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EL VÍDEO «COLLATERAL MURDER»
Tras un breve período de viajes, entre los cuales quiero destacar una visita a Oslo para pronunciar una conferencia, en marzo de 2010 regresamos a Islandia y alquilamos allí una casa. Quienes nos la arrendaron creían que habíamos ido a la isla para ver los volcanes: era nuestra tapadera, y permitía explicar fácilmente que lleváramos encima tantos ordenadores y equipo de vídeo. El motivo real, sin embargo, era aquel vídeo de Bagdad. Habíamos llegado a la conclusión de que era la filtración más importante de la historia de WikiLeaks hasta esa fecha, y era necesario someterlo a un riguroso análisis, entenderlo bien y dejarlo listo para su difusión. Yo quería que lo viese el mundo entero. Porque era importantísimo, tanto para nuestra comprensión de aquella guerra en general como para que todos pudiésemos captar desde el punto de vista ético en qué se había convertido la guerra de Irak, y qué impacto estaba teniendo en la vida cotidiana de la gente.
La casa alquilada se convirtió en una guarida. Estaba llena de tazas de café, cables de ordenador, tabletas de chocolate, los escombros de unas vidas agitadas. Vino a vernos un periodista que había recibido un encargo de The New York Times para escribir una crónica, y supo captar muy bien el caos y la falta de sueño. Durante semanas no dejé de trabajar con el ordenador casi ni un momento. Pedí que alguien me cortara el cabello mientras yo seguía trabajando en mi terminal, siempre contrarreloj, avanzando en la edición de aquel vídeo en el que debíamos hacer lo posible por reducir al mínimo el ruido estático, los zumbidos, a fin de que la versión final fuera lo más nítida posible. Entraba y salía gente de la habitación, todo el mundo dando ideas, soltando exclamaciones, llorando. Nada de lo que habíamos hecho anteriormente en diversos lugares del mundo, por enloquecido que fuese el ritmo, podía compararse con la preparación del vídeo «Collateral Murder», que es el título que le pusimos finalmente. Mi reputación como adicto al trabajo poco partidario de pasar con frecuencia por la ducha debió de comenzar en ese momento; era inevitable, había muchísimo que hacer, y teníamos la impresión de que esta nueva filtración serviría, más que ninguna otra, para que los ciudadanos de todo el mundo captaran la realidad de esa guerra terrible, y de este modo podía contribuir a precipitar el final de esa invasión espantosa.
El vídeo ha sido visto hasta la fecha más de once millones de veces en YouTube, y por muchos más millones de personas a través de la televisión. Se ha convertido en uno de los documentos más famosos de nuestro tiempo. Pero cuando vi esas imágenes por vez primera no estaba del todo claro qué era lo que mostraban. La imagen estaba llena de imperfecciones, la secuencia carecía de tensión narrativa y no producía suficiente impacto, y ello a pesar de que lo que mostraba era verdaderamente desolador. Investigué a fondo mientras avanzaba en el trabajo, averigüé quiénes eran las personas que aparecían en el vídeo, cuándo fue grabado, desde que ángulos, y cómo había conseguido reconstruir la historia de ese asesinato múltiple a plena luz del día. Dividimos el vídeo en tres partes para comprender mejor la secuencia de los hechos. Fue un trabajo que había que ir haciendo muy despacio, pero que al propio tiempo resultaba hipnótico y aleccionador. Cuando terminamos del todo, el vídeo mostraba, más allá de toda duda, a doce hombres —dos de los cuales eran periodistas de la Reuters, y que no hacían más que cumplir con su trabajo, como todos los demás— que eran acribillados y hechos picadillo por las ráfagas de balas de 35 mm disparadas por un helicóptero Apache de Estados Unidos. Me costó bastante tiempo averiguar quiénes eran los implicados en la matanza inicial, y después comprobar que los dos que habían sobrevivido a ese primer ataque, aunque sólo para ser después asesinados individualmente, eran dos periodistas de Reuters. Mi colega Ingi Ragnar Ingason fue quien, al inspeccionar más detenidamente las imágenes, se dio cuenta de que en la furgoneta que se acerca tras el primer ataque a recoger a uno de los heridos, y que acaba siendo volada en pedazos por otra ráfaga del helicóptero, había dos niños. Imágenes grabadas posteriormente muestran a tropas de la infantería norteamericana llevándose de allí a los dos niños.
