La oferta
Manon
Todos los bailarines del Royal Ballet se habían congregado impacientes en el estrecho corredor, esperando ansiosos el anuncio de sus papeles en la obra de sir Kenneth MacMillan Manon, aclamada como uno de los ballets insignia de la compañía. Para la mayoría de las bailarinas, interpretar el codiciado papel de Manon era considerado uno de los puntos culminantes en su carrera. El ballet narraba la historia de una joven dividida entre el hombre al que ama y un viejo y rico pretendiente que le promete todo el lujo que ella ansía. El personaje debe mostrar diferentes estados de emoción –desde la timidez a la coquetería, el amor desesperado o la agonía de una eventual y desdichada muerte–, todo ello capturado dentro de los dominios de la danza. Las exigencias del ballet eran extremas, requiriendo un gran derroche de energía tanto física como emocional.
Eloise, que regresaba de visitar a la fisioterapeuta de la compañía tras haber sido excusada de la clase de la mañana por madame Alana cuando aterrizó mal sobre su tobillo durante sus saltos en sissonne, se vio inmediatamente atraída por el murmullo de actividad que rodeaba el tablón de anuncios. Cuando se acercó al grupo, el bullicio a su alrededor se desvaneció inmediatamente hasta un absoluto silencio a medida que el efecto de su reacción pendía pesadamente en el aire.
Mientras examinaba los nombres en tinta negra escritos en el papel blanco, miraba incrédula el tablón, sus ojos clavados en él como si se hubieran quedado paralizados en la peor pesadilla de su vida.
No se oía un solo ruido a excepción de la respiración de Eloise, que inhalaba y exhalaba lentamente a través de sus fosas nasales... hasta que un grito ahogado y estrangulado escapó de sus apretados labios.
Los bailarines se dispersaron horrorizados como si una enorme piedra hubiera caído en medio de una manada de flamencos, sus bufandas y tutús aleteando y flotando sobre el suelo como plumas tras el vuelo. Se disgregaron tan rápidamente como se habían congregado en un intento de evitar lo que todos presentían que sería el ojo de la inminente tormenta.
El papel que debía haber sido el triunfo de su carrera le había sido usurpado a Eloise por una impostora rusa.
Papel principal: Natalia Karsavina
Solista: Eloise Lawrance
Eloise notó sus manos temblorosas antes de que estas tocaran suavemente la caligrafía en negrita donde había esperado ver escrito su nombre. Todo su cuerpo se quedó entumecido, impidiéndole sentir la emoción que sabía que bullía en su interior. La vida giraba a su alrededor pero ella no pareció notarlo. Estaba presente pero su mente no estaba realmente allí. Aquello debía de ser un error, ¿o tal vez una broma? Sin embargo, nadie sería tan cruel; la gente del ballet era honesta, físicamente fuerte a pesar de tener una autoestima muy frágil.
¿Cómo podía ser? ¿Cómo era posible que toda una vida de trabajo hubiera acabado en eso? ¿Cómo podría mirar a sus colegas después de semejante degradación? ¡Ella era la bailarina principal del Royal Ballet, no Natalia! Sentía un dolor tan intenso en el corazón como si le hubieran roto las piernas.
La fuerza que la había guiado durante todos esos años de estudio y práctica hasta afinar sus habilidades hora tras hora, día tras día, y conducirla finalmente al puesto más alto al que una bailarina podía aspirar, en una de las mejores compañías de ballet que el mundo había conocido, todo eso había acabado en nada porque el papel por el que tanto había suspirado le había sido cruelmente arrebatado bajo sus alas. Aunque siempre le habían gustado El Lago de los Cisnes, La Bella Durmiente y El Cascanueces, los había repetido hasta la saciedad, los movimientos tan profundamente arraigados en sus músculos que apenas tenía que concentrar su mente para que se movieran por todos los escenarios del mundo realizando una actuación tras otra. Manon había sido su oportunidad para desafiarse, interpretar y, en última instancia, brillar, y así asentarse definitivamente en la historia del Royal Ballet como la Número Uno del momento.
Eloise se dejó caer sobre el suelo de cemento a medida que el dolor por la decepción se extendía por sus extremidades. Finalmente habían roto su espíritu, partiéndoselo en dos.
Aunque a menudo la felicitaban por su presencia de ánimo, el control de sus emociones y su gracia, tanto dentro como fuera de la escena, una súbita e incontenible rabia trepó por sus venas haciéndola levantarse y arrancar el amenazante anuncio del tablón, para luego salir precipitadamente por el corredor y subir las escaleras.
La futilidad de todos sus años de silencio, de conformidad y compromiso inquebrantable parecieron reventar de pronto la sinapsis de su cerebro. ¡Cómo se atrevía una joven arribista rusa del Ballet Bolshoi a reemplazarla! ¡Solo porque la compañía hubiera nombrado recientemente a un nuevo y renegado coreógrafo, Xavier, que prefería el estilo de danza ruso y... tachán! Ella era la primera bailarina de la compañía, ella quien había sido preparada en el estilo clásico en esa misma escuela durante más de una década, ella la que acababa de ser ascendida a la icónica posición de Principal. Lamentablemente, era también ella la que no tenía ahora nada por lo que vivir puesto que el papel de su carrera se lo habían arrebatado...
Poco acostumbrada a no controlar sus emociones, Eloise estaba furiosa cuando abrió de golpe la puerta del despacho del director de la compañía sin esperar a anunciarse. Su pequeña figura temblaba mientras su mirada lanzaba furiosas dagas sobre sir Lloyd Barclay.
Él apenas se atrevió a mirarla a los ojos mientras se levantaba pesadamente desde detrás de su escritorio para cerrar discretamente la puerta tras ella.
–Ah, Eloise, supongo que ya te has enterado del reparto de papeles.
Mientras él pronunciaba las palabras, ella vio como su vida se hacía añicos ante sus ojos.
–¡Ese era mi personaje, Lloyd! ¡Se me había prometido!
En un gesto inusitadamente vengativo le clavó el trozo de papel en el pecho con el dedo, aunque solo consiguió que cayera flotando hasta el suelo, mientras él se refugiaba tras la seguridad de su escritorio, lo que le proporcionaba una barrera física de autoridad, disolviendo de inmediato las emotivas fuerzas entre ellos.
Lloyd seguía evitando mirarla.
–Eso son tonterías, querida. Sabes tan bien como yo que en este negocio no hay nada garantizado, y que la decepción es parte del oficio de bailarina. Alguien con tu experiencia debería saber que todo puede cambiar en cualquier momento. Naturalmente estas son noticias difíciles de asumir, pero seguirás siendo la suplente de Natalia, por supuesto, y...
Sus palabras penetraron en sus pensamientos. Pero el Royal Ballet no es un negocio; es arte, cultura y belleza. ¡Es mi vida entera!
Por primera vez le faltó tiempo para interrumpirle.
–No toleraré ser la suplente o la solista. Sabes que no merezco semejante degradación. El papel de Manon era mío, ¡cualquier otra cosa es insultante!
Espetó furiosamente las palabras, sorprendiéndose a sí misma por su agresividad. Nunca en su vida se había dirigido a alguien con palabras tan coléricas, sino que prefería contener siempre sus emociones para poder expresarlas en el escenario a través de algún personaje.
Lloyd pareció cambiar de táctica.
–En circunstancias normales estaría de acuerdo contigo, Eloise. Pero sabes tan bien como yo que este papel es exigente, tanto emocional como físicamente, y que someterá a tu tobillo a mucha presión. No podemos correr el riesgo y, bueno, alguien debe tomar las decisiones y, en fin, se han tomado, me temo, como ya has visto. –La expresión de su cara se tensó y luego se suavizó en un intento por aplacar su furia.
–¡Mi tobillo no tiene nada que ver con esto!
–Debes ser paciente, querida; darle a Xavier más tiempo para entender tu verdadero talento y a tu cuerpo tiempo para curarse.
–Entonces, ¿por qué no me da la oportunidad de demostrar que el papel debería ser mío? Sabes muy bien que puedo bailar con dolor. Eso nunca ha afectado a mis actuaciones.
