Capítulo Once
Piper paró el coche en el aparcamiento del Club de Ganaderos de Texas y suspiró.
Desde la noche anterior, no había podido dejar de pensar en el beso que había compartido con Ryan ni en sus palabras. Él le había dicho lo que sentía sin ningún reparo. Siempre había sido así: despreocupado, libre y valiente.
Pero él había tenido una vida estable y nunca le habían hecho daño. Siempre había sabido lo que quería y había luchado por conseguirlo.
Y, al parecer, en esos momentos su objetivo era ella.
Con un nudo en el estómago, Piper bajó del coche y fue en dirección al club, un edificio grande, de una sola planta, al que hasta hacía poco tiempo solo habían podido acceder hombres.
Entró en él y fue hacia donde estaba la guardería. A algunos hombres les había molestado mucho que se hubiese instalado en la antigua sala de billar. Ella no estaba allí para juzgarlo, sino solo para reponer los equipos de reanimación cardiopulmonar y proporcionar la certificación al personal.
Fue hacia las oficinas y vio a una mujer rubia y menuda que estaba concentrada en un papel.
–Buenos días.
La mujer levantó la vista.
–Ah, disculpa. Estaba perdida en mis pensamientos. ¿En qué puedo ayudarte?
–Soy Piper Kindred, la paramédico que tiene que sustituir el equipo y dar la certificación al personal de la guardería.
–Yo soy Kiley Roberts, la nueva directora de la guardería. Encantada de conocerte.
–Vine el otro día a ver cómo estaban los aparatos, pero no estabas aquí. ¿Podemos echarles un vistazo ahora?
–Por supuesto. Vamos.
Kiley marcó un código de seguridad para que se abriese la puerta que daba a las instalaciones.
–Lo he ordenado todo después de que viniese la policía, pero no sé qué habrá que sustituir.
Piper tomó la bolsa en la que llevaba todo el material.
–Vamos a verlo.
–¿También eres miembro del club? –le preguntó Kiley, encendiendo la luz de la pequeña habitación en la que estaba guardado el equipo médico.
–No, estoy demasiado ocupada como para meterme en esta batalla.
–A mí me han hablado desde ambos bandos y no entiendo que algunos hombres que votaron contra la guardería quieran compartir sus quejas conmigo, pero yo los escucho. La mayoría de las veces, cuando alguien se queja es solo para desahogarse y sentirse mejor –comentó Kiley sonriendo–, pero me parece una tontería que sigan dándole vueltas al tema.
Piper abrió su bolsa y sacó varios botiquines básicos.
–Es solo cuestión de tiempo que entren en razón. Además, me parece que las pocas mujeres que son miembros del club son bastante fuertes.
–Eso pienso yo también. ¿Puedo ayudarte en algo?
Piper miró los botiquines dañados y decidió tirarlos todos.
–Puedes hacerme compañía –le respondió–. Salvo que tengas que volver al trabajo.
–La verdad es que me encanta mi trabajo, pero odio la parte administrativa.
Piper se echó a reír.
–Háblame de ti. ¿Tienes hijos?
–Tengo una hija, Emmie –le contó Kiley sonriendo, con los ojos brillantes–. Tiene dos años.
–¿Dos años? –preguntó Piper, arqueando una ceja–. Debes de estar muy entretenida.
–Sí, pero de manera positiva. Lo es todo para mí.
–¿Y tu marido es miembro del club?
Kiley dejó de sonreír.
–Estoy divorciada y él no tiene ningún contacto con Emmie, así que no. No es miembro del club.
Piper se dio cuenta de que había metido la pata.
–Lo siento.
–No te preocupes. Estoy mejor sin él.
Piper asintió.
–Mis padres se divorciaron y mi madre siempre dijo eso mismo. Fue difícil para ella, para las dos, pero yo sé que estuvimos mejor sin él.
–La verdad es que ser madre soltera no es fácil. Yo estaría dispuesta a hacer cualquier cosa por Emmie, y no entiendo que alguien pueda marcharse y dejar atrás un matrimonio y a un hijo.
Piper tragó saliva. Eso mismo había pensado ella siempre.
Ambas se quedaron en silencio.
