WIMBLEDON II
Junio-julio
Confinamiento
Cuando Stephan y su entorno llegaron a la lujosa mansión en el SW19 de Wimbledon, resultó evidente para Nadia que sus alas habían sido devastadoramente cortadas. Su habitación estaba ubicada en el ático y contenía una única cama y una mesilla con una lamparita. Dada la inclinación del techo, solo podía ponerse derecha en el centro de la habitación, y si alargaba los brazos podía tocar ambos muros de la estancia con forma de «A». Las ventanas con pestillo no tenían cortinas ni persianas, dando a una pista de tenis de hierba donde Stephan se pasaría horas entrenando. Aparte de un pequeño aseo que contenía un inodoro y un lavabo, no había nada más en la tercera planta de la casa. No había necesidad de guardarropa, dado que todas sus pertenencias se las habían quitado, dejándole solo las prendas de vestir que Stephan disponía para ella, si es que lo hacía.
Nadia observó en silencio mientras Stephan revisaba meticulosamente cada uno de los bolsillos de su ropa.
–Y bien, ¿qué tenemos aquí? ¿Has hecho un nuevo amigo mientras estabas fuera?
–No, Maestro. Ella me dio su tarjeta antes de marcharme.
–¡Una psicóloga, nada menos! ¿Y por qué crees que haría eso, Nadia? ¿Acaso consiguió ayudarte con tu tendencia a mentir?
Nadia negó con la cabeza, preocupada por el derrotero de la conversación.
–Si escucho tu voz hablando con otro ser humano que no sea yo, te quemaré, al igual que a esta tarjeta.
Buscó una cerilla en la repisa de la chimenea y disfrutó de lo lindo al ver como Nadia hacía una mueca mientras la tarjeta de Jayne ardía delante de sus ojos.
–Espero por tu bien que no mencionaras mi nombre. Porque eso te causaría un interminable sufrimiento. ¿Me he expresado con claridad, querida?
Sacudió las últimas cenizas lejos de sus dedos, dejando en el aire un fuerte olor a papel quemado y obligándola a recordar que todo su mundo giraba en torno a él, y que el resto literalmente se había convertido en humo.
–Desde luego, Maestro.
Solo podía rogar que Jayne no tratara de ponerse en contacto con ella ni desvelara ningún detalle de sus conversaciones. No se atrevía a pensar en las repercusiones.
Stephan colgó las copias de su nuevo horario en las paredes de la habitación y en la puerta del cuarto de baño. Debía seguirlo al pie de la letra. Cualquier desviación de las reglas derivaría en un severo castigo dejándola confinada en el oscuro sótano: algo que no tenía intención de experimentar ni por un segundo. Mientras leía los estrictos requerimientos del Maestro notó como una parte importante de ella moría. Ella existía solamente porque él le permitía que existiera y su aprobación sería ahora su sustento.
Reglas y régimen diario
• Arrodillarse todo el tiempo en presencia del Maestro, con los brazos a la espalda.
• Nada de música o baile en ningún momento.
• Comer lo que se ordene.
• Beber lo que se ordene.
• No hablar salvo que se permita.
• No moverse salvo que se permita.
• Nada de comunicación verbal o no verbal con ninguna otra persona.
4:30 horas
Levantarse. Comer dos rebanadas de pan (dejadas en la habitación la noche anterior). Beber un vaso de agua.
5:00 horas
Sótano. Dolor.
6:30 horas
Confinamiento.
7:30 horas
Ducha.
8 horas
Desayuno.
9 horas
Cumplir las tareas (asignadas diariamente).
11 horas
Ejercicios en el gimnasio. Largos en la piscina.
13 horas
Comida (de rodillas).
14 horas
Encerrada en el dormitorio del ático (buena conducta) o restringida en el sótano (mala conducta).
16 horas
Humillación.
17 horas
Yoga.
19 horas
Cena.
20 horas
Complacer al Maestro.
21.30 horas
Dormir.
Él se preguntó por qué no habría puesto en práctica este método antes; se adaptaba fielmente a él. El horario de ella coordinado a la perfección con su régimen de entrenamiento y la lista de reglas permitiéndole el absoluto control de su vida. Nada importaba más que complacer sus exigencias y expectativas, y por lo que le concernía, eso era exactamente lo que debía ser.
El personal de Stephan le conocía lo suficiente para saber que no debían levantar ni una ceja, y mucho menos poner ninguna objeción a su trato con Nadia, conscientes de que si lo hacían serían fulminantemente despedidos. Algunos ya habían podido experimentar su ira de primera mano. Stephan creía firmemente en el principio de Mao: «Ejecuta a uno y educarás a miles», que parecía funcionarle muy bien. Aquellos que se quedaban a su lado justificaban sus acciones recordándose a sí mismos que habían escuchado como Nadia consentía a sus depravaciones una y otra vez. Ella parecía dispuesta a aceptar lo que quiera que él exigiera, así que no era asunto suyo formular juicios morales.
A medida que los días y semanas pasaban, Stephan la tomaba como y cuando quería, encerrándola de mil formas diferentes cuando no era así. Nunca se había sentido más creativo y motivado, tanto física como psicológicamente. Tras su llegada, la habitación del ático fue progresivamente decorada con fotos de accidentes de coche, extremidades rotas, derramamiento de sangre y otros accidentes como recordatorio constante de la promesa que le había hecho en París: la amenaza de que Noah caería si ella no se sometía a cada uno de sus caprichos.
Aunque Noah estaba muy lejos de ella –tanto física como emocionalmente–, su posible porvenir en manos de Stephan era lo único que la ayudaba a concentrarse y sobrevivir en la rutina del día a día de su vida. De modo que se aplicó con estoica disciplina, sabiendo que mientras Stephan estuviera contento con su comportamiento, tanto ella como Noah podrían sobrevivir.
Tal y como se indicaba en su lista de reglas, cada mañana a las nueve él le imponía una tarea que debía ser completada en el tiempo fijado. Si no la cumplía satisfactoriamente –algunas de ellas eran casi imposibles–, eso afectaría a la comida que tomara (o no), a la ropa que llevara (o no) y al tiempo que pasara confinada en el sótano o atada a la cama. Lo que sin duda repercutía en el tiempo que pasaba en el gimnasio, la piscina o haciendo yoga: sus únicos momentos de consuelo.
Una visita privada a la Torre de Londres había inspirado ese régimen medieval a Stephan que inmediatamente pensó en ponerlo en práctica con su amada Nadia. Desde su perspectiva, la picota instalada en el sótano había demostrado ser muy útil para un montón de actividades diarias: humillación, placer, dolor, liberación, hasta el punto de preguntarse cómo no la había utilizado antes. De modo que podían explorarse muchas opciones con un instrumento tan útil.
Nadia no tenía contacto con ninguna clase de tecnología –Stephan se había asegurado de que viviera auténticamente en la Edad Media–, de esa forma no tendría oportunidad de ver u oír mencionar el nombre de Levique que, según la prensa, siempre parecía estar, como suele decirse, mordiéndole los talones cual persistente cachorro.
Para Nadia todo aquello resultaba cruel, vergonzoso y humillante, dejándola casi al borde de la histeria. Sus heridas reflejaban la rabia de él, a menudo tan cruda como su magullado corazón. Los cambios de humor de Stephan rozaban ahora la bipolaridad, con enormes picos de euforia y terribles bajones, y ella hacía cuanto podía para proteger su corazón de cualquier emoción, entumeciendo su mente contra el dolor. Solo podía confiar en que, mientras cumpliera sus deseos, Noah estaría a salvo.
A pesar de todo, su cuerpo estaba tan finamente sensibilizado a su trato que volvía su mente irrelevante. Algunos días él era tan amable, suave y cariñoso que la dejaba hecha un mar de lágrimas, desesperada por recibir sus caricias: su única conexión con el mundo. En cambio otros era como si los demonios fueran expulsados de su cuerpo, obligándola a gritar y sollozar con tal intensidad que quedaba vacía y exhausta. Stephan disfrutaba enormemente esos días, compensándola por semejante liberación catártica y asegurándose de que su cuerpo sucumbiera al placer que finalmente él le ofrecía. En cualquier caso, resultaba totalmente agotador e intenso para Nadia, que era exactamente lo que Stephan tenía planeado hasta el comienzo de Wimbledon.
Sacó muchas fotos de ella en distintas situaciones de dolor, placer y humillación durante el tiempo que pasaron juntos en la mansión. Luego las compartía con ella y las pegaba en la pared para que pudiera analizarlas y escribir detalladas descripciones de lo que había sentido y por qué, que posteriormente él estudiaba, coincidiendo o no con su proceso mental y dándole consejo sobre las modificaciones requeridas en su comportamiento. Fue sobre esa base como él puntuaba su progreso general o la falta del mismo.
Para asegurarse de que escuchaba atentamente sus puntos de vista, la obligaba a ponerlo por escrito, lo que a veces significaba que no pudiera dormir para atender sus demandas y plazos. La mano le dolía y la cabeza le daba vueltas por la cantidad de escritos exigidos. Eso le demostraba que ella estaba totalmente alineada con su forma de pensar, habiendo perdido, definitivamente, el sentido de sí misma –lo que algunos calificarían como lavado de cerebro–, que era exactamente su intención. Quería que se volviera adicta al dolor para que suplicara por placer cosas que solo él podía proporcionarle siempre que le complaciera. Ese era el propósito para su vida, la única razón de que existiera en el mundo.
Stephan creía firmemente que para cuando ganara Wimbledon, ella habría vuelto a nacer por completo, convirtiéndose en lo que él quería que fuera: una sumisa especialmente diseñada para el masoquismo, su posesión perfecta. Era todo lo que había deseado en el mundo, y bajo ninguna circunstancia pensaba compartir su creación con nadie.
Cada noche Stephan dormía a pierna suelta, cada vez más confiado en la supremacía de su tenis, sabiendo que Nadia estaba bajo su absoluto control, siendo modelada día a día de acuerdo con sus precisos requerimientos. Y cada noche Nadia dormía inquieta –si lo hacía–, atada o atrapada en su mundo, pero confiando desesperadamente en que Noah estuviera a salvo de sus garras. Estaba dispuesta a llegar al mismo infierno por él.
Muerte
El período previo a Wimbledon era para César su momento favorito del año. El verano londinense traía consigo recepciones al aire libre con fresas y nata, zumos de frutas Pimm’s y limonada. Sus amigos y asociados viajaban de todos los rincones del mundo para asistir a sus glamurosas veladas, en las que se cerraban muchos negocios, proporcionando una interminable lista de oportunidades a investigar durante el año siguiente.
Precisamente estaba ejerciendo de anfitrión en un desayuno con champán para los doce miembros del Club Cero una semana antes del comienzo de Wimbledon, cuando César recibió la devastadora noticia de que su papá acababa de fallecer. Aparentemente Tony se había despertado en mitad de la noche y vagaba despistado por la casa cuando se precipitó rodando escaleras abajo hasta la bodega. Dada la inestabilidad de sus piernas y su deteriorado estado mental, se cayó y se golpeó la cabeza tras tropezar con una anilla de hierro que sobresalía de la vieja mampostería. El pobre hombre no fue encontrado por la enfermera hasta la mañana siguiente. Era un desagradable accidente, incluso si se había llevado su vida un poco antes de lo que anticipaba su Alzheimer. César sintió una desoladora tristeza ante la marcha de su padre de este mundo dejándole sin ningún otro pariente vivo.
De modo que el día en que debía estar recibiendo a cientos de invitados en una fiesta al aire libre, en su lugar se vio inmerso en los preparativos para el funeral del gran Antonio Tony King. Estaba conmovido por los numerosos mensajes de condolencia llegados de todas partes del mundo, y también intrigado por los que no llegaron, especialmente de uno de sus padrinos.
Como seguía sin tener noticias de Gordon a la mañana siguiente, él mismo descolgó el teléfono en lugar de encomendarle la tarea a su ayudante, que era lo que hacía habitualmente.
Escuchó atentamente mientras Gordon explicaba que él y Tony habían tenido un desencuentro irreversible hacía muchos, muchos años, aunque no quiso entrar en detalles. A César le sorprendió enormemente no haber tenido noticias de ello hasta ahora, pero, dado su ritmo de vida, los años parecían pasar demasiado rápido, y recordó que habían transcurrido décadas desde la última vez que vio a Gordon. No lograba imaginar qué podría haber causado esa ruptura entre dos antiguos amigos íntimos, pero de todas formas invitó a Gordon al funeral. También le hizo saber que, siguiendo las disposiciones dejadas por Tony a sus abogados, los dos padrinos de César debían estar presentes en la lectura del testamento. Le dejó claro que estaría muy agradecido si pudiera quedar con él en algún momento, incluso si finalmente no asistía a ninguno de los dos eventos.
El funeral fue muy recargado y digno de un gobernante, como solo podía esperarse de la familia King. Bailarinas, tenistas, otros jugadores, hombres de negocios, dignatarios y famosos de toda clase asistieron para mostrar su apoyo a César y ser fotografiados por la prensa. El número de personas que se acercó a presentar sus respetos al gran papá abrumó incluso al mismo César. Todos los detalles del funeral de Antonio King habían sido acordados con los abogados hacía muchos años, desde la misa de réquiem hasta el adornado panteón donde reposarían sus restos mortales en una esquina de su finca en Sussex. Lamentablemente la ley actual prohibía enterrar personas en esa tierra, lo que causó algunos retrasos, pero afortunadamente se habían hecho las previsiones necesarias para el caso, lo que permitió que el cuerpo fuera incinerado y sus cenizas pudieran descansar en el panteón de mármol diseñado a tal efecto. Y así César quedó satisfecho consigo mismo por haber logrado seguir las instrucciones de su padre al pie de la letra, de modo que Tony ahora podía descansar en paz exactamente como había deseado.
