ABIERTO DE ESTADOS UNIDOS

Agosto-septiembre

 

Dicotomía

 

Cuando Eloise volvió a reunirse con Iván en los Estados Unidos, resultó evidente que él había perdido la pasión por el tenis y que las persistentes molestias en los tendones de la corva y de Aquiles se habían convertido en motivo de preocupación. Aunque bailaba para él antes de cada partido, él observaba su actuación como un espectador distante en lugar de con su acostumbrado éxtasis ante su habilidad y precisión. Sintió pena por él, intuyendo que su derrota en Wimbledon aún le escocía; extremo que le fue confirmado por César, quien le explicó que esos problemas en la pierna ya le impidieron participar en el Abierto de Australia a principios de año. Parecía que la motivación de Iván había tocado fondo y todo el mundo se preguntaba si ese torneo podría ser el final de su carrera tenística.

Fue en esa apática atmósfera cuando el Abierto de Estados Unidos dio comienzo con pocas ganas para los dos. Iván no le pidió que asistiera a ningún partido en Flushing Meadows, así que ella se entretuvo visitando los increíbles museos de la ciudad de Nueva York. El SoHo siempre había sido una de sus zonas favoritas y también de los pocos lugares en los que le gustaba comprar. Una tarde se dio una vuelta por el Lincoln Center para meterse «tras las bambalinas» del ballet de Nueva York. Sobra decir que le resultó de lo más extraño estar al otro lado de la valla como turista y no como bailarina. Sin embargo, y cada vez con más frecuencia –aparte de su salida para correr a primera hora de la mañana por Central Park antes de que se volviera muy bullicioso y empezara el calor–, se mantuvo dentro de los confines del icónico Hotel César Towers, manteniendo su cuerpo en forma en la piscina y trabajando en el gimnasio. Los esporádicos mensajes que compartía con Noah eran, sin lugar a dudas, el acontecimiento del día.

Eloise no prestó demasiada atención a los partidos de Iván, apenas consciente de lo mucho que le estaba costando avanzar a través del cuadro del torneo. Estaba concentrada en practicar un sprint intermitente en la máquina de correr del gimnasio del hotel, cuando las noticias de deporte llamaron su atención haciéndola perder el paso, salirse de la cinta andadora y aterrizar de mala manera sobre su débil tobillo izquierdo. Se sentó sobre la moqueta, momentáneamente aturdida, mientras absorbía la noticia de que Noah acababa de ganar su encuentro contra Iván, que había abandonado el partido en el cuarto set, incapaz de continuar debido a una lesión en el tendón.

No pudo creer lo que estaba viendo. Iván cojeando hasta la red para estrechar la mano de Noah; Noah pasando su brazo alrededor del hombro de Iván en un gesto de genuina simpatía por su mala suerte. ¡Noah había llegado a la final del Abierto de Estados Unidos! ¡Su nuevo «mejor amigo», el tenista de veinticuatro años franco-australiano que bebía martinis y pintas y estaba a favor de fumar en algunas ocasiones! Se vio obligada a admitir que no había imaginado que alguien tan relajado pudiese alcanzar la cumbre en su deporte; desde su perspectiva, él no parecía tomárselo con suficiente seriedad. Aunque tuvo que reconocer que, con cada partido jugado, había ido escalando paulatinamente puestos en la clasificación, lo que debió de resultarle muy excitante.

De pronto, la final del Abierto de Estados Unidos adquirió mucha más importancia para ella de la que tenía momentos antes. No solo estaría jugando Noah su primera final de Grand Slam sino que la condición de Número Uno de Iván estaba en peligro.

Echándose una toalla al cuello e ignorando el dolor de su tobillo, regresó rápidamente a su habitación para ducharse. Después, buscó el canal de la televisión dedicado al torneo. Un reportero estaba entrevistando a Stephan Nordstrom que había conseguido llegar por la otra parte del cuadro hasta la final contra Noah sin perder un solo set.

Su rostro y su profunda voz autoritaria cautivaron inmediatamente a Eloise, y su vientre se tensó nada más verle.

Lo único que la distrajo fue el timbre de la puerta cuando el conserje le llevó un mensaje a su habitación. El lujoso sobre dorado anunciaba que provenía del único e inigualable César.

Querida Eloise:

Este mensaje es para informarte de que, de ganar Stephan Nordstrom el Abierto de Estados Unidos, se convertiría inmediatamente en el nuevo Número Uno del ranking masculino de la ATP. De ser así, se harán los arreglos necesarios para transferirte a él en las veinticuatro horas siguientes a que termine el partido, siempre que él esté de acuerdo. Si Noah Levique gana la final no habrá cambios en la clasificación y continuarás al servicio de Iván Borisov hasta nuevo aviso.

Tal vez desees familiarizarte con la copia de tu contrato que incluyo con esta nota. Mi abogado ha subrayado las cláusulas concretas que se entiende que deberías respetar si tuviera lugar el cambio de liderazgo.

Mi chófer te recogerá en la recepción del hotel a las tres de la tarde de mañana y te escoltará hasta mi palco privado en el estadio Arthur Ashe para que podamos disfrutar juntos de ese trascendental partido.

Que gane el mejor.

César

 

Mientras Eloise dejaba la nota de César sobre el escritorio de su suite, el sonido de fondo de la entrevista con Stephan aún resonaba en la habitación. Había firmado ese juego de ajedrez humano de César, y ahora él hacía su siguiente movimiento. La idea de no ser más que un mero peón le provocó escalofríos por la espalda, aunque no supo discernir si eran de excitación o de miedo.

Se preguntó si Noah tendría alguna esperanza contra el formidable Stephan Nordstrom. Envió a su amigo un mensaje de texto felicitándole por haber llegado a la final y deseándole la mejor de las suertes.

En el calor del momento, decidió vestirse rápidamente y salir a comprar una bola de nieve en una de las tiendas de turistas para conmemorar la ocasión. Eligió una con la línea de rascacielos de Nueva York y King Kong sujetando una enorme raqueta de tenis en la cúpula del Empire State. El siempre dispuesto conserje la ayudó a organizar la entrega inmediata en el hotel de Noah y, una vez más, recordó con cariño los buenos momentos de la semana tan especial que compartieron.

La tarde siguiente Eloise se aseguró de ir impecablemente vestida para su reunión con César. Se preparó con el mismo esmero que ponía siempre para salir a escena, y se sintió adecuadamente elegante mientras era escoltada en la enorme y lujosa limusina que la esperaba.

Cuando miró hacia el estadio desde el palco privado de César, sintió como si estuviera en una burbuja, sin formar parte de la conmoción de la multitud pero pudiendo sentir la fuerte energía que desprendía. Aquello distaba mucho del educado decoro de Wimbledon: los espectadores, lejos de homogeneizarse, mostraban en su mayor parte una llamativa singularidad. La música atronaba por los altavoces; algunas personas fumaban porros entrelazados en los brazos de sus parejas; otros bailaban al sonido de sus propios auriculares. Podía sentirse literalmente el vibrante pulso de la ciudad de Nueva York latiendo por tu cuerpo. De camino a reunirse con César había pasado por delante de una pareja de alborotadores que estaban siendo escoltados fuera del estadio por los servicios de seguridad.

A pesar de sentirse un poco apartada de la acción, se alegraba de poder presenciar la conmoción desde detrás de la seguridad de los paneles de cristal tintado, con el lujo del aire acondicionado. Por lo demás, podía haber imaginado que estaba en un moderno Coliseo, esperando la aparición de leones y gladiadores.

Ese pensamiento la hizo inmediatamente consciente de lo que estaba en juego, la dicotomía de sus sentimientos haciendo que sus músculos se tensaran de anticipación por cuál sería el resultado. Aunque le encantaría que Noah ganara, no podía negar su deseo personal de un cambio en sus circunstancias; tras la frialdad de Iván, un nuevo Número Uno sería más que bienvenido.

La realidad era que su vida podía cambiar radicalmente en cuestión de horas, dependiendo de quién ganara el partido, y esa certeza la impactó con tanta fuerza que, inconscientemente, aflojó la mano que sostenía la copa de Krug. Un camarero apareció rápidamente a su lado, ofreciéndole otra antes de limpiar el costoso desastre que había provocado.

César observaba cada uno de sus movimientos desde un rincón de la habitación como un halcón encaramado a su percha. Ciertamente era una belleza contemplarla; no podía negarse la atracción que suscitaba en cada hombre a su alrededor, incluso en aquellos que le doblaban la edad, como él. Pero Eloise era una criatura demasiado inocente para su gusto; y últimamente sus relaciones con las mujeres implicaban solo sexo, nunca amor. Además despreciaba la imagen de esos hombres mayores llevando a chicas mucho más jóvenes colgadas de su brazo. Los consideraba patéticos y creía que tales relaciones solo auspiciaban la llegada de problemas financieros.

Solo había existido un verdadero amor en la vida de César, y eso sucedió muchos, muchos años atrás. A pesar de que la relación fue breve, su corazón quedó completamente devastado y nunca se recuperó lo suficiente como para volver a confiar o amar a otra mujer.

Sin embargo eso no le impidió admirar las graciosas curvas bajo el pálido vestido cruzado de Eloise. No se podía negar que era bailarina; aunque ciertamente hoy llevaba un atuendo mucho más elegante y apropiado para las circunstancias.

César se descubrió lamentando que su padre no estuviera allí; él siempre había apreciado la belleza, aunque en realidad nunca respetó a las mujeres. (Aquel seguía siendo un tema espinoso entre padre e hijo, si bien debía admitir que últimamente se estaba volviendo cada vez más cínico respecto a las relaciones).

El incesante avance del Alzheimer implicaba que Antonio King era ahora un prisionero en su mansión de Sussex, bajo los constantes cuidados de Victoria, su enfermera. César trataba de disimular su creciente preocupación por su padre, su siempre presente cara de póquer permitiéndole ocultar con efectividad sus auténticos sentimientos ante los demás. Ganar sustanciosas cantidades de dinero siempre le había proporcionado una excelente distracción, así que cada vez que sus emociones le atenazaban, incrementaba deliberadamente las apuestas, confiando en que la alegría de ganar le proporcionara la euforia necesaria, y de ese modo ahogar esa sensación de soledad que a veces le invadía.

Mucho más que sus numerosos tratos de negocios, su intrigante Estrategia Número Uno había demostrado ser un excelente tónico para su estado emocional. La sonrisa regresó a su rostro cuando consideró el dinero que ya había hecho, sabiendo que era una miseria comparado con lo que estaba por venir, especialmente cuando obtuviera las ganancias previstas con el partido de hoy.

A ese efecto, Eloise estaba donde él quería para ese trascendental partido. Siempre discreta y de conversación agradable –características que apreciaba enormemente en una mujer y que raramente encontraba–, sin embargo estaba fascinado por que ella no le hubiera mencionado nada de su semana en Londres con Noah. Se preguntó si sinceramente creía que él no estaba al corriente de cada uno de sus movimientos.

Suspiró para sus adentros. Puede que fuera hermosa, pero aún era muy joven e ingenua. A pesar de ello, mientras estuviera dispuesta a honrar su acuerdo hasta el final, él respetaría su parte.

Entretanto, había demasiado en juego como para que ella se dedicara a pasear sin rumbo tal y como hizo con Noah Levique –precisamente él de entre toda la gente–, cuando Iván se hundió en su agujero emocional tras la derrota en Wimbledon. Las fuentes de César no habían mencionado nada de una relación entre Noah y Eloise antes de que le ofreciera el contrato. Solo el tiempo diría si le estaba ocultando cosas o simplemente eran acciones sin maldad; no la conocía lo suficiente como para saberlo. Pero en cualquier caso, si creía sinceramente que su contrato con él le permitía tanta libertad –con un jugador de tenis al que no representaba, nada menos– estaba muy equivocada. Esa era la clase de información interna de la que dependía. De hecho, estaba apostando por ella y de una forma bastante notable. Era hora de acosar a su presa más de cerca...

–Encantado de verte de nuevo, Eloise. ¿Cómo estás?

–Muy bien, gracias, César. ¿Y tú?

–No podría estar mejor. Nada resulta más excitante que un posible cambio de guardia, ¿no crees? –Había una chispa en sus ojos al decir esas palabras, e hizo un gesto al camarero para que rellenara la copa de ella.

Hablar con César, cuando su vida podría estar a punto de cambiar, la estaba poniendo nerviosa, así que hizo un esfuerzo para permanecer lo más cordial y tranquila posible, sopesando cuidadosamente sus respuestas antes de hablar.

–¿Qué tal han ido las cosas con Iván? –preguntó.

–Bueno, como ya sabes, no parece ser el mismo desde que perdió en Wimbledon, y ahora con su lesión y todo eso...

–Lo sé. Pobre hombre, las cosas no le han ido demasiado bien últimamente. Y dime, ¿qué es lo que te ha mantenido ocupada?

Los nervios de Eloise cambiaron de velocidad pero afortunadamente supo permanecer tranquila.

–He estado visitando lugares de interés; siempre hay mucho que ver en Nueva York.

No dijo nada más, y él decidió dejar el asunto por el momento.

–Desde luego. Y dime, ¿cuál es tu presentimiento respecto a estos dos jugadores?

–No soy una experta en tenis, César; tú deberías saberlo mejor que yo.

La felicitó silenciosamente por su respuesta: aferrándose a generalidades en lugar de ir al terreno personal. Tal vez era más inteligente de lo que suponía.

–Sí, sí, muy cierto. –Se rio–. Entonces permíteme que formule la pregunta más sucintamente. ¿Preferirías un cambio en tus circunstancias o que permanezcan como están?

Se tomó unos momentos antes de contestar, insegura de lo que él esperaba escuchar.

–Mis preferencias son irrelevantes, César. Aceptaré lo que quiera que pase, ese es el compromiso que firmé.

–Me alegra mucho oír que te tomas el contrato tan seriamente como yo. No me gustan las desviaciones una vez que se ha acordado algo. Disfruta del partido, Eloise; Dios sabe que yo lo haré.

Tras entrechocar su copa y mostrar un guiño alegre que contradecía la velada amenaza de sus palabras, se disculpó para ir a charlar con otros invitados mientras la tensión previa al partido aumentaba a su alrededor.

Los nudos en el estómago de Eloise se tensaron cuando los dos jugadores entraron en el estadio recibidos por una salva de aplausos. Noah apareció primero, la muchedumbre acogiendo entusiasta al nuevo chico del barrio. Aunque sonreía y saludaba, todo el mundo pudo notar su nerviosismo por estar en su primera final de un «grande». Eloise rebosaba de orgullo, confiando en que hubiese recibido su mensaje y el pequeño regalo mientras, desde el otro lado del palco, César estaba pendiente del más mínimo cambio de su expresivo rostro.

Los vítores cambiaron cuando Stephan Nordstrom apareció en la pista, luciendo las gafas de sol Maui Jim que patrocinaba. La nueva estrella del tenis saludó a la multitud con un leve gesto de asentimiento antes de concentrarse en sus asuntos y mostrar la marca de sus ropas, raquetas e incluso de las botellas que usaba, colocándolas de forma que quedaran bien expuestas. Le llevó tres intentos encontrar la raqueta con la tensión perfecta en el cordaje, y luego guardó cuidadosamente las otras dos en su bolsa de deportes de marca, asegurándose de dejarlas en la posición exacta que quería. Algunos le habrían considerado un individuo obsesivo-compulsivo, y muchos a menudo lo tildaban de tal, pero los patrocinadores que César le había conseguido se sentirían felizmente recompensados por esa meticulosidad.

Una vez que terminó con ese ritual, se sentó totalmente inmóvil, más concentrado que un neurocirujano a punto de hacer su primera incisión. Era como si la multitud ya no existiera en su mente. La mirada en su rostro dejaba muy claro que Nordstrom estaba ahí por una única razón.

Dominar y ganar.

Los nervios de Eloise se agudizaron mientras su corazón se dividía entre la excitación por la perspectiva de un nuevo Número Uno, concretamente un dios sueco como Stephan, y su deseo de proteger a su maravilloso Noah de semejante duelo de fuerzas. Aunque sonreía a Noah, se descubrió cautivada por Stephan, preguntándose si sería tan dominante en persona como lo era en la pista. Le observó absorta, al igual que miles de admiradores, mientras permanecía sentado en una especie de trance, antes de que el juez de silla llamara a los jugadores a la pista para el calentamiento.

Eloise confiaba desesperadamente en que el nudo de su estómago se soltara cuando el juego comenzara.

Nada podía haber estado más lejos de la verdad.

Transición

 

El partido duró poco más de una hora para decepción de los espectadores, algunos de los cuales habían pagado una pequeña fortuna para acabar presenciando una derrota tan fulminante.

