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ISLANDIA
La historia del periodismo es la historia de las filtraciones. Sólo en la ficción ocurre que todo lo que pasa tiene un testigo que lo ve, el protagonista mismo de esa historia. En el mundo del periodismo es frecuente que el testigo esté ausente, de modo que tenemos que basarnos en las crónicas de la verdad que utilizan las declaraciones de los testigos como parte de la escena. En muchos casos, el buen periodismo se basa en testimonios de quienes no estaban allí donde las cosas sucedían pero que, de forma anónima o dando su nombre, filtran lo que saben. A menudo olvidamos que el periodismo corriente trabaja sobre la base de las filtraciones, y en un grado extraordinario. «De acuerdo con documentación a la que ha tenido acceso The Washington Post…». «Según declaraciones hechas ayer por un alto funcionario que prefirió ocultar su nombre…». «Fuentes próximas a esa personalidad afirman…». «Informaciones recibidas por The Daily Telegraph indican…». La verdad no llega de la mano de un único espía que nos la cuenta a nosotros, sino que con frecuencia aparece de la forma más intempestiva, o encubierta, o a través de una fuente ciega, y siempre ha sido así en la historia del periodismo. Recopilamos aquello que vemos nosotros mismos, pero también todo aquello que han visto otros y que se encuentra más allá del alcance de nuestros ojos.
De la mano de un colega de confianza, Ron Gonggrijp —fundador de una de las primeras empresas de proveedores de servicios de internet de los Países Bajos, y organizador de una veterana conferencia sobre hackers que se celebra en Amsterdam—, acepté la invitación a participar en la conferencia organizada por la asociación Hack in the Box (HITB) sobre la seguridad de los hackers que debía celebrarse en Malasia en octubre de 2009. Muchos de los participantes eran gente politizada y colaboraban activamente en los movimientos que exigían reformas en ese país. El gobierno de Mahathir, el líder del partido Barisan Nasional, llevaba un tiempo viéndose acosado por la oposición y la exigencia de cambios bajo la dirección de Anuar Ibrahim, del partido de la Justicia Popular. Como ministro de Hacienda, este mismo Ibrahim había conseguido sacar a Malasia de la anterior crisis financiera, y la revista Newsweek le había elegido «Asiático del Año» en 1998. Cuando nosotros llegamos a Kuala Lumpur, las cosas habían cambiado mucho para este líder político. Criticó duramente al primer ministro y fue condenado a seis años de cárcel, acusado de corrupción, y había una campaña de difamación constante que le acusaba de implicación en asuntos sexuales. Cuando salió de la cárcel, Ibrahim fue durante un tiempo asesor del Banco Mundial y catedrático del St. Anthony’s College de la Universidad de Oxford, y en la universidad norteamericana Johns Hopkins, entre otras instituciones. Después de ese período regresó a Malasia y ganó por aclamación las elecciones parlamentarias de 2008.
El discurso que pronuncié en la conferencia de Hack in the Box se centró en la historia de las filtraciones no autorizadas en los medios de comunicación. Como decía al principio, creo que esto constituye la columna vertebral del periodismo. Siempre me sorprende que quienes critican a WikiLeaks afirmen que nosotros no estamos al servicio de los intereses periodísticos. Y me sorprende porque, sea lo que sea lo que pueda decirse acerca de nuestro trabajo, en gran parte lo que hacemos es en cierto sentido muy obvio, algo que está dentro de la tradición de este oficio. Lo que tratamos de hacer es sencillamente sacar a la luz asuntos que ciertos poderes prefirirían que permaneciesen en la sombra. Es el lema que hubiese suscrito el diario The Times cuando realizó su cobertura de la guerra de Crimea. Fue el lema silencioso de The Washington Post durante el caso Watergate. Además, siempre he defendido que WikiLeaks debería ser una organización que trabajara asociada con los periódicos y medios establecidos, y no con intención de reemplazarlos o volverles la espalda. En esa conferencia a la que estoy refiriéndome señalé que en algún momento del futuro podía llegar a producirse la aparición de un «botón WikiLeaks» en todas las webs de las principales organizaciones de noticias, para que fuera empleado por personas en posesión de algún tipo de información. Nosotros podíamos hacernos responsables de la carga que supone la protección de las fuentes y de su defensa ante toda clase de imputaciones legales —nuestras especialidades, por así decirlo—, mientras que la organización informativa se responsabilizaba de escribir las historias y los comentarios generados por cada filtración. Ésta fue siempre nuestra idea rectora, y aunque en los años que siguieron nuestra organización acabó convirtiéndose en el blanco de muchas actitudes histéricas, volveremos a nuestros orígenes y lo haremos a pesar de que hayan aparecido otras organizaciones que, trabajando a partir de nuestras ideas, digan que lo que ellas hacen es una novedad. OpenLeaks.org utiliza ahora este concepto con el propósito de darle un golpe bajo a WikiLeaks, con lo que ha generado un desdichado jueguecito infantil que no beneficia a nadie. Permítaseme decirlo aquí de forma bien clara: en 2009, en la conferencia que di en Malasia, ya expuse la idea de la cooperación con los medios.
