Capítulo 2

—Aquí estoy, con maletas y todo —anunció Lally con una alegría que no conseguía ocultar del todo sus nervios—. Tengo más cosas en el coche, pero ya las traeré después. Tengo la costumbre de llevármelo todo cada vez que empiezo un trabajo nuevo con la familia. Me gusta tener mis cosas, así me siento en casa esté donde esté. Estoy segura de que también me sentiré en casa aquí, en cuanto me instale.

Quizá también había adquirido la costumbre de hablar sin parar para ocultar inseguridades.

Cam sintió la extraña necesidad de tranquilizarla y decirle que todo iba a ir bien. Se levantó de la silla en la que estaba sentado y fue hacia ella.

—Yo también suelo llevarme algunas cosas cuando viajo.

La mayoría de esas cosas estaban relacionadas con los dos aspectos de su trabajo: ordenadores, documentos, la máquina de café y material de investigación sobre lo que estuviera escribiendo.

—Deja que te ayude con eso; esa maleta parece pesar diez veces más que tú. Yo también estoy deseando que te instales aquí.

Hacía siglos que no pasaba un tiempo en compañía de una mujer. La última vez había sido un verdadero desastre, pero ahora era distinto; se trataba de una relación profesional. Cam solo quería que su nueva ama de llaves se sintiera cómoda.

La vio tomar aire y volver a soltarlo lentamente, deshaciéndose así de parte de la tensión.

Lally Douglas era una mujer hermosa. Iba a ser una experiencia nueva tener a una mujer así como ama de llaves. Lo cierto era que había imaginado alguien mucho mayor, casi a punto de jubilarse.

Quizá ella lo ayudara a aprender algo sobre las mujeres, así podría plasmar las peculiaridades y las manías del personaje femenino de su libro.

Lo cierto era que se preguntaba por qué Lally mostraba esa reserva que parecía ir en contra de su naturaleza imaginativa y de la chispa que aparecía en sus ojos cuando algo despertaba su interés. Cam achacó dicha curiosidad a su pasión como escritor y observó a Lally detenidamente.

Era una muchacha esbelta, con la piel del color del café con leche y el cabello rizado, casi negro; tenía las pestañas largas, los pómulos marcados y una sonrisa capaz de derretir cualquier corazón. Aquel día llevaba una falda marrón por las rodillas, sandalias de tacón bajo, una sencilla blusa blanca y un suéter beige sobre los hombros.

—No te preocupes, puedo sola —dijo, arrastrando las maletas—. Ruedan muy bien.

—Sí, ya veo —pero de todos modos, le quitó una de las manos.

Sus dedos se rozaron y Cam intentó con todas sus fuerzas no reparar en la suavidad de su piel, ni en sus uñas perfectamente cortadas y sin pintar. Deseó acariciar aquella mano y entrelazar sus dedos con los de ella.

¿Y qué más? ¿Llevarse la mano a los labios y besarle los dedos? «Eso no va a ocurrir, Travers». El día anterior había sentido la misma reacción y había necesitado hacer un verdadero esfuerzo para controlarla. Mezclar el trabajo con ese tipo de sensaciones no era buena idea en absoluto.

Además, en esos momentos no tenía tiempo para sentirse atraído por nadie y mucho menos para tener que preocuparse por ello. Prefería dejarlo para cuando le apetecía salir, momento en el que buscaba acompañantes que no buscaran una relación duradera. Las experiencias que había tenido a lo largo de su vida no lo habían ayudado precisamente a creer que algún día podría mantener una relación más profunda con una mujer. Solo tenía que recordar el modo en que lo había criado su madre y la única vez que había intentado tener algo serio con una mujer a los veintitantos años. Ambas cosas habían sido un rotundo fracaso.

Lally había retirado la mano de manera un tanto extraña, pero le ofreció una ligera sonrisa.

—Gracias.

—De nada —hizo un gesto para dejarle paso hacia el apartamento que estaba a la altura de la calle—. Éste es el apartamento que vamos a compartir. Es el único en todo el edificio que está en condiciones y amueblado porque era el que utilizaban los conserjes del inmueble hasta que yo lo compré. Uno de los dormitorios es mi despacho, pero hay otros dos, además de todas las comodidades básicas.

