WIMBLEDON I
Junio-julio
Sorpresa
Dada su buena forma actual, solo podía esperarse que Iván fuera avanzando sin problemas por el cuadro hasta llegar a las semifinales de Wimbledon. Sin embargo, se encontró con un obstáculo en su confortable racha ganadora cuando jugó contra un joven y prometedor australiano que pilló a todos por sorpresa. Ese adversario demostró ser un digno competidor, obligando a Iván a largas carreras y forzándole a soltar golpes ganadores incluso cuando él mismo estaba sorprendido por estar ejecutándolos. La tenacidad y confianza del australiano atrajeron la atención de los comentaristas deportivos y hubo grandes debates sobre si poseía la habilidad y la firmeza para convertirse en el nuevo fenómeno del tenis mundial.
La multitud se quedó entusiasmada con el maratón de cinco sets tras el cual, y después de muchas horas, el ruso se clasificó para la final, tal y como los corredores de apuestas, incluido César, habían pronosticado que haría. Aunque Iván estaba satisfecho con su actuación y su victoria final, no había duda de que su cuerpo de treinta y un años acusaría el cansancio adicional de un partido tan exigente, lo que implicó que su fisioterapeuta personal estuviera muy atareado durante las siguientes treinta y seis horas que faltaban hasta la final.
Siguiendo las nobles tradiciones de Wimbledon, la atmósfera en la final masculina del campeonato era cordialmente electrizante. El contrincante de Iván era el tenista sueco de veintiséis años Stephan Nordstrom.
Nordstrom nunca había estado en una final en el All England Club, a pesar de haber ganado convincentemente el Abierto de Australia a principios de año, el primer Grand Slam de su carrera. Su estado de forma podía ser errático y nadie sabía a ciencia cierta si era uno de esos jugadores que ganaban un único gran torneo o si aquella había sido la primera victoria de una larga lista, dado que su triunfo se había producido cuando el Número Uno del mundo no concurrió a Melbourne Park. Sin embargo una cosa estaba clara: la verdad se descubriría al final del día.
No quedaba mucho tiempo para que Eloise bailara para Iván antes de la final, ya que su entrenador asumió toda la responsabilidad de orquestar cada uno de sus movimientos antes de que saliera a la pista central. Eloise hizo cuanto pudo en los doce minutos que le asignaron, pero observó que él parecía distraído y ansioso mientras se preparaba para defender su título en Wimbledon por tercera vez. El entrenador daba la impresión de estar tan nervioso como Iván, así que supuso que ese torneo significaba mucho más para ellos que cualquiera de los que habían disputado hasta llegar allí. Después de todo, el campeonato de Wimbledon era el más prestigioso de todos los «grandes»: un torneo que todos los jugadores soñaban con ganar en cuanto el juego del tenis se les metía en la sangre.
Justo en mitad de la actuación de Eloise, el entrenador abrió la puerta declarando que su tiempo con Iván había terminado.
Iván parecía un poco aturdido cuando se acercó a ella.
–Gracias, Eloise. Lamentablemente se me acaba el tiempo. Tengo una entrada para ti, por si te interesa presenciar la final.
No era habitual que él le hablara tras haber presenciado su actuación, y mucho menos que le ofreciera entradas para uno de sus partidos.
–Gracias, Iván, eres muy considerado. Bonne chance.
Y tras ello fue inmediatamente sacada de allí para que su entrenador pudiera tener unas últimas palabras con él antes del partido.
Era un cálido y soleado día, así que Eloise decidió ponerse un entallado vestido color esmeralda de media manga que le llegaba por encima de las rodillas, con unos escarpines y un bolso de mano a juego. Se había cambiado de atuendo cuando descubrió una guía de indumentaria adecuada incluida con su entrada, en la que se venía a decir: «Nada de chusma, por favor, estamos en Wimbledon». Aparentemente las minifaldas, las prendas que dejaban la tripa al descubierto, los vaqueros, las zapatillas deportivas, las cazadoras y los tops sin mangas eran todos atuendos inapropiados. También optó por recoger su cabello en una trenza baja, para el caso de que sus incontrolables rizos fueran también inaceptables y le denegaran la entrada. No quería causar una escena ni avergonzar a Iván.
A pesar de haber leído la guía de indumentaria, Eloise se quedó sorprendida al descubrir los atuendos tan formales de algunas de las personas que circulaban alrededor del recinto de los miembros de Wimbledon. Mientras trataba de fundirse entre ellos, se sintió como si estuviera adentrándose en un catálogo de Burberry.
Estaba estudiando minuciosamente su entrada para asegurarse de ocupar el lugar correcto, cuando escuchó de pronto una voz vagamente familiar que la llamaba por detrás.
–Elle, ¡aquí! ¿Eloise?
¿Elle? Solo una persona la había llamado así. Se dio la vuelta para toparse directamente con los cálidos ojos de Liam y su amistosa sonrisa.
–¡Dios mío, hola! ¡No creía que volvería a verte nunca!
–El universo trabaja de forma misteriosa. ¿Cómo estás?
–Bastante bien, gracias. ¿Y tú?
–Igual, aunque preferiría estar jugando la final.
–¿Tú juegas?
–Sí. –Se rio.
–Lo siento, no tenía ni idea.
