–¿Lo dice en serio?
–Desde luego.
–¿No preferiría que durmiera en la otra habitación?
Miró el mono como si acabara de sacarlo de la basura.
–De ningún modo. Te quiero exactamente donde estás, así sabré dónde te metes.
–Pero pareceré una cebra...
–¡Nadia! Estás poniendo a prueba mi paciencia. O te lo pones ahora mismo o lo haré encantado por ti.
Ella se dirigió al cuarto de baño y regresó aún quejándose.
–¿Qué fue lo que dijo sobre ser ridículo?
Él no pudo ocultar su diversión.
–Dormiré en la otra habitación; será más fácil para los dos. –La petulancia gritaba desde cada poro de su cuerpo.
–Una vez más no es tu decisión.
Sus rápidas manos atraparon la cola del pijama cuando pasó por delante, arrastrándola de nuevo a la cama.
–Efectivamente pareces una cebra, pero está teniendo el efecto deseado.
–¡Muy gracioso! Estoy completamente inaccesible tanto para usted como para mí.
–Exactamente, ese es el objetivo. ¿Acaso te tocas en la cama, Nadia? –Su interés se avivó cuando sus mejillas se sonrojaron.
–Esta no parece la conversación que debería tener si pretende mantener el control sobre sí mismo –replicó con desdén.
–Debo decir que esta noche estás muy rebelde.
Nadia no podía creer lo que estaba haciendo, pero su frustración era tan abrumadora que se sentía incapaz de contenerla por más tiempo, especialmente cuando debía dormir con esa atrocidad puesta. Le miró furiosa pero consiguió contener su lengua mientras se daba la vuelta.
–Dame tus manos. –Esperó paciente, aún sonriendo mientras ella asimilaba su petición.
Finalmente y a regañadientes, ella se las presentó.
–Gracias. –La agarró por las muñecas y rápidamente las ató usando el cinturón de su albornoz.
–¡Stephan, no! ¡Por favor, no lo hagas!
Él la miró muy serio, su rostro ahora iracundo, cualquier rastro de diversión desaparecido.
Ella intentó desdecirse lo más rápido que pudo.
–Lo siento, señor, no quería...
–¿Cómo calificarías tus modales de esta noche, Nadia? –la interrumpió mientras comprobaba que sus muñecas no estuvieran demasiado flojas ni excesivamente apretadas.
Ella se sintió exactamente como la cebra de la que iba disfrazada: un animal salvaje que acababa de ser astutamente atrapado y estaba a punto de ser domado.
–No muy buenos.
–¿Quieres que también te ate los pies?
–No, señor, eso no será necesario. –De pronto sus modales volvieron a ocupar un lugar prioritario en su mente.
–¿Y tu actitud?
–Probablemente peor que mis modales, señor.
–Exactamente. ¿Para quién estoy haciendo esto, Nadia?
–Para usted, señor.
–¿Y para quién más?
–Para mí, señor.
–¿Hace falta que añada algo más?
–No, señor. Nada.
–Buenas noches, Nadia. –Y apagó la luz.
–Buenas noches, señor.
–Ah, olvidaba decírtelo: tengo un traje de leopardo para mañana por la noche.
Ella rodó lejos de él con las manos atadas, gruñendo ruidosamente contra la almohada mientras él sonreía silenciosamente ante esa impúdica, hermosa y finalmente domada fiera.
Juguete
Fue solo al llegar a la ronda de cuartos de final cuando el juego de Stephan empezó a tener más faltas debido a la duración de los partidos y al nivel de los otros jugadores. Aunque Stephan lógicamente ganó contra un tenista americano, pasando a los cuartos de final sin haber perdido un solo set, cometió su primera doble falta del torneo en el segundo set, seguida por otra durante el último. Nadia sabía que para él aquello era semejante a fracasar, al margen de haber alcanzado el resultado deseado.
Por eso, al terminar el partido le anunció a Garry que iría al gimnasio para deshacerse de la ansiedad que recorría su sistema nervioso solo de pensar lo que podía suceder esa noche, comprendiendo demasiado bien que sus faltas significaban dolor para ella, tal y como acordaron al principio del torneo. Con ese pensamiento en mente, hacer ejercicio hasta romper a sudar demostró ser una buena terapia, y se recompensó a sí misma pasando un rato en el spa y la sauna antes de darse una ducha. Cuando regresó a la suite se sentía fresca y con mejor ánimo para aceptar lo que fuera que la esperase.
Al enchufar el hervidor para hacerse un té de menta, advirtió un sobre con su nombre. Intuyendo que era de Stephan, lo abrió rápidamente.
Quiero que cuando llegue me estés esperando desnuda con solo tus zapatillas de ballet puestas. Tu cabello deberá estar suelto con dos trenzas a los lados de tu cara. ¡No me decepciones!
Soltó una abrupta maldición por haber pasado tanto tiempo en el gimnasio. ¡Él podía entrar por la puerta en cualquier momento! Echando a correr hacia el dormitorio principal, se quitó rápidamente la ropa por el camino. Recordó que sus zapatillas de punta estaban aún en la maleta, en lo alto del guardarropa, lejos de su alcance. No podía creer que no hubiera bailado con ellas durante semanas y que apenas se hubiera dado cuenta, algo que hubiera sido inaudito con Iván.
Tratar de arrastrar el pesado sillón de terciopelo de la sala, situado en un rincón de la habitación, resultaría del todo imposible debido a su peso, y súbitamente sintió como si estuviera en uno de esos espantosos sueños donde tus acciones parecen surgir a cámara lenta y todo lo que intentas es imposible. Volvió a toda prisa al comedor para atrapar una silla más ligera y llevarla al dormitorio, lo que finalmente le dio acceso a la maleta. En sus prisas tiró del asa con fuerza y la maleta acabó cayendo sobre su cabeza para abrirse contra el suelo, vacía.
–¡Uf! –exclamó, rascándose la cabeza. Si las zapatillas de punta no estaban allí, ¿dónde podían estar? La nota de Stephan la había puesto frenética, pues sabía que podía llegar en cualquier momento. Las palabras «No me decepciones» resonaban en su cabeza.
Se tomó un segundo para respirar hondo, tratar de calmarse y pensar con más tranquilidad. En algún punto comprendió que su comportamiento estaba siendo errático, pero también supo que había poco que pudiera hacer para evitarlo, ese era el efecto que Stephan tenía en ella.
Entonces advirtió que aún seguía con la ropa interior puesta. Fue en ese preciso momento cuando escuchó la puerta de la suite abrirse. Su corazón se saltó un latido mientras su frente se cubría de sudor.
Se deslizó sigilosamente hasta el majestuoso cuarto de baño cerrando con cuidado la puerta y regalándose una muy necesitada privacidad para rehacerse antes de enfrentarse cara a cara con él. Cuando se dio la vuelta descubrió sus zapatillas de punta, un cepillo, un peine y tres gomas de pelo esperando su llegada.
¿Cómo he podido ser tan estúpida?, se reprendió a sí misma. Por supuesto él tenía todo planeado.
No perdió tiempo en lanzar su ropa interior a la bañera y sentarse en el borde para atarse las zapatillas con dedos temblorosos, a la vez que la gigantesca silueta de Stephan aparecía en el umbral.
–Vaya, vaya. Una tarea sencilla y tan pobremente ejecutada.
Caminó hasta ella cuando estaba atando la última de las cintas.
La agarró de la coleta, obligándola a levantarse y acercarse al espejo. Ella dio un respingo de dolor, mientras trataba de seguir sus movimientos.
–¿Cómo de duro quieres que sea, Nadia? Todo estaba preparado; no necesitabas pensar. Mi partido terminó hace horas y sin embargo tus ropas están desperdigadas por todas partes, la maleta abierta en el suelo y, lo peor de todo, ni siquiera estás preparada.