Era después del acto de depositar las cenizas, al que solo asistieron César, Clive y el abogado de Tony, cuando debía leerse el testamento. Tras recorrer lentamente el camino de vuelta a la casa, César advirtió la llegada de Gordon. Aquel atractivo hombre que recordaba de su juventud había envejecido considerablemente, lo que supuso que era de esperar.
–Siento mucho la pérdida de tu papá, César.
–Muchas gracias por venir, Gordon. Te lo agradezco.
Los dos hombres se estrecharon las manos respetuosamente, dándose unas cariñosas palmaditas en la espalda.
–No sé bien qué relación puedes tener con el testamento de mi padre después de tanto tiempo, pero supongo que enseguida lo descubriremos. Los otros ya están dentro; déjame que te sirva un whisky. Yo desde luego necesito uno después de la semana que llevo.
Los cuatro hombres se sentaron en el enorme despacho de paredes de caoba situado en una esquina de la mansión, con vistas a las suaves colinas de la finca y plena visión sobre el panteón de Antonio King. César sonrió al imaginar a su padre sentado en su magnífico estudio en sus días de juventud, haciendo dinero y controlando el mundo, y contemplando su propio lugar de descanso eterno. Él no era de los que dejaban las cosas sin atar, y César había intentado seguir ese camino. Pero mientras reflexionaba sobre su infancia, una profunda tristeza descendió sobre él al constatar la fragilidad de la vida.
César, Gordon y Clive se sentaron en los mullidos sillones de cuero con un whisky en la mano esperando a que el abogado de Tony, sentado al otro lado del escritorio con las gafas descansando en el puente de su nariz, empezara a leer las últimas voluntades y el testamento del fallecido Antonio Alfredo King.
En esencia, todo se lo dejaba a César, de modo que no hubo sorpresas en el testamento, excepto por una carta dejada para Gordon. No fue hasta que los otros se marcharon, y Gordon se quedó a solas con César, cuando los cimientos de la vida de César se tambalearon.
Gordon leyó la carta, donde constaba el acuerdo firmado con Tony hacía más de dos décadas, y por tanto supo que su primera tarea sería servir a César otro whisky: el primero de los muchos que verían el día convertirse en noche. La carta ponía de manifiesto una parte de la vida del padre de César que él desconocía completamente, una que había provocado el irrevocable desacuerdo con su padrino.
La evidencia era innegable. Tony había organizado la deportación a Australia de Ashleigh Cooper la misma noche que César regresó a Londres. Gordon le explicó que unos hombres la habían recogido en la puerta del Lido tras su actuación aquella noche, y la habían metido en el primer vuelo a Australia. Tony había dejado muy claro a todos los involucrados que esa mujer debía desaparecer de sus vidas irrevocablemente.
Ashleigh había enviado a César una carta tras otra desde Australia a su dirección de Londres, todas las cuales fueron interceptadas y posteriormente destruidas por Tony. Ese había sido el motivo de la disputa entre Gordon y Tony: su padrino creía que César tenía derecho a saberlo; Tony no.
–Supliqué a tu padre que te las entregara, pero no quiso escucharme. Creía que ella era una distracción innecesaria en tu vida. Decía que no era tu destino. Y cuanto más éxito tenías en los negocios, más creía que sus convicciones habían sido confirmadas. Ya sabes cómo era: incluso si dudaba de la decisión tomada, nunca admitía haberse equivocado. Finalmente las cartas dejaron de llegar...
La sangre se retiró súbitamente del rostro de César, las palabras huyendo de su mente por primera vez en la vida del gran hombre de negocios.
Entonces volvió a recobrar el habla.
–¿Cómo pudiste no decírmelo? –Sus manos apretadas en un puño.
–Vamos, hombre, espera un momento y piénsalo. Ya sabes lo que sucedía cuando alguien no estaba de acuerdo con tu padre. Yo era su mejor amigo, ¡y mira lo que pasó entre nosotros! Discutimos durante días sobre ello, hasta el punto de destruir nuestra relación. Él quiso tenerme lejos de vuestras vidas y finalmente acordamos que solo tras su muerte podría hablarlo contigo. Fui inmediatamente arrancado de su lado y del tuyo; él se aseguró de ello. Y también consiguió que no pudiéramos volver a hablar hasta después de su muerte.
César se desplomó en el sillón de cuero burdeos, el amor que había sentido por su padre transformado en la rabia de quien se siente despreciado. Le resultaba incomprensible que su adorado papá –en quien había confiado más que en nadie en el mundo– hubiera organizado que Ashleigh fuera erradicada de su vida. ¿Cómo pudo hacerle eso a su único hijo y por qué?
Gordon se mostró muy comprensivo mientras trataba de explicarle la situación a un totalmente devastado César.
–Ya sabes que tu padre era un hombre orgulloso, César, que raras veces mostraba su debilidad o vulnerabilidad. Tuvimos muchas discusiones respecto a su decisión de mantenerte alejado de tu primer amor.
–No solo fue mi primer amor; fue mi único amor. No ha habido nadie más. Ni lo habrá... –Mientras decía las palabras en voz alta, el dolor de no volver a ver a Ashleigh se reflejó en su cara–. ¿Sabes que en aquel momento lo llamó «amor juvenil»? Me dijo que olvidaría su nombre y su cara en un mes y continuaría con mi vida... Pero no lo hice. A menudo me he preguntado si ella pensó en mí después de conocerme... –Soltó una cruel y áspera carcajada–. Papá creía que era una puta, y nunca pude entender por qué lo decía. Sin embargo, él no la conocía como yo. Ella solo trabajaba en el Lido porque le gustaba bailar; decía que se sentía libre cuando estaba en el escenario.
–Tú eras muy joven por entonces, y Tony quería que te centraras en los negocios, en el mundo real. Nadie puede negar el éxito que has tenido, César. Has llegado mucho más allá de las expectativas de tu padre.
–Solo desde una perspectiva financiera. Gordon, tú tienes mujer y cuatro hijos, tienes una familia que te quiere. No cambiarías eso por dinero, ¿verdad? ¡Nunca habrías hecho algo tan cruel!
Gordon negó lentamente con la cabeza.
–No, no lo habría hecho, y no me interpretes mal, la vida familiar puede ser dura en ocasiones, pero, cuando tienes ese vínculo en tu vida, nada es más importante; haces cualquier cosa para protegerlos. Y tal vez, a su manera, Tony pensó que te estaba protegiendo...
–¿Protegiéndome de qué? ¿De una chica de diecinueve años? ¿Del amor? ¡Yo era su familia, su única familia! ¿Cómo pudo? Simplemente no lo entiendo... –César sollozó–. Y ahora ni siquiera tengo eso. No tengo nada más que riquezas materiales de puertas afuera pero un vacío inmenso de puertas adentro.
Gordon llenó de nuevo su vaso del decantador de cristal mientras César hojeaba absorto los papeles y archivos que formaban parte del testamento de su padre, como si buscara alguna pieza adicional de ese morboso rompecabezas.
–Intenté interesarme por otras mujeres, ¿sabes?, pero siempre era forzado, nada comparado con Ashleigh. Cada vez que viajo a Australia intento localizarla, por si acaso hubiera dejado pasar por alto alguna pista durante todos esos años, algún indicio que pudiera revelarme su paradero. Entre la búsqueda en Australia y los recuerdos del Abierto de Francia, donde pasamos una gloriosa semana juntos, ella siempre ha estado en el fondo de mi mente. Suena estúpido, lo sé. Sucedió hace tanto tiempo que incluso a mí me resulta ridículo. ¡Imagina que mi padre pudiera oírme ahora, en su propia casa!
–Tal vez si tu padre te hubiese oído hablar así, se hubiera arrepentido de su decisión, pero me temo que no podemos cambiar el pasado. Cuando echo la vista atrás con la sabiduría que me han dado los años, me doy cuenta de que temía perderte, atemorizado ante la idea de que pudieras querer a alguien más. Nunca en toda su vida conoció a una mujer en la que pudiera confiar, nunca. Te tenía a ti y solo a ti. Lo único que vio fue que arriesgabas tu futuro por alguien a quien acababas de conocer. Y ambos sabemos que él tenía grandes planes para tu porvenir.
Mientras los dedos de César continuaban rebuscando entre los papeles, encontró la nota que le había dado al conserje para entregar en el Lido muchos años atrás. ¡Su padre debió de bloquear todo tipo de comunicación incluso antes de que él abandonara París! Retener entre sus dedos la nota que creía que ella había recibido, pero que decidió ignorar, le devolvió con toda su fuerza sus intensos sentimientos por la única mujer que había amado, inundando su corazón de rabia y remordimientos. Se dejó caer, arrodillándose desolado en el suelo mientras unos gigantescos sollozos sacudían su cuerpo. Sentía como si su papá estuviera aplastándolo con sus propias manos.
Gordon, a su lado, fue consciente de la enormidad de las decisiones tomadas hacía más de dos décadas, preguntándose si Tony habría elegido ese mismo obstinado camino de intervención de haber visto ahora a su poderoso, adinerado y triunfador hijo tan desolado, solo y abandonado.
Investigación
Para César, los tres días que siguieron al funeral de su padre transcurrieron en una neblina. Durante los últimos veinte años no hubo un solo día en el que no trabajara, pero ahora, por primera vez en su vida, se permitió no hacer nada salvo regodearse en su miseria. No había salido de la casa de su padre desde la lectura del testamento, limitándose a pasear en bata, sin afeitar y desaliñado. No tenía apetito, pero necesitaba más whisky cada vez que pensaba en Ashleigh y en lo que podría haber sido su vida de no ser su padre tan tirano. Ya no sentía ganas de celebrar recepciones al aire libre, de invertir en apuestas, transferir fondos o llevar a cabo acuerdos financieros, y ciertamente no mostraba ninguna excitación por el comienzo de Wimbledon.
Pero lo que finalmente sacó a César de las profundidades de su desesperación fue la nueva visita de Gordon a la casa. Gordon sugirió que si se sentía tan mal por el giro de los acontecimientos, tal vez valiera la pena intentar localizar a Ashleigh una vez más. Aunque César tercamente descartó la idea, Gordon sabía que la pequeña chispa que vio encenderse en los ojos de César le haría finalmente reaccionar. Si algo había heredado de su padre, era esa incansable tenacidad cuando una idea echaba raíces en su mente.
En menos de veinticuatro horas, un nuevo César comido, dormido, duchado, afeitado y vestido se había reunido con un equipo de investigadores privados para rastrear el globo terráqueo en busca de la única mujer en la tierra que se había atrevido a amar hacía más de media vida. Al final de la reunión en el despacho de Tony, todos los miembros del equipo de investigación tuvieron perfectamente claras dos cosas: no podían dejar piedra sin remover, costara lo que costase. Aunque la mayoría de ellos habían trabajado muchas veces para César a lo largo de los años, nunca le habían visto tan decidido a conseguir el resultado que perseguía: encontrar a su Ashleigh. Necesitaba poner su mente y su corazón en ello, para poder descansar de una vez para siempre.
Así fue como se encontró en un vuelo sin escalas a Sídney menos de setenta y dos horas después. Para su absoluta alegría, Ashleigh estaba viva y bien. Los investigadores habían descubierto que Ashleigh Cooper era ahora Ashleigh Ryan, y que acababa de trasladarse a las playas del norte de Sídney con sus dos hijos, Jennifer de once años y David de ocho, aceptando un trabajo como profesora de una academia de danza local. Se había casado, pero su marido había muerto cuatro años atrás en un terrible accidente minero en Hunter Valley, cuando una de las paredes internas de la mina se desplomó dentro de una galería, aplastándole y segando su vida junto con la de otros tres compañeros.
César estaba tan nervioso por volver a reunirse con Ashleigh que le llevó prácticamente todo el trayecto a Australia decidir cuál sería la mejor forma de acercarse a ella después de más de veinte años. ¿Qué pasaría si ella no recordaba quién era y él hubiera recorrido medio mundo para resucitar unos recuerdos que solo existían en su mente? Necesitó cada gramo de su considerable confianza para convencerse a sí mismo de que si había llegado tan lejos debía continuar. De modo que justo antes de aterrizar en el aeropuerto internacional de Sídney, tomó la decisión de hacer las cosas lo más sencillas posible.
Una vez que atravesó la aduana hizo que su ayudante encargara un hermoso ramo de flores –flores de lis– para que le fueran entregadas a ella después de su última clase, añadiendo la nota original que intentó enviar tras la última vez que se vieron: ¡la misma nota que su padre se aseguró de que ella no recibiera!
Tras presenciar cómo la furgoneta de la floristería entregaba su regalo en el estudio de danza, esperó ansioso un poco más abajo de la calle refugiado en la seguridad de su Mercedes negro alquilado. Rompió a sudar profusamente cuando vio a varios niños salir del edificio tras finalizar sus clases y ser recogidos por sus apresurados padres.
Aunque estaba acostumbrado a controlar todo su mundo con puño de hierro, se obligó a salir del coche para seguir su plan, ordenando al conductor esperarle allí hasta que volviera. Mientras caminaba hasta lo que se parecía sospechosamente a un viejo centro de exploradores, no pudo recordar un momento en el que se hubiera sentido tan nervioso. Su corazón latía violentamente contra su pecho al tiempo que nuevos niños salían, sin poder imaginar que él estaba exponiendo su corazón como nunca lo había hecho.