–No tienes que disculparte, no preguntaste y yo no te lo dije. Además, la mayoría de la gente no había oído hablar de mí hasta anteayer. Si Borisov no hubiera tenido la energía y la experiencia para aguantar los cinco sets de la semifinal, hoy estaría jugando contra Nordstrom en la pista central. Pero así es la vida.
–¿Jugaste contra Iván? –Estaba asombrada.
–Sí, ya sabes, contra el Número Uno, presumiblemente la persona que has venido a ver –declaró con una sonrisa descarada.
Ella no supo qué contestar y decidió que lo mejor sería mantener la conversación centrada en él.
–Desde luego llevas muy bien lo de perder.
–Ese día di todo de mí, que es lo máximo que puedo esperar de mí mismo. Fue un gran esfuerzo, pero él es un gran jugador, obviamente. Es solo un juego, un juego que debo admitir que me habría encantado ganar; sin embargo, fue un buen partido y llegué mucho más lejos de lo que lo había hecho aquí hasta ahora, así que no puedo quejarme.
Recordó su actitud positiva cuando se conocieron en el pub, pero aun así sacudió la cabeza por la sorpresa.
–Desearía poder ser así.
–Sé que algún día llegará mi momento; este año no he alcanzado la final de Wimbledon, aunque tal vez lo haga el año que viene, ¿quién sabe? –Su sonrisa de alto voltaje se desplegó en todo su esplendor–. Oye, ¿vas a estar por aquí después? Me encantaría quedar contigo, pero ahora mismo mi entrenador está esperándome en la tribuna. Necesitamos analizar a mi contrincante al detalle.
–Oh, claro, por supuesto, me encantaría quedar. ¡Suena genial!
Pasar algún tiempo con alguien que no fuera ella sonaba demasiado bueno como para dejar pasar la oportunidad, especialmente con alguien como Liam.
–¡Excelente! –Sacó una tarjeta de su bolsillo trasero y se la tendió–. Llámame después del partido y veré si puedo encontrar algo más potente que beber que una pinta intacta. La semana que viene estoy libre, así que puedo dejarme llevar. –Su risa estalló en una sentida sonrisa.
–¡Claro! –Eloise bajó la vista a la tarjeta–. ¿Noah?
–Sí, ese soy yo. Liam Noah Levique. No usar mi nombre real me facilita seguir de incógnito cuando me encuentro con hermosas desconocidas. Además mi abuela siempre me llamaba Noah, así que se quedó como mi nombre tenístico.
–Bueno, eso tiene sentido. No estoy muy puesta en el mundo del tenis pero al menos he oído hablar de Noah Levique. Realmente le pusiste las cosas difíciles a Iván. –Sabía mejor que nadie lo cansado y dolorido que Iván se había quedado después de aquel brutal partido. Noah había ofrecido una lucha de titanes.
–Espero poder hacerlo de nuevo, solo que la próxima vez ganaré. –Le guiñó un ojo mientras un hombre con aspecto nervioso se acercaba desde la tribuna–. Me tengo que ir, luego te veo, Elle. Llámame. ¡Esta noche! –Acercó el dedo índice y el pulgar al lateral de la cara con el gesto de llamar y, una vez más, se alejó de ella con la incontenible energía de un cachorro excitado.
Eloise se llevó la tarjeta al pecho sin poder evitar sonreír al considerar la increíble coincidencia de que Liam fuera en realidad Noah Levique, un jugador de tenis profesional, y obviamente uno bueno. Jamás en un millón de años...
Escuchó por megafonía la educada invitación para que todo el mundo encontrara sus asientos lo más pronto posible y se sentó para ver su primer partido de tenis profesional.
La mujer sentada a su lado iba vestida de azul, con la cara pintada de azul y amarillo.
–¿Con quién va usted, Rusia o Suecia? –preguntó la mujer con fuerte acento americano.
–Rusia, ¿y usted? –contestó Eloise con una sonrisa dado que la respuesta era evidente.
–¿Con quién cree? Suecia, por supuesto. Con él en la cancha, el tenis se ha vuelto mucho más tórrido. ¡Cómo me gustaría que jugara conmigo! –Y tras decirlo lanzó un grito y agitó sus brazos al aire al tiempo que Stephan Nordstrom era presentado y entraba en la pista central para su primera final de Wimbledon.
Había algo abrumadoramente carismático en el tenista sueco y, por un segundo, todo lo demás pareció desaparecer cuando él entró en la pista. Eloise notó una fuerte atracción que le encogió el vientre. Y súbitamente sintió mucho más interés por el partido que estaba a punto de disputarse. Como el resto del público, contempló absolutamente fascinada a los dos jugadores estrecharse las manos y prepararse para el primer juego.
Ese día, en la pista central del All England Club, saltaba a la vista que cada jugador ansiaba el título con igual desesperación que el otro. Y sin lugar a dudas lucharían a muerte por conseguirlo.
Eloise apenas podía permanecer quieta en su asiento. Las punzadas de culpabilidad eran como esquirlas penetrando en su piel cada vez que se descubría más atraída por Nordstrom que por Iván; era difícil no estarlo. Sus remordimientos aumentaron cuando se encontró aplaudiendo espontáneamente un revés ganador que Nordstrom envió a la línea tras una épica carrera, casi chocando contra un juez de línea mientras la bola seguía su destructivo trayecto.