–Lo siento, señor. Acabo de ver su nota...
–No hables. No quiero escuchar tus patéticas explicaciones. Esto es inexcusable. Te doy de plazo hasta que salga de la ducha para que sigas mis instrucciones al pie de la letra.
Stephan se quitó los pantalones cortos y el polo, y se metió en una humeante ducha mientras Nadia permanecía desnuda y temblorosa, trenzándose cuidadosamente el cabello y maldiciendo en silencio su decisión de ducharse en el gimnasio en lugar de allí.
Él salió desnudo y brillante, mientras Nadia esperaba ansiosa con los ojos bajos a que le inspeccionara el pelo. Sin decir palabra, le oyó salir del cuarto de baño y regresar llevando unos pantalones vaqueros negros con la cremallera abierta, mostrándole más allá de toda duda que estaba en modo autoritario. Vio que llevaba un cubo de hielo y una bolsa negra de aspecto sospechoso, al menos una que no pertenecía al cuarto de baño.
No se atrevió a moverse. Stephan no tardó ni un segundo en esposarle las muñecas delante de ella, alzando sus brazos y enganchando las esposas al colgador más alto de la pared, el que normalmente estaba reservado para dejar los lujosos albornoces del hotel. Luego volvió a atar los lazos de sus zapatillas de modo que sus pies quedaran juntos, lo que hizo que necesitara apoyarse sobre las puntas, para evitar quedar colgando de la pared.
Entonces rebuscó de nuevo en su bolsa y sacó con gran cuidado cuerdas de distintos tamaños, dos pinzas con anillas incorporadas, una serie de sujetapapeles y un paquete de clips metálicos con la precisión de un cirujano preparando su instrumental antes de una operación. Vació los clips metálicos en el cubo revolviéndolos entre el hielo para asegurarse de que quedaran bien cubiertos, y volvió a poner la tapa.
El cerebro de Nadia se congeló mientras le observaba. Formaba parte de la escena pero realmente no estaba allí. Solo cuando él se le acercó, con una de las pinzas en una mano mientras la otra seguía en el bolsillo, quedó directamente involucrada en el procedimiento.
Él inclinó la cabeza hasta su pezón, succionándolo con fuerza y tirando de él con los dientes. Lentamente soltó el ahora alargado pezón de sus labios y lo pinzó, haciéndole soltar un grito ante el agudo dolor. Por primera vez él sonrió, aunque Nadia pudo advertir que era un rictus más cruel que amable.
Sus ojos estaban vidriosos mientras repetía el proceso con el otro pezón. Cuando un grito escapó de su garganta, la besó intensamente para silenciarla, mostrando una fuerza y una posesión que la dejaron incapaz de respirar hasta que soltó su boca. Jadeando para coger aire en sus necesitados pulmones, se preguntó cómo iba a soportar aquello, pero estaba demasiado asustada para romper su silencio con alguna palabra de protesta.
Él tiró de ambos pezones para comprobar que estuvieran seguros y, por mucho que intentó contenerse, Nadia soltó una maldición. Cuando las disculpas surgieron rápidamente de sus labios, Stephan simplemente la miró con gesto divertido.
–¡Te he pedido que no hablaras y lo primero que sueltas por la boca es una obscenidad, seguida por una ristra de disculpas falsas! Así solo conseguirás que las cosas se pongan peor para ti. –Atormentó su labio inferior con el dedo mientras hablaba–. Tu falta de respeto ha convertido este ejercicio de tolerancia del dolor en un castigo, lo que es una pena, ya que hubiera preferido tener tu boca accesible. –Le metió una mordaza en forma de bola en la boca, atando las correas por detrás de su cabeza.
Nadia permaneció en silencio y no se resistió, observando cautelosa como él enganchaba sus largas trenzas a las anillas acopladas a las pinzas de sus pezones, atando las trenzas juntas y tensándolas por medio de los sujetapapeles. Si levantaba la cabeza, las pinzas tirarían de ella; pero si la bajaba, estaba bien. Sintió los latidos de su corazón aumentar mientras veía como llevaba a cabo cada uno de los pasos.
Recogiendo el resto de su cabello en una prieta coleta, Stephan lo entrelazó con una cuerda para formar una gruesa trenza que fijó con la tercera goma de pelo. Con gran pericia realizó un gran nudo un poco más abajo de la cuerda y lo colocó en su entrepierna. Entonces aseguró el otro extremo de la cuerda al gancho de la pared donde estaban atadas sus manos, confirmando sobre todo que ella quedara cautiva por su propio cabello.
Habiendo comprobado cuidadosamente la tensión, pareció finalmente satisfecho de que todo estuviera exactamente como había planeado para crear el nivel de fricción deseado. Advirtió como el cuerpo de ella se estremecía mientras el nudo se asentaba firmemente entre sus muslos, solo para ser apartado por la necesidad de bajar las trenzas frontales y aliviar el intenso tirón de sus pezones.
Lleno de orgullo, dio un paso atrás para admirar su obra: había conseguido el equilibrio perfecto entre dolor y placer, algo que ella podía controlar con sus propios movimientos y que le divertiría mucho presenciar.
Solo entonces le dirigió la palabra sin ningún rastro de amabilidad.
–¿Sabes por qué estoy haciendo esto, Nadia? Quiero que contestes lo mejor que puedas.
Ella farfulló un sonido inaudible a través de la mordaza.
–Tendrás que asentir o sacudir la cabeza. Lamentablemente, no te puedo entender.
Nadia asintió con cuidado, haciendo un esfuerzo para no moverse demasiado.
–¿Ha sido un sí? Muéstramelo. Necesito verlo con claridad.
Ella gruñó de frustración tras la mordaza y puso los ojos en blanco sin darse cuenta. Luego movió lentamente la cabeza arriba y abajo aliviando la tensión en sus húmedos labios inferiores pero sintiendo simultáneamente una punzada en sus pezones al tirar hacia arriba.
–Parece que te estás adaptando demasiado bien. Te gusta sentir la tensión entre tus piernas; puedo verlo en tus ojos. Solo parpadea si necesitas un poco más.
Los ojos de Nadia parpadearon frenéticos. Habría dado cualquier cosa por poder correrse, si al menos lograra colocar el nudo en el lugar correcto.
Él tensó la cuerda alrededor del gancho de la pared, que funcionaba como un sistema de poleas, haciendo inmediatamente que el nudo se clavara en su húmeda abertura. No estaba segura de si era más humillante verse atada así o querer aliviarse ahí mismo. Y sin embargo gimió a través de la mordaza cuando la deliciosa presión repercutió hasta sus entrañas.
–Pero como los dos sabemos bien, Nadia, hoy no se trata de darte placer.
Con ágiles dedos apretó las pinzas de sus pezones, haciendo que un sofocado grito escapara de su boca al igual que las lágrimas de sus ojos, mientras trataba desesperadamente de procesar el dolor y encontraba la posición de perfecto equilibrio. Si no se concentraba, podría ocasionarse más daño.
–Así está mejor. Y ahora vamos con la decoración. –Movió el cubo de hielo para dejarlo más cerca de donde ella estaba colgando–. Hay tantas opciones...
La observó intensamente, analizando las reacciones de las distintas partes de su cuerpo.
–Tus pezones y tu lengua están ocupados. Los lóbulos de tus orejas son una opción obvia, así que empecemos por ahí.
Sacó dos clips del cubo de hielo y los prendió de cada uno de sus lóbulos. El gélido acero resultaba una sensación extraña, pero afortunadamente consiguió mantener la precaria posición de su cabeza.
–Estoy tentado de... –Miró pensativo–. Tu sucia boca ha estado muy impertinente desde mi llegada. Creo que intentaré algo a ver lo que pasa...