—Seguro que está muy bien. Mi padre comprobó tus referencias en la agencia de empleo —dijo Lally, y se mordió el labio.

—Es lógico que quisiera asegurarse de que ibas a estar bien.

La llevó hasta la terraza y la invitó a sentarse.

—Gracias por entenderlo —dijo antes de prestar atención a los platos de comida que había sobre la mesa—. Si está todo tan rico como huele, me parece que mi primera mañana de trabajo empieza bien.

Cam se encogió de hombros, aunque le gustó oír aquello.

—No he tardado nada en prepararlo mientras intentaba encontrar más ideas para el libro —la palabra clave era «intentaba».

—A partir de ahora, tendrás el desayuno preparado cuando te levantes —prometió Lally en el momento en que el ruido de la obra se hizo más intenso. Abrió los ojos de par en par—. ¿No te molesta el ruido para escribir?

—No. Normalmente puedo trabajar por mucho ruido que haya —le habría gustado mucho poder echarle a eso la culpa de su falta de productividad, pero lo cierto era que no sabía a qué se debía ni cómo solucionarlo, excepto no separarse del ordenador hasta dar con una idea para aquel personaje—. En realidad han empezado a trabajar esta mañana. Llevo aquí menos de una semana y la mayoría del tiempo lo he pasado organizando a la cuadrilla y pidiendo el material junto con el jefe de obras.

A Cam solía gustarle esa clase de desafíos, pero esa vez no lo estaba disfrutando demasiado, a causa de los problemas que estaba teniendo con el libro. Siempre había podido manejar ambos aspectos de su vida y no le gustaba la sensación de estar perdiendo el control.

—Es una suerte que el ruido no te suponga un problema —dijo Lally, mirando a su alrededor, a la piscina que en aquellos momentos parecía más bien un estanque de patos—. Bonita piscina —comentó antes de volver a mirarlo a la cara—. Comprendo que te gustara este lugar. Será maravilloso cuando terminen las obras —en sus ojos apareció una mezcla de interés en su nuevo trabajo y de dolor—. Al menos estaré ocupada ahora que mi familia no me necesita.

—¿Tu familia?

—Volveré con ellos después de esto —se apresuró a decir, como si necesitara hacerlo para creérselo del todo—. Y seguiré ayudándolos en todo lo que pueda.

—Es una suerte que vayas a cuidar de mí por un tiempo —y era cierto. Estaba agotado, más de lo que era capaz de tolerar siendo insomne y adicto al trabajo.

Dios sabía que podía permitirse pagar un sueldo para que alguien lo ayudara, lo que ocurría era que nunca antes había buscado a ese alguien. Cocinar y limpiar le servía para matar el tiempo, algo que normalmente tenía de sobra. Seguía teniendo tiempo, pero por culpa de un personaje femenino que se negaba a cobrar vida sobre el papel, ese tiempo no estaba siendo nada productivo.

Le ofreció café con una mirada.

—Sí, gracias —dijo ella, sonriendo—. Necesito mi primera dosis de cafeína del día.

Se mantuvieron en silencio durante unos segundos mientras disfrutaban del café. Cam había probado a eliminar el consumo de café con la esperanza de que eso lo ayudara a dormir mejor, pero no había surtido ningún efecto.

—Este lugar podría convertirse en buen ingrediente para uno de tus libros —comentó ella mirándolo con timidez—. Ayer después de la entrevista me compré tu primera novela y leí en la contraportada que a veces utilizas tus proyectos inmobiliarios como escenarios de tus historias.

—Espero que te guste el libro —se alegraba de poder entretener a la gente, pero Lally le había dicho que no solía leer novela negra—. No a todo el mundo le gustan mis historias.

Lally respondió con total sinceridad.

—¡Ya lo he terminado! No podía dejar de pasar las páginas. Estoy deseando leer los demás. Lo único que podría haber mejorado la trama habría sido que el protagonista tuviera alguna historia amorosa —nada más decirlo se llevó la mano a la boca—. Lo siento mucho. Yo no tengo la menor idea.