La respuesta de Nordstrom fue electrizante cuando lanzó sus puños al aire y soltó lo que recordó a un rugido de león. Iván permaneció tranquilo, inmutable ante el ímpetu del sueco al otro lado de la red, manteniendo su personal sello de calma y contención incluso cuando el marcador del quinto set subió a dos dígitos. Ambos jugadores continuaron como grandes profesionales delante de una cada vez más absorta multitud. Aparentemente el decoro lo era todo en Wimbledon, y los constantes recordatorios del juez de silla pidiendo silencio caían como un jarro de agua fría sobre el ánimo de la gente. Nadie se atrevía a aventurar de qué lado caería el partido, la emoción haciendo que todo el público estuviera literalmente sentado al borde de sus asientos, jadeando ante la demostración de fuerza y energía que se desprendía con cada punto.
La batalla de titanes se decantó en cuatro horas y cincuenta y tres minutos del lado de... Stephan Nordstrom, vencedor por vez primera en Wimbledon. Ambos jugadores se desplomaron de puro agotamiento antes de arrastrar sus torturados cuerpos hasta la red para darse la mano y saludar al juez de silla.
Stephan se quitó la camiseta, presumiendo de bronceado y moldeado torso y abdominales, lanzando ambos puños al aire y soltando otro poderoso rugido a la audiencia. El poder de su voz reverberó por todo el recinto, haciendo que la multitud rugiera en respuesta mientras lanzaba su camiseta y las muñequeras a las gradas.
Eloise se sentía tan cautivada como cualquiera, sus manos entumecidas de tanto aplaudir. Descubrir que Noah había llegado a las semifinales solo añadió nueva emoción al innegable interés despertado por el juego y, más particularmente, por su sistema de clasificación. La derrota de Iván no implicaba que dejara de ser el Número Uno, si bien significaba que, definitivamente, su puesto estaba amenazado.
Despreocupada
Iván entró en completa hibernación después de perder el trascendental partido. Su entrenador informó a Eloise de que no podría verle durante al menos dos días. Así pues, llamó ansiosa a Noah, sabiendo que no dejaba colgado a nadie y encantada de tener la oportunidad de verle de nuevo.
Estaba alojada en el Dorchester y se sintió feliz al ver a un muy marchoso Noah entrar en el vestíbulo llevando unos desgastados vaqueros rojos, una camiseta blanca con cuello en pico y una ajustada americana azul marino remangada a la altura de los codos. Se encontró a sí misma mirándole absorta, algo más que fascinada, atraída por su seguridad, sus largas zancadas y su musculoso cuerpo. La pilló un tanto desprevenida cuando él echó a correr hacia ella, la levantó del suelo con un fuerte abrazo, y la hizo girar antes de posar un beso en ambas mejillas.
–¡Estás que lo quemas! –fueron sus primeras palabras cuando la devolvió al suelo.
Eloise había dudado cómo vestirse y se había cambiado de ropa cinco veces antes de decidir en el último minuto ser atrevida, eligiendo un ajustado vestido de encaje color borgoña oscuro con cuello de barco, plisado por delante y, lo más importante, con un profundo escote por detrás. No tenía mucho pecho, pero se sentía cómoda en el vestido porque mostraba sus esbeltas y torneadas piernas y la musculada espalda.
Antes de que tuviera la oportunidad de responder a su cumplido, él se apropió de su mano.
–Deja que te saque de aquí y te lleve a algún lugar más adecuado para nuestra edad.
El uniformado portero hizo un ademán para llamar a un taxi negro y sostuvo la puerta abierta para Eloise mientras Noah daba la vuelta al coche y se acercaba al conductor tendiéndole una tarjeta.
–Perfecto, señor –contestó el chófer desde su asiento mientras Noah se acomodaba al lado de Eloise.
–Y bien, Liam-Noah, ¿de dónde eres?
–Ah, ya empieza la inquisición. Sabes que preferiría mil veces hablar de ti –replicó con una sonrisa.
–Ni hablar, ¡ya es hora de que contestes a algunas preguntas! Es lo justo.
–Está bien, está bien, me rindo. Mi padre es francés y mi madre australiana. Se divorciaron cuando yo era pequeño y me quedé a vivir con mi madre en Townsville, aunque pasaba las vacaciones con papá en Europa, lo que resultaba muy conveniente para competir en las categorías infantiles.
–Vale, tú..., bueno, no estoy segura de cómo decirlo...
–¿Vas a preguntarme por mi perpetuo bronceado? ¿Estás segura de que es políticamente correcto? –Sus hoyuelos demostraban que no le importaba hablar de ello y que se estaba divirtiendo.
–Digamos solamente que estás bellamente bronceado comparado conmigo.
–Desde luego. Pero eso no quiere decir que haya algo malo en tu delicada piel de alabastro. Solo necesitas mantenerte lejos del sol más que yo. –Mientras sostenía su mano en la parte de atrás del taxi, su pulgar acariciaba su palma y pudo sentir su calor a medida que un hormigueo comenzaba a subir por su brazo–. Mi abuela es aborigen, y por si aún no lo has deducido, de ella me viene mi excepcional sentido tribal del ritmo.
Eloise no pudo evitar reírse.
–¡Bueno, por supuesto! Me gustaría ver algún día algo de ese ritmo.
Nunca se había sentido tan cómoda hablando con un miembro del sexo opuesto. Su trato era tan fácil que se sintió completamente relajada, riendo y conversando sin ningún tipo de engreimiento o pretensión.
