Prólogo

 

César

 

Antony César King era uno de los hombres más adinerados de Gran Bretaña. Entre sus principales negocios figuraban los casinos y hoteles, aunque también era igualmente conocido por sus despiadados tratos en inversión inmobiliaria y su afición a las apuestas muy altas. La joya de la corona de su imperio económico –a la que dedicaba una desproporcionada cantidad de su limitado tiempo– era la firma que había creado desde cero: El Filo. Una agencia deportiva líder mundial, responsable de gestionar las carreras globales de los atletas más influyentes y con más tirón comercial. César poseía un instinto natural para identificar talentos emergentes, así como los recursos financieros para respaldar a aquellos a los que daba una palmadita en el hombro.

Los atletas sabían que si El Filo les representaba estaban en la senda del éxito. Decir «no» a César era comparable a despedirte de tu carrera deportiva y caer en el olvido. No solo era un negocio altamente lucrativo, sino que también había encumbrado a César como el eminente «promotor y agitador» de la industria. En los acontecimientos deportivos de élite que se celebraban por todo el mundo podía reconocérsele fácilmente por su extravagante forma de vestir, acompañada de una personalidad a juego. La gente le adoraba o le odiaba, pero era tal su magnetismo que todos se sentían atraídos hacia él como polillas a la luz. Poder y superioridad emanaban de cada gesto que hacía y del tono de cada palabra que decía. Y, sin ninguna duda, disfrutaba de la autoridad que ejercía y la atención que suscitaba. De hecho dependía de ello para su continuo éxito.

* * *

 

Su padre, Antonio Tony King, era un hombre hecho a sí mismo. Italiano y de origen humilde, Tony había emigrado a América después de la guerra. Había empeñado sus escasas pertenencias para jugárselas al Blackjack, ganando lo suficiente para reiniciar su vida en el nuevo mundo. Era un jugador concienzudo, deseoso de apostar en empresas de alto riesgo. Y, contra toda probabilidad, ganó significativamente más dinero del que perdió.

El segundo nombre de Antony hijo era un tributo directo a una noche especialmente afortunada en el César Palace de Las Vegas. Durante unas pocas rondas de póquer, Tony se vio desafiado a apostar todas sus ganancias en la mesa de la ruleta.

Con esa descuidada arrogancia del hombre que no tiene nada que perder, apenas miró la rueda donde números y colores giraban hacia la posible ganancia o pérdida de una enorme suma. En su lugar, una belleza alta y rubia situada a pocos metros capturó su atención. Con un pícaro guiño de ojos le pidió que se acercara, susurrando en su oído que ella era su amuleto de la suerte. Solamente cuando ella le devolvió la sonrisa, permitió que sus ojos regresaran a la pequeña bolita de plata que se dirigía lentamente hacia el trece negro como si estuviera magnéticamente atraída por el número.

La bolita cayó en la casilla y la multitud congregada alrededor de la mesa prorrumpió en aplausos mientras Tony se alejaba un millón de dólares más rico. Aceptó airosamente las envidiosas felicitaciones de aquellos que le rodearon y el ascenso de categoría hasta la suite Emperador ofrecida por el director del hotel. Sobra decir que le faltó tiempo para llevar a la cama a la increíble muñeca rubia que se sintió más que feliz de acompañarle y compartir sus recién adquiridos fondos en la suite.

Unas semanas después, Tony se quedó perplejo al conocer la noticia del embarazo de la joven pero, en vista de que la concepción tuvo lugar en la noche más afortunada de su vida, decidió que el destino le estaba enviando una señal definitiva. La chica no tenía ningún interés en ser madre en el mejor momento de su juventud y belleza, de modo que le hizo una oferta que cualquier joven estudiante con una importante deuda universitaria hubiera encontrado difícil de rechazar. Un niño sano y fuerte fue traído al mundo y, una vez realizados los obligados tests de paternidad, la madre biológica aceptó de buena gana la suma de dinero que habían acordado, concediéndole a Tony la custodia completa de su único hijo y desapareciendo de sus vidas para siempre.