Los padres miraban extrañados su elegante apariencia mientras él jugueteaba torpemente con las solapas de su chaqueta. Se sentía como si acabara de salir de un escenario, comparado con la vestimenta playera e informal de los australianos. Advirtió que bermudas, camisetas y faldas cortas parecían ser lo normal, incluso en invierno, mientras se aflojaba la corbata, dudando si era debido al calor o a los nervios.
César no era un hombre acostumbrado a lo inesperado en la vida, y nunca se había sentido más fuera de su ambiente. Estaba acostumbrado a un cierto nivel de lujo, y todo ese entorno le resultaba totalmente extraño, hasta el punto de sentirse demasiado confuso incluso para echar un vistazo tras la puerta.
Justo cuando se estaba diciendo que tal vez todo aquello era demasiado, Ashleigh apareció en la puerta frente a él, sujetando las flores con la nota que acababa de leer, más hermosa que nunca con su delgado cuerpo de bailarina y sus brillantes ojos esmeralda. Sus miradas se fundieron durante unos instantes, quedándose sin palabras, consumidos por los recuerdos. Las lágrimas deslizándose de los ojos de ambos mientras se abrazaban espontáneamente, no queriendo soltarse.
Su reencuentro no se pareció a nada que César se hubiera atrevido a imaginar. Solo ese momento hacía que su vida, una vez más, valiera la pena. ¡Había vuelto a encontrar al amor de su vida, y esta vez no iba a dejarlo escapar!
Se tocaron y miraron extasiados, comprobando que aquello estaba sucediendo de verdad, antes de que las palabras surgieran atropelladamente.
–¡César! ¡No puedo creer que seas tú, después de todos estos años!
–Creí que me habrías olvidado, Ashleigh.
–¡Nunca! ¡Intenté ponerme en contacto contigo tantas veces!
–Lo sé. Te dejé esa nota la última noche de París, pero nunca la recibiste... –Señaló el mensaje añadido a las flores.
–Tu padre no quería que estuviéramos juntos...
–Ha muerto recientemente y apenas acabo de descubrir lo que sucedió. Lo siento tanto...
–¡Realmente estás aquí, ahora! ¡Siento que estoy soñando!
–Nunca te he olvidado, ni un solo día.
–Estás increíble...
–Y tú perfecta, como siempre has sido.
César pasó la siguiente semana sin pensar en Wimbledon ni en nada que pudiera estar sucediendo en Inglaterra; simplemente había dejado de importarle. Dedicó cada hora del día a conocer de nuevo a Ashleigh, poniéndose al corriente de su vida. Se disculpó de todas las formas posibles, una y otra vez, por las acciones de su padre, a lo que ella respondió que no era necesario. Estaban juntos de nuevo y eso era lo único que importaba. Durante la siguiente semana estuvieron como hipnotizados en la compañía del otro, reconstruyendo su relación mientras César experimentaba por primera vez el mundo a través de los ojos de una madre viuda con dos hijos estupendos. Era mucho trabajo, sin apenas un momento de descanso: un profundo contraste con su propia vida, siempre tan ocupada pero de una forma más hedonista y regalada. Tener un trabajo a tiempo completo y cuidar de dos niños pequeños era agotador, motivo por el que se sintió tan sorprendido al constatar que había sido una de las mejores semanas de su vida.
En medio de tanto caos había amor, risas y muchos abrazos. Un lazo inquebrantable unía a Ashleigh con sus dos hijos, tal y como Gordon había descrito. César nunca había experimentado nada parecido en su mundo de hombres, y haber sido invitado a compartir esa vida fue el mayor privilegio que jamás se le concedió: uno que todo el dinero del mundo no podía pagar.
Su tiempo juntos le confirmó que aquel joven de veintiún años de París había elegido bien. Ashleigh era una madre maravillosa a la que sus hijos adoraban, y una atractiva mujer por dentro y por fuera. César dio las gracias a sus estrellas de la suerte por permitirle cumplir sus planes, ya que dejar pasar su reencuentro con Ashleigh habría sido echar a perder su única oportunidad de ser feliz.
No fue hasta su última noche juntos cuando Ashleigh y César compartieron lecho, volviendo a reanudar la pasión y el conocimiento del otro a través de sus ahora más maduros y experimentados cuerpos. Aunque el tiempo y los continentes se habían interpuesto entre ellos, era como si nunca se hubieran separado. Y ambos sabían que no permitirían que aquello volviera a suceder.
César nunca había sentido tanta felicidad y Ashleigh nunca se había sentido tan ella misma. Fue un tiempo mágico para ambos mientras él comprendía que su supuestamente colorida vida anterior no era nada comparada con la alegría de ser parte de una familia de verdad.
César le había contado a Ashleigh que, muy a su pesar, debía regresar a Londres para la final masculina de Wimbledon. De mala gana se separaron tras abrazarse en el aeropuerto de Kingsford Smith, pero sabiendo que pronto se reunirían al otro lado del mundo. César ya había organizado todo para que la familia de tres miembros viajara en primera clase a Nueva York y se uniera a él para el Abierto de Estados Unidos. Iba contando los días mientras el avión despegaba de Sídney y una lágrima se deslizaba de su ojo.
Había sucedido lo inimaginable... Ella aún le amaba tanto como él, incluso después de todos esos años. De pronto se había vuelto un apasionado y febril creyente del amor a primera vista.
Planes
Noah no podía creer lo catártico que le resultaba salir a correr esos días. Cada vez sentía las piernas más fuertes al subir las cuestas; su energía, acrecentándose al conseguir marcas de profesionales del maratón; su mente, despejada y centrada.
Iba a ganar Wimbledon. Nada le parecía tan claro y obvio en su vida. Podía sentirlo en cada parte de su cuerpo, una sensación como si el universo estuviera conspirando a su favor para hacerlo realidad. Solo tenía que derrotar a un hombre más para ser el mejor del mundo.
Era esa certeza la que le mantenía tan motivado durante su entrenamiento. No había dudas ni miedos, solo la simple constatación de que todo eso era lo que tenía que ser. Nunca se había sentido más en su sitio como cuando llegó a Inglaterra, como si el resto del mundo se evaporara mientras su visión permanecía aguda. Su equipo nunca le había visto así, por lo que hicieron todo lo posible para estimular ese aparentemente trascendental estado de forma.
El único momento en que su ávida determinación flaqueó fue cuando distinguió a Stephan, con el aspecto tranquilo y regio de siempre, abriendo oficialmente el torneo como campeón vigente. La mirada de Noah se desvió de los protocolos formales para rastrear cualquier indicio de Eloise, esperando que tal vez ella estuviera presente. Pero su búsqueda resultó inútil; ella no aparecía por ningún lado. Su ausencia sirvió para inflamar aún más el fuego en su vientre, un fuego que no se extinguiría hasta que ganara la final.
Estaba preparado. Había derrotado al monstruo evitando que se alzara con el Open de Francia y tenía toda la intención de hacer lo mismo aquí. Perder no era una opción, y confiaba más allá de toda esperanza en que eso significaría que Eloise estaría a salvo de todo daño.
Esta sería la primera vez que su madre australiana y su padre francés estarían sentados juntos en el palco asignado a cada jugador durante todo el torneo, lo que le hizo sonreír. Se había sorprendido al descubrir que pensaban irse juntos de vacaciones a España después de la final. ¡Las sorpresas nunca cesaban! Sabía que estarían orgullosos de él cualquiera que fuera el resultado, pero primero, y sobre todo, iba a jugar por su abuela. Antes de su primer partido rezó en silencio, dando gracias a su abuela por ayudarle a creer en sí mismo y por inculcarle valores como la compasión y la comprensión, en lugar del deseo por las posesiones materiales. Ella incluso le había enviado un mensaje a Roma justo antes de morir, alentándole a dar lo mejor de sí mismo. Gracias a ella, Noah sabía que la verdadera felicidad llegaba por la riqueza de la vida, y no por la acumulación de bienes. Mientras pensaba en esas cosas, casi podía sentir como ella le llamaba para viajar de vuelta a su país natal y despedirse, tan pronto como Wimbledon hubiera terminado.
La vida había sido buena con él y se sentía realmente bendecido. Sus emociones arraigadas, su mente centrada y su cuerpo preparado. Estaba listo, incluso muy excitado, ¡por librar la batalla de su vida!
A medida que fue progresando en el cuadro, se encontró en lo más alto de su juego. Era como si su cuerpo estuviera aislado del dolor, y sus golpes tuvieran la velocidad y precisión de misiles. La multitud contemplaba asombrada como el joven mitad australiano mitad francés aniquilaba a cada uno de sus contrincantes de la forma más deportiva. El número de sus admiradores se había ido incrementando gradualmente en los últimos meses, lo que algunos atribuían a su mezcla étnica, si bien la mayoría coincidía en que era una persona encantadora y un estupendo modelo para los niños. Los medios de comunicación publicaron estadísticas sobre cuánto tiempo dedicaban los jugadores de los primeros puestos del ranking a reunirse con sus fans y firmar autógrafos, completándolas con un cuadro en el que se indicaba el tiempo exacto por autógrafo. Noah estaba siempre en lo alto de la lista, empleando más de media hora con los admiradores al final de cada partido jugado, con una media de tres con dos segundos por firma. (Otros, especialmente Stephan, preferían ser vistos pero no tocados, pasando apenas tres minutos con sus seguidores antes de desaparecer de vuelta a sus lujosas vidas). No era de extrañar por tanto que cuando Noah colgaba algo en las redes sociales a menudo consiguiera más de ochenta mil visitas. Había alcanzado su gran momento, y todos le querían, y también El Filo, ya que cada vez había más ofertas de anunciantes y patrocinadores, que llenarían los bolsillos de todos.
Pero él estaba centrado en sus partidos y en llegar hasta la final. Solo entonces supo de un distraído Nordstrom, cuyos partidos a veces se alargaban hasta el cuarto set: algo que el año pasado en esta época hubiera sido inconcebible para el maestro supremo.
* * *
Stephan se sintió aliviado más allá de lo imaginable cuando aseguró su pase a la final; ciertamente había sido una lucha más disputada de lo esperado. Estaba tan inmerso en su propio mundo aislado que le resultaba difícil descubrir si se debía a su declinante estado de forma o a la mejoría de sus oponentes. En cualquier caso, esa era su última oportunidad para conservar a Nadia en su vida de acuerdo con las reglas de César. Si perdía la final, lo perdería todo.
Afortunadamente, había trazado un plan para mitigar cualquier riesgo de perderla si sucedía lo impensable. De modo que, ganara o perdiera, su futuro juntos estaba asegurado. Aunque sinceramente no creía que perder fuera una opción.
Una sonrisa siniestra asomó a su rostro al evocar secretamente cómo sus planes habían ido encajando cuando una pequeña y perfecta propiedad quedó disponible en el lago Ekoln, en su Suecia natal. Las heladas invernales la dejaban totalmente aislada, mientras que en verano solo era accesible por barco. Sería la isla privada de Nadia, y ya había empezado a organizarlo todo para dejarla a prueba de fugas. Nadie más sabría nunca que estaba allí, solo él, y no podía pensar en un lugar más bonito para que su Nadia pasara el resto de su vida, cuya duración dependería de él y de si le complacía o no. Decidió no compartir la noticia con ella por el momento, prefiriendo guardar la sorpresa hasta que tuviera el trofeo en sus manos.
No podía esperar a ver la mirada en su rostro cuando viera por primera vez su nuevo hogar: el único en el que posaría los ojos para el resto de sus días. Aunque nunca se había preocupado por visitar a sus padres, nadie le haría preguntas sobre el tiempo que pasara en Uppsala, la ciudad donde vivían, que casualmente era la más cercana al lago.
Kipling
Por fin llegó la final individual masculina. Era un perfecto día de verano sin una sola nube a la vista. Los pájaros cantaban y el techo retráctil permanecía abierto revelando un brillante cielo azul. El juez de silla rompió los precintos de las lustrosas latas amarillas y comprobó las pelotas. Los niños y niñas recogepelotas mostraban un aspecto muy elegante con sus uniformes azul marino. Los jueces de línea lucían impolutos con sus ribeteadas americanas azules y pantalones o faldas color crema. Todas las superficies parecían haber sido bruñidas para resplandecer ante las cámaras. Todo Wimbledon irradiaba.
La elegante y deportiva multitud iba vestida en tonos pastel o beis, con sombreros adecuados, gafas de sol de diseño y banderitas de modesto tamaño para animar a sus héroes. El palco real estaba repleto de celebridades exquisitamente vestidas y glamurosos miembros de la generación más joven de la realeza con el cabello perfectamente engominado y acicalado, al menos aquellos que tenían pelo.
La batalla que todo el mundo esperaba ver por fin había llegado, como si hubiera estado prevista de esa forma. Nadie sabía de qué lado se decantaría, pero muchos comentaristas fueron consultados, previo pago de grandes sumas de dinero, para revelar sus pronósticos, y como siempre, había para todos los gustos. Cualquiera que tuviera entradas para la final individual masculina en el All England Tennis Club podría haber hecho una pequeña fortuna, con los precios subiendo en la reventa a decenas de miles de libras, aunque la mayoría prefirió quedarse con sus entradas. No había tantas batallas en la era moderna que fueran tan épicas como prometía ser esta. A saber: los dos mejores jugadores del momento compitiendo en un torneo que representaba la cumbre de su deporte: el campeonato de Wimbledon.
