Capítulo Diez

 

Aquello era una tontería.

Piper se miró al espejo, vestida solo con un conjunto de ropa interior de encaje negro. Era lo más bonito que tenía en el armario, porque el resto era prácticamente todo camisas de franela y vaqueros. Tenía un par de vestidos porque había asistido a varias bodas en los últimos meses, pero no se quería poner tan elegante para ir a Claire’s. Aunque tampoco podía ir allí en pantalones vaqueros.

Suspiró y miró el reloj de su mesita de noche. Ryan volvería en unos treinta minutos, recién afeitado y muy sexy. Daba igual lo que llevase puesto, bastaba con que se pusiese el sombrero vaquero para que pareciese recién salido de un calendario de guapos vaqueros.

Volvió a mirar en el armario y repasó otra vez los vestidos. Su favorito era el azul, porque era sencillo, pero supo que si se lo ponía llamaría la atención.

Miró el negro, que también era bonito y la haría pasar desapercibida. Así que se decidió por él y lo descolgó antes de poder cambiar de opinión. A pesar de que odiaba los vestidos, no quería avergonzar a Ryan, que la había invitado a cenar para intentar que olvidase el horrible día que había tenido… y también para salir de su casa, en la que la tensión sexual era inevitable.

Piper no sabía si Ryan consideraría aquello como una cita. ¿Estaría intentando ir más allá de la amistad y hacer que su relación fuese más íntima? Ella tenía tantas dudas, tantas preocupaciones…

Pero esa noche no iba a analizarlo todo. No, no iba a hacerlo. Se había prometido a sí misma que iba a disfrutar de la compañía de Ryan, y lo haría del mismo modo que cuando iban a comerse un trozo de tarta a la cafetería. Salvo que en esa ocasión irían más arreglados, cenarían carne y utilizarían las servilletas de tela de Claire’s.

Se puso el vestido por la cabeza y gimió para sí. Era la típica pelirroja de pelo rizado, ojos verdes y figura curvilínea. No era rubia y delgada, sino pelirroja y con curvas.

Miró el vestido y se preguntó si, con él puesto, parecía una fulana. Así que se lo volvió a quitar, lo tiró encima de la cama y volvió a mirar en el armario. Encontró un vestido verde que hacía juego con sus ojos y rezó por que no estuviese ridícula con él. Lo había comprado para la boda de una amiga suya, pero todavía tenía la etiqueta puesta.

A aquel paso, iba a tener que llevar los vestidos a la habitación de invitados porque no le iban a caber en el armario. Aunque no le gustase ir con vestidos, disfrutaba poniéndoselos para las bodas de sus amigas.

Tuvo que admitir que aquel vestido, ajustado y sin mangas, le sentaba mucho mejor. Además, iba a salir con Ryan, y seguro que a él le daba igual lo que se pusiese.

Decidió pensar en los zapatos. No podía ir con botas y, aparte de eso, tenía unas zapatillas de deporte y unas sandalias de vestir con poco tacón.

Se puso las sandalias plateadas y unos pendientes e intentó domar su pelo, lo que siempre era una batalla perdida. No obstante, se recogió el pelo para no parecer un payaso.

Se puso un poco de maquillaje y más brillo de labios del habitual y entonces oyó que la puerta se abría y se cerraba y el ruido de las botas de Ryan en el suelo de madera del salón.

–¿Todavía estás en la ducha, pelirroja?

–Ya te gustaría –respondió.

Él se puso a silbar y Piper tomó su bolso de encima de la cama y entonces lo vio en la puerta. Ryan la miró de arriba abajo muy despacio.

–No me mires como si no quisieras que saliésemos de esta habitación –bromeó ella, nerviosa de repente.

–Por mí, perfecto –dijo él–. Estás estupenda. ¿Por qué no me torturas un poco más y me cuentas qué llevas debajo de ese vestido?

–Encaje negro.

Ryan cerró los ojos y suspiró.

–Por preguntar.

Piper se colgó el bolso del hombro y fue hacia la puerta.

–Vamos, grandullón, no sea que perdamos la reserva.

–Yo preferiría ir hacia la cama –protestó Ryan.

Ella también, pero alguien tenía que ser sensato y, por el momento, parecía que le había tocado a ella. Se preguntó qué pasaría cuando se acostasen juntos.