Era interesante ver de qué manera combinaban sus fuerzas estas dos culturas parciales en la vida moderna. Así como el mundo de los hackers en Europa o en Australia lo constituyen los hijos de las clases media y trabajadora, en Asia es más frecuente que quienes se dedican a estas actividades formen parte de alguna élite social. Pero en Malasia los grupos reformistas desean el progreso para su país, quieren que se fomente la diversidad lingüística y étnica en los niveles principales de su sociedad, rompiendo de esta manera el rígido reparto racial de la política nacional. Justo antes de nuestra llegada parecía estar produciéndose en Malasia un nuevo fenómeno: el apoyo que tenía el antiguo régimen comenzaba a menguar. En las elecciones de 2008 los antiguos partidos obtuvieron menos de la mayoría de dos tercios exigida por la ley para que puedan hacerse enmiendas a la Constitución, y eso era algo que no ocurría desde 1969. Las elecciones parciales que se celebrarían a lo largo de 2009 podían servir para iniciar un cambio de tendencia radical para el futuro del país. Una de esas elecciones parciales se celebraba, en el momento de nuestra llegada a la capital, en Bagan Pinang, una circunscripción situada noventa kilómetros al sur de Kuala Lumpur. Cuando terminó la conferencia, y como miembros de WikiLeaks, visitamos diversos lugares para dar charlas y mantener encuentros con políticos. Uno de los pocos parlamentarios de raza hindú integrado en el partido de Acción Democrática, formado en su gran mayoría por gente de origen chino-malasio, nos llevó a una plantación de caucho abandonada. Allí conocimos a trabajadores de origen hindú que habían nacido, crecido y trabajado en esa zona desde hacía tres generaciones. Ellos nos mostraron los panfletos que les habían distribuido representantes del partido en el gobierno, junto con dinero de soborno con el que suponían que iban a comprarles el voto. A pesar de esta prueba evidente de la corrupción endémica en el sistema político de Malasia, y pese a que el partido gobernante no tenía la menor intención de ayudarles a mejorar sus condiciones de vida, aquella gente no tenía actitudes morosas, fatalistas ni derrotadas de antemano.
Conocí personalmente a Anuar Ibrahim, y Ron y yo nos vimos inmersos enseguida en la dinámica de la política de Malasia. Daba vértigo comprobar con qué rapidez se escurría bajo nuestros pies la arena que pisábamos… Era en cierto modo un anticipo de lo que apenas dos años más tarde veríamos ocurrir en Egipto, Túnez y Libia, pero ya llegaremos a eso un poco más adelante. Ibrahim parecía capaz de tener el dedo apoyado en el punto donde latía el pulso del cambio, y sin embargo necesitaba apoyo, información, y alguien que le asesorase sobre cómo difundir sus ideas y sus actividades. WikiLeaks había ayudado a difundir con amplitud un documento muy sensible acerca de la muerte de Altantuya Shaariibuu, una mujer de Mongolia que fue víctima de una explosión ocurrida cerca de Kuala Lumpur en 2006. El documento contenía acusaciones muy graves acerca de las circunstancias de su muerte.
De hecho, el documento era una declaración jurada, firmada por Raja Petra, el director de Malaysia Today, una web de la oposición política.
Petra había recibido de las autoridades amenazas tan serias que, tras librarse de dos órdenes de detención, la web tuvo que trasladar su sede a Singapur y Estados Unidos. Entretanto, el asunto de la muerte de Shaariibuu era un asunto que quemaba tanto al gobierno que prácticamente no se podía ni hablar de él en Malasia. Cualquier mención del caso en un mitin provocaba que la policía entrara sin contemplaciones en donde se estaba produciendo la reunión. Es un hecho que me gusta mencionar a quienes piensan que la mera difusión de un solo documento no puede producir ninguna clase de influencia.
