Capítulo 4
—Tenía intención de colocarlo todo en cuanto llegáramos a casa —dijo Lally al día siguiente por la tarde, mientras sacaba las cosas de las bolsas de la compra.
Tenía que levantar un poco la voz para que Cam pudiera oírla a pesar del ruido que hacían las obras, que en aquellos momentos era ensordecedor.
—¿Te molesta el ruido? ¿No te pone nerviosa?
—No —respondió ella de inmediato—. Si hay algo que podría volverme loca, sería el silencio.
Cam lo entendía bien. Quizá él también necesitara un poco de ruido aquel día.
«Eso ya lo has intentado, ¿recuerdas? Lo has intentado todo. Ruido y silencio, luz y oscuridad; sea como sea, tu cuerpo no duerme ni un minuto más de lo que necesita exclusivamente para sobrevivir».
Volvió a mirar a su ama de llaves.
—Has estado muy ocupada desde que hemos llegado —Lally había dicho «volver a casa» y no parecía haberse dado cuenta siquiera.
¿Cuál sería en realidad la casa de Lally Douglas? Le había dicho que tenía una habitación en casa de sus padres, ¿sería eso lo que ella consideraba su casa? Con veinticuatro años, ¿no desearía tener su propio lugar, un poco de libertad?
¿Qué más le daba a él? Cam nunca había tenido un hogar, pues el apartamento sin personalidad en el que se alojaba siempre que iba a Sydney no contaba.
De pronto se preguntó si no sería agradable tener un verdadero hogar, con un ama de llaves permanente como Lally que cuidara de él.
«Qué tontería, Travers». Aquello era algo temporal, nada más. Respiró hondo y trató de no pensar más.
—¿No había nada que pudiera estropearse?
—No. Los productos perecederos los guardé al venir —Lally siguió sacando las cosas y colocándolas en la despensa.
Cam se contuvo de ayudarla. Ya se había excedido al insistir en acompañarla a la compra. Al volver habían desayunado juntos y después, cuando se había puesto a escribir, le había dado tantos rasgos de Lally a la enamorada de su protagonista que había tenido que borrar la mitad de lo que había escrito.
Había seguido peleándose con el libro hasta que se le había ocurrido una excelente idea para una escena, pero tampoco había conseguido darle forma. Sin darse cuenta, soltó un suspiro de frustración.
—¿El libro no va bien?
Cam negó con la cabeza.
—Tengo una escena en mente, pero cuando intento escribirla no consigo visualizarla bien. Soy incapaz de «ver» a la heroína de la historia y no sé bien cómo utilizar el paisaje. Sé que podría salir bien, pero no logro hacer que funcione. Tengo la sensación de que no voy a poder mientras siga viendo tan borrosa a la protagonista femenina.
—¿Qué podrías hacer para que cobrara vida? —le preguntó frunciendo el ceño—. ¿Podrías «entrevistarla», hacerle preguntas para conocerla mejor?
—¿Una entrevista figurada? ¿Como un monólogo interior? Ya lo intenté hace una semana o así, pero no llegué a ninguna parte —Cam intentó no mostrar la irritación que sentía al respecto—. Tengo la impresión de que tengo que ponerla en la escena de alguna manera y, cuando vea cómo reacciona, quizá cobre vida.
Lally guardó silencio durante unos segundos.
—Cuando mi madre se atasca con algún cuadro, le cuenta a mi tía el concepto de lo que pretende pintar. Ella hace una especie de borrador de cómo plasmaría la idea y no falla; mi madre se da cuenta de que no es así como hay que hacerlo. Parece que rechazar una idea le sirve para descubrir cómo quiere ejecutarla ella.
—Es interesante —ahora era Cam el que fruncía el ceño—. Podría intentarlo si supiera que serviría para soltar mi imaginación. Pero no sé cómo.
—Creo que necesitas «un voluntario del público» —dijo ella con una encantadora sonrisa—. Necesitas a alguien, quizá más de una persona, que interprete la escena. No importa si te gusta cómo lo hacen, puede que aun así te ayude a ver cómo quieres que sea.
Cam se rió con sorpresa.
—Puede que tengas razón. Pero tendría que encontrar un grupo de teatro dispuesto a hacerlo.