A pesar de que no eran especialmente cercanos, Eloise siempre había considerado a sir Lloyd un aliado, el protector de su baile, casi como el abuelo que nunca había conocido. Ahora la persona que estaba frente a ella parecía simplemente un anciano condescendiente decidido a destruir su carrera.
Eloise respiró hondo para asegurar que su voz estuviera tranquila. Apenas se atrevía a susurrar sus siguientes palabras, su rabia –¿o era miedo?– apenas contenida bajo la superficie de su piel.
–Sé que mi tobillo no es la verdadera razón, Lloyd. Me debes la verdad.
–Bueno..., debes entender que este es el primer ballet de Xavier con nosotros. Está buscando más profundidad y emoción, supongo, para un papel como este. Piensa que Natalia posee tu habilidad técnica... pero que también baila con más pasión y entusiasmo. Está en sus genes. Tiene más experiencia vital a la que recurrir para un papel tan complejo como el de Manon.
Se alzó desde detrás del escritorio y puso una mano en su hombro, que ella apartó desafiante. Él sacudió la cabeza, sin saber qué hacer a continuación. Como todos los demás, nunca había conocido ese lado de Eloise, pues hasta ahora ella siempre se había dirigido a él respetuosamente.
Cuanto más trataba Lloyd de convencerla de lo acertado de la decisión de Xavier, más confusas se le hacían sus palabras a Eloise, su voz desvaneciéndose en la neblina de su mente.
–Natalia tiene más agallas..., más aristas..., más profundidad emocional...
»Sabemos que tú eres técnicamente brillante pero tu deseo de perfección y control está inhibiendo tu actuación...
»El ballet ha sido toda tu vida durante más de una década... Quizá deberías tomarte un respiro si no estás conforme con ser solista..., explorar cosas nuevas durante un tiempo..., conseguir cierta perspectiva... Con veintidós años aún estás a tiempo de encontrarte a ti misma, de descubrir quién eres realmente y qué es lo que de verdad quieres en la vida... Estaré encantado de concederte una excedencia en vista de lo disgustada que estás...
Soy bailarina.
Es lo que soy.
Es todo lo que quiero ser.
Soy bailarina.
Ese mantra se repetía en su cabeza como un viejo y desgastado disco mientras el monólogo de Lloyd continuaba socavando su ya mermado ego.
–Hay tantas bailarinas brillantes y con talento que destacan actualmente entre sus filas..., y oh, las rusas, su destreza, su gracia, su exquisita belleza...
Eloise se desplomaba emocionalmente. Su profundamente arraigada sensación de no haber pertenecido realmente a nadie se había liberado de las ataduras para trasladar sus palabras hasta el cerebro.
¡Soy fea!
¡Soy imperfecta!
¡Carezco de gracia!
El ballet era lo único que Eloise conocía. Desde antes de lo que podía recordar había consagrado cada momento de su vida a convertirse en la bailarina perfecta. Prima ballerina!, gritaba en su mente. No número dos, no número tres. ¡Era la Número Uno! La bailarina principal del Royal Ballet, y lo había conseguido, solo para serle abruptamente arrebatado porque un hombre –Xavier Gemmel– prefería a las bailarinas rusas sobre ella.
Sus compañeras a menudo creían que su miope disposición era un tanto ingenua y poco realista y la alentaban a acercarse más a ellas y vivir más. Se había propuesto demostrar que una dedicación como la suya era la única forma de llegar al éxito y que cualquier otra cosa llevaba al fracaso, y lo había demostrado. ¡Hasta ahora!
¿Cómo podría volver a mirarlas a la cara? ¿Qué iban a pensar? ¿Estarían de acuerdo con la decisión tomada por sir Lloyd y Xavier de degradarla, riéndose disimuladamente a su espalda, agradecidas de no haberse volcado tanto como ella? ¡Por supuesto que sí! Hacía ya tiempo que se había apartado de las banalidades de sus conversaciones para centrarse en perfeccionar su arte y convertirlo en algo majestuoso. Apenas era una niña cuando llegó y ahora era como si la única familia que había conocido la estuviera rechazando, expulsándola del único lugar al que había pertenecido.
Su mente se cerró, bloqueando las últimas palabras de sir Lloyd, y su cuerpo asumió el mando.
No era consciente de sus propios movimientos mientras sostenía la cabeza bien alta, negándose a dirigir nuevamente su mirada a la vida que dejaba atrás con el corazón destrozado. Recogió sus pocas pertenencias moviéndose en piloto automático, sin advertir nada de la conmoción que se había formado a su alrededor cuando llegó al pasillo. Las voces suplicándole que se quedara, que se calmara y hablara con ellos podrían haber estado a miles de kilómetros de distancia, dado lo amortiguadas que sonaban en su mente.
Guardó ansiosamente su adorada caja de música en su bolso, sin atreverse a atisbar un destello de sí misma en el espejo, y menos aún a enfrentarse a la imagen de ídolo roto en la que se había convertido.
Las puertas se cerraron de golpe tras ella cuando el gélido frío de Londres le azotó la cara, coloreando sus mejillas. Hacía el frío suficiente para que las lágrimas que su corazón había tratado de contener se congelaran como cristales en su rostro.
A pesar de mantener la compostura exterior, podía sentir como su interior se deshacía por momentos. En un ademán defensivo se ciñó el abrigo de piel sintética sobre el cuerpo y paró el primer taxi que vio, pidiendo al conductor dirigirse a la plaza Russell, a su vacío y solitario apartamento, desesperada por distanciarse cuanto antes de la completa traición de aquellos en los que había confiado tan ciegamente.
El agua hirviendo de la ducha no calmó el frío de sus huesos. ¿Qué podía hacer ahora? Estaba acostumbrada a una vida de viajes, a recalar en las ciudades más bellas que el mundo podía ofrecer, a bailar en teatros inmersos en la historia. Si bien debía admitir que la bulliciosa y nómada vida sonaba más lujosa de lo que era en realidad, lo cierto es que se ajustaba perfectamente a ella. Le proporcionaba la única oportunidad para sentirse verdaderamente viva, cada vez que bailaba en el centro del escenario.
Su vida como bailarina de ballet le había dado una razón para levantarse cada mañana y asegurarse de acostarse cada noche exhausta. La había protegido, mimado y disciplinado. De pronto descubrió la enormidad de lo sola que estaba realmente en el mundo. No tenía a nadie y no pertenecía a ninguna parte. Ya no le quedaba nada más que un corazón destrozado y la enorme vacuidad de los sueños perdidos de su juventud.
Sumida en las profundidades de su desesperación, sintió como se iba deslizando lejos del mundo en los días que siguieron. El tiempo dejó de contar mientras yacía en la intimidad de su minúsculo apartamento. No había comida en el frigorífico, nada de sustancia en el apenas utilizado armario de la cocina, aunque tampoco le preocupaba demasiado comer. Podía morirse de hambre sin que una sola persona en el mundo se acordara de su ahora insignificante existencia. Se sintió más sola de lo que se había sentido en toda su vida.
La única cosa que ocasionalmente conseguía distraerla de su desolación era el incesante timbre del teléfono en alguna parte al fondo de su confusa mente. Cuando finalmente se decidió a descolgar, advirtió un pálido y brillante sobre dorado medio perdido entre el montón de correo desparramado junto a la puerta principal.
Tanto el sobre como la llamada telefónica tenían la posibilidad de marcar el fin de su antigua vida y catapultarla a un nuevo mundo totalmente insondable.
Tate
«César King solicita el placer de su compañía para comer en la Tate Modern», explicó un tanto pomposamente el ayudante personal a Eloise por teléfono. Cuando abrió el sobre dorado contenía una invitación formal junto con la genuina floritura de su distintiva firma.
Eloise no sabía qué esperar al vestirse aquella mañana. Su guardarropa consistía en los pantalones sueltos y jerséis de algodón que llevaba por encima de su ropa de baile, algunos vaqueros y camisetas para los domingos –su único día libre de la semana–, una chaqueta vaquera y su abrigo de piel sintética, junto con unos pocos vestidos de noche que se ponía tras las actuaciones para recibir las visitas de los dignatarios.