Un equipo completo estuvo trabajando en este material. Kristinn Hrafnsson se encargó de la investigación y trató de averiguar qué les había pasado a esos dos niños que salían al final del vídeo. Birgitta estuvo a nuestro lado de principio a fin, asesorándonos y actuando como caja de resonancia de todo cuanto iba apareciendo con claridad en nuestro montaje del vídeo. Ingi hizo la edición de las imágenes, y su trabajo consistió en quitar del montaje definitivo lo que parecía carente de interés o de calidad irrecuperable, mientras que Gudmundur Gudmudsson trabajó en la edición del sonido. El productor ejecutivo fue Rop Gonggrijp, que se encargó de los gastos e hizo posible todo ese trabajo, mientras que Smári McCarthy organizó todos los materiales basados en la web. Daniel Domscheit-Berg, aunque seguramente él no se diera cuenta al principio, comenzó a quedarse al margen y en cierto modo ponía trabas a nuestros esfuerzos. Supongo que es inevitable que, en un grupo numeroso de personas que son esencialmente voluntarios, surjan problemas derivados de la ambición y la motivación. A Domscheit-Berg los árboles no le permitieron ver el bosque y su comportamiento fue haciéndose cada vez más intolerante. Estábamos metidos en un asunto muy importante y peligroso, y la mala voluntad que demostraba se hizo agotadora.
Una de las cosas que nos impulsaba a trabajar era nuestro conocimiento de lo poco fiables que habían sido las informaciones difundidas sobre este incidente en el momento en que se produjo. Era una buena muestra del modo en que se suele manipular la historia de acuerdo con motivaciones políticas. Hubo periodistas que, en algunas crónicas, llegaron incluso a insinuar que la furgoneta había sido destrozada por proyectiles disparados por los insurgentes. Sin embargo, el vídeo muestra de forma clara quién da la orden y cómo se produce la matanza. Hubo otros reporteros que contaron que hubo combates entre insurgentes y fuerzas aliadas, y que los periodistas de Reuters fueron víctimas del fuego cruzado. Todo eran mentiras. Pusimos al vídeo una cita de George Orwell —«el lenguaje político está diseñado de forma que haga que las mentiras parezcan verdades y los crímenes parezcan respetables, y para dar apariencia de solidez a lo que no es más que viento»— a fin de demostrar de qué manera se usa el lenguaje político para justificar un caso de asesinatos que son consecuencia de la falta de escrúpulos. Los hechos no se podían calificar de otra manera, y aunque sabíamos que iba a provocar una gran polémica, decidimos titular el vídeo con las palabras «Collateral Murder», porque eran fieles a las pruebas presentadas.
La tormenta mediática que estalló por culpa del título me pareció sorprendente y deprimente, aun a sabiendas de que gran parte de los medios occidentales tienden a aceptar la línea informativa oficial del gobierno de Estados Unidos. Esos medios suelen hincharse tanto considerando lo importantísimos que son, que en el caso del vídeo creyeron oportuno no discutir su contenido sino enzarzarse en una polémica en torno al título. Una gran parte de los medios de comunicación convencionales cree que para mantener una actitud «equilibrada» hay que poner en el mismo nivel la verdad por un lado, y las mentiras oficiales por otro, y confunden la actitud solemne con la que un portavoz se dirige a una cámara de televisión con los imperativos morales que deberían gobernar la información. En cierta ocasión Paul Krugman bromeó diciendo que si un partido declarase que la Tierra es plana, el titular de la prensa diría: «Contraste de opiniones sobre la forma del planeta». A fin de dar una impresión más cruda de lo que ocurrió en Irak, nuestra versión «editada» del vídeo mostraba los primeros once minutos sin ninguna clase de trabajo de edición. Subimos a la web collateralmurder.net la versión editada al lado mismo de la versión completa, que duraba cuarenta minutos. Y bien, queridos colegas de la CNN, ¿qué pasa con vosotros? ¿Tendríamos que haberlo titulado «Encubrimiento colateral» y os hubierais quedado más tranquilos?