A César no le faltó de nada durante su juventud, ya que fue criado para ser el heredero del trono financiero de su padre, convirtiéndose en el auténtico amor en la vida de este. Tony estaba decidido a que César tuviera todos los refinamientos de los que él había carecido en su humilde crianza en Italia. De modo que fue inevitable que Tony eligiera el prestigioso colegio de Eton, de seis siglos de antigüedad, para educar a su único hijo. Afortunadamente el colegio no puso reparos en aceptar el ostentoso y recién adquirido dinero de Tony.

César fue un alumno sobresaliente, destacando especialmente en matemáticas por encima de otras materias. Aunque ganó diversos premios matemáticos por toda Europa y fue el jugador más joven en representar a Inglaterra en un campeonato de bridge, el chico no entendía a cuenta de qué venía tanto alboroto. Para él todo era tan sencillo y natural como respirar.

No fue hasta que descubrió el juego del tenis en su primer año de secundaria, cuando conoció lo que era su verdadera pasión. En su mente el tenis era el deporte más completo, empequeñeciendo a todos los demás. La idea de que un torneo de Grand Slam quedara reducido a dos jugadores tras quince días de competición le intrigaba. Solo un jugador podría sobresalir, ser más inteligente y ganar al otro. No había compañeros de equipo con quienes comentar, en los que apoyarse o a los que culpar; solo dos jugadores luchando en la pista, unidos únicamente por las reglas del juego.

Para ganar había que tenerlo todo: energía mental y física, destreza, consistencia, tenacidad y, lo más importante, una absoluta confianza en uno mismo, en la merecida victoria y en reunir la capacidad para ello. Pues al final solo una persona se llevaría toda la gloria.

El tenis cautivó a César como ningún otro deporte lo había hecho. Se le metió bajo la piel. Se sentía más vivo viendo Wimbledon que en cualquier otro momento de su escolarización. Era como si de alguna forma perteneciera a ese mundo.

A partir de ese momento, César concentró gran parte de su energía en el juego del tenis, e incluso llegó a estar con quince años entre los cien mejores tenistas en la categoría cadete del circuito, aunque por poco tiempo. La mala suerte quiso que un accidente de esquí le dejara la rodilla dañada e imposibilitada para soportar las duras exigencias del juego. Aunque se sintió amargamente decepcionado, la lesión no desterró ni disolvió su interés por el tenis. No se había perdido ningún torneo de Wimbledon desde su primer año en Eton, y no pensaba perderse ninguno en el futuro.

De hecho, el accidente le espoleó para involucrarse en ese deporte de otras formas, activando su interés por los jugadores que ascendían de categoría en el ranking. Conocía personalmente a muchos de los tenistas y comenzó a aprender aquello que les motivaba, cuándo tenían días buenos o no, y de dónde derivaba el deseo de ganar.

De pronto el juego le intrigó por razones completamente diferentes, como si su cerebro matemático se hubiera apoderado de él, lo que le llevó a desarrollar un programa llamado «Torneos Júnior» para apostar por cada uno de los jugadores. Su padre le apoyó sin rodeos organizando su primera incursión en las apuestas deportivas. Tuvo tanto éxito que Tony aplicó una fórmula matemática similar para identificar las arbitrarias oportunidades de los deportes profesionales y el dinero empezó a llegar a espuertas a sus cuentas. ¿Por qué?, le preguntaron algunos. Su padre simplemente respondía: «Porque es el destino de César. Nació bajo una estrella en la que ganar es el único camino». César adoraba a Tony, y lo que más le importaba en su vida era continuar haciendo que su padre se sintiera orgulloso.

* * *

 

Ahora César tenía poco más de cuarenta años, y aún seguía asistiendo a todos los torneos de Grand Slam, sin dejar de lucir nunca sus llamativos pañuelos y corbatas que complementaban sus impecables trajes confeccionados a medida y sus brillantes y lustrosos zapatos. Se propuso establecer una conexión con cada uno de los jugadores de la lista de los diez mejores del mundo, inventando razones para reunirse con ellos con cierta regularidad. De esa forma consiguió conocerlos personalmente –al igual que algunos apostadores de carreras de caballos construían cámaras de vapor en sus casas para conocer mejor a los jinetes–, y gracias a esa estrecha asociación pudo captar a la mayoría de los jugadores punteros para su agencia de élite.