Dado que desconocía cuál sería la vestimenta exigida por el protocolo, se vio obligada a salir de casa para comprar rápidamente una falda formal hasta la rodilla y una sencilla blusa de flores en Zara, así como una pequeña cartera. Peinó su cabello en una trenza suelta, descolgó la chaqueta del perchero junto a la puerta, y se dirigió a su misteriosa cita con el conocido multimillonario.
Tras un breve trayecto en metro, Eloise llegó a la Tate Modern con más de una hora de adelanto, confiando en que pasear ante las magníficas obras de arte le proporcionaría la distracción necesaria para calmar su creciente aprensión. Habría dado cualquier cosa por tener algo diferente que hacer ese día, algo mejor que reunirse con César King en el famoso museo de arte sobre el Támesis... Pero no tenía excusa para no asistir y, lo que era aún peor, él sabía que no la tenía.
Más allá de la conexión del rico empresario con el Royal Ballet, había oído hablar mucho del ilustre César King. Y sabía bien que cuando César te llamaba, había que responder. El único problema era que ni la llamada de teléfono ni la ostentosa invitación dorada que había recibido le proporcionaron alguna pista de por qué quería reunirse con ella. Aunque sí despertó su interés lo suficiente como para suspender temporalmente su estado de miseria.
En el fondo de su mente esperaba secretamente que sir Lloyd le hubiera pedido que le echara un ojo, y tal vez incluso ofrecerle de nuevo su puesto, pero sabía que era una ilusión contra toda esperanza y que Natalia sería la bailarina principal en un futuro próximo. A menos que estuviera preparada para interpretar un papel de segundo rango –algo para lo que ciertamente no lo estaba–, su futuro en el Royal Ballet parecía condenado.
A medida que la hora de la cita se acercaba se sintió tentada de salir corriendo en dirección contraria. No había visto ni hablado con nadie desde su dimisión y aún se encontraba en un estado emocional muy precario. Pero justo cuando estaba considerando volverse a casa, el gran hombre apareció despidiéndose de los invitados de su cita anterior. Saludó cariñosamente a una nerviosa Eloise, cuyas palmas súbitamente habían roto a sudar.
Hasta donde podía recordar, apenas había coincidido con César en una de las galas del Royal Ballet donde los bailarines veteranos eran requeridos para relacionarse con los benefactores y los miembros del Patronato. Su muy conocida herencia italo-americana contrastaba con su acento de alta sociedad inglesa, y ciertamente tenía mejor aspecto y se le veía más en forma y arreglado en la vida real de como aparecía en las fotos de los periódicos (casi siempre con una bebida en la mano). Pero, por encima de todo, era su carisma lo que destacaba desde el mismo momento en que caminó por el vestíbulo de entrada, arrastrándola como una tormenta.
–Gracias por reunirte conmigo, Eloise. Tú primero, por favor. –Hizo un gesto para que le precediera en el ascensor–. Subiremos al restaurante de la séptima planta.
Aunque había visitado el museo, Eloise nunca había comido en la séptima planta. La vista de Londres al otro lado del puente del Milenio le resultó sobrecogedora, mientras se acomodaba en su lujosa silla en un reservado. Se alegró de llevar una falda y una blusa elegantes en vez de un atuendo más informal, dado que César iba vestido con un impecable traje azul marino con su llamativa corbata marca de la casa y pañuelo a juego; en esta ocasión de color cereza.
–Espero que no te importe que haya encargado el menú para los dos. ¿Te apetece un cóctel para empezar o tal vez un poco de champán? –Arqueó las cejas, esperando su respuesta.
Si Eloise ya estaba nerviosa, ahora se quedó prácticamente muda. Aparentemente una taza de té no figuraba en la agenda, pensó ansiosa, aún incapaz de creer que se estuviera reuniendo con César a solas y sin atreverse a pronunciar palabra.
–Yo, eh, no estoy segura...
–Empezaremos con dos bellinis, Max, y luego ya veremos.
–Desde luego, señor –repuso el camarero desapareciendo sigilosamente y cerrando la puerta tras él.
–Bien, supongo que te estarás preguntando por qué te he hecho venir –comenzó, su sonrisa ensanchándose.
–La idea ha cruzado mi mente, señor King. –Eloise respiró aliviada cuando sus primeras palabras surgieron más fácilmente de lo que había imaginado.
–Por favor, llámame César. No dudo que haya sido así. Pero antes de entrar en materia, déjame que te diga lo mucho que lamento que no estés bailando actualmente con el Royal Ballet. Eres una bailarina extraordinaria; y definitivamente es una gran pérdida para nosotros.
Eloise había estado temiendo esa conversación, pero sabía que sería insoslayable dada la activa participación de César en la compañía.
–Gracias –fue todo lo que pudo contestar.
–Así que dime, ¿tienes algún plan para tu futuro inmediato?
Eloise se tomó unos momentos antes de contestar.
–Para ser sincera no le he dado demasiadas vueltas desde que me fui. Supongo que necesitaré hacerlo pronto...
–Sé que te resultará extraño, pero el propósito de este almuerzo es discutir sobre el tema de tu futuro. Tengo una propuesta que me gustaría que considerases. Pero primero conozcámonos un poco mejor el uno al otro, ¿te parece?
Eloise asintió, sin saber dónde la llevaría todo aquello.
–¿Qué te parece si empiezo hablándote un poco de mí?
–Claro, suena bien. –Eloise se sintió agradecida por que tomara la iniciativa dado su nivel de incomodidad con toda la situación.
Si había algo en lo que César era un experto –y con lo que disfrutaba– era hablando de sí mismo hasta que la gente a su alrededor se relajaba, sin importar el tiempo que llevara conseguirlo. Siempre que le convenía podía ser un hombre muy paciente.
Eloise escuchó atenta y educada al principio, y después con fascinación ante las vueltas y giros que había dado la vida de ese hombre. La pasión de César por el tenis y el ballet era evidente, sus ojos encendidos y sus gestos cada vez más animados a medida que se tocaban esos temas. Casi enseguida Eloise se sintió completamente fascinada, riéndose ante sus historias y pendiente de cada palabra. Al bajar la vista a su plato se sorprendió al ver que había terminado su comida. César llenó su copa por segunda vez con un refrescante Pouilly-Fuissé que encontró delicioso, a pesar de que rara vez bebía. No le llevó mucho tiempo comprender que resultaba mucho más sencillo dejarse arrastrar por la corriente de la conversación de César, encantado de llevar la voz cantante, algo que a ella le convenía.
–Y ahora háblame de ti, yo ya te he contado casi toda mi vida.
–La mía no es ni mucho menos tan interesante. Hasta hace bien poco era solo ballet, ballet y más ballet... Ahora no sé lo que es. –Se obligó a tragarse las lágrimas que esas palabras evocaban.
–Cuéntame más, soy todo oídos.
Tratando de ser lo más estoica posible, Eloise le describió su infancia en una casa de acogida y su emoción al ser aceptada con doce años para estudiar ballet en White Lodge, la escuela del Royal Ballet: un hecho que había cambiado su vida. Era la primera vez que verbalizaba su amarga decepción por Manon, y una vez que empezó no pudo parar.
César la observó mientras ella desgranaba crudamente los hechos de su vida, plenamente consciente de que no eran nada más que fragmentos. Ya poseía un informe completo sobre su vida, de modo que no la presionó para que contara los detalles que ya conocía. Simplemente, a medida que hablaba, tomó nota de todo aquello que omitía y de sus gestos, que le resultaron fascinantes.
La pobre muchacha no tenía en su vida nada más que el ballet. Había momentos en que podía advertir como luchaba para contener las lágrimas y sintió ganas de apretar su mano para ayudarla a superar el dolor, pero rápidamente se controló. Necesitaba que se sintiera completamente abandonada para que su plan pudiera llevarse a cabo como había trazado.
–¿Has pensado regresar al Royal Ballet, Eloise?
Ella negó solemne con la cabeza, sabiendo que las palabras la hundirían definitivamente.