Eloise no tuvo oportunidad de encontrar a Noah para transmitirle su pesar por haber perdido de forma tan aplastante todos los sets. A decir verdad, no tenía ni idea de cómo habría podido localizarlo, dada la seguridad que rodeaba el estadio. Tras su breve conversación con César tenía la sensación de estar siendo observaba en cada uno de sus movimientos, así que no se atrevió siquiera a mandar un mensaje a Noah por si este se presentaba despertando aún más las sospechas de César.

La gente de César se aseguró de escoltarla directamente de vuelta al hotel, donde debía aguardar nuevas instrucciones. Una vez más, se sintió como un objeto en el mundo de César, un mundo en el que él supervisaba cada uno de sus movimientos hasta que la transición se hubiera completado. Estaba segura de que, de haber intentado abandonar el lugar por su cuenta, se lo habrían impedido.

Cuando por fin se encontró a solas, intentó localizar a Noah pero le saltó directamente el buzón de voz. Le dejó un mensaje diciéndole lo mucho que lo sentía a la vez que le aseguraba que esa era solo la primera de las muchas finales de Grand Slam. No pudo evitar pensar que si eliminara el tabaco de su vida eso le garantizaría más éxitos, pero no se atrevió a decirlo.

Tras reunirse con Iván para una platónica aunque cariñosa despedida, se le informó de la necesidad de su presencia en la sala de juntas del hotel a las nueve de la noche para conocer a Stephan Nordstrom.

Eloise se sentía como si estuviera en el limbo, de modo que para mantener sus pensamientos y emociones a raya, se dirigió a nadar un buen rato en la piscina del hotel. Después se dedicó a prepararse, vistiéndose con un sencillo pero elegante traje de cóctel negro y tacones, su cabello recogido en un moño bajo.

A las nueve menos diez sonó un golpe seco en la puerta de su habitación. Un hombre trajeado, sin duda alguien del entorno de César, la escoltó silenciosamente hasta la sala de juntas. Las mariposas de su estómago revoloteaban con tanta violencia como antes de su primera actuación como bailarina principal.

Se sentó recatadamente bajando los ojos mientras los abogados de César negociaban con los de Stephan. Cuando el papeleo fue firmado e intercambiado, cada fibra de su ser pudo sentir la salvaje excitación de Stephan cuando él le retiró educadamente la silla de la mesa de reuniones. Al levantarse y alzar la vista se encontró con su intensa mirada, sus ojos azul acero recreándose en su pequeña silueta, lo que no hizo más que intensificar la atracción entre ellos. El dominio de Stephan en la pista no era nada comparado con conocer al hombre en persona –y literalmente la dejó sin aliento– a medida que la electricidad entre ellos resultaba innegable para todos los presentes en la sala.

–Entonces, mañana por la mañana, ¿la veré en el Waldorf? –Sus cejas se alzaron interrogantes, como si no terminara de creer que esa extraordinaria situación fuese real.

–Sí, señor –respondió ella suavemente, sabiendo mientras susurraba las palabras que su relación con ese Número Uno sería totalmente diferente del trato distante con Iván.

–Estaré esperando ansioso su llegada.

Un delicioso escalofrío sacudió el centro de su vientre ante la perspectiva que le esperaba. Si esas palabras surtían semejante efecto en ella, quién sabe el impacto que su tacto podría tener...

Como si sintiera la respuesta de su cuerpo, él la acompañó hasta la puerta con una súbita sonrisa.

No era habitual que Stephan accediera a tener una reunión justo después de un partido –y menos una que involucrara a sus abogados–, pero cuando la carta de César llegó solicitando una audiencia privada a conveniencia de Stephan, aceptó inmediatamente. Desde que firmara con El Filo, su éxito tanto dentro como fuera de la pista había aumentado exponencialmente, de modo que César era la última persona a la que rechazaría ver; después de todo, César era para el tenis lo que el Papa al catolicismo. Sin embargo, decir que Stephan no se había quedado mudo de asombro por la discusión privada que sostuvo con el magnate justo antes de conocer a Eloise, sería mentir.

Esa noche las celebraciones de Stephan por su tercera victoria en un Grand Slam estuvieron teñidas de visiones inesperadas sobre lo que le depararía el futuro en vista del «legado» de César de Eloise Lawrance. Stephan nunca había estado con una bailarina de ballet profesional y de haber conocido a una tan exquisita como Eloise, habría rectificado esa situación de inmediato.

Tras posar sus ojos en la enigmática Eloise, el puñado de insulsas bellezas que le acompañaron a tomar unas copas en el conocido Ling Ling Bar del restaurante Hakkasan, no tuvo el efecto deseado en su normalmente viril libido. Aunque tampoco es que eso pareciera preocupar a las rubias y morenas de largas piernas, siempre que los vigorizantes martinis continuasen fluyendo entre sus ávidos labios y los ansiosos fotógrafos capturaran su imagen en compañía del hombre que ocuparía las primeras páginas de la mañana.

Dos de ellas le acompañaron de vuelta a su suite pasada la medianoche. Pero en lugar de disfrutar con el ménage à trois como solía hacer, Stephan se descubrió distraído por la visión de unas pálidas extremidades y unos inocentes ojos aguamarina que le miraban desde el porfolio que César le había dejado. Tan pronto como las chicas terminaron de chupársela –una experiencia cuando menos insulsa–, llamó a Garry, que controlaba su seguridad y su vida, para que las sacara de allí. Él y Garry intercambiaron una mirada que sugería que Stephan no tendría problema en que Garry se deleitara con las delicias sexuales que las damas tenían que ofrecer.

Por lo que había entendido de la proposición de César, Eloise sería como un préstamo para su uso personal, mientras retuviera el Número Uno del ranking. La función que ocupase en su vida debería ser discutida y acordada mutuamente entre ellos. Un extraño arreglo, aunque no sentía ningún deseo de discutir después de haberla conocido la noche anterior.

Por primera vez en mucho tiempo, se sentía excitado por algo distinto del tenis. No era de sorprender que el sueño le arrollara como un tren de vapor tras un día lleno de acontecimientos.

Perfecta

 

A la mañana siguiente Stephan despidió a su personal de la habitación del Waldorf para poder tener la privacidad deseada con esa asombrosa bailarina. Necesitaba entender más íntimamente todas las implicaciones de esa altamente inusual relación.

–¡Eloise! Pasa, por favor –contestó cuando escuchó que llamaba educadamente a su puerta.

Tan pronto como intercambiaron los cumplidos de rigor, ambos se sentaron en la sala, mirando hacia el panorama urbano más impresionante del mundo. Eloise se acomodó recatadamente con su vestido de punto azul pálido y los escarpines color beis abiertos en la punta. Stephan extendió los brazos abarcando la sala, su aspecto recordando exactamente al dios de los deportes escandinavo que los publicistas sugerían que era. Su camisa de rayas blancas y azules parecía sorprendentemente brillante contra su piel bronceada, ajustándose perfectamente a su ancho pecho y a sus hombros. Para Eloise, su presencia en la habitación era incluso más dominante que en la pista o en la pantalla, ya que ocupaba al menos tres veces más espacio que ella.

Stephan no era de mucha conversación, así que no perdió tiempo y fue directamente al grano.

–Bien, dejemos esto claro: aparentemente eres mía mientras conserve el puesto del Número Uno.

–Así es, señor.

–¿Y debemos acordar mutuamente el papel que debes jugar en mi vida?

Ella asintió.

–Por favor, respóndeme directamente.

Eloise alzó los ojos para mirar directamente a los suyos desde debajo de sus pestañas, descubriendo a un hombre de una especie totalmente diferente a Iván, y Noah, ya puestos...

–Sí, señor –respondió–. Es importante que entienda sus expectativas y límites a fin de que nuestra relación funcione.

–Ya veo. Entonces deberías saber que mi vida gira en torno a dos cosas, Eloise: perfección y control. –Hizo una pausa para observar su reacción–. Permíteme que sea más claro. La dominación es mi vida. Ganar es mi mundo.

Una ola de escalofríos recorrió a Eloise de arriba abajo mientras sus palabras resonaban en lo más hondo de su cuerpo, y aunque hizo un esfuerzo para ocultar su reacción, resultó en vano.

Una sonrisa satisfecha asomó a los labios de él cuando vio como sus músculos temblaban ante sus palabras. Ella mantuvo los ojos fijos en algún punto perdido del suelo. Su ingle reaccionó instantáneamente a la tensión sexual entre ellos.

Le había pillado desprevenido que ella fuera más atractiva en persona de lo que las fotos sugerían. Le gustaba su pulcro acento inglés, con un leve rastro de la informalidad australiana. Su ágil cuerpo con sus tersas curvas parecía suplicar ser acariciado. La disciplina que mantuvo sobre sí misma cuando trató de contener su reacción le provocó una persistente excitación.

Era perfecta. Y él adoraba la perfección.

–¿Crees que podrás con ello?

–Confío en saber crecerme ante un desafío, señor.

–¿Comprendes lo que te estoy diciendo?

–Sí, señor.

–Eso me parecía. –Hizo una pausa pensativo, frotándose la barbilla entre el pulgar y el índice. Era una rara experiencia para él sentirse tan fascinado por una mujer–. Espero de ti total honestidad en todos los aspectos de nuestra relación. ¿Estás de acuerdo con eso?

–Lo estoy, señor.

–Excelente. Háblame de la relación que tenías con Iván, tu anterior Maestro.

–Bailaba para él, señor. Antes de cada partido que jugaba, y algunas veces también después.

–¿Ya está? ¿Nada más?

–Nada más, señor.

Stephan se quedó atónito por la revelación. Resultaba casi imposible de creer que cualquier hombre pudiera mantener sus manos lejos de semejante delicia sexual. Tal vez los rumores que corrían respecto a la sexualidad de Borisov fueran ciertos...

–¿Y estabas contenta con ello, dadas las otras condiciones reflejadas en tu contrato?

Stephan advirtió un leve cambio en su lenguaje corporal y como sus mejillas se sonrojaban antes de responder.

–Cumplir sus deseos me satisfacía, señor.

–Contéstame sinceramente, Eloise. ¿Y si él hubiera querido más?

–Se lo hubiera dado, señor –contestó sencilla y honestamente.

Stephan pasó sus dedos por su espeso y acicalado cabello rubio. No estaba acostumbrado al cúmulo de emociones que su cuerpo estaba experimentando, salvaje y confusamente. Necesitaba retomar el control de sí mismo inmediatamente.

–Ponte en pie para mí.

Eloise se levantó inmediatamente de su silla, sus ojos aún clavados en el suelo.

–¿Has traído tus zapatillas de baile?

–Las llevo siempre conmigo, señor. –Y señaló su bolsa.

Stephan podía jurar que cada acto de esa mujer tenía el potencial de demolerlo. Su sumisa naturaleza, enroscándose alrededor de su pene como un vicio.

–Bien. Quiero que bailes para mí, como hiciste para Iván; quiero ver lo que él vio. Puedes prepararte en el dormitorio.

Con un gesto de la mano la despidió rápidamente para que no viera el innegable efecto físico que tenía sobre él. Se alegró de haber ordenado que retiraran el mobiliario de la sala antes de su llegada para que pudiera bailar en el suelo de parqué. Siempre le gustaba estar preparado.

Cuando el disciplinado y cuidadosamente moldeado cuerpo de Eloise empezó a moverse graciosamente frente a él, fue como si la música despertara sus sentidos como nunca antes. Stephan no podía apartar sus ojos de ella; verla bailar resultaba hipnotizador. Se sintió tan perdido en su mundo como ella, inmerso en un espacio que parecía muy alejado de la realidad, como si existiera en una estratosfera totalmente nueva. Y luego, cuando el último aleteo de sus pálidos brazos repercutió en las puntas de sus dedos, en perfecta consonancia con la última nota de Chopin, ambos se quedaron sin palabras.

La mujer que estaba frente a él nubló su mente. Tan delicada y a la vez tan fuerte, tan frágil y a la vez tan atlética. Eloise permaneció en su recatada posición, el rostro dirigido hacia la punta de sus zapatillas de baile y los ojos bajos, esperando el siguiente movimiento de él. Stephan se recompuso rápidamente, obligando a su mente a volver al aquí y ahora.

–Ahora entiendo por qué Iván te hacía bailar para él. Tanta belleza, tanta serenidad...

Acarició suavemente la línea de su largo cuello mientras ella permanecía en su posición, sin mover un músculo desde que terminó el baile. Totalmente quieta a excepción del latido de su corazón y la delicada respiración que hinchaba y deshinchaba su pecho: algo mucho más fácil de decir que de hacer.

Él dejó que sus dedos siguieran la línea de los hombros continuando a lo largo del brazo hasta las yemas de los dedos. Ella no pronunció palabra, pero tampoco animó o desalentó su roce. En un gesto audaz, él se llevó sus dedos a los labios, besando lentamente las puntas. Su curiosidad ante su reacción obligándole a no apartar los ojos de ella. La intensidad con que inspiró apenas audible, pero definitivamente perceptible.

Una leve sonrisa asomó a los labios de ambos confirmando que su relación iría mucho más allá del ballet, y los dos reconocieron silenciosamente que estaría muy lejos de ser casta.

Eloise se sentía arder en lugares que hasta entonces había sido capaz de controlar, negando su existencia a su cuerpo. Su rubor era tanto interno como externo, sus músculos latiendo de excitación mientras pensaba en cómo se desarrollaría su relación con ese dios del tenis.

Él tiró de ella contra su musculoso torso haciendo que Eloise sintiera cada centímetro de su metro noventa y cinco de altura. Su pequeña constitución parecía aún más diminuta al descansar contra su corpulencia e inhalar su limpio y fresco olor. Envolvió sus brazos alrededor de ella, encerrando su cuerpo, y se inclinó para posar suaves besos en su largo cuello. La simultánea dominación y suavidad de su acto amenazaba su erguida postura.

–Eres sencillamente exquisita –susurró en su oído, las palabras mucho menos autoritarias que cuando llegó–. ¿Dónde te has metido toda mi vida? Estoy seguro de que esto es un sueño. Dime que no estoy soñando, Eloise. Por favor. Sácame de mi miseria.

–No está soñando, señor. –Sonaba tan jadeante como mareada.

–¿Qué soy para ti?

–Es mi Maestro.

–¿Y has elegido esto por voluntad propia?

–Lo he hecho, señor.

Hizo un alto, permitiendo que sus palabras se asentaran completamente en su inconsciente.

–¿Por qué? –preguntó.

Increíble

 

Por primera vez Stephan sintió el cuerpo de Eloise tensarse bajo su roce. Observó su vacilación mientras la guiaba de vuelta a la sala y echaba una toalla sobre sus hombros, comprendiendo que necesitaba mantener el calor después de semejante ejercicio físico.

–Al igual que tú, necesito comprender qué te motiva para que esto funcione –explicó–. Dímelo...

–Necesito límites. Me gusta la disciplina. Me encanta complacer. –No se atrevió a mirarle a los ojos mientras lo decía.

–Eso puedo entenderlo –repuso jugando distraídamente con un mechón de cabello que se había soltado del apretado moño–. Cuéntame más.

–Usted tiene mi dossier al igual que yo tengo el suyo, señor.

–Quiero oírlo de tu boca. –Las palabras surgieron de su lengua con tanta sensualidad que ella no pudo imaginar negarle nada.

–El ballet me proporcionaba todas esas cosas. Todos los detalles de mi vida eran organizados para mí: lo que comía, lo que vestía, a dónde iba, lo que hacía. Yo tenía mi meta, tenía mi habilidad, ellos poseían el control y a mí me gustaba lo que hacía. No tenía vida social, ninguna vida más allá del ballet. Cuando eso terminó... –se frotó inconscientemente el tobillo–, sentí como si estuviera en caída libre. Mi vida había perdido todo sentido y propósito.

Alzó los ojos para encontrar los suyos y sus miradas se fundieron durante unos momentos.

–¿Y tu familia?

–No tengo familia, solo el ballet, desde que tenía doce años, señor.

–Ya veo. Por cierto, no tienes que llamarme señor –aclaró antes de continuar con el interrogatorio–. ¿Y novios?

–Nada en especial, señor, oh, lo siento –se corrigió.

–No puedo creer que nunca hubiera ningún interés.

–Ha habido interés, sí, pero lo consideré una distracción, y yo estaba dedicada al ballet. La danza siempre ha sido lo primero, así que nunca llegó a nada.

–¿Y ahora? ¿Amigos?

–No especialmente, algunos bailarines quizá, pero no he mantenido contacto con ellos. Supongo que en ciertas cosas había cercanía, pero estábamos en constante competición entre nosotros, así que nunca propicié relaciones más intensas. La perenne mala leche me dejaba exhausta, por lo que acabé por no socializar más de lo necesario. Nunca me he sentido cómoda teniendo mucha gente alrededor. –Le miró a los ojos, tratando de leer en su rostro antes de continuar–. Este trabajo me ha dado la oportunidad de disfrutar de un estilo de vida mejor, continuar con mi danza y ver el mundo desde una perspectiva diferente. Y servir de ayuda, espero.