He visto ese vídeo cientos de veces y, sin embargo, cada vez que lo veo de nuevo se me altera la sangre al contemplar los disparos contra esos críos. Cualquier poder no sometido a ningún control es una encarnación del mal, y por eso he sentido siempre la responsabilidad moral de poner al descubierto a los cabrones que cometen toda clase de tropelías. En cierto sentido, los cabrones no eran sólo, en este caso, los militares norteamericanos que lanzaron ese ataque, sino también los periodistas a los que les pareció oportuno trabajar codo a codo con ellos para encubrirlo. Puede que los jóvenes que iban en aquel helicóptero también sean víctimas; víctimas de una cultura militar descontrolada; y de hecho notas en sus voces el «ansia» de matar. Era efectivamente cierto que una de las que pronto serían sus víctimas llevaba un RPG (un lanzagranadas), pero en sus prisas por construir la idea de que estaban siendo víctimas de graves amenazas, los militares del helicóptero confundieron la cámara del fotógrafo de Reuters con otro lanzagranadas. La precipitación con la que juzgan la realidad estos soldados es obscena en sí misma, sobre todo cuando escuchas la voz frenética y suplicante del artillero, que no es capaz de entender por qué razón, en una situación así, habría que tomar ninguna clase de precauciones antes de disparar. «Venga, tío, lo único que has de hacer es coger un arma», les dicen a los civiles que caminan por la calle. «Dame una excusa», insisten. Y de esta forma, en cuestión de minutos, pasamos de una situación de amenaza de bajo nivel a una verdadera matanza. El vídeo proporciona una muestra al desnudo de la necesidad irreprimible de «contacto» que las guerras provocan en sus protagonistas. Las imágenes y los sonidos se parecen mucho a los de un videojuego, y eso se debe a que ésta es la forma en que se ha configurado la moral de los soldados atacantes. Que se comportan como si disparasen contra unos facinerosos digitales.
Decidimos lanzar la filtración del vídeo en una rueda de prensa que iba a celebrarse en Washington el 5 de abril de 2010. Eso nos daba otros diez días para que Kristinn e Ingi fueran a Bagdad y localizaran allí a las familias de las víctimas. En ocasiones, a altas horas de la noche, salíamos de la casa islandesa para respirar hondo el aire frío, para inspirar profundamente el aroma a azufre que flota en la atmósfera de Islandia, y en esos momentos relajados me preguntaba cómo diablos íbamos a ser capaces de tenerlo todo a punto en tan poquísimo tiempo. Me separaban muchas campañas y muchos kilómetros, y también muchos años de aquel chico que se quedaba la noche entera despierto colándose en los sistemas informáticos de todo el mundo. Con la punzada de hielo del aire, y la fecha límite de Washington pisándonos los talones, parecía que, al mismo tiempo, todo hubiese cambiado, y todo fuese igual que en aquel entonces. En el último instante Kristinn logró la ayuda del Ministerio de Asuntos Exteriores islandés, y de repente salieron rumbo a Bagdad. Un contacto que consiguieron a través de Reuters les permitió llegar al barrio de Al Amin, la zona de la ciudad donde se había producido la matanza, y que era un barrio controlado por el ejército de Mahdi. El mismo día en que yo tenía que tomar el avión que me llevaría a Washington nos llegó la noticia desde Irak: Ingi y Kristinn habían logrado encontrar a los niños y al viudo de una mujer que murió cuando el helicóptero lanzó los misiles Hellfire contra un bloque de pisos, justo después de haber disparado y provocado la masacre en la calle.