–Pero acabas de decirme que te asignaron el papel de solista. No es como si te hubieran despedido.
–No regresaré como solista –declaró Eloise con voz suave pero firme, sintiendo la rabia y la decepción inundar de nuevo su destrozado corazón. Se esforzó por controlar sus tumultuosas emociones; lo último que deseaba era que César la viera así, aunque temía que fuera demasiado tarde.
–Entonces, ¿qué has pensado hacer? Debes de tener alguna idea. Tienes un don demasiado grande como para dejarlo escapar. Tal vez solo necesites un poco más de tiempo para ver las cosas con claridad.
–La danza es todo lo que tengo, César. Mi orgullo no me permitirá volver, no después de la discusión que tuve con sir Lloyd. Me quedó muy claro que las rusas son el último gran éxito del mundo del ballet y que ahora «haberte formado en casa» es visto como algo de segunda fila.
–Lamento mucho que lo veas así, pero entiendo lo que dices. Como sabes, nuestro nuevo coreógrafo, el célebre Xavier Gemmel, ha firmado contrato por dos años y cuenta con el apoyo absoluto del Patronato. Me temo que tiene el propósito de traer más bailarines de Rusia, lo que no ayuda demasiado a tu situación.
César observó como Eloise se revolvía incómoda en su asiento, confirmando la verdad de sus palabras. Había descubierto hacía tiempo que exponer sucintamente la realidad de la situación, si bien resultaba difícil de aceptar en un primer momento para el que lo escuchaba, tenía un profundo impacto en sus decisiones. Era una estrategia que utilizaba con frecuencia en su favor.
–Tal vez podría buscar otra compañía extranjera... No estoy segura. No sé hacer otra cosa. Y no puedo imaginarme un día sin baile en mi vida.
–Podrías ofrecer tus servicios en el extranjero, pero necesitarías el acuerdo del Patronato para hacerlo.
–¿A qué te refieres?
–Supongo que habrás leído tu contrato, Eloise...
–¿Mi contrato con el Royal Ballet?
–En él se explica claramente que no tienes derecho a aceptar un puesto en otra compañía de ballet sin la aprobación del Patronato. Por lo que sé de los otros miembros, están deseando tenerte de vuelta, aunque sea como solista. Mientras tanto, creo que Lloyd ha aprobado una amplia excedencia y pronto recibirás una carta.
–Si Xavier no me cree lo suficientemente buena para interpretar el papel principal, no podré volver bajo su mandato. He trabajado muy duro para estar en esa posición, pero pretender que pueda regresar cuando Natalia ha sido ascendida a mi posición es imposible. Xavier es muy conocido en el gremio por su nepotismo, y estoy segura de que la cosa solo empeorará durante su cargo.
–Lamentablemente debo darte la razón. Ese tema ya fue largamente discutido antes de nombrarlo. Todos sabíamos en lo que nos metíamos. Así que déjame que te pregunte algo: si no vas a regresar al Royal Ballet en las condiciones actuales y no puedes bailar en otra parte, ¿qué es lo que vas a hacer exactamente, dime?
César no podía negar que ahora mismo se sentía como el gato rondando al canario cuya jaula estaba abierta –ella era un pajarillo muy delicado–, pero sabía por experiencia que resultaba mucho más efectivo dejar que la gente aclarara sus sentimientos. Así al menos creían que era una decisión propia y no que estaban siendo magistralmente manipulados hacia su juego, como generalmente sucedía.
Al oír las palabras de César, Eloise se sintió tan desolada como el día que se marchó del ballet. Su situación actual era más de lo que podía soportar.
–Yo solo quiero bailar –replicó finalmente–. Creo que necesito distanciarme del Royal Ballet, pero no tengo ni idea de cómo hacerlo.
Esa era la señal que César había estado esperando, y a decir verdad, ya había soportado suficiente teatro por un día. Así que no perdió tiempo y fue directamente al grano.
–Entonces creo que aquí es donde puedo ayudarte. Me gustaría hacerte una oferta y confío en que la consideres seriamente. Es algo a lo que le he dado muchas vueltas y creo que puede ser igualmente ventajoso para ambos. Te garantizará independencia económica, pero no te mentiré: nada en esta vida llega sin un precio.
Hizo un alto para abrir su maletín de cuero italiano, extraer un sobre de papel manila donde estaba escrito su nombre y deslizarlo a través de la mesa hacia ella.
–Esencialmente significa que firmarás un contrato conmigo por los próximos dos años.
Si Eloise se había sentido desolada hacía un momento, ahora estaba perpleja.
–¿Qué? –Le miró con ojos desorbitados–. ¿Por qué yo?
–Porque estás en una situación financiera vulnerable, y eres una magnífica bailarina cuyo talento debería poder desarrollarse, aunque sea fuera de la rígida estructura de un ballet. Eres una joven muy hermosa cuya vida no ha hecho más que comenzar, aunque ahora creas que está acabada. Estoy en posición de proporcionarte un modo de vida que sobrepasa al que tenías en la compañía y rodearte de atletas que son los mejores en su campo. Pero necesito tu compromiso personal durante dos años. Después de eso, el contrato de Xavier con el Royal Ballet habrá expirado y tú apenas tendrás veinticuatro años, aunque contarás con mucha más experiencia de la vida de la que puedas imaginar y, bueno, digamos simplemente que quién sabe lo que el futuro nos deparará.
Miró directamente a sus enormes y brillantes ojos, haciendo una pausa para que asimilara sus palabras.
–No sé qué decir... –Eloise se preguntaba si no estaría atrapada en un sueño o tal vez en una pesadilla; no podía decidir cuál de los dos.
–Entiendo perfectamente que todo esto te resulte sorprendente, así que deja que te explique mi proposición y los detalles concretos que figuran dentro del sobre.
El postre de Eloise –una vez más encargado anticipadamente por César– llegó justo cuando le relataba su conversación con Iván Borisov. Eloise había oído hablar vagamente de Iván en los informativos de deporte, pero se sentía mucho más impresionada por el hecho de que su madre fuera la famosa bailarina Anna Alexandrava.
–Iván es el Número Uno del tenis mundial, y por el momento no entra en mis planes verle perder esa envidiada posición. Está convencido de que si te tuviera bailando para él antes de cada partido, eso podría devolverle la motivación y la pasión por el juego. Podría ser así o no; solo el tiempo lo dirá. Sé que te sientes rechazada por haber perdido el papel principal, pero confío en hacerte una oferta demasiado buena para que la rechaces. La he llamado mi «Estrategia Número Uno». Y aunque supervisaré el acuerdo para cubrir todos los gastos y asegurarme de que las condiciones del contrato se cumplan, responderás directamente ante el jugador en el puesto más alto del tenis masculino mundial. Viajarás con él por todo el mundo y, en consecuencia, se convertirá en tu nuevo «Maestro», por usar un término que te sea familiar. Dependerá de vosotros dos concretar los términos de vuestra relación. –Hizo una pausa–. ¿Tienes alguna pregunta hasta aquí?
–¿Mi nuevo Maestro? –No conseguía explicarse por qué aquello había suscitado su interés.
–En mi opinión, los jugadores de tenis de más éxito tienden a ser dominantes y controladores: el juego exige esas características de sus campeones. Al igual que tú, hasta donde alcanza mi entendimiento, eres sumisa por naturaleza, lo que te lleva a la perfección en el ballet. Las bailarinas profesionales deben adherirse a las reglas de la danza y dependen de ciertas barreras. Según todos mis informes, tu interpretación es mejor bajo las estrictas exigencias de tus maestros y profesoras.
No había duda de que César ciertamente había llevado a cabo un concienzudo trabajo de investigación, mientras hacía un alto y observaba como el color desaparecía del rostro de Eloise, cuando unos momentos atrás estaba ruborizado. Sonrió y continuó, felicitándose de nuevo a sí mismo por su elección. Ella era aún más perfecta para el papel de lo que parecía a priori y, en todos los sentidos, resultaba tan fácil leer en ella como en un libro abierto.
