ABIERTO DE FRANCIA I
Mayo-junio
Cambio
Eloise se quedó perpleja al descubrir que alguien de la plantilla de César la acompañaría en su vuelo de primera clase para reunirse con Iván en San Petersburgo. Sus pensamientos oscilaban entre la intriga de si César pensaba que saldría corriendo y no cumpliría los requerimientos legales del contrato y la especulación de que ahora la consideraba una mercancía tan valiosa que requería ser custodiada por uno de sus guardianes.
Solo cuando el avión aterrizó según el horario previsto en el aeropuerto de Pulkovo, empezó a sentir curiosidad sobre cuál sería el siguiente paso en su nueva e impredecible vida. Se hallaba a la vez excitada y nerviosa por lo que el futuro la depararía. Aparte de estar al tanto de la pasión de Iván por el ballet, no tenía ni idea de qué tal sería como persona y no pudo evitar preguntarse si no estaría experimentando la misma aprensión que ella respecto a su llegada. La única certeza que tenía era la de esperar lo inesperado mientras su vida se fuera desarrollando en los días, semanas y meses siguientes.
Contempló como su equipaje, que contenía todo lo que necesitaba para su futuro próximo, era cargado en el coche. Y cuando el maletero se cerró con un sonoro portazo, no pudo evitar pensar que su destino acababa de ser sellado con él. Estaba contenta por que el personal de César le hubiera organizado una lujosa limusina para recogerla, en lugar del autobús que la había trasladado por las calles de esa majestuosa ciudad la última vez. Por entonces, le había encantado actuar allí, y confiaba en que esta vez tendría más oportunidades de explorar su rica historia de lo que se lo había permitido la gira del ballet.
César le había asegurado que no era importante saber mucho de tenis, lo que resultó un alivio porque no estaba muy puesta, que digamos. Solo había sido vagamente consciente de los jugadores en las finales de Wimbledon, principalmente porque vivía en Londres. Pero lo que sí sabía es que desde ese día se convertiría en la bailarina privada de Iván y, a cambio, él sería su nuevo Maestro, a falta de una palabra mejor, y lo más importante, su primer Número Uno.
Cualquier confianza que tuviera al dejar Londres se evaporó súbitamente cuando se apeó de la limusina. Intentó tranquilizarse lo mejor que pudo antes de atravesar las puertas del amplio apartamento de Iván con vistas al río Neva.
La doncella de Iván la condujo hasta su habitación donde se instaló discretamente esperando nuevas instrucciones. Finalmente fue requerida para tomar el té con él en la sala de estar.
Iván iba vestido totalmente de negro y parecía educado y cortés cuando recibió a Eloise con un asentimiento respetuoso, apenas rozando su mano con los labios. No era un hombre feo, aunque su nariz resultaba un tanto grande para su cara y sus ojos estaban ligeramente juntos. De algo menos de metro ochenta de estatura, no era ni remotamente el jugador más alto del circuito, aunque sí delgado y atlético como cualquier deportista de élite. Eloise se preguntó dónde escondería el instinto asesino necesario para ganar un partido tras otro, ya que no lograba encontrar esa agresividad en su personalidad fuera de la pista. Por el contrario, parecía de naturaleza algo tímida y un perfecto caballero.
Su discusión respecto al papel que ocuparía en su vida fue simple y sucinta.
–César ya me ha puesto al corriente de los detalles, Eloise –dijo con un fuerte acento ruso–. Estoy muy contento de que decidieras aceptar su oferta de bailar para mí.
–Muchas gracias, señor. –Esperó a que continuara pero él desvió la vista tímidamente hacia la ventana–. Le estaría muy agradecida si pudiera aclararme sus expectativas respecto a mi papel.
–Oh, sí, por supuesto. En realidad, es muy sencillo. Bailarás para mí antes de cada uno de mis partidos. No estoy seguro de cuánto durará cada actuación; eso dependerá del día. Tengo que jugar unos cuantos torneos antes de acudir al Abierto de Francia y tú viajarás con mi equipo. El itinerario está sobre la mesa. Pero descontando el momento previo a los partidos, podrás disponer de todo el tiempo para ti, salvo que te haga saber lo contrario.