–¿Y tú? –preguntó Kiley después de unos segundos–. ¿Tu marido es miembro del club?
–No estoy casada.
Kiley sacudió la cabeza.
–¿Somos las dos únicas mujeres de Royal que no estamos ni prometidas ni casadas? Últimamente se casa todo el mundo.
Piper se echó a reír, cerró el armario y recogió su bolsa. Luego salió con Kiley de la habitación.
–Todavía quedamos algunas solteras, aunque es verdad que somos pocas.
Se oyeron varias voces de hombres y, al girarse, Piper vio a Josh Gordon charlando con otro miembro del club.
–Ese es Josh Gordon –le contó a Kiley–, pero no sé cómo se llama el que está con él.
Miró a Kiley y se dio cuenta de que se había puesto tensa. Estaba mirando a Josh.
–¿Conoces a Josh? –le preguntó ella.
–¿Qué? No.
–Josh es uno de los miembros a los que no les gusta que haya mujeres ni niños en el club.
Kiley se cruzó de brazos.
–¿De verdad? Supongo que estará soltero y que por eso no le interesa la igualdad de derechos entre las mujeres y los hombres.
–Sí. Es uno de los pocos solteros que quedan en Royal –le confirmó Piper antes de mirarse el reloj–. Tengo que ir a buscar varias cosas al coche para la clase de reanimación. Ahora vuelvo.
Kiley sonrió.
–Aquí estaré.
Piper llevó la bolsa con los botiquines al coche y tomó otra con todo lo necesario para el curso de reanimación.
Pensó en cómo había mirado Kiley a Josh, pero se dijo que no era asunto suyo. Ya tenía bastante con la tensión sexual que había entre Ryan y ella.
Dos días después, Piper dejó el bolso en la encimera de granito nueva y sonrió.
La lluvia golpeaba los cristales de la cocina. Ella también se había mojado del coche a casa y sacudió los brazos.
Ryan llegó desde la otra parte de la casa y le preguntó:
–¿Te gusta?
Piper había tenido un día de mucho trabajo y estaba cansada.
–Entiendo que te empeñases en terminar el tejado cuando yo me caí –le dijo con lágrimas en los ojos–. E incluso permití que quitases los muebles de la cocina porque estaba dolorida, y me alegré de que me ayudases a comprar los nuevos, pero ayer pusiste los azulejos del cuarto de baño y hoy has cambiado la puerta principal.
–¿Y cuál es el problema? ¿Que querías hacerlo todo sola? Piper, has trabajado mucho en esta casa. Yo solo quiero ayudarte y hoy no tenía nada que hacer. Voy muy adelantado con la escuela. He estado trabajando en casa por la mañana y ya no puedo hacer nada más hasta que venga el inspector a verlo todo. Aquí me mantengo ocupado.
Piper se apartó un rizo de la cara y se lo metió detrás de la oreja, enfadada hasta con su pelo.
–Tengo la sensación de que has tenido un mal día –comentó Ryan, mirándola fijamente–. ¿Por qué no vienes al baño y me ayudas a decidir cómo vamos a terminar de colocar los azulejos. Seguro que te sientes mejor cuando tengas otra habitación más acabada.
Piper sonrió.
–Supongo que sí, pero solo si me dejas que maneje yo la cortadora de azulejos.
Ryan tomó su mano y la llevó hacia el cuarto de baño.
–No podría ser de otra manera.
Piper entró en su habitación y después en el baño contiguo. Los azulejos azules de la ducha ya estaban puestos. Ryan había empezado a colocar también los de encima del lavabo y ella pudo imaginarse el resultado final.
–Me alegro mucho de haber elegido un azul más fuerte para la zona del lavabo –comentó–, está quedando precioso.
Ryan la agarró por la cintura.
–En ocasiones, hace falta tener una imagen general, pero la belleza suele estar en las cosas pequeñas y va aumentando con el tiempo.
–¿Te estás poniendo profundo conmigo, vaquero? Yo solo estaba hablando del cuarto de baño.
–Tal vez yo esté hablando de ti –respondió él, dándole un beso en la nariz y una palmadita en el trasero–. Ahora, deja de intentar seducirme y vamos a ponernos manos a la obra.
Piper se echó a reír.
–Los dos sabemos que no haría falta que intentase seducirte.