–Confío en que tengas oportunidad de verlo esta noche cuando pisemos la pista de baile. A menos que te refieras a mi tenis.
–¡Eres un descarado! Me gustaría ver ambos.
Se miraron el uno al otro y sonrieron, ambos presintiendo que su relación debía ir más allá de su fugaz y fortuito último encuentro.
El taxista giró por Kensington High hasta Derry y se detuvo. Noah pagó rápidamente y saltó del coche para abrir la puerta a Eloise y caminar juntos hasta el ascensor del Roof Gardens, el club en la azotea de Virgin.
Había oído hablar del club a alguno de los bailarines, pero nunca había estado allí antes. Era extraño haber vivido en Londres durante tanto tiempo y, sin embargo, constatar que aún le quedaba mucho por descubrir y experimentar.
–Normalmente no abren en domingo. Supongo que esa es una de las ventajas de estar patrocinado por Virgin –declaró con un pícaro guiño.
–¡Ah, ya veo! –Le devolvió la sonrisa.
–Vamos. –Agarró con fuerza su mano y se dirigió excitado hacia la barra–. Tommy hace unos cócteles buenísimos. Te lo presentaré.
Eloise no daba crédito ante el tamaño y la exuberancia del jardín de la azotea. La flora parecía brillar en tecnicolor contra el, de algún modo, monocromático paisaje de Londres.
Encontraron enseguida una mesa para dos en el jardín, y nada más sentarse, les sirvieron dos martinis franceses con pera acompañados de unos cuantos canapés y las felicitaciones del chef. Tal y como Noah había prometido, estarían bebiendo algo más fuerte que una pinta. Eloise no estaba acostumbrada a tomar alcohol, pero el refrescante sabor de la mezcla de vodka y champán se deslizó suavemente por su garganta, mientras su fluida conversación era constantemente interrumpida por las felicitaciones del personal, que obviamente conocía bien a Noah.
Las nubes grises del cielo se tornaron de un vívido naranja cuando el sol finalmente se ocultó en la suave tarde. Eloise no recordaba haber salido ninguna noche en la que se sintiera tan cómoda; aquella era una de las raras ocasiones en las que pudo tomar unas cuantas copas sin tener que preocuparse por su actuación del día siguiente. Y por ese motivo se bebió contenta su segundo martini cuando otra ronda de bebidas llegó a su mesa como por arte de magia.
–Y bien, ¿cuál es tu siguiente torneo en el calendario de tenis?
–Estaré por Londres una semana para ver a algunos amigos, antes de dirigirme a Hamburgo para el Campeonato de Alemania. Y luego me marcharé a América para preparar el Abierto de Estados Unidos.
–Veo que no te dan demasiado tiempo libre después de algo tan importante como Wimbledon.
–Supongo que no, aunque tú debes de vivir algo parecido, ¿no es así? Con tus actuaciones y los viajes.
Eloise se revolvió incómoda en el asiento. No había hablado con nadie de su marcha del Royal Ballet y no sabía bien cómo contarlo.
–Lo siento, ¿he dicho algo inoportuno? Es solo que cuando nos conocimos mencionaste la danza y los viajes... –Su voz fue desvaneciéndose–. ¿Es que ya no actúas?
–Bueno, ya no estoy con el Royal Ballet, así que ya no actúo como solía hacer...
–¿Y piensas contármelo o tendré que sobornarte con más martinis para sacarte la verdad? –preguntó bromeando, al tiempo que Eloise notaba el delicioso impacto del vodka filtrándose por su cuerpo.
Deliberadamente dejó su copa de nuevo en la mesa, y atrapó una gamba rebozada en coco para empaparla en la salsa que la acompañaba.
–¿Recuerdas que mencioné una decisión la tarde que nos encontramos?
–Pues claro, y hablaste de asumir riesgos.
–Pues bien, acabé asumiendo los riesgos y todo lo que venía con ellos. Y aquí estoy, ahora formo parte indirecta del mundo del tenis.
–¡Guau! ¡Espera un momento! ¿En serio? ¿No estabas allí para ver la final como otros miles de aficionados?
–No exactamente... –No estaba segura de hasta dónde se le permitía hablar de ello y además empezaba a sentir su mente un poco aturdida. Había firmado un acuerdo de confidencialidad como parte de los requerimientos de César y no quería estropear nada por hablar demasiado.
–Por el momento solo actúo para Iván –dijo tímidamente mientras miraba a Noah, que había arqueado las cejas ante su concesión–. Le encanta el ballet –añadió, como si aquello lo explicara todo.
–¡Vaya! Nunca he oído nada igual.
–Ya, a mí también me resultó extraño la primera vez, pero ahora estoy disfrutándolo. Cada vez que he bailado para él, ha ganado. Es decir, hasta hoy.
Se preguntó distraída cómo se estaría tomando Iván la derrota.
–Así que si me convierto en el Número Uno del mundo, ¿también bailarás para mí?
Se sintió tan desconcertada por la exactitud de su traviesa y despreocupada pregunta que estiró rápidamente el brazo para coger su martini y se lo bebió de un trago.
Noah pudo notar su incomodidad.
–Oye, no importa. Mientras tú estés contenta, no es de mi incumbencia. De verdad. –Estrujó su mano mientras ella trataba de rehacerse.
–Nada me hace tan feliz como bailar. Pero hoy estoy muy contenta de haber salido contigo –añadió sincera.