—O podríamos hacerlo tú y yo —dijo rápidamente y luego se mordió el labio inferior—. Solo si quieres, por supuesto; es para que no tengas que tomarte las molestias de encontrar actores de verdad solo para ver cómo queda. Podríamos hacerlo, ¿no crees?
—Supongo que sí —el entusiasmo de Lally empezaba a ser contagioso—. La idea que tenía era una situación en la que él finge estar interesado por ella, pero tiene la sospecha de que podría ser una agente doble, una espía o una asesina. Cree que si la colma de atenciones, comida y vino, quizá pueda averiguar qué es lo que pretende —le explicó—. Ella también sospecha de él. Decide fingir estar al alcance de su mano durante una noche, para poder entrar a su habitación de hotel con la intención de registrarla antes de desaparecer… pero él la lleva a la azotea del edificio, donde empieza a darse cuenta de que sus motivos son tan confusos como los de él.
Cam tomó aire antes de continuar.
—Antes de cenar, él le compra un vestido y algunos regalos más.
—Suena muy emocionante —aseguró Lally, entusiasmada—. Podríamos interpretar toda la velada de principio a fin. No tiene por qué ser exacto, pero será divertido.
—Sí —convino él, sonriendo casi tanto como ella—. Tendremos que hacerlo de noche para conseguir el mismo ambiente.
—¿Esta noche?
Cam no conseguía apartar la mirada de aquellos ojos llenos de felicidad.
—Sí, esta noche. Saldremos a las siete. Será mejor que lo prepare todo —se dispuso a marchar—. ¿Te viene bien?
—Claro —respondió ella de inmediato—. Seguiré trabajando hasta que llegue la hora de irnos.
Cam la miró y trató de no pensar en la curva de su cuello, en su mejilla y en esos labios que parecían tan dulces.
—No volveremos hasta pasada la medianoche, así que si quieres, descansa un poco. No quiero que acabes agotada.
—Me echaré un rato e intentaré dormir un poco.
Cam no creía que fuera a resultarle fácil conciliar el sueño estando tan impaciente como parecía estar, pero quizá estaba juzgándola según su propia experiencia.
—Te veré a las siete —la miró de arriba abajo—. Puedes ir vestida así, o con algo parecido; la verdad es que no importa. Elegiremos la ropa para el personaje igual que en la novela. Tengo que encontrar un hotel que tenga boutiques. Allí compraremos la ropa, cenaremos y luego subiremos a la azotea.
Lally abrió los ojos de par en par.
—Pero eso va a costar mucho. Yo no pretendía…
—Estaré encantado de gastar lo que sea necesario con tal de salir del atasco en el que llevo semanas, así que ni pienses en ello. Además, gaste lo que gaste, podré desgravarme los impuestos.
—Como quieras —murmuró Lally sin demasiada convicción—. Asegúrate al menos de que podemos alquilar la ropa, o de que sean tiendas muy baratas. Así reduciremos los gastos al máximo.
Cam recibió la propuesta con una sonrisa.
—Tómatelo como si hubieras ganado un premio en el que se te concede ir de compras o algo así. O como si fueras Cenicienta por una noche.
—Está bien.
—Estupendo —dijo y se dio media vuelta—. Te veo a las siete.
* * *
—Aquí está. En las tiendas de este hotel encontraremos todo lo que necesitemos —anunció Cam mientras le daba las llaves del coche al portero.
Lally respiró hondo.
—Entonces estamos preparados para la escena. Espero que sea divertido y que cuando vuelvas a colocarte frente al ordenador, la historia fluya fácilmente después de haberla visualizado.
Parecía tan entregada y tan sincera que Cam no pudo hacer otra cosa que sonreír. Quizá también le resultara divertido ponerse otro tipo de ropa. Vestía muy bien, pero Cam a veces tenía la sensación de que elegía prendas que la ayudaran a no llamar la atención.
—No te he contado todo lo que pasará al final cuando subamos a la azotea; no correrás ningún peligro, pero necesito que reacciones de manera espontánea. Si no te importa.
—Tanto misterio está despertando mi imaginación —admitió Lally con una sonrisa—. No me importa. Puedes sorprenderme.
—Gracias por cooperar. ¿De verdad no te importa cambiar de ropa, de peinado y de maquillaje?