Le dije a Ibrahim que esa filtración era un arma potente. La manera en que el gobierno estaba reaccionando demostraba que las autoridades tenían un talón de Aquiles: su miedo infinito a las reformas, y el hecho paralelo de que no sabían cómo resistirse a la presión de los reformistas. Este movimiento lanzaba campañas de prensa que eran meramente una reacción frente a los abusos del gobierno, y nosotros les aconsejamos que se lanzaran al ataque sin esperar nada. Les dijimos que se adelantaran a la línea de propaganda emprendida desde los medios gubernamentales, ya que estaba claro que el gobierno tenía una voz muy fuerte pero un alma muy débil. Entonces les proporcionamos materiales para permitirles tomar la iniciativa. Ibrahim, por cierto, representaba una llamada al cambio hacia un sistema político realmente laico. Su partido estaba recibiendo el apoyo de Estados Unidos, lo cual nos posibilitaría tapar la boca de quienes decían que WikiLeaks siempre mantiene una línea antinorteamericana. Al igual que en algunos de los levantamientos que iban a tener lugar en países de Oriente Próximo, en el caso de Malasia se trataba de un enfrentamiento limpio, y en él la administración americana apoyaba al caballo adecuado, sin haber tonteado previamente con el régimen sometido a críticas, a diferencia de lo que se hizo con Mubarak, por ejemplo. Además, Ibrahim proyectaba una imagen simpática. Entre otras cosas, se había pasado los seis años de cárcel leyendo a Shakespeare. Si sabes que alguien ha estudiado todos los días de un número tan prolongado de años a Julio César y a Otelo, puedes confiar en que se trata de una persona que conoce a fondo la naturaleza humana. Dedicamos muchas horas de esos días a discutir ideas con los reformistas y escribiendo algunos informes. Era una tarea peligrosa. Una noche habíamos salido de la sede central del partido reformista y paseábamos por una calle secundaria llena de comercios y cafés, cuando de repente saltó sobre nosotros un tipo que nos mostró un carnet. Al principio pensé que se trataba de un vendedor ambulante o algo así, pero era un miembro de la policía secreta. Me pidió que le mostrara mi documentación, le dije que tenía que ir a buscarla al coche, y mientras nos dirigíamos hacia allí conseguí enviar un mensaje a nuestros amigos de la oposición. Al policía le había dicho que yo era periodista y que eso era todo lo que pensaba decirle. En pocos minutos llegaron nuestros amigos, y me libraron del policía.
Finalmente, el partido gubernamental logró conservar el escaño de Bagan Pinang, pero los opositores estaban seguros de que esa batalla no era importante, sino sólo una parte de una guerra a largo plazo que el partido Barisan Nasional terminaría perdiendo. Desde luego, nuestros amigos de Malaysia Today no se agobiaron por la derrota en esa circunscripción, sino que miraban hacia el horizonte futuro: «Desde que se celebraron las duodécimas elecciones generales, con su carácter épico, hemos visto que comenzaba a producirse una recomposición del paisaje político. En Malasia, la apatía política del ciudadano medio, provocada por la tediosa regularidad de las victorias con que el Barisan Nasional arrasaba normalmente, se está viendo reemplazada por una actitud de interés por las elecciones, y sobre todo con la mira puesta en las próximas elecciones generales».
Hacíamos tal cantidad de trabajos diferentes, y los llevábamos a cabo con recursos tan escasos, que comencé a pensar que se hacía necesario consolidar la organización, darle una sede establecida. Cuando se trata de WikiLeaks, eso de una sede establecida no es nada fácil de montar: tenemos servidores activos que operan desde localizaciones secretas en todo el mundo; tenemos una red de personal y de contactos, gente que en su mayoría prefiere permanecer en el anonimato, y a los que jamás se debería poder encontrar en el mismo sitio al mismo tiempo. WikiLeaks era muy diferente de todas las demás organizaciones mediáticas: nunca tendríamos una sala para recibir visitas con su máquina de café incluida; nunca tendríamos vacaciones pagadas ni equipo de investigación. La gente a veces parece pensar que vivo con la mochila a cuestas porque soy un tío raro. De hecho, es la naturaleza misma del trabajo y la realidad de la organización lo que me obliga a esta forma de vida nómada y agotadora. Hemos ido de acá para allá para librarnos de las restricciones legales que se pretendían imponer a nuestra actividad, y buscando lugares desde los que poder trabajar. El lector debe creerme si afirmo que no hay nada más agradable que disponer de un juego de toallas limpias y de una mesa pertrechada con buena comida y con un montón de amigos para compartirla. Lo de las máquinas de café me encanta. Pero si pretendíamos seguir haciendo correctamente nuestro trabajo, y plantarles cara a los poderosos que al verse amenazados se lanzan a perseguirnos, todas esas cosas tan agradables no estaban a nuestro alcance de manera estable. Nuestra única esperanza era la de encontrar un sitio, algún día, en algún lugar, en donde no hubiese la tendencia a lanzarse a la caza de las personas cuyo trabajo consiste en conquistar la justicia.
En mi opinión, cada aspecto de nuestro trabajo está íntimamente vinculado a todos los demás, y para nosotros es lo mismo poner al descubierto a una empresa que esconde dinero o activos que denunciar al gobierno que oculta a personas en Guantánamo. Quienes perpetran estos dos tipos de actos son unos delincuentes que a menudo actúan con el consentimiento de las autoridades, tanto si esconden dinero como si esconden a personas y lo hacen fuera del marco legal, por lo general en jurisdicciones secretas. Podemos llegar a la extenuación, y con frecuencia es así, revelando pruebas de esta clase de actividades; pero en ocasiones tratamos de mostrar, llegados a cierto punto, que es el conjunto de actividades y la propia jurisdicción lo que resulta corrupto de manera intrínseca. Lo cual equivale a decir que, por ejemplo, las Islas Caimán deberían ser sometidas a una intensa investigación de sus actividades bancarias basadas en la extraterritorialidad, y lo mismo para todo el montaje de la prisión de la bahía de Guantánamo como refugio que permite que se abuse a mansalva de los derechos humanos tal como los entienden las sociedades civilizadas.