Llegamos por los pelos a Estados Unidos y al Club de Prensa de Washington. Era media mañana y la sala de prensa se encontraba atestada de periodistas. Les proyectamos el vídeo, y el efecto fue inmediato. Algunos de los presentes lloraban al terminar. No se trataba, evidentemente, de una revelación cualquiera. Los presentes eran gente endurecida por la vida y su trabajo, pero incluso así se emocionaron al ver esas imágenes de la brutalidad sancionada por la guerra que hasta ese momento habían sido mantenidas en secreto. De todos modos, cuando llegaron las preguntas fueron por desgracia lo de siempre: decepcionantes. Muchas de las personas que cubren los temas internacionales en Washington son, por decirlo pronto y mal, unos necios. A menudo no saben absolutamente nada de los asuntos ni de las culturas acerca de las cuales informan. Los más veteranos acostumbran a hacerse los enterados, fingen ser unos tipos que ya han visto demasiado para que nada pueda sorprenderlos. Son gente por lo general muy pesimista, y probablemente deberían avergonzarse de la tremenda ignorancia y la horrible condescendencia con que hablan de lo que ocurre en el mundo. Pero las cosas son así. Todos le tienen tal miedo al corporativismo de la prensa norteamericana, que tirar de la alfombra que pisan los periodistas y su maldita negligencia parece una empresa imposible. No escuchan a nadie y se sentirían ofendidos si alguien sometiera a escrutinio sus prejuicios. No pienso quitarle hierro a este asunto: el vídeo les conmovió, pero casi ninguno de ellos sabía cómo obedecer a su instinto, sumando su voz al coro escandalizado que había provocado la visión de estas imágenes. Los noticiarios de la noche dieron informaciones que me parecieron inmorales. Wolf Blitzer habló en la CNN con una presentadora que se limitó a afirmar que la guerra era peligrosa, y nada más. Mostraron la primera parte del vídeo y después de los disparos cortaron la emisión, por respeto a las familias, según dijeron. Genial. Les daba vergüenza que lo viesen las familias iraquíes. El telediario de la Fox, por supuesto, lo presentó todo de forma que pareciese que los militares norteamericanos merecían que se les pidieran disculpas.
A lo largo del siguiente año tuvimos nuestros encuentros y desencuentros con los medios norteamericanos, en especial, naturalmente, con The New York Times, y tanto entonces como ahora fue siempre difícil no pensar que en su gran mayoría esos medios se ven a sí mismos como portadores de la antorcha de lo que ellos creen que son los intereses de su país. Maldicen el sufrimiento de los pueblos de las demás naciones, como si los extranjeros no tuviesen derecho a esperar que los americanos sintieran ninguna clase de simpatía por ellos cada vez que sufren malos momentos. La prensa norteamericana es capaz de hacer grandes manipulaciones a la hora de interpretar cuál es su propio papel en todas estas cuestiones, de manera que los medios convencionales consiguen siempre proyectar la idea de que están del lado del bien, y de que son siempre fieles a la bandera. No siento antipatía por Estados Unidos. Siento antipatía por lo que la actual generación de las élites política y mediática norteamericanas están haciendo, y que representa un insulto a los mejores principios y a la magnífica Constitución de ese país, y nuestro objetivo será, al igual que ocurre en relación con otros países que compiten con Estados Unidos en lo peor de esa nación, tratar de conseguir que todos ellos tengan que retirarse.
Al día siguiente de haber mostrado el vídeo «Collateral Murder» en Washington, el contraataque podía escucharse por todas partes. Y no nos fustigaban únicamente desde el Pentágono. Lo hacían desde las cloacas de San Antonio hasta los ex soñadores de la Casa Blanca. Los analistas políticos de derechas y de izquierdas se lanzaron a crucificarnos por haber mostrado al mundo entero un vídeo, un pedazo de grabación militar que hubiese hecho que cualquier país con un mínimo de orgullo hubiese sencillamente manifestado dolor ante las cosas espantosas que podían llegar a hacerse bajo su bandera. Pero no hubo humildad, nadie pidió perdón, nadie dio siquiera explicaciones. Sólo hubo ira por parte de quienes imaginan que quienes se atreven a revelar la verdad ante esta clase de situaciones deben ser considerados enemigos del Estado. Fue una respuesta paupérrima y muy primitiva ante la eclosión de la verdad periodística, y una reacción vergonzosa que traicionaba los principios fundadores que, según ellos dicen, están dispuestos a defender en cualquier rincón del mundo. Nos acusaron, por supuesto, de haber manipulado el vídeo. De haberlo editado con malicia. De haber borrado la imagen de hombres armados que supuestamente aparecían en la grabación, a fin de que todo pareciese peor de lo que en realidad fue. Era surrealista contemplar cómo la gente decía semejantes barbaridades con tanto aplomo. En realidad, lo que nos habían facilitado era un vídeo militar. Todos los ángulos de cada toma pertenecían a las posiciones de los soldados norteamericanos, toda la producción, incluidos sus valores, les pertenecía a ellos, y también eran suyos los actos cometidos, y no comprendo que pudiesen dormir por la noche tras haber negado lo ocurrido.