–Dependerá de vosotros la negociación de los parámetros de vuestra relación. Será un acuerdo importante que, más tarde, vuestros respectivos abogados se encargarán de redactar y que, por supuesto, exigiré que respetes.
–¿Y exactamente qué quieres decir con parámetros?
–Las reglas que definirán y determinarán vuestra relación.
–¿Así que debo negociar todo esto con Iván?
–Lo negociarías con quienquiera que fuera el Número Uno en la clasificación de la ATP, la Asociación de Tenis Profesional. Ahora mismo es Iván, y está ansioso por que seas su bailarina privada.
–Oh, ya veo. ¿Así que el contrato será contigo por dos años, pero el acuerdo será negociado por separado con cada Número Uno durante ese período?
–Exactamente. –César se sintió satisfecho al ver que empezaba a entender.
–¿Y mi relación con el Número Uno podría ser algo más que baile?
Tenía que preguntarlo; necesitaba dejarlo claro.
–Eso dependerá enteramente de ti, pero deberías prepararte para esa posibilidad. Desde luego no es mi propósito colocarte en una situación que no esté consensuada. Y esa es la razón por la que el acuerdo contigo es un paso tan importante del proceso. Por supuesto no puedo hablar en nombre de cada Número Uno; dependerá de ellos negociar los límites contigo. Solo entonces esas cláusulas formarán parte del contrato.
–¿Y cómo sabes que ellos estarán dispuestos a consentir semejante proposición?
–Manejo a los seis mejores tenistas del mundo. Conozco sus vidas desde dentro mejor de lo que sus seres más próximos lo harán nunca. Si Iván no mantiene esa posición, alguno de los otros cinco lo hará. He incluido un breve informe de cada uno de ellos para que lo estudies antes de tomar una decisión. Creo que te verás gratamente sorprendida.
Sonrió, casi como el gato que ya se ha tragado al canario.
–Pero ¿cómo puedes saber que ellos me querrán en sus vidas?
–Créeme, Eloise, sé que cada uno de estos hombres te acogerá encantado en su vida, sea cual sea la relación acordada. Como sabes mejor que nadie, estar en la cumbre resulta muy solitario y aislado. Contar con alguien que no les juzgue y comprenda la presión de sus vidas, la necesidad de dar el máximo una y otra vez, sería inestimable. Eso me quedó muy claro tras mi discusión con Iván. Si estos atletas de élite no tienen una pareja dedicada al cien por cien a sus carreras, es solo cuestión de tiempo antes que el estrés termine apareciendo y su relación fracase, afectando a menudo a todas las parcelas de su vida. Lo he visto una y otra vez. De entrar tú en sus vidas comprendiendo lo que exige ser el Número Uno, como tú misma has vivido de primera mano, apoyándoles para que lo consigan, sin ninguna atadura..., ¿acaso crees que lo rechazarán? ¡Serás un sueño hecho realidad!
Toda la situación resultaba demasiado abrumadora para que Eloise pudiera valorarla.
–Sé que hay mucho que absorber, y probablemente es lo último que esperabas de nuestra reunión de hoy. Así que te estaría muy agradecido si pudieras leer toda la información cuando llegues a casa, considerar lo que te he ofrecido y darme una respuesta en los próximos dos días si estás remotamente interesada. Además, si crees que necesitas experimentar el estilo de vida que te propongo antes de comprometerte a nada, no pondré ninguna pega. Si decides seguir adelante, el contrato entre nosotros te atará legalmente por los próximos ocho Grand Slam, ya que hay cuatro al año. Empezarías con el Abierto de Francia en mayo, luego Wimbledon, seguido del Abierto de Estados Unidos y finalmente el de Australia en enero.
»Es una gran decisión, por lo que te animo a que lo medites seriamente. Pero quiero ser claro: si accedes, tu vida durante los próximos dos años no te pertenecerá. –Sus ojos se volvieron letales durante una fracción de segundo, justo antes de aligerar el tono–. Si tienes alguna pregunta más puedes llamar a mi teléfono directo. –Le tendió su tarjeta.
»Lamentablemente mi próxima reunión está al otro lado de la ciudad y debo ponerme en marcha. Como he dicho antes, Eloise, espero que consideres seriamente mi oferta durante los próximos dos días. Lo he pasado muy bien este rato y espero que continuemos conociéndonos en un futuro inmediato.
Se levantó y Eloise le imitó, mientras le tendía la mano de nuevo. Pero esta vez, en lugar de tener las palmas de las manos ardientes y húmedas, toda la sangre había desaparecido de sus dedos, dejándolos fríos como la piedra.
–Por favor, siéntete libre para quedarte aquí lo que desees. –Sonrió–. Espero tener noticias tuyas muy pronto.
Cuando llegó a la puerta, se detuvo y se volvió a mirarla.
–No estés tan asustada, Eloise; la vida está hecha para ser una aventura. Espero haberla aportado a la tuya.
–Gracias, César. Por la comida, por la charla y por todo.
Y según lo decía comprendió que ahora su vida tenía unas opciones que nunca había imaginado unas horas atrás.
–Estaremos en contacto.
–Bien. Cuento con ello.
Y acto seguido César salió de la sala, dejando tras de sí a una confusa Eloise.
Pub
Al salir de la Tate Modern Eloise encontró un pub a la vuelta de la esquina y tomó espontáneamente la decisión de entrar: algo totalmente inusual en ella. Necesitaba calmar sus nervios y reflexionar sobre la desconcertante reunión que acababa de tener. Además, aún no estaba preparada para regresar a su pequeño apartamento y encerrarse sola en él. Aunque trató de desenvolverse con soltura en ese entorno, se la veía totalmente fuera de lugar sentada en la barra; la pinta tras la que se escondía no podía ocultar su incongruente elegancia y porte.
Se dijo a sí misma que todo en su vida seguía siendo tan miserable como una hora atrás pero, muy en el fondo, sabía que ese no era el caso. De hecho, su vida se había vuelto mucho más interesante de lo que nunca había sido, aunque no se atreviera a reconocerlo abiertamente.
Se sentó aturdida, su mente a miles de kilómetros de distancia, sin terminar de creer lo que acababa de sucederle. Estaba tratando de asimilar la extraña proposición que contenía el sobre de papel manila que César le había entregado, cuando su ensueño fue interrumpido por una voz desconocida junto a ella.
–Un penique por tus pensamientos.
Levantó la vista hacia un joven con una mata de pelo rizado castaño que le llegaba hasta los hombros, una piel bronceada color caramelo y una adorable sonrisa que mostraba unos perfectos dientes blancos y un hoyuelo en cada mejilla.
–Estoy segura de que no quieres saberlo –respondió Eloise inexpresiva, poco acostumbrada a ser abordada por un desconocido en público y prefiriendo no ser molestada.
–Ponme a prueba, se me da bien escuchar. ¿Puedo?
Eloise no pudo disimular su sorpresa cuando él arrastró un taburete para ponerse cerca de ella y pidió una pinta al camarero.
–¿Qué...? Bueno... Supongo... ¿Por qué no?
–¡Gracias! Por cierto, me llamo Liam.
Le tendió la mano, y en lugar de apartar los ojos y no responder, como sería su práctica habitual, no pudo evitar sonreír. Su franca simpatía era de alguna forma contagiosa. Miró sus ojos color miel y se sorprendió al no ver otra cosa que amabilidad.
–Yo soy Eloise. ¿Eres siempre así?
–Supongo que depende de cómo creas que soy normalmente.
–Supongo que sí –rio ella, un sonido que no había escapado de su boca desde hacía bastante tiempo. Era una sensación extraña–. Lo que quiero decir es si te acercas normalmente a las personas que no conoces y te sientas a charlar con ellas. –Eloise sabía que ella no había adquirido nunca esa confianza social para mostrar un comportamiento tan desenvuelto.
–¿Y por qué no? La vida es muy corta –respondió sincero, antes de contemplarla más atentamente, advirtiendo sus brillantes ojos color aguamarina y los largos mechones cobrizos pulcramente retirados de su cara y constreñidos en una larga trenza que descansaba sobre su hombro–. Estaba a punto de marcharme cuando llamaste mi atención. Parecías un poco perdida y muy sola, y ¡asombrosa! –Ella se ruborizó al instante ante su descaro–. Si no podemos acercarnos a los demás como seres humanos, entonces, ¿de qué sirve estar vivo?
