–. Ahora voy.
«En cuanto consiga controlar la libido y el mareo».
Respiró hondo y sintió dolor en el costado. Abrió la puerta, echó a andar y se tambaleó. Y antes de que le diese tiempo a apoyarse en la pared, se cayó de bruces.
Se maldijo.
Piper llegó corriendo.
–Ryan. ¿Qué te ha pasado?
Lo agarró del brazo y él se sintió humillado.
Pensó que el mareo tenía que deberse a la lencería sexy.
–Estoy aturdido –admitió, poniéndose lentamente en pie–. La última vez que sufrí una conmoción tuve que estar dos días enteros en cama.
Piper lo agarró por la cintura y le sonrió.
–Y seguro que alguna chica guapa te cuidó muy bien.
Él se rio mientras Piper lo ayudaba a volver al salón y a instalarse en el sillón.
–No. Fue mi compañero, Joe, y se pasó todo el tiempo protestando.
Piper puso los brazos en jarras y arqueó una ceja.
–Sé cómo son esas lagartos. Y no solo eres un tipo importante, sino que también eres muy atractivo.
Ryan se echó a reír y le volvieron a doler las costillas.
–¿Muy atractivo? ¿Y tú crees que es sensato decirme eso, después de lo que ha estado a punto de suceder en la cocina?
Piper se encogió de hombros.
–Eres atractivo y no creo que tenga nada de malo decir la verdad. Y, con respecto a lo que no ha ocurrido en la cocina, ya te he dicho que ha sido por culpa de la adrenalina.
Ryan la miró a los ojos y esperó a que Piper apartase la vista, consciente de que estaba mintiendo. La adrenalina no tenía nada que ver con el beso que habían estado a punto de darse. Un beso que él casi podía saborear.
–Quédate ahí –le ordenó ella–. Te traeré una bandeja con la cena. ¿Te hace falta otro analgésico?
–Estoy bien –respondió Ryan–. Ya te avisaré si lo necesito más tarde.
–No te hagas el machito. Si te duele, nadie tiene por qué saber que has necesitado algo para relajarte.
Ryan apoyó la cabeza en el cómodo sillón y se echó a reír. Sabía muy bien lo que necesitaba para relajarse. Por desgracia, Piper le pondría un ojo morado si se lo decía.
–Sé lo que estás pensando –le advirtió ella, señalándolo con el dedo índice–. No pienses que no sé cómo funciona tu sucia mente.
Él se encogió de hombros, todavía sonriendo.
–Por eso eres mi mejor amiga. Sabes cómo soy y, aun así, me quieres.
Piper puso los ojos en blanco y volvió a la cocina. Y Ryan ni siquiera se molestó en intentar apartar la mirada del balanceo de sus caderas. Aquella mujer iba a matarlo.
Su única opción era llevársela a la cama. Teniendo en cuenta la química que había de repente entre ambos, Ryan estaba seguro de que, si lo conseguía, juntos arderían de pasión.