Noah intuyó que quería cambiar de tema, así que se secó la boca con una servilleta y aceptó contento su cumplido.
–Bueno, si bailar te hace feliz y a mí también, vayamos a mover el esqueleto con la música.
Si alguien diferente hubiera pronunciado esas palabras, Eloise habría pensado que era un anticuado, pero viniendo de Noah le parecieron adecuadas. No podía negarse que él era magnífico y adorable, y que la hacía sentir tan ligera y despreocupada como una pluma. Sabía que nunca podría negarle nada que pidiera con esa sonrisa, así que aceptó graciosamente su mano, y las siguientes horas se deslizaron en una divertida neblina.
* * *
A la mañana siguiente se despertó en su suite del Dorchester para descubrir dos sobres bajo la puerta. Abrió primero el que estaba encima, reconociendo el papel de escritorio de Iván. Por un segundo se preguntó si no se habría metido en problemas, pero lo apartó inmediatamente de su mente.
Regreso a San Petersburgo y no requeriré ninguna actuación tuya durante los próximos diez días.
El impersonal tono de la nota le sentó como un puñetazo en el estómago, aunque no debería sorprenderse; él nunca había sido muy hablador, o hablador en absoluto, para ser más exactos.
Eso significaba que tenía toda una semana para ella. No tenía ni idea de qué podría hacer con su tiempo, dado que una oportunidad así nunca se le había presentado.
El segundo sobre llevaba el membrete del Dorchester.
Hola, Elle:
Detesté tener que despedirme de ti anoche, así que estaba pensando que tal vez te gustaría que pasáramos algo más de tiempo juntos en Londres: ¿demasiado pedir, demasiado pronto, quizá? ¡Nunca lo sabré si no lo pregunto! En cualquier caso, llámame. Me encantaría verte de nuevo, más pronto que tarde.
Noah xox
Eloise no podía contener su excitación cuando le llamó para quedar. Problema resuelto. Como él había dicho, el universo trabajaba de forma misteriosa y ahora mismo parecía estar haciendo exactamente eso, ¡en su favor!
¿Amigos?
Noah y Eloise pasaron la siguiente semana navegando por los canales de Londres. Ella conoció a sus amigos, «los colegas», como los llamaba, en distintos pubs a lo largo de las vías fluviales, encontrándolos tan sencillos y modestos como él. Nadie hubiera adivinado que Noah era uno de los tenistas más importantes del mundo, escalando rápidamente los puestos de la clasificación gracias a su actuación en Wimbledon.
Eloise tuvo acceso a un mundo que nunca imaginó posible para un atleta profesional. Su vida en el ballet le había asegurado un comportamiento estricto y disciplinado consigo misma durante cada jornada –al margen de si tenía el día libre o no– y sus parones forzosos en verano solo significaban una oportunidad de entrenar más duro para asegurarse de ser siempre mejor que sus compañeras. Noah, por otro lado, bebía alegremente con sus amigos como si el tenis fuera la última inquietud de su mente, lo que le hizo preguntarse cómo alguien tan despreocupado tenía la energía que exigía la competición.
Durante su primera tarde juntos, vagueando bajo el sol, a Eloise le resultó imposible no admirar los mechones sueltos que acariciaban sus hombros y su delicioso cuerpo despojado de la camisa, mientras sus pies se columpiaban por la borda del barco. Ni siquiera se molestó en disimular sus miradas de reojo hacia él.
Cuando se encendió descuidadamente un cigarrillo como si no fuera importante, la mirada que le echó hizo que él estallara en carcajadas. Lo observaba, sinceramente sorprendida, mientras él inhalaba profundamente.
–¿Qué pasa? ¡No me digas que no has fumado nunca! –Dio otra calada y empezó a soltar anillos de humo hacia el agua.
Eloise se quedó sin habla. ¡Y aún más cuando él le ofreció probarlo!
–¿Y bien...? –Hizo una pausa para mirarla más detenidamente–. ¡Dios mío!, no has fumado nunca, ¿verdad? ¡Nunca has dado una sola calada a un cigarrillo! –Sacudió la cabeza incrédulo pero sonriente–. No es ilegal, ¿sabes?
Ella no supo si fue la mirada horrorizada que él vio en su cara lo que le llevó a apagarlo un tanto a regañadientes. Y al momento siguiente, en un rápido movimiento, a agarrarla, y dejar colgando la parte de arriba de su cuerpo sobre el agua mientras le sujetaba las piernas, mostrando una sonrisa gigante en su cara.
–No, Noah, no... –gritó, sin tener en cuenta quién había alrededor o lo que la gente pudiera pensar.
–¿Has fumado o no? –insistió él, amenazando con remojar esa pulcra y recatada actitud, ignorando totalmente sus gritos cuando su mata de pelo suelto se balanceó peligrosamente cerca de la fangosa agua.
–Noah, por favor, ¡podrías tirarme! –jadeó, mientras él cedía y tiraba de ella hacia arriba.
–Te prometo que nunca, nunca te dejaré caer, Elle.
En vez de soltarla, la llevó a la cabina, lanzándola suavemente sobre la cama y sujetando sus brazos a los lados mientras se sentaba a horcajadas sobre su cuerpo. Le hizo cosquillas sin piedad hasta que ella no pudo aguantar más, su risa histérica reemplazando cualquier rastro de nerviosismo al suplicarle que parara. Nunca la habían tratado así, al haber crecido sola sin familia o primos cercanos.
