Capítulo 14
Cam esperaba a Lally de pie en el salón del apartamento. No comprendía qué era lo que le hacía estar tan inquieto. No, no era cierto. Claro que sabía el motivo de su inquietud. Llevaba así desde que Lally y él habían vuelto del viaje que habían hecho para reunir piedras para el mosaico. Llevaba inquieto desde que habían hecho el amor.
Los dos habían reconocido que no podía volver a ocurrir. Cam no sabía cuáles eran las razones de Lally y era extraño porque en todo lo demás era una persona muy abierta. Cam sentía la necesidad de saberlo todo de ella, de comprender sus motivos ya que a sí mismo no conseguía comprenderse.
¿Le había afectado tanto el acostarse con ella porque había ocurrido después de haber dormido a su lado, abrazándola? No había dormido con ninguna mujer en toda su vida. Sin embargo, con Lally lo había hecho sin ningún problema: había dormido más y mejor de lo que lo hacía solo. Se había relajado a pesar de estar deseando hacerle el amor.
Después lo había hecho. Y ahora sentía la necesidad de asegurarse de que no se marchara de su lado, tenía que encontrar la manera de hacer que siguiera con él. Pero no podían ser amantes; había sido un error que ocurriese. Si ella se quedaba más tiempo, ¿serían capaces de volver a estar cómodos el uno con el otro y mantener una relación puramente platónica, de jefe y empleada?
Pero el sentido común le decía que cuando acabaran las obras en el edificio, para lo cual quedaban solo unas semanas, tendría que dejarla marchar, decirle adiós, seguir con su vida y olvidarla. Eso era lo más sensato.
¿Entonces por qué le había pedido que saliera a cenar con él?
«Porque llevas días echándola de menos y sabiendo que estaba aquí».
—Espero no haberte hecho esperar mucho —dijo Lally a su espalda, con un tono de voz cautelosamente neutro.
Cam se volvió hacia ella. En la siguiente hora solo podrían concentrarse el uno en el otro y él estaba deseando concentrarse en ella sin por ello quedar en una situación peor de la que estaban ahora.
—Me gusta mucho cómo te queda el rojo —le dijo con una mirada intensa que no supo controlar—. Es tan brillante como tú.
Lally había elegido un atuendo informal, una falda negra con florecitas rojas, unas sandalias que mostraban sus preciosos pies y una blusa sin mangas de un rojo intenso que le marcaba las curvas y acentuaba su cintura. Llevaba el pelo recogido en una coleta y unos pendientes dorados.
Todo el cuerpo de Cam reaccionó ante aquella visión, pero fue algo mucho más profundo lo que le hizo mirarla a los ojos y no apartar la mirada de ellos. Algo que procedía de su interior y lo llenaba de placer al ver que ella había permitido salir todo su brillo.
—Estás preciosa —dijo sin pensar.
Lally se ruborizó y bajó la mirada.
—Gracias. Esta blusa me la compré en un puesto del mercado hace unos días, me llamó la atención —parecía sorprendida, desconcertada.
—Te van muy bien los colores vivos —ya se lo había dicho antes, pero esa vez Lally lo miró y en sus ojos había cientos de preguntas.
Pero solo dijo:
—Gracias —y propuso que se pusieran en marcha.
Fueron en coche hasta el restaurante, a unos veinte minutos del edificio.
—Uno de los obreros mencionó este lugar y dijo que la comida estaba bien —comentó él al llegar. Era una conversación superficial, pero quizá fuera un buen comienzo para que se relajaran.
—Había oído hablar de él, pero no he estado nunca. Pero creo que es algo más lujoso que un local de comida rápida —ella también parecía estar intentándolo.
Cam esperaba que deseara aquella velada tanto como la deseaba él.
—Me basta con que la comida sea pesada y no muy sana. Con eso estaré contento —bromeó y trató de sonreír con naturalidad—. Hay días…
—En que uno necesita ese tipo de comida —ella también sonrió; al principio tímidamente y luego con total sinceridad.
Lally lo miró y desapareció parte de la tensión. No comprendía cómo había podido relajarse y al mismo tiempo sentir tal dolor en el alma. Lo cierto era que prefería estar allí con él que en ninguna otra parte del mundo y se alegraba de que la hubiera invitado a salir.
El restaurante estaba prácticamente lleno y había todo tipo de gente; familias, solteros, hombres y mujeres de negocios y turistas. Lally miró a su alrededor y se confesó a sí misma que llevaba días sin sentirse tan feliz.
Solo un rato con él y ya se sentía así. Quizá después fuera mucho peor, pero por el momento iba a aprovechar lo que tenía.