Sintió una punzada de traición por no mencionar su relación con Noah, pero, dado que Stephan acababa de aniquilarle en la pista central del estadio Arthur Ashe, creyó mejor no decir nada. Le resultaba demasiado cercano.

–Te encuentro muy enigmática... Desconcertante, pero enigmática.

La mente de Stephan trabajaba a toda velocidad. La premisa completa de una relación así presentaba infinidad de posibilidades. Las constantes discusiones que tenía con Ava, su actual novia, eran monótonas y agotadoras. Por muy impresionante que fuera, sus celos añadían a su vida una dimensión que no necesitaba, y durante los últimos meses se había convertido en una soga alrededor de su cuello. Siempre quejándose por todos los viajes y por no poderse ver más, recriminándole no estar sensibilizado con sus necesidades y no respetar su carrera como modelo. Él aún no podía creer que pudiera comparar ese trabajo con el suyo, pero ni siquiera se molestaba en discutirlo, por lo inútil que le parecía. Puso los ojos en blanco solo por la frustración de pensarlo.

Ava ni siquiera había sido capaz de regresar de su exótica sesión de fotos en las Maldivas para presenciar su victoria del Grand Slam de ayer. Era el Abierto de Estados Unidos, por amor de Dios, pero de alguna forma se las apañó para perder el vuelo de enlace. ¿Acaso esperaba que él se quedara de brazos cruzados esperándola, cuando su carrera le acababa de situar en la cima del mundo? ¿Qué podía hacer cuando las mujeres se abalanzaban sobre él en cada glamuroso evento al que asistía? La persuasión de esas chicas podía ser muy intensa, y él no podía evitar que sus ojos y su libido le extraviaran en alguna ocasión. Y ahora que era el Número Uno, ciertamente no tenía intención de conformarse con una sola persona. El mundo era su ostra, y parecía que hubiera descubierto la perla perfecta.

Aquí, delante de él, estaba sentada esa fruta delicada de serena belleza, deseando que fuera su Maestro –en todos los sentidos–, no buscando nada más que servirle mientras continuaba su importantísimo periplo hacia la dominación del circuito mundial de tenis.

¡Era increíble! Nada le excitaba más que tener el control último y definitivo; gozaba con él. Y ella se lo estaba ofreciendo en bandeja: ¡y qué bandeja!

–Supongo que lo más importante es que decida si va a querer mis servicios y hasta qué extremo –señaló ella.

–No hay duda de que quiero tenerte, Eloise. Esa decisión ya está tomada.

Ella se sorprendió al notar que sus palabras despertaban sensaciones muy profundas en su interior. Que alguien quisiera tenerla significaba mucho más para ella que cualquier cosa. Le llegaba al mismo corazón. Era muy diferente a ser querida por Noah, que respetaba y aceptaba la amistad que ella le había impuesto. Sintió que Stephan nunca aceptaría un compromiso semejante; que era una fuerza tan poderosa que siempre exigiría más, y esa certidumbre removió profundas y desconocidas emociones en su psique.

Stephan, mientras tanto, apenas podía creer que una mujer como Eloise existiera. Se dijo que debía comprobar con sus abogados que el contrato entre ellos fuera sólido como una roca. Sabía lo que significaba hacer negocios con César y no quería que ella se le escurriera entre las grietas.

–Si ese es su deseo...

Él la interrumpió de golpe.

–Ciertamente es mi deseo y algo más. –Su boca se ensanchó hasta mostrar una enorme sonrisa ante la idea de que a partir de ese momento ella fuera suya.

Eloise continuó:

–Entonces, según los términos del contrato y el papel que hemos acordado juntos, soy suya. –Le devolvió la sonrisa con ojos tímidos a la par que traviesos.

–Pero ¿qué pasa si no retengo el Número Uno del ranking? –Se negaba a decir la palabra «perder»; era parte de su entrenamiento mental.

–Entonces dejaré de ser suya. Mi contrato con usted terminará y mi implicación será negociada con el nuevo Número Uno, tal y como sucedió con usted ayer.

Stephan comprendió que ahí era donde ella conservaba cierto poder.

–Afortunadamente para mí no tengo ningún deseo de cambiar mi estatus.

Bajó la vista a las notas que había garabateado cuando repasó el contrato antes de que llegara.

–En el contrato dice que puedo darte un nuevo nombre para proteger tu identidad, en vista de mi imagen.

–Sí, señor, oh, perdón, así es.

Lo consideró un momento antes de decidir.

–Me gustaría llamarte Nadia. Solo estar cerca de ti, observando tus movimientos, la forma en que actúas con tanta compostura, con tanta gracia. Nåd significa «gracia» en sueco.

–Me complacerá mucho que me llame Nadia.

–¿Te gusta?

–Sí, señor. Y lo más importante, me complace que tenga sentido para usted.

Stephan tuvo que pellizcarse para demostrarse que aquello estaba sucediendo de verdad.

–Bien... –Se inclinó hacia adelante, con las piernas muy separadas, los codos apoyados en las rodillas y los nudillos contra la barbilla. Hizo una pausa, asimilando la idea de que acababa de bautizar a esa preciosa y pequeña belleza sentada ante él como «Nadia». En su mente aquello significaba todo el control que se le había otorgado sobre ella–. Por lo que parece, si quiero conservarte, no me queda más opción que permanecer en la cumbre de mi deporte.

Stephan no podía negar que César era aún más astuto de lo que imaginaba. Para él ser el Número Uno lo era todo, pero este acuerdo llevaba las cosas a una dimensión totalmente nueva. Ahora su motivación para ganar sería incluso más intensa, para así poder asegurar que Nadia continuara siendo su posesión, y solo suya. Estaría siempre a su disposición, sin el desgaste emocional colateral de tener una novia. Tendría sexo a su capricho, que no podría serle negado salvo que actuara fuera de los límites del contrato. Y si esa discrepancia tenía lugar y no podía ser resuelta por ambas partes, los abogados de César ejercerían de árbitros, si bien Stephan no tenía ninguna intención de llevar las cosas tan lejos.

–Sí, señor, parece que lo ha entendido perfectamente. En el mismo momento en que ya no esté en la cumbre de su profesión, me perderá. –El descaro de su voz contrastaba con la subyacente seriedad de su respuesta. La tensión entre ellos, comparable al disparo de salida de una carrera, excitó sobremanera a Stephan.

–Bueno, pues resulta que mis metas personales encajan perfectamente con semejante escenario. –Soltó una carcajada y observó un hoyuelo aparecer en la mejilla de ella mientras trataba de reprimir una sonrisa.

Se levantó y se plantó delante.

–Quiero terminar los detalles de tu papel en mi vida hoy mismo, para que podamos empezar lo más pronto posible. ¿Estás dispuesta a hacerlo ahora?

–Nada me complacería más, señor.

La miró directamente mientras le tendía la mano. Obviamente sus viejos hábitos se resistían a morir.

Compromiso

 

–¿Quieres un café?

–No tomo cafeína.

–¿En serio? ¿Y bebes alcohol?

–Raras veces, señor, pero debo admitir que desde que he conocido a César lo hago con más frecuencia.

–Ah, sí, a él le encantan las celebraciones.

–Y parece que últimamente tiene mucho que celebrar. –Sonrió–. Me encantaría un té verde si tuviera.

–Aparentemente eres tan pura como pareces. Y he advertido una guía con tu dieta incluida en el apéndice del contrato. –Echó un vistazo a los papeles sobre la encimera de la cocina–. ¿Seguro que prefieres que controle tu alimentación?

–Mientras no me haga engordar demasiado ni me mate de hambre, sí, me siento muy cómoda con ello, señor.

–Puedo asegurarte, Nadia, que no tengo ninguna intención de dejarte morir de hambre; iría en contra de mis intereses. Y en cuanto a que engordes, digamos simplemente que se me ocurren algunas ideas que asegurarán actividad física suficiente para mantenerte en el peso adecuado.

La sonrisa libidinosa que acompañó sus palabras hizo que Nadia se revolviera en su asiento, mientras su vientre respondía directamente a la insinuación.

Toda su sexualidad pareció despertarse con una vibración que no había experimentado desde que la obligó a permanecer frustrantemente dormida durante su semana con Noah.

Sus penetrantes ojos azules la liberaron finalmente de su mirada cuando se volvió para preparar las bebidas.

–Una cuestión que debemos solucionar rápidamente es todo ese tratamiento de «señor». Pareces mucho más cómoda usándolo en vez de mi nombre, que no has pronunciado ni una sola vez. ¿Por qué?

–Mi entrenamiento. Siempre debíamos referirnos a los instructores como «Madame», «Señora», «Maestro» o «Señor». Después de todos esos años me sale de forma natural.

–Lo comprendo, ¿y esa es la manera en que prefieres dirigirte a mí?

–Trataré de adaptarme a lo que sea que decida.

Stephan le preparó distraídamente el té verde pasándoselo por encima de la encimera y atrapando suavemente su mano cuando ella lo cogió. Una vez más, la miró fijamente a los ojos como si tratara de descifrar sus pensamientos. Ciertamente nunca había conocido a nadie como ella.

¿Cuál era su decisión? Debía admitir que aunque nunca se lo había planteado, le gustaba la idea de que ella se dirigiera a él como «señor». Ese tratamiento estaba imbuido de respeto. «Maestro» le parecía demasiado, pero quién sabe a lo que podía acostumbrarse uno en un futuro próximo...

–Puedes llamarme «señor» cuando estemos a solas o con mi plantilla, y «Stephan» o «señor Nordstrom» cuando estemos con otra gente, dependiendo de la situación. Te haré saber lo que es más apropiado.

Tras decirlo, empezó a preparar concienzudamente su propio café en la inmaculada y flamante máquina Clover. A Stephan le encantaba la forma en que le permitía controlar cada aspecto del proceso de hacer café, y eso le hizo preguntarse cuánto control podría ejercer sobre esa hermosa criatura de piel pálida como la leche y ojos aguamarina que estaba sentada tras la barra de la cocina.

No pudo evitar poner a prueba sus límites.

–Me gustaría verte con el pelo suelto.

–Por supuesto.

–¡Ahora!

–Oh, debo advertírselo, tengo el pelo muy rebelde, señor; será mucho más manejable si lo deja así.

Stephan recogió su café perfecto, lo dejó sobre la encimera y luego se acercó por detrás del taburete. Su proximidad puso a Eloise en alerta, su cuerpo reaccionando instintivamente a su cruda masculinidad.

Él bajó la boca hasta su oreja.

–Muchas gracias por el consejo, pero quiero tocarlo, si es posible.

Sintió como el cuerpo de ella temblaba ante sus palabras, al tiempo que accedía a su petición. Él soltó su cabello de los prietos confines de su moño bajo. Largos rizos de pelo cobrizo cayeron en cascada por encima de sus hombros deteniéndose justo encima de su cintura, como una magnífica melena cubriendo la parte de arriba de su cuerpo.

–Tienes un pelo asombrosamente hermoso. Nunca lo habría imaginado por la forma en que lo llevas, tan apretado, tan controlado. –No podía ocultar la sorpresa en su voz.

–Lamentablemente, no es el pelo ideal para una bailarina.

Su cabello siempre la había exasperado durante la preparación de sus actuaciones, dado el tiempo que requería mantenerlo en su sitio; otras bailarinas conseguían recogerlo en la mitad de tiempo.

Stephan pasó sus dedos entre los sedosos rizos, acariciándolos, tirando suavemente y jugando con ellos.

–¿Es tu color natural?

–Sí, señor.

–¿Y tu vello púbico es del mismo color?

Se sonrojó intensamente ante sus palabras y él le alzó la barbilla con el dedo, sintiendo su embarazo pero exigiéndole silenciosamente que le mirara a los ojos.

–Como ya he dicho antes, para que esta relación funcione necesito tu completa honestidad. La necesito todo el tiempo y sin dilación. ¿Puedo contar con ese compromiso de tu parte?

Eloise supo que cruzaría una frontera invisible con Stephan tan pronto como respondiera a ambas preguntas. Una nerviosa energía consumía sus pensamientos; no podía negar la atracción por ese adonis de pie frente a ella.

Pensó en Noah y en cómo no había sido clara con él respecto a su contrato con César, incluso aunque le hubiera explicado por qué no podía estar con él. De hecho, el contrato la prevenía explícitamente para ser honesta con él, o con cualquier otro fuera del acuerdo. ¿Cómo podría afectar a su amistad si alguna vez se enteraba?

Sin embargo, no tenía demasiado tiempo para pensar en ello, ya que Stephan, el hombre al que debía complacer por contrato, el hombre cuya mera proximidad hacía flaquear sus rodillas, estaba plantado ante ella, esperando una respuesta.

–Sí, señor.

–¿Sí a qué?

–Sí a ambas.

–Dilo. –Rodeó su rostro con las palmas de sus manos, reforzando su dominio–. Y mírame cuando lo hagas.

Eloise tuvo la sensación de estar al borde de un abismo, sabiendo que su vida cambiaría irrevocablemente a partir de ese momento. Su destino estaba en manos de aquel hombre. Inhaló con fuerza antes de responder, consciente de que muy en el fondo de su psique estaba deseando obedecerle, despedirse de su antigua identidad y sumergirse completamente en su mundo, como Nadia.

–Sí, mi vello púbico es del mismo color. Y sí, seré completamente sincera con usted.

Él arqueo las cejas, esperando algo más.

–En todo momento y sin dilación, señor.

–Gracias, Nadia. Nada de esto es negociable desde mi perspectiva, y no puedo expresar hasta qué punto significa un compromiso para mí.

Energía

 

Tan pronto como acordaron el nuevo papel de Eloise como «Nadia», Stephan lo envió a los abogados como un anexo al contrato. El tenista no perdió tiempo en sacarla de Nueva York y llevarla a su lujosa mansión en uno de los canales de Gran Caimán. Suecia no se había clasificado para las semifinales del nuevo gran torneo, la Copa Davis –aparte de Stephan no había más jugadores suecos entre los cincuenta primeros–, así que el momento no podía ser mejor para que pudiera conocer y entender a Nadia al detalle. Nadie podía discutir que su actual forma era excepcional; el Abierto de Estados Unidos lo había demostrado más allá de cualquier duda. Y mientras continuara con su régimen de preparación a manos del entrenador, consideraba que no tendría problemas para competir en el Rolex Masters de Shanghái un mes más tarde.

La primera semana que Nadia y Stephan compartieron fue como caminar sobre cáscaras de huevo sexuales. A medida que pasaban los días, la atracción del uno por el otro se intensificó. Su baile resultó para él un innegable afrodisíaco y necesitó incrementar la dosis diaria. Cuanto más bailaba para él, más liberación física requería.

Su entrenador no fue capaz de descubrir qué generaba tanta energía y resistencia en el entrenamiento de Stephan, y menos tras haber ganado un «grande». Lo único que supo fue que durante la primera semana o algo más en las Caimán, le resultó imposible estar al nivel de las exigencias físicas de Stephan, ya fuera en la pista o en el gimnasio.

Ava seguía lejos en otra sesión de fotos en Haití y no sabía nada de la súbita entrada de Nadia en la vida de Stephan. Desde el punto de vista de Stephan suponía un golpe de suerte, ya que le hubiera costado mucho encontrar una explicación aceptable. Ava odiaba pasar su tiempo en las Islas Caimán, a pesar de que era allí donde Stephan se relajaba mejor. En cambio prefería estar rodeada de ese hervidero de actividad que solo las grandes ciudades del mundo podían ofrecer, algo que considerando su carrera tenía sentido, así que intentaba pasar tiempo con Stephan solo cuando coincidía con su trabajo o su agenda social.

En consecuencia, el ego de Stephan había razonado que era más que justo disfrutar de aventuras de una sola noche si la oportunidad se presentaba (como solía ocurrir con bastante frecuencia), especialmente si Ava no estaba disponible para satisfacer sus necesidades sexuales. Por todo ello, suponía una novedad para él querer tomarse su tiempo con la nueva adquisición. ¡Pero qué exquisita adquisición era! Dado que tenía toda la intención de continuar siendo el Número Uno durante algún tiempo, quería perfeccionar su plan a fin de introducir a Eloise en su irresistible mundo de deseo.

Mientras Stephan liberaba su reprimida energía en la pista consiguiendo su octavo saque directo consecutivo ante su entrenador, por fin le dio al hombre un respiro lanzando la bola contra la línea de fondo y permitiendo que su mente volviera de nuevo a Ava. Bajo las condiciones de su contrato con Nadia, no había ninguna obligación de explicarle ningún detalle de su relación con Ava. Y lo último que quería es que Nadia se viera expuesta por Ava, tanto por su seguridad como por la de César. Cuanto más pronto estuviera Ava oficialmente fuera de su vida, mejor. La tendencia a dramatizar de Ava era capaz de llenar las páginas de sociedad durante semanas; Stephan sabía lo mucho que los tabloides adoraban el olor de una ruptura en una relación de gente famosa y cómo solían darle una relevancia típicamente desproporcionada. Terminaría con Ava antes de asistir al evento que tenían programado para ir juntos –la exposición de arte de un amigo– y luego daría el siguiente paso con su secreta posesión.