Eloise quedó desconcertada tanto por las palabras pronunciadas como por la sincera amabilidad que mostraba.
–¿Y cómo sé que no eres Jack el Destripador?
–Hasta donde yo sé, Jack el Destripador vivió hace cien años, aunque... –Hizo una pausa simulando calcular–. Supongo que podría ser un pariente lejano. –Dio un sorbo a su cerveza, tomándose su tiempo para relamerse la espuma del labio superior–. Pero no creo que tenga sus genes, porque yo estoy cien por cien en contra de la violencia, va contra mi naturaleza zen, y además hay muchas otras cosas que preferiría hacer con una mujer, eso te lo aseguro, especialmente con una tan guapa como tú. –Su desenfadada sonrisa regresó junto con sus hoyuelos.
Eloise se descubrió a sí misma devolviendo la sonrisa. Había algo en él que la arrastraba, poniéndole la piel de gallina, y se revolvió en su asiento para evitar su mirada escrutadora. En el pasado únicamente la danza despertaba esa sensación en ella, pero su inmediata atracción hacia él resultaba innegable. ¡Era encantador!
A pesar de que sus intenciones podrían ser interpretadas como sexuales, se sintió sorprendentemente cómoda en su presencia y notó como se relajaba a medida que conversaba con ese desconocido adulador. La libertad del anonimato distraía su mente de la importante decisión que tenía que tomar en menos de dos días.
–Y bien, como he dicho antes: un penique por tus pensamientos.
–Oh, es tan complicado y surrealista que no sabría cómo explicarlo y, en cualquier caso, debería marcharme. Hay muchas cosas que debo meditar.
Se levantó y se apartó de la barra, no queriendo realmente marcharse, pero siendo consciente de que en ese momento era capaz de volver a casa y empezar a pensar en la oferta de César. Era impensable poder explicar los detalles de esa proposición a un completo extraño, ni siquiera a alguien a quien conociera bien. De modo que volvió a guardar cuidadosamente el sobre en su cartera.
–¿No te acabas la cerveza?
–Normalmente no bebo alcohol ni tampoco suelo ir a pubs. La he pedido simplemente por estar a tono. –Sonrió avergonzada.
–Está bien. –Dejó algunas monedas sobre la barra y se levantó a su vez–. ¿Vas a ir caminando a través del puente del Milenio?
Asintió.
–¿Te importa si te acompaño?
–Eres persistente, ¿no?
–Cuando veo algo que me gusta, desde luego.
Cuanto más miraba Eloise a Liam más mono le parecía, como una deliciosa chocolatina sin grasas añadidas. Cogió su chaqueta y su cartera mientras se decía: ¿qué daño puede hacerme? No había sentido nada parecido desde hacía mucho tiempo, si es que alguna vez lo había hecho.
–Está bien, ¿por qué no?
Ambos alargaron la mano para tirar del pomo a la vez, sus dedos rozándose, pero él se mantuvo firme, sujetando la puerta hasta que ella le precedió. Advirtió que medía más de metro ochenta y era más atlético y musculoso de lo que había creído mientras estuvieron sentados.
–Por tu aspecto pareces vestida para realizar una entrevista de trabajo. –Ajustó su paso al de ella a pesar de la diferencia de estatura y de que Eloise llevaba tacones que ralentizaban su marcha.
–Supongo que en cierto modo podría verse así. –Sacudió la cabeza ante la idea, preguntándose si podría considerar la oferta de César de esa forma. Nunca en su vida había tenido un auténtico trabajo.
–Pero ¿te está costando decidir qué hacer? No puede ser tan difícil, ¿no? Todo en la vida es una oportunidad. ¿Lo has hablado con amigos o con la familia?
–No, la verdad es que no...
Lo consideró un momento. Fuera del ballet no tenía a nadie en quien confiar o a quien pedir consejo, aunque tampoco lo había necesitado nunca: su única meta había sido convertirse en prima ballerina del Royal Ballet, y todo cuanto precisaba para alcanzar esa meta encajaba en su lugar. Lo único que necesitó fue disciplina, dedicación, energía física y mental y seguir las instrucciones que se le daban. Ese era todo su mundo: relajar su mente en su cuerpo y bailar. Su reconocimiento de esta realidad le resultó perturbador y de pronto se sintió como una inexperta joven de veintidós años que había sido empujada a la dura realidad de un mundo desconocido en el que la danza no jugaba ningún papel.
–Es solo que no sé si es un riesgo que estoy dispuesta a correr.
–Ah, ya entiendo. Pero ¿ese trabajo implica hacer algo con lo que disfrutas?
–Bueno, sí, supongo que en cierto modo. Aunque de una forma muy diferente a la que estaba acostumbrada.
–Entonces, ¿qué riesgo puede haber? Todo en la vida es un riesgo esperando convertirse en oportunidad. El cambio puede ser estupendo para nosotros, puede desafiarnos de formas inesperadas. Y dime, ¿cuáles son las ventajas de ese nuevo puesto?
Caminaron a través del puente peatonal de acero cruzando el Támesis, mientras continuaban la conversación.
–Bailar, viajar, un buen estilo de vida, seguridad, diversidad...
–¿Está bien pagado?
–Probablemente me cubrirá de por vida.
–Entonces, ¿cuál es el problema?
–Ese es el problema: creo que es demasiado, que probablemente se me esté escapando algo... y que eso supondrá renunciar a mi sueño de actuar en escena durante un tiempo.
–Hay muchos caminos para alcanzar nuestros sueños; creo que la llave es elegir el camino que fluye libremente en este momento y estar abierto a adaptarse si es necesario. A lo más que puedes comprometerte ahora mismo es a hacerlo lo mejor que puedas.
–¿Eres siempre tan positivo? –Su risueña actitud era contagiosa y no pudo evitar dejarse llevar por ella.
–Créeme, es la forma más sencilla de vivir la vida. Te ayuda a suavizar todos los baches para que puedas sentarte tranquila y disfrutar del trayecto.
–Parece como si hubieras tenido experiencia con eso.
Asintió aún sonriendo.
–¿Y qué pasa si no suaviza los baches? –preguntó súbitamente vacilante.
Él se detuvo cuando llegaron al cruce y se volvió para mirarla a los ojos.
–Entonces házmelo saber y acudiré a salvarte.
Su pulgar acarició suavemente su barbilla haciendo que entreabriera los labios ligeramente. La intimidad de su gesto la sorprendió, dejándola sin aliento. Sacudió la cabeza en un intento de despejarse, al tiempo que su magnífico rostro bajaba la vista hacia ella, nublándole momentáneamente la mente.
–Ni siquiera te conozco; todo lo que hemos hecho es hablar sobre mí.
–Y lo he disfrutado mucho... pero lamentablemente voy a tener que despedirme. Tengo un vuelo a los Estados Unidos esta noche.
–¡Oh! Está bien, que tengas buen viaje. –La decepción se apoderó de ella cuando el momento tan especial que compartían se evaporó–. ¿Liam?
–¿Sí?
–Gracias por charlar con una extraña confundida.
Mientras sonreía su cara se iluminó antes de que la preocupación volviera a asomar de nuevo.
–El placer ha sido todo mío. –Le devolvió la sonrisa–. Mucha suerte con tu decisión.
–Bueno, gracias. –Se sentía desconcertada por él–. Y la mejor de las suertes para el resto de tu vida.
–¡Esa es la actitud, Elle! –dijo con un guiño y una sonrisa. Nadie la había llamado nunca así–. Hasta que volvamos a vernos...
Lo dijo como si estuviera convencido de ello, posando distraídamente un beso al estilo europeo en cada una de sus sonrojadas mejillas.
Sus ojos se encontraron brevemente antes de que él parpadeara, se diera la vuelta y saliera corriendo hasta perderse en el barullo de la marea humana de Londres, desapareciendo rápidamente de su vida.