La casa retumbó con un trueno y las luces parpadearon, pero después todo volvió a la normalidad.
–El cielo estaba bastante negro y justo se ha puesto a llover cuando he bajado del coche.
–Hace falta la lluvia, pero yo odio las tormentas.
Piper volvió a reír.
–Ya lo sé. Y te diré que vives en el estado equivocado.
Ryan se encogió de hombros.
–No quiero vivir en ninguna otra parte. Me encanta este pueblo. Siempre he sabido que algún día me establecería aquí. Royal es el mejor pueblo del mundo –le dijo, mirándola a los ojos –. Nunca he visto nada más bonito.
–No estás jugando limpio.
Él sonrió con picardía.
–No estoy jugando.
–Dices que quieres establecerte. Entonces, ¿qué haces intentando seducirme?
–Tal vez quiera saber cómo es tener una relación con mi mejor amiga –le respondió él, acercándose más–. Quizás piense que podríamos tener algo especial, algo mucho mejor de lo que ambos imaginamos.
Piper tragó saliva.
–¿Y qué hay del amor?
Él se quedó inmóvil unos segundos, después se pasó la mano por el rostro.
–Piper, sabes que quiero casarme y tener lo mismo que tuvieron mis padres, pero no estoy seguro de poder querer a alguien como se quisieron ellos. Por el momento, solo puedo intentarlo y tener la esperanza de que ocurra. No puedo prometerte nada.
Ella alargó la mano y le acarició la mejilla. Sabía que Ryan no estaba enamorado de ella. La quería como amiga y para ella era suficiente.
–A mí me gusta mi vida tal y como es. Me gusta mi trabajo, reformar la casa, pasar tiempo contigo y ver cómo nuestros amigos se enamoran y se casan.
Él tomó su mano y se la apretó.
–Yo no te he pedido que te cases conmigo, pelirroja. Solo quiero que sepas que no me voy a marchar de aquí y que tengo pensado seducirte. Si de todo eso surge algo más, tanto mejor.
Hubo otro trueno y Piper se estremeció. La luz tembló y entonces se quedaron sin electricidad.
Se quedaron envueltos por el silencio y la oscuridad.
–Me temo que no vamos a poder trabajar –murmuró Ryan–. Y creo que el destino acaba de darnos una oportunidad.
Piper aspiró su olor y, de repente, dejó de sentir miedo. Aquel era el hombre que mejor la conocía del mundo. ¿Por qué no iba a entregarle su cuerpo también?
Solo se había acostado con dos hombres en toda su vida y por ninguno de los dos había sentido lo que sentía por Ryan. Tenía claro que no estaba preparada para casarse y tener hijos, pero acostarse con la persona que siempre había hecho que se sintiese segura y querida no podía ser una mala decisión.
–Estoy cansada de ser fuerte por los dos –admitió, buscando sus ojos–. Estoy cansada de analizar todo esto y cansada de estar tensa cuando estoy contigo. No puedo más.
Ryan le tomó el rostro con las manos, luego enterró los dedos en su pelo y la acercó a él.
–Piper, no quiero presionarte. Quiero que estés segura, que no te arrepientas después.
–No me arrepentiré –le aseguró ella–. Te deseo y quiero conocerte todavía más, Ryan.
Él la besó apasionadamente, como nunca lo había hecho, y la hizo gemir y aferrarse a sus hombros.
La lluvia golpeaba la casa y Piper pensó que siempre le habían gustado las tormentas, que le parecían algo comparable al sexo.
El ambiente de su primera vez con Ryan no podía ser mejor.
Tal vez fuese cosa del destino, ¿y quién era ella para protestar?
Ryan le sacó la camisa de los pantalones. Sin ningún cuidado, tiró de ella, haciendo volar los botones por la habitación. Piper no se molestó. Ella estaba igual de impaciente.
–Ojalá me hubiese puesto algo más femenino –le dijo.
–Me gustas así, Piper. Que nunca se te olvide.
La agarró por la cintura y le acarició la curva de los pechos a través del sujetador de encaje.
–Eres perfecta, femenina –susurró–. Y mía.
Ella se estremeció. Empezó a desnudar a Ryan apresuradamente.