Justo cuando llegó a esa conclusión, su entrenador alzó los brazos en señal de rendición.

–¡Ya basta, Stephan, me rindo! Es hora de un descanso. Te doy oficialmente un poco de tiempo libre; necesitas centrarte en otra cosa y reservar este modo de jugar para un torneo.

Stephan se rio mientras se alejaba de la pista, lanzando una toalla a su entrenador. Luego cogió otra para él, usándola para secarse su brillante y húmedo torso.

Sabía exactamente en qué quería concentrarse cuando el germen de un plan empezó a brotar en su mente, lo que le hizo sonreír al tiempo que le tensaba la ingle.

* * *

 

Aunque Nadia tenía libertad para salir de la casa, se contentaba con permanecer en sus confines, ansiosa por aprender los hábitos y preferencias de Stephan y así poder perfeccionar su papel servicial. Se había tomado algunos días libres de la danza para poder estudiar en secreto a Stephan prepararse con su entrenador desde la galería de su habitación. Observó el aspecto magnífico de su cuerpo, sus ojos cautivados por su torso bronceado y los esculpidos abdominales que podía divisar justo debajo de su ventana, aunque lamentablemente fuera de su alcance.

La fluidez de sus movimientos le recordó que ciertamente había algo artístico en el atletismo. Jugaba de una forma más masculina y dura que Iván y era indiscutiblemente cautivador verle. Le gustaba tener esa privilegiada vista de pájaro solo para ella.

Se preguntó cuál sería el verdadero estilo de Noah en la pista, un tanto decepcionada por haber tenido la oportunidad de contemplarle únicamente cuando jugó contra Stephan, donde ciertamente no había mostrado lo mejor de sí mismo. Aunque había intentado llamarle un par de veces desde entonces y él le había devuelto las llamadas, no habían conseguido contactar, de modo que su comunicación solo se desarrollaba a través de mensajes de texto. Al menos eso facilitaba no tenerle que explicar su nueva vida, si bien se sentía realmente mal por no haber podido hablar con él desde Nueva York. Y para ser sincera, aunque la vida con Stephan era arrolladora, echaba de menos su voz.

Así que cuando supo que Stephan estaba en la ducha de la planta baja, volvió a llamarle.

–¡Noah, por fin! ¿Cómo estás?

–¡Hola, Elle! Genial. Siento no haber podido coger tus llamadas. ¿Dónde estás, aún en los Estados Unidos?

–No, no exactamente... Siento mucho lo de tu derrota.

–Aún hay mucho tenis que ganar, pero gracias. Ha sido una buena experiencia, y al menos la próxima vez sabré a lo que me enfrento. –Su comentario provocó escalofríos en su espalda–. Escucha, me encantaría verte, ¿cuándo podemos quedar? Parece que fue hace mil años cuando navegamos tranquilamente por los canales de Londres.

–¡A mí también me lo parece! –Eloise pensó en lo mucho que su vida había cambiado en los últimos quince días, parecía increíble–. Pero ahora mismo no estoy segura de cuáles son mis planes.

–¿Cómo le va a Iván? He oído decir que se ha retirado del circuito.

–Sí, lo ha hecho, pero está bien...

Escuchó la voz de Stephan llamándola: «¡Nadia!» desde el piso de abajo.

–Me tengo que ir, lo siento. Te llamaré pronto.

–Oh, está bien. ¡Te echo de menos!

–¡Yo a ti también! Adiós.

Cuando colgó el teléfono se preguntó de nuevo qué pensaría Noah de su «arreglo» con Stephan. En cierto sentido se dijo que solo estaba cumpliendo los términos del acuerdo de negocios con César. Ahora ya estaba familiarizada con todas y cada una de las estipulaciones, y sabía que mientras se ciñera a las reglas, su independencia financiera estaría garantizada a la conclusión del octavo Grand Slam. Su vida sería finalmente suya. Por tanto su único objetivo durante ese tiempo debería ser responder a las necesidades y expectativas de su Maestro, su Número Uno, las veinticuatro horas de los siete días de la semana. Había sido clara y mutuamente acordado, y estaba más decidida que nunca a asegurar su éxito.

Aun así, no pudo evitar preguntarse qué hubiera dicho Noah sobre las implicaciones sexuales de su contrato. Y aunque intentaba no hacerlo, se descubría a menudo considerando qué habría pasado si se hubiera enamorado de Noah antes de permitir que César arrancara de cuajo su vida. Lamentablemente ahora nunca lo sabría...

Por lo que a ella concernía, Noah era su único punto cuestionable en toda esta situación. Ni siquiera la conocía como Nadia, lo que era otro aspecto de su relación con Stephan que requeriría alguna explicación si el momento se presentaba. Recordó los maravillosos y despreocupados días vividos mientras compartían la travesía por los canales, un precioso período de diversión, amistad y atracción mutua que, sin embargo, parecía un delicioso paseo por el parque comparado con pasar el tiempo con una fuerza de la naturaleza tan arrolladora como Stephan.

Era como comparar un simpático gatito con un astuto león.

Nadia era incapaz de liberarse de la persistente sensación de que Stephan nunca aprobaría su amistad con Noah, por mucho que tratara de convencerle. Por tanto decidió que lo mejor sería mantener los dos mundos separados tanto como fuera posible y tratar de arrinconar ese problema en el fondo de su mente. Una gran proeza, teniendo en cuenta que ambos estaban inmersos en el competitivo mundo del tenis, pero haría lo que pudiera.

No queriendo arriesgarse a recibir una llamada de Noah mientras Stephan estaba alrededor, apagó el teléfono y en su lugar besó la bola de nieve que le había regalado, ahora colocada en su mesilla de noche. Todavía le echaba de menos terriblemente pero no era capaz de ver como su amistad podría funcionar en ese nuevo mundo.

Comprobó su aspecto en el espejo y corrió escaleras abajo, ansiosa por responder a la llamada de su Maestro. Su voz y su presencia resultaban intoxicantes, como lo eran para la mayoría de las personas con las que él entraba en contacto, algo que le aseguraba vivir en un continuo estado de vertiginosa excitación cada vez que estaban juntos. Nunca había sentido semejante tensión, y vivía sobre ascuas esperando descubrir cuándo su relación íntima fluiría hasta convertirse en una sexual.

Tensión

 

Cuando Stephan viajó a Miami para cumplir sus obligaciones con sus patrocinadores americanos tras haber ganado el Abierto de Estados Unidos, su ausencia creó un vacío en Nadia que no había anticipado, de modo que intentó sobrellevar esos sentimientos de la única forma que conocía: bailando. Él, amablemente, había convertido una parte del gimnasio del sótano en estudio de danza, y así, durante los días que estuvo lejos de ella, se concentró en bailar. Cuanto más se exigiera físicamente, mejor.

Durante su ausencia, aprovechó para estudiar bailes más desafiantes, aprendiendo nuevos ballets de coreógrafos menos conocidos, y así se encontró totalmente inmersa en danzas que plasmaban temas sexuales más explícitos, algo que no había explorado nunca. Para ella fue toda una sorpresa descubrir la profunda satisfacción que sintió a medida que concentraba su mente y forzaba a su cuerpo a dominar las exigentes nuevas rutinas una hora tras otra, sin descanso. Había un baile en particular que resonaba en su interior más que los otros, su crudo ritmo tribal llevando a su cuerpo a vigorosas alturas en la privacidad del estudio, a la vez que aumentaba el listón de su ya alto nivel de exigencia personal, forzándolo a llegar más y más lejos para lograr el dominio total... hasta que la tensión sobre su débil tobillo le hizo desmoronarse bajo la presión.

–¡Maldita sea! –gritó a la habitación, su voz reverberando contra las paredes vacías. Desplomada en el suelo por el dolor y furiosa con su tobillo por impedirle continuar, golpeó el suelo con exasperación mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.

–Te has estado presionando demasiado, Nadia, trabajando demasiado duro.

Dio un respingo al oír la voz proveniente de las sombras de la habitación, aunque la sorpresa no impidió que su vientre se inflamara.

–Lo siento, señor, no sabía que estaba en casa –declaró avergonzada por que hubiera visto su frustración y vulnerabilidad, esa breve muestra de debilidad cuando creía estar a solas. Trató de ponerse en pie, pero el tobillo se torció bajo su peso en cuanto cargó cierta presión en él.

Stephan se acercó tan rápido que la sostuvo en sus brazos antes de que aterrizara en el suelo. La bajó suavemente y dejó que su espalda descansara contra su pecho, los brazos rodeando su ligera constitución apoyada contra sus fuertes y musculosas piernas.

Así pegados contra la pared, podían observarse el uno al otro en el reflejo del espejo a través de la habitación. Stephan inhaló profundamente el aroma de su dulce feminidad, un sorprendentemente potente afrodisíaco para sus sentidos. La imaginó en ese estado después de una sesión con él en la cama, o en cualquier parte, y se vio obligado a reacomodar momentáneamente su esqueleto lejos de su cuerpo hasta que recuperara el control de su ingle.

La tenía totalmente rodeada, mientras su abrazo se cerraba aún más alrededor de su cuerpo, sintiéndose poderoso y protector. Era como si Eloise fuera un delicado y herido pajarillo al que no pudiera dejar volar hasta que estuviera curado. La sostuvo en silencio, esperando pacientemente hasta que, finalmente, ella cedió, exhalando y permitiendo que sus músculos se relajaran contra su fuerza bruta.

–Llevo observándote casi veinte minutos. Nunca te había visto bailar así; ¿es nuevo?

–Sí, señor.

–Tanta pasión, tanta fuerza para alguien tan delicado.

–No soy tan delicada como cree... y aún no he conseguido dominarlo del todo; me llevará algún tiempo.

Se rio suavemente.

–No dudo que lo dominarás, Nadia; está en tu naturaleza. –Acarició cariñosamente los rizos que se le habían escapado mientras bailaba, y sus siguientes palabras fueron como acero envuelto en terciopelo–. No podrás bailar de nuevo hasta que Greta se ocupe de tu tobillo y me proporcione un informe detallado.

–¿Greta? ¿Su fisioterapeuta? Pero si no es nada...

–¡Nadia! –Su voz atronó en el estudio–. ¿Tengo tu palabra?

–Por favor, señor, descansaré esta tarde. Mañana estaré bien, en serio...

–No hasta que tenga el informe. No puedes seguir así, tu tobillo necesita tiempo para curarse.

Por primera vez, Nadia pareció profundamente disgustada por sus palabras. No permitirle bailar era como pedirle que no respirara. Mientras él estuvo fuera fue lo único que la ayudó a ocupar su tiempo.

Le levantó suavemente la barbilla hacia su rostro hasta que miró directamente a sus ojos, y no al espejo.

–¿Quién soy, Nadia?

–Mi Maestro.

–Sabes que solo hago esto porque me preocupo por ti y tu futuro. ¿Acaso no es responsabilidad mía cuidar de ti?

Esperó la respuesta.

–Sí –contestó irritada.

Él alzó las cejas, indicando con ello que no estaba contento con su tono.

–Está bien. No me gusta, pero supongo que lo entiendo.

Su voz parecía tranquila, aunque la oscuridad había eclipsado su corazón.

–Lo arreglaré todo para que Greta pueda verte esta tarde. Mientras tanto, no puedes apoyar el tobillo. Es una orden, Nadia. Espero haber sido lo bastante claro.

¿Una orden?, pensó. Era la primera vez que utilizaba aquellas palabras y, aunque le sorprendió, las encontró sorprendentemente excitantes.

–Completamente, Maestro –dijo con énfasis, y una leve sonrisa apareció simultáneamente en sus rostros.

–Y además, esta noche vamos a salir y, con lo que tengo en mente, tu tobillo tendrá el descanso que necesita.

–¿De verdad? ¿Cómo? –Arqueó las cejas en anticipación, ansiando saber más detalles.

–Ya he dicho demasiado.

Y tras eso, la levantó del suelo, la llevó en brazos hasta las habitaciones que ocupaba en el piso de arriba y le preparó un baño caliente con sales para que pudiera sumergir su cansado cuerpo. Las muletas llegaron poco después, junto con la comida que incluía sopa de marisco, pavo y ensalada, zumo de frutas y una nota.

No salgas de tu habitación hasta haber comido todo lo de la bandeja. Greta te verá a las dos de la tarde.

 

Obediente, Nadia cumplió las instrucciones sin quejarse, sabiendo que disgustar a Stephan le causaría más inquietud que la turbación que sentía por su cita con Greta. Hasta ahora solo había tenido lesiones leves, pero muy en el fondo sabía que su tobillo no estaba en buena forma y, ciertamente, no era la primera vez que le daba problemas. Recordó vivamente su caída la infausta mañana que dejó el ballet. Las penosas doce horas de entrenamiento al día pasaron factura a su cuerpo de bailarina, sin tiempo para que las lesiones menores pudieran recuperarse completamente. Todo eso implicaba que los fisioterapeutas del ballet tuvieran que emplearse a fondo, con los bailarines escabulléndose para sus citas después de las clases, ensayos y actuaciones. Con solo un día de descanso a la semana, Nadia nunca había cogido vacaciones más allá del parón de los veranos que dedicaba a mejorar sus aptitudes.

Hasta ahora había tenido suerte de evitar una lesión más seria pero, desde su caída aquel día, había notado una tensión adicional en el tobillo cada vez que bailaba, especialmente en puntas. Obstinada, había decidido ignorarlo. Y sin embargo, al igual que sus profesores de ballet podían interrumpir una clase en plenos grands battements para enviar a un bailarín a tratamiento, comprendió que su nuevo Maestro, su maestro de tenis, ahora ejercía el mismo poder sobre ella.

Debía reconocer que encontraba cierto consuelo en la idea, sintiéndose súbitamente más en casa con él de lo que nunca se había sentido con Iván. Al menos ahora sabía que Stephan se preocupaba por ella.

Atención

 

Mientras tanto, Stephan soñaba con el control que la lesión de Nadia le proporcionaba, disfrutando del hecho de que la atención no estuviera por una vez en su propia psique o sus lesiones. Sorprendentemente, para alguien tan acostumbrado a centrarse solo en él, se estaba divirtiendo con la responsabilidad de cuidar de otro: lo que no había sucedido nunca. Y el que sus órdenes (aunque no siempre bien recibidas) fueran acatadas con precisión y sin represalias le hacía sentir un mayor poder sobre la vida de ella. Por eso, cuando el informe de Greta llegó a su poder, canceló su sesión de pesas en el gimnasio para dedicarle toda su atención.

Nadia tenía un esguince de grado dos en el tobillo con rotura parcial del ligamento, y solo se le permitiría caminar levemente sobre ese pie si era absolutamente imprescindible. Necesitaría usar muletas para cualquier desplazamiento. Y, por supuesto, en ningún caso debía bailar durante al menos un mes, pues de otra forma el ligamento corría el riesgo de quedar completamente dañado, provocando una lesión mucho más seria que podría afectar a largo plazo a su capacidad para bailar.

Imaginó cómo se sentiría ella al saberlo, pero era por su bien. Simplemente tendría que ser estricto y mantenerla ocupada con otras cosas mientras descansaba... Esa idea hizo brotar una sonrisa marca de la casa en su rostro. La misma sonrisa que le proporcionaba más dinero y nuevas marcas patrocinadoras que a ningún otro jugador del circuito. Y lo mejor de todo era que sus planes para la noche no tendrían que ser alterados.

–¡Perfecto! –murmuró para sí mismo mientras se apresuraba a anunciar a Nadia el diagnóstico sobre su estado físico para las próximas semanas.

Mientras aguardaba su destino, Nadia decidió llamar a Noah; necesitaba oír su tranquilizadora voz. Pero para su disgusto le saltó el buzón de voz, y no fue capaz de dejarle ningún mensaje.

–¿Nadia? –Stephan llamó suavemente a la puerta antes de abrir y encontrarla tumbada en la cama. Su delgada pierna reposaba sobre dos cojines, con una bolsa de hielo sobre el tobillo.

Esa solución recibió su aprobación instantánea.

–Bien, me alegra saber que Greta está haciendo su trabajo. Acabo de recibir su informe.

Nadia dio gracias a sus estrellas de la suerte por que Noah no hubiera respondido a su llamada. No quería pensar en la reacción de Stephan si la pillaba hablando por teléfono con un amigo que supuestamente no debería tener, especialmente uno que era su rival en el tenis.

Esperó a oír el veredicto de Greta pero, en su lugar, Stephan tomó la bola de nieve de su mesilla, agitándola y observando el colorido y brillante paisaje de la escena en su interior.

–¿Te gustan las esferas de nieve?

–Supongo. –Trató de mantener un tono indiferente.

–¿Has estado alguna vez en una barcaza sobre un canal? –preguntó, inspeccionando el interior.