Una mujer que debía de tener más o menos la edad que Lally los acompañó a una mesa situada en un rincón del local. Una vez se hubieron sentado, se quedó mirando a Cam y dijo:
—¿No es usted Cameron Travers, el escritor de novelas de misterio? Me encantan sus libros. ¿Podría darme su autógrafo?
Cam estampó su firma en una de las cartas del restaurante y luego se despidió de la mujer con una sonrisa y un ligero rubor en las mejillas.
Lally lo miró encantada y se echó a reír.
—¿Te sucede a menudo?
—No, no mucho —murmuró antes de esconderse detrás de la otra carta—. Ahora nos falta una carta —bajó la que tenía él y la dejó sobre la mesa para que pudieran verla los dos.
Al ver la incomodidad que le provocaba que lo reconocieran como si fuera una estrella, Lally se relajó y pudo limitarse a disfrutar de la velada.
Estaba cansada de intentar comprender lo que ocurría en su mente y en su alma. Amaba a Cameron con todo su corazón; no podía evitarlo, ni luchar contra ello. Iba a sufrir cuando tuviera que separarse de él, pero hasta entonces, quería disfrutar de estar con él. ¿Era una estupidez o una locura? Probablemente.
Pidieron la hamburguesa especial de la casa, hecha con pan casero, y una ración de patatas fritas. Lally renunció a tratar de comportarse como una dama, agarró la hamburguesa con las manos y le dio un buen mordisco.
La mezcla de sabores explotó en su boca: la ternura de la carne, la frescura de la lechuga, la remolacha y un tomate suculento, y una salsa barbacoa para morirse. Observó el rostro de Cam al probar su hamburguesa.
En sus preciosos ojos verdes apareció una sonrisa que le iluminó la cara.
—¿Crees que ha merecido la pena venir hasta aquí?
—Sí —habría respondido lo mismo aunque la comida no hubiera sido tan rica—. Y eso que aún no hemos probado las patatas —echó mano al cuenco al mismo tiempo que Cam. Sus dedos se rozaron.
Él levantó la mirada hasta sus ojos y durante un instante, le acarició los dedos.
—También están deliciosas —se apresuró a decir ella, con cierta torpeza.
—En la carta decía que están hechas al horno, pero están tan ricas que estoy dispuesto a olvidarme de que no engordan.
Lally se echó a reír, a lo cual siguió un breve silencio durante el que ambos prestaron atención a la comida. No fue un silencio tenso ni incómodo, todo lo contrario. Lally se negó a pensar en nada que no fuera aquel momento.
Justo cuando ellos terminaron las hamburguesas y las patatas llegaron los postres a la mesa de al lado. Lally miró con evidente deseo, pero luego meneó la cabeza.
—Si quieres podemos pedir una selección de postres y llevárnosla a casa para más tarde.
Solo era un detalle, pero demostraba tal amabilidad que Lally se sintió deliciosamente mimada y cuidada. O quizá fuera la expresión tierna de sus ojos al mirarla mientras esperaba una respuesta.
—Es tentador, pero no creo que pueda comer nada hasta mañana —dijo, tratando de no pensar—. Pero te lo agradezco.
Cam pagó la cuenta y unos segundos después salieron a la calle, rumbo al coche.
—Gracias por acompañarme esta noche —le dijo él.
—Gracias por pedírmelo —Lally buscó algo superficial que decir—. A lo mejor puedes utilizarlo en la novela de alguna manera.
Cam se quedó pensando un momento.
—Tiene posibilidades: el aroma de las patatas conduce a mi detective hasta las respuestas que busca…
Aún estaban riéndose cuando Cam abrió el coche. Lally estaba rodeándolo para ir hasta la puerta del conductor cuando oyó una voz de mujer.
—Vamos a ir a la tienda de deportes, Danny, pero no quiero ir caminando; iremos en coche.
Entonces intervino otra de hombre.
—Y después compraremos un helado para cada uno, así que no le protestes a tu madre, ¿de acuerdo?
—Perdona, mami —respondió el adolescente—. Sabes que te quiero mucho aunque me queje.
Todos se echaron a reír al unísono.
Lally conocía aquella voz de mujer; no podría olvidarla nunca. De pronto la invadieron los recuerdos y el sentimiento de culpa. No quería mirar, pero tenía que hacerlo. Se dio la vuelta hacia el grupo de personas que se disponían a meterse en el coche que había detrás del descapotable de Cam.
El hombre debía de tener unos cuarenta años. Había tres muchachos de distintas edades, pero el más pequeño entonces habría tenido menos de dos años. Todos se parecían mucho a Sam, pensó Lally mientras los observaba discretamente.