–Ojalá hubiese luz, para poder verte –murmuró ella.
–Seguro que tienes velas.
Ella se giró para salir del baño, pero Ryan la agarró del brazo.
–Quítate los pantalones, quiero ver todo lo que llevo meses deseando ver.
–¿Meses?
Él le mordisqueó los labios y después añadió:
–Años.
Piper se quitó las botas a patadas y después los pantalones.
A pesar de la oscuridad, vio cómo Ryan abría mucho los ojos y eso la excitó todavía más.
–Será mejor que te des prisa en buscar esas velas –le dijo con voz ronca.
Ella fue a su habitación. Tenía varias velas en la mesita de noche. Las tomó, buscó cerillas en un cajón y volvió hacia el baño.
Ryan estaba esperándola en la puerta y avanzó hacia ella.
Piper dejó las velas en la cómoda, las encendió, y la habitación se iluminó con un suave resplandor.
Ryan la agarró por la cintura y después metió los dedos por debajo de sus braguitas.
La luz de las velas permitió a Piper ver su cuerpo y sus tatuajes, que, de repente, le parecían muy sexys.
–Cuando vi tu ropa interior colgada en el baño hace unas semanas, casi me muero, pelirroja. No pude evitar imaginarte con ella. Sabía que estarías muy sexy, pero no tanto.
Ella pasó las manos por sus bíceps esculpidos, por sus hombros, y sonrió.
–Me alegro de no haberte decepcionado. No quiero que nos sintamos incómodos, Ryan.
Él la agarró con fuerza por el trasero y la apretó contra su erección.
Le lamió los labios y la levantó del suelo. Piper lo abrazó con las piernas por la cintura y se pegó más a él.
–Llevo tanto tiempo esperando esto… –susurró Ryan–. Quiero memorizar cada momento, pero, sobre todo, quiero estar dentro de ti. Quiero saber cuál es la sensación. Quiero verte perder el control otra vez y saber que yo soy la causa de ese desasosiego.
Piper jamás se había imaginado a su mejor amigo diciéndole semejantes cosas. Jamás había imaginado que podía desearla. ¿Cómo era posible que no se hubiese dado cuenta?
–Entonces, ¿qué hacemos hablando? –le preguntó–. Haz lo que quieras hacer, vaquero.
Su sonrisa la derritió y Piper enterró los dedos en su pelo y lo besó.
Separados solo por la ropa interior, apretó las caderas contra él y le metió la lengua en la boca.
Ryan anduvo con ella en brazos hasta pegarla contra la pared.
–Lo quiero todo, Piper –murmuró contra sus labios.
Ambos habían empezado a sudar.
–Como los ventiladores no funcionan sin electricidad, tal vez nos vendría bien una ducha fría.
Piper sonrió.
–Dudo que eso consiga refrescarnos, pero me apetece verte desnudo y mojado.
Él se echó a reír.
La dejó en el suelo y Piper se quitó las braguitas y se desabrochó el sujetador y lo tiró al suelo. Cuando levantó la vista, Ryan la estaba mirando como si fuese la primera vez que la veía.
–No puedo desearte más…
–Pues hazme tuya, Ryan. No tengo miedo. Sé que una vez no va a ser suficiente, y no sé si voy a poder ir despacio.
–Si supieses lo que quiero, te preocuparías.
–Te conozco a la perfección y no hay nada en ti que me preocupe –le contestó ella, acercándose más–. Y, si te callases, podría conocerte todavía un poco más.
Ryan la tomó en volandas y entró con ella en el cuarto de baño, la llevó hasta la ducha y abrió el grifo. Se metió debajo y Piper notó cómo el agua corría por su cuerpo. Luego alargó las manos y se quitó la goma que le sujetaba el pelo.
Cerró los ojos y disfrutó del momento. Se sentía cómoda. De hecho, nunca se había sentido mejor.
Ryan se agachó mientras le acariciaba los pechos, se puso de rodillas y le besó el vientre.
–Nunca había visto nada tan bonito –le dijo, mirándola–. Me quedaría eternamente arrodillado por ti, Piper.