Noah ultimaba sus preparativos en el vestuario, calentando con sus auriculares rojos puestos, que ofrecían un fuerte contraste con su inmaculada equipación blanca. Mientras se movía y correteaba por la habitación, se tomó un momento para reflexionar sobre lo lejos que había llegado en ese deporte que tanto amaba. Pensó en los ciento veintiocho jugadores que se dejaban la piel en las poco glamurosas canchas vecinas de Roehampton durante la fase de clasificación, sabiendo que únicamente dieciséis de ellos acabarían consiguiendo el pase para jugar en las siempre sagradas pistas de hierba del All England Club, solo para que la mayoría de ellos fueran machacados por algún cabeza de serie en la primera o segunda ronda. Él era uno de los pocos que habían conseguido progresar fácilmente a través del cuadro, cuando era adolescente, y se sentía privilegiado por haber recibido el don de jugar al más alto nivel. Había trabajado duro, pero igualmente lo habían hecho otros muchos centenares.
Ambos jugadores fueron recibidos por el jefe de vestuario, que cargó con sus pesadas bolsas a lo largo de los corredores de paredes beis decorados con jarrones de flores púrpuras y verdes, y retratos de figuras famosas, incluyendo a Su Majestad la Reina (a pesar de preferir las carreras de caballos al tenis). Era como si ese largo pasillo estuviera diseñado para aumentar la tensión dramática previa al partido, provocando más nervios en los jugadores, comentaristas y espectadores.
Finalmente, y tras pasar bajo las famosas palabras de Kipling: «Si puedes enfrentarte al triunfo y la derrota y tratar a esos dos impostores por igual...», Stephan Nordstrom y Noah Levique aparecieron en la pista central, en medio del rugido de la exultante multitud. Ambos jugadores tenían sobre sus hombros la responsabilidad de cambiar la historia en las siguientes horas.
Stephan se notaba agitado hasta que sus ojos se posaron en Nadia, recatadamente instalada entre Garry y otro miembro de su equipo de seguridad en su palco, con un vistoso chal azul y amarillo envolviendo sus estrechos hombros. Verla vestida exactamente como había prescrito, con una camisa de seda amarilla y una falda azul estilo hippie hasta los tobillos, calmó considerablemente sus nervios, y pudo prepararse para el peloteo de calentamiento. Se sentía mucho más cómodo teniendo a Nadia en su palco que con César, que no pareció molestarse con el arreglo.
Aún seguía teniendo el control. Y saber que su tobillo estaría esposado a la base de la silla durante todo el partido calmaba su mente, haciendo que pudiera concentrarse en el juego. Estaba segura, todavía le pertenecía.
No podría escapar del partido. No podría escapar de él. Aunque se la veía un tanto tensa, tras las gafas de sol estilo Jackie O que ocultaban sus ojos, seguía teniendo un aspecto exquisito, y suspiró sabiendo que volvería a ser suya en unas pocas horas, después de que hubiera machacado al persistente Levique de una vez por todas. Lo único que debía hacer era ganar hoy y su posición como Número Uno quedaría revalidada –entonces ella le pertenecería hasta el final del contrato con César y más allá– sin hacer preguntas. Era el trofeo por el que jugaba, y lucharía por protegerla de la intrusión del resto del mundo.
Sonrió cuando vio a Levique levantar la vista hacia ella, sentada en su palco y luciendo sus colores –tan hermosa y erguida, y sin embargo totalmente inalcanzable–, sabiendo que después de este partido Levique no volvería a posar los ojos en ella. Le asestaría la puñalada mortal en la ya sangrante herida. Stephan sonrió a las cámaras que pululaban alrededor cuando ese letal pensamiento cruzó su mente perturbada.
Mientras tanto la mente de Nadia estaba en blanco. Cada vez que se le daba tiempo y espacio para pensar por sí misma, solo conseguía ver reducido su mundo y sus opciones aún más, de modo que había dejado de hacerlo para no ponerse en esa angustiosa tesitura.
Había aprendido la lección. Las últimas semanas le habían enseñado que era definitivamente una esclava de su Maestro, obligando a su mente a ceder el control para continuar existiendo, que era mucho más de lo que se atrevía a esperar. De alguna forma se había convencido de que su vida con Stephan no era muy diferente de la que tuvo en el Royal Ballet, siguiendo un estricto régimen diario al que dócilmente se adaptaba, preparándose, obedeciendo a lo que se le decía y, al hacerlo, buscar la perfección. En su mente, aún pertenecía a alguna parte. Pero, en esencia, se había visto obligada a engañarse para poder sobrevivir a la terrible experiencia.
Sin embargo, incluso con su mente entumecida, existía una evidente diferencia entre su antigua vida y la actual. Stephan le había prohibido totalmente bailar, dejando muy claro que el baile era un privilegio que tendría que ir ganándose con el tiempo. Le inquietaba que él pareciera darse cuenta de cualquier pensamiento sobre el ballet que cruzaba su mente, y cada vez que sucedía, él parecía disfrutar colgando imágenes de la película Cisne negro a lo largo de las paredes de su habitación, junto al resto de las atrocidades. Incluso cuando cerraba los ojos, podía evocar la vívida escena de la bailarina en el hospital con una pierna rota, o la imagen del cisne mutilado y ensangrentado mientras moría.
Prohibirle bailar era la única cosa que generaba dentro de ella un profundo odio hacia Stephan, aunque no afectaba a su completa obediencia.
Por tanto fue en esas circunstancias como se encontró sentada en la pista central de Wimbledon como el hermoso y vacío maniquí en que se había convertido. No necesitaba pensar en su pasado o su futuro, pues no existían. Además tampoco tenía influencia sobre ellos –incluyendo quién ganaría la final–, y había aprendido por el camino más duro lo peligrosa que podía ser la esperanza. De modo que se limitaba a existir viviendo el momento, un caparazón de mujer esperando la batida de la marea.
Match Point
El tenis de este nivel era a menudo comparado con la capacidad individual para aislarse completamente delante de quince mil personas y millones de espectadores virtuales. Un partido de Grand Slam era un viaje personal a las profundidades de la psique, y más aún si se trataba de la final masculina de Wimbledon. En palabras de Thomas Paine (y muchos imitadores desde entonces): «Era en esas ocasiones cuando se ponía a prueba el alma de los hombres».
La disposición mental de Noah estaba clara desde el primer punto: ser el Número Uno. Ni más, ni menos. Y eso era exactamente lo que había venido a buscar ese día.
Nordstrom ganó el sorteo cuando el juez lanzó la moneda al aire –aunque nadie lo puso en duda dada su altura– y eligió servir primero. Desde el primer bote de la pelota, la competición entre esos dos rivales fue de gran intensidad, dando comienzo al juego.
Cada jugador conservó su servicio durante la primera manga, hasta que un formidable golpe de derecha de Nordstrom cruzó la pista superando a Levique y haciendo que el sueco se adjudicara el set por siete a cinco. Era un juego trepidante, y el ritmo no se relajó en el comienzo del segundo set. La multitud estaba hechizada por el tenis desplegado en la pista.
Levique parecía haber salido airoso de los nervios propios de Wimbledon, y de pronto su juego empezó a mejorar. Su recién perfeccionado saque y volea hacía que Nordstrom se preguntase si estaba jugando con la misma persona a la que había hecho correr por la línea de fondo apenas unos juegos atrás. Con su impecable servicio colocando la bola sobre la misma línea una y otra vez, Levique se apuntó más de tres juegos exclusivamente con saques directos, desplegando actitud, precisión y poder a raudales. Si el tenis fuera una conversación, los dos hombres apenas intercambiaron palabra durante la segunda manga, con Levique ganando por seis a tres. Nordstrom parecía desconcertado durante el rápido descanso, mientras Levique seguía muy entero, como si acabaran de empezar.
La tercera manga comenzó de forma explosiva, con ambos jugadores sirviendo como si les fuera la vida en ello, ya que perder su servicio a estas alturas era garantía de muerte súbita. La virulencia de cada saque no apta para cardiacos. Sin embargo ambos jugadores estaban dando más de sí que en anteriores enfrentamientos, puesto que la final de Wimbledon era más importante que cualquiera de las otras.
Cuando sus saques directos se redujeron, empezaron las carreras, la lucha por cada bola durando hasta que se producía el golpe letal. Si Levique no remataba en la red, Nordstrom le hacía correr de un lado a otro de la pista; cualquier atleta menos en forma hubiera flaqueado al llegar a ese punto, pero ambos jugadores estaban haciendo un esfuerzo maratoniano. No había duda de por qué esos dos tenistas eran los que dominaban actualmente ese deporte.
La final de ese Grand Slam transformó el tenis de Nordstrom en una lucha brillante, calculadora y de estratégica sangre fría, mientras la habilidad y la pasión de Levique se reflejaban en cada uno de sus movimientos, su atlética forma casi poética. La multitud absorbía sedienta cada punto, al tiempo que trataban de mantener el decoro en sus asientos, totalmente impresionados.
El partido alcanzó un dramatismo similar a una obra de Shakespeare de nuestro tiempo.
Con el tercer set empatado, se llegó a la muerte súbita, y fue como si toda la magnificencia vista hasta entonces hubiera sido un mero calentamiento. Fue providencial que ambos ingirieran líquido y comieran plátanos en el descanso, ya que iban a necesitar cada gramo de energía que pudieran reunir.
El ególatra sueco se tomó su tiempo mientras caminaba hasta la línea de fondo para el primer servicio. Entonces las exigentes carreras comenzaron de nuevo. Precisos golpes planos de derecha, reveses liftados, globos y remates de volea fueron sumando los puntos que siguieron. Cuando empataron a dieciséis en el tie-break, aún no se sabía quién podría ganar el set. Levique hizo un saque directo, consiguiendo ventaja. Su siguiente servicio provocó una épica carrera de brutal intensidad. ¡Era un tenis increíble! Ninguno de los jugadores se arriesgaba a dejar de mirar la pelota ni un segundo. Cuando llevaban intercambiados más de doscientos treinta y dos golpes, una dejada de revés de Levique rozó la parte alta de la red y fue como si el tiempo se congelara mientras la bola se balanceaba sobre el precipicio, decidiendo a qué lado caer. Y entonces cayó, como una pluma a cámara lenta, y la dieron dentro, otorgándole a Levique el tie-break por dieciocho a dieciséis. Iba dos set a uno por delante. Levantó la mano para disculparse ante Nordstrom, sintiendo la mirada de su contrincante como una daga atravesando la red.
No era frecuente en el sueco mostrarse tan hundido en público, pero regresó a su silla y dejó caer la cabeza en sus manos, preguntándose qué podía hacer para derrotar a ese infatigable luchador. Mientras tanto, Levique saltó a la pista para el cuarto set como si estuviera más fresco que una lechuga; resultaba evidente para todos que su estado de forma estaba en lo más alto. Los espectadores podían literalmente percibir la manera como Levique daba rienda suelta a su bestia interior, sacando tanto física como mentalmente a Nordstrom de la pista.
Hasta llegar a la pelota de partido.
Levique iba ganando nada a cuarenta mientras que el servicio de Nordstrom había pasado de ser letal a muy blando durante el cuarto set. De haber estado jugando en Roland Garros, la velocidad de algunos de sus golpes podría haberse comparado con la de un caracol. Era como si el juego de Levique se le hubiera metido bajo la piel y le atacara desde el interior como un insidioso virus. Por el contrario, cada saque de Levique era casi imparable; cada bola lanzada, un punto de oro. Comparado con los otros sets, este daba la impresión de terminar siendo una auténtica paliza.
En un último intento por conseguir volver a entrar en el partido, Nordstrom inhaló con fuerza y, reuniendo cada gramo de energía, lanzó un saque a la velocidad del rayo al centro de la línea, volviendo a prender los rescoldos del partido, para delirio de la multitud, que confiaba en que Nordstrom pudiera remontar y así ofrecerles un trepidante quinto set. «Un punto cada vez» era la frase en boca de todos los que estaban presenciando el juego con respiración jadeante. «Un punto cada vez».
El juez de silla se vio obligado a pedir silencio varias veces de la forma más educada posible. «Gracias, silencio, por favor, gracias...». Y los gritos finalmente cesaron mientras todo Londres y el mundo entero contenían el aliento. El silencio era tal que podrían haberse oído las burbujas en una copa de champán.
Entonces sucedió lo inimaginable.
¡Nordstrom cometió una doble falta y perdió Wimbledon!
En su impotencia estrelló la raqueta contra la sagrada hierba lanzando a su oponente una mirada tan vengativa que incluso la multitud gimió y se estremeció perpleja. De no ser porque estaban en Wimbledon, donde no solo se esperaba sino que se exigía un cierto nivel de decoro, todos habrían podido jurar que Nordstrom tenía toda la intención de abalanzarse por encima de la red y estrangular literalmente a Levique con sus propias manos. Era como si súbitamente hubiera perdido toda cordura, siendo poseído por el mismo demonio, mientras los normalmente decididos ojos azules brillaban de rabia.
Para alivio de todos aquellos que presenciaron esa poco deportiva conducta, Nordstrom pareció recuperar el control de su mente haciendo un alto justo antes de llegar a la red. A continuación ambos hombres se estrecharon la mano con tan evidente desprecio en sus facciones que el momento pareció congelarse durante un interminable segundo, haciendo que el público no pudiera apartar los ojos de las enormes pantallas tratando de analizar esa violencia entre ambos con todo detalle, en lugar de seguir a las figuras reales en miniatura que tenían ante ellos.