–¿Nada más? ¿Solo bailar?
–Sí, solo eso. –Se volvió para mirarla como si se le escapara algo–. Estoy seguro de que César ya te lo explicó. Además he informado a mi madre de tu llegada y está deseando verte bailar algunas escenas de su ballet favorito, Cenicienta. A los dos nos encantaría contemplarlo.
–Sí, por supuesto, señor –respondió con genuina excitación–. Será un placer para mí.
–Excelente. La doncella te ha preparado la comida en la cocina. Te veré a las cuatro de la tarde en el estudio.
Y se marchó rápidamente de la habitación para atender otros asuntos.
Eloise no tenía ni idea de lo que esperar a su llegada, pero hasta el momento todo parecía bastante formal y distante. Se preguntó si no habría hecho algo que disgustara a Iván –aunque no podía imaginar qué podía ser en tan corto espacio de tiempo– o si simplemente era su personalidad. Tal vez las cosas cambiarían cuando fueran conociéndose el uno al otro. Hizo lo que pudo para tragarse su decepción, si eso es lo que era, sabiendo que su trabajo no era cuestionarse sino adaptarse a sus necesidades. Si así era como él lo prefería –una mínima interacción en el mejor de los casos–, entonces cumpliría sus deseos gentilmente.
Esa tarde fue la primera vez que bailó para Iván y su madre, Anna. Sería la primera de muchas, mientras ellos susurraban en ruso y contemplaban su actuación con entusiasmo. Ocasionalmente Iván le pedía que se detuviera y repitiera ciertos elementos de la escena, tras de lo cual su madre aplaudía y le lanzaba besos en agradecimiento, diciendo «maravilloso» o «perfecto», que Iván traducía del ruso al inglés para ella. Otras veces Eloise y Anna bailaban juntas y era entonces cuando Eloise disfrutaba viendo a Iván sonreír con el rostro encendido, lo que le hacía parecer cercano y relajado, en lugar de su austera disposición habitual. Era evidente que adoraba a su madre y esta se mostraba encantada de tener a Eloise como una incorporación más en sus vidas cotidianas.
Desde el principio Iván no mostró verdadero interés por Eloise más allá de su baile. Ella comprendió que prefería mantener la comunicación entre ellos al mínimo. Su representante solía dejarle notas informándola de cuándo y dónde se la requería para una representación. El resto del tiempo, tal y como le explicó, era libre para hacer lo que quisiera. De modo que Eloise disfrutó con sus exhaustivas visitas a los hermosos palacios, museos, catedrales y majestuosos jardines de San Petersburgo, atracciones que abundaban en una ciudad con tan rica herencia cultural.
El único evento al que Iván y Eloise asistieron juntos en público fue un viaje sorpresa al Ballet Bolshoi en Moscú para ver Don Quijote. Eloise apartó de su mente el recuerdo del rostro de Natalia, sabiendo que allí era donde la bailarina se había formado, aunque no pudo negar que estaba en alerta máxima, criticando las actuaciones y ansiosa por absorber cualquier mejora que poder incluir en su propio repertorio.
Fue la primera noche que ella e Iván hablaron largo y tendido; Iván estuvo pendiente de las observaciones de Eloise sobre cómo se sentía al ser un miembro más de la audiencia en vez de una bailarina sobre el escenario. La tarde siguiente, él la hizo bailar durante más de tres horas en su estudio mientras daba vueltas por la habitación, sus ojos estudiando silenciosamente los intrincados movimientos a corta distancia. Al final de su exhaustiva rutina sonrió y aplaudió, declarando: «¡Bravo! ¡Sencillamente exquisito!».
Y luego se marchó rápidamente de la habitación, como solía hacer habitualmente.
Eloise a menudo esperaba que su relación con Iván se volviera mucho más comunicativa de lo que era, pero adoraba la forma tan meticulosa que tenía de estudiar su cuerpo cuando bailaba para él. A pesar de estar sola con bastante frecuencia, cuando no la necesitaba para bailar, estaba contenta de poder cumplir con su papel.
