Epílogo
Luke
Sophie aún no lo sabe, pero hoy es nuestro quinto aniversario. Hace cinco años, un día como hoy, cogí el camino equivocado que me cambió la vida. Había obras en la calle Walnut, así que me desvié y no hice mi parada habitual en Starbucks. Divisé el Estimúlame y paré por capricho, desesperado por un chute de cafeína antes de ir a la clínica.
No tenía razón alguna para volver la semana siguiente. O la siguiente. Semanas de desvíos por ninguna otra razón que no fuera echarle un vistazo a una camarera llamada Sophie. Tenía que terminarme el café en el puñetero coche todos los días porque no iba a entrar en la clínica de estudiantes con un vaso que tenía el nombre del Estimúlame estampado.
Nunca tuve la intención de empezar nada con ella. Sabía que era joven. Suponía que al menos ya se había graduado, pero seguía siendo demasiado joven para mí. Al principio no era nada más que un subidón para mi ego inofensivo: observar como sus pupilas se dilataban cuando yo hablaba, como se le enrojecían las mejillas al darme el café y como seguía mi reflejo en el cristal con los ojos cada vez que entraba a la cafetería por las mañanas.
Poco a poco empecé a preguntarme: ¿Por qué no ella? Podría llevarla a cenar. Follármela. Acabar con este deseo. Pero, joder, parecía el tipo de chica que necesitaría que la llamaran al día siguiente. Parecía el tipo de chica que tendría elegidos nombres de bebés y escribiría «señora Miller» en trozos de papel. Parecía aterradora.
Sin embargo, yo no tenía ni idea de lo que era algo aterrador hasta que me di cuenta de que era yo el que quería todas esas cosas y no estaba seguro de si ella también. Que quizás el pasado se estaba repitiendo. Que quizás Sophie estaría más interesada en un trabajo que en un marido e hijos, sin la certeza de poder tener ambos.
La miro; está durmiendo a mi lado. Se remueve en la cama debido al sol matutino que se filtra por la ventana. No tenemos mucho tiempo antes de que se despierten las niñas y comience el día. Me acerco y trazo un camino de besos desde su mandíbula hasta su pecho.
—Mmm, buenos días a usted también, doctor Miller. Dime que has echado el pestillo —suplica.
Le suelto el pezón que tenía entre los dientes antes de responder.
—Echado, y aún están durmiendo. —Le separo las piernas y me coloco entre ellas mientras le beso el vientre—. De acuerdo con la hora que es, deberíamos tener al menos veinte minutos.
Se ríe.
—¿Recuerdas cuando teníamos todo el día?
—Sí. —Sonrío.
—Echo de menos los maratones, pero me gusta lo creativo que puedes ser con un límite de tiempo.
—¿Te gusta?
—Ajá.
—A mí me gusta cuando vienes a visitarme al hospital después de dejar a las niñas en la guardería.
—¿Crees que somos malos padres? ¿Los otros padres usan la guardería para hacer un hueco para follar?
—Si no lo hacen, deberían.
—Una cosa era cuando no podían caminar, pero ahora son unos terremotos.
Hago una pausa y levanto la cabeza.
—¿No quieres otro?
—¡Tenemos dos! —exclama—. ¡Tienen menos de cinco años! Christine acaba de terminar preescolar, y Alessandra por fin ha dejado de utilizar pañales.
—Bueno, quizás cambies de opinión. —Levanto una ceja en su dirección.
—Espera un momento. —Se sienta y se aleja de mí—. Espera, espera, espera. —Me mira con el ceño fruncido—. ¿Crees que estoy embarazada?
—Tienes un retraso de tres días.
—Y tú estás insoportable desde hace tres días.
—Me encanta que tus insultos no tengan ningún sentido cuando estás nerviosa.
Estiro la mano hacia su gemelo para acercarla a mí de nuevo, pero ella la esquiva y coge el teléfono de la mesilla de noche. Espero pacientemente mientras busca la aplicación con la que controla su menstruación.
—¿Cómo lo sabes? —Frunce el ceño—. ¡Ni siquiera tienes la aplicación!
—Los tests de embarazo están debajo del lavabo —grito mientras ella sale atropelladamente hacia el baño—. Puedo hacerte un análisis de sangre esta semana cuando te pases a por sexo en el despacho.
—Gracias, cariño, muy conveniente —responde con sarcasmo, y yo solo me río.
Oigo cómo el palito golpea la papelera antes de que ella salga del baño con un suspiro que no va en serio. Sonrío y doblo el dedo, haciéndole señas para que vuelva a la cama para terminar lo que empezamos. Algo golpea la puerta, y el pomo se mueve de un lado a otro.
—¿Mami?
Sophie se desanima.
—Y así se desvanece nuestra oportunidad de practicar sexo matutino. Hasta la próxima década.
—Solo un minuto —grito a la que sea de las niñas que está en el pasillo—. Tú —le digo a Sophie— vuelve a la cama. Dame cinco minutos. Les daré algo de comer, les pondré una película de Disney y enseguida vuelvo.
Ella reprime una sonrisa.
—¿Vas a distraer a nuestras hijas para que podamos acostarnos? ¿Seguro que no me he equivocado contigo?
FIN