Capítulo 5

—Ahora la peluquería —anunció Cam mientras cruzaban el vestíbulo del hotel—. En la escena, el personaje femenino se da cuenta de que el protagonista quiere mimarla al máximo.

—Con lo que pretende disipar las dudas que ella pueda tener sobre sus motivos. Con lo que ambos se sumergen de lleno en su papel —Lally no podía apartar la mirada de él. En su rostro había esa inmovilidad que ocultaba cierta tensión y una indudable atracción.

Aunque sabía que no debía hacerlo, que había un millón de razones por las que no debía reaccionar de ese modo, Lally lo miró fijamente a los ojos y admitió, al menos ante sí misma, que también ella sentía esa atracción. Tenía que acabar con aquello cuanto antes; ambos tenían que limitarse a disfrutar de la investigación y olvidarse de aquellas reacciones tan poco apropiadas. Quizá la culpa de todo la tuviera el ambiente que ellos mismos estaban creando para la escena.

Lally consiguió superar la visita a la peluquería, para lo cual fue de gran ayuda que Cam se sentara en la zona de espera, con toda su atención puesta en una revista.

Media hora después, Lally se levantó de la silla con el pelo recogido en una coleta alta de la que se le escapaban algunos mechones que le caían por la espalda.

—Zapatos —murmuró Cameron mientras descansaba la mirada en su cuello.

—Tienes que elegir cómo es el pelo del personaje. Puede que rubio platino y liso, y apartado de su rostro de modelo —sugirió Lally.

—Sí, puede ser —respondió él mientras se encaminaban hacia la zapatería.

La transformación de Lally se completó con unas sandalias en las que se fijó nada más entrar a la tienda. Tenían que ser suyas.

Un tacón de más de quince centímetros, tiras doradas y negras en el empeine y alrededor del tobillo. Por un instante, Lally se olvidó de todo su sentido común; dejó de pensar en el motivo por el que estaban allí, se olvidó de todo excepto de Cam, pero incluso él ocupó un segundo lugar después de aquellas sandalias.

—Esto lo pago yo —dijo mientras se las probaba. Le quedaban como un guante; estaban hechas para ella.

Tanto su tarjeta de crédito como el dinero estaban en la bolsa en la que la dependienta de la boutique había metido su ropa, por lo que miró a Cam para que se la diera. En sus labios había una extraña sonrisa… ¿de fascinación?

No, claro que no. No podía ser.

—Dame la bolsa, por favor.

—No. Yo pago —y eso hizo.

—No lo entiendes —protestó ella, una vez fuera de la zapatería—. Tenía que comprármelas —¿cómo podía explicar la magia que sucedía cuando unos zapatos se convertían de pronto en los mejores amigos de una mujer? Y que eso significaba que no podía permitir que fuera él el que se los comprara.

—Habría pagado eso y mucho más por cualquier cosa que hubieses elegido —y con esas pocas palabras, Cam zanjó la cuestión con una mirada llena de sentido del humor que, sin embargo, daba a entender que de nada le serviría discutir con él. La agarró del brazo y la llevó hacia el restaurante del hotel—. Estás guapísima, Lally. Estás hecha para llevar colores vivos.

—Eso mismo dice mi madre —«¡trabajo, Lally!». Debía recordar que lo que estaban haciendo era una cuestión de trabajo, no importaba el modo en que él la mirara y que mientras caminaba a su lado Lally tuviera la sensación de que había encontrado su lugar en el mundo—. Durante la cena veremos qué ideas te ha dado todo esto para el personaje —declaró Lally con determinación.

 

 

Estaba increíble, pensó Cam una vez más mientras acompañaba a su ama de llaves hasta la mesa del restaurante. Estaba guapísima y caminaba con sorprendente facilidad subida a unos tacones que habrían acobardado a muchas mujeres.

Le había dicho que estaba hecha para llevar colores vivos, pero no que estaba hecha para todo aquello: el vestido, los zapatos, el peinado, el brillo que había en su mirada…

Sí, era cierto que necesitaba hacer aquella investigación para el libro. Al ver a Lally con aquella ropa había conseguido empezar a ver por fin a la heroína de la historia.

No era rubia platino, sería una mujer de treinta y tantos años, de aspecto elegante y cabello castaño. Una mujer vestida de negro clásico. Parecía que la estrategia de Lally funcionaba.

Él había creído que necesitaba un ama de llaves para tener más tiempo y así conseguir salir del bloqueo de inspiración en el que estaba atrapado.

Pero lo que necesitaba en realidad era la experiencia de esa noche.

El camarero los condujo a la mesa que Cam tenía reservada, pero antes detuvo su mirada en Lally durante unos segundos.

Cam lo comprendió.

—Me siento completamente distinta —admitió Lally una vez estuvieron solos de nuevo—. Como Cenicienta preparada para el baile, pero sin zapatos de cristal —apretó los labios—. Bueno, pero no se trata de mí. ¿Qué llevará tu personaje? ¿Qué habría comprado ella en la boutique?