—¿El pelo y el maquillaje también? —preguntó, sorprendida—. Me voy a sentir muy consentida.
Lally respondió y trató de no perder la concentración. Tenía que pensar en lo que le había dicho de ser Cenicienta por una noche.
El problema era ver a su jefe de esmoquin, ésa era una de las razones por las que le costaba no distraerse. Lo cierto era que se sentía como Cenicienta… una cenicienta acompañada por un príncipe algo cansado, pero visiblemente impaciente.
Un príncipe increíblemente guapo, al que parecía mentira que el cansancio le hiciera parecer aún más atractivo.
Al salir de la habitación y verlo esperándola, Lally no había podido evitar que se le acelerara el pulso.
—Muchas gracias por ayudarme en todo esto —le había dicho él antes de agarrarla de la mano brevemente para conducirla hasta el coche.
La conversación que habían mantenido durante el trayecto había contribuido a que se sintieran más relajados y ahora, mientras entraban al hotel, Lally se dio cuenta de que, por algún motivo, Cameron hacía que se sintiera especial.
Una noche mágica fuera de la rutina, eso sería aquella velada para Lally. ¡Una noche en la que pensaba pasárselo lo mejor posible!
Al llegar a la primera boutique, Lally observó el escaparate boquiabierta.
—Eso parece un diseño original —le susurró a Cam.
—Lo es, pero seguro que hay otros más modestos —respondió él antes de entrar sin apenas darle oportunidad de protestar.
—Pero todo parece tan caro. No puedes…
Él se volvió a mirarla con una sonrisa con la que pretendía tranquilizarla.
—Todo esto es una inversión en el libro. Me desgravaré todos los gastos y, de paso, le haré un regalo a mi nueva ama de llaves… si te parece bien. Me dejarás que te lo regale en lugar de tener que tirarlo todo, ¿verdad?
Lally no sabía qué decir.
—No vas a hacerle ningún daño a nadie, Lally —insistió él, en un tono perfectamente profesional—. Necesito hacer todo esto para visualizar la escena, ¿lo entiendes?
Lally se tranquilizó un poco. Aquello no era más que trabajo; quizá algo inusual, pero trabajo al fin y al cabo.
Si el modo en que reaccionaba su cuerpo ante él hacía que lo viera de otro modo, tendría que obviarlo y actuar de manera profesional. Eso sí, iba a asegurarse de que Cam eligiera un vestido que no costara mucho.
La dependienta de la boutique acudió de inmediato a atenderles y Cam le explicó lo que querían.
—Necesitamos un vestido. Algo elegante, con un bolso, pendientes y… —miró al cuello de Lally durante unos segundos—. Sí, también un collar. No sé mucho de estas cosas, pero quiero algo que vaya con el color de su piel, que resalte el color de sus ojos y de su pelo.
«Deberías vestirte con más colores, Latitia. Naciste para llevar color, ¡no hay más que ver tu árbol genealógico!».
Eso era lo que le había dicho su madre hacía poco y la había mirado con cierta decepción cuando Lally le había dicho que prefería los tonos discretos, ante lo cual había murmurado algo sobre llevar demasiado tiempo en estado de hibernación.
Una semana después de eso, Lally había terminado su trabajo en la tienda de aparejos de pesca y, tras comprobar que la familia ya no parecía necesitarla, había acabado con Cam.
Ahora estaban de compras y él tenía la mano apoyada en su hombro. ¿Cómo había ocurrido?
Pero lo más peligroso era el brillo que veía en sus ojos cuando la miraba… y el brillo que Lally sentía aparecer también en los suyos al mirarlo a él. Quizá fuera más peligroso aún lo mucho que le gustaba verse en el espejo junto a aquel hombre.
Podía contar con los dedos de una mano las veces que había salido con un hombre desde el desastre de Sam, hacía ya seis años. Aquellas citas no habían estado mal, pero lo cierto era que no había querido repetir con ninguno de aquellos hombres y siempre se había controlado mucho.
Sin embargo en aquel momento no sentía tal control. ¡Y aquello ni siquiera era una cita!
—Nada de diseño —intervino Lally—. ¿Tienen algo de rebajas?