Se miraron el uno al otro a los ojos mientras se tomaban un momento para recuperar el aliento.
–Daría cualquier cosa por besarte ahora mismo. –Inclinó la cara hacia ella, y justo cuando sus suaves labios rozaron los suyos, ella volvió la cabeza. Él se la giró de nuevo para encontrarse con su mirada escrutadora.
–Lo siento, no puedo... Sería ir demasiado lejos...
La atracción mutua había resultado evidente desde la primera noche, pero hasta ese momento había sido algo tácito. Aunque el deseo de Eloise parecía haberse intensificado desde que empezó a verse con Noah de nuevo, había hecho todo lo posible para enterrarlo. Nunca, en las pocas relaciones que había tenido, fue ella la que dio el primer paso –no era su estilo y el potencial rechazo siempre le causó no poco temor–; sin embargo, esta vez sabía que no podía hacerlo aunque quisiera. Pese a ser muy consciente de que ya nada sucedería con Iván, habría dado cualquier cosa por decirle sí a Noah, ahí mismo, en ese instante, y llevar su relación al siguiente nivel. Pero por nada del mundo quería enfrentarse a la cólera de César, por no mencionar la idea de ir despidiéndose de su futura independencia financiera. La cláusula de su contrato sobre mantener relaciones sexuales con cualquiera que no fuera el Número Uno era muy clara al respecto y estaba siempre presente en su mente; simplemente no merecía el riesgo.
Con un suspiro, Noah se dejó caer junto a ella en la cama, colocando sus manos bajo su cabeza y mirando al techo, súbitamente inmerso en sus pensamientos.
–Te has quedado muy callado. –Eloise no sabía qué decir, pero al menos buscaba algún tipo de respuesta.
Él giró sobre un costado, mirándola, y empezó a jugar con su pelo. Sus cuerpos muy juntos pero sin llegar a tocarse, pese a que sus pies estaban cómodamente entrelazados entre sí.
–No sé bien qué decir. Pensé...
–Noah, no es por ti. Me encantaría, de verdad. Es... demasiado complicado. –No pudo evitar tensarse al pronunciar estas palabras.
–Deja que adivine: complicado en un sentido que no puedes explicar. –No pudo ocultar la decepción de su voz, lo que la entristeció profundamente.
–Daría cualquier cosa por que mi situación fuera diferente, pero es como es y tengo que cumplir el acuerdo que firmé.
–¿Estás con Iván? ¿Es algo más que solo ballet?
–No. Solo bailo para él, pero... –Se sentía perdida sobre cómo explicarle todo sin revelarle los detalles. Unos detalles que no estaba autorizada a divulgar.
–Nunca he conocido a nadie como tú. Eres tan hermosa, vivaz, elegante, y tan increíblemente sexy y..., ¿qué palabra estoy buscando?, ah, sí, pura al mismo tiempo. ¿Cómo podría olvidarlo? Es una mezcla letal para cualquier chico. –Sacudió la cabeza, consternado.
–Noah, yo pienso lo mismo de ti, pero ahora mismo no puedo hacer nada al respecto. Te lo prometo, lo haría si pudiera.
–¿De verdad? –Sus ojos miraban esperanzados y su pícara sonrisa regresó cuando añadió–: ¿Crees que soy puro?
Se rio, pellizcándole ligeramente en el brazo, mientras él rodaba sobre su cuerpo fingiendo estar dolorido.
–¡Muy gracioso! –replicó–. Pero no, no soy tan pura como crees, solo porque nunca he fumado. Y además, ¡como atleta no deberías fumar, nunca! Especialmente si quieres llegar a ser el Número Uno.
–Todo lo que sé es que no me había sentido así con nadie, nunca.
Enfatizó la palabra del mismo modo que había hecho ella. Ninguno de los dos pudo ocultar su sonrisa.
–Y por cierto, ¿qué te hace pensar que quiero ser Número Uno?
–¿Por qué juegas entonces si no quieres ser el mejor?
–Soy joven, y bueno en el tenis, lo que es una suerte porque me encanta jugar. Viajo por todo el mundo, otra cosa que me encanta. Tengo grandes amigos en el circuito. La vida es buena, mucho mejor de lo que esperaba. Supongo que hasta que no me enfrenté a Iván, nunca creí que pudiera llegar a estar entre los diez mejores y ahora eso podría ocurrir. –Sacudió la cabeza con incredulidad y la miró directamente a los ojos–. ¿Por qué crees que debería tomármelo más en serio?
–Suena como si no hubieras tenido que esforzarte demasiado para llegar a esta posición.
–No me malinterpretes, me encanta ganar y trabajo duro cuando hay que hacerlo, pero supongo que no he sentido el deseo de tomármelo más en serio. Hay mucho que perder cuando uno se implica tanto en el tenis, ¿sabes?
–Simplemente no puedo imaginar no querer ser el mejor en tu campo.
–Bueno, tal vez tú seas la motivación que me había faltado hasta ahora, señorita Lawrance.
–Y tal vez tú seas lo que necesito para relajarme y disfrutar un poco más de la vida, para no tomarme las cosas tan en serio... –reflexionó.