—Tus zapatos son mejores aún que si fueran de cristal —porque acentuaban la forma perfecta de sus piernas, la delicadeza de sus tobillos, pero eso no podía decírselo a su ama de llaves—. Mi heroína llevaría un vestido negro, largo y ajustado. Zapatos negros de tacón de aguja. Una gargantilla con diamantes, una pulsera ancha en la muñeca derecha y unos pendientes con un diamante.

—¡Sí que la estás viendo! Es genial —Lally miró al bolso que había elegido Cam—. Los adornos son increíbles, parecen diamantes de verdad.

Cam pensó esquivar su mirada, pero no pudo hacerlo, así que al menos esperó no parecer demasiado culpable.

—Son de verdad, pero no hay muchos y son muy pequeños. Casi cuesta lo mismo que los bolsos que llevan piedras falsas —hizo una pausa antes de añadir en tono profesional—: Además tiene el tamaño perfecto para un revólver pequeño de mujer.

Lally abrió los ojos de par en par y su rostro se llenó de interés.

—¿Es una asesina? ¿O una espía?

—Algo así —sabía que estaba siendo un poco misterioso, pero no podía resistir la tentación de despertar su curiosidad. Se fijó en su cabello y en la curva de su cuello y se olvidó de la novela y de los personajes.

Deseó besarla allí, en el cuello, sentir el aroma de su piel y acariciarla con los labios.

—No puedes decirle a nadie lo que tengo pensado para la protagonista —le pidió, orgulloso de haber sabido apartar la conversación del tema de los diamantes del bolso—. Tengo que mantener en secreto los detalles de la historia hasta que se publique el libro.

—No contaré nada —prometió—. Supongo que puedo confesar que me encantan el vestido y los zapatos. Nada más terminar el instituto tuve unos parecidos —admitió con culpabilidad—. Eran más baratos y no tan bonitos, pero hacían que me sintiera…

—¿Guapa? Lo estás.

Quizá no debería haberle dicho eso, probablemente no, pero las palabras ya habían salido de sus labios.

—Gracias —Lally hizo un esfuerzo para no dejarse afectar por lo que acababa de oír.

No pasaba nada por sentirse halagada. Un hombre encantador le decía a una chica que estaba guapa, ella agradecía el cumplido como lo que era, un simple cumplido. Lo mismo que podría haberle dicho a cualquier otra mujer en un contexto laboral.

Pero lo cierto era que no solo se sentía halagada; sentía la atracción de Cam y la suya propia hacia él. Sentía la química que había entre ellos, que había estado ahí desde el comienzo de la noche, por mucho que se hubiesen empeñado en ocultarla con la excusa de la investigación.

Cam inclinó el cuerpo hacia delante como si quisiera eliminar la distancia que los separaba y darle un suave beso en los labios.

Ella también se echó hacia delante hasta que se obligó a controlarse y a poner la espalda recta de nuevo.

Tenía que recordar que Cameron Travers era su jefe, no un hombre al que podía desear besar y en cuyos brazos quería derretirse.

—Deberíamos pedir la cena —Lally clavó la mirada en la carta, aunque realmente no veía nada—. ¿Necesitas que elijamos algo en concreto?

—No. Pide lo que te apetezca —dijo él, centrándose también en la carta.

Perfecto. Ambos eran capaces de comportarse con sensatez.

Después de unos segundos, Lally consiguió ver los platos.

—Yo voy a pedir el caldo de verduras. Un plato sano y convencional, el tipo de comida que me gusta.

Porque ella era una chica sensata y convencional, por mucho que se hubiese dejado comprar un vestido bonito y unos zapatos impresionantes. Pero, al margen de eso, Lally ya había superado eso de dejarse llevar por las emociones, los caprichos o cualquier tipo de descontrol.

Eso era lo que Sam le había obligado a aprender; bueno, más bien había sido el dolor lo que le había obligado. Aquel recuerdo borró parte de su alegría.

—Lally, muchas gracias por todo lo que estás haciendo esta noche. Estoy pasándolo muy bien con esta investigación y no dejo de tener nuevas ideas. Me has ayudado a recuperar la inspiración.

—De nada. Es un verdadero placer —respondió ella, echando a un lado los recuerdos tristes.

Cameron volvió a mirar la carta, pero mantuvo una ligera sonrisa en los labios. Después comenzó a hablar del proyecto inmobiliario; quizá se había dado cuenta de que Lally necesitaba hablar de cosas menos conflictivas.

Enseguida llegó la comida y Lally pudo probar el caldo. Tenía trozos de cordero, verduras frescas y un delicioso toque de especias. Nada más llevarse la cuchara a la boca, cerró los ojos y se dejó llevar por el sabor.

—¿Qué tal está?

—Absolutamente delicioso —respondió con una sonrisa. Llevaba un vestido y unos tacones muy sexys, ¿qué problema había en que la comida también fuera emocionante y exótica?

Siguieron hablando de una cosa y de otra, de nada importante, y sin embargo el ambiente volvió a llenarse de tensión hasta que Lally se dio cuenta de que apenas podía respirar con normalidad. Fue entonces cuando descubrió también que ambos habían dejado de comer y estaban allí mirándose el uno al otro, sin decir nada.