—Dios nos libre —dijo la dependienta con sentido del humor, después desapareció un momento y volvió con una prenda roja—. Puede que esto le guste. No es habitual que alguien me diga que no quiere ver nada de diseño.
—Esto es… precioso —dijo Lally sin siquiera pararse a pensar, pero enseguida trató de recular—. Aunque… no estoy segura. Es muy llamativo… tanto el color como el estilo —se volvió a mirar a Cam—. Supongo que no importa; se trata solo de que te ayude a descubrir qué es lo que quieres.
—Exacto. Este vestido me parece bien —asintió—. Debo reconocer que esto es divertido, seguro que inspira a mis musas. Pruébatelo, por favor.
La mujer la metió en un probador antes de que Lally pudiera hacer nada. Una vez dentro, miró al espejo, a la mujer de ojos brillantes con el vestido de seda roja en las manos.
—No me va a quedar bien —murmuró sin saber bien si eso era lo que deseaba o simplemente trataba de protegerse—. Eres muy predecible, Lally —siguió diciéndose a sí misma—. La primera vez que alguien te pone un vestido así en las manos y te olvidas de todo lo que piensas sobre la moda y los colores que te favorecen.
No, aquello era diferente. Aquel vestido no era para ella en realidad, no era más que parte de la investigación de Cam. Ella no era más que una especie de maniquí.
Aunque lo cierto era que estaba muy emocionada para no ser más que un maniquí.
—¿Estás lista? —preguntó Cam, al otro lado de la puerta del probador—. ¿Puedo ver cómo te queda?
Lally estaba lista, pero se había quedado allí de pie, observando su propia imagen en el espejo. Era toda una transformación. Ahora sí que no se sentía como un maniquí.
—No estoy segura… —murmuró al tiempo que abría la puerta.
—Estás… —fue todo lo que dijo Cam al verla. La miró de arriba abajo y luego de abajo arriba.
—Creo que es mi talla —Lally resistió la tentación de tirar de las costuras del vestido. La prenda le quedaba como un guante y le marcaba todas las curvas.
—Es perf… Quiero decir que me ayudará a imaginar a la heroína de la historia —Cam parpadeó varias veces y le dijo con voz profunda—: Ponte esto también, por favor.
Le dio un colgante y unos pendientes a juego.
—Me he pasado por la joyería que hay al lado mientras tú te probabas el vestido —le explicó.
Lally sintió que el corazón se le salía del pecho al sentir el roce de sus dedos. Todo aquello no tenía ningún sentido, pero habría jurado que Cam había tardado en retirar la mano, como si no quisiera hacerlo.
—También he elegido un bolso —le dijo con voz ronca y tuvo que aclararse la garganta antes de continuar—. Te lo daré cuando salgas.
Podría haberse puesto el collar y los pendientes delante de él, pero agradeció que la dejara sola un segundo. Tenía que recuperar la compostura.
Los pendientes eran un sencillo colgante de oro con una perla que le rozaba el cuello al mover la cabeza, el mismo diseño del collar, cuya perla descansaba ya entre sus pechos.
Se puso el pelo detrás de las orejas para que se le vieran los pendientes. Aquel vestido y aquellas joyas necesitaban un buen recogido de pelo. Volvió a mirarse al espejo para ver el resultado final.
Era un vestido de un rojo intenso con un diseño sencillo que se le ajustaba a los pechos y a las caderas y caía después con algo de vuelo hasta las rodillas.
Cameron la había vestido como lo habría hecho ella misma seis años antes; como lo habría seguido haciendo aquella muchacha de dieciocho años si no hubiese decidido esconderse tras colores apagados.
No, no se había escondido, simplemente había cambiado de estilo.
«¿De verdad, Lally? Porque estás guapísima con una prenda más viva. Pareces preparada para comerte el mundo en lugar de huir de él escondiéndote tras tu familia».
¡Dios, todo aquello era una locura! Solo estaba ayudando a Cam. Sería mejor seguir adelante y dejar de pensar. Cam la miraría y quizá pensara que le quedaba bien, pero solo serviría para saber cómo quería que vistiera a su personaje.
Así pues, agarró su ropa y salió del probador. Cam estaba pagando en el mostrador.
—Estoy lista para seguir con la investigación.
Porque eso era de lo que se trataba realmente.