Y con eso, enganchó un sujetapapeles a su nariz, haciendo que solo pudiera respirar a través de la mordaza. Ella inmediatamente sintió pánico, incapaz de inhalar al estar tratando de gritar. Estaba desesperada por decirle que aquello era demasiado, ya no podía soportarlo, empezaba a estar asustada.
Había dejado de ver la intensa y satisfecha mirada de los ojos azules catalogando cada reacción, cuando su profunda voz penetró en su cerebro.
–Solo asiente vigorosamente, Nadia, si quieres que te lo retire.
Ella asintió con cuidado, aún preocupada por cómo el nudo y las pinzas podrían morder su carne y sin embargo consciente de que necesitaba oxígeno.
–¡Eso no es vigoroso! Muéstrame que lo dices en serio.
Nadia creyó que iba a desmayarse antes de tener la oportunidad, así que se preparó para el dolor y asintió con todas sus fuerzas, moviendo la cabeza arriba y abajo hasta que finalmente él retiró el sujetapapeles de su nariz y el aire pudo entrar en su cerebro. La cabeza le daba vueltas y le dolían los brazos esposados, por un momento perdió pie cuando el nudo entre sus piernas se hundió dentro de ella.
–¡Realmente eres el juguete definitivo!
Estaba furiosa, conmocionada y agradecida al mismo tiempo cuando por fin él retiró la bola de mordaza y le ofreció un poco de agua, que tragó como si pudiera salvarle la vida.
–No hables.
Ella no se atrevió a decir nada. Odiaba la mordaza y estaba segura de que él volvería a ponérsela si algún sonido escapaba de su boca.
–Me ha parecido advertir que no te gusta la mordaza, ni jugar con el oxígeno, ¿no es cierto?
Ella sacudió la cabeza de un lado a otro, lo que la hizo estremecer.
–Entonces, confío en que hayas aprendido la lección, ¿no es así?
Él seguía provocando sus asentimientos, pero, después del susto pasado, el dolor y la tensión empezaban a ser más soportables, de modo que asintió tanto para complacerle como para aplacarle.
–Está bien, pequeña pícara. Saca la lengua.
Ella vaciló y su expresión se volvió ceñuda.
–Haz lo que te he dicho sin pensar, Nadia, de lo contrario te dejaré aquí colgada toda la noche.
Ella sacó inmediatamente la lengua, y él prendió dos nuevos clips, helados y metálicos, que se clavaron en su carne haciendo que gimoteara.
–Solamente por si se te ocurre hablar, serán un buen recordatorio.
Entonces, metódicamente, continuó colocándole el resto de los clips en distintas partes del cuerpo. Si ella reaccionaba siquiera ligeramente, se quedaban allí; si no, los retiraba para encontrar otra zona más sensible.
Cuando el proceso fue completado, salió a buscar la cámara de fotos y sacó varias series de su deliciosa bailarina, totalmente atada, sujetada y pinzada, colgando contra los fríos azulejos de la pared del cuarto de baño. Incluso en esa postura, se la veía magnífica, sus ojos mirando su miembro erecto con hambre. Se sintió tentado a dejárselo catar por el bien de los dos, pero eso disminuiría su poder, y sus metas estaban claras.
Cuando dejó la cámara a un lado, supo que conservaría esas fotos como un tesoro para el resto de su vida.
–Ahora debo irme a una reunión, así que volveré más tarde. No te apures, preciosa, sé que saldrás de esta por mí.
Mientras apagaba la luz y cerraba la puerta tras él, se obligó a recordarse con preocupación que no podía permitirse más dobles faltas accidentales a fin de disfrutar de sus dolorosas fantasías con ella. Estaba llegando al final del torneo.
Con todo, consideró que la sesión de esa tarde había valido la pena. Si Nadia sobrevivía a eso –y parecía claro por la desesperación de sus ojos que estaba más que dispuesta a aceptar el dolor y con ello conseguir el placer que ansiaba– no necesitaría inventar juegos para hacer todo lo que quisiera con ella en el futuro.
Una vez más dio gracias silenciosamente a César por haberle proporcionado ese definitivo juguete. ¡Sinceramente no podía imaginar que la vida pudiera darle nada mejor!
Sensaciones
Nadia no podía creer que Stephan la hubiera dejado así en la oscuridad, con la tentación de asegurar su placer pero solo arriesgándose a padecer dolor, no dándole otra opción más que distraer su mente y seguir respirando a través de las distintas sensaciones que sacudían su cuerpo. Finalmente sus pezones se adaptaron a la presión quedándose entumecidos por la falta de riego sanguíneo, lo mismo que sus lóbulos. Sin embargo los senos, las axilas, el ombligo, los tobillos y los dedos todavía le pinchaban por los clips. Podría haber soltado los de la lengua con los labios, pero sabía que habría serias consecuencias si Stephan volvía y los encontraba en el suelo, ¡y de ninguna forma quería pasar la noche ahí dentro en esas condiciones! Así que hizo un esfuerzo para mantenerlos en su lugar mientras la saliva comenzaba a deslizarse desde su boca.
Los brazos le dolían por estar estirados sobre su cabeza y las esposas le cortaban la circulación de las muñecas cada vez que trataba de moverse y aflojar la tensión de las piernas. Pero era el nudo, el maldito nudo, lo que le causaba más angustia que cualquier otra cosa, y estaba convencida de que él lo había previsto así. Podía procesar y resistir el dolor, pero la posibilidad de recibir placer –sin poder tenerlo a su alcance– resultaba desesperante. Trató de balancear la parte baja de su cuerpo a un lado y a otro, ansiando la cruda y exquisita tensión, pero nunca era suficiente, y se estremeció de frustración por ello.
Ella misma fue quien dio el visto bueno a los castigos, pero parecía que este la estaba introduciendo en una combinación de los mencionados en la lista: dolor, humillación, restricción, ataduras y, lo peor de todo, ¡negación! Estaba tan tentadoramente cerca de liberarse y, al mismo tiempo, tan agónicamente lejos...
Extrañamente, no hubo un solo momento en que culpara o detestara a Stephan por hacerle eso. En su mente solo sus imperfecciones y falta de preparación eran las causantes del disgusto de él y, por tanto, el castigo estaba justificado. Aprendería a través de sus lecciones el camino a la perfección por él. Cualquier otra cosa sería un fracaso, algo que no planeaba experimentar de nuevo en un futuro próximo. Tan profundamente sumergida estaba en la oscuridad de él que nunca se planteó cuestionar a fondo sus motivos y, en su lugar, se concentraba en sus órdenes como si su placer y su vida dependieran de ello, lo que la mayoría de los días sucedía.
No pasó demasiado tiempo antes de que Stephan regresara, cegándola al encender las luces.
–¡Mi pequeña pícara! ¡Estoy tan orgulloso de ti por haber hecho esto por mí, por entender que esto es lo que necesito! Me conoces mejor que nadie.
Una tibia calidez recorrió sus doloridos miembros ante sus palabras de halago, rápidamente seguida de decepción cuando sus ojos se adaptaron lo suficiente a la luz para advertir que la erección de él había desaparecido. Él desató sus tobillos y luego fue retirando los clips, lenta y metódicamente, uno por uno, dejando los de la lengua para el final. El dolor era abrasador a medida que la sangre volvía a fluir por cada parte pinzada de su cuerpo.
Desató sus trenzas de las anillas de los pezones.
–Esto te va a doler.
Nadia cerró los ojos previsoramente.
Soltó una pinza y se detuvo, sabiendo que el flujo de sangre sería momentáneamente insoportable antes de que la sensación remitiera. Su boca succionó el pezón mientras ella procesaba el dolor con un corto y agudo chillido que fue disminuyendo hasta un gemido y, a continuación, repitió el proceso con el otro. Aparte de sus brazos atados, lo único que quedaba ahora era el nudo entre sus piernas.
–¿Te gusta?
Asintió, aún dudando si le estaba permitido hablar.