Casi como… amantes.

«Como solías mirar a Sam, completamente fascinada y sin poder pensar en nada que no fueran sus palabras, sus sonrisas y la manera en que solía mirarme».

—¿Qué… qué haría tu heroína en este momento de la velada?

La llegada del camarero con el segundo plato impidió que Cam respondiera a la pregunta hasta que les hubo servido la comida y el vino.

—Estaría haciendo todo lo que estuviese en su mano para distraer al protagonista y que él no pudiera preguntarse qué pretendía —le dijo por fin—. Yo, por el momento, querría que me describieras el sabor del pescado que has pedido, para poder utilizar la información en el libro.

—Ah… muy bien. Está jugoso y la salsa es cremosa y acida al mismo tiempo —le explicó Lally lo mejor que pudo.

Tenía la sensación de que Cam estaba tomando nota mental de sus palabras y trató de convencerse de que había dejado atrás la tensión. Tenía que haber un modo de acabar con aquella sensación.

—¿Tienes intención de empezar algún otro proyecto inmobiliario en Adelaide? —perfecto, eso era una conversación de negocios perfectamente razonable… claro que también podía parecer que estaba pidiéndole que le asegurara que no iba a marcharse después de solo unas semanas.

—Háblame de tu familia. Ya has mencionado el restaurante y varios artistas —dijo Cam al mismo tiempo.

Los dos se quedaron callados.

Si Lally empezaba a hablar de su familia, seguirían allí cuando llegara la hora de cerrar. Además, quería saber qué planes de futuro tenía, aunque corriera el riesgo de parecer una entrometida.

—Puede que sí que emprenda algún otro proyecto —respondió Cam, sin dar demasiada importancia a la pregunta—. Hoy mismo he hecho una oferta para comprar un edificio de apartamentos que están muy deteriorados, pero que podrían venderse muy bien una vez arreglados.

Hablaba de aquello como si invertir esas cantidades de dinero no fuera emocionante, claro que quizá para él no lo fuera. A ella sin embargo sí se lo parecía, casi tanto como el talento que tenía para crear historias. Tan fascinante como su mirada, o el hoyito que tenía en la barbilla…

«¡Todo eso no es fascinante, Lally!».

Bueno, quizá Cameron Travers fuera una persona interesante; un hombre complejo, siempre ocupado, casi adicto al trabajo. E insomne. Sí, por algún motivo, todo aquello le parecía fascinante, demasiado para su propio bien.

Durante el resto de la cena Cam tomó algunas notas en su libreta, pero Lally tuvo en todo momento la sensación de que no dejaba de prestarle atención, lo cual no tenía ningún sentido.

Por fin acabaron el café y el postre y entonces Cam la miró a los ojos.

—Son más de las once. ¿Estás dispuesta a dar el último paso de la noche?

Lo dijo con voz profunda, tratando de parece profesional, pero había algo…

—Para eso hemos venido —le recordó Lally a pesar de los nervios que sentía.

Aquello era peligroso, lo supo desde el momento que Cam la agarró del brazo para salir del restaurante y la aproximó contra sí. Lally sintió su cuerpo fuerte, su aroma, dos cosas en las que no debería fijarse porque necesitaba protegerse. No estaba preparada para meterse en una relación con otro hombre, pero aunque lo estuviese, ese hombre nunca podría ser un millonario famoso que además era su jefe. Cam estaba completamente fuera de su alcance.

¿Qué hacía entonces caminando junto a él, pegada a su cuerpo?

Se subieron a un ascensor que los llevó a la azotea del hotel.

—Solo son cinco pisos, pero de todos modos quiero subir —dijo Cameron, casi como si quisiese disculparse.

—Lo que necesites para la historia —respondió Lally, convencida de que había superado la crisis.

La convicción duró hasta que volvió a mirarlo a los ojos y se le aceleró el pulso. Aquello era absurdo. Estaba… nerviosa.

—Eso es exactamente lo que quería ver, Lally… ese gesto de cautela, aunque a estas alturas aún no creas que puedas estar en peligro. Pienso describir esa mirada en el libro.

El ascensor se detuvo.

—No tienes vértigo, ¿verdad? —le preguntó mientras la llevaba hacia el borde.

—No —no obstante, se dejó llevar e incluso se apoyó en él.

—Mira la caída que hay hasta el suelo —le pidió—. Y ahora vamos a hacer como si…

De pronto, al verse mirando los cinco pisos de altura en mitad de la noche, la imaginación de Lally se disparó. ¿Qué pensaba escribir Cam sobre aquel lugar? ¿Qué quería que hiciese ella exactamente?

Lally miró a su jefe con nervios y emoción.

—El instinto me dice que va a ser emocionante. Tengo el corazón en la garganta y eso que aún no sé qué vamos a hacer.

—No sé qué pensarás —Cam la agarró aún con más fuerza—. Pero vamos a averiguarlo ahora mismo.