Hay ciertos rasgos de carácter que no resultan nada útiles para quienes nos dedicamos a este trabajo: ser hipersensible a las críticas, sin duda lo es; y la tendencia a sentir compasión de uno mismo tampoco ayuda nada; yo he tenido que luchar conmigo mismo para no sucumbir a estas tendencias. Tengo un notable control de mí mismo, pero me saca de mis casillas que el mundo se niegue a escuchar, y espero ir mejorando poco a poco e ir aprendiendo a corregir mis errores. Somos una organización aún joven, y el tipo de trabajo que hemos llevado a cabo ha hecho que los focos se proyectaran sobre nosotros de manera muy rápida. Personalmente, he tenido que aprender sobre la marcha, y me siento orgulloso de haber sido capaz de realizar ese esfuerzo. Si somos un equipo de investigación al servicio del pueblo, no debemos pensar más que en el pueblo, y entonces no importará que la reacción a la derecha y la izquierda sea tan hostil. Hacer público el vídeo de Irak era lo correcto, y no sólo era coherente con nuestra idea de cuál era nuestra misión, sino el núcleo mismo de nuestra actitud moral. Millones de personas de Irak y Afganistán han convivido durante años con esta clase de ataques aéreos, y lo que a nosotros nos parecía imperativo ante estas situaciones era que los mismos soldados, y todos los civiles, tuvieran conciencia de que todo puede salir mal. Siempre habrá gente que alzará la voz para decir: «No es más que un episodio de la guerra, las zonas bélicas no son patios de colegio, siempre acaban muriendo personas inocentes», y cosas así. Pero no es correcto que se fuerce a la gente a aceptar por las buenas esta clase de juicios. En el caso registrado por este vídeo, hubo una operación de encubrimiento y, tanto si quien la dictó fue un general de cuatro estrellas, como si se trató de un presentador de Fox News, hay que ser muy despreciable para ordenar que estos hechos sean ocultados a los ciudadanos. La guerra siempre es manipulación, y la manipulación no le hace ningún favor al pueblo del país en el que se libran las batallas; ni sirve tampoco, a los intereses de la paz a largo plazo, el hecho de que quienes ponen en marcha esa guerra estén dispuestos a librarla utilizando toda su mala fe. Llamamos la atención a Estados Unidos respecto a eso, e igual habríamos hecho con cualquier otro país, y no lo hicimos para conseguir que nuestras vidas fuesen más plácidas —de hecho, ahí comenzó un espantoso período de repercusión pública para mi persona—, sino con la idea de seguir los dictados de unos ideales de transparencia informativa y de responsabilidad sin los cuales no hay en el mundo ninguna democracia que pueda funcionar como tal. Que las fuerzas armadas de Estados Unidos se negaran a abrir una investigación oficial resulta vergonzoso desde el punto de vista de la responsabilidad moral. Pero el vídeo, al igual que sucedió con las fotos de la cárcel de Abu Ghraib, fue una pieza esencial en el puzle de la realidad de esa guerra. Y fueron esta clase de imágenes lo que finalmente hizo que la guerra terminase.