Él aflojó ligeramente el sistema de poleas, dándole más efecto de palanca sobre la posición del nudo.
–Puedes correrte.
Stephan se apartó y observó como su no-tan-dulce posesión empezaba a frotar y contonear su cuerpo contra el nudo, creando una cruda fricción contra su necesitado clítoris hasta que se liberó ferozmente, golpeándose contra la pared.
–Eres demasiado perfecta para expresarlo en palabras, Nadia. Sencillamente increíble.
La soltó del gancho, dejando las esposas en sus muñecas, y, tomando en brazos su agotado cuerpo, la trasladó hasta la mullida cama tamaño gigante. Entonces, lenta y laboriosamente, la complació –primero con los dedos y luego con la boca– hasta que empezó a gemir en la habitación, llevándola hasta las alturas.
–Gracias por ser mía, Nadia. –Puso mucho cuidado al quitarle las esposas de sus irritadas muñecas.
–El placer es mío, señor.
Quedó tendida sobre la colcha, demasiado agotada para nada excepto para aceptar el placer y la adoración de su marcado cuerpo, mientras él reemplazaba el daño que le había causado en el cuarto de baño con suaves besos, hasta sumirla en un dichoso y exhausto sueño.
* * *
Aunque en un primer momento temía esas experiencias, no sabiendo si podría soportar el dolor, qué sucedería después o lo que Stephan esperaba de ella, durante los días siguientes empezó a anhelar las sensaciones que provocaba en ella, adorando el orgulloso brillo de sus ojos cuando conseguía cumplir lo que él había planeado. Era su maestro supremo, orquestando cada uno de sus movimientos y emociones, estimulando diestra y sistemáticamente sus tendencias masoquistas y su entusiasmo por intentar nuevas cosas. Lo que era precisamente su intención.
Cada día disfrutaba con esa agradable sensación de bienestar que le dejaban sus orgasmos, mezclada con los restos de dolor que aún sentía. No podía imaginarse un día sin sus dedos, palmas, lengua, fusta, cinturón o correa dominando su cuerpo, proporcionándole constantemente nuevas sensaciones cada vez más extremas. Aun así ansiaba sentirlo dentro de ella –conectar plenamente con su cuerpo– y se descubrió contando los días y las horas para la final del Abierto de Australia, cuando finalmente él podría romper la abstinencia y hacerle larga y lentamente el amor, llenándola por entero con la esencia de su masculinidad. Ansiaba que llegara el día en que pudiera tocarlo libremente –sin ataduras– y compartir sus orgasmos cuando sus cuerpos se unieran.
Búsqueda
No fue ninguna sorpresa para los conocedores del tenis que Stephan se abriera paso con facilidad hasta las semifinales del Abierto de Australia. Se encontraba en un estado de forma envidiable y su confianza parecía aumentar con cada victoria. Así, durante la rueda de prensa tras asegurar su plaza en la segunda semifinal, se le escuchó decir:
«Nada puede impedirme ganar este torneo. Es lo que he venido a hacer. Estoy en una forma excepcional. No hay debilidades en mi juego, solo precisión, y eso me convierte en un rival muy peligroso para mis oponentes. Invencible, en realidad».
La prensa australiana tendía a rechazar ese tipo de franco egocentrismo, pero, para su frustración, no había demasiado que criticar aparte de su engreimiento. Sus resultados hablaban por sí mismos. Era un atleta superior en la cumbre de su carrera. Punto y final. Y ni una sola persona creía que alguien distinto a Nordstrom se alzaría con el trofeo la noche de la final.
En consecuencia, el respaldo y los patrocinadores continuaron llegando con propuestas de todo tipo: desde diseño de ropa y gafas de sol, a relojes y coches, champán y whisky. Parecía que el mundo corporativo no se cansara de la «marca Nordstrom». Los iconos suecos, Volvo e IKEA, no pudieron resistir quedar al margen, lo que, gracias a las negociaciones de César, llevó a Stephan a establecer un acuerdo récord con ambas compañías.
* * *
Solo en lo más recóndito de su mente, Noah se permitía creer que algún día podría ver a Stephan caer estrepitosamente de su alto pedestal deportivo.
Aunque cada vez estaba más sorprendido por la frecuencia de esos maliciosos pensamientos –que no se correspondían en nada con su naturaleza–, cuanto más fracasaba en contactar con Eloise, más culpaba a Stephan y más preocupado se sentía por su seguridad. Y por otro lado, tampoco es que pudiera contarle a nadie sus sospechas; después de todo, ¿qué podría decir? ¿Que ella había escogido a Stephan, su mayor rival en la pista, en vez de a él? Le hubieran acusado de estar celoso, tanto personal como profesionalmente. Pero estaba seguro de que en esa relación se ocultaba algo más.
La meditación le ayudaba a templar sus emociones y centrar su mente. Ya le había servido otras veces en el pasado, especialmente cuando perdió importantes partidos, como la semifinal de Wimbledon y la final del Abierto de Estados Unidos.
Esta vez, para deleite de la prensa local y más aún de todo el país, iba camino de llegar hasta la final contra su némesis, Nordstrom. Los medios se hallaban hambrientos por saber más cosas sobre su estrella local –prefiriendo olvidar su ascendencia francesa y proclamándolo como completamente australiano–, aparte de sentirse secretamente complacidos por que fuera mucho más natural y simpático, y menos arrogante, que ese semidiós escandinavo. (La prensa australiana le había degradado deliberadamente de la categoría de «dios», ¡simplemente porque podían permitírselo!).
La herencia aborigen de Noah invitaba a compararlo con el admirado Evonne Goolagong Cawley, antiguo Número Uno del mundo. Su éxito en el Open había motivado incluso la creación de un programa con fondos del gobierno y otras empresas, «Campeones en el Punto de Mira», con el propósito de fomentar especialmente el juego del tenis entre los niños aborígenes e indígenas de las islas del estrecho de Torres.
Pero todo el bullicio y frenesí de los medios no conseguía hacerle olvidar el hecho de que la persona que más le importaba no le devolviera ni uno solo de sus mensajes. De alguna forma Eloise parecía estar perpetuamente fuera de su alcance. Era como si ya no existiera en su vida, algo que no estaba preparado para aceptar.
De modo que, después de ganar su semifinal, decidió salir a buscarla. Supuso que estaría presenciando el partido de Stephan en la segunda semifinal, así que solo sería cuestión de ir escudriñando a la multitud hasta localizarla. Toda una proeza en un estadio con cabida para casi quince mil espectadores. Pero había solicitado la ayuda de algunos colegas y, sentados en un palco, pertrechados con prismáticos, él y sus amigos escrutaron las gradas, fila a fila. Si al menos ella tuviera el cabello descubierto, la habrían identificado en minutos. Pero también lo habrían hecho las cámaras –que constantemente ofrecían panorámicas del estadio, siempre buscando a alguna mujer guapa–, y ella no era de las de llamar la atención.
Finalmente la encontraron. Noah le entregó a su colega Shane la nota que había escrito para ella. Si rechazaba sus llamadas, estaba seguro de que no querría ser vista con él en público, y tampoco ayudaba que él actualmente fuera muy reconocible. Pero confiaba en que aceptara una nota entregada por un amigo.
Observó con expectación a través de los prismáticos mientras Shane daba la vuelta al estadio con un pase especial y se aseguraba de entregar en persona la nota sin despertar demasiadas sospechas. Noah no pudo distinguir su respuesta debido a la gorra y las gafas de sol, pero ella asintió hacia Shane, lo que consideró una buena señal.
Sorpresa
Después del partido, sabiendo que Stephan estaría ocupado al menos una hora, Noah esperó impaciente en el palco que había preparado para darles un poco de intimidad.
Ella se deslizó por la puerta sin apenas hacer ruido.
–¡Elle! ¡Por fin! –El solo hecho de verla en persona era ya un alivio.