Porque estaba segura de que ocurriría, ya se había resignado. Quería conocerlo de manera más íntima, sí, pero todavía no estaba segura de estar preparada.

Tenía la mano en el pomo de la puerta cuando unas manos fuertes la agarraron por los hombros y la hicieron girar, atrapándola contra la puerta.

–No estás jugando limpio –murmuró él.

–No estoy jugando.

Ryan bajó la vista a sus labios.

–Ese es el problema, que me estás volviendo loco sin tan siquiera intentarlo.

A ella le gustó saber que tenía ese poder.

–Tú también estás muy sexy, vaquero –comentó.

Llevaba una camisa negra y no se había puesto el sombrero.

–¿Has conseguido llegar a tiempo para hablar con esos hombres del nuevo granero?

Ryan esbozó una sonrisa.

–¿Estás intentando distraerme?

–Solo estoy intentando estar centrada para que podamos llegar al restaurante.

–¿Estás segura de que no quieres que nos quedemos aquí? –susurró él, con la vista clavada en sus labios–. No quiero pensar en la escuela ni en nada más. Solo en nosotros. Y en lo que estamos sintiendo, sea lo que sea.

La idea era tentadora, pero Piper supo que tenía que tomarse aquello con calma. No podían estropear veinte años de amistad por un par de horas de tórrida pasión. Había que pensar a largo plazo.

–Dame un poco de tiempo.

–Hace mucho que nos conocemos, ¿qué más da esperar unos días más? –dijo él sonriendo, mirándola a los ojos–. La espera merece la pena, pero eso no significa que no pueda darte, y darme, algo en lo que pensar.

Empezó a besarla despacio y poco a poco más apasionadamente y Piper estuvo a punto de derretirse contra él. Sabía lo que Ryan estaba haciendo. Estaba intentando seducirla.

Ryan se apretó contra ella un poco más. Estaban unidos del torso a las rodillas y lo único que los separaba era la ropa. Maldita ropa.

Piper estuvo a punto de volverse loca de deseo, pero entonces Ryan retrocedió y sonrió. Le dedicó la misma sonrisa que esbozaba ante las cámaras cuando le preguntaban por un rodeo. En aquella sonrisa no había amor y Piper iba a tener que preguntarse qué significaba aquello.

–¿Estás preparada? Me muero de hambre. Espero que seas capaz de mantener las manos alejadas de mí esta noche.

Ella le dio un golpe en el pecho y abrió la puerta.

–Intentaré resistirme y te dejaré que cenes sin molestarte.

–Bueno, puedo hacer algún sacrificio si te apetece molestarme, pelirroja. De hecho, podría comerme la carne, beberme una cerveza y disfrutar mientras me molestas al mismo tiempo. Soy multifunción.

Al salir al porche, el aire cálido de la noche los recibió.

–Esa es una respuesta típica de un hombre.

–Es que soy todo un hombre. Avísame cuando quieras que te lo demuestre.

Fueron juntos hasta su coche y Ryan le abrió la puerta.

Piper estaba entrando en él cuando Ryan le puso las manos en el trasero.

–¿Necesitas ayuda? –preguntó.

Ella lo miró por encima del hombro.

–Aparta las manos.

–Solo quería ayudarte.

–Te estás pasando –respondió ella, dándole un manotazo.

Luego se sentó y lo fulminó con la mirada.

–He subido sola a este coche durante años. Y jamás te has ofrecido a ayudarme.

–Yo solo quería ayudarte. Me siento herido.

Ryan cerró la puerta mientras ella se reía y cruzaba las piernas. Aquella iba a ser una «cita» muy interesante, si Ryan seguía intentando seducirla. Y a ella le gustaba.

 

 

Ryan pensó que se iba a morir. No podía soportarlo más. Entre el ambiente romántico de Claire’s y el vestido de Piper, no supo si iba a llegar al final de la cena.

Por suerte, había llegado la carne y podía concentrarse en ella y no en el escote del vestido.

¿Cómo iba a conseguir pedir el postre, si solo podía pensar en comerse lo que tenía delante?

–Como no dejes de mirarme como a un trozo de tarta de chocolate, vas a conseguir que nos echen de aquí.

Ryan sonrió.

–Es una pena que no lo seas.