En 2008 habíamos publicado las «Normas de combate de Irak», y en aquel momento posterior reunimos estos documentos para ponerlos a disposición de quienes visitaran la web collateralmurder.net, creada inicialmente sólo para albergar el vídeo, y animamos a la gente a que además de verlo leyesen también esas normas. Los comportamientos que aconseja llevar a cabo ese documento resultan una prueba de que lo que hicieron quienes iban en el Crazy Horse, el helicóptero Apache que con tantas ganas se lanzó a segar las vidas de doce hombres y herir a dos niños; era una transgresión de esas mismas normas. «Permiso para atacar» era lo que aquellos jóvenes soldados norteamericanos trataban de conseguir fuera como fuese, y con el mismo ahínco que buscaban esa autorización se les concedió lo que pedían; sin embargo, con posterioridad a los acontecimientos los mandos militares alteraron la cronología a fin de presentar como justificable el hecho de que se iniciara el tiroteo. Los mandos dijeron que todo el problema consistió en que el fotógrafo de Reuters, Noor Aldin, se agachó en una esquina y apuntó su cámara al helicóptero para sacar una foto, y que los militares creyeron que la cámara era un lanzagranadas. Sin embargo, viendo el vídeo te das cuenta de que se pidió el permiso para disparar, y que este permiso fue concedido antes de que el fotógrafo se agache y alce la cámara para sacar la foto. De hecho, todo eso pasa cuando todavía el grupo va caminando por la calle, y la voz que pide autorización habla en un tono muy agitado. El mando militar lo tergiversó todo, y no hubo un solo periodista de televisión, radio o prensa escrita en Estados Unidos que hiciera la pregunta más sencilla: «¿Por qué?». En un escenario bélico como el de Irak, ¿por qué se precipitan a disparar sus armas estos jóvenes uniformados? ¿Qué elemento del conflicto de Irak en particular provocó que los pilotos tuviesen tantas ganas de saltarse las reglas que autorizan a abrir fuego? ¿Por qué dispararon sin hacer el menor caso de las normas de combate, de las reglas que rigen el comportamiento de los seres humanos en cualquier clase de situaciones, de las reglas que dictan actuar siempre con prudencia, y que en esta ocasión fueron ignoradas, con el resultado del asesinato de inocentes? Un programa tras otro de televisión se ocupó del asunto, y en ellos todos aquellos presentadores carentes de principios éticos y con ojos inexpresivos se negaron a cuestionar la opinión de los militares cuya voz querían presentar a los espectadores. Ni uno solo de ellos quiso comportarse como se supone que debe hacerlo un periodista.
Más adelante, cuando publicamos los diarios de guerra de Afganistán, pudimos comprobar hasta qué punto los directores de los medios norteamericanos están enganchados a la verdad oficial que emite el gobierno. Se hacen los buenos chicos y fingen lanzarse a ocupar posiciones de riesgo, alardeando de que son gente muy responsable, de que son muy honestos y de que mantienen una actitud coherente, pero de hecho comprometen su independencia periodística a cada paso. Ya llegaremos a ese momento. Entretanto, los directores de los diarios y sus periodistas especializados no hicieron nada, en este momento crucial, para comprometer la buena acogida que esperaban de la Casa Blanca la noche de la cena oficial en que el gobierno invita a los periodistas que cubren la información de la administración norteamericana. Así que se tomaron sus cócteles con los jefes de prensa del gobierno mientras madres e hijas continuaban llorando en Irak. Esta ceguera generalizada ante la verdad de lo que los militares estaban haciendo se extendió como una epidemia, como si la bondad inherente de los norteamericanos no pudiera ser puesta en duda. Y sin embargo el vídeo la pone en duda, lo hace en tiempo real y a través de lo que vieron las cámaras de las fuerzas armadas de su propio país. Los periodistas y los jefes de prensa de las diversas secretarías pasaron por una puerta giratoria empujándose unos a otros por ser los primeros en llegar a los grandes salones donde iba a celebrarse la fiesta, pero todo el que haya visto sin prejuicios el vídeo «Collateral Murder» sabe muy bien lo que esas imágenes dicen.
Los que no entienden nuestro trabajo, los que no quieren entenderlo, se precipitan a afirmar que con él podríamos poner algunas vidas en peligro. Cuando en realidad lo que nos impulsa es fundamentalmente la idea de salvar vidas. Contribuyendo, en pro del interés de los pueblos, a que las guerras terminen, proporcionando a los periodistas los medios que les permiten controlar los excesos del poder, pretendemos limitar la sed de matanzas, los deseos de lanzar escaramuzas e invasiones, y también contrarrestar las mentiras con que esas operaciones suelen defenderse ante la luz pública. En el caso de la banca, nuestro trabajo logró poner al descubierto sus peores prácticas, y de esa manera cambió de forma notable su idea de la posibilidad de que se les haga públicamente responsables de sus actividades. Y lo mismo ha ocurrido con las organizaciones militares de lugares tan alejados entre sí como Kenia y el Pentágono. Estas organizaciones necesitan confiar en la posibilidad de llevar a cabo actuaciones encubiertas que les permitan desatar toda su violencia. Nosotros, por nuestra parte, nos limitamos a difundir esas actuaciones, y luchamos constantemente por denunciar sus mentiras, para poner fin a las conspiraciones, para defender los derechos humanos y salvar vidas.