Decisión
Esa noche Eloise no podía apartar de su mente los inusuales acontecimientos del día. La reunión con César y su extraña propuesta. Su fortuito, aunque breve, encuentro con Liam. Era como si la hubieran lanzado al mundo real por primera vez. Su pequeño apartamento ya no le parecía tan solitario y se sorprendió al notar que había recuperado el apetito; incluso después del almuerzo en la Tate Modern se sentía hambrienta.
Con esa idea en mente, cogió el teléfono y encargó que le trajeran una sopa tom yum y un pescado a la miel al vapor acompañado de guisantes asiáticos. Mientras esperaba la comida a domicilio, aprovechó para limpiar su desordenado apartamento, algo que no había hecho durante semanas cuando se dejó abatir por la miseria.
Con comida en el estómago y sintiéndose emocionalmente más estable de lo que había estado durante algún tiempo, se acomodó en la cama para leer con detenimiento el contenido de la oferta.
Ocho Grand Slam.
Dos años. Eso podía hacerlo. Y, con un poco de suerte, el dominio ruso del ballet habría desaparecido para entonces...
Todos los alojamientos y gastos incluidos.
Ningún problema con eso, así podría ahorrarse el alquiler de Londres.
Un apartamento de tres dormitorios en Belgravia, cuya propiedad sería transferida a su nombre al completar el contrato.
Eso resultaba bastante increíble. Después de pasar su infancia en acogida, nunca hubiera imaginado que semejante lujo podría ser suyo sin la seguridad del ballet. De hecho nunca creyó que tendría una casa de su propiedad en Londres, por lo que aquello resultaba simplemente inverosímil. Tal y como le había dicho a Liam, se preguntó cuál sería la trampa...
Un sueldo de cien mil libras anuales revisables según los índices de inflación durante veinte años.
¡Aquello sonaba obsceno! Solo los mejores bailarines del mundo podían siquiera aspirar a semejante salario, y eso incluyendo contratos publicitarios. Se preguntó si César no tendría más dinero que sentido común.
Esos dos años le darían una completa independencia.
Para poder cumplir su sueño.
Para seguir su pasión.
Para bailar.
Bajo sus condiciones...
¡Durante el resto de su vida!
Esa era la razón por la que debía considerar seriamente esa escandalosa oferta, incluso si era arriesgado...
Sospechaba que César tenía más información de la que le hizo ver sobre su carrera y su vida, y que ella había entrado de lleno en su juego. Aparentemente parecía una persona auténtica, pero también percibía –tal y como sospechaba que le sucedía a otros– un peligro subyacente, por lo cual la idea de firmar un contrato con César no debía tomarse a la ligera. Su influencia, en Gran Bretaña al menos, era como una pegajosa y amplia red que se extendía por el mundo de los negocios y más allá. Estaba convencida de que él era un experto en mostrar todo tipo de máscaras diferentes durante sus negociaciones con el fin de conseguir el propósito deseado.
Pero, qué importaba si su oferta era tan generosa? Eso le proporcionaría una más que acolchada transición del apartado mundo del ballet hasta los niveles más altos de la élite social, siempre que permaneciera confinada en la botella del genio durante dos años completos, para ser liberada después de su vigésimo cuarto cumpleaños.
No podía negar que esa proposición la hacía sentir especial, meticulosamente elegida entre todas las demás. Aunque no entendía bien por qué, César la quería a ella y solo a ella, y había algo en ser especialmente codiciada y necesitada que calmaba su vapuleada alma. Y lo que era más importante, pertenecería a alguna parte –aunque fuera temporalmente– y ahora mismo necesitaba eso más que cualquier otra cosa, pues sentía como si estuviera en caída libre.
Eloise pasó la noche inquieta, agitada y dando vueltas, imaginando la dirección que tomaría su vida si aceptaba la oferta de César. Las palabras de Liam continuaban resonando en sus sueños, entrelazándose con el convincente monólogo de César.
El sueño más vívido y concreto de todos tuvo lugar justo antes del amanecer.
El Répétiteur (profesor) estaba clavando sus ojos de águila sobre el escenario donde Eloise interpretaba su primer solo durante el último ensayo con atrezo de El Lago de los Cisnes. Cuando comenzó sus piruetas, sintió que podía volar; la cadencia de la música apropiándose de su cuerpo y liberándola de toda la ansiedad mientras continuaba en puntas. Una y otra vez su cuerpo giraba, sus ojos fijos en la pequeña luz utilizada como ancla para sus giros. Su ejecución impecable.
Esa era la razón por la que bailaba; cuando se volvía una con la danza se liberaba del mundo. Libre del dolor, del daño y el abandono, e intrínsecamente conectada con la música. Sabiendo que finalmente pertenecía a ese lugar. Su cuerpo inundado de aceptación y amor. Por fin en paz consigo misma.
Tan absorta estaba en esos sentimientos, sentimientos que había estado buscando durante toda su vida, que no advirtió que el ballet había cambiado espontáneamente de El Lago de los Cisnes a Manon y de pronto se vio en medio del rico señor G. M. y su amante Des Grieux. Había olvidado los movimientos mientras los dos hombres luchaban por ella empujando y tirando de su cuerpo. No entendía el baile, porque este no era el ballet que había ensayado una y otra vez durante tantos años. Esta danza era diferente y no tenía forma de predecir lo que vendría a continuación. Sentía como si esos personajes la estuvieran desgarrando por la mitad, siendo un mero peón en su juego. Sus brazos dolorosamente estirados en direcciones opuestas al tiempo que oscilaba entre los dos hombres, la música súbitamente violenta tensando sus movimientos a la vez que era lanzada al aire por cuatro fuertes manos que controlaban su cuerpo.
El tiempo pareció congelarse momentáneamente, permitiéndole perfeccionar su posición a medio vuelo: las piernas extendidas en un grand jeté con los brazos manteniéndose en toda su belleza en la quinta posición. Su entrenamiento ayudándola a permanecer con la boca cerrada, como si aquel movimiento no requiriese ningún esfuerzo físico. Entonces, a medida que comenzaba el descenso, la música adquirió unos tintes siniestro. Flotaba hacia abajo a cámara lenta, lo que le dio tiempo para mirar al suelo y descubrir horrorizada que no había nadie para recibir su salto; una vez más se encontraba sola en el escenario. Agitó desesperada sus alas de cisne antes de estamparse violentamente contra el suelo, al tiempo que su cuerpo se deshacía en mil pequeños pedazos.
La voz del Répétiteur aulló desde el fondo del auditorio. «¡Traed a alguien de mantenimiento para que limpie este desaguisado y buscadme a la suplente, ahora mismo! Que todo el mundo se prepare para el siguiente acto». Su orden fue secundada por unas furiosas palmadas.
Eloise contemplaba desde lejos como las piezas de su destrozado cuerpo eran eficientemente barridas y arrojadas al cubo de la basura del callejón trasero.
Se despertó sumida en el pánico, las sábanas empapadas en sudor. El sueño había sido tan aciago como una terrible pesadilla, sacudiéndola hasta lo más profundo de su alma.
Supo instantáneamente que tenía que distanciarse del ballet. Tratando de tomarse su tiempo para que la decisión se asentara en sus huesos, salió a dar un paseo al frescor de la mañana antes de darse una ducha e ingerir un ligero desayuno. Contenta por haber tomado una decisión, reunió fuerzas e hizo dos llamadas. Una para concertar una cita con un abogado –César le había proporcionado una concienzuda lista– y la otra para hablar con el mismísimo César en persona. Le salió el buzón de voz, de modo que dejó un mensaje aceptando verbalmente su oferta antes de dar el consentimiento por escrito.
Su vida ya no le pertenecería durante los próximos dos años, pero se obligó a reconocer que realmente nunca le había pertenecido.
Recuerdos
Con una semana de plazo para preparar su nueva vida, Eloise dio aviso al propietario de su apartamento, aceptó la excedencia incondicional ofrecida por el Royal Ballet por carta –aún no era capaz de atravesar sus puertas–, y empaquetó toda su vida en una maleta y dos cajas de embalar. Era una extraña sensación ver todas sus pertenencias apiladas en un espacio tan pequeño.