Cam esbozó una especie de sonrisa.

—Mi editor y mi agente están de acuerdo contigo. Estoy intentando introducir ese personaje masculino, pero me está costando caracterizarlo —hizo una breve pausa y decidió cambiar de tema—. Bueno, comamos algo. Espero que haya algo que te guste; si no es así, tengo cereales, fruta y yogur.

—Me gustan muchas cosas. Gracias —se sirvió un huevo, dos tomates a la plancha y una tostada—. Siento mucho haber dicho eso sobre tu libro. No es asunto mío —parecía afligida.

—No te preocupes —le dijo Cam amablemente—. Puedo aceptar una crítica constructiva. ¿Quién sabe? Puede que te cuente las ideas que se me ocurren. Estoy casi seguro de que tendré que pedirte que me ayudes a investigar en Internet, ya que te manejas bien con el ordenador —una ventaja con la que no había contado al pensar en contratar un ama de llaves.

—Estaré encantada —respondió con evidente entusiasmo.

Cam sonrió también.

—Puede que deba estar agradecido de que mi editor y mi agente hayan esperado hasta el sexto libro para decirme que introdujera un personaje nuevo.

—Sí. Hasta ahora te habías librado —la sonrisa de Lally comenzaba ya en la profundidad de sus ojos color chocolate y le iluminaba el rostro como si le diera el sol.

Estaba provocándolo.

Y a Cam le gustaba que lo hiciera. Respondió con otra sonrisa y se miraron el uno al otro. De pronto algo cambió en el ambiente, desapareció el sentido del humor. Cam levantó la mano hacia ella.

Y volvió a dejarla caer de inmediato. Ambos apartaron la mirada al mismo tiempo.

Cam trató de recordar que no era nada bueno sentir ese tipo de cosas hacia ella y, si ella también lo sentía, tampoco estaba nada bien. Cam llevaba una vida muy ajetreada, llevaba años haciéndolo. Se presionaba para sobrevivir, sobrevivía para seguir presionándose y, al hacerlo, conseguía llenar las interminables horas en las que nunca conseguía dormir y descansar de verdad.

No había manera de romper el círculo. Era algo con lo que tenía que vivir y que desde luego no ayudaba a mantener una relación plena con ninguna mujer. Ya lo había comprobado en el pasado.

«Tienes treinta y dos años. ¿Y si de repente sientes la necesidad biológica de sentar la cabeza y tener hijos?».

Como le había pasado a su madre, que había tenido un hijo y había sentado la cabeza. Bueno, solo había tenido un hijo.

Dejó a un lado la idea, pues sabía que no servía de nada.

Lally tomó otro sorbo de café y lo miró por encima del borde de la taza.

—Está muy rico. Gracias. Tengo que reconocer que me moría de ganas de tomarme el primer café del día —después hizo un gesto hacia el resto del edificio, de donde procedía el ruido—. Parece que saben bien lo que hacen. Si siguen a ese ritmo, las obras terminarán en un abrir y cerrar de ojos.

—Ése es mi objetivo —miró a la zona del jardín—. Pero no sé muy bien qué hacer aquí. Le falta algo —y Cam no sabía qué; no bastaba tan solo con dividir el edificio en apartamentos. En realidad después iba a alquilarlos o a venderlos, así que, ¿qué más daba que el jardín no tuviera alma?—. Quiero climatizar la piscina para que pueda utilizarse todo el año.

—Entonces va a haber mucha actividad durante los próximos meses.

Siguieron comiendo en silencio, mientras Cam observaba los delicados movimientos de Lally. Tenía unos dedos preciosos. Si tenía que crear un personaje con el que el protagonista del libro tuviera una historia de amor, tendría los dedos de Lally. Unos dedos que podrían agarrar una pistola, una copa de champán o el cuello del asesino con la misma elegancia, claro que también podría ser ella la asesina.

Las ideas se le agolpaban en la cabeza, el problema era que no conseguía darles forma de manera coherente.

—En cuanto a la lista de tareas…

—¿Has hecho la lista de tareas por escrito? —preguntó Lally al mismo tiempo.