Era como si el odio entre esos dos gladiadores del tenis estuviera inundando de veneno la pista central, algo que no se había visto en décadas en el deporte del tenis, en el que la norma era la rivalidad en la pista y la camaradería fuera de ella. La tensión rezumó por todo el estadio cuando ninguno de los jugadores se soltó la mano. Levique, muy firme, aguardaba pacientemente a que Nordstrom –el vencido– fuera el primero en acercarse a dar la mano al juez de silla. Hicieron falta algunos abucheos y protestas de la multitud para que Nordstrom saliera de su estado de ensimismamiento y pudiera procederse a la protocolaria ceremonia por la que Wimbledon era famoso.
Cuando Nordstrom se sentó ocultándose bajo la privacidad de una toalla, temblando con la cabeza entre las manos, Levique finalmente quedó liberado para celebrar su victoria con la multitud. Entonces recorrió la pista, lanzando los puños al aire y subiendo al palco de su equipo para abrazar a todos, entre los vítores y aplausos de la enfebrecida muchedumbre. Luego, para sorpresa de todos, se detuvo justo delante del palco de Nordstrom, se llevó la mano al corazón y se golpeó tres veces, para acto seguido lanzar un exultante beso a Eloise, mientras sus ojos se conectaban por primera vez desde el Abierto de Australia, rodeados de miles de personas.
Era como si el campeón de Wimbledon de este año acabara de poner en marcha el corazón de Eloise, que volvió a la vida.
Petición
Antes de que los encargados de las instalaciones empezaran siquiera a preparar la presentación para la entrega del trofeo, Nadia fue sacada del palco de Stephan, los dedos de Garry agarrándola con fuerza del codo mientras la «guiaba» con determinación fuera del estadio. Durante todo ese tiempo, ella mantuvo la mirada clavada en Noah que abrazaba a su equipo, deseando poder sentir su calor y compartir ese momento de gloria con él, hasta que tiraron de ella y ya no pudo seguir contemplándole.
* * *
Después de todo, César había tenido un magnífico día. Nunca en su vida había presenciado un tenis de ese nivel. Y si bien su mente y su corazón estuvieron en otra parte hasta llegar a la final, se alegró de haber podido regresar a Londres a tiempo para presenciar a esos dos campeones –sus dos campeones– librar hoy esa batalla. Había sido inestimable desde todos los puntos de vista. Como de costumbre, la suerte había caído de su lado, sumada a un planeamiento y una previsión excepcionales, de forma que todo su trabajo de campo de los últimos seis meses había sido recompensado cuantiosamente. Las cosas no podían haber resultado mejor para él, dos viriles y competitivos campeones de tenis disputando por su bailarina. ¡En todos los aspectos un espectacular acontecimiento deportivo!
Su relación con Noah había mejorado considerablemente, y al igual que otras muchas personas, se quedó sorprendido al comprobar el escaso ego que tenía el jugador para alguien que había llegado tan alto. Y ahora el mundo tenía un nuevo Número Uno en el tenis masculino. Lo que le recordó algo: necesitaba avanzar con los preparativos para la entrega de su preciosa bailarina, ¡quien indirectamente había llevado al tenis hasta unas alturas sorprendentes!
Stephan, en cambio, actuaba llevado por un ego que nublaba cada una de sus acciones. César no pudo evitar preguntarse en qué estado se encontraría en ese preciso instante después de su trascendental derrota; sin duda no demasiado bien.
César confiaba en poder ofrecerle unas palabras de consuelo y así determinar con qué mentalidad se enfrentaría al próximo Grand Slam: el Abierto de Estados Unidos. Tomando una decisión de última hora, decidió pasarse por la mansión de Stephan antes de dirigirse de vuelta a su casa en Mayfair, en cuanto terminara las últimas botellas de champán Lanson con sus invitados.
* * *
Stephan estaba hecho un desastre. Temía las preguntas de la prensa, cuando se vería obligado a explicar la pérdida de su título como líder del campeonato lo más civilizada y profesionalmente posible, pero no tanto como temía cumplir con la petición de César de entregar a Eloise Lawrance con todas sus pertenencias en el Hotel Dorchester esa misma tarde. Un mensaje que recibió poco después de abandonar la pista con su trofeo de finalista.
El estómago le daba vueltas ante la visión de su viejo e irrelevante nombre frente a él. Ella era su Nadia; le pertenecía. Sabía mejor que nadie en el mundo que Eloise había dejado de existir; él personalmente se había encargado de que fuera totalmente destruida.
Furioso, hizo pedazos la nota, dando un puñetazo a la pared. Las pocas personas que quedaban a su alrededor se marcharon rápidamente poniendo espacio de por medio entre ellos y ese volátil escandinavo.
Stephan no se había permitido considerar siquiera que semejante pérdida pudiera tener lugar, porque pensarlo supondría que podría hacerse realidad, volviéndole un ser más débil. Su mente bullía considerando qué opciones tenía antes de dar el siguiente paso, siendo su mayor problema decidir si debía arriesgar su lucrativa carrera o sufrir la ira de César si escogía actuar según sus propios planes.
Su mundo se estaba desmoronando más rápido de lo que podía imaginar. No soportaba la idea de ver la compasión en los ojos de la gente ante su patética derrota. No haber conseguido llegar al quinto set y perder el título con una doble falta eran humillaciones parecidas a vivir en una recurrente pesadilla. Estaba devastado, furioso y, bajo ninguna circunstancia, pensaba devolver la que era su más preciada posesión.
Amenazas
Después del partido, Nadia se encontró de nuevo encerrada en el ático de la mansión, esta vez con Garry apostado silenciosamente en el interior de la habitación, como si le preocupara que pudiera evaporarse en el aire. Sabía que era inútil intentar sacarle ninguna información; él solo hablaba con Stephan.
Se sentía desolada por no haber podido ver a Noah alzando el prestigioso trofeo por encima de su cabeza, disfrutando de los aplausos de la entregada y agradecida multitud. El beso que le había lanzado consiguió llenar sus ojos de lágrimas, lágrimas que creía que se habían evaporado hacía mucho tiempo, por lo que le sorprendió volverlas a sentir ahora, al recordar ese momento. ¡Él había hecho que volviera a sentirse viva! Aunque eso solo hacía que su vida le pareciera aún más miserable, dado que inmediatamente había sido devuelta a Stephan y a la prisión que había creado para ella. Hacía meses que había perdido la noción de lo que sucedía en el mundo exterior, de modo que supuso que él aún conservaba el Número Uno y por tanto continuaría siendo suya en un futuro próximo. Quizá se había equivocado al creer que Stephan perdió el Abierto de Francia, y su futuro con él permanecía inalterable al margen del resultado de hoy. En cualquier caso, se sentía devastada por haber vuelto tan rápidamente a ese infierno.
Apenas podía respirar en la sofocante habitación, la presencia de Garry haciendo que el pequeño espacio se pareciera aún más a una casa de muñecas.
–¿Le importaría abrir la ventana? No hay ni una brizna de aire aquí.
Garry, refunfuñando, levantó la pesada ventana apenas un cuarto, pero no lo bastante para que ella pudiera sacar la cabeza al exterior si era lo suficientemente estúpida como para intentar escapar por ahí, y regresó a su puesto junto a la puerta. Ella acercó la única silla a la ventana y se sentó mirando hacia fuera con la vista perdida, la brisa refrescando su rostro mientras esperaba ansiosa su futuro.
Su corazón dio un vuelco por razones equivocadas cuando distinguió el coche de Stephan asomar por el sendero. Y luego volvió a brincar al ver la que parecía ser la limusina de César llegar unos pocos minutos más tarde. «Quizá –pensó–, solo quizás, haya venido a buscarme». Por primera vez se preguntó si Noah habría conseguido el Número Uno; tal vez por eso le había lanzado el beso.
Creyó que el corazón se le salía del pecho cuando vio a César apearse del asiento trasero. Olvidándose de sí misma, se levantó de la silla y le llamó, agitando la mano frenéticamente.
–¡Hola, hola! ¡César, estoy aquí arriba!
César levantó la vista a la tercera planta y vio a su hermosa bailarina, con aspecto feliz, en la ventana del ático. Sonrió y le devolvió el saludo mientras era conducido al interior de la mansión.
Tan pronto como estuvo fuera de la vista, Garry cerró la ventana de golpe y le lanzó una mirada asesina; luego salió de la habitación y la encerró con llave. Ella no entendía nada de lo que estaba pasando.
César pudo ver que Stephan parecía extremadamente agitado desde el momento en que entró, e hizo todo cuanto estuvo en su mano para aliviar su pena, explicándole que esas derrotas ocurrían en la carrera de todos los jugadores, y que era la forma en la que uno se recobraba lo que determinaba si era un auténtico campeón. Aunque Stephan asintió, su mente estaba claramente en otra parte.
–Aún tienes un prometedor futuro por delante, Stephan, y no creo que tus patrocinadores se hayan quedado decepcionados tras la épica batalla de hoy ante esa enorme muchedumbre. Gracias a Noah y a ti, el tenis nunca ha sido tan popular. Tienes todo que ganar si esperas que llegue tu momento y juegas bien las cartas.
Fue esa última afirmación la que atrajo la atención de Stephan. Creyó que podía interpretarse de muchas formas, como a menudo solía suceder con César, que, si algo conseguía, era hacerte pensar.
Stephan tenía toda la intención de llevarse a Nadia a Suecia esa misma tarde; ya estaba todo dispuesto, ganara o perdiera. Pero ahora que César estaba allí, tendría que seguirle el juego con la esperanza de que se marchara pronto, dejando a Stephan libre para seguir adelante con sus planes y sacarla de allí lo más pronto posible.
–La quiero a ella de vuelta, César.
–Ya lo imagino. Y sabes muy bien cómo conseguirlo. Su contrato conmigo expira antes del Abierto de Francia; después de eso, ella quedará libre para vivir su propia vida siendo una mujer rica con voluntad propia. Supongo que ella ha cumplido todas las condiciones de vuestro acuerdo, pues de otra forma ya me habrías informado.
Alzó las cejas, pero Stephan no consiguió descifrar si era una pregunta o una amenaza implícita, dada la astucia de César.
–Ha sido casi perfecta, César. Esa es la razón por la que no puedo soportar dejarla marchar.
César le dio unas palmaditas en la espalda, mostrándose muy complacido consigo mismo.
–Bueno, eso no debería resultarte difícil, Stephan, ¿no es cierto? Gana el Abierto de Estados Unidos y volverá a ser tuya. Ah, por cierto, de acuerdo con lo pactado, debo hacerme cargo de todos los gastos médicos. ¿Me dijiste que pasó un tiempo en Suiza?
–Necesitaba recobrarse de un virus antes del Open de Francia, pero no importa, está todo pagado.
–Ni hablar, un contrato es un contrato. Perdería mi reputación si no cumpliera esos detalles. Haré que mi ayudante lo solucione.
La mirada de acero en los ojos de César hizo que Stephan reculara. Era bien sabido que uno no podía bromear con César cuando se trataba de cláusulas contractuales, así que se limitó a asentir.
Finalmente, César se levantó para marcharse y Stephan sintió como le invadía el alivio.
–Escucha, necesito hacer algunas llamadas desde el coche, pero, dado que estoy aquí, podría llevarme a Eloise conmigo y ahorrarte el viaje a la ciudad. Parece que ya está recogiendo sus cosas arriba.
La sorpresa en los ojos de Stephan al oírlo no le pasó inadvertida, aunque decidió ignorarla. Por lo que a él concernía, cuanto antes fuera transferida Eloise a Noah, mejor. Después de su semana en Australia, tenía un montón de trabajo que poner al día, y de este modo tendría una cosa menos de la que preocuparse.
–De verdad, insisto. No es ninguna molestia. –Sonrió a Stephan–. Me alegro de haber tenido la oportunidad de vernos; hacía bastante tiempo. Siento mucho tu derrota de hoy, pero estoy seguro de que tendrás mejor suerte en el próximo Slam.
Y tras esas palabras, el trabajo de César allí terminó, y palmeando cariñosamente el hombro de Stephan salió por la puerta principal.
Stephan tuvo que enfrentarse a su propia debacle a solas. Una debacle que le llevó directamente a la planta alta hasta la pequeña habitación del ático.
–¡Conque esas tenemos!
Nadia dio un respingo cuando Stephan irrumpió en la habitación. Él se plantó delante, su rostro echando chispas.
–¡Siéntate! –ordenó, y ella se desplomó en la silla.
En pocos segundos estaba arrodillado frente a ella con la cabeza apoyada en su regazo, llorando.
–No puedo dejarte marchar... Nadie comprende... Esto no puede estar pasando... Tú lo eres todo para mí... ¡Ahora te he perdido! –Sus palabras brotaron a trompicones entre patéticos sollozos.
Nadia no sabía qué hacer o decir. Los cambios de humor de Stephan se habían vuelto tan impredecibles últimamente que nunca sabía qué esperar o cómo responder, ¡pero jamás, ni en un millón de años, hubiera imaginado algo así!
–Yo te he perfilado, moldeado, te he hecho perfecta para mí, y solo para mí. No te preocupes, querida, porque te ganaré de nuevo, volveremos a estar juntos. Siempre serás mi Nadia. Todo irá bien, te lo prometo.
Se incorporó para besarla en los labios pero ella retrocedió automáticamente sin poder evitarlo. Él se mesó los cabellos lleno de rabia y frustración.
–Ahora me sales con esas, ¿verdad? En el mismo minuto en que he dejado de ser el Número Uno, ya no soy nada para ti. ¿Es eso? –Su cara estaba tan pegada a la de ella que notó como la saliva salpicaba su piel.
–¡Contéstame, maldita sea! –La agarró de los antebrazos zarandeándola violentamente.
–No, claro que no. Yo solo... Bueno... No estoy segura de lo que sucede... No sabía...