Veamos qué ocurriría si invirtiéramos esta manera de pensar. ¿Y si tomáramos la decisión de crear en el mundo lugares que fuesen un refugio para las actividades que tratan de poner al descubierto tanto secretismo? En todos los países donde hemos trabajado hemos comprobado la existencia de personas y organismos que viven sometidos a la amenaza permanente, legal o física, por parte de los poderosos. Tanto si hablamos de Raja Petra, el editor de Malasia, que tuvo que huir de las autoridades de su país, como de la Asociación Norteamericana de Propietarios de Hogares, que tuvo que buscar el refugio que le proporcionó una ISP de Suecia para sobrevivir a las actuaciones judiciales lanzadas en su contra por los promotores de viviendas, o si hablamos de los grupos reformistas que actúan en Rusia, o del enorme número de individuos que están siendo perseguidos con saña por la capacidad de la Iglesia de la Cienciología de lanzar en todas partes litigios contra ellos… todos encontrarían la paz, o al menos un juicio justo, si existiera un refugio dedicado a la transparencia y al juego limpio. Tal como yo lo veo, en el mundo moderno hay una nueva clase de refugiado: a veces una persona, otras un grupo, que tienen que huir de los ricos o de las autoridades, poderosos de diversos tipos que estaban dispuestos a destruirles por haberse atrevido a contar la verdad. Sabemos, gracias a la actividad de Amnistía Internacional o del PEN Club, que con frecuencia estas personas son escritores, periodistas, editores. Pero también son a veces grupos que defienden los derechos humanos, abogados, librepensadores, o sencillamente personas corrientes, nuestros vecinos. Empecé a pensar entonces, y con la máxima seriedad, que la respuesta a esta clase de situaciones y necesidades sería la creación de un lugar que sirviese no de refugio de los secretos, sino de la transparencia.
Ese lugar sería también un refugio para el periodismo, un sitio en donde poder proteger a las fuentes como parte del funcionamiento del propio sistema judicial. En un lugar así la libertad de prensa debía formar parte de la tradición y la esencia de su política. Las libertades necesarias e implícitas en internet formarían parte del éter, y la norma debería ser la libertad frente a toda clase de persecuciones legales. Comencé a tener una visión de ese refugio: una zona políticamente independiente, un lugar donde poder dejar de huir, un sitio donde los que denuncian la corrupción y las injusticias no fuesen vistos como enemigos de la sociedad, sino como héroes, en donde hubiese asesores legales gratuitos y numerosos, y donde hubiese un acceso universal a internet. Era como un nirvana, y llegó un momento en que me di cuenta de que su nombre no era ése. Ese sitio existía y se llamaba Islandia.
En verano de 2009 filtramos una copia de la cartera crediticia del banco Kaupthing. Ese documento revelaba los detalles de todos y cada uno de los préstamos por cantidades superiores a los 45 millones de euros que este banco islandés había realizado. Kaupthing era el mayor banco de Islandia y con la crisis financiera de finales de 2008 cayó en picado hasta el punto de que al final resultó ser insolvente. «Piensa más allá» era el lema del banco y, al parecer, muchos prestatarios se lo habían tomado al pie de la letra. Muchos de esos prestatarios eran gente de la misma organización y, aunque los préstamos concedidos eran de cantidades astronómicas, en su mayor parte carecían de garantías. Kaupthing prestó 791,2 millones de euros a Exista HF, una empresa que era la propietaria del propio banco Kaupthing. De acuerdo con el documento que filtramos, «la mayor parte de los préstamos concedidos [a Exista HF] no estaban asegurados ni tenían garantías». También este mismo banco hizo un préstamo a su cuarto principal accionista, a fin de que con esa suma pudiese comprar más acciones de Kaupthing, ¡y la única garantía que se le exigió fue que pusiese sus acciones en esa misma entidad como respaldo para el préstamo! Un número muy pequeño de individuos se enriqueció con estos préstamos, aunque se trataba siempre de dinero que sólo existía sobre el papel, y sería el pueblo de Islandia el que finalmente tendría que pagar todo el pato. Los hermanos Ágúst y Lýd¯ur Gud¯mundsson, y empresas propiedad de ambos, recibieron préstamos que sumaban en total 300.000 millones de coronas islandesas, el equivalente de 1.600 millones de euros. Robert Tchenguiz, miembro del consejo de Exista HF, recibió préstamos por valor de 330.000 millones de coronas. No le sorprenderá al lector saber que, en Islandia y otros países, han sido detenidos algunos de los dirigentes del banco tras el hundimiento de todo el sistema bancario de ese país.