–Oh, hace mucho tiempo... –Lo último que necesitaba era discutir eso con Stephan, así que extendió su mano para que se la devolviera y la guardó en el cajón superior de la mesilla. Solo era una bola de nieve, pero era muy preciada para ella.

–Y bien..., ¿qué dice Greta en su informe? –preguntó con cautela, pero deseando cambiar de tema.

Stephan parecía en su elemento cuando le hizo un breve resumen.

Nadia reaccionó con vehemencia.

–¿No bailar durante un mes? ¡No puede decirlo en serio!

–Vaya, sí que te vuelves belicosa cuando se trata del baile, o no, como es el caso. ¡Nunca te había visto ponerte así!Se había quedado genuinamente sorprendido por su respuesta–. Será solo un mes, y nada de bailar en puntas hasta que Greta te dé el visto bueno.

Nadia no pudo contener una lágrima de frustración. Si no podía bailar, ¿qué haría mientras él estuviera entrenando o viajando por negocios?

Stephan se sentó en la cama junto a ella, compadeciéndola pero sin ablandarse. Recordó como él mismo había sufrido algo similar cuando tenía veintiún años. Entonces creyó que su lesión en el músculo gemelo marcaría el final de su carrera profesional, pero, viéndolo en retrospectiva, comprendió la exagerada reacción fruto de su juventud y también que, a largo plazo, eso había hecho de él un jugador más fuerte y potente.

–No durará tanto. Y yo cuidaré de ti. Muy pronto estarás mejor que nunca, te lo prometo. Ya sabes que, en profesiones tan físicas como las nuestras, estas cosas son muy habituales. –Trató de enjugar sus lágrimas pero ella apartó la cara lejos de su mano. Nunca la había visto comportarse así, y no estaba seguro de si reprenderla o consolarla.

–Sé que es por mi bien, pero siento como si me estuvieran castigando... –Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera retenerlas.

–¡Nadia! –La mirada de preocupación en el rostro de Stephan la hizo retractarse de inmediato.

–Lo siento, señor. No debería haber dicho eso. –Suspiró con alivio al ver su ceño desaparecer, y que se relajaba.

–No importa –replicó. Y luego añadió en un tono más ligero–: Además, si hay que infligir algún castigo, estoy más que dispuesto a hacerlo.

Esta vez fue el turno de Nadia de asombrarse, lo que le divirtió enormemente.

–Deberías saber que siento debilidad por los castigos; de hecho, extraigo mucho placer en administrarlos. Que ahora no puedas bailar no significa que esté incluido en esa categoría. –Alzó una ceja y la miró directamente a los ojos antes de continuar–. Pero es bueno saber qué botones puedo pulsar si haces algo que realmente me moleste, así que sin duda lo tendré en mente.

Aunque estaba sonriendo, Nadia no pudo descifrar si lo decía en serio o no, si bien no tuvo duda de cómo interpretar su siguiente comentario cuando un dedo firme apuntó hacia su cara.

–Déjame que sea claro. Mientras obedezcas mis órdenes de no apoyarte sobre el tobillo, no habrá motivo para castigarte.

Justo antes de salir de la habitación, se volvió hacia ella.

–Sin embargo, no puedo prometer que no haya otros castigos por otras fechorías que puedan ocurrir. No puedo expresar con qué ganas lo estoy esperando.

La mirada de asombro de su rostro fue impagable. Stephan no pudo ocultar su sonrisa.

–Te sugiero que eches otro vistazo al anexo que enviamos a nuestros abogados; tal vez lo veas bajo una luz totalmente diferente después de esta conversación. –Sus penetrantes ojos azules centellearon divertidos–. Nos marchamos en una hora, así que asegúrate de estar bien familiarizada con el regalo que he dejado junto a tu cama.

Y con eso salió de la habitación, cerrando la puerta tras él y dejándola sola.

Nadia se quedó mirando hacia la puerta sin comprender, forzando su mente a recordar los detalles del anexo. Si no le fallaba la memoria, él tenía todo el derecho a castigarla en caso de no respetar lo acordado. Dado que nunca se había planteado desobedecerle, se dijo que la cláusula era justa pero esencialmente irrelevante.

La idea de que él experimentara placer en castigarla le resultaba desconcertante. Si él estaba disfrutando con ello, ¿cómo podría considerarse un castigo? Su inocencia le impedía deducir remotamente a lo que se refería.

Mientras su mente se afanaba en desentrañar lo desconocido, su tristeza por el tobillo fue lentamente reemplazada por la embriagadora anticipación de lo que quiera que fuese a pasar esa noche...

Confianza

 

El vecino y amigo de Stephan, José Vélez, era un atractivo catalán de mediana edad. Aunque poseía galerías de arte en Europa y América, sentía debilidad por celebrar pequeñas exhibiciones privadas en las Caimán, a las que solía invitar a sus conocidos durante el fin de semana. Esa noche iba a presentar su exposición «Nuevo Egipto» en su pequeña pero muy moderna galería. Era solo una parte de la gran muestra que tendría lugar en Miami a finales de semana, pero estaba encantado de que los residentes locales le hubieran mostrado tanto apoyo, y que incluso algunos de sus clientes hubieran viajado hasta allí para disfrutar de las experiencias que una isla como Gran Caimán podía ofrecer.

José llevaba planeando la exposición algún tiempo. Su propósito era combinar tanto objetos históricos como modernos con formas de arte vivas. Una de las partes de la exhibición era «Momias vivas», donde gente real aparecería envuelta en vendas, con los ojos mostrando el maquillaje egipcio en todo su esplendor. Tan pronto como Stephan descubrió los ojos aguamarina de Nadia en toda su gloria el día en que se conocieron, tuvo la idea de ofrecer voluntariamente sus servicios, y hacer que esa exposición fuera su primera incursión secreta en su vida pública. Dado que no tenía intención de compartirla en ningún momento con otros, el que estuviera totalmente vendada le proporcionaba la coartada perfecta.

Además había una remota posibilidad de que Ava estuviera allí –a pesar de que odiaba las Caimán–, dado que José era amigo íntimo de ambos. Stephan había dedicado ya muchas horas a asegurarse de que su relación terminara de la forma más suave posible. Después de escuchar sus gritos reprochándole sus sádicas tendencias y trato abusivo, ella había terminado por aceptar que habían terminado. Sin embargo, él no quería exacerbar su ánimo apareciendo abiertamente en la exposición con Nadia. Sabedor de que Ava era firme defensora del dicho según el cual toda publicidad es buena publicidad, no sentía ningún deseo de ver enredada su nueva vida (y su nueva posesión) en sus dramas.

Esa noche quería centrarse únicamente en Nadia. En su mente, aquel era su primer gran obstáculo, la primera prueba de fuego para averiguar hasta dónde estaba dispuesta a llegar para cumplir sus órdenes. Necesitaba asegurarse de si confiaba en él lo suficiente como para hacer esto. Solo así podría ser realmente suya.

Stephan estaba más excitado que un niño antes de abrir los regalos el día de Navidad mientras encendía el motor de su lustroso Ferrari azul F430, y conducía por el camino de entrada, hasta salir a la carretera. Con los contratos y el dinero venían los coches caros, y él estaba más que satisfecho con ese especial tono de azul elegido a semejanza del color de la bandera sueca. Podía ser un orgulloso patriota cuando eso le convenía.

–¿Estás lista? –preguntó.

–¿Cómo puedo responder cuando no me ha dicho para qué necesito estar lista? –contestó.

Stephan apenas le había proporcionado una mínima indicación de cómo debía vestirse, diciéndole simplemente: «Cualquier cosa estará bien, no es importante. Solo trae tus mallas color carne contigo». Nadia se notaba bastante inquieta por su primera salida, pero también emocionada por que finalmente estuviera sucediendo, especialmente después de las penosas noticias de la tarde. Aparte de saber que iban a la galería de arte de un amigo, no tenía ni idea de qué le depararía la noche, excepto que ella seguiría siendo su secreto.

–¿Has traído tu regalo? –preguntó.

–Sí, está en mi bolso.

–¿Te gusta?

–Nunca he usado uno como ese, pero estoy deseando probarlo. –Sus mejillas se ruborizaron al instante ante su audaz respuesta, mientras trataba de acostumbrarse a su petición de darle respuestas directas y detalladas.

–Me alegra oírlo, Nadia. El Tiani1 ha sido diseñado en Suecia, al igual que yo. –Su sonrisa se ensanchó mientras posaba una mano sobre su rodilla tras cambiar rápidamente de marcha–. Confío en que esta noche sea la primera en que pongamos en práctica las muchas posibilidades que se abren para nosotros.

La parte interna de sus muslos se tensó automáticamente con su roce y la perspectiva que sus palabras insinuaban.

–Me gustaría que lo llevaras puesto esta noche. ¿Podrías hacerlo por mí?

–¿Cómo? ¿Ahora?

Una gélida mirada se clavó en ella indicando su disgusto ante la respuesta, antes de volver la atención a la carretera.

–Lo siento, señor. Desde luego que puedo –replicó inmediatamente.

–Así está mejor. ¿Has traído contigo las mallas que te pedí?

–Sí, lo he hecho, aunque debo admitir que no estoy segura de si es muy apropiado teniendo en cuenta que no se me permite bailar.

–Quiero que lleves las dos cosas esta noche. Serás una de las principales atracciones, Nadia. Pero te prometo que estarás completamente cubierta y que tu tobillo podrá descansar. Oh, y asegúrate de ir al baño cuando lleguemos. No tendrás otra oportunidad durante algún tiempo.

–¿No va a decirme nada más sobre esta noche, señor?

Él sonrió sacudiendo la cabeza.

–Solo quiero que sigas mis instrucciones y confíes en que te mantendré a salvo.

La picardía de sus ojos era innegable mientras entraba en el aparcamiento y la ayudaba a salir del coche.

–Ven, déjame que te sujete. Quiero que apoyes el pie lo mínimo posible.

No pudo evitar poner los ojos en blanco, pero sabía que era mejor no discutir con él después de la tensa conversación tras el informe de Greta.

Instrucciones

 

Cuando llegaron a la entrada trasera de la galería, la excitación de Stephan estaba en su punto máximo. El arte nunca había tenido antes ese efecto sobre él.

José les recibió en el almacén de la parte trasera y les presentó a Irene, quien se encargaría de cuidar de Nadia. La joven fue conducida a una pequeña habitación donde se le pidió que tomara asiento para poder maquillarla. Los ricos y vibrantes colores del estuche de maquillaje incluían resplandecientes dorados, azules aztecas y tonos verde bosque. Irene no perdió tiempo en aplicárselos, tras de lo cual añadió un grueso delineador de ojos color negro, terminando con unas largas pestañas postizas. Los ojos ya de por sí grandes y redondos de Nadia quedaron resaltados hasta tal punto que era como si el resto de su rostro no existiera. Le resultó extraño que solo le hubieran pintado los ojos y no el resto de la cara, pero no dijo nada.

–Excelente, aquí ya hemos terminado. Ahora puedes ponerte las mallas.

Una vez sola en el pequeño cuarto de aseo, Nadia abrió su discreto bolso negro de mano que contenía el pequeño vibrador color rosa. Él le había pedido que introdujera el suave objeto de silicona en el hueco de su clítoris; y casi de inmediato sintió su propia excitación.

La limitada vida sexual de Nadia nunca había sido de tipo exploratorio y, desde luego, no había compartido un juguete sexual con ningún hombre hasta entonces. De modo que esa noche estaba especialmente nerviosa por lo que Stephan tendría planeado, aunque también excitada al saber que su relación finalmente iba a cruzar ese umbral sexual.

–¿Todo bien ahí dentro, Nadia?

La profunda y penetrante voz de Stephan interrumpió su ensueño. Obviamente, esa era la señal para que acabara de cumplir sus órdenes. Tras comprobar que el dispositivo estaba bien hundido y encajado en su sitio, se enfundó sus mallas color carne hasta los hombros. Abrió la puerta y permaneció vacilante, esperando nuevas instrucciones.

El pequeño grupo asintió satisfecho.

–Es perfecta, Stephan, la medida exacta.

–Lo sé –respondió Stephan, sus ojos resplandeciendo como si la hubiera creado personalmente–. ¿Dónde quieres colocarla?

–Ahí, encima de ese banco estará bien. Es lo suficientemente ligera como para moverla a cualquier posición desde allí.

Stephan no pudo evitar advertir las muchas preguntas que se agolpaban en los ojos de Nadia, pero le encantó que ella, a pesar de todo, permaneciera en silencio y obediente mientras la cogía en brazos y la depositaba cuidadosamente en el banco negro delante de ellos.

–¿Has seguido mis instrucciones al pie de la letra? –susurró en su oído.

–Sí, señor.

–Excelente. Quédate quieta. –Se volvió hacia José–. Supongo que no hay problema si me quedo aquí y observo.

–Conociéndote, Stephan, no esperaba menos. Por favor, ponte cómodo.

Stephan se recostó en una tumbona tomándose un momento para absorber plenamente la visión de esa exótica criatura de ojos increíblemente maquillados, tan vulnerable y, a la vez, tan confiada en las manos de otros, y todo por él.

José e Irene comenzaron metódicamente el proceso de transformar a Nadia en una antigua momia de ojos inquietos, empezando por las puntas de los pies.

–Tened cuidado con su tobillo izquierdo, tiene una rotura de ligamentos.

–Por supuesto.

Stephan parecía embelesado mientras las piernas de Nadia eran vendadas juntas. Estaba sorprendido de lo mucho que le excitaba el proceso y no podía dejar de dar instrucciones, sabiendo lo que tenía en mente para Nadia más tarde.

–Aseguraos de que el vendaje esté apretado, no quiero que nada se suelte durante la exposición.

–Preferiría otra capa de vendas para asegurar que esté inmóvil, especialmente alrededor de los muslos y las caderas.

–Me gustaría ver la reacción de sus pezones cuando las vendas los rocen.

Nadia no se atrevía a decir palabra, sabiendo, tras esa última petición, que su respiración jadeante y los rápidos latidos de su corazón harían que sus pezones hablaran bien alto en su favor. Nadie pareció decepcionado.

José e Irene continuaron trabajando, obedeciendo silenciosamente las muchas órdenes de Stephan. Finalmente los brazos de Nadia quedaron doblados por delante de su cuerpo y firmemente sujetos, antes de que nuevos vendajes envolvieran todo su torso mientras maniobraban alrededor de su cuerpo.

Los ojos de Stephan no se apartaron una sola vez de ella durante todo el proceso. Cuanto más la envolvían, más dueño y señor se sentía sobre ella. Ava nunca hubiera hecho algo así por él.

Cuando llegaron a su cuello, Stephan volvió a interrumpir.

–Nadia, ¿quieres un poco de agua? Una vez que tapen tu rostro no podrás hablar durante el resto de la noche.

–Sí, gracias. –Su voz era tranquila, dócil. Parecía haberse sumido en un estado de trance durante todo el proceso mientras contemplaba lo que le estaba sucediendo.

Introdujo torpemente una pajita en su boca y ella sorbió el refrescante líquido.

–¿Estás bien? Lo estás haciendo muy bien, estoy muy orgulloso de ti.

Asintió. No podía hacer otra cosa más que cumplir ahora que les había permitido llegar tan lejos.

–Quiero que lleve estos auriculares para poder comunicarme con ella dado que va a estar inmóvil tanto tiempo.

–Por supuesto, buena idea –accedió José.

–De esa forma podrás escuchar mi voz o la música que ponga para ti.

Nadia estaba segura de que su cuerpo se había estremecido pero aparentemente no hubo signos externos de movimiento; estaba muy bien atada. El dispositivo de silicona presionaba firmemente contra su ya húmedo clítoris, atrapado en ese lugar al menos durante el futuro inmediato.

Nunca en su vida había hecho algo así. Stephan le había prometido una noche de primeras veces, pero nunca imaginó algo como eso.

Él colocó con cuidado los pequeños auriculares en cada uno de sus oídos, comprobando de nuevo que ella aceptaba sin vacilación lo que le esperaba.

Ella susurró su respuesta para que solo él pudiera escucharla.

–Sí, lo acepto. Si esto le complace...

–Oh, mucho más de lo que puedas imaginar, Nadia. Acarició un mechón de cabello suelto apartándolo de su frente y haciendo un gesto para indicar que estaba lista para continuar.

Su boca quedó amordazada en cuanto los vendajes cubrieron su barbilla y sus labios, y luego su cara y su cabeza. Experimentó la extraña sensación de sentir su boca desaparecer y, con ella, su derecho a hablar.

Irene y José evitaron cuidadosamente los agujeros de su nariz y sus ojos, las únicas partes de su cuerpo que permanecerían expuestas a los elementos. Una vez que el proceso de envolverla quedó completado, pasaron una brocha impregnando los vendajes con una ligera resina, y luego dejaron que la pátina se fijara y endureciera.