–No me mientas, Nadia. Tú y ese bastardo de Levique probablemente lleváis meses conspirando contra mí.
–Por favor, ¡sabe que eso no es cierto!
–Sabré exactamente lo que es cierto cuando reciba el informe de Karin Klarsson. Ella es la única de la que me fío cuando se trata de ti.
Nadia se estremeció en su silla cuando él la miró directamente a los ojos rezumando rabia. Ese era el Stephan que más temía: el violento y vengativo cuya coraza no podía ser penetrada por la razón.
Él la alzó de la silla y la puso de pie frente al muro de las atrocidades. Ella intentó no gritar, apretando los ojos con fuerza, aunque no pudo evitar soltar algunos gemidos silenciosos.
–¡Abre los ojos! –le gritó en el oído.
Sus párpados se abrieron ante la orden.
–¡Te conozco, Nadia, mejor que tú misma! Y conozco cada uno de tus miedos, cada pestañeo de tus emociones; puedo leer cada pensamiento de tu cabeza. Tengo cada momento de tu placer y dolor recogido en mi archivo de fotos, con tus notas añadidas, y esa es la única razón por la que puedo dejarte marchar. Serán mi vínculo contigo.
Clavó los dedos en su brazo.
–Todo lo que digas sobre mí lo sabré. Si le cuentas algo a César, lo sabré. Si haces o dices algo que me disguste desde este momento hasta que vuelvas a ser mía lo pagarás. –Señaló determinadas fotos, para que no quedara duda de su intención–. Si le dices algo a Levique sobre nosotros, lo pagará y tú le verás sufrir: un largo y lento tormento que acabará con él de una vez por todas. Me aseguraré personalmente de ello. ¿Me entiendes, Nadia? –Le sostuvo la cara firmemente contra las imágenes que más la asustaban–. ¿Estoy siendo lo suficientemente claro?
–Sí, señor –balbuceó–. Está claro, lo entiendo. No diré nada, señor.
–Tal vez no esté contigo, pero sabré dónde estás, lo que haces y con quién estás hasta que vuelva a tenerte encerrada a cal y canto. Y recuerda mis palabras: ¡te tendré de vuelta, más pronto de lo que esperas!
La giró para ponerla frente a él, lejos de la pared de las atrocidades, sujetando su rostro entre las palmas y levantando la cabeza para que sus ojos se encontraran.
–¿Quién soy para ti, Nadia?
–Mi Maestro.
–¿Cuándo?
–Todo el tiempo.
–Exactamente. En todo momento, estés o no estés conmigo, de modo que no lo olvides. Esto no cambia nada. Tú eres mi mundo, Nadia, y si yo no puedo tenerte, te prometo que nadie más lo hará.
Nadia se estremeció involuntariamente cuando su lengua se posó en su boca en un último adiós.
Surrealista
Eloise se hallaba en una especie de apática conmoción cuando se sentó en la parte trasera de la limusina al lado de César. Afortunadamente él estaba ocupado, hablando por teléfono con algunos de sus socios de negocios y abogados. Sentía sus nervios agotados y, si era sincera, no se veía con ánimo para conversar a medida que empezaba a asimilar las amenazas de Stephan, sin dudar ni por un momento de su capacidad para llevarlas a cabo, tal y como le había demostrado una y otra vez. Todo en su vida se había vuelto surrealista; era como si ya no pudiera discernir entre realidad y ficción. Era tal la disociación con sus emociones últimamente que podría haber estado contemplando su propia vida en una película, preguntándose distraídamente qué le sucedería a continuación a la protagonista. Eso fue hasta que César terminó sus llamadas e interrumpió su monólogo interior.
–¿Qué tal estás, Eloise? Pareces tensa, incluso distraída.
Ella le miró con ojos muy abiertos. Tuvo la sensación de haber pasado mucho tiempo desde la última vez que había sido Eloise, y por un instante no supo qué responder.
–Estoy bien, gracias, César –contestó demasiado precipitadamente–. Es solo que todo ha sido muy impactante.
–¿No querías dejar a Stephan?
«Dios mío –pensó–, ¿cómo puedo contestar a eso?». Su mente era un torbellino; no sabía cómo interpretar la situación. Sin embargo, su instinto de supervivencia se impuso rápidamente sabiendo que debía decir algo, especialmente teniendo delante a alguien tan perceptivo como César.
Soltó una risa estridente y nerviosa que se cortó de golpe en el restringido espacio del coche.
–Ya me conoces, César, estoy contenta de estar con quien sea el Número Uno.
–¿Así que no te cuesta pasar de uno a otro?
Esa pregunta la pilló desprevenida.
–Tanto como no costarme..., pero ciertamente hace mi vida más interesante, ¿no estás de acuerdo? –Se obligó a sonar contenta y alegre mientras alzaba sus ojos aguamarina hacia él y ponía la mejor de sus sonrisas.
Él se rio, lo que aligeró un poco la tensión.
–Bueno, ciertamente no es aburrida, y si eres joven, ¿por qué no? Pero ¿qué me dices del baile? ¿No echas de menos el ballet?
Sus ojos se empañaron y decidió contestar sinceramente.
–Terriblemente, pero tampoco lamento la oportunidad que me has dado.
El recuerdo de César y Stephan charlando amigablemente y dándose palmaditas en la espalda en Melbourne regresó a su mente. Para ella no había duda de su intimidad y no se atrevió a hacer un movimiento en falso que pudiera llegarle a Stephan y agravar aún más la difícil posición en la que estaba.
–Eso está bien, me alegra oírlo. –La limusina se detuvo a las puertas del Dorchester–. Bueno, ya hemos llegado.
El chófer les abrió la puerta a ambos y entregó el equipaje de Eloise al portero.
–Tu suite está preparada –le dijo César–, y te sugiero que pidas algo de comer al servicio de habitaciones, parece que estuvieras a punto de desmayarte. Creo que voy a tener que regañar a Stephan por lo que te ha estado dando de comer. O mejor dicho, ¡lo que no te ha dado!
–Oh, no, por favor, es culpa mía –replicó automáticamente–. Es solo que no he tenido mucho apetito últimamente, estoy segura de que pronto lo recuperaré.
–Me alegra oírlo. Está bien, entonces, salvo que haya algo más que quieras discutir... –Vaciló, percibiendo que había mucho más de lo que ella estaba dejando entrever, pero incapaz de averiguar qué podría ser.
–No, César, de verdad, estoy muy bien.
–Si tú lo dices... Bien, los abogados tienen todo controlado, y ambos sabemos que no es como si Noah y tú no os conocierais bien ya, así que espero que mi reunión con él sea una breve y fácil transición. ¡Supongo que la próxima vez que te vea será en Nueva York!
–Oh, sí, por supuesto. Y gracias por recogerme, César, te lo agradezco mucho. –Hablaba con alivio en la voz, como si realmente dudara de si habría llegado hasta allí de no haber sido por él.
–Un placer, Eloise. Cuídate. Disfruta de tu tiempo con Noah, pero no olvides lo que se espera de ti. Esta situación puede ser temporal, dependiendo del resultado en el Abierto de Estados Unidos. Sé que Stephan está ansioso por tenerte de vuelta.
Ese era su mayor miedo que hacía que su estómago se encogiera de angustia. Estaba tan acostumbrada a centrarse en cumplir las estrictas expectativas de Stephan que su mente había olvidado pensar más allá del paseo en limusina con César.
De pronto se encontró entrando en un hotel en el que su antiguo mejor amigo iba a ser informado del extraño arreglo de César, con las amenazas de su maestro pendiendo sobre su cabeza. Súbitamente se sintió enferma de solo pensarlo.
Lágrimas
Aunque Noah había deducido que Eloise de alguna forma estaba «asignada» a quienquiera que fuera el Número Uno, no tenía ni idea de que César fuera el cerebro detrás del plan, y se quedó atónito al ver el largo y detallado contrato colocado en la mesa frente a él. Lo único que tenía que hacer era firmar y entonces Eloise sería suya, ¡solo porque ahora era el Número Uno! Era ridículo, por no decir totalmente denigrante. Se preguntó fugazmente qué la habría llevado a dar su conformidad, y entonces recordó el fatídico día de su encuentro en el pub. Eso era lo que ella estaba considerando cuando él la animó a dejarse llevar por la corriente de la vida, además de prometerle que la salvaría si eso no funcionaba. ¡Y aquí estaba, salvándola!
Se obligó a reconocer que todo aquello le había llevado a trabajar aún más duro y progresar más rápido de lo que lo habría hecho sin ella, pero Eloise ciertamente valía la lucha. Era una batalla que quiso ganar para demostrarse que podía y asegurarse de que ella estuviera lejos de las garras de Nordstrom. Había algo en él que le ponía la piel de gallina, y la idea de que Eloise hubiera firmado un contrato con él de este modo le enfermaba hasta las entrañas.
Apartó a un lado el contrato y miró desafiante a César.
–¿Es esto legal?
–Hay una oferta, una aceptación y mucha deliberación, de modo que sí, ¡por supuesto, el contrato que tiene conmigo es legal, o si no no sería un contrato! El acuerdo que firme con su Número Uno es un proceso de negociación entre ellos, que más tarde compone un anexo. Mientras todo se desarrolle sin complicaciones no necesito involucrarme en ese punto.
–¿Y Eloise ha consentido en todo esto?
–Sí, por supuesto, de buena gana. De muy buena gana, en realidad. Tú mejor que nadie debes saber lo seriamente que está comprometida con toda esta estrategia, Noah. Hasta donde yo sé, la última vez que os visteis fue en Melbourne, donde ella eligió a Stephan en vez de a ti. ¿No es cierto?
–Bueno, sí..., pero...
César le interrumpió.
–¿Y no prueba eso su compromiso?
–Todo me parece muy poco apropiado, es como si se hubiera convertido en la concubina de Nordstrom o algo así.
–Escúchame, tal vez no te guste Stephan, pero puedo asegurarte que ella solo se ha convertido en lo que ha querido convertirse, por propia voluntad, nada más ni nada menos. De lo contrario yo lo habría sabido. ¡Y puedo afirmar con absoluta certeza que no estoy en el negocio de la prostitución!
Esta última frase la dijo con total autoridad, empleando el tono que tanta fama le había dado.
–Y ahora, si no te importa, tengo otros negocios que atender, ¿tienes alguna pregunta más para mí o puedo dejarte con mis más que capacitados abogados?
Sus ojos habían perdido toda la calidez anterior, pero Noah permaneció impasible.
–¿Qué pasaría si no quiero hacer esto? –Señaló el documento como si fuera veneno–. ¿Si no quiero firmarlo?
–Buena pregunta. Si no quieres a Eloise Lawrance en tu vida, el anterior Número Uno tiene la opción de seguir con ella hasta que la clasificación vuelva a cambiar.
–¡¿Qué?! –gritó Noah–. ¿Quieres decir que la volverías a enviar con Nordstrom? –El corazón casi se le salió por la garganta.
–Sí, así figura en la letra del contrato. –César hizo un gesto hacia su abogado, que pasó las páginas e indicó a Noah la cláusula a debate.
–¡Eso es escandaloso!
–No, es vinculante legalmente. Tú decides lo que quieres hacer y nosotros negociamos a partir de ahí. En cualquier caso, Nad..., digo Eloise, continúa supeditada a su contrato. He hablado con ella de camino hacia aquí.
–¿Está aquí ahora? ¿Lejos de Nordstrom?
–Por supuesto. Ahora tú eres el Número Uno, de modo que está comprometida contigo salvo que elijas no aceptar mi oferta. Todo está recogido en el epígrafe de «Transferencia» del contrato.
–¿Y continuará de esa forma?
–Siempre que mantengas tu estatus actual.
A Noah no le gustaba ni un pelo nada de aquello, pero de ninguna manera quería ser responsable de que Elle regresara con ese monstruo solo por creer que el contrato entero era absurdo. Si tenía la oportunidad de garantizar su libertad mientras fuera el Número Uno, entonces eso sería exactamente lo que haría.
No podía creer que ella estuviera en el mismo edificio que él en ese instante. La excitación reemplazó a la rabia y la repulsa que había estado sintiendo unos minutos antes.
–Está bien, César, estoy dentro. –Firmó apresuradamente el enrevesado documento, declarando que no tenía más objeciones ni preguntas, excepto una–. ¿Dónde está ella?
César sonrió estrechando la mano de Noah y felicitándole por su nueva clasificación mundial y magnífica victoria, antes de tenderle la llave de la suite de Eloise, hacer un gesto de asentimiento a los abogados y salir de la habitación. Estaba encantado de dejar a esos jóvenes con sus asuntos y ansioso por llamar a su querida Ashleigh; habían pasado demasiadas horas desde que escuchó su dulce voz.
* * *
La habitación de Eloise era casi idéntica a la que ocupó cuando Iván era Número Uno y perdió su hegemonía, momento en que pudo disfrutar de su estupenda semana con Noah. Desde entonces, su vida se había convertido en un carrusel emocional de Grand Slam.
Se preparó un humeante baño y puso a remojo su tenso cuerpo y su exhausta mente durante más de una hora. A pesar de su excitación por la victoria de Noah, una parte de ella estaba aterrorizada por volverle a ver después de haberle hecho tanto daño la última vez. ¿Qué pensaría él de todo esto? ¿Qué pensaría de ella por haber llegado a ese acuerdo, con César precisamente? No podía soportar la idea de que tal vez la rechazara: ¿cómo no hacerlo, después de todo lo que le había hecho? Mientras las amenazas de Stephan continuaban penetrando en su mente, se sintió agradecida por verse finalmente lejos de sus garras. Solo podía confiar en que sus amenazas no se cumplieran, al no poner ella en riesgo la vida de Noah.