Ella se preguntó por qué tenía que decirle esas cosas. No quería que Ryan le hablase del futuro. Aquello era solo sexo. Ni más ni menos. No sabía si aquello iba a funcionar y no quería más complicaciones. Por el momento, solo quería concentrarse en que estaba a punto de hacer el amor con Ryan.
Antes de que le diese tiempo a hablar, él volvió a besarla en el estómago, le acarició la cintura y las caderas. El instinto hizo que Piper separase las piernas y apoyase las manos en los hombros mojados de él.
Ryan le besó el ombligo y siguió bajando hasta la parte más íntima de su cuerpo. La agarró con fuerza por las caderas y besó la parte interior de sus muslos muy despacio.
Piper bajó la vista y solo de pensar en lo que Ryan estaba a punto de hacer se excitó todavía más. Aquello era todavía más íntimo que hacer el amor y ella no iba a impedírselo. Había perdido el control de la situación, tal vez jamás lo hubiese tenido. Ryan la tenía en la palma de la mano.
Notó su lengua entre las piernas y le temblaron las rodillas, pero él la agarró todavía con más fuerza mientras le hacía el amor con la boca.
Piper se apoyó en la pared. Necesitaba más, mucho más, pero no sabía qué ni cómo pedirlo. Estaba deseando llegar al clímax y, al mismo tiempo, no quería que aquello terminase nunca. Casi no podía controlarse y quería recordar siempre aquel momento.
Como si Ryan supiese lo que necesitaba, la ayudó a apoyar un pie en el pequeño banco que había dentro de la ducha para abrirla todavía más a él y hacerle sentir cosas que jamás antes había sentido.
Piper no sabía lo que quería, solo quería aplacar aquel anhelo que la consumía.
Ryan metió un dedo en su sexo y… sí. Hizo que se sintiese mucho mejor. Piper apretó las caderas contra él, notó que se tensaba todo su cuerpo y después explotaba por dentro. Ryan siguió acariciándola hasta que dejó de temblar.
–Eres la mujer más sexy que he visto –le dijo, poniéndose en pie y apretando la erección contra su cuerpo–. No puedo esperar más, Piper. Te necesito, ahora. Ya iremos despacio más tarde.
«Más tarde». A Piper le gustó oír aquello. No quería que aquella noche se terminase nunca.
Ryan la besó en el hombro, subió por su cuello y después bajó hasta tomar uno de sus pezones con la boca. No supo qué más tenía en mente Ryan, pero ella seguía excitada y no sabía cuánto tiempo más iba a tener que esperar.
Así que se dijo que había llegado el momento de tomar el control.
Lo empujó hacia atrás y sonrió. Hizo que se sentase en el banco y se colocó a horcajadas encima de él.
–Creo que podría llegar a acostumbrarme a las vistas que tengo desde aquí –comentó él.
Piper se echó a reír.
–¿Tienes obsesión por los pechos?
–Soy un hombre.
Piper empezó a enterrarse en él, pero Ryan la agarró por la cintura para detenerla.
–¿Un preservativo? –le preguntó.
Ella cerró los ojos y gimió.
–No tengo.
–Yo nunca lo he hecho sin protección y estoy sano.
–Lo mismo que yo –respondió ella casi sin aliento–. Y tomo la píldora.
Ryan la miró a los ojos.
–Quiero sentirte. Solo una vez.
–Sí, por favor.
–Quiero recordar esto siempre, Piper. Y no quiero que tú lo olvides.
–No creo que pueda.
Piper lo besó mientras Ryan la llenaba por dentro.
–¿Estás bien? –preguntó él, apoyando la frente en la de ella.
Piper asintió y empezó a moverse, despacio al principio y más rápido después. Ryan siguió agarrándola por las caderas y bajó la boca a sus pechos. Ella apoyó las manos en la pared y se movió con más fuerza porque quería volver a explotar de placer, a la vez que él.
Cerró los ojos, se mordió el labio y gritó al llegar al clímax.
Bajo su cuerpo, Ryan se puso tenso y echó la cabeza hacia atrás. Apretó la mandíbula y Piper pensó que nunca había visto nada más glorioso que a Ryan abandonándose al placer.
Entonces apoyó la cabeza en la curva de su cuello y dejó que el agua de la ducha la relajase, porque sabía que la noche de pasión no había hecho más que empezar.