A pesar de que El Filo empleaba a personal dedicado a cuidar de cada capricho de sus clientes y de los detalles de patronazgo, a César le gustaba proporcionar un servicio más personalizado. Le parecía muy importante que los jugadores tuvieran acceso directo a él, no una relación meramente contractual sino una asociación identificable. Y para ello les ofrecía excelentes tarifas para hospedarse en sus lujosos hoteles y ser vistos en sus elegantes establecimientos de ocio y juego, generalmente en su compañía.

Su motivo era indiscutiblemente doble. No solo obtenía un gran placer personal al estar directamente conectado con las estrellas más importantes del tenis, sino que también le aportaba una buena perspectiva de sus negocios, permitiéndole tener el control definitivo sobre los jugadores que respaldaba.

Pero, por encima de todo, le apasionaba comparar sus automatizados modelos de apuestas con su intuición personal de las capacidades de cada jugador y su estado mental. Por eso disfrutaba tanto con las obscenamente altas cantidades apostadas con sus amigos millonarios en su secreto Club Cero, llamado así por los ceros que acompañaban cada transacción, a menudo a la par con el tamaño del ego de los que las hacían. El modo de jugar de César respondía a una información tan exhaustiva como fuera posible, dado que en algunas ocasiones se ponían en juego compañías enteras. Compañías que César perseguía estratégicamente para su imperio en constante expansión.

La otra gran afición de su vida que le tenía enganchado –fuera de sus negocios– era su interés filantrópico por el Royal Ballet. Algunos lo llamaban su hobby. La belleza y los elegantes movimientos de las bailarinas le procuraban una sensación de serenidad que no experimentaba en ninguna otra parte. ¿Sería tal vez una forma de suplir la carencia de energía femenina en el dominante y machista mundo de su padre? Nadie lo sabía con certeza... pero, en todo caso, sus sustanciosas contribuciones a la Fundación Benevolente de Ballet le habían granjeado una prestigiosa invitación para convertirse en miembro de su Patronato. La aceptación de ese cargo suponía tener acceso a la alta sociedad londinense, por no mencionar la asociación con la aristocracia: lores, baronesas e incluso su Alteza Real el Príncipe de Gales y su Majestad la Reina (que lamentablemente no tenía ningún interés por el tenis pero, por el contrario, era una ávida mecenas de las artes).

Para conocer a César había que saber tres cosas. Primero, que su padre era su máximo modelo a seguir en la vida. Segundo, que el tenis era su mayor pasión, y tercero que su amor por el ballet era su mayor pasatiempo. Al margen del resto de las cosas agradables que su cuenta corriente podía permitirle, miraba todo lo demás con absoluto desdén.

Eloise

 

Para los integrantes del mundillo, Eloise Lawrance era la estrella ascendente con más posibilidades de triunfar en el ballet inglés, y acababa de ser seleccionada para interpretar el papel de primera bailarina en El Lago de los Cisnes. Sus movimientos eran técnicamente perfectos, su cadencia precisa y, dada su juventud, quizá podría perdonársele una cierta falta de pasión o alma en sus, por lo demás, perfectas actuaciones.

Eloise era especialmente hermosa, aunque ella solo veía sus imperfecciones. Hombres y mujeres se sentían atraídos por igual por su frágil brillantez, aunque ella nunca advertía sus atenciones. Deseaba que sus dedos fueran un poco más largos y sus pies más delicados pero, sobre todo, ansiaba que su cabello fuera más manejable y liso, motivo por el que raras veces lo llevaba suelto. Su suave piel traslúcida solo le causaba frustración, ya que nunca podía exponerse al sol sin que le salieran pecas, y creía que sus ojos color aguamarina eran demasiado grandes para su rostro en forma de corazón, en lugar de verlos como su rasgo más distintivo. Al menos su cuerpo había demostrado tener excelentes proporciones para una bailarina, aunque hubiera preferido ser un poco más alta.