Veinticuatro horas después de haber difundido este documento, WikiLeaks ya había sido objeto de una amenaza legal por parte de los abogados del banco Kaupthing. Decían que nosotros, y nuestra fuente, podíamos enfrentarnos a un año de prisión en aplicación de las leyes islandesas de secreto bancario. La radiotelevisión pública de Islandia, RUV, había preparado, para el telediario de las siete que iba a emitirse esa misma noche, una información de cabecera del programa en donde iban a hacer referencia a nuestra filtración. Pero a las 18.55, como si fuese una película de Hollywood, la emisora estatal recibió una orden judicial conminatoria. Jamás en toda la historia de la RUV se había recibido nada parecido justo en el último momento antes de una emisión. El conductor del telediario reaccionó fríamente. Acababan de quedarse sin su principal historia de la noche, y ante la cámara en directo explicó que no iban a poder ofrecer a sus espectadores todas las noticias, y añadió que un amplio documento que mostraba la inmensa cartera crediticia del banco Kaupthing había sido objeto de una filtración. Siguió diciendo que aquel listado había sido preparado apenas tres semanas antes de que el banco quebrara. No les podemos contar esta historia, dijo, pero hay una organización que sí ha podido hacerlo. En ese momento apareció, a toda pantalla, el logo de WikiLeaks, y allí siguió durante varios minutos, todos los que aquel telediario había pensado dedicar a la información que no podía dar por culpa de la orden judicial.
A partir de ese momento muchísimos ciudadanos de Islandia entraron en WikiLeaks. Pudieron enterarse de todo a través de nosotros, e hicieron lo que hay que hacer en mi opinión en todos estos casos: estimulados por la información que estábamos dando, muchos de ellos se convirtieron en periodistas de investigación, completando detalles y comprobándolos de manera personal. Habíamos contribuido a que Islandia viera con sus propios ojos una parte de las actuaciones corruptas que habían conducido al hundimiento de su economía, y aprovecharon la oportunidad que les habíamos ofrecido. A menudo somos arrogantes; y a menudo dicen de mí que soy arrogante: será que lo soy. Había que ser arrogante para resistirse a tantas flechas y pedradas como estaban lanzándome, incluso en ocasiones en las que no me había hecho merecedor de tales ataques. En cualquier caso, el tipo de trabajo al que nos dedicamos no ofrece muchas oportunidades para la petulancia. Tan pronto como has revelado una pequeña historia de corrupción, atacado a un banco o servido en bandeja a un dictador para que le ataquen y critiquen sus víctimas, todo el peso del poder recae sobre ti. Sin embargo, el caso de Islandia sí nos ofreció un momento excepcional en el que pudimos presumir de lo que habíamos hecho. Los ciudadanos odiaban a todos esos banqueros corruptos, tenían ganas de tirarles huevos podridos a la cabeza. En la prensa se había podido leer que el pueblo islandés se había mostrado históricamente como un pueblo muy pasivo, que carecían de rebeliones en su historia, pero que tal vez había llegado la hora de levantarse por vez primera contra lo que un comentarista calificó de «amiguismo y nepotismo».
En diciembre de 2009 se celebraba en ese país una conferencia en torno al tema de la libertad digital, y me habían invitado a dar una charla. A partir del momento en que me llegó la invitación comencé a darle vueltas a la idea de que debíamos hacer lo que fuese para animar a los islandeses a convertir su país en el refugio de la libertad de expresión que tantísimo necesitaba el mundo entero. Las condiciones que Islandia ofrecía eran casi perfectas: era un país que estaba a punto de forzar el cambio, tras haber emergido después de una crisis bancaria devastadora; tenía una fuerza de trabajo muy formada; su ciudadanía era la más conectada a través de internet de todo el mundo occidental; se encontraba en un lugar equidistante entre Europa y Estados Unidos; disponía de la energía más barata de toda Europa (geotérmica e hidroeléctrica, completamente verde), circunstancia especialmente importante cuando tienes que tener en funcionamiento cientos de ordenadores; y era un país de bajas temperaturas ambientales, cosa muy notable para los sistema de aire acondicionado que permiten a los servidores trabajar tranquilamente. Poseía, además, una notable tradición de libertad de expresión y, hasta el momento en que estalló la burbuja financiera, la organización Reporteros sin Fronteras le había dado la máxima calificación en su índice del grado de libertad, junto con Luxemburgo y Noruega. Islandia también resultaba un país estimulante para mi sentido del humor: como si se tratara de una extravagante parodia de los paraísos fiscales, estaba lejos del Caribe, y era una isla helada situada en el Atlántico Norte. Durante la charla mencioné todas estas circunstancias que permitían pensar en la posibilidad de que Islandia se convirtiera en el mayor refugio mundial para la libertad de expresión, el lugar natural de residencia para los editores.