–Noah, esto debe terminar. Sinceramente no puedo verte ni hablar contigo. Por favor, no me pongas en esta posición.
–¿Qué posición? Parece como si fueras a tener problemas. Estoy preocupado por ti, Elle. No puedo apartarte de mi mente.
–Bien, pues tienes que hacerlo. No sería bueno para ninguno de los dos.
–Solo te pido cinco minutos. Nadie sabe que estás aquí, he sido muy discreto, y ambos sabemos que Stephan está ocupado. Por favor, solo siéntate y habla conmigo.
Señaló una silla y sonrió confiadamente. Ella miró la silla y de nuevo la puerta, con gesto ansioso e intranquilo, antes de replicar:
–Cinco minutos, eso es todo. No puedo retrasarme.
Cuando se sentó, hizo una leve mueca por el sordo dolor en el trasero y las piernas. Stephan había decidido antes de salir por la mañana que unos latigazos adicionales asegurarían que ella estuviera centrada en el partido, ya que Nadia había fallado el recuento de saques directos en el anterior enfrentamiento.
–Dios mío, ¿estás herida?
–No, no, no es nada. Estoy bien. –Aunque el dolor subyacente era un excelente recordatorio de que no debería estar cerca de Noah–. Esto no es una buena idea. Tienes que confiar en mí, Noah: no debería estar aquí. Te suplico que dejes de intentar contactar conmigo. Por favor, solo concéntrate en tu tenis.
Cuando se levantó para salir, un desconocido abrió la puerta y se disculpó por haberse equivocado de lugar. Al volver a cerrar, creó una ligera brisa que levantó la falda hasta las rodillas de Nadia dejando momentáneamente a la vista los desvaídos moratones de la parte superior de sus piernas. Ella la bajó rápidamente y caminó hasta la puerta, pero Noah fue más rápido apoyándose contra esta y bloqueando su escapada mientras la miraba totalmente horrorizado. Cuando la examinó más detenidamente, advirtió las marcas rojas alrededor de sus muñecas y algunos descoloridos cardenales en los brazos.
–¿Qué demonios está haciendo contigo? –Su rostro estaba lívido de furia y preocupación.
–Noah, tengo que marcharme, déjame salir. No debería haber venido, ha sido un error.
–No irás a ninguna parte hasta que me des respuestas, Elle. ¿Te ha hecho él esto? –Levantó suavemente su frágil muñeca para mostrar las profundas marcas rojas en su piel. Y a continuación la hizo girar levantándole ligeramente la falda–. ¿Es esta la causa por la que no puedes sentarte? Dios mío, ¡es un animal! ¡Me dan ganas de llamar a la policía!
–¡Dios, Noah, no! ¡No es nada! No estoy herida. De verdad, todo va bien.
–¡Nada va bien! ¿No puedes verlo? Todo esto está mal. ¡Tú ya no eres la misma y ni siquiera puedes verlo! –Su voz sonaba desesperada–. Estás siendo maltratada, ¿no lo ves?
–¡No! No tiene nada que ver. Soy yo quien lo elige la mayor parte de las veces, y las otras me lo merezco.
–¡¿Cómo?! –gritó, no dando crédito a lo que estaba escuchando–. Eloise, por favor, te lo suplico: escúchame, esto NO es normal. Tú no mereces ser tratada de esa forma, ¡nunca! Nadie lo merece.
–Tengo que irme, por favor, déjame salir.
Trató de mantener la voz baja mientras temblaba por el miedo y la urgencia. Sus intentos de abrir la puerta fracasaron al continuar él bloqueándola.
–¿Y qué pasa si no lo hago? –Se mantuvo desafiante con los brazos cruzados.
Ella se desmoronó.
–Por favor, Noah, tú eres todo lo que tengo en el mundo, aparte de Stephan. Eres el único que me entiende, mi único amigo verdadero. Si no puedo contar contigo, no tendré nada. Lo único que puedo decir es que si no estoy con los hombres de seguridad de Stephan en diez minutos, el infierno caerá sobre mí. Tú no quieres eso ni yo tampoco. Y ahora, por favor, créeme, tengo que estar con él. Es diferente de lo que esperaba, pero me gusta. De verdad.
Se esforzó en hablar con convicción. ¿Por qué cada vez que se encontraba con Noah se sentía como perdida? Era como si él descubriera una parte secreta que ella hubiera estado guardando a buen recaudo para protegerse a sí misma.
Apoyó la cara en su pecho, apreciando el calor pero sabiendo que no era allí donde pertenecía. Ella era de Stephan hasta que César dijera lo contrario, y se repitió ese mantra una y otra vez mientras golpeaba el pecho de Noah con sus puños.
Las lágrimas fluían libremente, mojando la camisa de Noah. Trató de apartarse pero él la abrazó con fuerza, sus puñetazos apenas causando impacto en su ancho pecho.
Deseó desesperadamente poder llevársela lejos, mantenerla a salvo, pero de qué: ¿de sí misma? Era profundamente perturbador verla así, aunque tampoco estaba seguro de cuánto dolor le estaba causando al querer verla. Los moratones de sus muslos le ponían enfermo. ¿Cómo podía Stephan tratarla de esa forma? ¿Y cómo podía decir ella que le gustaba? Su mente era un torbellino de emociones contradictorias.
–Pertenezco a Stephan, fin de la historia.
De pronto la rabia se impuso por encima de las otras emociones de Noah.
–¿Cómo?, ¿como si fueras de su propiedad? Las relaciones no funcionan así, Eloise. Deberían estar llenas de amor, respeto, confianza, amabilidad, estimulación, apoyo, diversión... ¿Tienes algo de eso con él?
–Noah, por favor, no me hagas esto. Estoy bien, él cuida de mí. No tengo otro amigo más que tú y no quiero perderos a ninguno de los dos. Necesito que lo entiendas: eres todo lo que tengo aparte de él. –Había desesperación en su voz y miedo en sus ojos–. Pero lo digo en serio... Necesito salir en este preciso instante.
–Está bien, pero escucha, Eloise: si vuelve a hacerte daño contra tu voluntad... –Estampó el puño contra la puerta, tratando de controlar sus inusuales pensamientos de rabia, y respirando hondo–. Ya sabes que estoy a solo una llamada.
La abrazó fuerte, besándola en la frente y abriendo a su pesar la puerta a esa muy excitable, hermosa y vapuleada criatura en la que Elle se había convertido.
–Gracias, Noah. Nunca olvides que tú lo eres todo para mí. Todo esto terminará algún día y estaré bien, no debes preocuparte. –Y con gran alivio se escabulló por la puerta.
–Famosas últimas palabras –fue lo único que Noah masculló mientras trataba de asimilar lo que había sucedido.
Ni un solo hueso de su cuerpo sentía que aquello estuviera «bien», pues acababa de confirmar sus peores pesadillas sobre el tipo de hombre que era Nordstrom: un arrogante, egoísta y depravado monstruo.
Si Eloise le había suplicado tan desesperadamente que no interviniera, respetaría sus deseos por el momento, aunque no le hacía ninguna gracia, pero ¿qué otra elección tenía? Sin embargo, no podía esperar para aniquilar a Nordstrom en la pista por haber tratado así a Eloise.
Se juró que si no lo lograba en esta final, lo haría definitivamente en cualquiera de las otras finales de Grand Slam de ese año. Ganaría por su propia salud mental así como por la de ella. Sabía que para ser el mejor tenía que jugar como el mejor. ¡Y eso era exactamente lo que pretendía hacer!
* * *
Nadia corrió para reunirse con el equipo de seguridad de Stephan, disculpándose inmediatamente por su retraso y explicando que había tenido que hacer cola en el lavabo de señoras. Se sorprendió al ver que alguien del equipo de Garry anotaba la hora y la explicación en un cuaderno, antes de que la condujeran hasta el coche y la alejaran de Melbourne Park.