Nadia le había dado a Stephan el control de sus sentidos; sus emociones tan certeramente atadas como su cuerpo. A él parecía dársele bien todo eso: desplegando un lento y sofisticado juego de control en el que él tenía todo el poder, mientras ella no tenía más remedio que someterse. Daba la impresión de desafiar toda lógica, pero debía admitir que nunca había experimentado semejante anticipación, ni tampoco se había sentido tan intensamente excitada, y eso que él ni siquiera la había tocado.

Disciplina

 

Todo el proceso respondía a un plan meticulosamente trazado, al igual que todos los demás aspectos de la vida de Stephan. Él decidiría lo que Nadia escucharía, lo que vería, y ahora, en esa posición en la que había perdido todo movimiento de su cuerpo, tendría también el control de cada nervio, incluyendo los de su clítoris.

Era como si Nadia hubiera sido congelada en el tiempo, sepultada con sus pensamientos más íntimos, apartada del mundo y transformada en objeto. Cerró los ojos y trató de calmar su creciente nerviosismo, sabiendo que Stephan estaba allí, a su lado, rodeado de profesionales que claramente habían hecho este tipo de cosas antes. Se obligó a regular su respiración, lo que parecía una hazaña imposible dado que su pecho solo podía coger aire y soltarlo dentro de un espacio muy limitado.

Justo cuando el pánico estaba a punto de cundir en ella, se le ocurrió.

¡Disciplina!

Disciplina era lo que necesitaba para calmarse, para aceptar la actual realidad. Así que recurrió a esa parte esencial de sí misma: una cualidad que había cultivado hasta la perfección durante la última década. Era obligación de toda bailarina hacer que la posición en puntas e inmóvil pareciera un movimiento natural y perfecto, asegurándose de que la audiencia no fuera consciente de los pequeños ajustes requeridos por cada grupo de músculos para mantener esa pose.

Aunque no podía bailar, aún podía hacer eso. Su destreza y entrenamiento le permitirían calmar sus nervios lo suficiente para enfrentarse a lo que quiera que su Maestro esperase de ella. Si le complacía –tal y como parecía a juzgar por la mirada de sus ojos– se obligaría a confiar en que también le satisfaría a ella. Incluso si eso significaba no poder tocar ni moverse como era el caso.

Cuando volvió a abrir los ojos, Stephan se había levantado y estaba inclinado sobre ella, escrutándolos; su profunda voz reverberaba en sus tímpanos. Solo podía escuchar su voz, solo podía ver su rostro. Como si leyera sus pensamientos, descubrió que sus palabras la sosegaban, su entonación proporcionándole un hipnótico ritmo que calmaba su acelerado pulso.

–No puedo expresar lo que esto significa para mí, Nadia, hacer esto por mí, enfrentarte al miedo a lo desconocido que puedo leer en tus ojos. Estoy aprendiendo tanto de ti, al verte así... Prometo que te cuidaré y despertaré tus sentidos como nunca antes hayas imaginado. Nunca he experimentado con nadie como tú, Nadia. Para mí eres la perfección personificada.

»Esta noche es el comienzo de tu total rendición a mis demandas. Has provocado un nivel de ansiedad en mí que no creí posible antes de posar mis ojos en ti. Quiero tenerte, poseerte, como nunca he querido hacer con otra mujer en mi vida. Eso es lo que me has hecho. Tu sumisión inspira mi dominación. Quiero ser el Maestro de tu verdadero deseo. Conservarte como mía significa que debo ser el Número Uno. Las apuestas nunca han estado tan altas. Ganar nunca ha significado tanto.

Se detuvo un momento, sus ojos encerrando una silenciosa y fija mirada.

–Pretendo cuidar de ti, preocuparme por ti y protegerte del mundo exterior durante todo el período de nuestro contrato, si no más.

Irene interrumpió momentáneamente a Stephan para hacerle saber que ya era casi la hora. El leve asentimiento de su cabeza confirmó sus palabras mientras sus ojos permanecían clavados en Nadia.

–Estás muy bella. Verte aquí esta noche, durante todo el proceso de vendaje, me la ha puesto dura. Como no puedes sentirlo por ti misma, tendrás que confiar en mi palabra, pero créeme, el tener la oportunidad de estudiar tus reacciones al detalle a lo largo de la noche a través de tus ojos, y solo de tus ojos, me va a proporcionar visiones inimaginables. Esta noche tu cuerpo no tendrá más remedio que absorber el placer que solo yo te daré. Serás arte vivo, compartido y contemplado por todos, pero poseído y controlado por uno solo. Tu Maestro. Desde esta noche, Nadia, tendré el dulce placer de iniciarte completamente en mi mundo.

Con esas palabras, Stephan apretó el pequeño control remoto color rosa. Nadia sintió inmediatamente una suave vibración entre sus capturados muslos. La sensación la calentó de dentro afuera mientras una ardiente ola se extendía desde lo más profundo de sus entrañas irradiando hasta sus tapadas extremidades. Aunque por el momento la sensación era excepcionalmente placentera, no pudo evitar preguntarse cómo demonios iba a poder resistir las próximas horas de continuar incrementándose.

–Haz que me enorgullezca de que seas mía. –Stephan se volvió para caminar hasta la puerta y llamar a José–. Adelante, ya está preparada y lista para asombrar a la multitud.

El cuerpo fuertemente constreñido de Nadia fue depositado en un ataúd egipcio, pintado con coloridos e intrincados motivos. La tapa fue cerrada y la oscuridad la envolvió por completo mientras las ruedas se ponían en marcha, y era trasladada, entre vibraciones, hasta la galería donde la vida ciertamente imitaría al arte.

Sumisión

 

La completa oscuridad la desorientó totalmente. Su cuerpo, como envuelto en un capullo, era incapaz de anticipar o prevenir el siguiente movimiento, lo que le permitió centrarse únicamente en la voz de Stephan.

–Cierra los ojos.

–Concéntrate en la respiración.

–Sumérgete en la música.

Cuando la música comenzó, Nadia sintió que su ataúd era levantado hasta casi ponerlo de pie. Si hubiera podido sonreír ante la elección de la música lo habría hecho, a medida que los primeros compases operísticos de un aria de Madame Butterfly flotaban en su cerebro.

–Cuando la música se detenga, abrirás inmediatamente los ojos.

Sus palabras eran el único contacto con el mundo exterior y se encontró dependiendo de ellas para mantener su estabilidad mental.

Las vibraciones acariciaban suavemente su santuario interior, garantizando que el hormigueo se extendiera por todo su cuerpo, sabiendo que el Tiani estaba atrapado en su sitio, confortablemente encajado en su interior. Empezó a respirar las sensaciones, sabiendo que eso era lo que Stephan quería que experimentara. Solo para él permitió que su cuerpo se sumergiera en la consistencia y privacidad de las placenteras olas.

Tan perdida estaba en su recluido mundo que cuando la música se detuvo súbitamente, apenas fue consciente de que abrían la tapa de su sarcófago.

–¡Ahora!

La voz de Stephan atronó en sus oídos rompiendo su ensoñación, y se quedó tan confusa que abrió rápidamente los ojos. La súbita luz resultaba cegadora; no pudo evitar parpadear repetidamente hasta que sus pupilas se adaptaron. Le llevó unos momentos registrar la multitud de gente congregada a su alrededor y, algo más de tiempo, comprender que ella era la «muestra» que habían acudido a ver.

Para la concurrencia fue casi como si una momia hubiera vuelto súbitamente a la vida. Varios gritos ahogados y gemidos escaparon de la pequeña pero fascinada multitud, seguidos de unas cuantas risas ante la sorpresa por que esa «momia» en particular tuviera unos ojos auténticos y parpadeantes que devolvían sus miradas. Un aplauso espontáneo recorrió la habitación con gritos de: «¡Bravo! ¡Felicitaciones! ¡Totalmente inesperado! ¡Simplemente magnífico!».

Nadia apenas podía distinguir la voz amortiguada de José desde un rincón alejado de la habitación explicando el proceso de momificación y la génesis del sarcófago replicado. Su absoluta cosificación la dejó completamente perpleja. Recorrió la habitación con la vista, suscitando nuevos «Ooohs» y «Ahhhs» del público, pero no pudo distinguir a Stephan a pesar de sentir que estaba observando cada uno de sus parpadeos.

Tras la breve presentación de José, la gente se acercó aún más para verla, tan cerca que casi podía notar su aliento contra la cara, agradecida por que las vendas y el ataúd de madera la protegieran.

A su alrededor las conversaciones flotaban como si no existiera, al tiempo que los dedos se agitaban delante de su rostro, señalando los intrincados dibujos de su maquillaje y haciéndola parpadear furiosamente por si a alguien se le ocurría meter el dedo en su ojo. Parpadear era su única línea de defensa, dado que no podía hablar o apartar los intrusivos dedos de su cara. No había nada que pudiera hacer para detenerles y a ellos no parecía importarles.

Muchos maridos la miraban boquiabiertos, bromeando y preguntándose en voz alta si podrían organizar lo mismo para sus mujeres, y así tener un poco de paz y tranquilidad en casa. Incluso hubo alguien que sugirió, entre grandes carcajadas, que José podía patentar el proceso y hacer una fortuna restaurando a la vez el correcto equilibrio de poderes en el mundo, de modo que las mujeres pudieran ser vistas pero no oídas. La hasta entonces sombría serenidad de Nadia se esfumó mientras hervía de rabia bajo su mortaja de lino por esos misóginos comentarios, y la indiferencia que mostraban por las mujeres de sus vidas.

Se preguntó si aquello sería lo que algunos hombres pensaban de verdad, lo que realmente querían. Era como si le hubieran proporcionado una visión secreta de un mundo que creía que había dejado de existir. Quería gritarles con todo su ser, pero no podía hacer nada para que la escucharan, debiendo tragarse la rabia. Por mucho que tratara de fruncir el ceño ante sus palabras, de mostrar su desacuerdo con los ojos y hacerles saber lo insultada que se sentía, sus gestos pasaron completamente desapercibidos y el grupo de hombres se desplazó alegremente al siguiente objeto de la exposición.

Justo cuando estaba empezando a cuestionarse por qué Stephan había querido hacerla pasar por eso, justo cuando creía que ya no podría soportar nada más, vio su rostro aparecer directamente frente a ella, bloqueando la vista del resto de la habitación y de esos machistas a los que había tenido que escuchar. Nadia no supo si la estaba protegiendo de los hombres o asegurando su poder sobre ella. Estaba desesperada por decir algo, por pedirle que la soltara, que no la hiciera continuar un momento más con todo aquello, por decirle que no podía soportar a esa gente escrutándola como si no existiera, por suplicarle que la llevara a casa. Sus ojos imploraban las palabras no pronunciadas. Pero él no dijo nada, simplemente continuó mirándola como si ciertamente fuera una maravilla histórica del mundo.

A pesar de estar totalmente tapada se sintió como desnuda delante de él, a medida que sus gélidos ojos azules continuaban observándola hasta penetrar en su mente y borrar los pensamientos de rabia, haciéndola recordar sus hipnóticas palabras de un poco antes.

Prometo que te cuidaré y despertaré tus sentidos como nunca antes hayas imaginado.

Tu sumisión inspira mi dominación. Quiero ser el Maestro de tu verdadero deseo.

Eres mi secreta posesión. Tendré el dulce placer de iniciarte completamente en mi mundo.

La mente de Nadia se obligó a reconocer que una parte de ella necesitaba que él fuera su Maestro, y que negarle a él sería como negarse a sí misma. Se sometería a la voluntad de Stephan, al placer y al dolor, mientras él fuera el Número Uno.

Los ojos de Stephan capturaron los suyos, supervisando la dilatación de sus pupilas al detalle, sabiendo que sus ojos eran las ventanas a sus auténticos sentimientos; sentimientos que, por otra parte, ella era incapaz de articular esa noche. Con cada segundo que mantenían la silenciosa mirada del otro, ella sentía el tirón de su dominio fortalecerse, exigiéndola entregar definitivamente su voluntad y hacerlo ya. Pudo sentir el magnetismo sexual entre ellos arrastrándola hacia él desde su ser más íntimo. Era como si él estuviera respirando el embriagador primer aliento sexual en el hasta ahora cerrado y protegido mundo de ella. Y, en ese momento, sintió como si su carrera de ballet apenas hubiera sido un entrenamiento para proporcionarle la disciplina necesaria para someterse a él.

Stephan no pronunció una palabra, simplemente se limitó a mirar al fondo de sus ojos mientras las vibraciones del Tiani se intensificaban en su interior. Los restos de su frustración se disipaban a medida que las sensaciones se apropiaban de su cuerpo, despejando su mente. Él había iniciado el proceso de control cuando se vieron por primera vez, y ahora estaba dando el primer paso hacia un completo dominio de su cuerpo.

Se vio obligada a absorber la cascada de olas de placer que él desencadenaba, sin moverse, atrapada dentro de sí misma mientras él se aseguraba de que permaneciera en la cúspide de su alivio. Estaba deseando que ella aceptara que ese viaje tan cuidadosamente trazado sería también su viaje y no solo el de ella, obligándola a dejarse llevar, confiar y darse libremente a él y, al hacerlo, renunciar a todo y a todos.

La tensión de los últimos días con Stephan se apoderó de ella: la emoción, la sumisión, la pulsión sexual insatisfecha... Nunca había experimentado nada parecido; nada tan abrumador y, sin embargo, solo estaba comenzando. No pudo evitar que las lágrimas asomaran a sus ojos mientras él continuaba evaluando cada emoción reflejada en ellos.

Aunque embalsamada, su pulso se aceleró y su ingle empezó a palpitar de deseo cuando todo su ser la empujó a entregarse completamente a él. Sus penetrantes ojos la obligaron a reconocer esa parte sexual de su psique que había permanecido adormecida durante su inmersión en el mundo del ballet. Gruesas lágrimas brotaron en cascada sobre el vendaje mientras admitía que ansiaba ser dominada por un hombre como Stephan.

Como si leyera su mente, él comprendió que esas lágrimas representaban su absoluto compromiso con él y, entonces, cubrió sus ojos con la palma de su mano, liberándola de la intensidad que exigía.

Por fin ella pudo bloquear la exposición y a la gente a la que se le había dado permiso para examinarla con tanto detalle. Una música serena y suave inundó sus oídos, reemplazando los dramáticos acordes de Madame Butterfly.

Un último pensamiento revoloteó, desapareciendo al fondo de su mente. A fin de que su relación tuviera éxito, su intenso ego debía morir –o al menos hibernar– para así permitir la completa transición al mundo que él tan cuidadosamente había diseñado para ella.

Un mundo en el que voluntariamente consagraría su destino sexual a ese dios sueco del tenis.

Oculta

 

Tras ese primer momento de exposición inicial, el sarcófago de Nadia fue cambiado de posición, de modo que durante el resto de la velada ya no estuvo de pie sino descansando sobre un podio. Permaneció enclaustrada al fondo del ataúd, con la tapa apoyada a un lado. De esa forma, la gente podía admirar con detalle las pinturas del exterior de la carcasa, así como el trabajo de momificación. Todos aprovecharon encantados para tocar el tejido barnizado de resina que cubría su cuerpo mientras mariposeaban y charlaban a su alrededor, rellenando una y otra vez sus copas de champán.

El delicioso y constante zumbido que emanaba entre los muslos de Nadia la relajó hasta tal extremo que se sumió en un ligero y feliz estado de semiinconsciencia, agradecida por que Stephan le hubiera permitido mantener los ojos cerrados. Lamentablemente ese momento de paz fue abruptamente interrumpido cuando le escuchó hablar con voz tensa directamente por encima de su cabeza.

–¡Ava! Al final has conseguido venir. –Sonaba como si alguien a quien conocía hubiera llegado.

–Sí, Stephan. ¿Acaso te molesta?

–¿Por qué iba a hacerlo?

–He venido con alguien. Es un ejecutivo de banca, y tiene su propio avión privado.

Stephan soltó una risa falsa.

–Ya veo que el dinero y la posición no han perdido su lugar de privilegio en tu corazón.

–¿Y tú? ¿Has traído a alguien?

–Eso no es de tu incumbencia, pero no.

–Oh, ¿y por qué será que no me sorprende? Debe de resultar más difícil de lo que piensas intentar encontrar a alguien que encaje con tus, ¿cómo decirlo en público de forma educada?, bastante inusuales tendencias.

–No hay necesidad de ser rencorosa, Ava. Dejémoslo estar.

–¿Qué? ¡Dejar esta conversación, como me dejaste a mí!, tú, ¡bastardo autosuficiente! Tu arrogancia es asombrosa. ¿Pensabas sinceramente que renunciaría a algo tan importante como mi carrera por estar con alguien como tú?

–Te he pedido que dejes el tema.