No obstante, Eloise hacía mucho tiempo que había renunciado a tener todos los derechos sobre su propio cuerpo. Su dieta era estrictamente controlada por otros, manteniendo un delicado equilibrio entre su miedo a engordar siquiera un kilo, y la necesidad de asegurarse la energía suficiente para resistir las exigentes doce horas diarias de entrenamiento. Adepta a ser pesada, pinchada, chequeada y examinada con regularidad, estaba más que habituada a desentenderse de su forma física. Cada una de sus medidas debía ser registrada al detalle, incluso la de «punta a punta» (la distancia entre sus pezones), para ser anotada en cada nueva representación del ballet. Le gustaba la forma en que los otros la controlaban, pues así solo tenía que centrarse en su arte, la única forma de dar salida a su creatividad. En su mente, su cuerpo era solo un medio para un fin; simplemente un instrumento que le permitía bailar.

Eloise era tranquila y reservada, no especialmente tímida pero tampoco muy sociable. Aunque se mostraba amistosa en su charla, prefería guardarse para sí misma y no tenía demasiados amigos. Estar en el ballet significaba que su oportunidad de forjar una auténtica amistad era limitada, pues en su mente las otras bailarinas constituían potenciales amenazas que podían acabar con su sueño, algo que estaba firmemente decidida a defender. Llevaba refugiada en el reino del ballet más de una década, lo que la había protegido de la dura realidad del mundo exterior. Había experimentado ese mundo en su infancia y no tenía ninguna intención de visitar de nuevo un lugar tan despiadado.

De modo que nunca levantaba la voz ni causaba problemas y, en su lugar, prefería concentrarse en escuchar atentamente lo que se exigía de ella. Apreciaba la serena pasividad de amoldarse a los estrictos requerimientos de sus maestros de baile, con el objetivo de superar siempre sus exigentes pautas. Y desde su perspectiva, esa sumisión finalmente había dado resultado.

A principios de ese año, Eloise había sido orgullosamente anunciada como Primera Bailarina del Royal Ballet. Todo por lo que había trabajado con extrema concentración y dedicación física había sido finalmente valorado por sus estimadas profesoras y maestros de ballet, y respaldado por el Patronato. El esfuerzo por ganar semejante reconocimiento le había proporcionado el aliciente para conseguir estar lo más cerca posible de la perfección desde que llegara como alumna a la escuela del Royal Ballet con doce años. Durante su adolescencia trató de no hacer demasiada vida social si eso interfería con sus estudios, sucumbiendo raramente a potenciales pretendientes que, sin duda, la hubieran distraído de alcanzar su sueño.

Ahora ella –y todos los demás– sabían que su dedicación al arte del ballet había merecido la pena. Porque ella era la mejor; la Número Uno. Todas las demás chicas aspirarían a ser como ella, a actuar como ella, a bailar como ella, a ser ella. Y eso le confería una identidad que no había tenido nunca. ¡Y le encantaba!

Pero a pesar de haber alcanzado la cima de todo lo que jamás soñó conseguir, antes de cada actuación el miedo a perderlo todo trepaba insidiosamente por sus pensamientos. Afortunadamente, se había acostumbrado a forzar su mente hacia el exterior, a centrarse en la salva de aplausos que surgiría desde la oscuridad de las butacas del teatro al final de cada acto, en las bonitas flores que recibiría al final de la representación, en lugar de en los solitarios huecos de su vida emocional. Después de todo, mostrar miedo era admitir debilidad, algo que ella veía como una peligrosa imperfección. Y la imperfección era algo que una prima ballerina no podía permitirse.

Al contemplarse en el espejo la noche del estreno de El Lago de los Cisnes, tuvo la visión de aquello en lo que estaba a punto de convertirse en el escenario. Había descartado las amplias prendas de algodón que normalmente cubrían cada centímetro de su femenino cuerpo, y su salvaje y cobriza melena estaba ahora prietamente recogida e irreconocible bajo un elaborado tocado. Le gustaba el hecho de que sus atrevidos labios estuvieran artificialmente rojos y sus ojos aguamarina enterrados bajo una espesa capa de maquillaje negro. El tocado acentuaba su cuello largo y esbelto, como debía de ser el de un cisne, y su llamativo atuendo de plumas le daba, milagrosamente, las cualidades del ave que los espectadores verían flotar en escena. Y aunque era pequeña, un metro sesenta y cuatro centímetros, sabía que se volvería más grande que la vida a fin de hacer lo que el ballet requería de ella.