Dejando que sus preocupaciones la consumieran, sumergió todo su cuerpo en la bañera, incapaz de enfrentarse al mundo y a la idea de lo que pudiera suceder a continuación.
Saboreó el silencio de estar bajo el agua todo lo que pudo sin tener que emerger. Cuando sus pulmones la obligaron a salir a la superficie para tomar aire, sus sentidos se encontraron con un fuerte aporreo en la puerta del cuarto de baño y la voz de Noah gritando su nombre.
–¡Está bien, estoy aquí!
Ella salió apresuradamente de la bañera y agarró un albornoz para envolver su cuerpo empapado.
Abrió la puerta y vio el rostro de Noah –su cara sonriente con ojos brillantes que no parecían juzgarla por nada de lo sucedido–, y se lanzó ávidamente a sus acogedores brazos. Solo entonces sus lágrimas brotaron libremente junto con toda la tensión y angustia que había estado acumulando en su interior. Se aferró a su calor como si su vida dependiera de ello mientras él la estrechaba todo el tiempo que necesitó.
Sonrisas
A la mañana siguiente se sentaron mirándose el uno al otro con la sonrisa en sus rostros y una copa de champán en las manos, mientras esperaban en uno de los aviones privados de sir Richard Branson, para volar rumbo a Australia. Noah se mostró entusiasmado ante la amable oferta de sir Richard poniendo a su disposición un avión para viajar al oeste de Australia a la sagrada ceremonia que conmemoraría la vida de su amada abuela. Obviamente ganar Wimbledon tenía muchas ventajas: la más especial de todas era ver a Eloise sonriendo de nuevo, en lugar del roto y desolado pajarillo que se había encontrado ayer en el cuarto de baño. Si ya de antemano había estado preocupado por su salud y bienestar, ver su cara frente a frente había confirmado sus peores temores. En todos los sentidos, Eloise era una sombra de la persona que había sido cuando se vieron la última vez.
Se negó a hablar de Stephan con él, o de cualquier cosa sucedida entre ellos, diciendo que solo quería dejar todo eso atrás. Noah no quiso presionarla, intuyendo que solo serviría para que se retrajera más en sí misma. Pero el tema estaba siempre en su mente, y podía notar que también en la de ella. Por decirlo figuradamente, la presencia de Nordstrom siempre parecía pender sobre ellos.
–Es magnífico verte sonreír, Elle. Parece como si hubieran pasados siglos.
–Lo sé, ¡me duelen las mejillas por no haber usado estos músculos durante mucho tiempo!
Ambos se rieron.
–¡No puedo creer que por fin estemos juntos! –Alzó su copa para brindar.
–Tienes razón, me parece estar viviendo un bonito sueño; es demasiado bueno para ser verdad. Aún no me creo que me sigas hablando después de todo lo que te dije y lo que no te dije... Lo siento tanto...
–¿Qué sientes? ¿Haberme inspirado para ser el Número Uno? –Le guiñó un ojo–. Te prometo que volvería a hacerlo. Ser el Número Uno y poder estar contigo no es tan malo, ¿sabes? –dijo alegremente y luego añadió más serio–: Pero estoy muy contento de que hayas decidido venir conmigo en este viaje.
–Haría cualquier cosa que quisieras, Noah.
–No, no quiero eso. Quiero que hagas cualquier cosa que tú desees hacer. No lo que los demás te digan que hagas.
–Eso me va a llevar un tiempo... No era así con... –Sacudió la cabeza incapaz de continuar, no queriendo siquiera mencionar su nombre.
Noah alzó una mano como para calmar sus pensamientos.
–Lo sé, lo entiendo. Pero ahora que estamos juntos todo va a ser diferente. Siento como si hubieras perdido tu esencia, y me gustaría que volvieras a encontrarla.
Ella consideró sus palabras.
–Es cierto, solía ser otra persona, y ahora sinceramente no sé quién soy.
–Bueno, hay mucho tiempo para que lo averigües.
¿Lo había? Eloise lo dudó cuando las palabras de César pronunciadas en la limusina regresaron a su mente. Todo eso podría cambiar dependiendo de quién ganara el Abierto de Estados Unidos. Pensó en sus relaciones con Iván y después con Stephan. Al principio ella era como su amuleto de la buena suerte, pero finalmente ambos habían perdido su estatus de Número Uno. Rezó fervientemente para que aquello no sucediera con Noah.
Él habló de nuevo.
–Al menos ahora sé que no puedes huir de mí por el momento, que es lo único bueno de ese funesto contrato de César.
–Nunca querría huir de ti –declaró tranquilamente.
Él respiró hondo, como si se preparara para abordar un tema difícil.
–Hay algo que necesito decirte, Elle. Todo este tiempo he estado preocupado por Stephan, como ya sabes, pero últimamente he estado en contacto con la profesora Klarsson, y desde entonces casi me muero de angustia por ti.
–¡¿Cómo?! ¿La conoces?
–No la conocía, pero después de la final del Abierto de Francia recibí un mensaje donde me pedía que me pusiera urgentemente en contacto con ella para hablar de ti. Por supuesto fue como poner un trapo rojo delante de un toro, dado que no había tenido noticias tuyas desde el Open de Australia.
Ella no pudo evitar encogerse al oírlo.
–Nos citamos para charlar de forma extraoficial, como ella no dejó de insistir, y me habló de lo preocupada que estaba por tu bienestar tras haberse reunido con Stephan y contigo en Roma. Ella cree que él sufre megalomanía. Mencionó que él te había «ofrecido voluntaria» para formar parte de su estudio de las expresiones microfaciales, aunque resultaba evidente que habías sido coaccionada. ¿Es eso cierto?
Eloise se quedó sin habla y solo consiguió asentir en respuesta, recordando las horas que había pasado atada a la silla con la cámara enfocando directamente su rostro.
–Le pedí que fuera clara, y me explicó que el análisis de tus expresiones sugería miedo y vergüenza cuando mirabas la imagen de Stephan, y una mezcla de esperanza y profundo arrepentimiento cuando me veías. –Hizo una pausa para examinar la respuesta de Eloise que le miraba con ojos atónitos, antes de continuar–: Me habló brevemente de las relaciones de dominación y sumisión diciendo que ella misma había presenciado muchas versiones más saludables, pero creía que Stephan podría tener ciertas patológicas y delirantes tendencias sádicas. En definitiva, estaba preocupada por que él te estuviera empujando más allá de los límites de tu comodidad, sometiéndote a un trato que bordeaba el abuso. Quería poder verte en privado, pero no tenía ni idea de cómo contactar contigo sin que Stephan lo descubriera, por eso recurrió a mí. ¡Y estoy muy agradecido de que lo hiciera!
Eloise no podía creer lo que estaba escuchando; su cuerpo temblaba mientras absorbía el impacto de sus palabras. Ni siquiera se atrevía a pensar en lo que podría suceder a cualquiera de ellos si Stephan se enteraba.
–Noah, siento mucho que te hayas visto involucrado en todo esto... –Su suave voz apenas ocultaba los nervios.
–Por favor, no pienses ni por un segundo que debes disculparte, Elle. –La miró con la preocupación asomando en los ojos–. Creo que has pasado mucho más de lo que quieres dejar ver... ¿Te apetece hablar de ello ahora?
Ella negó con la cabeza luchando por contener las lágrimas mientras Noah la envolvía con sus brazos protectores.
–Como te dije la primera vez que nos vimos, yo siempre estaré ahí para ti. Ya lo sabes, ¿no?
Ella asintió, apretando su mano y necesitando sentir su seguridad mientras se preparaban para despegar. Trató de sacudirse su emoción y apretó la boca para que las palabras no pudieran escapar. No merecía la pena el riesgo: si algo le sucediera a Noah no podría vivir con el remordimiento.
Aventura
La noticia de la inminente llegada del nuevo campeón de Wimbledon al aeropuerto de Kununurra debió obviamente de haberse propagado, y Noah fue recibido entre ovaciones y vítores por una fila de rostros sonrientes cuando bajó del avión. Él devolvió las sonrisas con igual entusiasmo. Para su diversión y felicidad, los únicos medios que se habían enterado de su paradero eran los del periódico local, ya que Kununurra no era precisamente un lugar fácil de llegar con tan poca antelación.
Pasó casi una hora antes de que Noah terminara de saludar a los lugareños, firmando autógrafos y pelotas a los niños o posando en las fotos. Se encontraba en su elemento, y Eloise lo observaba con orgullo. Era muy natural con la gente, especialmente con los niños, y parecía encajar en cualquier parte ya fuera el All England Club o esa región despoblada de Australia.
Por fin consiguió saltar al asiento del conductor de un cuatro por cuatro.
–¿Estás preparada? –preguntó sonriendo.
–¿Para qué, exactamente?
–¡Para una aventura por la despoblada Australia! –Y con eso, pisó el acelerador y se marcharon.
Eloise nunca había conocido un paisaje tan vasto. Al principio parecía vacío, pero cuanto más mirabas, más detalles podías apreciar. Era como si tus ojos tuvieran que ir adaptándose lentamente antes de poder valorar la verdadera belleza del terreno.
Noah había mencionado durante el vuelo que, poco antes de fallecer, su abuela le había enviado un mensaje mientras competía en Roma para decirle lo orgullosa que estaba de él. Además le rogaba que le prometiera no regresar a Australia hasta haber ganado Wimbledon, sabiendo lo importante que era para él, y asegurándole que cuando eso sucediera, su espíritu le acompañaría. Solo entonces podría regresar para garantizarle un seguro tránsito al mundo de los espíritus.
Eloise se sentía un poco envidiosa por todas esas tradiciones a las que Noah se había visto expuesto durante su juventud mientras vivió con su abuela y sus tíos; parecían formar parte esencial de su personalidad. Ella nunca había tenido la oportunidad de experimentar una vida familiar estable y, mucho menos, unas costumbres tan ricas repetidas durante decenas de miles de años. No podía negarse lo especial que esa parte de su identidad era para él.
–No puedo creer que esté aquí contigo –le dijo–. ¿No mencionaste, cuando estuvimos en Melbourne, que algún día te gustaría traerme aquí?
–Desde luego. Y, fiel a mi palabra, aquí estamos. Aunque por entonces la abuela estaba viva. –Su humor pareció ensombrecerse momentáneamente–. Pero no tengo ninguna duda de que ella nos ha ayudado a estar juntos.
Permanecieron en un delicioso silencio mientras la carretera les llevaba más lejos, a través de ese aparentemente interminable paisaje que reconfortaba el alma.
–¡Ah, ya hemos llegado! Bienvenida a la Ruta del río Gibb. ¿Has oído hablar de ella?
–No, nunca.
–Recorrer la Ruta del río Gibb se considera una de las mayores aventuras en cuatro por cuatro de Australia, aunque la parte por la que transitaremos ha sido sometida últimamente a muchas restricciones, así que ya no es tan excitante como solía ser.
Ella miró la carretera, el vasto panorama, y de vuelta a Noah y su sempiterna sonrisa. Aquello no podía estar más lejos de su encarcelamiento apenas hacía una semana con Stephan, y esa realidad provocó una sonrisa en su rostro.
–Bien, ¡adelante entonces!
–De acuerdo. ¿Crees que te apetecería un rápido chapuzón en el camino o estás demasiado cansada después del vuelo?
–¿Un rápido chapuzón? –Se rio; no había oído esa expresión desde que era niña. No podía imaginar dónde habría una piscina en medio de ninguna parte, dado que estaban rodeados por la nada, pero no pensaba discutirlo–. Desde luego, no soy una gran nadadora, pero me encantará refrescarme con este calor.
–¿No nadabas de niña?
–Nunca tuve la oportunidad, supongo, y para ser sincera, si no tenía relación con el ballet no me interesaba. Aunque sí aprendí a bucear hace algún tiempo...
Su voz se desvaneció, recordando los primeros días con Stephan en las Caimán, y mientras la carretera les llevaba aún más lejos de la civilización, se quedó reflexionando sobre cómo se habían torcido las cosas con él en tan corto espacio de tiempo.
Finalmente Noah se apartó de la carretera y entró en un aparcamiento.
–Esta es la garganta de Emma. Con un poco de suerte todos los turistas se habrán marchado ya. Vamos, solo hay una rápida caminata a la piscina principal.
La «rápida caminata» resultó ser de casi tres kilómetros, pero mereció la pena. Caminaron entre enormes peñascos hasta llegar a una hermosísima poza de agua cristalina en la que el agua caía en cascada desde los riscos.
–Vamos, ¿a qué estás esperando?
Noah se desnudó, dejando a la vista un trasero considerablemente más pálido que el resto de su cuerpo, y saltó.
Eloise esperó unos instantes admirando su magnífico trasero, y sintiéndose increíblemente consciente de sí misma antes de echar un vistazo a su alrededor y confirmar que estaban definitivamente solos.
–¿Estás seguro de que no hay cocodrilos ahí dentro?
–¡Ahora sí que suenas como una turista! Te lo prometo, es seguro. El agua está maravillosa, te encantará.
–¡Oh, qué demonios!
Se desnudó, dando gracias porque Noah estaba ahora flotando bajo la cascada lejos de ella, y tímidamente se adentró en la poza.
El agua era como seda para su piel, profundamente refrescante y purificante. Reuniendo valor, se sumergió y mantuvo los ojos abiertos para poder ver la luz del sol filtrándose a través del agua hasta las rocas del fondo.
–Esto es increíble.
Se sentía asombrada por el entorno, pero no se atrevía a llegar más adentro, donde no pudiera hacer pie.