Y la mujer era Julie Delahunty. Allí estaba con sus tres hijos. Parecían una familia feliz.
En ese momento Julie levantó la vista, reconoció a Lally y apretó los labios al tiempo que se quedaba completamente lívida. Automáticamente rodeó con los brazos a los dos niños que tenía cerca, como si necesitara protegerlos de ella, para que no se los arrebatara.
«Lo siento mucho».
Aquellas palabras habían quedado atrapadas en su mente, en su corazón. Se las había dicho por escrito hacía ya mucho tiempo; su terapeuta la había ayudado a escribirlo y a mandárselo a Julie. Nunca había recibido respuesta alguna, ni tampoco la había esperado. Pero algo en el rostro de Julie le dijo en ese momento que había recibido aquellas líneas y las había leído, así que al menos sabía que Lally lamentaba tremendamente lo ocurrido.
«¡Pero eso no cambia nada, Lally!».
Levantó la mano en un gesto de silenciosa súplica. Abrió la boca, pero no consiguió emitir ni una palabra. La culpa y el remordimiento le encogían el corazón.
—¿Lally? —oyó la voz de Cam—. ¿Qué ocurre?
Sintió su mano en el brazo, su cuerpo protegiéndola como un escudo.
Durante todo lo que había pasado entre Cam y Lally, ella había conseguido apartar esa parte de su pasado. No se había permitido reconocer hasta qué punto se interponía en sus esperanzas de ser feliz. No merecía ser feliz y eso no cambiaría nunca.
La mujer metió a sus hijos en el coche. El hombre le habló en voz baja, miró a Lally y también apretó los labios.
Lally deseaba darse media vuelta, esconderse tras Cam y esperar que todo desapareciera, pero la vergüenza le impedía hacerlo. Había deseado tanto amar a Cam y que él la amara a ella, pero, ¿cómo había podido esperar tal cosa?
Si Cam supiera.
La familia desapareció de su vista unos segundos después, su coche se confundió entre el tráfico de la ciudad. Pero Lally no podía borrarse de la cabeza la expresión del rostro de Julie, el modo en que había protegido a sus hijos.
Lally dejó que Cam la metiera en el coche y la llevara a…
No a casa, al edificio de Cam.
—¿Quiénes eran, Lally? —le preguntó con una firmeza que jamás había oído en su voz—. Es evidente que te ha afectado mucho verlos. Quiero… necesito saber por qué. Si tienes algún problema, yo te ayudaré y cuidaré de ti.
—La mujer era Julie Delahunty —no quería hablar de ello, pero no podía dejar que Cam se preocupara por su culpa.
Le contaría lo mismo que le había contado a su familia.
—Hace seis años tuve una aventura con su marido —dijo en un tono completamente falto de expresión—. Sus tres hijos eran entonces muy pequeños y, obviamente, dependían mucho de ella. Cuando Julie se enteró de la infidelidad de su marido, le afectó mucho. Sam se largó, sin preocuparse por ella ni por sus hijos —como tampoco le había importado Lally, pero eso no importaba lo más mínimo en comparación.
Ya había dicho más de lo que habría deseado. Lo que le había contado era más de lo que le había dicho a su familia seis años antes.
Cam mantuvo las manos en el volante, solo la miró un segundo antes de volver a poner toda la atención en la carretera, pero Lally vio la compasión en sus ojos. No la juzgaba.
—¿Entonces el hombre que iba ahora con ella no era su marido? —le preguntó.
—No. No sé quién sería —respondió mientras buscaba una manera de acabar con la conversación—. Por favor, Cam.
¿Qué pensaba de ella ahora que sabía que había tenido una aventura con un hombre casado? No importaba lo que pensara. Nunca podrían estar juntos. Lo demás daba igual.
—Yo quiero mucho a mi familia —dijo con voz temblorosa, de un modo que la exponía y revelaba la culpa y el dolor que tanto tiempo llevaba ocultando—. Desde entonces he intentado…
—¿Compensarles por lo ocurrido?
Habían llegado al apartamento. Cam dejó las llaves en la mesita de la entrada y llevó a Lally hasta el sofá del salón. Una vez sentados, le tomó una mano entre las suyas y la miró. Lally no merecía su ternura, pero tampoco podía rechazarla.
Quería salir corriendo, pero una parte de ella deseaba confesarle cosas que no había confesado jamás, excepto a aquel terapeuta que no la había juzgado, ni castigado, ni perdonado, solo la había escuchado y orientado para que resolviera sus problemas.
Unos problemas que no podían resolverse. Lally se había encerrado en sí misma y sí, se había escondido entre su familia porque había necesitado sentirse a salvo.