–¿Por qué no intentas pensar en otra cosa? ¿En tu nueva escuela? ¿En Alex? En lo que sea.

–Supongo que sí. La escuela va bien y tengo a un par de adolescentes que me están ayudando. He pensado en contratarlos para que ayuden a otros niños más pequeños y, al mismo tiempo, entrenarlos un poco más para que estén preparados para el circuito. Hay uno de ellos en particular que tiene mucho potencial.

–Eso es estupendo –dijo Piper sonriendo–. Lo vas a hacer estupendamente, Ryan, estoy segura.

A Ryan le gustaba su sonrisa, le encantó verla tan emocionada como él mismo acerca del proyecto.

–¿Alguna novedad respecto a Alex? –le preguntó.

–Cara no me devolvió la llamada ayer, así que no sé nada –contestó Piper, echándose hacia delante y apoyando los codos en el mantel blanco–. Odio molestarla tanto, pero estoy preocupada y, además, no quiero que piense que no me importa.

–Cara tiene muchos amigos que se preocupan por ella, estoy seguro de que estará bien.

Piper volvió a sonreír.

–¿Ves?, has conseguido estar diez segundos enteros sin coquetear conmigo ni hablar de sexo.

–Lo estoy intentando.

–Sé de un tema que te va a dejar helado –le dijo–. Tengo que sustituir el equipo de urgencias de la guardería. Al final no pude hacerlo el otro día.

–Todavía me enfado cuando pienso en que alguien ha destrozado un lugar pensado para niños pequeños solo porque opina que no puede haber mujeres en el club.

–Y a mí me encanta que no estés de acuerdo con ellos.

–Nos había parecido que erais vosotros.

Ryan y Piper se giraron y vieron a Dave Firestone y a Mia Hughes, que se acercaban a la mesa. Dave era el rival de Alex en los negocios y Mia, su guapa prometida, el ama de llaves de Alex. Un cierto conflicto de intereses, pero que no parecía evitar que su relación funcionase.

–Estás muy guapa, Mia –comentó Piper sonriendo de oreja a oreja–. ¿Vais a celebrar algo especial, aparte de que estáis prometidos?

Mia le dio una palmadita a Dave en el brazo.

–Que estamos prometidos y que Alex ha vuelto. Estamos intentando encontrar una fecha para la boda.

–¿Se ha puesto en contacto con vosotros la policía desde que Alex ha vuelto? –preguntó Dave.

–Hablamos con ellos en el lugar en que apareció y después he ido el otro día para volver a contarles todo lo que sabía –respondió Piper.

–Nathan Battle pasó por mi rancho hace varios días –añadió Ryan, refiriéndose al sheriff, que también era su amigo–. Espero que atrapen al canalla que está detrás de todo esto. Nathan está decidido a hacerlo.

Dave agarró a Mia de la cintura.

–Al menos, podemos seguir adelante con la boda sin sentir que falta alguien.

–¿Ya tienes el vestido? –le preguntó Piper a Mia.

Ella sonrió.

–Sí, y es perfecto.

–¿Y de qué color van tus damas de honor?

–Estoy pensando en buscar un tono neutro para que destaquen las flores, pero todavía no estoy segura.

Ryan vio cómo se le iluminaba a Piper el rostro al hablar de la boda. Se la imaginó vestida de blanco y con el pelo suelto.

Y apartó la imagen de su mente. ¿De verdad estaba preparado para ser el hombre que la esperase junto al altar?

–Me alegro por vosotros –les dijo a ambos–. ¿Queréis sentaros con nosotros? Íbamos a pedir el postre.

–No –respondió Dave–. Ya nos hemos tomado nuestra ración de tarta de chocolate. Estamos pensando en servirla para la boda, así que queríamos probarla otra vez.

–No sabéis la de sacrificios que estamos haciendo –bromeó Mia.

–¿Seguro que no queréis sentaros? –insistió Piper.

Dave y Mia se miraron a los ojos y se sonrieron.

–Tenemos que marcharnos a casa –dijo Dave sin apartar la vista de su prometida–, pero nos alegramos de haberos visto juntos. Tal vez haya otro compromiso pronto…

Piper se quedó boquiabierta y Ryan se echó a reír.

–No querríamos quitaros el protagonismo.

Cuando se hubieron alejado, Ryan miró a Piper y vio que ella lo estaba fulminando con la mirada.

