Capítulo 9
—Tenía intención de haber mirado el pronóstico del tiempo para los próximos dos días —dijo Cam al salir del coche, frente a la playa desierta.
Era media tarde y, después del largo viaje, era una maravilla ver un paisaje tan hermoso. El mar estaba demasiado revuelto como para nadar, pero sí podían disfrutar de la arena, el olor del agua salada, un cielo magnífico y un mar que se extendía hasta fundirse con el horizonte.
Lally parecía contenta y relajada y, al salir del coche y respirar hondo, en su rostro apareció una clara expresión de placer.
Cam se conminó a no observar demasiado aquella expresión, a centrarse en el propósito de aquel viaje, que era recoger el material para el mosaico.
—Normalmente no se me olvidan estas cosas, pero esta vez ni pensé en el tiempo.
Sí que había pensado en el trabajo, había estado escribiendo y había dejado instrucciones al jefe de obra por si acaso Lally y él no habían vuelto el lunes por la tarde cuando él llegara. El libro estaba avanzando, por lo que ahora ya no tendría problema para cumplir la fecha de entrega.
Quizá no había pensado en el tiempo que iba a hacerles porque no había querido pensar demasiado en el viaje para no volver a preguntarse una vez más si era sensato llevarse a Lally consigo. Apenas le había tocado el brazo el día anterior, solo eso, y todo su cuerpo se había vuelto loco. No podía permitirse dejarse afectar de ese modo. Tenía que resistirse a aquel deseo.
En lo que se refería a Lally, tenía que centrarse en lo exclusivamente profesional; no podía tratar de comprenderla, de conocerla mejor y de descubrir sus secretos.
—No creo que tengamos ningún problema con el tiempo —aseguró Lally después de mirar al cielo.
—Espero que tengas razón. De todas maneras, no le voy a quitar la capota al coche, por si acaso; no me fío del clima de la costa —Cam sacó dos cubos del maletero para meter las piedras, convencido de que si se comportaba con normalidad, todo acabaría resultando normal. Pero mejor si se acercaba a ella lo menos posible—. Veamos si encontramos material para tu mosaico. No sé si podré ayudarte o tendré que limitarme a hacer de porteador.
—Hasta que no vea lo que quiera no podré decidir, pero entonces sí podrás ayudarme a encontrar piedrecitas que sean parecidas.
Lally quería hacer aquel mosaico por Cam, y quizá también un poco por sí misma. Quizá su familia tuviese razón y hubiera llegado el momento de que explorara un poco su faceta artística.
Lo cierto era que estaba contenta e impaciente. Por el trabajo; no tenía nada que ver con el hecho de visitar playas paradisíacas con un hombre guapísimo. Un hombre capaz de hacerla derretir solo con mirarla a los ojos.
«¡Dios, Lally, ésa no es la clase de pensamientos que deberías tener!».
—¿Estás seguro de que te gusta la idea que te he propuesto para el mosaico? —la noche anterior se había quedado despierta hasta tarde pensando en el diseño. Había oído que Cam también estaba despierto, aunque, como de costumbre, había tenido mucho cuidado de no hacer ruido para no molestarla.
Había hecho un boceto del dibujo en el que especificaba los colores que utilizaría en cada parte y se lo había enseñado a Cam por la mañana.
—Me gusta mucho. Tú eres la artista, Lally. Lo que tú decidas estará bien.
Sabiendo que contaba con su apoyo, Lally comenzó a caminar por la playa en busca de piedras. Sin pararse a pensar en ningún momento en lo guapo que estaba Cam con aquellos pantalones cortos, la camiseta y las deportivas. Ni una sola vez.
Ella se había puesto unos pantalones pirata y una blusa de manga corta roja. Últimamente se decantaba a menudo por los colores más vivos de su vestuario.
«Como el del vestido que me compró Cam aquella noche».
Bueno, tenía derecho a llevar los colores que quisiera.
«¿De verdad? ¿No será que pretendes atraer la atención de Cam del mismo modo que atrajiste la de Sam hace seis años?».
¿Qué tendría que ver una cosa con la otra? Pensó Lally frunciendo el ceño.
—¿Ésa te parece bien, o no? —le preguntó Cam al ver el tiempo que llevaba observando una piedra.
—Pues… —Lally volvió a mirar la piedra y luego lo miró a él. No se había afeitado. Sin darse cuenta, se encontró imaginando el tacto de aquella incipiente barba.
Si la besaba, sentiría el cosquilleo en la barbilla. Quizá no fuera muy sensato, pero deseaba tanto aquel beso. Al volver a mirarlo a los ojos, vio reflejado en ellos el mismo deseo.
¿Por qué no dejarse llevar y disfrutar de nuevo de un beso maravilloso, mejor que el mismísimo paraíso?
¿Cómo era posible que echara de menos los besos de un nombre que solo la había besado una vez? Buscó la respuesta en su rostro, pero ni siquiera estaba segura de querer encontrarla.
Así que optó por pensar en otra cosa.
—Es suave, redondeada y tiene el color perfecto… Creo que sí, me la quedo —decidió y la puso en el cubo.
Siguieron buscando piedras. Al principio Lally estuvo algo inquieta, pero Cam fue de gran ayuda; se quedaba a su lado, esperando pacientemente mientras ella decidía o buscaba otros ejemplares parecidos a los que ella había elegido. Poco a poco fue relajándose.
—¿Alguna vez has ido a clase de pintura? —le preguntó Cam mientras ella observaba un puñado de piedrecitas.
—En el instituto, pero se trataba de pintar cuencos con fruta y cosas así. Después no hice nada más —dejó algunas de las piedras en el cubo y se agachó a seguir buscando.
