Epílogo

 

César, Ashleigh, Jennifer, David, Noah y sus padres se habían reunido alrededor de la chimenea de la estupenda casa de Eloise en Belgravia. Estaban brindando por su éxito como bailarina principal en la obra de sir Kenneth MacMillan Manon durante la temporada de invierno del Royal Ballet en el magnífico teatro de la ópera de Covent Garden. Las críticas habían aclamado unánimemente a Eloise Lawrance como prima ballerina de su tiempo, destacando que sus tres años lejos de la compañía le habían permitido transformar el escenario y bailar con el alma aún más que con su perfectamente entrenado cuerpo. Aquellos que sabían por lo que había pasado no dudaban respecto a las tumultuosas profundidades a las que ella podía recurrir para capturar los corazones de la audiencia y llevar su baile a niveles solo accesibles para los más grandes bailarines del mundo.

Cada vez que Noah veía a Elle actuar, se sentía aún más enamorado de ella. Para celebrar su triunfo en Manon, la sorprendió incluso regalándole un cachorro similar al que adornaba la bola de nieve de su primer regalo. Se sentía mucho más orgulloso de todo lo que ella había conseguido en el año posterior al juicio, de lo que podría haberlo estado por sus propios logros, que eran numerosos, dado que había afianzado su posición como Número Uno del mundo. Aunque sus vidas se movían a un ritmo frenético al estar en la cumbre de sus respectivas profesiones, su estatus como Número Uno nunca impedía que su primera prioridad fuera seguir siendo el uno del otro. El mundo adoraba ver como se apoyaban mutuamente y ambos sabían que sus vidas eran mucho más importantes que sus carreras.

Habiendo dejado de estar cegado por el dinero y el poder, César no tardó en casarse con su amada Ashleigh en una íntima y entrañable ceremonia, muy lejos de la extravagancia que los medios estaban esperando. Su hija estuvo a su lado. Y no pasaba una hora sin que él se sintiera bendecido por esas dos mujeres, los tesoros más inestimables que podía desear. Eran los amores de su vida, y él los cuidaría y protegería hasta su último aliento. Ahora ya solo sentía tristeza por su papá –descanse en paz–, por no haber experimentado nunca el verdadero amor de una mujer y una auténtica familia, cosas que el dinero no podía comprar.

Curiosamente, las potenciales ganancias conseguidas en el Club Cero ya no le proporcionaban la excitación de antaño. Aunque su pasión por el ballet y el tenis nunca disminuiría, simplemente se concentraron aún más al implicar a aquellos a los que amaba, incluyendo a Noah, que pronto se convertiría en su yerno.

César y Eloise trabajaron sin descanso para crear la Fundación Nadia, que nunca tuvo problemas de financiación dada la benevolencia y los recursos de sus fundadores. El objetivo de la fundación era proporcionar protección, refugio y rehabilitación a mujeres e hijos maltratados.

La caja de música de Eloise aún ocupaba el centro de la repisa de la chimenea, junto a la foto enmarcada de ella de bebé en los amorosos brazos de su madre. Ambos objetos ofrecían un recordatorio constante de que había sido amada desde el momento en que nació, incluso desde la distancia. Nunca olvidaría el trascendental momento en que descubrió que tenía una madre y un padre. Casi veinticuatro años después de que la foto fuera tomada, las dos mujeres se habían abrazado con fuerza llorando por todos esos años perdidos, sus lágrimas transformándose casi inmediatamente en alegría. Era un momento que les había cambiado a todos para siempre.

De modo que contra todo pronóstico, Eloise fue capaz de dejar atrás el pasado para vivir una vida que nunca se atrevió a imaginar. Tenía la profesión que siempre había querido, una madre con la que compartir su vida, un padre que la adoraba, una hermanastra y un hermanastro que llamar suyos: toda una familia que nunca había creído posible.

Y un amante que la querría hasta el fin de sus días.

Finalmente sabía con todo su corazón a dónde pertenecía.