—¿No quieres contármelo? Quizá pueda ayudarte de algún modo —Cam miró a sus hermosos ojos castaños y afloraron de pronto pensamientos y emociones que había intentado acallar desde el día que había hecho el amor con ella—. Tú has hecho tanto para intentar ayudarme.
Era evidente que llevaba mucho tiempo castigándose. Era algo que Cam ya había intuido por su manera de actuar y había supuesto que tendría algo que ver con un hombre, pero no había imaginado que se sintiera tan culpable.
Se había castigado vistiéndose de colores apagados, se había dedicado a servir a su familia, apartándose del mundo. Seguramente había creído incluso que ayudando a los suyos podría redimirse de lo que consideraba un pecado. ¿Vería el pasado con objetividad, o teñido por la culpa y los recuerdos que nunca había conseguido superar?
—¿Qué edad tienes ahora, Lally? —le preguntó mientras le acariciaba la mano.
Ella había relajado la mano, pero Cam sospechaba que lo había hecho sin darse cuenta. Quería ayudarla, pero también quería que confiara en él plenamente. Algo que prefirió no analizar.
—Veinticuatro años —murmuró—. Aparecía en mi curriculum.
—Es cierto. Eso quiere decir que cuando estuviste con el marido de esa mujer tenías dieciocho años, ¿no? ¿Qué edad tenía él?
—Diez años más que yo —se mordió el labio—. Sabía que no era buena idea salir con alguien tan mayor.
Cam deseó ir en busca de aquel tipo y hacerle pagar por el daño que le había hecho a Lally.
—¿Tú sabías entonces que estaba casado?
Ella lo miró a los ojos.
—No. No lo sabía.
—¿Qué ocurrió?
Lally respiró hondo y las palabras comenzaron a fluir.
—Me conquistó con su amabilidad y sus cumplidos. Decía que le encantaba que llevara colores tan vivos. A veces, cuando pienso en ello… —dejó de hablar, tragó saliva y meneó la cabeza.
—Eras muy joven y te dejaste seducir por un hombre que debería haber sido más sensato.
«No es culpa tuya, Lally. Piénsalo con objetividad y encuentra el perdón que no has sabido encontrar en todo este tiempo».
—Mi familia me dijo que no había sido culpa mía —continuó, apretándole la mano—. Pero ellos no sabían… Estuve yendo a un terapeuta y no les conté nada más.
—No fue culpa tuya —le dijo también él—. Supongo que te culpas de haber roto su matrimonio, pero no deberías hacerlo. Lo que acabó con el matrimonio fue lo que hizo él, no tú.
—No lo entiendes —volvió a menear la cabeza, con expresión torturada—. Cuando su mujer se enteró, tuvo un ataque de nervios. Sam se largó, a ella la internaron y los niños acabaron en un centro de acogida —respiró hondo—. Yo no pude hacer nada. Destrocé una familia, hice daño a unos niños inocentes y a una mujer…
Ya lo había dicho, había confesado todas sus culpas. Cam estaba furioso, frustrado por no poder volver atrás y librarla de todo aquel dolor. Deseaba curarla como ella había intentado curarlo del insomnio y ayudarlo en todo lo que había podido.
—Hoy la has visto con sus hijos —le dijo con una ternura que no sabía bien cómo identificar—. Parecían felices y el hombre parecía ser su compañero.
—Sí —Lally frunció el ceño—. Es cierto que Julie parecía feliz… hasta que me ha visto.
—Ya no puedes cambiar el pasado —admitió Cam—. Pero no puedes seguir culpándote por ello, Lally. Alégrate de haberla visto hoy y de saber que está bien, acompañada de sus hijos. Tienes que superarlo para poder seguir adelante con tu vida.
Lally lo miró a los ojos y apenas pudo creer que se lo hubiera contado todo. Sentía que se había quitado un peso de encima. Eso no quería decir que todo estuviese bien de pronto, pero Cam parecía haberlo aceptado sin juzgarla.
—¿Cómo es que no te parezco un monstruo? —eso era lo que no comprendía. Se alegraba mucho de haber visto que Julie estaba bien, pero eso no cambiaba el pasado.
Y pensara lo que pensara Cam al respecto, tampoco cambiaba el hecho de que no la amaba. Era amable y comprensivo, pero no la amaba. ¿Qué había cambiado entonces?
—Tengo que irme a la cama —Lally no podía más, no podía seguir pensando, ni hacer nada. Solo quería huir—. Gracias… por la cena y por… esto. Ahora si me disculpas.
Se puso en pie y no esperó a ver qué sucedía. No podía pasar nada porque entre Cam y ella no había nada.