Capítulo 21
Vamos a un outlet, y dejadme deciros que resulta muy divertido ir de compras en busca de cosas baratas con Luke. Le pregunto si podemos comprar un árbol de Navidad, y se queda un poco desconcertado, pero acepta. Además, cuando menciono mientras miramos los árboles con luces integradas de los grandes almacenes que nunca he tenido un árbol de verdad porque mi abuelo es alérgico, Luke se queda mirándome un momento y escudriña mi cara, como si me estuviera imaginando de pequeña. Entonces saca el móvil y hace una llamada. Para cuando terminamos de comprar, hay un abeto de tres metros con una sarta de luces en el salón de su piso.
Luke me dice que escoja «lo que sea que necesite un árbol», pero me niego y solo accedo a elegir el decorado una vez que admite que prefiere el azul y que los adornos de elfos son graciosos. Eso me lleva a descubrir que nunca ha visto la película navideña Elf.
Mientras Luke va en busca del DVD, yo registro la sección navideña y cojo todos los adornos azules y los elfos que creo que le gustarán a Luke. Él vuelve con un montón de cosas y lo deja caer en el carrito como un niño con la tarjeta negra de American Express. Luego me da un azote en el culo en medio del pasillo y me pregunta qué más podemos comprar en el outlet.
Me río y le pregunto dónde compra la comida y el papel higiénico si no va al supermercado, y dice que la señora Gieger se encarga de todo eso. Lo miro con cara de póker, pues no tengo ni idea de quién es la señora Gieger, hasta que me informa de que tiene una asistenta que pasa por el piso durante la semana. Por lo visto, hace de todo: comprar, hacer la colada, ir a la tintorería, limpiar, cambiar las sábanas, vaciar el lavavajillas… Todo. La gente rica es rara.
Volvemos al piso de Luke con bolsas llenas de cosas y, cuando me detengo a observar el tamaño de su coche, me alegro de que haya pedido que le llevaran el árbol. No creo que los ingenieros de Mercedes tuvieran en mente un árbol de Navidad mientras diseñaban el S63.
Sacarlo todo de las bolsas resulta hasta más divertido. Las llevamos a la cocina y empezamos a descargar, pero yo no paro de encontrar cosas que no son adornos.
—¿Compraste calcetines con rayas rojas y blancas y dibujos de elfos? —pregunto, mientras los levanto confundida. Llegan hasta la rodilla.
—No son para mí —responde—. Te gustan los calcetines graciosos. Y la calabaza. Te gusta la calabaza.
Saca un protector labial con sabor a calabaza de una bolsa y me lo da. Me lo aplico, echo la cabeza hacia atrás y me pongo de puntillas para besarlo. Las cosas pasan a mayores rápidamente después de eso.
Antes de darme cuenta de lo que está pasando, ya no llevo el jersey puesto. Luke lo tira a la isla de granito y luego me baja la cremallera de los pantalones y tira de ellos y de mis bragas hasta que los baja hasta la mitad del muslo. Después me coge y me sienta con el culo desnudo en el borde de la isla.
Me quita los pantalones y las bragas, que caen desordenadamente en el suelo. Luke los aparta de una patada antes de bajarse los pantalones lo suficiente para sacarse la polla. Se pasa la mano a lo largo de su miembro varias veces mientras miro, deseando alargar la mano y hacerlo yo por él. Me separa las piernas, se coloca entre ellas y engancha mi muslo derecho en la curva de su codo mientras se sigue tocando con la mano derecha. Mira fijamente la raja que hay entre mis piernas y me separa los labios con los dedos.
Mi corazón se acelera y el ritmo de mi respiración aumenta. Siento el calor y la presión crecientes y la humedad que empieza a brotar de mi interior. Luke se acerca más; separo los muslos, todavía con el trasero desnudo en el borde de la isla. Me apoyo con las manos y observo a Luke colocar su glande en la entrada de mi vagina y respiro hondo, no muy segura de estar lo suficientemente húmeda para Luke. La tiene muy grande y antes de penetrarme, siempre me excita con la mano hasta que estoy muy húmeda.
Me pongo nerviosa en vano porque no me penetra, sino que, en su lugar, empieza a azotarme el coño abierto con la polla.
—Dios mío. —La escena me supera combinada con toda la sangre que me recorre. Cada uno de mis nervios está lleno de deseo. Me muerdo el labio, apoyo los codos y miro al techo.
—No. —La voz de Luke me desconcierta, y lo miro a los ojos—. Vas a mirar. —Pestañeo y acepto en un susurro antes de que él se explique—: Pon los ojos aquí, Sophie —dice, señalando el lugar donde nuestros cuerpos se conectan. Su pene se desliza arriba y abajo por mis labios separados a la vez que él se cubre con mis fluidos.
Solo puedo asentir mientras levanto los codos de la mesa y vuelvo a apoyarme sobre las manos. Ese el ángulo perfecto para mirar. Dirijo toda mi atención hacia donde él quiere, y Luke coge su miembro y lo guía hacia la abertura húmeda y expectante. Mete la punta, al descubierto, sin nada que se interponga entre nosotros. Siento como levanta la vista de ahí hacia mi cara. Yo lo miro y asiento antes de devolver mi atención a su miembro, mientras me penetra lentamente, centímetro a centímetro.
