ABIERTO DE ESTADOS UNIDOS II

Agosto-septiembre

 

Libertad

 

Eloise estaba en su elemento: por fin había vuelto a bailar. Cuando Noah le sugirió probar algo nuevo –al menos hasta que sus obligaciones con César hubieran terminado– tuvo bastantes dudas. Él le había explicado que tenía un calendario de tenis frenético hasta llegar al Abierto de Estados Unidos, por lo que se sentiría mucho más feliz sabiendo que ella estaba haciendo algo que le gustaba, en lugar de estar presenciando interminables sesiones de entrenamiento y ser arrastrada de un torneo a otro como le había sucedido durante más de un año. Además, casualmente conocía «al amigo de un amigo» involucrado en una nueva compañía de danza contemporánea en Nueva York, que estaba deseando conocerla si estuviera interesada en dejar el ballet clásico durante una temporada.

Cada una de las razones que ponía de pretexto ante Noah acababa siendo más o menos refutada en base a sus propias inseguridades. Hasta que no le quedó más remedio que reconocer que él tenía razón, admitiendo que hacía tiempo que le apetecía probar con la danza más contemporánea por cambiar de aires, y ciertamente no tenía nada que perder si se reunía con la compañía de su amigo. Noah aún necesitaba (y quería) ganar el Abierto de Estados Unidos para asegurar su posición como Número Uno y alejar cualquier amenaza de posible recuperación del título por Stephan y con ello de Eloise.

Había intentado persuadir a Eloise para hablar con César y contarle lo sucedido con Stephan, pero ella no quiso oír hablar de ello. Le aterrorizaba que César pudiera acudir directamente a Stephan, y poner sus vidas en peligro. Era un riesgo que no estaba dispuesta a asumir. Lo mejor para todos era mantener el silencio y esperar que terminara pronto. Era la única cosa en la que se mostraba inflexible, y nada podría persuadirla de lo contrario.

El director de la compañía de danza, Miguel, era un imponente español increíblemente extrovertido, que consiguió hacer que Eloise se sintiera cómoda desde el primer momento. El resto de los bailarines resultaron igual de encantadores, recibiendo inmediatamente a Eloise en su restringido círculo. Casi sin darse cuenta, empezó a disfrutar como nunca en su vida. No había competencia entre los bailarines, ya que trabajaban colaborando en equipo, rotando de posiciones en base a quien se sentía más conectado con determinados estilos, papeles y piezas musicales. Cada bailarín era alentado a explorar sus propias ideas, y la compañía estaba abierta a incorporar cambios en sus rutinas basándose en la fuerza individual de cada uno de los miembros.

Trabajar en equipo era algo que Eloise nunca había experimentado, dada la estricta jerarquía del ballet tradicional, y se sintió completamente involucrada en el proceso. Mientras le explicaban la creatividad y libertad del baile moderno, ella les enseñaba técnicas clásicas y posiciones. Cada semana organizaban una clase para niños desfavorecidos, y Eloise descubrió que esperaba la llegada de ese momento más que cualquier otra cosa. Le parecía verse reflejada en muchas de esas niñas pequeñas, sintiendo su excitación y amor por la danza, lo que reactivó su propia pasión haciéndola disfrutar de cada momento como no lo había hecho en años. Su confianza fue creciendo cada día en ese nuevo mundo y se sintió más arraigada de lo que se había sentido en toda su vida. Nunca se había divertido tanto como cuando todos trabajaban duro en el estudio y luego salían a relajarse a los garitos más bohemios de la ciudad de Nueva York. Pero, sobre todo, se sentía muy excitada ante la perspectiva de poder actuar de nuevo sobre un escenario.

A pesar de no haber visto demasiado a Noah desde que llegaron a Estados Unidos, hablaban la mayoría de los días, aunque solo fuera brevemente. Él la llamó tras haber ganado el Open de Winston-Salem, alegrándose al oírla tan feliz; su voz vibrando de energía mientras hablaba de su nueva vida en Nueva York.

–Acabamos de anunciar todas las fechas de nuestras representaciones, y confío en que puedas venir a alguna antes del comienzo del Abierto de Estados Unidos. –Rápidamente le leyó la lista de los días y horarios.

–Por muy ocupado que esté, no faltaré el día del estreno, Elle, no me lo perdería por nada del mundo. Estoy deseando verte sobre un escenario desde el día en que nos conocimos.

–Y a mí me encanta que quieras verme, aunque la producción es en pequeña escala y totalmente diferente a la majestuosidad del Royal Ballet; pero con un poco de suerte algún día tendrás la oportunidad de verme también en ese escenario. ¡Me estoy divirtiendo tanto, Noah! Gracias por sugerirme esta oportunidad; nunca lo habría conseguido sin ti.

Él se rio.

–Lo has logrado todo tú sola. Únicamente necesitabas un empujoncito, y oírte hablar así hace que todo merezca la pena. No puedo esperar para volver a verte.

–¡Lo mismo digo! Y me gustaría asistir a todos los partidos que pueda. ¿Tienes el calendario?

–Lo tengo, pero coincide prácticamente con tus fechas. Preferiría que no te molestaras en verme y te centraras en tus actuaciones. ¡Ha pasado mucho tiempo, tal vez te falte práctica! –Sus bromas la hicieron sonreír–. En cualquier caso, ambos estaremos ocupados al mismo tiempo, así que todo va como es debido.

Eloise sabía por su voz que era mucho más que eso. Él le había mencionado en algún momento que si las cosas salían como quería, ella no necesitaría estar nunca más cerca de Stephan. De modo que entendió a dónde quería llegar.

–Está bien, si lo prefieres así.

–Incluso la final, y pretendo estar en ella, coincide con el último día de vuestra actuación.

–Oh, no, no puede ser, ¿de verdad?

–Sí, pero no pasa nada. Odiaría que te perdieras la última representación. Le pediré a César que envíe uno de sus coches para recogerte directamente en cuanto termines. ¡He organizado una sorpresa para ti como parte de las celebraciones posteriores a la final!

–Noah, no tenías que hacerlo...

–Lo sé, pero lo he hecho, y ya está todo arreglado; es algo que no hemos hecho nunca. –Parecía excitado–. De esta forma podrás centrarte en la danza, y yo concentrarme en el tenis, y más tarde recogeremos los frutos juntos.

–¡Para mí suena perfecto, mi sol! –Le gustaba usar el nuevo apodo que había inventado para él porque así es como la hacía sentir. Cálida y brillante.

–¡Excelente, va a ser todo un plan! Escucha, solo tengo un minuto antes de despedirme, y sé que aún queda lejos, pero Elle, necesito decirlo: para el caso de que algo suceda y no gane, quiero que vayas directamente a mi hotel, donde me reuniré contigo. Bajo ninguna circunstancia regresarás con ese monstruo. Nos sentaremos a hablar con César para buscar alguna solución. ¿De acuerdo?

Se escuchó un silencio en respuesta. Ella ni siquiera era capaz de pensar en las consecuencias si él perdía; ahora que había experimentado la vida con Noah, aquello se había convertido en su peor pesadilla. Prefería morir antes que volver con Stephan.

–Elle, necesito que me prometas que, pase lo que pase, después de tu representación te meterás directamente en la limusina. Yo me reuniré contigo tras el partido, ya sea de vuelta en el hotel o en nuestro destino sorpresa.

–Está bien, te lo prometo. Pero por favor, haz que nuestras vidas sean más sencillas y simplemente gana la final.

–¡Eso es exactamente lo que pretendo hacer! No puedo esperar para verte, Elle. Solo una última cosa.

–¿Sí?

Je t’aime!

–¡Yo también te quiero!

–¡Te veo pronto!

Gladiadores

 

César estaba tan excitado y nervioso como un chico ante el baile de graduación. Esa era la segunda vez que llevaba a Ashleigh a un Grand Slam –a pesar de que hubieran transcurrido más de veinte años desde la primera ocasión–, y no podía esperar a compartir con ella la experiencia de la final del Abierto de Estados Unidos. Tras sus vacaciones en los Estados Unidos, la familia de tres miembros no necesitó muchos argumentos para convencerse de mudarse a Inglaterra, donde Jennifer y David empezarían en su nuevo colegio público tan pronto como terminara el Open. Los niños estaban muy excitados ante su nueva vida, encantados de ver a su madre tan feliz después de la tragedia de haber perdido a su padre cuatro años atrás. Aunque César no era su padre, se interesaba por sus vidas y se divertía haciendo cosas con ellos. Por su parte, los niños disfrutaban cuando él les pedía consejo o cuando compartía unas cuantas apuestas de tenis; un deporte que ambos habían aprendido a amar. En general, los cuatro estaban adaptándose muy bien a lo que, de algún modo, era una nueva unidad familiar.

César se mostraba entusiasmado –además de estar muy bien informado– de poder explicarles las historias, puntos fuertes y debilidades de Nordstrom y Levique, hablando orgulloso de la relación personal que compartía con ellos y cómo ambos jugadores eran considerados los tenistas de más talento que se habían visto en una década, las entradas para sus partidos vendiéndose más rápido que las de los conciertos de estrellas del rock. La energía desplegada por esos hombres en la pista dejaba a menudo a los espectadores enmudecidos, y algunos críticos se preguntaban si, al igual que sucedía en otros muchos deportes, el dopaje no estaría infiltrándose sigilosamente en los niveles más altos del ranking.

Ese día, en el que ambos tenistas se jugaban tanto –como César sabía mejor que nadie–, la multitud aguardaba ansiosa la entrada de los dos gladiadores más grandes del deporte. Tener a cualquier otro jugador en la final habría supuesto una amarga decepción tanto para los fans como para los patrocinadores. Una derrota imprevista, aunque beneficiosa para jugadores menos conocidos, no era básicamente buena para el negocio. Y más concretamente, ¡para el negocio de César!

Noah se había pasado la mañana meditando, despejando su mente de cualquier pensamiento de perder a Eloise a manos de Nordstrom y asegurándose de que su cabeza, al igual que su cuerpo, estuviera firmemente centrada.

Stephan, por su lado, llevaba esperando ese día desde Wimbledon y estaba ansioso por saltar a la pista, dar una paliza de muerte a Levique y reclamar lo que era suyo: Nadia y su puesto como Número Uno del ranking. De acuerdo con el lema de Louis Pasteur: «La fortuna favorece a la mente preparada», no cabía duda de que el planeamiento de Stephan había sido meticulosa y metódicamente orquestado desde todos los puntos de vista, incluyendo su acuerdo con César para el inmediato regreso de Nadia en cuanto ganara. Puesto que no había necesidad de volver a firmar o renegociar los contratos, la transferencia –de ocurrir– se haría rápidamente entre ambas partes.

Al igual que Noah, sabía exactamente por lo que luchaba y estaba más que dispuesto para la batalla. Prefería marcharse de la pista y no volver a tocar una raqueta en toda su vida a perder ese partido. La violencia y la adrenalina irrumpieron en él como un tsunami.

El partido dio comienzo. Para ellos era su cuarto encuentro en una final de Grand Slam, contemplada por millones de espectadores de todo el mundo.

La primera manga se la llevó Levique por siete a cinco, gracias principalmente a la precisión y velocidad de su servicio. Nordstrom cometió solo algunos errores no forzados, pero fue todo lo que necesitó para perder el set. El segundo set también se le escapó a Nordstrom, aunque por poco, con Levique ganando seis a cuatro.

