Capítulo Uno
Piper Kindred miró con incredulidad el coche deportivo de color negro. Se le encogió el corazón y sintió náuseas. No era posible.
Cielo santo. No podía ser una casualidad. El coche estaba destrozado y había cristales en la carretera, alrededor del BMW, que estaba del revés y que había chocado contra un camión.
Como paramédico, Piper había visto muchos accidentes y horribles escenas, pero nunca había sentido tanto miedo como al ver aquel coche… Era el coche de su mejor amigo, Ryan Grant.
La ambulancia acababa de detenerse cuando ella se bajó con su maletín en la mano y echó a correr. Era noviembre y el sol le calentó la espalda mientras se acercaba al lugar del accidente.
El médico que había en ella estaba deseando atender a las víctimas, la mujer que era tenía miedo de lo que iba a encontrarse.
Una vez más cerca, clavó la vista en el interior del vehículo y se sintió aliviada al verlo vacío. Ryan no se había quedado atrapado en él, pero ¿cuál sería el alcance de sus heridas?
Oyó las sirenas de las ambulancias, la policía y los bomberos a su alrededor y buscó a Ryan con la mirada, esperando verlo sentado en la parte trasera de una ambulancia con una placa de hielo en la cabeza, pero su deber era asistir a quien la necesitase… no buscar a las personas que eran más importantes para ella.
Se aproximó al camión, alrededor del cual había más policías, y vio a un grupo de hispanos desaliñados, con cortes y hematomas, y no pudo evitar preguntarse qué estaban haciendo allí.
No obstante, se acercó al grupo de mujeres y hombres. Algunos estaban llorando, otros tenían la cabeza agachada y gritaban palabras que ella no pudo entender, aunque era evidente que estaban asustados y enfadados.
Piper pasó junto a dos policías uniformados y oyó las palabras «ilegal» y «FBI». Y supo que aquello era algo más que un desafortunado accidente.
Un segundo después oyó a otro policía preguntarse cómo era posible que hubiese tantos polizones en aquel camión, pero Piper se dijo que su trabajo era solo atender a los heridos.
–¿Dónde puedo ayudar? –le preguntó a otro paramédico que le estaba examinando la pierna a un hombre.
–El conductor del camión estaba muy afectado –respondió él–. Está sentado en la parte trasera de un coche patrulla. No tiene heridas visibles, pero sí las pupilas dilatadas y ha dicho que le dolía la espalda. Al parecer, no tenía ni idea de que llevaba en el camión a inmigrantes ilegales.
Piper asintió, agarró su maletín con fuerza y fue hacia el coche patrulla que había más cerca del camión.
–Juro que no sabía lo que llevaba en el camión. Por favor, tiene que creerme –le rogaba el camionero a un agente–. Iba conduciendo y ese coche ha aparecido de repente, no le he visto.
A juzgar por sus palabras, el hombre era completamente inocente. En cualquier caso, lo único que Piper tenía que hacer era ver si había que mandarlo al hospital, o si podía seguir allí, siendo interrogado.
–Disculpe, agente, ¿puedo examinarlo? –preguntó ella–. Tengo entendido que le dolía la espalda.
El agente asintió, pero no se alejó mucho. Piper estaba acostumbrada a trabajar codo a codo con la policía y esta siempre le había permitido hacer su trabajo.
Se inclinó hacia delante y vio a un hombre de mediana edad, de vientre prominente, vestido con unos vaqueros desgastados, con bigote y barba y los dedos manchados de nicotina.
–Señor, me llamo Piper y soy paramédico. Me han dicho que le duele la espalda. ¿Puede ponerse de pie?
Él asintió y salió del coche haciendo un gesto de dolor y tocándose la espalda. Piper no supo si el dolor era real o si el hombre solo quería dar pena al agente de policía, pero, una vez más, no estaba allí para juzgar nada de eso.
–Venga por aquí y le instalaremos en una ambulancia. Tal vez quiera ir a un hospital de todos modos, para asegurarse de que todo está bien; por ahora, voy a tomar sus constantes vitales.
–Gracias, señora.
Piper guio al hombre hasta la ambulancia más cercana mientras buscaba a Ryan con la mirada. Se preguntó si ya se lo habrían llevado al hospital y si estaría herido de gravedad. La incertidumbre la estaba matando.
Le reconfortó saber que no habían enviado un helicóptero medicalizado, lo que significaba que ningún herido estaba demasiado grave.
Piper estaba ayudando al camionero a entrar en una ambulancia vacía cuando llegó otra. Junto con el personal que había en ella, volvió hacia el grupo de heridos para ayudar.
Y se quedó de piedra al ver entre ellos un rostro y unos ojos conocidos.