Los dos se quedaron callados y tomaron otro trago de café. Lally respiró hondo, lo que hizo que Cam se fijara en el movimiento de sus pechos. El pelo le caía por la espalda libremente como el día anterior.

Llevaba una blusa sin mangas. Cam sintió el deseo de pasar los dedos por la suavidad de sus brazos, unos brazos fuertes a pesar de su delgadez. Y eso que había decidido no fijarse en ella.

Mientras ella comía, Cam se sacó un papel del bolsillo de la camisa.

—Por el momento solo he apuntado unas cuantas cosas.

Le pasó el papel, que ella leyó de inmediato.

Lally sabía que él no estaba mirándola, sin embargo podía sentir su presencia, por lo que tuvo que hacer un gran esfuerzo para concentrarse en lo que estaba leyendo.

La lista incluía hacerse cargo de la colada, limpiar el apartamento, preparar las comidas y cambiar las sábanas. Mientras él escribía, Lally estaría a cargo de su teléfono móvil y tendría que decidir si debía interrumpirlo o no, dependiendo de los mensajes que le dieran sus socios de Sydney.

—Parece todo muy razonable —dijo por fin al volver a mirarlo.

—Puede que con el tiempo te pida que hagas otras cosas. Cuando empiecen a estar acabados los apartamentos, quizá tengas que subir a limpiarlos.

—Muy bien —Lally no tenía ningún inconveniente en trabajar—. Me gusta estar ocupada. No me importa de qué se trate, siempre y cuando me mantenga en movimiento.

¿Acababa de dar una imagen muy aburrida de sí misma?

«¿Qué importa si lo has hecho, Latitia? Eres su ama de llaves, no tienes por qué parecerle interesante, solo eficiente».

—Estoy acostumbrada a recibir muchas llamadas de teléfono y a recoger mensajes —sin embargo su familia prácticamente había dejado de llamarla desde que había decidido que tendría que buscar trabajo por la vía tradicional.

Un hombre con casco se acercó a ellos por el jardín.

—Buenos días, señor Travers. Siento interrumpirlos, solo quería decirle que podemos hablar de los planes para hoy cuando usted quiera. Los chicos empezarán con la piscina hoy mismo; van a tener que vaciarla porque el agua está demasiado sucia para poder limpiarla.

—¿Qué más planes hay? —preguntó Cam.

—Vamos a desmontar todos los apartamentos —el hombre miró un segundo a Lally—. No necesitamos ningún otro hasta que se acaben las obras, así que será más rápido si están todos en el mismo estado.

—Gracias —murmuró Cam frunciendo el ceño—. Dejadme que os presente. Jordán Hayes, ésta es mi ama de llaves, Lally Douglas. Lally, te presento al encargado de la obra.

El hombre le tendió la mano.

—Encantado.

Lally le estrechó la mano y acto seguido se puso en pie.

—Los dejo que sigan hablando y así yo me pongo a trabajar —miró a la mesa—. Retiraré esto cuando haya dejado mis cosas dentro.

Lally se marchó antes de que Cam tuviera tiempo de pensar una respuesta. Entonces el encargado se puso a hablar y tuvo que concentrarse en el trabajo.

Prefería no pensar en la presión que había sentido en el pecho al ver que Lally le estrechaba la mano a Jordán. No tenía el menor derecho a sentir nada al respecto. Apretó los dientes e hizo todo lo posible para relajar el rostro mientras hablaba con el encargado.

—Vamos a hablar a mi despacho. Allí estaremos más tranquilos.

Quizá si se quedaba allí encerrado después de la conversación y se centraba en la obra y luego en el libro, podría dejar de pensar en su nueva empleada.

Debía reconocer que la había visto demasiado guapa al llegar aquella mañana, moviendo las caderas mientras arrastraba aquellas maletas. Cam no había podido evitar fijarse en su aspecto, y se había fijado mucho.

Una cosa era observar la forma de sus dedos y otra muy distinta era observarla a toda ella. Tenía que dejar de hacerlo. Iba a sacarse a Lally Douglas de la cabeza y no volvería a pensar en ella hasta la hora de comer.

Como si no pudiera controlar esa leve atracción que sentía por ella. Eso sería ridículo.