Antes de comenzar el tercero, Nordstrom solicitó ir al baño, y cuando regresó a la pista empezó a responder de una forma tan agresiva como nadie hubiera podido prever, desplegando el mejor tenis de su vida. El número de saques directos ascendió rápidamente hasta los dos dígitos, e incluso los restos al servicio de Levique eran todos golpes ganadores. Era como si se hubiera convertido en una persona diferente. No hubo nada que Levique pudiera hacer para contrarrestar ese inquebrantable asalto, mientras se apuntaba el set por seis a dos.

El cuarto acabó en tie-break al conservar ambos jugadores su servicio, y entonces empezaron las carreras en una batalla despiadada, al igual que el tercer set de la final de Wimbledon. Justo antes del comienzo de la muerte súbita, Nordstrom solicitó una pausa por lesión pretextando dolor en la parte baja de su espalda; se le dio un masaje en la misma pista y tomó algunos analgésicos. Ambos jugadores aprovecharon ese tiempo para ingerir sus bebidas preparadas, si bien esta vez solo Levique se tomó un plátano antes de que el juego se reanudara.

Levique trató de seguir concentrado en lugar de distraerse por la lesión de Nordstrom, pero cuando el juego continuó cada servicio de Nordstrom se convirtió en un saque directo y cada uno de sus restos en un preciso misil. Eso permitió que ganara la muerte súbita con absoluta convicción, dejando a un perplejo Levique preguntándose qué había pasado. Era como si la forma de Nordstrom se hubiera vuelto nuclear, haciendo que pareciera como si él estuviera jugando con un mazo de la Edad Media en lugar de una raqueta.

Los puños apretados, el sudor resbalando, las venas palpitando..., la determinación de ambos tenistas era absoluta. El fisioterapeuta de Levique fue llamado a la pista para dar un masaje a los tendones de sus piernas. Tenía que beber continuamente para reponer su exhausto cuerpo tras semejante ejercicio, mientras Nordstrom aparentaba estar más controlado y cómodo que nunca.

En las gradas, ondeaban las banderas australianas, los aficionados vestidos de verde y dorado gritando y animando a Levique a continuar, y no a ser el derrotado gladiador que sucumbía ante el rugido del león. Debía seguir combatiendo, recurrir al espíritu Anzac4 que nunca se rinde, nunca se da por vencido hasta que se juega el último punto o exhala el último aliento..., y finalmente consiguió resucitar y afrontar el quinto set con el mismo ímpetu que había mostrado en el primero, mientras la muchedumbre rugía de placer (algo que nunca hubiera podido suceder en Wimbledon).

Entonces sucedió algo de lo más extraño.

Cuando iban empatados a tres juegos en el quinto set, un funcionario se acercó a hablar con el director del torneo y luego entró en la pista y le entregó un documento al juez de silla, quien declaró que ambos jugadores tendrían cinco minutos de descanso fuera de la pista antes de continuar el encuentro. Nordstrom y Levique se miraron confusos, preguntándole al juez, que discretamente había apagado el micrófono. Ninguno de los jugadores tenía idea de lo que estaba sucediendo, pero no les quedó más remedio que seguir al agente fuera de la pista para descubrirlo.

La multitud abucheaba y protestaba, sin entender nada, al igual que los comentaristas, intrigados por el motivo que habría detenido el encuentro. Una interrupción así era de lo más inusual en un partido de tenis, y ciertamente nunca había ocurrido durante una final de Grand Slam, ¡de modo que algo raro estaba pasando! Incluso César y sus extensos recursos fueron incapaces de dar con una respuesta a aquello. Todo el mundo suspiró de alivio cuando los dioses del tenis regresaron, cogieron sus raquetas y volvieron a situarse en la pista.

Esa nueva interrupción hizo que Levique perdiera el ímpetu que tanto le había costado recuperar y, por segunda vez, Nordstrom se abalanzó sobre él como un animal salvaje, acorralando y matando a su presa. El daño fue inmediato e irreparable. Nordstrom ganó el quinto set por seis a tres y su segundo título consecutivo del Abierto de Estados Unidos. El dios escandinavo había regresado con toda su fuerza y el resultado era irrefutable. Levique había sido devuelto de una patada al Número Dos de la clasificación de la ATP.

Mientras se derrumbaba en su silla sorprendido y exhausto, Nordstrom se alzaba en toda su gloria ante la adoración de la multitud, reclamando su corona y su cetro, al tiempo que se felicitaba silenciosamente por haber ejecutado a la perfección la primera parte de su plan perfecto.

Sorpresa

 

Eloise estaba encantada de lo bien que habían sido acogidas todas las representaciones del talentoso grupo. Desde la noche del estreno hasta el último día, habían obtenido excelentes críticas, especialmente para una nueva compañía de danza de esas características. Pero también estaba igual de excitada por poder tomarse un descanso y dedicar un tiempo a Noah sin las exigencias del tenis y la danza, algo que no habían hecho desde su periplo por las zonas salvajes de Australia.

Cuando el telón cayó tras la representación, todos se felicitaron mutuamente por esa fabulosa aunque breve temporada. Eloise abrazó a su nueva familia de baile despidiéndose y vistiéndose con ropas más informales, deseosa de reunirse con Noah cuanto antes.

Tal y como habían acordado, la limusina de César estaba esperando en la entrada trasera del teatro, y ella saludó educadamente al chófer antes de ocupar el asiento de atrás. Solo entonces recordó la sorpresa que Noah le tenía preparada, preguntándose de qué se trataría.

El tráfico a esa hora era fluido y casi sin darse cuenta la limusina se detuvo junto a un puerto deportivo, donde Eloise fue escoltada hasta un majestuoso yate decorado con cientos de rosas blancas. Nunca en su vida había estado en un yate, y mucho menos en uno como ese. Se quedó un tanto sorprendida por que Noah hubiera organizado una sorpresa tan extravagante, tan neoyorquina y tan selecta. Hasta el momento sus sorpresas habían consistido en el descubrimiento de un divertido y vibrante local clandestino donde nadie les conocía y podían comportarse conforme a su edad, lo que a ella le encantó. Por lo general, él era un poco más sencillo en sus gustos, pero no pensaba quejarse, sabía que él quería organizar algo especial, ¡y eso lo era! Todo era magnífico, incluyendo la copa de champán que le esperaba con una nota mecanografiada.

¡Disfruta del champán mientras esperas! Me reuniré pronto contigo...

xxx

 

Junto a la copa había una bola de nieve, con un pequeño yate en su interior y dos personas sentadas en la popa con las piernas colgando sobre el agua. En lugar de copos de nieve, brillos y chispas destellaban en el mar azul. Ella la besó sonriendo, encantada de que los dos compartieran esos especiales y preciosos recuerdos, al tiempo que evocaba con cariño su travesía por los canales de Londres, en un barco muy diferente a ese. Suspiró pensando en lo mucho que había sucedido en ese último año tan lleno de altibajos.

No le llevó demasiado tiempo explorar el resto del barco, con un dormitorio principal en madera y accesorios color crema, un pequeño cuarto de baño con extravagantes complementos y una minúscula y bien equipada cocina junto a una mesa de comedor para dos. Incluso había ropa en los cajones y en el armario con motivos náuticos que la hicieron sonreír. Tal vez iban a navegar durante algunos días. En el frente había un panel de control de última tecnología, al lado de lo que parecía ser una pantalla de televisión. Solo entonces se le ocurrió encenderlo para escuchar el resultado del tenis; estaba tan excitada por su última función y luego la sorpresa, que había olvidado comprobarlo.

Lamentablemente el aparato no parecía estar conectado, y solo vio borrosas manchas blancas y negras en la pantalla. Entonces pensó en comprobar los resultados en su móvil (comprado por Noah para reemplazar el antiguo), pero descubrió que ya no estaba allí. Rebuscó en el bolso tres veces, antes de recordar haberlo dejado en un taburete junto al escenario para poder seguir el marcador entre sus actuaciones. «¡Maldita sea!», exclamó, disgustada consigo misma por haber salido tan precipitadamente.

Al menos tenía el consuelo de saber que Noah iba dos sets por delante la última vez que lo miró. Por un instante pensó en regresar a recuperar el teléfono, pero hacía rato que la limusina se había marchado y quería estar allí cuando Noah llegara. Además, él era el único al que quería llamar, y ya sabía que ella estaría en el yate.

De modo que, feliz de poder esperar mientras el barco se balanceaba suavemente, se acomodó en el mullido sillón y, entrechocando su copa con la botella de Dom Pérignon que descansaba en un cubo de hielo junto a la mesa, dio un delicioso sorbo al champán en un absoluto estado de dicha, mientras el sol desaparecía y el cielo se oscurecía sobre Long Island.

Misión

 

A pesar de que ese torneo había obligado a César a llevar al límite sus apuestas en ambos sentidos, puesto que los márgenes estaban muy justos, aún seguía celebrándolo, sintiéndose todavía más encantado por que Stephan pudiera unirse a su fiesta de quinientas personas en el Pabellón de Recepciones para una rápida copa tras su triunfal batalla contra Noah.

Tan pronto como Stephan llegó, con aspecto de recién salido de la portada de la revista GQ, los invitados irrumpieron en un entusiasta aplauso y se apartaron como el Mar Rojo ante Moisés, gritando palabras de felicitación mientras él se abría paso hacia César.

Con gran orgullo César le presentó a Ashleigh. A diferencia de la mayoría de las mujeres con las que Stephan se cruzaba, no pareció estar demasiado interesada en él, aunque ciertamente se mostró educada y amable. Era evidente que solo tenía ojos para César y viceversa, y cuando Stephan se lo mencionó, este pareció hincharse de orgullo ante su nuevo y antiguo amor.

–Nunca he sido más feliz –replicó–. Ciertamente la espera ha merecido la pena.

–No puedo estar más de acuerdo. Hablando de lo cual, he venido para asegurarme de que todo está preparado para la transferencia, ya que estaremos ilocalizables durante unas cuantas semanas.

–Todo está en orden, tal y como discutimos. Es toda tuya de nuevo.

–¡Excelente! Ah, y gracias por ofrecerme tu coche para recogerla, pero todo ha salido a mi gusto. Mi chica finalmente está de vuelta donde pertenece.

–No hay problema. Disfrútala. Pareces muy ansioso por recuperarla.

–Aparte de tener el trofeo en mis manos, nada es más importante para mí que Nadia. Mi vida no ha sido la misma sin ella.

Hablaba con alarmante intensidad, pero César estaba demasiado absorto en Ashleigh como para advertirlo.

–Entiendo perfectamente lo que dices –declaró orgulloso mientras la estrechaba contra él para poder darle un beso en la mejilla–. Un partido extraordinario, por cierto; has tenido a todo el mundo al borde del asiento. Tus patrocinadores no pueden estar más contentos con tu actuación.

–Demasiado reñido para mi gusto, pero conseguí el resultado que necesitaba.

–Debes de estar agotado después de semejante ejercicio, aunque la verdad es que no lo aparentas.

–No, de hecho me siento genial. Debe de ser el subidón por la victoria. Gracias por todo, César. Me encantaría quedarme más tiempo, pero como puedes imaginar, tengo otras cosas que hacer, de modo que me marcho.

–Por supuesto. Vete y disfruta de lo que ahora es tuyo.

Se estrecharon las manos como si fueran antiguos amigos, mientras Stephan se escabullía por la salida más cercana como un hombre con una misión.

Mientras le observaban desaparecer, César susurró en el oído de Ashleigh:

–Y bien, ¿qué te parece nuestro Número Uno del mundo, cariño? Es impresionante, ¿no es cierto?