Coincidí en la conferencia con Daniel Domscheit-Berg y con algunos miembros de la Asociación Islandesa en Defensa de la Libertad Digital. Se presentó un grupo de parlamentarios, entre los que se encontraba la diputada Birgitta Jonsdottir, una mujer inteligente y cordial. Desde el primer instante me pareció que ella compartía nuestro espíritu, y se mostró interesada por la idea de crear ese refugio para la libertad de expresión. Había sido elegida diputada a comienzos de 2008, y en cuanto empecé a tratar con ella comprendí que era una aliada en potencia. Podía trabajar en el mismo Parlamento a favor de nuestro proyecto del refugio para la libertad de expresión y ayudarnos a aprovechar las nuevas actitudes de los islandeses para dar impulso a ese proyecto. Hacía mucho tiempo que era una activista y era además poeta, trabajaba con músicos, tenía unos cuarenta y dos años, y su familia era famosa por ser una larga saga de trovadores en su tierra.
Ya habíamos plantado la semilla, que comenzó a desarrollarse en las mentes de los participantes en la conferencia y que captó pronto la simpatía de otros ciudadanos que apoyaban el plan. El año 2009 terminaba encontrándome muy ocupado. El 27 de diciembre me desplacé a Berlín para participar en el nuevo Congreso de Comunicación Caótica, pero tenía muchas ganas de volver cuanto antes a Islandia. Y de hecho, el 5 de enero de 2010 ya estábamos de regreso, siempre con la idea de contribuir a crear ese refugio. Trabajábamos en el proyecto trece personas: Rop Gonggrijp, Jacob Appelbaum, Daniel Domscheit-Berg, Smári McCarthy, Kristinn Hrafnsson, Birgitta y otros diputados, periodistas, activistas y universitarios que nos ofrecieron sus consejos y su experiencia online, desde los Países Bajos, Bélgica, Alemania, Hong Kong y Estados Unidos. Teníamos varias tareas por delante. Preparábamos una propuesta legislativa, y pudimos instalarnos en la llamada Casa de las Ideas, una especie de incubadora de proyectos de todo tipo, con gente con ideas y sin dinero. Trabajábamos a horas intempestivas porque había que hacer de todo: investigar, presionar personalmente a muchos diputados, tenerlo todo a punto para que, en cuanto surgiese la oportunidad, se pudiera lanzar el proyecto con grandes probabilidades de que fuese convertido en una ley sancionada por el Parlamento. Birgitta Jonsdottir hizo horas extra para sumar votos entre los diputados, y organizó reuniones con algunos de los parlamentarios más conservadores en las que hacíamos una presentación especial del proyecto. Dar un paso así en esa clase de instancias resultaba mucho más complejo de lo que yo había imaginado originalmente, ya que suponía la modificación de no menos de trece importantes leyes islandesas. Sin embargo, a estas alturas el Parlamento de ese país ya ha votado a favor de que un equipo de funcionarios trabaje con vistas a preparar estas modificaciones legislativas, y el proceso sigue en marcha hoy en día. Tras el colapso bancario, los islandeses veían una oportunidad de recobrar la dignidad. Muchos ciudadanos y políticos pensaban sobre todo, cosa más que comprensible, en la conmoción que había sacudido al país. Muchos, precisamente por esta razón, opinaban que la creación de un refugio para los defensores y practicantes de la libertad de expresión produciría un efecto beneficioso para Islandia en el sentido de que impediría que en el futuro se reprodujese una corrupción generalizada no sólo entre los banqueros, sino también en todas las demás áreas de la vida. Confío además en que muchos comprendan que, de paso, podría tener otro efecto beneficioso para la propia estructura industrial de su país. Una de las cosas más peculiares que ocurrieron en este proceso fue que, a pesar de lo mucho que tratamos de convencerles, fueron los periodistas quienes se opusieron con mayor firmeza al proyecto. Temían que los cambios legislativos alejaran el interés general de la mala situación que ellos estaban pasando, pues la industria mediática estaba inmersa en muchos recortes de plantilla. En mi opinión, la suya era una actitud miope, aunque supongo que no debemos reprochar a la gente que no tengan en todo momento actitudes idealistas.
La idea del nacimiento de Islandia como una jurisdicción de la libertad es bellísima. Mejorará en gran medida la reputación de ese país y dará a los islandeses conciencia de su valía en el contexto mundial. Tal vez sería una buena idea que Islandia crease un premio a la libertad de expresión, que podría dar a ese país una proyección semejante a la que los premios Nobel han dado a Suecia. Con un premio así, y en el contexto de una sociedad capaz de vivir de una forma que estuviese a la altura de ese premio, los islandeses estarían ofreciendo un ejemplo para los países del mundo entero, y haría que se fijasen en Islandia las miradas internacionales. Seguimos trabajando duro con los abogados parlamentarios y con los redactores de los borradores. Este avance en el camino hacia el periodismo científico permitiría desbrozar el camino hacia la justicia, ya que gracias a él todos los aspectos de la circulación de información que conducen a desvelar la verdad podrían ser respetados y protegidos. En el mundo entero tendría efectos poderosos, supondría haber establecido un nuevo estándar, levantar una bandera que significaría que no se puede perseguir a las personas por tratar de contar la verdad. Se puede criticar, discutir lo que dicen quienes buscan la verdad, pero no deberían ser convertidos por esta razón en delincuentes ni perseguidos como tales. Espero que este proyecto se convierta en realidad antes de que transcurra mucho tiempo.