Sabía que su contrato la vinculaba como responsabilidad de Iván, y eso al menos le proporcionaba la seguridad de pertenecer a alguna parte. En muchos aspectos no había gran diferencia con su vida anterior –aún le pagaban por bailar y mantenía su estilo de vida nómada–, pero al mismo tiempo ya no estaba compitiendo en el estresante mundo del ballet, los hoteles eran de cinco estrellas, los viajes en primera clase (si no en avión privado) y su cuenta de gastos indulgente, aunque si nunca se aprovechaba de ello y siempre pedía permiso para gastar sin pensar en el dinero (por ejemplo, para comprar ropa más adecuada a su nuevo estilo de vida). Tener sus necesidades completamente cubiertas y toda su vida organizada a su favor era más que satisfactorio.
Y sin embargo, hasta ahora no se había dado cuenta de lo acostumbrada que estaba a interactuar con todo un puñado de viriles bailarines de ballet. Puede que no hubiese tenido muchas relaciones sexuales, pero añoraba desesperadamente la fisicidad de los hombres y la sensación de sus musculosas extremidades contra las suyas, de sus manos deslizándose a lo largo de sus tersas curvas, piernas, cuello y rostro. Añoraba sentir su fuerza bruta cuando levantaban su pequeño cuerpo en el aire como si fuera una pluma y la atrapaban sin esfuerzo cuando descendía. La fisicidad de la danza era la parte que la hacía sentir conectada, como si perteneciera a ella. Y de repente había sido apartada de ese mundo abiertamente sensato y lanzada a una vida donde nadie la tocaba, y esa necesidad de algo más la había cogido completamente por sorpresa.
Iván parecía absorto en su belleza y elegancia, pero ni una sola vez intentó otro tipo de acercamiento. Aunque su contrato facilitaba claramente, entre otras cosas, la posibilidad de una relación sexual si se sentían inclinados a ello, estaba cómoda con el hecho de que todo girara sobre el baile, ya que no se sentía especialmente atraída por él. El contrato estipulaba también que no debía intimar sexualmente con nadie más, aunque tampoco es que tuviera oportunidad de hacerlo. Así que aceptó su obligado celibato sin quejarse, sabiendo que ir contra las normas de César era una opción implanteable.
Estilo de vida
Iván nunca le pidió a Eloise que le viera jugar, si bien ella aprendió de primera mano que el tenis era uno de los deportes más ajetreados del mundo. Mientras el fútbol tenía una Copa del Mundo cada cuatro años, el tenis contaba con cuatro torneos de Grand Slam anuales, además de que los jugadores de los primeros puestos de la clasificación estaban obligados a competir en los Masters 1000, imprescindibles para el ranking de la ATP, que se celebraban cada año en Asia, América y Europa.
Eloise pronto se acostumbró a las exigentes demandas del calendario tenístico mientras Iván competía en Montecarlo, Múnich, Madrid, Roma..., viviendo en un incesante torbellino de aeropuertos, estadios, multitudes, coches y hoteles y ella bailaba para él antes de cada partido. Él siempre escogía un ballet concreto y la escena precisa que deseaba verla interpretar. A veces solamente durante diez minutos, y otras por un par de horas. En algunos torneos haciéndola incluso repetir la misma escena antes de cada partido.
Eso le dejaba poco tiempo para reflexionar sobre lo que se estaba perdiendo en Londres. A decir verdad, Eloise sentía que su vida anterior iba a una velocidad mucho más lenta al lado de esta, algo parecido a comparar un caracol con Usain Bolt. No le preocupaba mantenerse físicamente activa cuando estaban de gira, especialmente porque Iván a menudo le pedía que bailara de nuevo tras haber ganado un partido y así ayudarle a relajarse, algo que ella hacía gustosamente.
Todos esos torneos desembocaban en el Abierto de Francia: el verdadero comienzo de su compromiso con César para los ocho «grandes», y el final de su única y exclusiva cláusula de escape. Lo sucedido hasta ese momento no eran más que actos preliminares, dándole un tiempo para ajustarse a la nueva vida. Pero una vez que el torneo comenzara, no habría vuelta atrás. Sin embargo, y aunque apreciaba el gesto de César de «ponerla a prueba», en su mente la cláusula era superflua. Una vez que se comprometía a algo, su autodisciplina la obligaba a llegar hasta el final.