–Como bien has mencionado, tiene una presencia indiscutible.

–Así es.

–Pero no se molesta en hablar con nadie que no le interese. ¡Obviamente tú eres uno de sus favoritos!

César se hinchó de orgullo.

–¿Y quién es su chica?

–Oh, es una bailarina como tú, de hecho se ha formado en el ballet; pero esa es una larga historia. Vamos, deja que te presente a algunos amigos...

César sonrió mientras la guiaba hasta las muchas personas que deseaba presentarle.

* * *

 

Entre las entrevistas de prensa en las que tuvo que explicar su épica derrota, y las discusiones con Toby y su representante, Noah había estado enviando frenéticos mensajes a Eloise desde el mismo momento en que salió de la pista, pero su teléfono seguía en buzón de voz. ¿Por qué demonios no contesta?, pensaba frustrado.

Noah empezó a sudar tan profusamente como lo había hecho en la pista durante la final. ¿Cómo podía estar sucediendo aquello? Dejó un mensaje urgente a César, cuyo móvil también tenía el buzón de voz. Finalmente, encontró el número del secretario de César, quien le confirmó que estaba en la habitual fiesta de celebración de la final del Abierto de Estados Unidos.

–Está bien, le buscaré allí.

Noah se duchó más rápidamente de lo que lo había hecho en su vida, y salió a toda prisa hacia la fiesta de César. Los músculos de sus piernas aún le dolían por el exigente esfuerzo del quinto set y su mente no dejaba de dar vueltas, inquieta por no saber el paradero de Eloise. Solo podía confiar en que el coche de César la hubiera recogido y llevado de vuelta a su hotel como habían planeado, para poder reunirse allí antes del vuelo de mañana.

Un aplauso espontáneo recibió a Noah a su llegada, con las condolencias y palmaditas de rigor en la espalda por haber jugado un tenis tan increíble a pesar de la derrota. Él se tomó un momento para charlar y dar las gracias a la gente, mientras avanzaba directamente hacia César. No estaba seguro de si se toparía con Stephan o no, y tampoco de lo que podría suceder de encontrárselo.

–¡César! –llamó.

Tras la presentación formal a Ashleigh, charlaron unos momentos sobre el partido, antes de que Noah le pidiera hablar con él en privado.

–¿Va todo bien? –preguntó César cuando estuvieron lejos de los oídos de los invitados.

–No estoy seguro. No logro contactar con Eloise, me salta el buzón de voz en su móvil.

–Bueno, Stephan se marchó hace un rato, de modo que seguramente se reunirá con ella muy pronto.

–Pero creía que tu coche iba a recogerla...

–No fue necesario; él acabó organizando su propio plan.

¿Cómo? –La voz de Noah se alzó por encima del murmullo de la multitud.

–Has perdido, Noah, ya sabes lo que eso significa. Stephan es otra vez el Número Uno, y Eloise le pertenece.

¡Pero no lo entiendes! Ella no puede volver con él, le hará daño. ¡Es demasiado peligroso!

–¡Haz el favor de bajar la voz! Podemos discutirlo más tarde. Sé que hoy has estado cerca, pero me temo que tu pérdida ha sido su ganancia. Tú lo sabes, él lo sabe y Eloise lo sabe. Y así será hasta el Abierto de Australia...

–¡Oh, Dios mío, esto no puede estar pasando! –Noah se pasó las manos por su tupido cabello rizado, la adrenalina impregnando su miedo–. ¿Sabes dónde se la ha llevado?

–No, solo dijo que estaría ilocalizable por un tiempo, durante las próximas semanas. Estaba bien, Noah, parecía muy excitado por tenerla de vuelta, asegurando que nada le importaba más.

–¡Eso es lo que me preocupa! ¡Es un sádico depravado, César! No sabes lo que le ha hecho pasar a Eloise. No está en su sano juicio...

–¡Noah! No podemos hablar de esto aquí, y tú tampoco pareces estar en tu sano juicio. –Le agarró por el brazo en un intento de calmarle–. Escucha, hablaremos de esto mañana temprano, ahora no es el momento. Ashleigh y yo regresamos a Londres esta noche para poder estar de vuelta en el primer día de colegio de los niños, pero te llamaré en cuanto aterricemos. Relájate. Has tenido un gran día y te has sometido a un esfuerzo enorme. Venga... –Atrapó una bebida de un camarero que pasaba.

–No puedo beber, César, ¡necesito encontrarla esta noche!

Y por segunda vez ese día, uno de los mejores tenistas del mundo salió a escape por la salida más próxima.

Lucha

 

Eloise se despertó en la cama para descubrir un rayo de sol filtrándose sobre ella, cegándola temporalmente. Se sintió atontada mientras se levantaba para mirar hacia el puerto, pero en lugar de ver otros yates en sus amarres se encontró rodeada por el océano por todos lados. Preguntándose si aún estaba soñando, se tambaleó escaleras arriba mientras trataba de adaptarse a los vaivenes del mar. No podía esperar para ver a Noah y estaba amargamente decepcionada por haberse dormido supuestamente en su primera noche juntos. Tal vez sus actuaciones con la compañía le habían exigido más de lo que pensaba.

Le llevó un momento enfocar el rostro de la figura medio desnuda y ensombrecida que estaba al timón, pero, cuando lo hizo, su respiración se aceleró hasta el punto de hiperventilar y sus piernas se doblaron bajo su peso.

–¡Nadia! –La cruel y exultante voz llenó sus oídos.

–No soy..., no soy... Na... di... a. No... Na... di... a –balbuceó jadeando de forma incontrolada.

Stephan sostuvo rápidamente su cuerpo, llevándolo al mismo sillón donde se había sentado la noche anterior bebiendo champán.

–Debes intentar respirar hondo y relajarte, querida. Por fin estamos otra vez juntos, ¡donde pertenecemos!

Ella le lanzó una mirada de puro odio mientras luchaba por recuperar el aliento, todo su cuerpo estremeciéndose por la impresión.

–Vamos, vamos, esa no es la mirada que debes mostrarle al Maestro después de todo lo que he pasado para traerte de vuelta.

–¡Tú-no-eres-mi-Maestro!

–Oh, sí, lo soy. Pero debo decir que pareces sorprendida de verme. ¿Acaso esperabas a ese veinteañero retrasado mental? ¡Seguro que no! ¡Deberías haber sabido que no me dejaría volver a ganar!

Ella recuperó la fuerza cuando le escuchó insultar a Noah, y sin pensarlo demasiado, se lanzó sobre él, gritando y arañándole con tanta fuerza que le hizo sangrar, su bronceada piel hundiéndose bajo sus uñas. Histérica, le golpeó salvajemente, aporreando su sólido torso con los puños y estirando los brazos para tirar de su perfecto y acicalado cabello. Él permitió que desahogara su rabia durante un instante, antes de agarrarla por las delgadas muñecas y retorcérselas hasta llevarlas a la espalda.

–Este no es exactamente el reencuentro que tenía en mente, querida. Parece que has olvidado todo tu entrenamiento, por no mencionar tus modales, lo que es una pena. Al parecer tendremos que empezar de nuevo.

Ella continuó gritando y retorciéndose, soltando furiosos puntapiés a sus piernas, pero la fuerza de Stephan la superó rápidamente.

–Puedes chillar cuanto quieras porque, como habrás podido observar, nadie puede escucharte salvo yo; estamos rodeados por el océano, gracias a una excelente noche de travesía. De modo que prefiero que grites en mis términos, y no en los tuyos. ¿Qué tienes que decir? –La sonrisa de su rostro era letal.

Ella soltó un atronador rugido desde las profundidades de su pecho, que resonó en su garganta mientras continuaba luchando contra sus garras. Gritó y gritó hasta que su garganta se quedó ronca, tratando de expulsar cada gramo de miedo y rabia por volver a estar con él. Aquello no podía estar pasando, ¿o sí?

Cuando prácticamente se quedó sin voz, él la agarró por el cabello, retorciéndoselo dolorosamente y forzándola a ponerse de rodillas.

–Ahora vamos a jugar amablemente, Nadia, o...

Ella le clavó los dientes en el muslo, obligándole a soltarla mientras gritaba de dolor y ella corría dando tumbos de vuelta a la cabina, cerrando la escotilla de un portazo y echando el cerrojo.

Sin creer todavía lo que acababa de hacer, jadeó furiosamente, preguntándose cuál debía ser su siguiente movimiento. Su instinto de supervivencia la impulsaba a ignorar la furia de Stephan, que ahora estaba aporreando la escotilla, y se precipitó sobre la Radiobaliza de Emergencia, que había advertido durante su inspección del yate la tarde anterior, confiando de todo corazón en saber activarla. Dio silenciosamente las gracias a Noah por haberle explicado el sistema de transmisión de posición para emergencias. Él había insistido en llevar una versión portátil parecida en su excursión al desierto, para el caso de hallarse en peligro o perderse. Y aunque este aparato parecía un poco más complicado, confió en que funcionara de igual forma. Entonces agarró rápidamente la radio y empezó a gritar.

–¡Socorro, socorro! ¡Ayuda! ¡Me han secuestrado!

Una voz entrecortada respondió mientras ella repetía las palabras.

–¡Socorro, necesito ayuda! Mi nombre es...

Habiendo conseguido romper el cerrojo de la escotilla, Stephan se abalanzó sobre ella, tirándola sobre la cama y golpeando su cara con fuerza mientras inmovilizaba su cuerpo.

–¡Esto no es lo que esperaba!

No tardó un segundo en atarle las muñecas con correas escondidas bajo el colchón a la vez que ella se retorcía y pataleaba contra él. Estaba enloquecida mientras él le metía un calcetín en la garganta afianzándolo con una cinta de Velcro. En la lucha para asegurar sus piernas, ella consiguió soltarle una potente patada en los testículos, haciendo que se desplomara en el suelo. La furia de sus ojos era casi demoníaca cuando su rostro reapareció a los pies de la cama, habiéndose recuperado lo suficiente para inmovilizar sus nerviosas piernas, mientras ella se decía que podría matarla ahí mismo. Su rostro se transformó en una mueca de dolor cuando él torció su tobillo izquierdo en un ángulo imposible.

–¿Tengo ahora tu atención, querida? Sé lo frágil que es tu tobillo... –Su voz sonaba con sorna.

El ardiente dolor se extendió por su pierna, llenando sus ojos de lágrimas mientras, con voz ahogada, suplicaba piedad.

–Entiendes lo fácil que me resultaría romper tus delicados miembros, ¿no es cierto, Nadia? Solo haría falta un giro en la dirección equivocada.

La furia en los ojos de ella casi igualaba a los de él. La rabia que desprendían las palabras de Stephan era como un torrente, y solo le quedaba rezar para que él soltara su palpitante tobillo. En su lugar, volvió a retorcerlo y ella gritó sin hacer ruido, revolviéndose con más violencia aún sobre la cama.

–Intenta otra cosa por el estilo y tendrás suerte de poder caminar de nuevo, y no digamos ya bailar.

Sus labios se curvaron en una sádica sonrisa que la aterrorizó. No dudaba de la veracidad de sus palabras mientras por fin le soltaba el tobillo. Respirando de alivio cuando el dolor remitió, no pudo evitar echarse a llorar incontrolablemente cuando él abandonó la habitación.

¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Una cruda rabia surgió de sus entrañas al encontrarse frente a Stephan cuando había estado esperando a Noah, rabia alimentada por el miedo a estar bajo su control una vez más. Se había prometido que nunca consentiría volver a ser tratada de esa forma, y había presentado batalla, pero ¿qué había conseguido? Ahora estaba en una posición más peligrosa que nunca, atrapada en el mar con un psicópata dispuesto a vengarse.

Stephan volvió a entrar en el camarote con una ristra de cuerdas colgando del hombro. Esta vez, ella consiguió permanecer inmóvil sin moverse un solo centímetro, su corazón latiéndole con fuerza contra el pecho y su mejilla golpeada palpitando de dolor.

Mientras se acercaba a ella, fue interrumpido por la radio, solicitando la identificación del patrón y preguntando si alguien a bordo había enviado una señal de peligro. En un último y furioso intento, ella se debatió y gritó con todas sus fuerzas, desesperada por que su voz amortiguada pudiera escucharse.

Stephan volvió la vista hacia ella con una expresión aterradora, sacudiendo la cabeza ante sus inútiles intentos para ser oída antes de contestar a la Guardia Costera. Respondió tranquilamente que su nombre era Richard Warren y que no se había emitido ninguna señal de peligro desde su barco. Confirque estaba viajando solo y que todo estaba en orden, si bien accedió a permanecer atento por si surgían problemas. El guardacostas le dio las gracias y le deseó una buena travesía y, acto seguido, él apagó todo el sistema.

Eloise supo entonces que no tenía ninguna posibilidad de ser encontrada, comprendiendo que toda esa situación no era un simple accidente, sino que él lo había planeado todo al detalle hacía tiempo –incluida la idea de tranquilizarla con una falsa sensación de seguridad valiéndose de la bola de nieve–, imaginando sin duda que ofrecería resistencia. Su anterior Maestro había superado sus premoniciones más negras.

Pesadilla

 

Noah se había pasado la noche tratando de contactar con Miguel y los otros bailarines, intentando reconstruir paso a paso cada uno de los movimientos de Eloise tras la función. Sin embargo, continuaba en blanco, más allá de saber que ella estaba muy emocionada por quedar con él y ansiosa por saltar a la limusina que la aguardaba. Noah estaba seguro al cien por cien de que ella no habría ido a ninguna parte voluntariamente con Stephan, después de todo lo que había pasado. Cuando, al día siguiente, recuperó su teléfono en el teatro, había esperado encontrar alguna pista, pero la última llamada que había hecho fue para desearle suerte en la final, justo antes de su actuación.

Necesitaba hablar urgentemente con César, hacerle entender el peligro en el que podía encontrarse Eloise, y conseguir su ayuda para descubrir dónde demonios la había llevado Nordstrom. Esperaba impaciente mientras caminaba de un lado a otro de la suite de su hotel a que César le llamara desde Londres, y así solucionar este desastre antes de que fuera demasiado tarde.

Finalmente César llegó a la oficina y le devolvió la llamada.

–Tienes que escucharme, César. Él está obsesionado con Eloise; ha abusado de ella tanto física como psicológicamente. La tuvo encerrada en su casa durante las semanas anteriores a Wimbledon y a lo largo de todo el torneo. Está loco, César, es un psicópata. Ese monstruo estuvo a punto de acabar con ella la última vez que estuvieron juntos y no puedo soportar imaginar lo que podría hacerle esta vez.

Aunque César advirtió que Noah estaba frenético de preocupación, no terminaba de creer esa historia de que alguien tan controlado y brillante como Stephan pudiera responder a esa descripción. En todos sus encuentros, él se había mostrado suave como la seda. No parecía plausible.

–No estoy seguro de lo que puedo hacer, Noah; la transferencia se ha hecho exactamente de acuerdo con el contrato.

–La transferencia no debería haber tenido lugar. Pretendíamos solucionar todo este embrollo contigo después del partido, si perdía. –Noah estaba muerto de miedo–. Escucha, si no me crees habla con la profesora Karin Klarsson de la Universidad de Uppsala. Ella se puso en contacto conmigo llevada por la misma preocupación sobre su retorcida personalidad; es una cualificada psicóloga, amiga de su madre. A Eloise le costó un mundo abrirse a mí por temor a lo que él pudiera hacernos tanto a ella como a mí. Mientras estuvo conmigo, no quiso hablar contigo debido a tu amistad con Stephan, lo que viendo las cosas en retrospectiva fue una estupidez a la que nunca debí acceder. –Lo dijo tanto para sí mismo como para César.

–Parece tan improbable... Un atleta tan increíble...

Noah puso los ojos en blanco, preguntándose si alguien más podía ver en Nordstrom lo que él veía. ¿Acaso estaban todos tan ciegos? Sabía que tendría que apretar todas las tuercas para conseguir que César creyera que todo eso no se debía a que fuera un mal perdedor.

–¿Y qué me dices del balneario de Suiza? ¿Estabas al corriente?

–Sí, lo estoy. He pagado la factura. ¿Por qué?

–La psicóloga de allí, la doctora Jayne Ferrer, no quería que ella volviera con él bajo ningún concepto, y le suplicó que se quedara. Le dio a Eloise su tarjeta para que pudiera contactar con ella siempre que lo necesitara, pero Stephan la quemó, cortándole el acceso a todo el mundo menos a él. El personal del centro pudo ver los abusos; debe de estar registrado en los archivos.

–Archivos que sin duda serán confidenciales, sin importarles tu preocupación.

–¡César, te lo imploro! Necesitamos trabajar juntos para traerla de vuelta. Tú eres responsable de ella. La quiero. ¿Qué tengo que hacer para convencerte? ¿Ir a la policía y explicarles que tu patético contrato la ha puesto en peligro, permitiendo que abusaran de ella?

–Está bien, está bien. Pero no nos precipitemos. –No había duda de lo preocupado que Noah estaba por la seguridad de Eloise; César podía jurar que sonaba sincero, aunque ciertamente confiaba en que sus acusaciones no fueran ciertas–. No entiendo por qué esta es la primera vez que tengo noticias de ello. Os conozco a los dos, mi firma os gestiona a los dos, ¡por el amor de Dios! –Parecía tan desconcertado como él exasperado.

–Nordstrom nos ha engañado a todos ocultando cómo es realmente, no solo a ti. El mundo quiere creer que él es el dios del deporte que estaba destinado a ser, pero en realidad es un monstruo que haría cualquier cosa por obtener lo que quiere. Y ahora lo ha hecho. César, si no me ayudas con esto, no me quedará más remedio que acudir a la policía...

–Dame el número de esa profesora Klarsson, y veré qué información puedo obtener de la doctora Ferrer en Suiza; con un poco de suerte hablará conmigo, al menos para confirmarme tu historia.

–No es ninguna historia, César; puede ser cuestión de vida o muerte. Y si no tenemos un plan en las próximas horas, tendré que acudir a la autoridad.

–Bueno, eso sería una pesadilla para todos. Estaremos en contacto...

Infierno

 

Eloise se juró que incluso en su actual estado no volvería a convertirse de nuevo en la Nadia de Stephan. No importa lo que le hiciera, seguiría siendo Eloise, y nunca volvería a ese endemoniado lugar. De modo que luchó y forcejeó mientras él ataba sus tobillos tan estrechamente que la cuerda se clavó en su piel. Y también después, cuando casi se quedó sin respiración al subirle él las piernas por encima de la cabeza y atarlas a la cabecera de la cama por detrás de ella. Se revolvió mientras intentaba adaptarse a esa incómoda posición. Un nuevo tirón de la cuerda aseguró que su trasero y sus muslos quedaran levantados por encima de la cama.

Él retrocedió admirando su trabajo.

–Oh, Nadia, no tienes ni idea de lo mucho que te he echado de menos. –Se agachó para retirar el calcetín de su boca–. Ya no hay necesidad de esto; me dará un gran placer escucharte gritar, hay tantas cosas que debes volver a aprender... Una lástima, cuando estabas tan cerca de la perfección.

Le levantó la cabeza, esparciendo su cabello como un abanico y retirándolo de su cara enrojecida mientras ella trataba de regular su respiración. La mano de Stephan rodeó su magullado cuello, suprimiendo instantáneamente tanto sus pensamientos como la entrada de oxígeno.

–Pareces haber olvidado que me perteneces y solo yo te controlo. Yo decido lo que haces y cuándo lo haces. Sin preguntas. Pero lo único que he visto es desobediencia y una falta total de respeto.

La cara le palpitaba como si fuera a explotar mientras su garra se estrechaba, amoratando su cuello y cortándole el suministro de aire.

–¿Crees que eso es aceptable para mí? ¿Sinceramente piensas que voy a tolerar semejante comportamiento de ti?

Lo único en lo que podía pensar, mientras su rostro pasaba del rojo al blanco y luego al azul, era en Noah. Iba a morir y no volvería a verle nunca. Él tendría que vivir sabiendo que ese monstruo la había asesinado con sus propias manos. Ese había sido el mayor miedo de Noah, pero, a decir verdad, ella nunca había querido creer que Stephan pudiera llevar sus amenazas tan lejos. Había entrado en su vida emocionada por estar con él, hechizada por su aspecto, su poder y su dominio para convertirse en nada, como si no pudiera existir en el mundo sin él.

Noah había logrado que ella volviera a sentirse valorada, ayudándola a recuperar su autoestima. Solo ella había sido tan ingenua como para caer en la trampa de Stephan cual mariposa atraída por una araña cazadora que se hubiera tomado su tiempo en tejer su tela y preparar ese último, estratégico y trágico golpe.

Cerró los ojos, negándose a que ese rostro amenazante fuera lo último que viera, y aguardando la muerte; ya no tenía el control sobre nada más. No se había rendido; había mostrado más determinación en la lucha por su independencia de lo que hubiera creído posible. Pero todo había sido inútil. Su último pensamiento fue confiar en que Noah supiera cuánto le había amado y cómo se había negado a aceptar su destino.

–Cada respiración que inhales desde este momento es una decisión que tomo a tu favor.

Soltó su garganta, mientras los reflejos de su cuerpo reaccionaban, haciéndola convulsionar para tratar de inhalar oxígeno. El mareo hacía que la habitación diera vueltas vertiginosamente.

Él le deslizó las braguitas hasta las rodillas acariciando su piel, mientras sus ahogadas palabras resonaban en la cabeza de ella.

–Nadie hace lo que yo te hago. Haciéndote sentir lo que yo quiero. Puedo ver que has echado de menos esto, ¿no es así, Nadia?

Buscó debajo de la cama y sacó una vara, acariciándola amorosamente. Ella creyó que iba a hiperventilar de nuevo.

–¡Te he hecho una pregunta! –Deslizó la vara bajo su cuello, obligando a su barbilla a alzarse.

Ella permaneció en un obstinado silencio, negándose a contestar a ese hombre al que ahora reconocía como un lunático.

–¡Eres imposible! –rugió en el camarote, levantándose y alzando la vara en el aire.

Si ella hubiera podido saltar, lo habría hecho, pero lo único que consiguió fue encogerse de miedo. Miedo que Stephan se alegró de advertir en sus ojos.

–¡Nunca seré tuya, te odio! –espetó, con voz susurrante a causa de la quemazón en la garganta.

Eso le hizo detenerse un momento sobre su cuerpo contorsionado.