En verano de 2010 surgió otro asunto que parecía más urgente incluso, al menos en aquel momento. El sistema bancario islandés se desintegró en la primavera de 2008, cuando los excesos en los préstamos concedidos superó el monto de sus reservas. Landsbanki se hundió en octubre, y eso supuso una amenaza fatal para los ahorros por valor de seis mil millones de euros que habían sido depositados en el banco a través de Icesave, un banco online en el que habían abierto cuentas muchos ciudadanos de Gran Bretaña y los Países Bajos. El Estado islandés respondió diciendo que ese problema no era responsabilidad suya, y que los representantes de aquel Estado diminuto y ahora en bancarrota no tenían la obligación de pagar las deudas contraídas ante ciudadanos extranjeros por bancos del sector privado cuyo comportamiento no había sido nada escrupuloso. La reacción de los británicos y los holandeses fue brutal. El canciller británico, Alistair Darling, utilizó algunos artículos de la ley de Antiterrorismo, Delitos y Seguridad para congelar los activos de Landsbanki y los del Banco Central islandés, así como los del gobierno de Islandia relacionados con Landsbanki. Aunque la finalidad de esta ley era evitar que los terroristas tuvieran acceso a sus fondos, el gobierno británico la utilizó en contra de otro Estado europeo. Aquello era escandaloso. Los británicos desplegaron una gran actividad diplomática entre bastidores, utilizando mano dura sin miramientos, y se vio cómo funcionaba todavía el instinto depredador del viejo imperio. Cuando están en juego ciertas cosas, cuando la opinión pública británica siente una tremenda pasión por el asunto, tal como ocurre cuando se produce una debacle bancaria, los británicos siguen siendo muy capaces de emplear el poder puro y duro para salirse con la suya. Y en este caso recurrieron a él. Declararon públicamente que harían campaña en contra del ingreso de Islandia en la Unión Europea a no ser que se pagara a los clientes de la banca islandesa, y que presionarían al FMI para que se denegase a Islandia todo crédito que solicitara a esa institución. El Parlamento islandés trató de crear un plan de devolución de los depósitos, pero, ante la presión de la opinión pública islandesa, el presidente se negó a firmar la ley, lo cual provocó que hubiese que convocar un referéndum, de acuerdo con lo previsto por la Constitución del país. Mientras que algunos de los miembros del establishment político islandés pugnaban frenéticamente por llegar a alguna clase de pacto que satisficiese a los británicos, nosotros comenzamos a filtrar documentos tales como la «oferta final» que hicieron conjuntamente los gobiernos británico y neerlandés, y el que contenía la contrapropuesta islandesa. Hablé en un mitin celebrado en Reikiavik, y concentramos nuestros esfuerzos en proporcionar a la ciudadanía de Islandia la información necesaria para que todo el mundo tomase una decisión fundamentada. Al final, un 95% de los votantes decidieron que su país no debía doblegarse ante las presiones británicas, y ése fue un momento histórico, pues Islandia celebró entonces su primer referéndum desde 1944. Nuestra capacidad para actuar de forma estratégica cuando tiene lugar un asunto tan dinámico como éste es parte de la importancia de WikiLeaks, pues podemos contribuir a forzar a los que ocupan el poder a que hagan frente a la verdad justo en el instante en que se están produciendo los acontecimientos. En aquel momento logramos publicar varios cables que demostraban que el Reino Unido había presionado a una organización llamada el Club de París —un cártel de crédito al que pertenecen las principales fuentes crediticias de los países occidentales—, a la que los británicos exigían que no proporcionara más ayuda a Islandia.