Habían transcurrido casi diez años desde el día en que Eloise empaquetó toda su vida de niña en Australia y se trasladó a Londres. Por aquel entonces se sintió nerviosa y excitada, y ahora estaba haciendo lo mismo, pero bajo las condiciones de César. Aparte de convertirse en bailarina, pocas cosas habían cambiado; aún se sentía sola y distanciada del mundo.
Tal y como le había sucedido en muchas ocasiones durante su joven vida, ansió desesperadamente tener a alguien en quien confiar, alguien con quien compartir la decisión que estaba tomando y que sin duda tendría un trascendental impacto en el curso de su vida. Durante un breve momento, permitió que su corazón añorara a la madre y al padre que nunca tuvo, ansiando esa sensación de pertenencia que le habrían proporcionado y que nunca había experimentado. Abrió la tapa de su caja de música y escuchó la familiar melodía mientras los recuerdos del pasado volvían a su mente...
Prácticamente no había pasado una noche en que la cajita no estuviera junto a su cama, inspirándola para continuar su grandioso destino como bailarina y trayendo a su memoria los únicos momentos en los que se sentía libre de la pesadez de su estrecha vida. Su caja de música era la única posesión que había estado con ella desde que era un bebé, lo único que conseguía anclarla al mundo. La había conservado como un tesoro mientras peregrinaba de un hogar de acogida a otro, hasta el día en que descubrió el ballet.
Desde ese momento, Eloise se concentró en la danza por encima de todo lo demás en su vida; el único amor que conocía. Su dedicación finalmente obtuvo su recompensa cuando se le ofreció una plaza en la prestigiosa White Lodge, en las afueras de Londres. La beca le proporcionaba la oportunidad real de perseguir su sueño de convertirse en una primera bailarina. Aún recordaba como subió la gran escalinata de la hermosa casa georgiana en Richmond Park, a la temprana edad de doce años, entrando con determinación por las grandes puertas de cristal y dejando tras ella una infancia sin amor, al tiempo que se consagraba a la danza y al entrenamiento académico a horario completo.
Desde entonces hasta hacía pocas semanas, su vida como bailarina había seguido una trayectoria perfecta. Pero ahora todo había cambiado. Sabía que debía ser fuerte; que era hora de crecer y enfrentarse al mundo real. Era la única manera, pues no había nadie más para amortiguar su caída.
Evocó todas las veces que se había acostado escuchando su cajita de música mientras contemplaba con lágrimas en los ojos los giros de la diminuta bailarina. Casi a regañadientes, cerró la tapa, encerrando a la diminuta bailarina en la oscuridad, al menos durante el futuro inmediato. Por primera vez dejaría la cajita atrás, rompiendo los vínculos de su pasado y empezando una nueva vida. Pero mientras la envolvía cuidadosamente, no fue capaz de almacenarla con el resto de sus pertenencias, por lo que decidió enviársela a César con una breve nota donde le pedía que cuidara de su más preciada posesión, confiando en que aquello ayudaría a que la conexión entre ellos fuera algo más personal que un simple acuerdo de negocios.
Se dijo que ella también era como esa diminuta bailarina, concediéndole a César la custodia de su vida para los próximos dos años. Volvería a abrir la caja al final de ese período, cuando su vida comenzara un nuevo capítulo, cualquiera que este fuera. El símbolo de su pasado sería el puente de su futuro.
Solo la disciplina le había permitido superar los sentimientos de pena que la atenazaron durante todos esos años, y hoy conseguiría hacer lo mismo. Respiró hondo tres veces y se forzó a controlar sus emociones. Finalmente reunió el valor para cerrar el libro de su infancia y embarcarse en un viaje hacia la madurez, o al menos, el viaje que había permitido que César trazara para ella.
Un Mercedes negro la estaba esperando junto a la acera cuando salió de su apartamento por última vez. Sin mirar atrás, saludó educadamente al chófer y entró en el coche que la trasladaría a Heathrow, propulsándola a su nuevo mundo. Las estipulaciones de su contrato entraron en vigor en el momento en que cerró la puerta del coche.
Coñac
Los últimos meses habían proporcionado a César la oportunidad perfecta para mejorar su Estrategia Número Uno. La idea de sir Lloyd de contratar a Xavier Gemmel, el nuevo y excitante coreógrafo, y permitirle traer a tres bailarinas rusas con él –una de ellas la aclamada Natalia Karsavina– fue un ocasional golpe de suerte que jugó a su favor. César se valió de todo su poder para persuadir a otros miembros del Patronato de que respaldaran la propuesta, y luego solo necesitó unas pocas llamadas de teléfono amenazando indirectamente con la retirada de sus aportaciones si no se le ofrecía a Natalia el papel principal en Manon. Después de todo, resultaba consecuente en un sentido artístico, dado que Xavier y Natalia habían trabajado juntos muchas veces. Sería mucho menos arriesgado para el Royal Ballet, suponiendo una suave transición para la nueva temporada. Por supuesto, sir Lloyd y la junta accedieron. Toda la operación se desarrolló de forma impecable sin que fueran necesarios grandes esfuerzos para coordinarla. Un tiempo muy bien empleado, desde el punto de vista de César.
El hecho de que Eloise se marchara abruptamente del ballet, emocionalmente destrozada por no haber conseguido el papel de Manon, no había supuesto ninguna sorpresa para él. Después de todo, había investigado su vida –o al menos su gente lo había hecho–, llegando a la indiscutible conclusión de que era un barco sin ancla, flotando a la deriva en la inmensidad del océano sin tierra a la vista. Presentarle su oferta había sido como pescar con red en una pecera. Habría quienes consideraran su plan despiadado y cruel, y tal vez lo fuera, pero, al fin y al cabo, uno no se vuelve rico en este mundo preocupándose por los sentimientos ajenos.
Mientras César contemplaba la cajita de música que acababan de entregarle en su despacho, se preguntó lo que el futuro depararía a Eloise, una joven con un punto de mira tan claro y, sin embargo, tan dependiente de la aprobación de los demás. Esperaba sinceramente que consiguiera encontrar más sentido a su vida en esos dos años de verse envuelta en el volátil y competitivo mundo del tenis masculino, donde había mucho que ganar y todo que perder. Pero una vez más, casi podía decirse lo mismo de él, y esa era la razón por la que tenía esa pequeña debilidad por la soledad que rodeaba la vida de la chica. Si él no hubiera contado con una presencia tan fuerte como la de su padre, no habría sido de extrañar que su vida hubiera tomado el mismo rumbo que la de Eloise Lawrance.
De pronto deseó que ella pudiera encontrar un ancla, una pareja a la que amar, algo que él nunca había conseguido. Lo había intentado una vez, pero fracasó y se quedó con el corazón roto, por lo que no había querido volver a experimentar ese dolor.
Sin embargo, si los afectos de la joven no se correspondían con su estrategia global, bueno, entonces naturalmente habría consecuencias. Su vida estaba ahora en sus manos, y mientras jugara con sus reglas todo iría bien. No había alcanzado el éxito mostrándose débil con sus oponentes, y todos cuantos trabajaban para él eran atados en corto hasta que demostraban ser merecedores de su confianza, especialmente cuando las apuestas eran tan altas. La cantidad de dinero invertida en esta estrategia era obscena, pero necesitaba hacerlo para poder sentirse involucrado y vivo por dentro. Por algo más que la excitación de ganar, ¡algo que no veía muy a menudo últimamente!
El poder y la información eran los únicos vicios que se permitía a sí mismo. Había visto demasiados hombres destrozar sus vidas y sus fortunas por la falta de control sobre sus debilidades: sexo, alcohol, juego o drogas. Él disfrutaba con todo eso, pero siempre en sus términos y con moderación.
Reflexionando sobre todo ello, César se sirvió una modesta ración de coñac en una copa de balón, tomándose un inusual momento de respiro para pensar en cómo las semillas de una idea habían florecido hasta hacerse realidad. Había barajado todas las cartas, jugando su mejor mano, y ahora esperaría pacientemente a recoger las ganancias.