Durante el trayecto de vuelta al hotel de César, se sintió sacudida hasta las entrañas. ¡Se le hacía tan extraño que Noah la llamara por su antiguo nombre! A lo largo de toda su vida nadie la había llamado de otra forma que Eloise, pero ahora era como si aquella persona ya no existiera; se había transformado en Nadia, completamente sometida a Stephan. Lo único que podía esperar era que Noah no cometiera ninguna estupidez que comprometiera las cosas con Stephan y, en última instancia, con César.
¿Por qué tenía Noah ese efecto sobre ella? ¿Por qué estaba tan preocupado cuando ella adoraba ser tan necesitada por Stephan? ¿Por qué la había hecho sentir como si estuviera haciendo algo malo? Ella nunca tenía esa sensación estando con Stephan, pero de alguna forma, cuando salía de esa burbuja que él había creado para ella, sentía que debía ocultar todo lo que sucedía detrás de la puerta.
La mirada del rostro de Noah al ver su cuerpo magullado acosaba sus pensamientos. Parecía sentir repulsión por los golpes y moratones que, con tanta dedicación, había aprendido a curar. Ella nunca había tenido una relación con otro hombre, así que no podía juzgar lo que era normal o no. Además, no era ella quien debía cuestionarlo.
Se preguntó si su relación con Stephan tendría alguna de las cualidades que Noah había mencionado. ¿Querría Stephan seguir con ella si se negase a hacer las cosas que le pedía? Ignoraba la respuesta, y se sintió irritada con Noah por hacerle pensar en ello.
Era en momentos así cuando más deseaba tener una madre y un padre a los que confiarse. Siempre había envidiado a las bailarinas que mantenían una relación cercana con sus padres y parecían más ancladas en sus emociones. Bloqueó el pensamiento para evitar que se propagara por su mente. Todo lo que tenía era a sí misma, sin familia, sin otros amigos –a partir de ahora podría no tener nada que ver con Noah– y solo debería centrarse en Stephan. Ahora mismo él era su vida.
Después de la final, él volvería a tocarla de nuevo y necesitaba ese vínculo mucho más que ser su pícaro juguete. Aunque le gustaba ser torturada, atormentada y tentada, ansiaba sentir su semilla dentro de ella, llenándola. Poder tocarle y notar su calor sin obstrucciones.
Y así se convenció de que era la falta de intimidad y de un vínculo sexual lo que estaba provocando esos errantes e insidiosos pensamientos sobre su relación. Aunque era sexualmente saciada cada día y cada noche, se sentía desesperada por no tener una relación mucho más íntima con su Maestro. Pero afortunadamente eso no iba a tardar mucho...
Evidencia
El día de hoy supondrá la conclusión del «Feliz Slam» en la Great Southern Land. Si bien más de un millón quinientos mil aficionados han atravesado sus puertas a lo largo del torneo, el momento cumbre del espectáculo sigue siendo la final masculina de esta noche, cuando el estadio del Rod Laver Arena esté abarrotado hasta la bandera. La final de este año es especialmente emocionante para los seguidores locales, ya que Noah Levique es el primer australiano en alcanzar la final desde hace una década. Pese a no ser el favorito, los australianos le apoyarán fielmente hasta que se juegue el último punto.
Noah se pasó las últimas veinticuatro horas previas a la final intentando apartar a Eloise de su mente, sintiendo que su encuentro clandestino con ella había sido un grave error, o lo fue hasta que recibió un breve mensaje de texto de ella, deseándole lo mejor para la final. Se quedó emocionado, sin tener en cuenta que había recibido ese mismo mensaje de muchos admiradores de todas partes del mundo. Un mensaje de ella siempre era especial y demostraba que después de todo estaba pensando en él, lo que añadía una energía extra a su motivación.
Bajo la mirada de lince de su entrenador, se centró en analizar y diseccionar cada aspecto del llamado juego «perfecto» de Nordstrom, punto por punto. Lo último que deseaba era una repetición de la aplastante derrota del Abierto de Estados Unidos, pero esta vez se sentía más preparado –tanto mental como físicamente– para enfrentarse a su adversario. Incluso ganarle un set al Número Uno indicaría que estaba haciendo grandes progresos.
Mientras calentaba dando saltos por todo el vestuario, arrancando en rápidos sprints de un lado a otro o boxeando al aire al ritmo de la música que atronaba en sus auriculares rojos, era como si sus pies estuvieran hechos con muelles, al tiempo que permitía a su mente tener un momento de tranquilidad ante la presión que crecía a su alrededor.
* * *
Nadia contempló la quintaesencia de la elegancia juvenil del atuendo escogido cuidadosamente por Stephan para ella: un ajustado vestido de manga corta azul aciano con delicadas flores amarillo pálido. Ciertamente el vestido no dejaba dudas sobre a quién estaría animando hoy o a quién pertenecía.
–No quiero incidentes hoy, Nadia, nada de desaparecer. Espero de ti una conducta perfecta. Ya sabes que voy a ganar por nosotros dos. –Acarició su satinado trasero con ambas palmas para dejarlo muy claro.
–Lo entiendo, señor. No tiene nada de lo que preocuparse.
–Bien. Sé amable y receptiva con César. Es una orden. Es importante para nosotros.
La besó con fuerza, exigiendo con su lengua mientras atrapaba sus brazos detrás de la espalda. Ella respondió inmediatamente, impaciente por tener algo más pero sabiendo que sus intentos serían en vano, como lo habían sido durante los últimos quince días.
Él se soltó de su beso con una sonrisa.
–Serénate, descarada picarona. Necesito que estés preparada para toda clase de celebraciones cuando tenga de nuevo el trofeo en mis manos. Siento que estoy a punto de explotar.
Ella se sentía exactamente igual.
–No te quepa duda de que, cuando termine contigo, estarás dolorida durante varios días o más.
Y con eso palmeó sus tensas nalgas, mostrando una sonrisa letal y dejándola para salir a conseguir lo que le había llevado hasta allí. La victoria.
Al igual que en la final del Abierto de Estados Unidos, César había invitado a Nadia –previa aprobación de Stephan– a unirse a él en su palco privado junto con otros invitados y ver el partido en un ambiente más climatizado y civilizado que entre las bulliciosas filas de la caleidoscópica multitud. Nadia no paraba de moverse y se sentía incómoda, sabiendo que en cualquier otro «grande» habría llevado con orgullo el atuendo escogido por Stephan. Sin embargo, aquí, en el Open de Australia, en el país donde había nacido, y con un australiano en la final que además era su mejor amigo, se sentía constreñida por ese vestido de ajustado diseño e incómoda con sus sandalias de altísimo tacón. Cada movimiento que hacía la obligaba a centrarse en su postura y hacer pequeños ajustes para acomodar el entallado traje y evitar una posible rotura de sus tobillos. Incluso un acto tan sencillo como sentarse requería un movimiento consciente, como si Stephan estuviera a su lado atormentándola y recordándole lo importantes que eran sus actos para él en todo momento.
Refugiada en los confines del palco de César en el Rod Laver Arena, en lugar de estar liberada por su atención al detalle, se sentía inquieta, antipatriótica y definitivamente lejos de su zona de confort.
¿Por qué tenía Stephan que jugar contra Noah en la final? Le entusiasmaba verlos a cada uno por separado, pero presenciar cómo competían el uno contra el otro hacía que sintiera nudos en el estómago.
Cuando ambos jugadores entraron en la pista para el calentamiento y el peloteo previos al partido, creyó que iba a desmayarse y deseó poder acurrucarse formando un ovillo, solo para despertar cuando todo hubiera acabado. Comprendió lo absurdo de su deseo cuando César le ofreció la preceptiva copa de champán, que aceptó con impecables modales, tal y como su Maestro le había ordenado.