¿Cómo era posible…?
–¿Alex? –dijo en un susurro, para sí misma.
Echó a correr y se detuvo junto a Alex Santiago. Dejó caer el maletín a sus pies y contuvo el aliento.
¿De verdad tenía ante sí al hombre que había desaparecido varios meses antes sin dejar ningún rastro? ¿De verdad era él?
El hombre la miró, utilizando la mano para protegerse los ojos del sol.
Era él. Llevaba el pelo sucio y despeinado, y tenía barba, lo que quería decir que llevaba tiempo sin afeitarse, pero seguía siendo Alex… El hombre que había desaparecido de Royal, Texas, hacía meses.
El hombre que todo el mundo pensaba que se había visto envuelto en un juego sucio, que tal vez había sido traicionado por su mejor amigo. Allí estaba, vivo.
–Alex, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Dónde has estado? –le preguntó, viendo que tenía un bulto a un lado de la cabeza.
–Te confundes –le dijo él, tocándose el bulto y haciendo una mueca de dolor–. Yo no me llamo Alex.
Ella le puso una mano en la cabeza y lo miró a los ojos. Conocía bien a su amigo, aunque hiciese meses que no lo veía.
Lo miró mejor. Por supuesto que era Alex. Aunque tal vez se hubiese dado un golpe en la cabeza y no se acordase de quién era. En cualquier caso, lo importante era que estaba vivo.
–Te llamas Alex Santiago –le aseguró ella mirándolo a los ojos y esperando a que él la reconociese.
Él arqueó las cejas y negó lentamente con la cabeza.
–Nunca he oído ese nombre.
–Entonces, ¿cómo te llaman? –le preguntó, cada vez más preocupada.
Alex la miró a los ojos, separó los labios, los volvió a apretar y suspiró.
–No… me acuerdo. No tiene sentido. ¿Cómo es posible que no sepa cómo me llamo?
–Te has dado un golpe en la cabeza –le recordó ella, viendo que se agarraba una mano con la otra–. Y tal vez te hayas roto la muñeca.
Él bajó la vista y se limitó a asentir.
–Te llevaré a una ambulancia, a ver qué dicen los médicos cuando llegues al hospital –le dijo en tono amable–. Estoy segura de que pronto recordarás que eres Alex Santiago. Yo soy Piper Kindred y éramos amigos. ¿Puedes decirme al menos qué hacías en ese camión?
Piper tomó su maletín, ayudó a levantarse a Alex y le puso un brazo alrededor de la cintura para ayudarlo a andar.
–Despacio –añadió–. No hay prisa. Vamos a esa ambulancia. ¿Puedes andar?
–Sí, estoy bien.
Ella sabía que no estaba bien, así que siguió ayudándolo hasta llegar a la ambulancia.
–Túmbate en esa camilla –le indicó–. ¿Sabes dónde estás?
Él la miró, pero no respondió.
–¿Nos vamos? –le preguntó otro paramédico después de unos segundos.
Ella pensó que no iba a ir a ninguna parte hasta que no supiese qué había sido de Ryan.
–Lleváoslo. Ha perdido la memoria y no se acuerda de su nombre, pero decid en el hospital que es Alex Santiago y que llevaba varios meses desaparecido. Yo informaré a la policía.
Luego volvió a mirar a Alex y sonrió.
–Ya estás en buenas manos, Alex. Sé que te sientes confundido, pero iré a verte al hospital lo antes posible.
Él se tumbó en la camilla sin dejar de sujetarse la mano. Piper cerró las puertas y dio un golpe en la chapa para que el conductor supiese que podía arrancar.
Como ya había suficiente personal en el lugar del accidente, ella decidió que podía dedicarse a buscar a Ryan.
Después de unos desesperantes minutos, por fin lo vio sentado en la cuneta, al otro lado del camión. Notó que le temblaban las rodillas del alivio al verlo de una pieza. Estaba bastante lejos de su coche, así que supuso que la policía le había dicho que se quedase allí.
No obstante, supo que una cosa era su aspecto exterior, y otra cómo se encontrase de verdad, ya que en ocasiones había graves lesiones internas.
Piper pensó que tenía que examinarlo y también que contarle el sorprendente descubrimiento que acababa de realizar.
Alex Santiago estaba vivo. Su amigo, que había estado desaparecido durante varios meses, estaba vivo e iba de camino al hospital de Royal, con una muñeca rota y sin memoria, pero vivo.
Se preguntó cómo habría ido a parar a la parte trasera de un camión lleno de inmigrantes ilegales. En cualquier caso, estaba segura de que, en esos momentos, Alex debía de estar asustado y confundido.