Cam se agachó al mismo tiempo y se rozaron las manos. El ruido de las olas golpeando contra la orilla de pronto se hizo mucho más intenso porque Lally dejó de respirar por un momento. Miró a Cam a la cara y se perdió en la profundidad de sus ojos verdes.
—Perdona.
—Mejor míralas tú primero.
Los dos se incorporaron, momento en el que a Lally se le hundió la zapatilla en la arena húmeda.
—¿Sabes? Hace siglos que no camino descalza por la playa —dijo con una leve sonrisa en los labios—. Me apetece sentir la arena en los pies.
—Descálzate y aprovecha la oportunidad —le recomendó Cam en tono provocador.
¿Acaso no era eso lo que había hecho en el pasado, comportarse como una hedonista que se limitaba a disfrutar de lo que deseaba en cada momento sin pararse a pensar en los problemas que eso podría acarrearle?
«No es lo mismo, Lally. Solo vas a caminar descalza por la playa».
Ambos se quitaron los zapatos.
¿Qué peligro podía haber?
—Déjalos ahí —le dijo él, refiriéndose a los dos pares de deportivas—. No hay nadie que pueda llevárselos.
Tenía razón. Entonces él dejó también uno de los cubos y le tendió una mano que Lally aceptó con un escalofrío. La llevó hasta el borde del agua para poder mojarse los pies.
—Me encanta cuando la ola se retira y los pies se hunden en la arena —levantó la mirada hacia Cam y sonrió—. Es incómoda y maravillosa al mismo tiempo.
Cam se echó a reír, sin apartar la mirada de sus ojos. Le apretó la mano y Lally se dio cuenta de que debería soltarla, pero no quería hacerlo.
Tenía que hacerlo, especialmente si la miraba de ese modo.
—Será mejor que sigamos buscando, que es a lo que hemos venido. Quiero hacer un buen trabajo.
Mientras examinaba las piedras, Lally miró a Cam y deseó que la vida fuera más sencilla, pero las heridas del pasado seguían abiertas.
—¿Qué te parecen éstas? —le preguntó, mostrándole unas piedrecitas blancas.
Al sentir de nuevo su mirada, a Lally se le aceleró el pulso. Aquella mirada y aquella sonrisa eran el sueño de cualquier mujer. Podría haberse derretido allí mismo, bajo su mirada.
—Me gustan. Sí, ponlas con las demás —comenzó a caminar un poco más rápido—. Voy… voy a ir a ver por allí —señaló un lugar al azar, solo para alejarse de él.
Fue una suerte que la dejara marcharse. ¿Desde cuándo no podía siquiera mirarlo sin desear abrazarlo?
—Deberíamos ir pensando en marcharnos para llegar a tiempo a la cita con mi madre —anunció Cam un rato más tarde, cuando fue en su busca.
Lally levantó la mirada y volvió a ocurrirle, el corazón le revoloteó dentro del pecho como si tratara de escapar. Se repitió una y otra vez que no podía permitir que él se diera cuenta.
—Muy bien. Creo que ya tengo todos los colores que se pueden encontrar en esta playa —al mirar al cubo, no se fijó en dónde ponía el pie y sintió un intenso pinchazo—. ¡Ay!
—Déjame ver —Cam dejó de inmediato el cubo y se agachó para verle el pie—. Te has cortado un poco con una roca. No parece muy profundo, pero habría que limpiar la herida y vendártela. Vamos al coche para que te pueda curar.
—Creo que necesito apoyarme para… —fue todo lo que pudo decir antes de que él la levantara en brazos y ella dejara de pensar por completo.
Se olvidó del dolor del pie y solo pudo sentir el calor de su cuerpo. Ya había estado así una vez, la noche del beso. Esa vez no podía agarrarse a su cuello ni hacer nada que le revelara lo que sentía.
«¿Y no se habrá dado cuenta ya por el modo en que me he derretido entre sus brazos?».
Cam la llevó hasta el coche y la sentó en el asiento del conductor, donde tuvo que soltarla a pesar de que no parecía querer hacerlo. Se arrodilló frente a ella y volvió a observarle el pie.
—Tengo un botiquín en el maletero.
—Ya casi no me duele. Seguro que basta con que me pongas una tirita —Lally se sentía tonta con el pie entre sus manos—. No es más que un corte —se inclinó para hacerlo ella misma.
Cam se lo agarró con fuerza.
—Yo lo haré, así que quédate quietecita que estás muy guapa —le ordenó.
Ella obedeció, dejó que le curara la herida con total delicadeza y luego lo esperó mientras iba a buscar los zapatos. De nuevo se arrodilló frente a ella para ayudarla a calzarse, para seguir cuidándola. De pronto levantó la mirada y la descubrió observándola. Sus ojos se oscurecieron de nuevo, pero esa vez Lally no podía huir. Él se puso en pie y apoyó una mano a cada lado de sus piernas, en el asiento.
—No me gusta que te hagas daño —murmuró, con la mirada clavada en sus labios.
—Estoy bien —le había dicho que se quedara quieta, que estaba muy guapa y Lally se dio cuenta de pronto de que hacía mucho tiempo que no se sentía así, atractiva, guapa y deseada.
Algo dentro de ella, algo que la había tenido presa durante seis años, comenzó a resquebrajarse.
—Lally —susurró él y se acercó un poco más.
Oyó su nombre y fue como si estuviera pidiéndole ayuda, como si quisiera que no le dejara continuar.
Pero lo único que pudo hacer Lally fue dejarse llevar, inclinarse hacia delante solo unos milímetros, hasta que pudo sentir el aroma de su piel.
Olía tan bien, solo quería sentir aquel delicioso aroma.
—Dios, Lally, cuando me miras así… —dejó de hablar y acabó con la poca distancia que los separaba.