Entonces comenzó el partido. Stephan se atribuyó la primera manga con gran facilidad, mientras Noah daba la impresión de debatirse contra sus nervios por jugar una final delante de su propia gente. Sin embargo, en el segundo set pareció encontrar el ritmo contra el Número Uno del mundo, y las carreras se volvieron emocionantes mientras cada punto era ferozmente disputado, y se llegaba a la «muerte súbita». El público australiano apenas podía permanecer sentado, la excitación por su paisano era absoluta. Al llegar al punto de set, el juez de silla pidió que guardaran silencio y todos contuvieron el aliento cuando Stephan puso en duda el revés paralelo de Noah. Lo habían cantado dentro, solo para después darlo como fuera al solicitar el ojo de halcón (el sistema informático oficial que sigue la trayectoria de las bolas), concediéndole a Stephan el segundo set para decepción de los vociferantes espectadores australianos.
La confianza de Stephan alcanzó su cima al principio de la tercera manga, hasta que Noah rompió su servicio, consiguiendo devolver lo que con otros jugadores hubieran sido puntos de saque directos. De pronto Stephan pareció perder el ritmo, y a Noah le faltó tiempo para aprovecharse. Para asombro de todos –y absoluta satisfacción del público australiano–, Noah arrebató el tercer set al Número Uno del mundo.
Esa era la sorpresa que todo el mundo deseaba pero nadie se atrevía a esperar: después de todo, era el primer set que el gran Nordstrom cedía desde el torneo de Wimbledon el pasado año. Y había sido ganado por un australiano. ¡Había que celebrarlo!
Nadia se descubrió sudando como si ella misma estuviera jugando en lugar de estar viendo el disputado encuentro desde la comodidad del palco privado.
–¿Te encuentras bien, Nadia? Se te ve muy pálida. Ven, siéntate. –César le señaló un sillón mientras pedía que le trajeran una botella de agua Perrier.
Ella aceptó ambas cosas agradecida.
–Gracias, estoy bien, de verdad. Creo que han sido un par de semanas muy agitadas y por supuesto, ya sabes, esto significa mucho para Stephan.
–Y para Noah, imagino –dijo con un brillo extraño en los ojos, sentándose junto a ella.
–Oh, sí, por supuesto, para ambos –tartamudeó.
–¿Tienes alguna duda de que Stephan vaya a ser el Número Uno durante el resto del año?
Si era sincera, ni siquiera había considerado esa posibilidad, así que la pregunta la dejó perpleja.
–¿Y tú? –espetó sin pensar, creyendo oír acto seguido la voz de Stephan en su oído, reprimiéndola duramente.
Afortunadamente César se rio.
–Bueno, todo puede pasar. Noah ha mejorado significativamente su juego durante los últimos seis meses, pero pensar que eso sea suficiente para arrebatarle el título a Stephan..., ¿quién sabe? Depende de lo motivado que esté para ganar, supongo. Hay que tener instinto asesino para conseguir títulos.
La chispa de sus ojos centelleó mientras hablaba, y Nadia se giró para analizar su rostro más detenidamente antes de responder. Era como si estuviera jugando con ella, tratando de sonsacarle algo, aunque no podría asegurarlo.
¿Qué era lo que sabía exactamente? ¿Y cómo podría averiguarlo sin levantar sus sospechas?
–Noah parece estar más motivado para ganar aquí que en el Abierto de Estados Unidos, probablemente porque juega con la ventaja de estar en casa. –Había decidido jugar sobre seguro; después de todo era César.
–Estoy de acuerdo contigo, Nadia. Motivación, preparación, compromiso... Es bueno ver esas cualidades en Noah. Además tiene mucho potencial, ¿no estás de acuerdo?
–Por supuesto.
–¿Lo conoces bien?
Presintió que la conversación estaba tomando un derrotero potencialmente peligroso.
–Sí, le conozco.
–¿Más de lo que Stephan cree, tal vez?
El rostro de César continuaba siendo una máscara de simpatía, mientras el de Nadia empalidecía súbitamente.
No tenía ni idea de cómo contestar esa pregunta, ni a dónde la llevaría.
–No importa, no necesitas contestarme.
Le tendió un sobre de papel manila animándola a que lo abriera. Ella lo hizo llena de inquietud.
–Echa un vistazo. Dicen que una imagen vale más que mil palabras.
Sus manos empezaron a temblar cuando vio las fotos de ella y Noah caminando de vuelta al hotel en la primera tarde del torneo. Sin embargo, creyó tener una experiencia extracorpórea cuando reconoció las ingenuas imágenes de la semana tan especial que habían compartido en Londres. La intimidad y la atracción entre ellos eran innegables; sus supuestamente privados momentos, muy lejos de serlo. No había duda, en vista de esa evidencia, de que conocía a Noah mucho más de lo que les había hecho creer a César y a Stephan.
Se quedó sin aliento. Totalmente muda.
César continuó el interrogatorio.
–Pero dime, por favor, estoy muy interesado, ¿cómo están las cosas con Stephan desde tu perspectiva?
Las banderas y señales de peligro continuaron ondeando en su cabeza.
–Bien. –Apenas podía articular palabra, su boca se había quedado seca.
–¿De verdad? ¿Continúas cumpliendo las condiciones del contrato?
–Por supuesto, César. No tengo ninguna intención de fallaros a ninguno de los dos.
–Bien, pues sigamos manteniéndolo así, ¿te parece? Y en cuanto a nuestro contrato, te recomiendo vivamente que te concentres en tu Número Uno, y solo en tu Número Uno. Cualquier tipo de distracción no terminaría bien para nadie. Me tomo la protección de mis activos muy en serio.
Le dio una palmadita en la mano con autoridad y le quitó el sobre de sus todavía temblorosos dedos.
–Disfruta del resto del partido, Nadia. Estoy convencido de que será Stephan quien se alzará con la victoria. –Y tras decirlo, se levantó y se alejó.
Trofeo
Nadia observó como César se alejaba sembrando la sospecha y el terror, pues desconocía si Stephan había visto las fotos o no. En esa neblina de incertidumbre, trató de asimilar los matices de la conversación que acababan de tener, incapaz de descifrar si César estaba jugando el papel de benefactor o de saboteador de cara a su futuro.
¿Era realmente tan malo que fuera amiga de Noah? Siendo sincera, la respuesta era no, pero las fotografías hacían que pareciera que existía algo mucho más allá de una amistad, por no mencionar la borrosa foto con teleobjetivo de ellos tendidos juntos en la cama de la cabina del barco. Su principal preocupación era no haber sido totalmente sincera con Stephan cuando le preguntó por primera vez sobre la gente que había en su vida.
Dado que desde el principio negó su relación con Noah cuando empezaron a estar juntos, la situación había ido convirtiéndose en un progresivo embrollo, que alcanzó nuevas cotas cuando los tres se encontraron en la recepción de los jugadores. Si Stephan veía alguna vez esas fotos, no se atrevía a pensar en las consecuencias. Pero al menos ahora tenía algo muy claro. Y era que César la había hecho seguir cada vez que no estaba con su Número Uno, y tenía las pruebas facilitadas por el teleobjetivo de su fotógrafo para demostrarlo. Se las había arreglado para recordarle su absoluta sumisión a él y a Stephan, y que su vida estaba muy lejos de ser suya. Algo que nunca estaría en posición de explicarle a Noah.
Pero ¿qué habría querido decir exactamente con lo de proteger sus activos? ¿La consideraba a ella un activo, o más bien a Stephan? No tenía ni idea. Lo único que sabía es que debía continuar adelante obedeciendo sus reglas, pues rebelarse contra ellos suponía arriesgarlo todo. Ambos hombres tenían derecho a destruir su contrato y arrojarla de vuelta al mundo sola, sin nada, lo que más temía de todo. Se juró que desde ese momento se comportaría de forma intachable para no darle razones de cuestionar su compromiso con el contrato de nuevo.