Durante 2010 tuvimos unas cuantas actuaciones muy serias en relación con Islandia, pero ese importantísimo año de 2009, el año en que comenzamos a creer posible que ese país se convirtiera el primer refugio mundial de la libertad de expresión, concluyó con un curioso recordatorio de hasta qué punto WikiLeaks se había entrelazado con el tejido mismo de la conciencia política islandesa. Se celebraba una fiesta en la embajada norteamericana de Reikiavik. A estas fiestas, los norteamericanos solían invitar a la élite política, y me colé diciendo que era el acompañante de Birgitta, quien, por cierto, no acudió al acto. Así que fui completamente solo. Esa noche me sentía de un humor excelente. Había logrado obtener una serie de documentos que revelaban que el comportamiento de Landsbanki en Rusia en los años noventa y la primera década del siglo XXI había sido bastante turbio. En el período en que se habían realizado las transacciones de las que hablaba la documentación, tres personas habían muerto; además, altos funcionarios del régimen de Putin parecían haber estado implicados en el registro de varias compañías creadas en esa época. Daba por tanto la sensación de que estábamos cada vez más cerca del momento en el que íbamos a poder forzar que se produjera una transparencia completa en todo el complejo entramado de las relaciones entre la gente de dinero y el gobierno. Una de las primeras personas que conocí en la fiesta era el ex consejero delegado del banco Kaupthing, precisamente el que me había amenazado con una condena de un año de prisión por haber difundido su registro de préstamos. No fueron unos momentos precisamente sencillos. Después hablé con el chargé d’affaires, al que rodeaban tres gorilas que parecían recién contratados a través de una agencia de casting. Viendo su catadura, uno no podía por menos de preguntarse qué debían de haber hecho aquellos tipos en El Salvador para terminar siendo abandonados en Islandia, en donde se pasaban el día vigilando la embajada de China. Más tarde mostré algunos de los documentos sobre el banco Landsbanki a las otras personas con las que hablé —¿por qué no?, ¿no estábamos hablando de transparencia?— y enseguida notabas que se les ponían los ojos como platos y que sus manos tan diplomáticas salían disparadas como si un resorte las obligase a arrebatarme aquellos documentos. Resulta pasmoso comprobar lo indigesta que resulta esta clase de gente, y qué poco saben del mundo con el que han de relacionarse a fin de justificar sus salarios. Al cabo de unos meses publiqué un cable remitido por ese mismo encargado de negocios con el que estuve charlando esa noche, y se pusieron como locos, convencidos de que me las había apañado durante la fiesta para hacerme con aquel documento.
La experiencia que supuso nuestro trabajo con vistas a crear el refugio nos enseñó muchas cosas acerca del modo de promover el espíritu de WikiLeaks en la esfera pública. Si avanzamos en ese camino no fue, como han dicho algunos, por ambición, sino porque se trata de avanzar por la vía natural de quien trabaja diciéndole la verdad a los poderosos. Con el tiempo, sería muy bonito, pensamos, encontrar para nuestro proyecto una base compartida con otros, y llegar a proporcionarle el apoyo que pueden ofrecerle las estructuras de los estados libres. Internet es, en cierto sentido, una nación, pero se trata de una nación de la imaginación, un lugar al que puedes entrar y del que puedes salir sin necesidad de pasaporte. Sin embargo, tiene algunos aspectos primitivos. Si bien todo el mundo es libre de publicar en internet lo que sea, en cambio no te ofrece protección: de hecho, si tienes un mal día, internet es la herramienta de espionaje más poderosa del mundo. Fomenta la libertad de prensa, pero brinda a los que detestan esa misma libertad de prensa la misma clase de libertad para atacar a los primeros. Es una ironía implícita en las nuevas tecnologías, y nosotros teníamos que encontrar la manera de sortear ese obstáculo, y el modo de conseguirlo era dando apoyo legislativo en tierra firme a nuestra idea de justicia. De modo que aprendimos mucho, conocimos a mucha gente, entre ellos al ya mencionado Kristinn Hrafnsson, periodista y activista islandés que se ha convertido ahora en un importante miembro del personal fijo de WikiLeaks.
Resultó tonificante caminar por las calles de Reikiavik y comprobar que la gente te dirigía sonrisas, te saludaba, te decía que apoyaban nuestro trabajo. Al propio tiempo, me sentía cansado; llevaba sobre mis espaldas demasiados viajes, demasiadas informaciones importantes ya publicadas, demasiados cambios que, si bien estaban sirviendo para fomentar el progreso, habían dejado mi cuerpo maltrecho. La preparación de los cambios legislativos iba despacio, y empecé a sentirme agotado. Se trataba de un simple infortunio parlamentario, apenas uno más, pero personalmente tuve la sensación de que de nuevo me veía condenado a vivir como un fugitivo. De manera bastante evidente, he vivido toda la vida perseguido por algún oscuro personaje desde que era un crío y mi madre me llevaba de un extremo al otro de nuestro país tratando de eludir a su perseguidor. En Islandia no hay forma de distinguir el día de la noche, y me di cuenta de que, desde mis trece años, yo había vivido siempre en esa misma situación. Viviendo allí, seguía pasándome la noche en vela delante del ordenador, y durante el día trataba de huir en busca de toda clase de nuevas posibilidades. Pero mis baterías se agotan poco antes de que, como por arte de magia, resulte que están otra vez completamente cargadas.
Alguien había depositado un vídeo en nuestro buzón. En él aparecían unas imágenes con mucho grano que mostraban a unos hombres caminando por una calle de Irak. Dos de esos hombres eran periodistas. Minutos después de que se grabaran las imágenes, todos ellos habían muerto, sus cuerpos destrozados por los disparos de un helicóptero norteamericano de combate. Estuve viendo aquel vídeo una y otra vez, y lo hice a sabiendas de que estábamos a punto de salir bajo los focos de la luz pública debido a un asunto absolutamente nuevo.