–Ahora ya no puedes controlarme, Stephan. No tienes ningún derecho a decirme lo que debo hacer, cómo tengo que vestir o cuándo puedo venir. ¿De verdad crees que encontrarás a alguien que quiera estar a tu disposición las veinticuatro horas del día los siete días de la semana y hacer todas esas sucias perversiones que pretendes, permaneciendo ociosamente muda?

–¡Ava, ya basta! Baja la voz.

–¡Maldita sea, no me digas lo que debo hacer! Cuando las cosas se hacen a tu manera, todo va bien, pero cuando no, ¡Dios se apiade del resto del mundo! ¡Depravado maniático del control!

Nadia, que casualmente estaba tendida ociosamente muda, tuvo que asumir que Ava debía de ser una ex amante de Stephan, y ansió desesperadamente poder escuchar el resto de la conversación. Pero Stephan había vuelto a poner música en sus auriculares, incrementando la fuerza de las vibraciones mientras Ava se ponía cada vez más histérica, de modo que volvió a verse atrapada en su mundo privado, presa de intensas estimulaciones auditivas.

La conmoción alrededor de su ataúd desapareció cuando nuevas sensaciones se apoderaron de ella. Mientras hacía todo lo posible para no jadear ante la directa estimulación de su clítoris, se preguntó si Stephan aún estaba controlando las vibraciones o se había olvidado de ella a causa de su altercado con Ava. Se sentía hervir debido a la creciente exigencia del vibrador en sus partes bajas y la frustración de no poder moverse ni un centímetro para disminuir el impacto. Su respiración ahogada trataba en vano de mantenerse al ritmo de los latidos del corazón, cuando súbitamente vio una copa de champán atravesar su línea de visión. En otras circunstancias se habría cubierto el rostro con las manos, pero solo pudo cerrar los ojos para protegerse del líquido volador, antes de abrirlos de nuevo y encontrar unos brazos agitándose sobre ella.

Finalmente todo regresó a su anterior estado de calma: la gente bebiendo champán y continuando sus discusiones. Nadia no tenía ni idea de dónde estaban Stephan y Ava, y estaba empezando a encontrar la música más frustrante que relajante dado su particular estado de excitación. Nunca se había visto tan estimulada durante tanto tiempo sin poder estallar, teniendo siempre el control último en sus propios dedos. Trató de moverse, sin suerte, y en su lugar probó con los ejercicios Kegel2 como último recurso, lo que solo sirvió para aumentar la fricción, haciendo que su necesidad de liberación fuera desesperada. Si las sensaciones se alargaban mucho más, temía que su cuerpo literalmente explotara en los confines de la resina, de tanta energía acumulada. Se preguntó vagamente qué efecto tendría el sudor de sus cejas sobre el maquillaje, temiendo que su aspecto acabara pareciéndose a una figura del museo de Madame Tussaud que se estuviera derritiendo.

Para su alivio, unos instantes después la música se detuvo, indicando que Stephan estaba de nuevo al control.

–Abre los ojos –le llegó la suave orden de su voz–. Puedes parpadear, pero a partir de ahora tendrás que mantener los ojos abiertos.

Nadia, que no tenía ni idea de dónde estaba él, abrió los ojos tal y como le había pedido. Había un hombre desconocido inclinado sobre ella. Su rostro oculto tras una gran cámara de fotos con objetivo telescópico que apuntaba directamente a sus ojos, con una fuerte luz tras él.

Justo cuando empezó a tomar fotos de ella, Stephan presionó el control remoto y las intensas vibraciones en su interior cambiaron de tempo. Habría dado cualquier cosa por poder retorcerse, moverse y cambiar de posición, aunque solo fuera ligeramente y evitar la penetrante emboscada. El tempo continuó aumentando hasta que el ritmo en staccato bombeó en su clítoris y todo su cuerpo se inflamó con la sostenida estimulación. Sus párpados se volvieron pesados mientras su mente cedía al palpitante ritmo de su cuerpo. Sintió que no podría contenerse por más tiempo, con sus muslos y piernas apretados y atados juntos más estrechamente de lo que habían estado nunca.

La intensidad alcanzó niveles febriles; los incesantes latidos se transformaron en una fuerza arrolladora cuando la urgente orden de: «¡Ahora!» la obligó a abrir los ojos del todo, provocando su explosión hacia un abismo donde el tiempo y el espacio no existían.

Su cuerpo inmovilizado se convulsionó incontrolado contra las ataduras que la constreñían. Su violenta liberación, oculta para aquellos que la observaban, hacía que no tuviera más opción que absorber cada sensación mayor o menor, hasta que el último espasmo abandonó su cuerpo.

Durante todo ese tiempo, el incesante obturador de la cámara no dejó de capturar cada fracción de segundo, recogiendo el viaje oculto que había hecho a través del controlado alivio de su orgasmo.

Stephan apenas podía esperar a estudiar las fotografías. De esa forma podría ver cada sensación reflejada en sus ojos y, en el futuro, obtener una gran satisfacción al provocar su placer y dolor en base a ese preciado reportaje. El primer orgasmo que había controlado para ella quedaría inmortalizado para siempre.

–Bienvenida a mi mundo, Nadia. Ahora me perteneces por completo.

Órdenes

 

Nadia estaba tan cansada que se quedó dormida en el coche de vuelta a casa, y se sorprendió al encontrarse pulcramente arropada en su cama cuando despertó a la mañana siguiente. Para su decepción, estaba sola en su dormitorio. Y si bien su cuerpo aún se estremecía por los acontecimientos de la noche anterior, Stephan aún no la había tocado, y ansiaba su contacto más que nada en el mundo.

Nunca había experimentado nada igual. A pesar de la liberación experimentada, su deseo acumulado estaba alcanzando proporciones volcánicas. Cuanto más la rechazaba Stephan, mayor era su necesidad de él. Tras la intensidad de anoche estaba desesperada por que sus cuerpos conectaran, y así poder dar rienda suelta a la incuestionable fricción que había ido creciendo entre ellos desde que se vieron por primera vez.

Tal era su frustración que le llevó un momento advertir la bandeja con el desayuno depositada en su mesilla, y una nota junto a ella.

Toma tu desayuno. Usa tus muletas para ir al baño. Pasarás el día en la cama.

 

Aunque durante toda su vida en el ballet había seguido escuetas instrucciones sin ninguna respuesta física de su cuerpo, no podía evitar sentir cierta tirantez en su vientre cada vez que Stephan le ordenaba hacer algo, incluso si era algo que hubiera preferido ignorar. Y a pesar de que sus instrucciones estaban por escrito, era como si pudiera escuchar su profunda voz penetrando en sus tímpanos, haciendo imposible que le negara nada.

En el ballet su deseo era perfeccionar cada uno de sus movimientos. Con Stephan, era seguir cada una de sus órdenes y no decepcionarle.

Recordando las palabras de Stephan la noche anterior en la galería, fue muy consciente de que su sexualidad estaba íntimamente conectada con su Maestro como no lo había estado nunca con ningún hombre, ni siquiera con Noah. Era una poderosa y abrumadora fuerza, y acogió incondicionalmente con todo su corazón esa nueva sensación de pertenecer solo a él.

Era tal su profunda necesidad de complacerle que, tras acabar de desayunar, utilizó a regañadientes las muletas para visitar el cuarto de baño, tragándose con estoico orgullo su decepción por haberle ordenado que permaneciera en la cama todo el día.

Cuando salió del baño envuelta en su bata de seda, el bronceado cuerpo de Stephan estaba tumbado a través de la cama, con aspecto insoportablemente seductor, llevando nada más que unos calzoncillos azules. Si esa imagen pudiera exhibirse en un anuncio en Times Square sin duda provocaría múltiples accidentes de tráfico no solo entre peatones sino también entre vehículos.

Nadia agradeció poder agarrarse a las muletas mientras sus ojos se recreaban en el epítome de la masculinidad tendido frente a ella. Cuando consiguió recuperar la compostura, deseó haber hecho algo con su indómito y rizado cabello antes de salir del cuarto de baño.

–Buenos días, Nadia. Has dormido bien. –No era una pregunta, pero pensó en aprovechar la oportunidad de contestarle de todas formas.

–Lo he hecho, lamentablemente.

–¿Lamentablemente?

–Hubiera preferido permanecer despierta con usted después de volver a casa.

–¿En serio? Hubiera sido muy cruel tenerte despierta cuando estabas tan claramente agotada. ¿Lo pasaste bien anoche?

¿Qué podía decir? Sintió el rubor trepar a su rostro antes de admitir tímida pero sinceramente:

–Sí, señor. Lo hice.

–Me alegro. Yo también, y mucho, excepto por la intrusión de Ava que, afortunadamente, ahora forma parte del pasado. –Murmuró la última parte tanto para sí mismo como para ella. Nadia se preguntó fugazmente qué habría hecho o dicho Stephan para haber prendido de ese modo la furia de aquella mujer, pero no se atrevió a preguntarlo, y dio gracias por que fuera algo del pasado–. Pero volviendo a lo nuestro, hablaba en serio cuando dije que pasarías el día en la cama.

Intentó ocultar la amarga decepción mientras su mente trabajaba a toda velocidad para encontrar una forma educada de protestar contra sus instrucciones. Pero antes de que pudiera formular una sola palabra, él deslizó sus largas y musculosas piernas a un lado de la cama y, acercándose a ella, la levantó en brazos con facilidad, haciendo que las muletas cayeran al suelo. Luego, abriendo la puerta del dormitorio con un pie, se dirigió directamente por el corredor hasta su inmenso dormitorio. El sol entraba a raudales a través del enorme ventanal, iluminando los tonos moca y beis de la lujosa habitación. Era la primera vez que Nadia estaba en sus habitaciones, por lo que absorbió la visión de los nada femeninos muebles mientras él la depositaba suavemente en el centro de la cama tamaño gigante.

–No podrás dejar esta cama en todo el día sin mi autorización expresa. –La pícara sonrisa le hizo ver que estaba divirtiéndose con ello, así que decidió jugar también.

–Sí, Maestro, sus deseos son órdenes para mí.

Era difícil fingir que no estaba encantada con la noticia; dudaba que hubiera una sola mujer en el mundo que pudiera decirle no en ese momento.

–Eso es exactamente lo que quería escuchar.

–¿Va a entrenar hoy, señor?

–No, no en la forma tradicional. Voy a pasar el día explorando.

Ella hizo un mohín.

–¡No me mires con esa cara tan triste! –Alzó su barbilla–. Te exploraré a ti.

–¡Oh!

Pero la satisfacción ante esas palabras duró poco al ver que él cambiaba rápidamente la expresión por otra más formal.

–Has estado célibe desde que firmaste el contrato con Iván, ¿es correcto?

–Sí, señor. –Se felicitó silenciosamente por no haberse acostado con Noah en Londres, no podía imaginarse teniendo que explicárselo ahora.

–Bien. ¿Alguna vez has estado atada, Nadia?

–No, señor, bueno, no hasta anoche.

–Me gustaría atarte ahora y así poder estudiar al detalle tus reacciones ante mis caricias.

–¿No quiere que yo le toque?

Las imágenes de ese momento habían ido formándose en su mente durante mucho tiempo; sus visiones siempre mostraban sus manos acariciándole los tensos músculos, descubriendo y hurgando en cada centímetro de su fuerte cuerpo. Inhalando su aroma, tragando su semilla... Eran tantas las imágenes que se agolpaban en su mente que entrelazó las manos bajo las rodillas en caso de que, inconscientemente, se encontrara actuando sin su aprobación para hacerlo.

–No, aún no. Necesito el control total. –Percibió que no quería darle más explicaciones, y que su humor estaba más pendiente de otras cosas–. ¿Has oído hablar de las Cinco Tes?

En un primer momento ella se quedó descolocada, pero entonces recordó que una de las bailarinas tenía un libro que hablaba de ellas, alabando esas cinco premisas y diciendo cómo la habían ayudado a mejorar la relación con su pareja.

–Tacto, tiento, tiempo, tarea, y no puedo recordar la última... Transmitir, quizá. Creo que era eso, pero no estoy segura.

–Muy bien. Esas son las cinco premisas conocidas por el público en general, pero no hay necesidad de recordarlas, aunque podría serte útil memorizar las mías.

–¿Es que son diferentes?

–Son tanteo, tentación, tormento, tortura y trepidar por la excitación. Todo lo cual espero poner en práctica contigo hoy. –Se rio al decir esas palabras, no dando ninguna pista de si lo decía en serio o no–. Es algo que leí en alguna parte y que disparó mi fantasía, por decirlo de alguna forma.

De pronto todo matiz de frivolidad desapareció de su rostro y su voz volvió a ser seria.

–Entonces, ¿puedo? No empezaré salvo que me lo permitas, ya lo sabes.

Nadia solo vaciló un instante antes de dar su permiso.

–Sí, señor, puede atarme.

Independientemente de su deseo de tocarle, la excitación empezó a palpitar inmediatamente por todo su cuerpo.

–Gracias, Nadia. Por favor, trata de no volver a hablar salvo que te lo pida específicamente.

Ella asintió siendo muy consciente de la intrincada necesidad que él tenía de dominar todas las cosas.

Exploración

 

Stephan se había denegado tanto tiempo ese momento que retiró cautelosamente la bata de seda de ella como si desenvolviera un precioso regalo, deslizándola por sus hombros para dejar a la vista su desnudez.

Había imaginado muchas veces su pequeño cuerpo desnudo bajo la protección de sus ropas de baile, pero nunca sospechó la perfección de su piel de alabastro. Se quedó extasiado ante la vista que se presentaba ante él.

La leve elevación y descenso de su pecho al respirar y al exhalar hacía que sus pequeños y lechosos senos, con sus pálidas puntas como capullos de rosas, se acompasaran al movimiento mientras él la empujaba suavemente para tenderla en la cama. El lecho gigante de cuatro columnas ya había sido preparado para atarla y, lentamente, fue atenazando cada muñeca con unas esposas acolchadas, continuando con su tobillo derecho y dejando el lesionado tobillo izquierdo cuidadosamente apoyado sobre un cojín. Seguía cada intrincada respuesta de su cuerpo con la misma intensidad que aplicaría para analizar a cada uno de sus oponentes en la cancha. Un intenso silencio ascendía entre ellos.

Stephan había estado soñando con ese momento desde el instante en que se conocieron. Había dado el día libre al servicio diciéndoles que bajo ninguna circunstancia debía ser molestado. Su concentración era similar a la que tendría antes de una final de Grand Slam. Nadia no iría a ninguna parte hasta que él conociera su cuerpo mejor que ella misma, y haberle negado el permiso de tocarle aseguraba que podría establecer un control completo desde el principio. Por supuesto le permitiría tocarle en algún momento, pero quería poder utilizar esa estrategia para recompensarla cuando ella le complaciera.

Ya podía adivinar por sus ojos lo motivada que se sentía. Era sumisa por naturaleza, al igual que él había nacido para dominar. La pareja perfecta. Saborearía su período de aprendizaje bajo su dirección magistral. Desde su perspectiva, el hecho de que ella hubiera firmado un contrato, donde se garantizaba el rol de cada uno, solo hacía que la situación fuera aún más increíble.

Solo después de haberla colocado minuciosamente en la posición exacta que quería, consintió que sus dedos y su lengua exploraran cada cavidad de su delicioso cuerpo. Olió, saboreó, pellizcó y tocó, explorando por primera vez ese territorio sagrado, observando sus reacciones, familiarizándose con los sonidos que emitía. Nadia no tenía forma de ocultarse de esa inquisición sexual y él no tenía prisa. Comprobó sus puntos de presión, la intensidad de su tacto pasando desde la caricia suave como una pluma hasta un firme e inquisidor apretón, estudiando su capacidad tanto de aguantar el placer como el dolor. Era como si su cuerpo amplificara las reacciones para su beneficio, en consonancia con los suspiros que le provocaba desde lo hondo de su ser.

Nadia se encontró flotando en un profundo relax, un estado de deliciosa dicha a medida que sus fuertes manos masajeaban y acariciaban íntimamente su cuerpo. O jadeando, en otras ocasiones, debido a las sensaciones que él creaba, un cosquilleo de placer y un tormentoso dolor. Sufría de frustración, su cuerpo estremeciéndose por el deseo de algo más, mientras él continuaba su exhaustivo maratón. No cruzaron palabra: atenerse a las reglas de su Maestro era un aspecto esencial de su entrenamiento y disciplina, y afortunadamente siempre había estado unido al éxito en su profesión. Así que estaba contenta por que él le proporcionara esos límites, sabiendo que ilustraban el respeto del uno por el otro. Y, lo más importante en este caso, aseguraban que ella se sumergiera completamente en ese mundo de los sentidos.