–Tus palabras no significan nada para mí, Nadia. Sin embargo, recibirás el regalo de mi vara tan a menudo como tu comportamiento lo requiera. Algo que debería haber hecho hace tiempo. La compré especialmente para usarla contigo, con nadie más, incluso aparece tu nombre en ella. –Le mostró la palabra «Nadia» grabada en la madera, sonriendo a su encantador y congestionado rostro–. ¿Lo ves? No hay un solo momento del día en que no piense en darte placer o dolor. Eres un ser increíblemente motivador, querida; me llevas a nuevas alturas.

Ante esas palabras ella le escupió en la cara, su última línea de defensa dada la posición en que se encontraba.

No supo en qué momento sus gritos se convirtieron en lágrimas, y sus lágrimas en gemidos cuando la vara descendió sobre ella una y otra vez sin mostrar la menor compasión.

–Esto servirá de introducción, mi desafiante gatita. Bienvenida al resto de tu vida.

Parecía increíblemente complacido consigo mismo mientras bajaba sus hinchadas piernas de la cabeza. Ella gritó cuando las posó de nuevo en la cama, y otra vez cuando la agarró por los tobillos fijando la cuerda a la base de la cama.

Entonces se alejó, y para su espanto, regresó con una jeringuilla.

–Ha llegado el momento de tener un poco de paz y tranquilidad.

El profundo terror en sus ojos arrancó una siniestra sonrisa de satisfacción que iluminó la cara de él. Si le hubiera quedado un resto de voz habría gritado hasta desgañitarse, si hubiera podido moverse habría luchado; en su lugar, apenas un ronco gorjeo de desafío escapó de su garganta mientras él giraba su cuerpo, agarrando con fuerza una de sus nalgas desnudas.

–No te molestes en luchar contra mí; es una pérdida de tu tiempo y del mío. Ya ves, muñeca, eres mía para hacer exactamente lo que me plazca.

Ella se tensó cuando la inyección penetró en su piel hasta el músculo. Stephan volvió a girar su cuerpo para poder ver sus ojos dilatarse a medida que la droga le hacía efecto y doblegaba su mente. En segundos, la oscuridad se impuso al dolor, y con ello a cualquier gramo de consciencia.

Stephan se había quedado tan sorprendido por el violento comportamiento de Nadia hacia él que, incluso después de azotarla con la vara, necesitaba tomarse un respiro para valorar esa inesperada reacción. De modo que quitó el piloto automático recuperando el control del yate y dejó que la brisa marina aclarara su mente de esa amarga decepción y del palpitante dolor en su muslo mordido.

Tenía puestas muchas esperanzas en su romántico reencuentro y en la travesía que les llevaría de vuelta a las Islas Caimán, donde todo había comenzado tan felizmente un año atrás. Había dedicado mucho tiempo y energía a instruirla, navegando cautelosamente a través de su evolución hasta convertirla en el perfecto juguete de sus sádicas necesidades. Y ella había mostrado un gran potencial como sumisa; pero sabía que solo era cuestión de tiempo antes de que terminara de entrenarla como su esclava masoquista, algo que llevaba buscando desde poco después de cumplir los veinte años. Había estado cerca de lograrlo un par de veces, pero cada vez que llevaba las cosas un poco más lejos hasta el nivel que realmente necesitaba, ellas salían huyendo.

Entonces milagrosamente César le había ofrecido a Nadia, que se prestó voluntariamente, dispuesta a todo y bajo contrato. Su vida había estado rozando la perfección: el poder y el estatus de ser el Número Uno; la emoción de tener a Nadia bajo su completo control. Se preguntaba sinceramente en qué momento había empezado a torcerse todo. Y entonces recordó a Noah, su gran amenaza, su némesis al que ahora tendría que hacer desaparecer no solo de forma temporal sino permanente. Pero lo primero de todo Nadia necesitaba evaporarse del mundo, de modo que solo él pudiera poseerla.

Stephan había pagado generosamente a cambio del silencio del chófer, y nadie más sabía que habían emprendido ese viaje. A todos los efectos, Nadia había desaparecido literalmente de la ciudad de Nueva York, algo que sucedía a veces. Prefería arrojarla como comida para los tiburones antes que renunciar a ella de nuevo; tal y como le había prometido muchas veces, si no podía tenerla, se aseguraría de que nadie lo hiciera. Una promesa que tenía toda la intención de cumplir.

Sin embargo, antes de poner rumbo a la reclusión de su nuevo hogar en Suecia cuando el invierno llegara, tendría que entrenarla a fondo en su nueva mazmorra de las Caimán aunque ello significara llevar su resistencia hasta el límite. Estaba deseando enseñarle su última reforma. Se había inspirado en la mazmorra que visitaron en Roma, reemplazando eficazmente su antiguo estudio de baile. No tenía duda de que aquello serviría como un punzante recordatorio de su definitivo poder sobre ella, y la prepararía como ninguna otra cosa para su destino final. Permitirle la libertad de bailar en un primer momento había sido un evidente error, pero había aprendido la lección y también lo haría ella.

Además de la brisa salpicando su cara, pensar en todo aquello calmó su sulfurada psique. Contento por que todos sus planes estuvieran encajando, saboreó estar en alta mar con su preciada posesión justo donde quería que estuviera: a su completa disposición. Sonrió hacia el horizonte sabiendo que Eloise se había sumergido para siempre en las profundidades del océano, mientras Nadia renacía entre las llamas de su infierno.

Resultados

 

Después de llamar a César, Noah continuó recorriendo la suite a grandes zancadas, sintiéndose agitado y exhausto.

Su mente era un torbellino cuando una llamada en la puerta le sobresaltó. La abrió para encontrarse con Sam Wiley, el funcionario de la Federación Internacional de Tenis que supervisaba los controles antidroga de todos los jugadores cabeza de serie. Él y Sam habían intimado bastante durante los últimos dieciocho meses, y precisamente había sido él quien llevó a cabo los controles para la final el día anterior.

–Hola, Noah, ¿puedo pasar?

–Sam, ¿cómo estás? Por supuesto. Esto es poco habitual. Un servicio tan personal para una tarea tan pesada... –Abrió la puerta para dejarle entrar–. No creía que necesitara someterme a más controles, especialmente después de la final y, sobre todo, considerando que perdí.

Su vida no podía ser más disparatada de lo que lo era. Solo entonces fue consciente de que no había pensado demasiado en su derrota, solo en perder a Elle.

Abrió una botella de agua mineral y sirvió dos vasos antes de que se sentaran.

–¿Qué sucede?

–Estoy aquí por un asunto oficial que aún no se ha hecho público y te afecta a ti.

–Está bien. Te escucho.

Noah se preguntó qué demonios estaría sucediendo. Nunca había recibido una visita fuera de horario de ningún funcionario. Ni tampoco había tenido que entregar una muestra de orina y de cabello durante una final, que fue exactamente lo acaecido durante la extraña interrupción de ayer.

–En primer lugar, quería darte las gracias por prestarte a realizar el control en mitad del partido sin protestar.

–Fue bastante extraño, pero así son las reglas, podéis examinarnos cuándo y dónde queráis, ¿no es así?

–Así es, pero nunca habíamos practicado un control de drogas en mitad de un partido, y mucho menos durante la final de un Grand Slam. Digamos solamente que las circunstancias fueron extremas.

–No ayudó demasiado a mi recuperación, eso te lo aseguro. Perdí todo mi ritmo mientras Nordstrom consolidaba el suyo... En fin, vuestros controles no me preocupan porque no tengo nada que ocultar y son buenos para el deporte. No queremos acabar como el ciclismo, ¡menuda catástrofe!

–¿No sabrás por casualidad donde se encuentra Stephan?

–Daría cualquier cosa por saber dónde se ha metido, te lo prometo. Nadie parece saberlo. –La preocupación y la rabia se apoderaron de su crispada voz–. Solo sé que habló con César anoche en la fiesta, anunciando que estaría ilocalizable durante algunas semanas. ¿Por qué?

–Bueno, no creo que le guste escuchar lo que le espera cuando le encontremos. Hoy, dentro de unas horas, serás proclamado ganador del Abierto de Estados Unidos. Nordstrom ha sido descalificado por uso ilegal de sustancias potenciadoras del rendimiento.

¡¿Qué?!

–Así es. Esa es la razón por la que tuvimos que repetir las pruebas durante el partido. Desde que se puso en marcha el Programa del Pasaporte Biológico, hemos podido monitorizar de cerca los resultados de los análisis comparándolos con una base de datos de cada atleta, lo que ha demostrado ser mucho más eficaz que cualquiera de los controles que realizábamos anteriormente. Solo hace poco tiempo que hemos incorporado un análisis de la proteasa con resultados satisfactorios. Stephan tenía gente infiltrada dentro, pero ellos no sabían que durante el último mes contábamos con acceso a otro laboratorio completamente independiente.

»Habíamos descubierto un casi indetectable rastro de hormona del crecimiento en su muestra de sangre, pero nada en la orina. Cuando abandonó la pista después del segundo set, por fin obtuvimos la aprobación para repetir la prueba en mitad del partido, por primera vez en la historia del tenis, y su muestra de orina probó de forma concluyente que había utilizado drogas durante el partido. Nos ha llevado toda la noche revisar los protocolos y fórmulas legales, pero la Federación ha tomado la decisión unánime de actuar rápida y contundentemente.

–Es increíble...

–Teníamos sospechas desde que Stephan jugó en Wimbledon, pero entonces no pudimos demostrar nada. Parece ser muy hábil en eludir los controles y, como ya sabes, uno de nuestros mayores objetivos es continuar investigando la forma en que los doctores consiguen encubrir el rastro de los productos dopantes.

–¡Dios santo! ¿Quién está al corriente de esto?

–Todo el mundo lo sabrá cuando termine el día, pero obviamente estamos deseando encontrarle lo más pronto posible, e informarle de la noticia de su descalificación, entre otras cosas.

–¿Otras cosas?

–Digamos simplemente que había distintas sustancias identificadas y algunas eran drogas ilegales, no solo sustancias prohibidas. Al parecer ayer se metió todo un cóctel de drogas en su sistema, creyendo obviamente que no se realizaría un control durante la final. De modo que, como poco, será acusado de posesión de estupefacientes.

–¡Dios bendito! –Noah estaba alucinado–. ¿Hay algo que yo pueda hacer?

–Solo prepararte para la sesión de fotos levantando el trofeo del Abierto de Estados Unidos. Ahora eres el ganador de este año. ¡Felicidades!

–Sinceramente todavía no me lo creo, pero en fin, me hubiera gustado que hubierais descubierto todo esto ayer. Necesito hablar con César urgentemente. ¿No quieres nada más de mí?

–Nada más, salvo por supuesto confirmar que todos tus análisis estaban limpios.

–Eso es algo que ya sabía, Sam, te lo puedo asegurar. Gracias por venir a contármelo en persona. El tenis ya no volverá a ser lo mismo después de esto.

–¡Y que lo digas! ¡Y precisamente Nordstrom entre todos!

–Debo decir que no es precisamente alguien en quien confíe. Te acompañaré a la puerta. De hecho, pensándolo mejor, ¿te importaría quedarte por aquí mientras llamo a César? Así podrás comunicárselo personalmente. Tanto Stephan como yo tenemos contrato con El Filo, y va a necesitar saber todo esto para gestionar las consecuencias. Además es el único que puede saber dónde se encuentra Nordstrom. Me ayudaría mucho si él pudiera escuchar las noticias directamente de la fuente.

–Pues claro, pero no tengo mucho tiempo.

–No hay problema.

César acababa de colgar otra llamada cuando le pasaron con Noah, quien le explicó que Sam estaba con él. Este le contó rápidamente lo ocurrido.