Se acercó más a Ryan y se dio cuenta de que se estaba tocando un costado. Un agente le estaba tomando declaración y asentía mientras Ryan hablaba. Piper siguió andando, pero se quedó a unos pasos de distancia y esperó a que terminasen.
Se dio cuenta de que Ryan tenía un cardenal sobre la ceja derecha y vio que estaba todavía más despeinado de lo habitual y sintió ganas de abrazarlo con fuerza, aunque supo que su amigo se reiría de ella si se ponía sentimental en esos momentos.
Lo había visto competir en los rodeos muchas veces. Lo había visto caer al suelo y darse golpes, pero nunca había sentido tanto miedo como al ver su coche destrozado.
El policía se apartó y Piper se acercó con piernas temblorosas.
Ryan la miró a los ojos y sonrió de medio lado.
–Hola, pelirroja.
Tenía una sonrisa capaz de derretir a cualquier mujer, pero Ryan era su amigo, así que Piper nunca se había derretido por él, aunque no estuviese ciega y supiese que era el mejor vaquero y el más sexy del mundo.
Tenía el pelo moreno y solía llevar un sombrero de vaquero negro, y los ojos muy azules. Sí, era un vaquero muy guapo.
–Tienen que examinarte –le informó ella, recorriéndolo con la mirada–. Y no voy a aceptar un «no» por respuesta.
–Solo estoy un poco dolorido –respondió él, tomando una de las temblorosas manos de Piper y apretándosela–. Te veo tensa. Estoy bien, Piper.
–Van a tener que examinarte y, además, vas a querer ir al hospital cuando te diga a quién acabo de ver.
Ryan se encogió de hombros y se volvió a tocar el costado dolorido.
–¿A quién?
Piper clavó la vista en sus costillas.
–Si no te has roto las costillas, estarán agrietadas, así que vas a ir derecho a hacerte una radiografía, grandullón.
–¿A quién has visto? –insistió él.
Piper se puso seria, se acercó más y respondió:
–A Alex.
–¿A Alex? –repitió Ryan, asombrado–. ¿Alex Santiago?
Ella asintió.
–Iba en la parte trasera del camión.
–Piper… –empezó él, como si pensase que era ella la que se había dado un golpe en la cabeza–. ¿Alex iba en el camión?
Ella se limitó a asentir, se cruzó de brazos y lo retó en silencio a que le llevase la contraria.
–¿Y cómo demonios ha ido a parar allí?
Piper señaló con la cabeza hacia otra ambulancia y ayudó a Ryan a llegar a ella.
–No se acuerda.
Sin dejar de tocarse el costado, Ryan subió a la parte trasera del vehículo.
–¿No se acuerda de cómo ha ido a parar al camión?
–No se acuerda de nada –respondió ella en un susurro–. Ni siquiera sabía cómo se llamaba. No me ha reconocido.
–No me digas –comentó Ryan–. ¿Tiene amnesia?
Piper se encogió de hombros.
–Sinceramente, no lo sé. Tenía un buen golpe en la cabeza, pero podría deberse al accidente. Va de camino al hospital. Y nosotros deberíamos hacer lo mismo, por diversas razones.
–Yo estoy bien, pero voy a hacerte caso solo porque quiero ver a Alex con mis propios ojos.
Piper lo miró fijamente como si pudiese ver más allá de la superficie y hacer un diagnóstico oficial.
–¿Estás bien? –le preguntó él–. Estás un poco pálida.
Piper lo miró a los ojos y sonrió.
–Estoy bien. Y, si los médicos te dan el alta hoy mismo, te voy a dar una patada en el trasero por haberme dado semejante susto.
Ryan le dedicó una de sus características y amplias sonrisas.
–Esa es mi Piper. Venga, vamos al hospital.
–Una cosa, Ryan –añadió ella, sujetándolo del brazo antes de que subiese a la parte trasera de la ambulancia–. ¿Y Cara? Alguien tiene que llamarla.
Piper no podía ni imaginarse cómo iba a reaccionar la prometida de Alex, Cara Windsor, cuando se enterase de que estaba vivo. Ella misma estaba sorprendida y emocionada, pero también preocupada por el alcance de su pérdida de memoria.
–Antes, vamos a ver qué dicen los médicos –sugirió Ryan–. No podemos permitir que Cara llegue al hospital corriendo, histérica. Antes tenemos que prepararla y necesitamos información concreta.
Piper asintió.
–Estoy de acuerdo. Vamos al hospital. Y mientras a ti te examinan, yo me informaré acerca del estado de Alex.
–Pelirroja…
Ella levantó una mano.
–Todavía tengo el corazón acelerado después de no saber si estabas bien o no, así que eso me da derecho a hacer caso omiso de todo lo que me digas. Entra en la ambulancia y vámonos.