Había partido de la nada para convertirse en la persona más reverenciada en cada actuación. Vivía para esa sensación y solo por ella. Cuando bailaba bajo las candilejas se sentía más cerca de casa de lo que nunca había estado. Era la única sensación de pertenencia que había experimentado nunca, y se aferraba a ella con uñas y dientes. Fracasar ahora, cuando había alcanzado la cima de su carrera con veintidós años, la destruiría. Fracasar era intolerable. Había dedicado su vida a la perfección y ya no había vuelta atrás.

Así que apartó sus dramáticos ojos de la visión del espejo cuando le dieron aviso de que debía salir al escenario, y completó el ritual que realizaba antes de cada actuación. Se sentó, colocó ambas manos encima de una pequeña y desgastada caja de música y cerró los ojos. Después de un momento de sosegada meditación, abrió la caja y observó a la pequeña bailarina girar una y otra vez bajo la melodía de «La bailarina de la cajita de música».

Eloise se veía a sí misma como aquella diminuta bailarina que solo cobraba vida cuando la cajita se abría, proporcionándole la oportunidad de bailar. Absorta en la música y en las pequeñas piruetas de la bailarina, se transformaba en la trágica heroína Odette, perdiendo toda consciencia de sí misma en el proceso.

Se dio la vuelta, y se encaminó hacia el escenario para ofrecer la actuación de su vida a sus muchos admiradores, sabiendo que la cajita de música solo se cerraría cuando el telón cayera y volviera a ser guardada a buen recaudo hasta la próxima vez.

Ballet

 

La relación de César con Iván Borisov se remontaba a los días en los que Iván era campeón júnior de tenis. Ahora Iván era el Número Uno en el ranking de la Asociación de Tenis Profesional (ATP), un puesto que ocupaba desde hacía dos años y medio. Iván era cliente de El Filo, pero su pasión por el ballet –tan insaciable como la del propio César– garantizaba que su amistad fuera mucho más allá de la habitual conexión que César compartía con otros jugadores de élite.

Iván llevaba el ballet en la sangre, motivo por el que César encontraba sus conversaciones sobre el tema tan interesantes. La madre del ruso había sido prima ballerina en su juventud y aún daba clases de ballet en San Petersburgo. Iván había crecido rodeado por la danza, pudiendo fácilmente haber hecho de ello su profesión de no haberse identificado tan intensamente con el tenis; comparado con él, el ballet era un descubrimiento reciente para César.

Los dos hombres solían encontrarse en las representaciones del Royal Ballet tan a menudo como sus agendas se lo permitían. Y fue en una de esas noches, después de caer el telón de El Lago de los Cisnes de Tchaikovsky en el Royal Opera House de Covent Garden, cuando Iván se volvió hacia César y comentó:

–He visto este ballet en numerosas ocasiones por todo el mundo y nunca me he sentido tan cautivado por el baile como viendo a esta bailarina interpretar los papeles de Odette y Odile. Y sin embargo parece tan joven...

César asintió.

–Así es. El Lago de los Cisnes es su primera actuación como estrella principal del Royal Ballet. Su nombre es Eloise Lawrance. De hecho es de los nuestros; estudió en la escuela del Royal Ballet.

Los ojos de Iván brillaron con entusiasmo.

–Es simplemente una belleza; ilumina el escenario por completo. Es un placer observar la precisión de sus movimientos, sencillamente fascinante.

–Por lo visto lo que te atrae del ballet es lo que demuestras en la pista, Iván. –Las facciones de César se abrieron en una sonrisa que Iván correspondió.

–Eres demasiado amable, César. Mi madre es posible que sí, pero me temo que yo no tengo esa elegancia.

–Hasta hace poco nadie podía plantearse una victoria jugando contra ti –observó César desviando la conversación a su otro tema favorito.

–Ya lo sé, César, tienes razón. –Suspiró–. Todo depende de la motivación, y parece que últimamente he perdido la mía, razón por la cual no participé en el Abierto de Australia este año.

–Sabes mejor que nadie que ha supuesto un enorme riesgo para tu clasificación; aunque afortunadamente tus patrocinadores no hicieron demasiadas preguntas. Los otros jugadores de primera fila están ansiosos por acercarse a ti como una manada de lobos. ¿Alguna idea de lo que quieres hacer para mantenerte en la cima?