–¿Lo ves?, podríamos ser la pareja perfecta si tan solo nos dieras una oportunidad. –Se rio antes de recoger un mechón suelto de su cabello y colocárselo detrás de la oreja–. Y bien, ¿vas a decirme cómo te sientes o prefieres evitar el tema?
–Aunque lo hiciera, ¿de qué iba a servir? No cambiaría nada... –Suspiró descorazonada por el giro de los acontecimientos. Su corazón y su cuerpo se morían por su tacto, pero su mente estaba decidida.
Trató de incorporarse pero él apretó su mano con fuerza, asegurándose de que siguiera tendida junto a él en la cama.
–Deja que te lo pregunte de otra forma, entonces. Si no tuvieras esa «complicación», ¿querrías estar conmigo?
Eloise apartó la mirada. Sinceramente no sabía qué decir. Por supuesto que quería estar con él, se sentía atraída por él de todas las maneras posibles. Sentía que habían pasado siglos desde la última vez que estuvo con un hombre. Y ahora, ante sus ojos, a menos de un palmo, pero totalmente fuera de su alcance, estaba el inimaginable oasis de Noah. Él era como el chocolate con leche y el sol mezclados en un apetitoso paquete: el chico más divertido, sencillo, juguetón y cariñoso que había conocido nunca. Tenía un cuerpo tan esculpido y musculado como el de cualquier bailarín y, además, no podía negar que la idea de intimar con él le resultaba más excitante que cualquiera de sus sueños más salvajes. Él era todo lo que había esperado y más. Ansiaba poder decirle que sí, pero las reglas de César estaban muy claras, ¿qué pasaría si lo descubriese? Se quedaría sin contrato y sin ballet. No podía decidir si contestar con la cabeza o con el corazón, temiendo que al final sería traicionada por los dos. Decirle la verdad no era una opción y lo último que quería era herir a Noah.
–¿Elle?
Ella acarició su mejilla con la mano, dejando que sus dedos se detuvieran sobre sus apetitosos labios, lo que resultó todavía más frustrante para ambos al no poder llevar las cosas más lejos.
–Créeme, me encantaría estar contigo, Noah, pero solo cuando llegue el momento adecuado. –Su corazón y luego su cabeza sintieron que esa era la respuesta correcta.
–¿Y cuándo será eso? –La presionó para que diera una respuesta sujetando sus dedos y besándolos suavemente.
–Ahora no, Noah. No puedo... Lo siento mucho, me gustaría que las cosas fueran diferentes.
Las lágrimas empezaron a agolparse en sus ojos ante su disgusto por rechazar a ese maravilloso hombre.
–Está bien, está bien. Pero no sabes lo difícil que ha sido para mí mantener mis manos apartadas de ti desde el momento en que nos conocimos en el pub.
–¡Y crees que hasta ahora lo has hecho! –Levantó la mano, aún apretada en la suya para demostrar su argumento y aligerar su ánimo.
–Bueno, otras partes de ti. –Se rio en un intento por disimular su propia decepción.
–Me gustaría que fuéramos algo más que amigos, Noah, yo tampoco me había sentido nunca así. Es solo que durante los próximos dieciocho meses..., bueno, el compromiso que he firmado debe tener prioridad...
–Pero no debo rendirme, ¿basta con esperar un tiempo?
–Bastante tiempo, pero sí, me sentiría desolada si renunciaras a mí.
–¡Entonces no lo haré, nunca! –La hizo rodar y le dio una juguetona palmada en el trasero–. Salgamos a correr.
–Lo que tú digas.
Con la tensión sexual aún rezumando entre ellos pero sabiendo que ahora la atmósfera se había aclarado, Eloise se sintió más que dispuesta a unirse a él para correr y aliviar parte de la frustración acumulada entre sus piernas.
Casta
Había solo una cama en la estrecha cabina del barco, y cada noche la compartían únicamente para dormir. La mayoría de las tardes las pasaban hablando hasta bien entrada la noche, quedándose finalmente dormidos cogidos de la mano, sus cuerpos apenas tocándose, frustrados pero prefiriendo estar cerca. Eloise se sentía totalmente dividida entre su admiración por la caballerosidad y la heroica contención de Noah, tras su insistencia de no llevar la relación más lejos, y el deseo desesperado de que la tomara de forma salvaje, de no ser por César. Sus sentimientos fluctuando a cada momento entre las dos opciones, pero finalmente agradecida por que él respetara sus deseos con esa entereza, a pesar de que ambos se negaban a sí mismos el alivio sexual que tan fervientemente deseaban.
Tumbada en la cama con su pijama de verano –una camiseta de tirantes y un pantalón corto–, Eloise disfrutaba observando a Noah quitarse la camisa antes de tenderse junto a ella. Aún se sentía fascinada por tenerlo tan cerca cada noche, y aprovechaba cualquier oportunidad para contemplar su torneado torso, sabiendo que ir más allá estaba estrictamente prohibido. Aunque había tenido algunas relaciones sexuales con anterioridad, esa pequeña intimidad que compartía con Noah le parecía mucho más significativa, aunque físicamente insoportable.
–Tus ojos parecen estar perdidos, Elle, como si estuvieras a miles de kilómetros de distancia –le dijo una noche.
–Estaba distraída por ti –replicó mientras él saltaba a su lado.
–Estaría más que dispuesto a distraerte un poco más, solo dime cuándo. –Su mano se deslizó hasta su rodilla.