Decir que César se quedó atónito sería quedarse corto.

–Aunque vayan por delante mis felicitaciones, Noah, esto no es nada bueno para el deporte, ni para los jugadores, ni para los patrocinadores ni para los admiradores... ¡Para nadie!

Los tres hombres discutieron los detalles y lo que sucedería a continuación, antes de que Sam se disculpara por tener que dejarles y se marchara.

Tan pronto como se fue, César continuó:

–¡Estoy de acuerdo contigo, Noah, en que toda esta situación es un desastre! Necesitamos encontrar a Eloise y a Nordstrom lo antes posible. ¿Por qué no fui informado de todo esto antes?

–¿De qué, de las drogas o sobre Eloise? –Noah se sintió aliviado por no tener que seguir convenciendo a César de lo de Nordstrom, pero eso no le situaba más cerca de Elle.

–De ambas. Oh, Dios mío, después de haber hablado con la doctora Ferrer y con la profesora Klarsson, sigo sin entenderlo. ¡Es impactante! ¿Por qué ella no dijo nada? No había nada en el contrato que permitiera que la tratara así. Lo has visto, lo sabes...

–Pero yo no soy así, César, y en cambio él sí. Creo que llegaron a un nuevo acuerdo, ella dijo que al principio le gustaba... –Por un momento pareció perdido en sus pensamientos, recordando cuando intentó acceder a ella en el Abierto de Australia. Por entonces ella protegía a Nordstrom. Sacudió la cabeza para apartar esa perturbadora imagen–. En fin, no pensemos ahora en las cuestiones legales o psicológicas. Lo que importa es que comprendas mi preocupación y el peligro en que puede hallarse.

–Lo único que he descubierto es que Stephan utilizó mi compañía de limusinas en Nueva York y que estos enviaron un coche para recoger a Eloise en el teatro. El chófer se negaba a decir donde la dejó. Aparentemente Nordstrom le había pagado por su silencio, pero yo le he pagado aún más para que desembuchara. La llevó al Club de Yates de Nueva York, donde un yate y champán estaban esperando su llegada. El yate abandonó el muelle anoche.

–¡Por favor, no me digas que la tiene en el barco, a solas! Esa sería mi peor pesadilla... –Noah tenía ganas de arrancarse la cabellera.

–Eso no lo sabemos, Noah. No imaginemos lo peor. Necesitamos mantener la calma para poder pensar con claridad. Cada vez que le escuchaba hablar de Nadia, quiero decir Eloise, parecía estar muy encariñado con ella. Tal vez no sea tan malo como crees.

–¡Por el amor de Dios, hombre, si ha trampeado su forma física para ganar el Abierto de Estados Unidos y así tenerla de nuevo! ¿Crees que hay algo que no esté dispuesto a hacer? Ha tirado por la borda toda su carrera, todo aquello por lo que ha trabajado para poder tenerla y apartarme de ella. Todo por culpa de esa estúpida estrategia tuya, creyendo que puedes comerciar con personas como si fueran posesiones. ¡ has hecho esto, César, tú y tu estúpido acuerdo! ¡Y más te vale que lo arregles antes de que Eloise sufra algún daño o algo peor! ¡Te hago directamente responsable de su seguridad y puedo asegurarte que no seré el único cuando todo esto salga a la luz!

César negó con la cabeza, no queriendo asimilar la verdad de las palabras de Noah, pero sabiendo que debía hacerlo, porque él también había quedado cautivado por el carisma de Nordstrom.

–¿Y qué me dices de tu rueda de prensa de más tarde?

–No me importa en absoluto. Salgo ahora mismo para el Club de Yates a ver si me entero de algo más, tal vez ayude si me persono en el lugar. Solo quiero que Elle regrese para que no tenga que volver a poner sus ojos en ese monstruo nunca más.

–Tienes acceso a todos mis recursos, tanto financieros como de cualquier otro tipo. Y haré todo lo que sea necesario. Y Noah...

–¿Sí?

–Siento muchísimo todo esto. Sinceramente no tenía ni idea de lo que Nordstrom era capaz. Nunca fue mi intención poner a Eloise en ningún peligro...

–Todo eso está muy bien a posteriori, César, pero ahora lo único que necesitamos es recuperarla antes de que sea demasiado tarde.

Conmoción

 

Ashleigh vaciló antes de entrar en el despacho de César cuando escuchó como colgaba de golpe el teléfono.

–Lo siento, puedo volver más tarde.

–No, no, en absoluto. Pasa. –Se obligó a sonreír.

Aunque no había pasado demasiado tiempo desde que habían vuelto a estar juntos, pudo advertir que estaba alterado. Se acercó a hacer un poco de café, y entonces César le explicó todo lo del contrato y el triángulo amoroso, y cómo nunca hubiera esperado que aquello acabara así.

–Todo el mundo se sentía hechizado por él. Es difícil no estarlo cuando tratas con un héroe del deporte que el mundo quiere reverenciar, y él cumplía su papel a la perfección. Ahora sabemos que es un sociópata psicótico y si no le encontramos pronto, Dios sabe lo que puede sucederle a Eloise.

–¿Te has puesto en contacto con sus padres?

–No tiene. Si los tuviera, no puedo imaginar cómo se lo tomarían, teniendo en cuenta cómo me siento yo ahora mismo.

–Perder a un hijo es algo que no se desea ni a tu peor enemigo –declaró Ashleigh, mientras la tristeza nublaba su rostro.

Empezó a caminar por el despacho para apartar de la mente perturbadores recuerdos, inspeccionando distraída sus objetos. Aún estaba familiarizándose con las cosas de César y no lograba acostumbrarse al hecho de que tuviera un retrato suyo pintado a partir de una foto tomada la primera vez que estuvieron juntos, colgando después de tantos años en la pared frente a su escritorio. Su amor por ese hombre era absoluto.

–Bueno, al menos sabemos que tus dos primores están a salvo. Ha sido estupendo verles sonreír esta mañana mientras entraban en su primer día de colegio.

–Estaban muy excitados, sí. –Súbitamente se paró de golpe–. César, ¿qué es esto? ¿Es tuya?

–No, desde luego que no. Es de Eloise. Me pidió que se la guardara hasta el final del contrato. Parece un poco gastada, pero por lo visto significa mucho para ella, de modo que accedí a cuidársela. Dado que me la mandó aquí, al despacho, la dejé en la estantería. ¿Por qué?

Ashleigh sacudió la cabeza, tratando de despejarse y temiendo estar volviéndose loca.

–¿Qué sucede, cariño? Pareces muy alterada. No te preocupes, la encontraremos y solucionaremos todo esto. –Se acercó para darle un abrazo tranquilizador–. Me encantaría que conocieras a Eloise; tengo el presentimiento de que vosotras dos os llevaríais muy bien.

La energía nerviosa de César le hacía seguir hablando, algo que le sucedía en las raras ocasiones en las que no tenía el control de la situación.

–César..., hay algo que debo decirte, algo que he querido contarte desde hace tiempo.

Se apartó de sus brazos, terminándose el café y dejando la taza sobre el escritorio. Sabía que era ahora o nunca. Las coincidencias eran demasiado extrañas.

–De hecho, debía haberlo hecho antes, pero nunca parecía ser el momento adecuado...

–Puedes decirme lo que quieras, cariño. No quiero secretos entre nosotros. Ya he tenido suficiente con los de mi padre; solo causan dolor. Por favor, continúa... –Se apoyó en el borde de la mesa, esperando ansioso a escuchar lo que quiera que necesitara decirle.

–Cuando regresé a Australia después de haber sido deportada..., bueno..., descubrí que estaba embarazada.

Toda la sangre abandonó el rostro de César.

–Era tu bebé. No tengo duda, porque la semana que pasé contigo fue el único momento en que estuve con alguien en Francia.

César dio la vuelta al escritorio y se dejó caer en el asiento de cuero, atónito y sin habla por segunda vez en su vida, mientras Ashleigh proseguía.

–Yo estaba separada de mis padres; ellos nunca quisieron que viajara, pero yo no podía esperar a liberarme de sus garras. Decidí tener el bebé, porque era tuyo y lo que compartimos fue muy especial... y, bueno, nunca hubiera podido abortar algo que habíamos creado juntos. Entonces éramos jóvenes, aunque ahora se ha demostrado que nuestro amor era real...

»De modo que tuve a la niña sola en Sídney, pero me quedé tan débil después que intentaron declararme incapaz para cuidar de ella. Era tan preciosa... Sin embargo, yo estaba muy enferma, con terribles pensamientos suicidas, y casi no me quedaba dinero. No recuerdo muy bien lo que pasó, excepto que cuanto más intentaban quitármela más ganas tenía de matarme. Era un círculo vicioso que en ese momento no podía entender. Ahora sé que mi condición era una psicosis posparto, una variante mucho más extrema de la depresión posparto que puede poner a la madre y al bebé en serio peligro. Por entonces nadie sabía demasiado sobre el tema, de modo que nunca fui adecuadamente diagnosticada. Cuando Jennifer y David nacieron me prescribieron medicación para controlarlo, y todo fue bien; simplemente no pude darles el pecho. Pero cuando tuve a nuestra hija, el tribunal solo vio en mí a una madre soltera sin trabajo, con una enfermedad mental y tendencias suicidas, y me declararon incapaz de cuidar de mí misma, y menos aún de un bebé. Yo no quería darla hasta no contactar contigo, y me negué a que fuera adoptada. Te escribí una carta tras otra, César, para hablarte de nuestra hija, confiando desesperada en que vendrías a por mí...

Ahora ambos tenían lágrimas en los ojos.

–Cuando no respondiste, me dije que yo no había significado tanto para ti como creía. Comprendí que estaba sola, y que nuestra preciosa niñita estaría mucho mejor con una familia que la quisiera hasta que yo pudiera rehacer mi vida, aunque los tribunales nunca me dieron la opción de poder recuperarla.

»Traté de volver a encontrarla años más tarde, después de casarme y tener a mis propios hijos; había algunos archivos de cuando ella era pequeña, pero otros habían sido destruidos en un incendio. Era como si sencillamente se hubiera desvanecido. Nunca se lo dije a nadie, pero ni un solo día he dejado de pensar en ella, César, ni un solo día. –Le tendió una foto de su cartera mientras las lágrimas resbalaban de sus ojos–. Siempre ha estado conmigo.

César contempló la foto de su hermosa y joven Ashleigh todos esos años atrás y de una niña recién nacida que nunca supo que tenía. Se abrazaron el uno al otro llorando por su pérdida y el destino cruel que se había ensañado con sus vidas.

–¡Dios mío, Ashleigh, no puedo creer que hayas tenido que vivir con esto, tú sola! ¡Maldito sea mi padre para siempre! –Golpeó la mesa con el puño–. ¡No tenía derecho a hacernos esto! –La furia dejó paso a la tristeza.

–Pero ahora estamos juntos, César. No podría soportar perderte de nuevo. Tú eres el amor de mi vida, siempre lo has sido.

–Y ese amor engendró una hija a la que encontraremos, te lo prometo. No dejaré que nadie vuelva a hacerte daño, mi amor. ¡Nuestra tristeza termina aquí! –Lo dijo con tanta determinación que fue como si el universo no se atreviera a conspirar contra él–. Solo desearía que me lo hubieras dicho antes...