Como ejemplo de lo que antecede, hablemos de Irán. Hace ya algún tiempo que ciertos elementos neoconservadores de Washington, y sus aliados en Israel, arden en deseos de instigar una guerra contra Irán. No se trata de ningún misterio. Ha sido bien documentado por Seymour Hersh y otros periodistas a partir de fuentes fiables. Dado que muchos conflictos militares empiezan como disputas fronterizas, decidimos vigilar de cerca todo el tráfico de información que se producía allí, y nos dimos cuenta de que los buques de las armadas británica y norteamericana navegaban, literalmente, muy cerca de las aguas territoriales de Irán en toda la zona del golfo Pérsico. Las fuerzas iraníes capturaron a unos cuantos militares británicos, y la armada iraní se aproximó mucho a la flota norteamericana que patrulla esa zona. Fue algo que supimos en fechas muy tempranas, y me puse en contacto con Eric Schmitt, redactor de The New York Times, a quien hice notar que la actividad de las fuerzas armadas norteamericanas debería estar sometida a las normas de combate que nosotros habíamos filtrado. «En un capítulo centrado en el tema de las fronteras internacionales —escribió Schmitt, en un artículo que publicó su diario y que tuvo una amplia repercusión— ese documento dice que es necesario obtener la autorización del secretario norteamericano de Defensa para que las fuerzas armadas norteamericanas puedan sobrevolar o penetrar en territorio iraní o sirio. Acciones de este tipo, según ese mismo documento deja sobrentender, también requerirían probablemente la autorización del presidente George W. Bush. Ahora bien, ese mismo documento asegura que en algunos casos no hace falta esa autorización: aquellos casos en los que las fuerzas norteamericanas estuvieran persiguiendo a antiguos miembros del gobierno de Saddam o terroristas».
El gobierno de Irán respondió al artículo diciendo lo siguiente: «Las fuerzas norteamericanas en Irak no tienen derecho a perseguir a ningún sospechoso dentro del territorio iraní. Cualquier entrada en tierra iraní por parte de cualquier clase de fuerzas militares norteamericanas en persecución de sospechosos contravendría la legislación internacional y podría ser perseguida legalmente». Y subrayaba que Irán daría «respuesta adecuada a cualquier paso dado en esta dirección, a fin de defender su seguridad y su soberanía nacional». Si el lector repasa las nuevas normas publicadas tras este intercambio, comprobará que los funcionarios del Pentágono han modificado el texto a fin de hacer más improbable esta clase de polémicas. Es un sencillo ejemplo de cómo la filtración de un pequeño documento puede contribuir a cambiar las directrices políticas, y ese cambio en ocasiones puede provocar transformaciones enormes en el desarrollo de los acontecimientos. No estoy diciendo que nosotros logramos impedir que estallara una guerra con Irán, lo cual habría salvado innumerables vidas, sino que estábamos trabajando en esa dirección y que conseguimos al menos alcanzar un objetivo modesto. No ha habido una guerra contra Irán, y en parte eso se debe a que las operaciones militares encubiertas en esa zona se han interrumpido, y se han evitado ciertas incursiones peligrosísimas en el territorio iraní. Y me atrevo a decir que hemos contribuido a que haya sido así. No queremos el mérito; sólo queremos el resultado. Pero parece adecuado señalar que ninguna organización mediática del mundo entero, ninguna de las televisiones que aúllan pidiendo nuestra sangre, jamás ha prestado atención a esta clase de trabajo, que es lo que nosotros llevamos a cabo todos los días.