Como bailarina profesional, Nadia creía conocer la respuesta de su cuerpo a la mayoría de las cosas: dolores, torceduras, heridas, presión... Y sin embargo Stephan le demostró que era muy capaz de exponerla a sensaciones aún por descubrir. Sus ojos empañados y los involuntarios gemidos le informaban con precisión de cómo se sentía y de hasta dónde podía llegar. En ocasiones, ella se descubría jadeando por tomar aire o gritando mientras atravesaba la intensidad que él evocaba, desesperada por mantener el contacto visual con él y no perderse completamente, solo para encontrarse arrastrada a un soñoliento estado de delirio que parecía recorrer su cuerpo cuando él convertía tan hábilmente el dolor en placer. No le quedó otra opción más que reconocer que hasta ese día no conocía nada de su yo sexual, comparado con la información que Stephan fue capaz de extraer, sin intercambiar una sola palabra, durante las horas que siguieron.

–Eres aún más exquisita en la cama que cuando estás en puntas, Nadia.

Succionó cada uno de sus pezones apresándolos entre sus dientes y haciéndola gemir antes de besarla suavemente entre los pechos y apartarse de su cuerpo.

–Haremos un descanso. Y luego aprenderé más cosas sobre tus orgasmos. Es algo que me gusta perfeccionar desde el principio en cualquier relación íntima.

Nadia apenas podía levantar la cabeza para mirarle a los ojos, pero finalmente consiguió hacerlo a través de sus pesados párpados, solo para descubrir que su rostro estaba muy serio. Determinado a cumplir sus planes para ese día.

–Volveré enseguida con un poco de comida. Necesitarás energía para esta tarde.

Nadia sacudió la cabeza y su mente volvió a los tiempos en los que mantuvo relaciones sexuales con chicos que apenas navegaron por su cuerpo hasta estar listos para su propia liberación, dejándola con la necesidad de masturbarse y llegar al orgasmo una vez que se marchaban. Tal vez los bailarines fueran diferentes, aunque ella nunca se había permitido estar con ellos por si la relación se complicaba e interfería con su actuación. Y ahora había sido entregada a Stephan, un dominante dios escandinavo que estaba dedicando un día entero a comprender su cuerpo de forma más íntima de lo que nadie lo había hecho nunca, incluida ella misma.

¿Acaso era demasiado? ¿Demasiado extremo? No tenía ni idea. Pero sabía que por muy peculiar que resultara, adoraba cada exultante momento vivido. Sus pensamientos se evaporaban de su mente, excepto la preocupación por cómo demonios iba a poder aguantar toda la sesión de la tarde; una pregunta que fue bruscamente interrumpida por su estómago, rugiendo sonoramente para ser alimentado.

Exhausta

 

Stephan aflojó las ataduras de Nadia para que pudiera sentarse, pero no las soltó del todo.

–Preferiría no hablar, pero si tienes algo que decirme, ahora es el momento.

No se le ocurrió nada que decir, así que siguió sus deseos y permaneció en silencio. Él parecía hallarse tan inmerso en ese intenso y exclusivo ambiente que había creado como lo estaba ella.

Extendió el brazo para atrapar el plato de sopa, pero él negó con la cabeza. En su lugar llevó la cuchara hasta su boca para darle de comer.

Nadia tuvo que luchar con las emociones que le embargaron ante su gesto. Nadie le había dado nunca de comer, ni siquiera cuando estaba enferma o en cualquier otro momento. Ser tratada de esa forma le resultaba raro y desconcertante, dado que nunca había experimentado el incondicional amor de unos padres reales. Pero aún resultaba más inesperado viniendo de alguien como Stephan, que podría tener a quien quisiera, con o sin contrato.

Aunque confundida, se sintió extremadamente complacida. Por primera vez desde que podía recordar, se sintió viva sin el ballet.

Siempre había necesitado bailar para protegerse del vacío de su vida, y eso le había funcionado bien en el pasado. A pesar de que significara que nunca había desarrollado una identidad más allá de su profesión de bailarina. En sus momentos oscuros, sabía que no existiría en el mundo a no ser por la danza; no habría lugar para ella, y desaparecería en un agujero negro junto con todas las personas por las que nadie se preocupaba. Pero ahora mismo, en ese instante, ella era el epicentro del intenso mundo de Stephan, y le encantaba. Estaba disfrutando mucho más de lo que creyó posible, y no podía borrar la sonrisa de su rostro, a menos que Stephan se lo pidiera.

Sus pensamientos se vieron forzosamente interrumpidos cuando la sesión de la tarde comenzó. Si había creído que la mañana había sido intensa, la tarde resultó extenuante. Stephan podría haber competido con los más exigentes profesores de ballet, superando a todos en ese deseo de perfección que alcanzaba una y otra vez. Nunca imaginó que un hombre fuera capaz de mostrar semejante energía sexual y autodisciplina. Si al principio sintió deseos de salir ese día de la cama, ahora era todo lo contrario. Veía muy improbable que mañana tuviese energía para moverse. Esta era su primera experiencia en verse psicológica y físicamente agotada, más allá de ponerse al día de tanto absentismo sexual.

Stephan acarició lánguidamente su pálida piel, secretamente asombrado y perplejo por lo que su flexible cuerpo era capaz de hacer. En su mente, ella era simplemente magnífica, un lienzo de contradicciones: fuerte, ágil, dura, suave; pasiva, reactiva. Apenas podía esperar a tener la oportunidad de marcar su cuerpo de forma más completa, pero por ahora se contentaba con ir paso a paso. Tenía mucho tiempo, y presentía que la estrategia de «ir lento pero seguro» demostraría ser más beneficiosa a largo plazo.

A pesar de haber liberado sus ataduras, aún no le había dado permiso para tocar. Hasta ese momento solo él conocía su cuerpo a la perfección.

–Quiero que esta noche duermas aquí conmigo, Nadia.

–Eso no es justo, señor.

–¿Por qué? –rio, no esperando esa respuesta.

–Sabe que me encuentro demasiado exhausta para mover un dedo.

–Entonces es una suerte que no tengas que hacerlo.

Asió sus muñecas con firmeza, y luego tiró de ella hasta pegar su cuerpo contra el suyo. Aunque ella no podía verle la cara, se alegró de poder sentir su cálido y duro cuerpo contra su espalda.

Entonces, por primera vez, se deslizó en toda su sólida y dura longitud dentro de ella, y aunque estaba irritada e inflamada también se sentía más que dispuesta a aceptarle, abriendo sus piernas para acomodar su potente envergadura. Él la llenó con cada centímetro de su ser, encontrando lenta y rítmicamente el paso hacia su interior mientras masajeaba firmemente sus pechos. Su aliento le quemaba mientras sus labios la besaban, la lengua jugueteando y los dientes mordiendo su cuello y sus hombros. Cuando sus embestidas se volvieron más urgentes y sus gruñidos más primarios, le levantó la pierna que no estaba lesionada y sostuvo su cuerpo firmemente contra él, las manos casi arañando su piel.

Ella gritó con más fuerza que nunca, liberando la tensión acumulada tras muchas semanas mientras él sondeaba en sus profundidades, penetrándola con más dureza y rapidez antes de explotar, por fin, dentro de ella, haciéndola añicos tanto física como emocionalmente.

Ninguno recordaba haberse quedado dormido esa noche, solo despertar a la mañana siguiente enroscado en los brazos del otro, el pequeño torso de ella envuelto entre sus largos y musculosos miembros. Exactamente donde quería estar.

Durante las semanas siguientes, mientras Stephan entrenaba, Nadia completó con diligencia el tratamiento de fisioterapia e hidroterapia necesario para sanar su tobillo, sin bailar en ningún caso, tal y como le había pedido o, más bien, ordenado.

A Stephan le encantaba bucear, y Nadia descubrió que esa había sido la principal razón por la que compró la casa. Ella nunca había tenido ningún hobby o aprendido demasiado fuera de sus clases de baile en White Lodge, de modo que se sentía nerviosa y excitada por poder pasar un rato cada día con Dan, el instructor de buceo local, en la piscina de Stephan. Él quería que se sacara la licencia en el menor tiempo posible, y ella no tenía ninguna intención de defraudarle. Un tanto aprensiva al principio, ya que no era una gran nadadora, se lanzó motivada por sus ánimos a ese nuevo mundo submarino que demostró ser una distracción perfecta de la danza. Entre explorar las profundidades del océano y las profundidades sexuales del otro –incluyendo un maravilloso día jugando con unos amistosos peces raya–, el tiempo voló, y pronto estuvieron en octubre con el Rolex Masters de Shanghái en el horizonte, seguido del BNP Paribas Masters de París. Los últimos torneos del calendario de tenis interrumpiendo su dichoso mundo tropical.

Aunque de cara al público Stephan aún seguía manteniendo en secreto la presencia de Nadia en su vida, en privado se volvieron inseparables. Ninguno de ellos había experimentado nunca antes esos intensos sentimientos de excitación por otro ser humano, encontrándose absolutamente absortos en esa mutua pasión sexual.

Cuanto más tiempo pasaba Stephan con Nadia, más quería controlar cada aspecto de su vida, de día y de noche. Y si bien alguien podría haber juzgado su conducta como constrictiva, y tal vez incluso sofocante, Nadia nunca había recibido tanta atención y se sentía verdaderamente viva y querida. La idea de no formar parte del mundo de Stephan hacía que, literalmente, se desataran sus lágrimas, al igual que le sucedía regularmente con la intensidad de sus orgasmos. Se volvió esclava de sus caricias y su adoración, que era exactamente como él quería verla.

Legado

 

La caja de madera labrada de cigarros Gurkha Dragón Negro fue entregada en la oficina de César en Londres a última hora del día. Aunque tenía muchos amigos y conocidos, no solía recibir regalos como muestra espontánea de agradecimiento. Por eso se quedó muy sorprendido cuando Stephan Nordstrom le envió los puros acompañados de una nota dándole las gracias por haber orquestado todo el intrigante arreglo con «Nadia», declarando su intención de conservar el Número Uno durante una buena temporada y con ello asegurar la continua presencia de Nadia en su vida, algo por lo que sentía que merecía la pena luchar.

César se quedó impresionado; Stephan era ciertamente una fuerza con la que contar y él estaba cosechando más beneficios financieros de los que imaginaba. De hecho, la victoria de Stephan en el Abierto de Estados Unidos le había permitido adquirir la mayoría de las acciones de otro casino en Cancún, México, a través de su sindicato del Club Cero. Un negocio con el que estaba entusiasmado, pues semejante oportunidad solo habría salido al mercado bajo extraordinarias circunstancias. Nordstrom tenía el espíritu que distinguía a los ganadores de los perdedores en la vida, especialmente cuando la victoria solo podía pertenecer a un hombre, ya que esas eran las exigencias del juego y lo que hacía que le gustara tanto.

Le faltó tiempo para abrir la caja y cortar la punta de uno de los gruesos puros para saborearlo, un privilegio que siempre había apreciado, tanto socialmente como en soledad. Aquello llegaba en un momento perfecto de parte del Número Uno, ya que ese día era precisamente el cumpleaños del padre de César. Este sería el primer año que no lo celebraría con él, pues Tony estaba actualmente en una clínica especializada en Alzheimer sometiéndose a exhaustivas pruebas para determinar la gravedad de su enfermedad.

César encendió el puro, saboreando su rico aroma a madera y succionando varias veces hasta que prendió. Apoyó sus pies en el sólido escritorio de caoba mirando hacia el horizonte infestado de grúas de Londres mientras recordaba todos los cumpleaños que él y su padre habían celebrado juntos.

Deseó que su padre aún conservara la suficiente lucidez para ofrecer uno de sus legendarios discursos, pero sabía que aquellos tiempos habían pasado. En su lugar, evocó todo lo que su progenitor había conseguido de la nada, y se prometió hacer que el resto de sus días fueran lo más cómodos posible. Después de todo, debía la vida a su padre.

Luego volvió a concentrarse en el puro que estaba fumando. Se permitió tomarse unos momentos de descanso y reflexionar sobre cómo su Estrategia Número Uno podría desarrollarse durante el año siguiente. Su propuesta se volvía más interesante con cada nuevo Grand Slam.

Borisov estaría fuera al menos durante el próximo año, si no para siempre. Levique, que se había clasificado para la final de Estados Unidos y las semifinales de Wimbledon, ocupaba ahora el sexto lugar, lo que aún dejaba por delante a los vigentes Números Tres, Cuatro y Cinco, de los que era representante. Tecleó en su ordenador para confirmar los puntos obtenidos por cada uno de los cinco mejores y la relación de apuestas para ganar el próximo torneo. Sorprendentemente, si la condición de Número Uno de Nordstrom cesara, el puesto estaba al alcance de cualquiera. Eso significaba que era más plausible que «Nadia» volviera a ser Eloise, y firmara un nuevo contrato con un nuevo Número Uno, dependiendo de quién ganara el Abierto de Australia...

Era fascinante pensar en lo que podría pasar y lo lejos que podía llegar su Estrategia Número Uno con esa potencial incertidumbre en el tenis masculino. Los labios de César se curvaron en una astuta sonrisa mientras una variedad de escenarios desfilaba por su aguda mente. Tenía toda la información que necesitaba de Nordstrom, quien actualmente era uno de los mejores activos de El Filo, dada su propensión a promocionar productos, pero realmente no sabía demasiado sobre Levique, quien, para decepción de César, no pertenecía a su agencia, una circunstancia que pensaba rectificar lo más pronto posible, personalmente si era necesario, antes de finalizar el año.

Era evidente que Nordstrom se sentía más que emocionado por la llegada de Nadia a su vida, y de acuerdo con él su interés por ella era más que recíproco. Pero ¿qué pasaba con la relación de ella con Levique? Nadia no había revelado nada sobre él en el Abierto de Estados Unidos, limitándose a desviar su pregunta al confirmar su compromiso con el contrato, lo que era muy encomiable. Pero ¿y si estaba ocultando algo? ¿Algo que podría hacer que su estrategia resultara inútil?

Pensó preocupado en ello, al tiempo que abría uno de los cajones para escrutar más de cerca las fotografías de ellos juntos. Mientras observaba los juguetones gestos que compartían y la chispa en los ojos de ella, pudo advertir que su estrecha conexión era irrefutable.

César recordó la única vez que se había sentido así, hacía más de dos décadas, y lo maravilloso que era estar en presencia de la mujer con la que creía que pasaría el resto de su vida... hasta que todo terminó de la peor manera posible. Contempló su amado cuadro de Saint-Germain colgado en el sitio de honor en su despacho –hipnotizado por los ojos de la única mujer por la que se había sentido verdaderamente enamorado–, y apartó la vista con pesar. Era el único acontecimiento de su vida que le había dejado un apagado y persistente dolor en el corazón.

César arrinconó el amargo recuerdo en su mente y regresó al tema de si Eloise estaba tratando de conseguir algo a sus espaldas. Tal vez no fuera tan inocente como pensaba. Quizás ambos hombres ignorasen el papel del otro en su vida, y ella mantuviera oculta la verdad al igual que hacía con él, o al menos, pensaba que lo hacía.

Apartó las fotos a un lado con frustración. Como su padre solía decir: «Nunca confíes en una mujer, solo te causará tristezas». Empezaba a pensar que su padre tal vez tuviera razón. Si no actuaba con firmeza, sus potenciales Números Uno podrían acabar pensando igual que él al final del contrato... ¡y eso sería completamente inaceptable!

Si había algo que César odiaba por encima de todo cuando se trataba de negocios, era no disponer de suficiente información para tomar una decisión razonada. Eso debilitaba su posición de poder, y de ninguna forma iba a permitir que esta situación escapara de su control.

Esa conclusión le espoleó para aprovechar el momento y recuperar el control. Hizo una llamada a Nordstrom tanto para darle las gracias por su regalo como para comprobar cómo iban los progresos con Nadia: algo que se prometió hacer con más regularidad a partir de ahora.

–Ella es tu responsabilidad como Número Uno, Stephan. Debes atarla en corto; no quiero cabos sueltos.

–No hay nada que me proporcione mayor placer, César. Considéralo hecho.

César confiaba en que Stephan fuera el hombre adecuado para el trabajo. Estaba en la cima del mundo, al menos por ahora...

A partir de ese momento se aseguraría de ello, y Eloise obedecería cada condición del contrato que había firmado con él por las buenas o por las malas. A juzgar por las fotos, su amistad con Levique tenía el potencial de violar las reglas, y si eso sucedía, ella pagaría un alto precio. Cualquiera que se atreviera a decepcionar a César no volvía a tener la oportunidad de hacerlo una segunda vez. Él controlaría su vida durante los ocho Grand Slam y ella debería aprender a comportarse como una marioneta y no hacer lo que le viniera en gana. Un punto que reforzaría definitivamente cuando se reuniera personalmente con ella en Melbourne.

Envuelto en una nube de humo y sintiéndose un poco más tranquilo, cogió el teléfono e hizo algunas llamadas más para asegurar sus apuestas del año que viene. Después de todo, odiaba ser una decepción para su preciado papá, al margen de cuál fuera su salud.

El legado de los King debía continuar...

 

 

1. Marca de vibrador. (N. de la T.)

2. Ejercicios destinados a fortalecer el músculo pélvico. (N. de la T.)