Antes del Abierto de Francia, Iván le pidió que interpretara la escena final de El Lago de los Cisnes. Eloise se preguntó si él no estaría imaginando a su adversario como el moribundo cisne blanco y a sí mismo como el victorioso cisne negro. Había leído que algunos atletas utilizaban las bandas sonoras de películas como Rocky para mentalizarse a sí mismos antes de un partido importante, y tal vez esta fuera la versión de Iván de eso mismo.
Siendo tan perfeccionista como era, se tomaba su trabajo muy en serio, buscando mejorar sus actuaciones con cada partido que Iván jugaba, al igual que hacía él. La filosofía parecía estar funcionando, pues cuanto más bailaba, más ganaba él, asegurándose la condición de Número Uno por tercer año consecutivo. Iván estaba en plena forma y Eloise confiaba en que siguiera ganando para así afianzar también ella su puesto como su bailarina privada: le gustaba pensar sobre sí misma que era su amuleto de la suerte y sentir que, en cierta forma, contribuía a su éxito.
Tras ganar Iván el título en París, César organizó una cena privada para él, su entrenador, su representante, Anna y Eloise para festejarlo. Al final de la velada pidió hablar en privado con Eloise y accedió a escoltarla de vuelta al hotel.
Cuando se sentaron en una de las mesitas del bar del hotel, le preguntó:
–¿Qué tal te va todo, Eloise?
–Muy bien, César. Estoy muy contenta por él.
–¿Y cómo te estás adaptando a tu nueva vida?
–Bastante bien, en realidad. Es un tanto ajetreada, pero siento que Iván aprecia que baile para él.
–De eso no hay duda. Me ha hablado muchas veces del impacto motivador que tu baile ha tenido en su juego. Creo que los dos debemos agradecerte que le hayas ayudado a conservar el Número Uno del ranking mundial. Desde mi punto de vista estás cumpliendo con tu papel a la perfección, Eloise. No podría esperar más.
Eloise se ruborizó ante sus elogios.
–Gracias, César. Ciertamente intento dar lo mejor de mí.
–Entonces, ¿te comprometes a cumplir todos los términos del contrato?
–Siempre ha sido mi intención hacerlo.
Sonrió ante su convicción.
–¿Te das cuenta de que no existe ninguna garantía de que Iván continúe como Número Uno?
Ella no se había parado a pensar en el resto de los jugadores del circuito, salvo cuando echó un vistazo a los expedientes que César le proporcionó tras su encuentro inicial.
–¿Y hay alguna vez garantías en la vida? –Se rio–. Está bien, asumiré los riesgos.
–Me gusta tu estilo, Eloise.
Observó que parecía mucho más relajada que cuando se vieron la última vez, y no tan emocionalmente destrozada. Por lo visto ese estilo de vida le iba muy bien.
–¿Y aún te sientes cómoda con el contrato tal y como está?
–Sí, lo estoy.
–Entonces, dejemos las formalidades a un lado, ¿te parece? –Le tendió una gruesa pluma negra que aceptó y, a continuación, firmó el documento que colocó delante de ella–.Permíteme que te dé oficialmente la bienvenida a mi mundo, Eloise. Creo que has hecho una excelente elección.
Estampó su extravagante firma bajo la suya, sellando su destino, e inmediatamente llamó al camarero y pidió que les trajeran unas copas de Dom Pérignon para celebrarlo.
Dos copas en forma de flauta con champán llegaron rápidamente a su mesa.
–¡Por el juego! –brindó él.
César estaba entusiasmado por que su combinación del amor por el ballet y el tenis hubiera demostrado ser una fórmula genial, hasta el punto de tener el potencial de hacerle aún más rico con cada título. La victoria de Iván en el Abierto de Francia no era más que la guinda del proverbial pastel, si sus pronósticos resultaban correctos.