Sale casi del todo y, entonces, vuelve al interior con brusquedad, y yo gimo. No de dolor, sino de puro placer: mirar aumenta mi disfrute hedonista. Pasa el brazo derecho por debajo de mi rodilla izquierda, así que ahora estoy totalmente abierta con ambas piernas colgando de sus brazos, botando cuando me embiste.
Me gusta. Cómo me gusta. Quiero dejar caer la cabeza hacia atrás, rendirme al placer, pero Luke insiste y me recuerda que mire cada vez que desvío la mirada. Él nos mira y me mira, una y otra vez.
—Me encantan esos sonidos que haces. Creo que podría correrme solo con tu voz cuando te follo —dice Luke por encima del ruido de nuestra piel chocando y los sonidos incoherentes que emito—. Cuando estás cerca empiezas a repetir mi nombre. «Luke, Luke, Luke». Siempre estoy a punto de correrme antes de tiempo cuando te escucho, al saber que estás cerca. Al saber que yo soy el que te provoca eso.
—Eres tú, Luke. —Me falta el aliento y estoy a punto de correrme—. Siempre.
—Voy a correrme dentro de ti, Sophie. —Me levanta el muslo, cambiando el ángulo ligeramente, y me penetra—. Voy a correrme tanto dentro de ti que mi semen seguirá saliendo de tu interior durante el resto del día.
Escuchar como describe eso mientras entra y sale de mi cuerpo me lleva al límite y me corro; mi orgasmo es tan intenso que me hace daño cuando vuelve a embestirme. Luke se queda quieto un momento, enterrado dentro de mí hasta las pelotas, y luego siento que se contrae mientras gime al correrse. La sensación es diferente, más cálida, más húmeda. Es una sensación muy íntima. Es decir, el sexo siempre es íntimo, pero esto es diferente. Es como un elogio, si es que los fluidos corporales se pueden describir así.
Luke se inclina hacia delante hasta que nuestros labios se tocan, y entonces le rodeo el cuello con los brazos y lo acerco a mí mientras nos besamos. Se aparta y sale de mí. Aún tengo las piernas abiertas sobre sus codos, y él no se mueve para bajarlas. En su lugar se centra en observar cómo sale su semen de mi interior.
—Joder, qué sexy.
Me sentiría avergonzada, pero él está tan concentrado que solo hace que me ponga más cachonda. Al fin, suelta una de mis piernas, pero solo para meterme dos dedos, que se cubren de su semen, y luego los desplaza hasta mi clítoris.
—No, no. No puedo —protesto. No puede ser que esté pensando en hacer que me corra otra vez. Aún siento las contracciones del orgasmo que acabo de tener.
—Sí que puedes. —Luke me suelta la otra pierna, me desabrocha el sujetador y se agacha mientras me muerde un pezón y me toca abajo con los dedos. Por supuesto, demuestra que tiene razón cuando consigue que me corra otra vez antes de terminar del todo.
***
—Luke, ¿has comprado un elfo para colocarlo junto a la estantería? —pregunto, mientras sostengo la caja en alto.
Aún estoy sentada en la isla. Luke me acaba de limpiar con una servilleta, y estoy a punto de morir de vergüenza. Esto es mucho más caótico sin condón. He intentado quitarle la servilleta y hacerlo yo, pero él no me ha dejado.
—Lo encontré al lado de los DVD —responde, como si eso lo explicara todo—. Es un elfo.
No era una tradición en casa de mis abuelos y no me puedo imaginar que Luke sí lo hiciera.
—Creo que esto es para niños pequeños —digo, revisando la caja que contiene un cuento infantil y el muñeco de un elfo que vigila a los niños para que se porten bien hasta Navidad.
Luke se encoge de hombros y saca el folleto de un restaurante del cajón.
—¿Quieres pedir comida o bajar al Serafina?
—¡No! —suelto—. El Serafina no.
Parece confundido.
—¿No te gusta el Serafina?
—Me encanta —digo, y luego me doy cuenta de que me he arrinconado a mí misma.
No quiero admitir que me parece raro que Luke siempre me lleve a comer a un restaurante que está convenientemente situado en el vestíbulo del edificio en el que vive. Me estoy comportando como una niña. Acabamos de ir de compras en público; no es como si me estuviera escondiendo.
Luke me mira como si yo fuera a continuar. Cuando no lo hago, guarda el folleto y recoge mis bragas del suelo y me las sube hasta la mitad del muslo. Después hace lo mismo con mis pantalones y me levanta de la mesa para terminar de vestirme del todo. Hasta cierra la cremallera y me abrocha el botón, y tengo que admitir que ver como sus enormes manos me visten hace que quiera quitármelo todo otra vez.
—¿Cuál es tu restaurante favorito, Sophie? —pregunta mientras me sostiene el jersey para que meta los brazos.
—El Lombardi’s —respondo automáticamente.
—Vale —dice, y coge las llaves de la encimera—. Vamos al Lombardi’s.
—¡Luke! El Lombardi’s está a cuarenta y cinco minutos de aquí, en Hosham. Y no es a lo que estás acostumbrado; es muy informal. —Me siento muy imbécil—. El Serafina está bien. Comamos abajo.
Me acerca hacia él.
—¿No te parezco informal?
—Luke, por favor —me río—. Eres la persona menos informal que conozco.
—Mmm, quizás —murmura contra mi pelo—. No siento que lo nuestro sea informal —dice, mientras me besa la coronilla—. Así que quizás la formalidad no sea tan mala.
¿Qué me está haciendo este tío?