–Lo siento, cariño; es que no estaba segura de cuál sería el momento adecuado, o cómo reaccionarías. Pero oírte decir que Eloise ha desaparecido... ha desencadenado muchos recuerdos, ya que comparten el mismo nombre... Lo siento mucho.

–Primero necesitamos salvar a Eloise, y luego nos centraremos en recuperar a nuestra hija.

–Ya ves, eso es lo más extraño. El único regalo que le hice a nuestro bebé fue una caja de música, exactamente igual a esta.

–¿La caja de música de Eloise? Sin duda hubo muchas fabricadas igual; probablemente solo sea una coincidencia.

–¿Como su nombre? ¿Cuántos años tiene Eloise?

–Veintitrés. ¿Qué pretendes decir, Ashleigh?

–Nuestra hija nació hace veintitrés años. La llamé Eloise y le di una caja de música, justo como esa. Dejé la copia de una foto dentro de la tela y la cosí para poder estar siempre con ella de alguna forma, incluso si me la quitaban. La misma foto que llevo en la cartera...

Apenas podía continuar mientras las lágrimas daban rienda suelta a la emoción contenida todos esos años. César la sujetó más cerca mientras intentaba asimilar todo lo que le estaba contando.

–¿Piensas que ella es nuestra Eloise? –preguntó suavemente cuando Ashleigh pareció recuperarse un poco.

–Debo descubrirlo... ¿Crees que le importará? –Dejó la caja de música sobre el escritorio y abrió la tapa.

César le pasó unas tijeras en respuesta a su pregunta. Ambos necesitaban saberlo.

Ashleigh hizo una cuidadosa incisión... y lentamente sacó una fotografía envejecida. La misma que acababa de mostrarle.

Los dos se derrumbaron en los brazos del otro, totalmente abrumados.

César nunca había sentido semejante consternación. Haber encontrado a Ashleigh era una cosa. Pero descubrir que tenía una hija –y que esa hija era su bailarina– era más de lo que podía soportar. Y encima saber que había sido secuestrada por un sádico megalómano, por culpa del contrato que él mismo había inspirado, llevó el estado de conmoción de César a un nuevo nivel.

–¡Si ese bastardo ha puesto un dedo en ella, me lo pagará por el resto de su vida!

Súbitamente, la búsqueda de Eloise –sangre de su sangre– se volvió trascendental. Sus emociones se apoderaron de su cuerpo mientras el amor, la tristeza y la furia brotaban simultáneamente por sus venas estallando en su corazón. Si Nordstrom había hecho daño a la hija que nunca supo que era suya hasta hace unos momentos, solo tenía un pensamiento en la mente.

–¡Que Dios le ayude! ¡Porque ni el infierno es capaz de desencadenar tanta furia como un César despechado!

Ego

 

Eloise fue vagamente consciente de una cálida y húmeda sensación en sus miembros cuando volvió en sí. Estaba tumbada boca abajo con los brazos y las piernas estirados y atados, tendida en forma de aspa sobre la cama, mientras Stephan lavaba concienzudamente su ensangrentada piel con una manopla que escurría de vez en cuando en una palangana de agua caliente. Era esa la clase de ternura después del castigo la que solía emplear para hacerla volver a él, proporcionándole esa sensación de seguridad que tanto ansiaba. Estaba cantando en sueco como haría un padre con su hijo, toda la violencia anterior desaparecida y reemplazada por sus amorosos cuidados. Un cuidado que ella ahora sabía que era perturbadoramente psicótico.

Notaba los párpados pesados y la mente nublada mientras yacía atrapada bajo él. Incluso el más mínimo movimiento le hacía sentir como si estuviera envuelta en melaza, y necesicada gramo de energía para girar lenta, aunque desafiante, la cabeza lejos de él. A pesar de no poder hacer nada para prevenir sus acciones, su repulsa hacia ese hombre era ahora tan fuerte que se negó a mirarle a la cara.

Después de haber lavado y secado suavemente su cuerpo lacerado por la vara, le cepilló el cabello con suaves pasadas, una y otra vez, hasta que estuvo desenredado y brillante, cayendo en cascada por su espalda. De haber sucedido en otras circunstancias, aquel habría sido un momento especial en su relación, en lugar de ese horror a cámara lenta en el que se había convertido.

–Y pensar que casi me obligaste a cortártelo, Nadia –declaró mientras continuaba con las largas pasadas del cepillo–. Ahora podrás dejártelo crecer para siempre. Porque no habrá tijeras en nuestro nuevo mundo. Serás como Rapunzel, atrapada para siempre en la fortaleza que he construido para ti. Nunca volverás a posar los ojos en otro ser humano, así que tienes suerte de que sea un hombre paciente. Cuando te lleve a nuestro secreto nuevo hogar, estarás deseando mirarme. Yo seré la única persona en tu vida, la única de la que dependerás hasta el día de tu muerte.

Eloise emitió un ronco gruñido de protesta, pero parecía como si también sus palabras estuvieran trabadas.

Él comenzó a separar su gruesa y sedosa melena en tres partes para hacer una trenza.

–Es tan asombrosamente hermoso..., creo que incluso más que tus ojos, y ya sabes lo que pienso de ellos.

Continuó trenzándolo mientras ella gemía y trataba de mover la cabeza, en una lucha inútil.

–Crecerá y crecerá, hasta que pueda sujetarte con tu propio pelo. ¿Te gustaría eso, Nadia?

Esperó su respuesta. No hubo ninguna.

–O quizá podría estrangularte con él si me disgustas. Creo que ya tienes el largo suficiente para ello. ¿Te parece que lo probemos?

Levantó su cabeza y pasó la trenza alrededor de su cuello dos veces. Y tiró.

–¿Lo ves? Debes entender, mi dulce muñeca, que yo decido si vives o mueres. Nadie más lo sabrá o se preocupará. Para ellos ya estás muerta.

Tiró aún más fuerte, haciéndola jadear desesperada por coger aire.

–Tu vida ya no trata de tu placer o tu dolor. Afortunadamente hemos superado esa etapa. De lo que trata ahora tu vida es muy simple.

Aumentó la presión, obligándola a levantar la cabeza para que pudiera ver su cara.

–¡Es sobre mí! Mis deseos, mis órdenes, mis placeres, mis antojos. Nada más deberá cruzar tu mente, ¡solo yo!

Volvió a tirar de su pelo haciendo que la trenza constriñera aún más fuerte su garganta.

–¡Ahora mismo podría matarte con tu propio cabello!

Dio un último tirón mientras observaba como las venas del cuello de ella sobresalían y su rostro se congestionaba, luchando por recibir oxígeno. Parecía fascinado por el proceso de asfixia que le estaba infligiendo, como si jugara con una muñeca y se preguntara qué aspecto tendría si le arrancara la cabeza.

–Pero no es eso lo que quiero.

Súbitamente la soltó, anudando el extremo de la trenza de modo que esta permaneció rodeando su largo cuello como una cálida bufanda.

Ella estaba jadeando, nuevamente mareada. Aquello era demasiado. Ya no quedaban pensamientos en su mente más allá de si la dejaría respirar de nuevo o no.

–¡No puedo esperar a contemplar la expresión de tu rostro cuando veas la casa especialmente diseñada que te he preparado! Es un poco pequeña. Pero tú también lo eres. Podrás caminar con tus zapatillas de ballet, pero me temo que tus días de baile se han terminado; estarás demasiado constreñida para eso. No hay razón para darte una libertad que no mereces.

Eloise no podía creer el monólogo que se veía obligada a escuchar, su incesante y delirante sorna sonaba más enfermiza que nunca. La suave cadencia de su voz helaba sus entrañas, resultando más difícil de soportar incluso que su violenta furia, mientras su magullado cuerpo seguía intentando respirar.

–¿Por qué no te las pongo ahora? Te he comprado un par para la nueva casa. ¡No es que no me guste verte vestida como la bailarina que fuiste una vez!

Se levantó de la cama para sacar las zapatillas de punta de un cajón debajo del sillón. La mente de ella trató de enviar un mensaje a sus pies para que soltaran una patada, pero solo consiguió que pareciera como si intentara ayudarle de cómo estaba de narcotizada. Habiendo prácticamente conseguido asfixiarla, ahora acariciaba sus piernas desnudas, calzando suavemente las zapatillas en cada uno de sus pies y atando con cuidado las cintas alrededor de sus tobillos.

Ese tormento era insoportable. Cada vez que la tocaba las náuseas se apoderaban de ella. Se preguntó cuánto tiempo harían efecto las drogas en su cuerpo antes de poder ofrecer resistencia de nuevo, prometiéndose que incluso si moría en el proceso de luchar contra ese monstruo, aquello sería mejor que afrontar ese permanente infierno en que él había decidido encerrarla...

Angustia

 

César había llegado a Nueva York dejando a Ashleigh en Londres al cuidado de los niños. Entretanto, Noah había podido confirmar que una joven que coincidía con la descripción de Eloise y un hombre con gorra que se parecía a Nordstrom habían sido vistos a bordo del yate ayer por la noche en distintas ocasiones.

Noah no albergaba ninguna duda de que Stephan la tenía en su poder y fue César quien sugirió que tal vez se dirigieran hacia las Islas Caimán. Accedió a contactar con la Guardia Costera americana después de que Noah recibiera una llamada diciéndole que la ATP estaba preparada para que asistiera a la rueda de prensa donde Nordstrom sería despojado de la victoria y Noah declarado campeón oficial de la final individual masculina del Abierto de Estados Unidos. Unas noticias que sacudirían el mundo del deporte, aunque ni siquiera se lo había planteado, con Eloise aún ausente. Sería la victoria más amarga de su vida.

No se encontraba con ánimo para mostrarse alegre ante las cámaras, de modo que intentó que la sesión fuera lo más breve posible. Incapaz de frenar las imágenes que cruzaban su mente sobre el posible destino de ella, se obligó a sonreír mientras pensaba qué podrían hacer para encontrar el yate y traerla de vuelta a casa: viva. ¡La alternativa era impensable!

No fue hasta bien entrada la tarde cuando César recibió una llamada de teléfono con algunas novedades. Contestó abruptamente, y luego escuchó atento.

–Oh, ya veo... No, no son buenas noticias... ¿Alguna idea de dónde podría localizarse ahora? Yo cubriré el coste de la búsqueda; por favor, ponga a su gente inmediatamente a ello. Su nombre es Eloise Lawrance y creo que podría haber intentado llamar; es posible que esté en grave peligro... ¿Una señal? Sí, estoy de acuerdo, podría tener relación. Gracias, y manténgame informado.

Colgó, su rostro serio mientras marcaba rápidamente el número de Noah.

–Aparentemente el servicio de guardacostas de Estados Unidos recibió esta mañana un mensaje de socorro de una mujer. Se cortó antes de que pudiera decir su nombre, pero es posible que fuera Eloise. También recibieron una señal de emergencia de un transmisor que están intentando rastrear. Obviamente nuestra esperanza es que las dos cosas estén relacionadas.

Tiene que ser ella, estoy seguro. Yo puedo identificar su voz. ¿Dónde tengo que ir? –preguntó Noah con urgencia.

César lo organizó todo para que Noah se marchara con uno de sus hombres a la sede del servicio de los guardacostas de Estados Unidos.

–Por favor, mantenme informado, Noah. Estoy decidido a encontrarla tanto como tú, tienes mi palabra. –Si Noah hubiera sabido que estaba hablando con su padre seguramente le habría creído.