–Has dejado que pensasen que salimos juntos.

–¿Y acaso no es cierto?

–Pero no tienen por qué saberlo.

Ryan alargó la mano por encima de la mesa y tomó la suya.

–Escucha, será mejor que te vayas haciendo a la idea de que quiero estar contigo. Y no solo en la cama, Piper. Te quiero en mi vida como algo más que una amiga. Y, si te da miedo, bienvenida al club, pero quiero que todo el mundo nos vea como a una pareja.

Ryan se inclinó hacia delante y tiró de ella para que lo imitase.

–Y también quiero que te acostumbres a la idea de que, algún día, muy pronto, estarás en mi cama.

En el camino de vuelta a casa de Piper, Ryan se sintió más que frustrado, pero, como se trataba de Piper, pensó que no iba a intentar presionarla. Era una mujer muy independiente y testaruda, que siempre conseguía lo que se proponía. Y él estaba deseando cambiar su papel de cazador por el de presa.

Al llegar a su casa, detuvo el coche y paró el motor.

–Te acompañaré dentro.

Cuando quiso darle la vuelta al coche, ella ya estaba fuera.

–Tenías que haber dejado que te abriese yo la puerta –le dijo, tomando su mano para guiarla por el camino.

–Soy capaz de salir sola de un coche, Ryan.

Él la miró, Piper resplandecía bajo la luz de la luna.

–Sé de lo que eres capaz –murmuró, acercándose más–. Lo sé todo de ti, pelirroja, pero quiero que sepas que estamos empezando a salir juntos, como pareja, y quiero hacer más por ti. Te mereces a un hombre que te trate como a una señora, y no como a un amigo más.

–Tú siempre me has tratado como si fuese otro de tus amigos –le respondió ella.

Ryan le apretó las manos y sonrió.

–Pues te aseguro que no pienso en ti como en un amigo más. Y quizás haya llegado el momento de que te trate mejor. Eres una señora y yo sé que debajo de las camisas de franela y los pantalones vaqueros, vistes como tal. ¿Por qué no muestras más esa parte de ti?

Piper se encogió de hombros.

–Nunca lo he hecho. Estoy cómoda con mi ropa de siempre.

–Pues ahora estás preciosa y parece que estás cómoda –le dijo él, dándole un suave beso en los labios–. Dime que no te sientes fuera de tu elemento, arreglada y saliendo conmigo.

Ella cerró los ojos un instante.

–No. Me siento…

–¿Cómo? –susurró Ryan–. ¿Qué sientes?

Piper levantó el rostro hacia la luna, que iluminó su cuello y su escote, y Ryan deseó acariciar aquella piel suave.

Y lo hizo.

Empezó por la parte más baja del escote y fue subiendo suavemente las puntas de los dedos por su garganta. Luego volvió a bajar.

De repente, Piper tomó su rostro con ambas manos y apretó el cuerpo contra el de él para besarlo apasionadamente. Gimió y después retrocedió, pero sin soltarle el rostro.

–Me haces olvidar que tengo que ser la fuerte de los dos –le dijo–. Me haces querer cosas que no debería querer, pero también haces que me pregunte por ellas. No sé si podríamos estar mejor. No me imagino nada mejor de lo que ya tenemos.

Ryan la imitó y tomó su rostro entre las manos.

–Yo estoy seguro de que podemos estar mejor. Lo sé porque no voy a permitir que nuestra relación haga nada que no sea mejorar. Sé que tú tienes miedo, por tu padre…

–Ryan…

–No, escúchame –la interrumpió él, mirándola a los ojos–. Me importas más de lo que pensaba que era posible. No me compares con un hombre que solo se acuerda de ti un par de veces al año. Yo te conozco mucho mejor de lo que jamás te conocerá él. Y me importas mucho más de lo que nunca le has importado a él.

Piper cerró los ojos.

–Eres muy bueno conmigo, Ryan, pero no puedo evitar tener miedo. Nunca he vivido sin él.

–Pues tal vez debieras empezar a hacerlo.

Ryan le dio un beso en la mano y después retrocedió.

–Y, cuando hayas vencido ese miedo, quiero ser el primero en saberlo.

Sin más, Ryan tomó la decisión más difícil hasta la fecha. Volvió a su coche y se apartó de la tentación.