El vídeo de Irak estableció la pauta para muchos observadores que sólo pretendían vernos de una forma determinada, en especial entre los miembros del establishment norteamericano. Para nosotros, y seguramente para toda una nueva generación, era evidente que ese establishment atacaba a WikiLeaks y de hecho atacaba también a las nuevas tecnologías. Poco es lo que nosotros podíamos hacer en ese sentido: no somos precisamente una empresa dedicada a las relaciones públicas, y en ese campo somos bastante malos. Pero nuestro trabajo ha sido muy variado, muy coherente, sin intereses partidarios y sin apoyo de ningún gobierno, y siempre será así. Publicamos el vídeo y al día siguiente nos convertimos en gentuza, en unos tipos infames, a pesar de que la infamia no nos gusta en absoluto. Resulta más bien extraño que vivamos en un mundo en el que los intentos para garantizar la justicia y la libertad de prensa puedan ser el motivo de que se nos mire como al enemigo. Nos fuimos de Washington, pese a todos los pesares, con la sensación de haber hecho nuestro trabajo. Nada más que eso. Sin triunfalismos ni sensación de haber salido derrotados, y eso que ambas cosas eran perfectamente posibles, dado el primer impacto de nuestro vídeo y las calumnias contra nosotros que provocó su difusión.
En cualquier caso, todo aquello fue para nosotros un acicate. Resultó maravilloso ir a Berkeley (California), en donde ya no vemos a los universitarios metiendo el tallo de una flor en el cañón del arma de los militares, pero en donde ha seguido habiendo un sentimiento de cambio, de progreso, que domina toda la zona. Recordé mi infancia al notar el calor de los movimientos de amable protesta, y tuvimos la sensación de que allí sí que hablábamos ante un público que no era cautivo de nadie, sino completamente libre. Lo notamos cuando participaron conmigo en la tribuna Birgitta y Gavin MacFadyen, del Centro de Periodismo de Investigación, y hablamos de la situación de la libertad de prensa en Estados Unidos y en el mundo. Poco después nos fuimos al Foro para la Paz de Oslo, donde tras la presentación del vídeo me sentí muy reconfortado y con la sensación de ver el horizonte más despejado. «Nuestro objetivo consiste en lograr que domine en el mundo la causa de la justicia, y por eso nuestro mensaje es la defensa de la transparencia». En el contexto de los ataques que se estaban lanzando contra nosotros, y de los que se veían venir en el futuro, quise subrayar ante este auditorio que nuestro compromiso nos llevaba a funcionar al margen de las ideologías. Por eso les dije: «No somos de derechas ni de izquierdas», y lo dije muy en serio. Esta definición de nuestro trabajo, lo sabíamos, podía provocar quejas en un lado y en el otro del espectro político, pero nosotros nos salimos de los viejos esquemas, y jamás nos hemos sentido obligados a obtener los favores de ninguno de los dos lados. La historia nos enseña que ha habido operaciones de encubrimiento y de brutalidad en ambos bandos, que los han cometido tanto China y Rusia y la Libia de Gadafi como Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos. Sin embargo, hay ciertas culturas políticas que creen estar por encima de todo escrutinio. Algún día se comprenderá la razón por la cual esas culturas se sentían tan completamente inmunes a cualquier investigación legal.
Aquel viaje fue el último que hice a Estados Unidos. Comprendí sin asomo de duda que el Pentágono trataba de determinar en todo momento mi paradero, de modo que no tuve más remedio que suspender varias apariciones públicas ya concertadas en ese país. Los motivos de esta persecución de mi persona eran consecuencia de una visión estrecha de miras y paranoide de nuestro trabajo. Hasta que, justo entonces, el 26 de mayo de 2010, un soldado norteamericano perteneciente a las fuerzas norteamericanas en Irak, el soldado Bradley Manning, fue detenido como sospechoso de haber filtrado información secreta. Nuestras estructuras de denegación, que habíamos inventado unos años atrás en Australia, no permiten en absoluto saber si Manning era la fuente de alguno de los materiales que habíamos difundido. Nuestros servidores no proporcionan esta clase de información, ni siquiera yo podría obtenerla. Ahora bien, yo estaba seguro de algo: si ese soldado nos había transmitido esas informaciones, debía ser tratado como un héroe de la democracia y de la justicia, alguien que había desempeñado un papel en la salvación de vidas humanas. Aquella noche me acosté deseando que el mundo occidental no le maltratara.