–Noah, ¡sabes lo duro que esto es ya para mí! –Le retiró de mala gana la mano y en su lugar acarició suavemente el tatuaje de su hombro, una figura de cuatro lados semejante a un nudo–. ¿Lo llevas hace mucho tiempo? –preguntó.
–Casi cinco años, creo. Me lo hice cuando tenía diecinueve.
–Me gusta su simetría. ¿Tiene algún significado especial?
–Se llama Mpatapo, un símbolo de paz y reconciliación del África occidental. –Sonrió ante la curiosidad de sus ojos mientras ella lo acariciaba una vez más–. Me lo hice cuando mis padres superaron sus diferencias y volvieron a ser amigos. Siempre quise tener un tatuaje y es un útil recuerdo para ellos cada vez que empiezan a pelearse como niños; lo único que tengo que hacer es mostrar mi hombro y se paran. Tenerles a los dos del mismo lado ha tenido un profundo impacto en mi tenis, así que ahora se comportan amigablemente en aras de un bien mayor.
–Es extraño, yo nunca tuve padres pero siempre me imaginé unos de cuento. Ya sabes, una madre y un padre que se querrían el uno al otro hasta el día de su muerte. No unos que se odiaran entre sí.
–Bueno, prefiero tener a mis padres a no tener ninguno, eso seguro. Debió de ser muy duro para ti...
–Es difícil de explicar, pero uno no añora lo que no conoce y experimenta. A veces me siento muy sola y vacía; otras no pienso en ello hasta que algo dispara el sentimiento de no haber pertenecido nunca a nadie ni a nada. El ballet ha sido lo más cercano que he tenido nunca a una familia, y me aparté de ello. Pero una vez más, de no haberlo hecho no te habría conocido... –Sonrió y luego bostezó, apoyando su cabeza cerca de su pecho para poder quedarse dormida con el latido de su corazón.
Él mostró una sonrisa sincera, retorciendo entre sus dedos un mechón de su largo y voluminoso cabello y maravillándose ante su belleza interior y exterior mientras ella dormía a su lado. Se preguntó cuánto tiempo tendrían que esperar para estar juntos. Pero estaba seguro de una cosa: sería cuándo, y no si estaban juntos. Porque muy en el fondo sabía que había encontrado su alma gemela.
Ese pensamiento le proporcionó un gran consuelo a medida que la calidez del cuerpo de Eloise y el suave balanceo del barco en el canal lo fueron acunando hasta dormirse.
En su última parada antes de volver a Londres visitaron Oxford, y Noah sorprendió a Eloise regalándole una bola de nieve. Dentro de la esfera había un barco flotando en el canal con un chico, una chica y un perro sentados en el techo.
–¡Igual que nosotros!
–Lo sé, por eso no pude resistirme a comprarlo.
–Ahora lo único que necesitamos es un perro.
–Algún día... ¿Quién sabe?
–Gracias, Noah. Lo conservaré siempre.
–Lo mismo que yo haré contigo.
Eloise se sintió tan conmovida por el inesperado regalo de Noah que no pudo evitar dejar escapar una lágrima. Echó sus brazos alrededor de su fuerte cuello y enterró el rostro en su pecho, no queriendo soltarlo nunca. Los regalos habían sido escasos y muy espaciados en la vida de Eloise; cada nuevo cumpleaños reforzando su sensación de estar sola en el mundo.
Aunque un tanto sorprendido por la fuerza de su reacción, Noah la estrechó con fuerza contra su cálido cuerpo. Su abrazo fue largo y significativo, ya que su tiempo de navegar juntos por los canales había llegado a su fin.
Eloise se había sentido más feliz que nunca durante esa semana, y la visión de la bola de nieve le dio esperanzas para el futuro, uno que podrían compartir. Sabía que cada vez que la mirara, recordaría lo bonita que había sido su relación con Noah. Él había traído la luz del sol a su vida. Esa noche, dio vueltas sin conseguir dormirse, agradecida por la buena suerte de haber podido pasar ese tiempo con él.
Siempre se había preguntado cómo sería sentirse querida, y con Noah se sentía más especial y aceptada de lo que había estado nunca. Era un sentimiento que esperaba que perviviera dentro de ella durante mucho tiempo.
Al final de los castos y, a la vez, amorosos días que pasaron juntos, ambos sabían que, de haber sido otras las circunstancias, se habrían convertido en algo más que amigos. Pero teniendo que contentarse con una simple camaradería –al menos por el momento– se dijeron adiós, con la confianza de que sus caminos volverían a cruzarse al otro lado del Atlántico, más pronto que tarde.
Durante sus largas y significativas conversaciones a lo largo de la semana, Noah había detectado una extraña corriente subyacente con relación al acuerdo de Eloise con Iván y su implicación con el tenis, pero respetó su necesidad de privacidad y no la presionó para averiguar más detalles. En su lugar, la animó a ser auténtica con sus pasiones y perseguir sus sueños en cuanto estuviera lista. Algo que se prometió a sí mismo ayudarla a conseguir.
A pesar de que Eloise nunca había tenido una amiga íntima, sabía que había secretos que no debían compartirse hasta llegar el momento oportuno, e intuía que revelar más detalles sobre su relación con Iván entraba dentro de esa categoría.
Lo que no advirtió durante esa semana perfecta con Noah fue al fotógrafo que les había estado siguiendo discretamente, captando cada instante que pasaron juntos.