–Esta es como mi segunda casa –replicó Noah–. Al menos, la versión turista de mi casa. Me encantaría mostrarte parajes aún más especiales que la multitud aún no ha descubierto, y con un poco de suerte nunca lo hará.
–¿Más especiales que este?
–La punta del iceberg –aseguró salpicando hacia ella. Ella le salpicó en respuesta, sus risas resonando por toda la garganta–. Ven hasta la cascada, fluye con más fuerza de lo habitual para esta época del año.
Se acercó para guiarla y vio los moratones que rodeaban la parte alta de su brazo. Ella automáticamente se apartó ante la rabia que asomó a sus ojos, nadando deprisa lejos de él hasta el más pequeño de los saltos de agua en la parte menos profunda, y flotando debajo. No dijeron nada más mientras disfrutaban de la soledad de ese lugar mágico.
Después del baño refrescante, se pusieron de nuevo en marcha hacia el Parque Natural de El Questro, al este de Kimberley, donde los tíos de Noah trabajaban como guías tradicionales y algunos de sus primos como exploradores júnior para turistas que visitaban las enormes planicies de un millón de acres del desierto australiano. No fue hasta que salieron del coche en el Hotel Rural de El Questro cuando Noah se volvió hacia ella y alzó suavemente su barbilla para mirarla solemnemente a los ojos.
–No nos marcharemos de aquí hasta que estés curada, Elle, tanto por fuera como por dentro.
No había duda del cuidado y la preocupación impresos en su cara y también de la decisión implícita tras cada palabra.
Ella asintió mientras las lágrimas llenaban sus ojos.
Conexión
Noah tenía razón: la garganta de Emma solo era la punta del iceberg de las maravillas del lugar. Eloise se sentía como si estuviera inmersa en un asombroso cuadro con colores que había que experimentar para creer. Los dos relajándose en manantiales naturales de agua caliente, explorando pozas aún más bellas en las que bañarse, haciendo rutas a caballo o con coches cuatro por cuatro y recorriendo el río en piragua. Un millón de acres constituía una gran extensión que explorar, y la mayoría de las noches se descubrían felizmente exhaustos, ya que, por muy asombrosos que fueran esos lugares, siempre era necesario emprender una importante caminata para acceder a ellos, lo que suponía para ambos un buen ejercicio al aire libre.
Noah se mantenía siempre respetuoso, intuyendo lo mucho que ella había pasado, pese a no conocer todos los detalles, y aunque se abrazaban y jugaban, su relación continuó siendo parecida a la que tuvieron en el barco durante su travesía por los canales: completamente platónica. Noah no quería llegar más lejos hasta que ella estuviera preparada.
Finalmente llegó la noche de la ceremonia especial del fuego en la que el espíritu de su abuela regresaría al gran río del cielo, tal y como estaba estipulado por los ancianos de su tribu; su cuerpo físico había sido sepultado el día después de su muerte.
Tras acampar al aire libre durante una noche, el grupo emprendió la caminata hacia la cordillera de Cockburn al amanecer, descansando durante las horas de más calor del día y continuando la marcha cuando el sol comenzaba a declinar.
El paso era lento y firme, casi como en trance, sin que se intercambiaran apenas palabras. Eloise obviamente era una extraña para ese pequeño grupo de gente tribal, siendo muy consciente de la necesidad de comportarse con respeto y comprensión. Ella sola nunca hubiera podido desandar el camino tomado, de modo que se aseguró de seguir muy de cerca a Noah y al resto del grupo. ¡No tenía ni la más mínima noción de supervivencia!
Una vez establecido el campamento para la noche, los hombres se marcharon a prepararse para la ceremonia. Eloise se entretuvo ayudando a las mujeres a preparar la comida mientras contemplaba la puesta de sol. Era verdaderamente una de las panorámicas más sobrecogedoras que hubiera visto nunca, suscitándole una enorme tranquilidad interior. Era como si un artista hubiera llenado un lienzo con colores inimaginables, obligándote a dejar lo que estuvieras haciendo y rendir homenaje al hermoso y siempre cambiante cielo.
Un poco más tarde, los hombres regresaron con los brazos, torsos y rostros pintados. Entonces el grupo se reunió donde la ceremonia iba a tener lugar, dando comienzo a la danza ritual alrededor del fuego. La noche había sido elegida especialmente, pues no había luna, lo que significaba que el sendero de la Vía Láctea sería especialmente visible contra el oscuro cielo lleno de estrellas.
La ceremonia conmovió los corazones y las almas de los allí congregados, incluida Eloise. Las lágrimas en sus ojos fueron por Noah, por su abuela y por la madre que nunca había conocido. Por primera vez en su vida pudo sentir realmente el vínculo con los suyos, reconociendo el vacío en su corazón. Era consciente de no pertenecer a esa tribu, pero sentía una profunda conexión que la alineaba con la Madre Tierra y las celestiales alturas de más arriba. Aspiró profundamente esa sensación, permitiendo que fluyera hasta su corazón.
Tras la ceremonia compartieron la comida que había sido traída del campamento y los miembros de la tribu regresaron a las tiendas. Fue casi una sorpresa cuando Eloise comprendió que súbitamente estaba sola con Noah a miles de kilómetros de ninguna parte, bajo las estrellas. El estrés de su mundo pareció evaporarse hasta resultar insignificante en ese sagrado y desolado paisaje. Mientras le observaba echar unas ramas al fuego, tuvo que admitir que se sentía contenta. Nada temerosa o ansiosa como había estado, sino realmente serena.
Se acercó para sentarse junto a él sobre una manta frente al fuego.
–Gracias por traerme aquí... y permitir que compartiera esto contigo.
–No lo hubiera querido de otra forma.
–Todo este lugar... resulta abrumador en su belleza...
Él sonrió.
–Sé que la palabra «impresionante» se utiliza hoy en día para describir muchas cosas, pero, para mí, este paisaje responde al auténtico significado de la palabra. No es algo que la gente de ciudad de tu entorno llegue a experimentar, eso seguro. Pero yo lo necesito, ansío volver si he pasado mucho tiempo lejos de él. Todo esto –indicó la tierra y las estrellas– me proporciona cuanto necesito, la energía para vivir y respirar. He tenido a mi abuela, y ahora su espíritu, para dar gracias por ello. No puedo imaginar vivir la vida sin esta conexión con la tierra.
Comprendiendo la autenticidad de sus palabras, Eloise le abrazó, absorbiendo el calor de su cuerpo, necesitando sentirlo cerca de su piel. Le miró a los ojos mientras su mano guiaba sus labios hasta los suyos, besándole suavemente. Después de un momento se detuvo para examinar su reacción y, sintiendo su deseo por ella, continuó, volviéndose hacia su cuerpo para quedar frente a frente. Su largo cabello flotaba libremente en su espalda cuando rodeó el cuello de Noah con sus brazos.
Eloise había pensado en ese momento desde que estuvieron juntos en el barco, cuando tuvo que rechazarle, para honrar su acuerdo con César. Esa noche quería dejar todo eso atrás: empezar limpia. Estar realmente con Noah como no había estado con ningún hombre. Sentía en lo más hondo de su alma que este sería el principio de su curación y lo deseaba más que cualquier otra cosa en su vida. Había esperado un año a tener esa oportunidad, y en ningún lugar podía ser más perfecto que ahí, bajo las estrellas. Su tiempo de estar juntos por fin había llegado.
–Lo deseo, Noah... Te deseo.
Esta vez le besó profundamente, mientras él permitía que reclinara su cuerpo sobre la manta y le quitara la camisa, revelando un físico mucho más torneado y musculoso del que recordaba un año atrás. Y entonces dejó que ella le besara y adorara su cuerpo mientras yacía tumbado, y ella lo hizo con entusiasmo, sintiéndose liberada por su habilidad para tocar sin restricciones.
Le encantaba la forma en que él la estaba dejando llevar el control, respondiendo solo después de que ella hubiera comenzado. Fue la propia Eloise quien le quitó el resto de la ropa, antes de despojarse de la suya. Su cuerpo oscuro y delicioso bajo sus pálidos miembros, que exploró y acarició con los dedos y la boca.
Noah miró sus ojos vidriosos, el resplandor del fuego mezclándose con el color de su salvaje melena. Había imaginado ese momento muchas veces en sus sueños, pero nunca pudo prever algo tan bello como eso. Ella estaba divina contra su cuerpo, como un ángel enviado de los cielos. Y aun así, esperó.
–Tócame, Noah.
Se sentó, colocando a horcajadas el cuerpo desnudo de ella, besándole los labios, el cuello, bajando lenta y suavemente la cabeza hasta sus pechos mientras ella se abría para que la explorara.
Ella gozaba de la libertad que tenía con él. No había restricciones, ni juguetes, ni reglas, ni castigos, ni dolor. Solo la cruda pasión y la pura alegría de experimentarse el uno al otro física, emocional y espiritualmente.
El tiempo dejó de importar; no había prisa, tenían toda la eternidad. Se besaron con el fervor de haber esperado durante tanto tiempo el momento adecuado, el lugar adecuado, y la noche, allí en la cumbre de la montaña, no pudo ser más perfecta. Él la hizo tenderse y sus dedos empezaron a jugar; ella le hizo tumbarse y su lengua empezó a explorar. Se retorcieron dando vueltas juntos: ella sobre él y él sobre ella, una y otra vez, hasta que sus cuerpos se entrelazaron con la tierra cuando las estrellas y la Vía Láctea les dieron su bendición e intensificaron la pasión que compartían.
El calor desprendido de sus cuerpos sudorosos ardiendo en el frío de la noche, hasta que llegó el momento en que fueron uno. Completamente conectados el uno al otro y con los elementos. Las lágrimas de éxtasis separándolos del mundo y transportándolos en un viaje trascendental más allá de sus cuerpos físicos que alcanzó el núcleo de sus almas.
Después de esa noche, su relación cambió completamente. Ser amada por Noah no se parecía a nada que Eloise hubiera podido imaginar; era sincero, auténtico y directo. Era profundamente apasionado e intuitivo y, sobre todo, respetuoso y alentador; siempre sacando lo mejor de cada uno. Para ellos su conexión estaba bendecida por el universo, y ambos sabían que formarían parte de la vida del otro para siempre. Eloise sintió como si finalmente estuviera en «casa» cuando estaba con Noah: algo que nunca había experimentado con otra persona.
Sus actos amorosos eran embriagadores: ambos maravillados por la forma en que sus cuerpos se fundían como si estuvieran hechos para estar unidos. Algunos días apenas veían la luz del día, otros los pasaban al aire libre, y eran sus miradas íntimas y las significativas caricias las que anunciaban su amor al mundo. Era un amor desinteresado que proporcionaba a Eloise más significado y conexión de los que hubiera podido imaginar. Noah deseaba ser todo aquello que Eloise necesitara de él, su mejor amigo, su amante, su protector. Ella quería vivir refugiada a salvo en sus brazos durante el resto de su vida. Sin condiciones inciertas, a medida que el amor del uno por el otro se hacía más hondo cada día, su joven amor no conociendo barreras.
Finalmente ella se sintió lo suficientemente segura para abrirse a Noah respecto a su etapa con Stephan y lo inestable que él se había vuelto. Le habló de cómo disfrutaba al principio de la relación de sus juegos y cómo, al final, estos la petrificaban, sus volátiles cambios de humor haciendo que viviera permanentemente en ascuas. Ahora, al estar con Noah, podía distinguir la ligereza de su alma en contraste con la ominosa oscuridad que sentía con Stephan. Por fin reconocía la destructiva relación ahora que podía verla desde fuera: algo que no tenía la capacidad de hacer cuando estaba con él.
Cuanto más le revelaba a Noah, más conseguía entender el constante estado de miedo y terror en el que había vivido –las restricciones y el control, el poder y la humillación–, todo lo cual había sido incapaz de percibir dada su dependencia a la aprobación de él cada minuto del día. Finalmente pudo constatar cómo su vida hasta ese momento, incluido el ballet, se había basado en el deseo de complacer a otros motivado por su propia necesidad de establecer una conexión humana de cualquier clase, algo que no había disfrutado lo suficiente en su infancia y juventud. A través de sus conversaciones con Noah y el recuerdo de las sesiones con la doctora Jayne Ferrer en Suiza, fue cada vez más consciente de cómo, con el paso del tiempo, su deseo de perfección absoluta había acabado haciéndola más débil que fuerte. Su fracaso al no poder mantener el puesto principal del ballet ya no era algo de lo que debía huir, sino algo de lo que debía aprender.
Eloise nunca se había sentido tan cerca de nadie como para hablar de sus sentimientos más profundos, pero confiaba totalmente en Noah. Sin tener en cuenta lo que pudiera suceder con César y el contrato, Noah seguiría siendo su constante. Se sentía viva y plena cuando él estaba cerca, y él le aportaba una sensación de total independencia: de descubrir y creer en la persona en la que se había convertido, no en una persona que alguien pudiera dar forma y moldear. Noah escuchaba compasivamente cuando ella compartía sus pensamientos, sosteniendo su mano mientras lloraba y abrazándola cuando dormía. Y mientras yacía despierto junto a su emocionalmente exhausto y físicamente maltratado cuerpo, se juró silenciosamente que no dejaría que ese loco volviera a acercarse a ella.
Su tiempo en ese sagrado y antiguo territorio fue el más especial de sus vidas, y con esa mezcla de emociones se despidieron de la extensa familia de Noah al llegar el momento. Sin embargo sus corazones abrigaban la indiscutible certeza de que, pasara lo que pasase, estaban destinados a compartir un futuro juntos.