Noah pudo confirmar que el mensaje de socorro había sido con toda probabilidad enviado por Eloise. El servicio de guardacostas de Estados Unidos comenzó la búsqueda del yate con las primeras luces de la mañana, después de que un helicóptero rastreara la costa atlántica desde Nueva York en dirección sur en busca del barco que había emitido la señal de localización. Gracias a los contactos de César y a su oferta de cubrir todos los costes, Noah recibió autorización para unirse al barco patrulla. Estaba confiado, pero al mismo tiempo permanecía paralizado por el miedo ante la idea de lo que habría podido sucederle a Eloise bajo el control de Nordstrom. Rezó silenciosamente para que no hubiera intentado hacer nada que pusiera en peligro su vida más de lo que ya estaba.

Finalmente divisaron el yate y el corazón de Noah se encogió. Conteniendo el aliento, escrutó a través de los prismáticos mientras una pequeña lancha era enviada desde su barco para acercarse al objetivo. Ni el viento azotando su rostro ni el frescor del aire del mar consiguieron despejar el miedo profundo de sus entrañas.

Stephan había divisado el barco dirigiéndose hacia él hacía un rato, y había estado escuchando los mensajes de radio enviados a su yate. Inmediatamente había comprobado el transmisor de emergencia, y después de constatar que Nadia lo había activado antes de la pelea, lo arrojó por la borda. Pero era demasiado tarde.

Mientras la pequeña lancha se acercaba a él, distinguió cuatro marines a bordo. Por megáfono le advirtieron que tenían toda la intención de abordarle, mientras el barco de mayor envergadura continuaba aproximándose.

Saludó cordialmente mientras la lancha se acercaba rodeando el yate hasta el lado de estribor, donde dos de los hombres lo abordaron.

–Señor, hemos recibido una señal de auxilio de este barco. ¿Está usted solo?

–Así es.

–¿Es usted Stephan Nordstrom?

Lo peor de ser famoso era intentar fingir que eras otra persona. Obviamente le estaban esperando a él, y no a Richard Warren, como había confiado, y ahora que podían verle de cerca era inútil tratar de negar quién era.

Fue entonces cuando divisó a Noah Levique mirando hacia él desde el barco más grande. Y supo que ya no podría negar su identidad, lo que no impidió a sus ojos lanzar llamas en dirección a ese imbécil.

–Sí –repuso sencillamente.

–Señor Nordstrom, necesitamos inspeccionar el barco y remolcarlo de vuelta a la costa. Además las autoridades quieren hablar con usted urgentemente.

Para los meticulosos planes de Stephan, aquello suponía un obstáculo definitivo. Por lo visto las drogas utilizadas para recuperar a Nadia habían sido descubiertas. No podía hacer demasiado salvo seguirles el juego.

–Está bien –dijo alegremente, sabiendo que al menos había tenido la oportunidad de ocuparse de ella antes de que llegaran.

La siniestra sonrisa en el rostro de Nordstrom al subirse a la lancha hizo que la sangre de Noah se helara. No se despegó de su lado mientras Nordstrom mantenía un estoico silencio de vuelta a la costa.

Cuando las autoridades revisaron el yate no encontraron ninguna evidencia de que otra persona hubiera estado a bordo, ni ningún indicio de Eloise. Mientras la policía arrestaba y esposaba a Stephan por posesión de sustancias ilegales –metanfetaminas, rohypnol y ketamina, por no mencionar los péptidos, anabolizantes y esteroides encontrados en la mezcla–, la sonrisa siguió sin desvanecerse de su rostro. No apartó en ningún momento la mirada de Noah, murmurando las palabras «ella está muerta para ti», mientras los agentes agachaban su cabeza para hacerle entrar en el coche policial y llevarlo a la comisaría donde se formularían los cargos.

Noah estaba visiblemente agitado cuando el coche se alejó. La única opción que le quedaba era buscar a Eloise en el océano Atlántico. Con cada hora que pasaba la luz se desvanecía y su esperanza de hallarla con vida se reducía a encontrar su cadáver.

Silencio

 

César parecía un hombre roto cuando Noah le llamó desde la marina para ponerle al corriente de lo sucedido. Noah no había sentido tanto odio hacia otro ser humano en toda su vida.

Los detectives más experimentados fueron asignados para interrogar a Nordstrom, pero aun así él mantuvo un obstinado silencio. Incluso cuando se le buscó un abogado para representarle, Nordstrom se negó a hablar con él o hacer alguna declaración.

Desde una perspectiva legal, no se le podía relacionar directamente con la desaparición de Eloise Lawrance, y la siniestra sonrisa no desapareció de su cara cuando todos empezaron a preguntarle sobre ella, incluso estando esposado y detenido.

La búsqueda desesperada de algún rastro de Eloise continuó, financiada por las inmensas arcas de César, ya fuera por tierra o por mar. Con cada hora que transcurría, la probabilidad de que pasara a engrosar la lista de personas desaparecidas aumentaba. César realizó gestiones para poder hablar personalmente con Nordstrom, confiando en que el ego del bastardo fuera lo suficientemente grande para hacerle caer en la trampa de su propia locura y ver si así, accidentalmente, revelaba información que pudiera arrojar alguna pista de si Eloise estaba viva o muerta. Era, desde todas las perspectivas, el último recurso, pero no podría vivir sin intentarlo. Para su frustración, tenía que esperar hasta que los detectives hubieran terminado con él, lo que parecía estar llevándoles una cantidad excepcionalmente larga de tiempo y más aún cuando todos sabían que el tiempo corría en su contra.

Los minutos parecían horas mientras la infructuosa búsqueda continuaba. Noah ya no podía soportar estar confinado entre las cuatro paredes de su suite, esperando recibir una llamada. En lo más profundo de su corazón sentía el dolor por la ausencia de Eloise. Desconcertado, y sin saber qué hacer mientras esperaba noticias de la entrevista de César, tomó la decisión de regresar a la marina, para comprobar el yate por sí mismo. Siempre había creído que cuando encontraran a Nordstrom la encontrarían a ella. No permitió que su mente considerara la opción de que Nordstrom había cumplido sus criminales amenazas, aunque daba la impresión de que así había sido. Eloise le había contado a menudo cómo Stephan le había repetido muchas veces que si él no podía tenerla, nadie lo haría. Y su silencio significaba que tal vez nunca supieran lo que había hecho con ella. Muy en el fondo, Noah sabía que de no hallarse en el barco, probablemente ya no estuviera con vida.

Cuando llegó a la marina vio que estaba de guardia un agente con el que había hablado anteriormente. Le preguntó si podía subir a bordo a echar un último vistazo, alegando que tal vez daría con alguna pista que hubiera pasado desapercibida a los demás, algún objeto de ella que pudiera reconocer y demostrara que Eloise había estado en ese yate.

Había varias cosas a su favor. La primera es que el agente era un gran admirador de Noah. Y la segunda, que César había recompensado generosamente a todos los que habían participado en la búsqueda de Eloise.

Noah dio las gracias al oficial mientras subía al yate y se tomaba su tiempo en reconstruir la escena del dormitorio. Todo parecía estar en perfecto orden. Demasiado perfecto, de hecho. Miró dentro de los cajones y palpó las mullidas almohadas en busca de algo, sin saber bien el qué.

En su angustia, desplazó el colchón fuera de su posición y, al hacerlo, distinguió un largo cabello cobrizo flotando lentamente hasta el suelo. Supo inmediatamente que era de ella y la furia comenzó a palpitar por sus venas.

La rabia y la angustia se apoderaron de su cuerpo, sabiendo sin ninguna duda que ella había estado allí. Sus pensamientos se desbocaron mientras imaginaba la tortura que ese psicópata sin duda le habría hecho pasar. Gruñó de angustia, estampando su puño y soltando una patada contra la pared, profundamente desolado tras los acontecimientos de los últimos días. Pero casi enseguida su agresividad se transformó en sollozos. Y fue entonces cuando escuchó un ruido sordo proveniente de debajo de él.

Creyendo en un primer momento que se trataba del eco de sus golpes, se quedó inmóvil, cada terminación nerviosa en alerta. Pero entonces se escuchó claramente otro golpe ahogado desde abajo.

En ese momento apareció el agente preguntándole si todo iba bien. Noah alzó su mano pidiéndole silencio.

–¡Elle! ¿Eloise? –gritó al aire.

Escuchó de nuevo el sonido, y también el agente. Parecía como si el ruido proviniera de debajo del banco de la pequeña mesa de la cocina. Cuando se precipitaron a despejar los cojines del asiento y levantaron la tapa, se encontraron con toda clase de equipos náuticos que Noah lanzó ansiosamente al suelo. Pero para su decepción, no había nada más bajo el banco.

Se detuvo de nuevo y escuchó. Otro golpe pareció provenir de debajo del tablero que cubría el suelo de la zona de almacenamiento.

–¿Eloise? ¿Puedes oírme?

Otro golpe.

–¡Dios mío! ¡Creo que está encerrada ahí dentro!

El oficial cogió un cuchillo para hacer palanca en el tablero y tratar de abrirlo.

Los golpes se volvieron más frenéticos y pronunciados cuando el tablero se movió y empezó a levantarse.

Finalmente, el panel cedió y, allí tendida, estaba una malherida y aturdida Eloise, atrapada bajo ese falso suelo en un diminuto espacio.

Noah no cabía en sí de alegría y alivio cuando la miró a los ojos y estos le devolvieron la mirada.

Pero casi enseguida se llenó de rabia al ver el estado en que se encontraba. Tumbada de espaldas, con las piernas sangrando y los muslos doblados contra su pecho, inmovilizada por una camisa de fuerza y amordazada, una mejilla amoratada, el labio partido y su cabello trenzado alrededor del cuello. Ese monstruo enfermo de Stephan había pensado incluso en calzarle las zapatillas de ballet para atar sus tobillos juntos.

Solo en ese momento advirtió que las zapatillas de punta fueron lo que le había permitido golpear el tablero bajo el que estaba oculta y atrapada. La única cosa que Noah había escuchado era la única cosa que había salvado su vida.

Con mucho cuidado agarraron su encogido y frágil cuerpo para sacarlo del estrecho cubículo donde estaba confinado, liberándola de lo que podía haber sido su tumba. Ella estaba atontada, confusa, claramente drogada y necesitada de atención médica urgente. Mientras el agente llamaba a una ambulancia, Noah envolvió a su torturada y temblorosa bailarina en una manta, estrechándola contra sí mientras las lágrimas se agolpaban en sus ojos. Sentía como si le sangrara el corazón al comprobar lo mucho que había sufrido; era como si pudiera sentir su dolor en sus propios miembros.

No fue hasta que Eloise estuvo instalada en la camilla de una ambulancia cuando Noah llamó a César; incluso mientras hablaba con él, no apartó en ningún momento los ojos de ella, temiendo que pudiera perderla de nuevo.

César recibió la llamada mientras aún seguía en la comisaría esperando a que los detectives terminaran el interrogatorio a Nordstrom. Cuando se reunió con él más tarde en el hospital estaba tan deshecho por los nervios que Noah se quedó un tanto sorprendido al ver lo angustiado –e incluso frágil– que parecía.

No fue hasta más tarde cuando reconoció al César de siempre.

–Me aseguraré de que Nordstrom se pudra en el infierno por lo que le ha hecho a nuestra Eloise.

 

 

4. Siglas que identifican un determinado carácter nacional, mostrado por el ejército de Australia y Nueva Zelanda especialmente durante la batalla de Galípoli y que representa los valores de resistencia, ingenio y compañerismo. (N. de la T.)