–Sinceramente, no estoy seguro. Todo lo que sé es que ahora mismo, si tuviera que elegir entre entrenar y el ballet..., bueno, como puedes ver, estoy aquí, ¿no es cierto? Lo que no es una buena idea para el Número Uno, ¿verdad?

Sacudió la cabeza como respondiendo a sus propias palabras.

–Por favor, no creas que no disfruto con el tenis –continuó–, pero la monotonía del entrenamiento está pudiendo conmigo. Repito los movimientos pero mi mente está en otro mundo. Soy como un nadador centrándose en la inexorable línea negra del fondo de la piscina, incapaz de ver más allá. Y respecto a mis compromisos fuera de las pistas..., ya sabes lo poco que me gusta tener que aparecer sonriendo delante de las cámaras para los patrocinadores, asegurándome de que mi reloj esté en la posición adecuada. Estoy aburrido de todo eso. Siento como si ya hubiera alcanzado el lugar que pretendía.

–Si quieres puedo intentar organizarlo y reducir tus compromisos para liberarte y que dispongas de más tiempo para ti, si eso es lo que necesitas para volver a estar en forma. Bastarían un par de llamadas, no hay problema.

–Créeme, sé que si alguien puede hacerlo, ese eres tú, César. Pero no se trata de eso... –Iván pareció reflexionar un momento antes de hacer un gesto hacia el escenario–. Mi corazón está en este mundo, en la danza, la música y la belleza, tal y como he presenciado esta noche. Ahora que he visto a Eloise... Así se llama, ¿no?

César asintió.

–Pues bien, ahora que la he visto sobre el escenario tengo ganas de asistir a todas sus representaciones. Sé que no debería sentirme así; debería centrarme en mis entrenamientos, pero hay algo en su precisión, esa disciplina que controla su mente y su cuerpo... –Sus pensamientos divagaron antes de añadir–: Si tan solo pudiera capturar una actuación así antes de jugar..., ya sabes, poder embotellarla de alguna manera, no tengo ninguna duda de que mi motivación estaría a gran altura. –Suspiró de nuevo, súbitamente descorazonado por lo absurdo de su sugerencia–. Pero en su lugar debo esperar hasta su próxima función como cualquier persona.

César le miró pensativo.

–¿Estás diciendo que si la vieras bailar antes de salir a jugar podrías mejorar tu motivación?

–¿Y cómo no? ¡Fíjate en ella! Estoy seguro de que no soy el único que lo siente así. Hay algo cautivador en la forma que tiene de moverse, como si consiguiera dar vida a la esencia de la música... Bueno, si pudiera embotellar un poco de ballet para mi uso personal, sería perfecto. –Iván se rio y luego añadió con un guiño–: Sé que eres un hombre de recursos capaz de muchas cosas, señor King, pero dudo mucho que puedas resolver este problema. Si das con una solución, házmelo saber; me encantará oírlo. –Soltó una carcajada ante el cariz que había tomado la conversación palmeando amistosamente la espalda de César.

–Un reto fascinante, simplemente fascinante. Mientras tanto, amigo mío, ven a los camerinos conmigo. Intentaré presentarte a Eloise y al resto del cuerpo de baile.

–Te lo agradezco, pero ahora debo marcharme, tengo que coger un vuelo. Gracias por la charla. Estoy deseando volver a coincidir contigo en otra de sus representaciones.

Mientras los dos hombres se despedían, la mente intrigante de César se había puesto en marcha, trabajando en una variedad de escenarios posibles basados en la idea de Iván.

Si Iván no conseguía consolidar su posición como Número Uno del mundo, el tenis masculino entraría en una de sus más impredecibles eras. Actualmente El Filo llevaba los contratos de los seis mejores jugadores del ranking, lo que proporcionaba a César una excepcional visión de lo que sucedía en el circuito, aportándole sustanciosas oportunidades de negocio.

Cuanta más información interna poseía, más dinero hacía. Y una vez que se le metía una idea en la cabeza raramente era descartada, especialmente si iba acompañada de una ola de fuego en su vientre. No había duda de que esa conversación había prendido la chispa de una idea en César y generalmente era solo cuestión de tiempo que llegara a materializarse.