–Doble falta.
Las palabras resonaron por todo el estadio interrumpiendo sus pensamientos y haciéndola volver a la pista y al hecho de que no tenía ni idea de cuáles eran las estadísticas del partido.
–¡Maldita sea! –dejó escapar accidentalmente regañándose por lo que ciertamente no parecía un buen comienzo para poner en práctica su nueva resolución.
La tarde se estaba desarrollando de una forma que nunca habría previsto. No se atrevió a preguntarle a César por el recuento del número de saques directos y faltas; probablemente Stephan le habría mencionado su «prueba» en alguno de sus encuentros informales, y la pregunta solo serviría para meterla en más problemas.
Empezó a temer el encuentro con Stephan tras el partido, primeramente porque no tenía duda de que sería castigada por ignorar las estadísticas, y segundo –y lo que era mucho más importante– porque no quería pensar en lo que sucedería si Stephan había visto las fotos. Estaba convencida de que toda la variedad de castigos recibidos hasta la fecha parecerían un paseo por el parque en comparación. Se estremeció de la cabeza a los pies como si unos vientos del Antártico acabaran de atravesar el estrecho de Bass, alcanzando la ciudad de Melbourne con toda su fuerza.
–Punto de partido para Nordstrom.
Nadia se levantó. El entallado vestido del color de la bandera sueca se adhirió a su cuerpo, como si una serpiente pitón la estuviera constriñendo, cuando el último saque directo de Stephan botó en el centro de la pista. La multitud cobró vida cuando Stephan ganó su segundo Abierto de Australia y su tercer título consecutivo de Grand Slam. Stephan Nordstrom era el indiscutible Número Uno del tenis mundial.
Nadia se sintió de nuevo a punto del desmayo y tuvo que tomar asiento mientras contemplaba a los dos tenistas darse la mano en la red. Aunque mostraban una actitud amistosa, con Stephan palmeando el hombro de Noah, aquellos que mejor les conocían pudieron detectar la hostilidad en sus ojos.
Stephan alzó el trofeo con orgullo, pasión y un punto de desafío, como queriendo dejar claro que derrotarle resultaría una hazaña insuperable para cualquiera que lo intentara, algo que en esta ocasión (y en otras muchas anteriores) era completamente cierto. Cada centímetro de su cuerpo mostraba que era el mejor jugador de tenis de la tierra mientras la prensa mundial no paraba de sacar fotos que ocuparían las primeras páginas de la mayoría de los periódicos de todo el globo a la mañana siguiente, o al menos, las de los periódicos deportivos.
Nadia apenas tuvo unos breves momentos para asimilar la escena de triunfo y derrota que se desarrollaba en el centro del Rod Laver Arena, antes de ser escoltada fuera del palco de César por la seguridad, siguiendo las instrucciones del señor Nordstrom. De pronto se encontró a solas en unas dependencias privadas del vestuario de hombres, notando su corazón desbocado mientras aguardaba la llegada de Stephan.
Unos momentos después, mientras el miedo recorría libremente su cuerpo, Stephan irrumpió por la puerta con una mirada triunfante que no podía borrarse de su rostro. Por segunda vez ese día, se quedó sin habla. Afortunadamente él no necesitaba que hablara. Se bajó los pantalones de tenis y los calzoncillos marca Andrew Christian, dejándolos caer hasta sus tobillos. Le levantó el estrecho vestido y arrancó con facilidad su minúsculo tanga con los dedos. Luego le agarró ambas muñecas y las sujetó con firmeza por encima de su cabeza contra las taquillas y, sin perder tiempo, la empaló con su palpitante virilidad. Con unas pocas, potentes y decididas embestidas estalló dentro de ella, soltando un largo y profundo gruñido en el hueco de su cuello.
–¡Dios mío, me ha costado un set de más poder hacerte esto! –exclamó.
Ella enterró su cara en su sudada camiseta, ahogando sus gemidos y lágrimas saladas contra su pecho. Las revelaciones de la tarde habían sido demasiado, y ahora esto... Era abrumador. Se dijo a sí misma que debía dar gracias por que por fin estuviera dentro de ella, aunque una vocecilla interior sugirió que todo había sido demasiado precipitado y muy diferente a lo que había imaginado. Su cuerpo respiró aliviado al ver que estaba sonriendo, y no se atrevió a pronunciar una sola palabra para no arruinarle el momento.
Él la besó apasionadamente, bruscamente; la necesidad de dominarla parecía casi tan importante como su actuación en la pista. Era como si quisiera que ella saboreara su victoria y necesitara reclamarla autoritariamente, confirmando que era el Número Uno más allá de toda duda. Sin necesidad de palabras, le estaba diciendo que le pertenecía completamente. Ese era el único modo posible. El modo de César.
Su poderosa boca causaba estragos en su cuello y cara.
–Necesitaba tenerte ya. Proclamarte como mía. Mis manos sobre el trofeo y mis manos sobre ti diez minutos después. La vida no puede darme nada mejor que esto.
Una de sus manos todavía mantenía firmemente sujetas las suyas por encima de la cabeza, mientras la otra la agarraba por las mejillas obligando a sus ojos llorosos a mirarle de frente.
Miró intensamente en ellos antes de continuar:
–Te quiero a mi lado, Nadia. Desde esta noche, ya no serás mi posesión secreta; serás mía en público y en privado, en cuerpo y mente. Me perteneces al ciento por ciento.
Y entonces se retiró de ella.
Sus palabras resonaron con fuerza en la mente de Nadia. Eso era lo que tan desesperadamente había deseado escuchar para evaporar cualquier duda de su mente. ¡Ella le pertenecía! No solo de puertas adentro, sino en todas partes donde él fuera. Ya no sería más una sombra en su mundo. Tenía un ancla en la vida que aseguraría que no estuviera a la deriva.
Sabía que debía sentirse eufórica, emocionada, y en cierto sentido lo estaba. Pero no podía entender por qué seguía sintiendo un indescifrable vacío en lo más profundo de su corazón.
Ninguno de ellos había utilizado nunca la palabra «amor» para describir la intensidad de sus sentimientos por el otro. Stephan reclamaba lo que quería y le daba a Nadia lo que necesitaba. De alguna forma, se complementaban entre sí, y quizás, en ese momento, eso era lo único que importaba.
Stephan se cambió rápidamente de camiseta, se subió de nuevo los calzoncillos y los pantalones cortos y comprobó que camiseta, calcetines, deportivas, muñequeras, reloj y hasta la botella de agua estuvieran en la posición correcta para destacar el nombre de sus patrocinadores claramente ante las cámaras, dejando a una sorprendida y emocionalmente devastada Nadia que se recompusiera en privado, mientras su semen todavía resbalaba lentamente por la parte interior del muslo de ella. El poderoso y triunfante atleta cerró la puerta tras él para recibir la adoración del mundo, con declaraciones que aparecerían al día siguiente en todos los canales de televisión y en las páginas de todos los periódicos.
«¡Adoro ser el Número Uno! ¡Se lo recomiendo a todo el mundo!». (Sonrisa marca de la casa).
«El sentimiento de victoria es algo a lo que nunca renunciaré sin luchar».
«Mi vida es increíble, mi tenis es increíble».
«Estoy eufórico. Ganar nunca ha significado tanto para mí».
«Nunca me he sentido tan invencible, realmente en la cima de mi juego».
«Gracias, Australia, por hacer que mis sueños se hayan hecho realidad».
Yang
Tras cenar en el restaurante japonés de cinco estrellas Nobu, las celebraciones continuaron hasta bien entrada la noche, con muchas copas de Veuve Clicquot (una de las muchas marcas patrocinadoras de Stephan) consumidas por todos. Stephan se encontraba en su elemento, siendo el centro de la atención mundial: un lugar en el que adoraba estar.
Nadia revoloteaba discretamente cerca, con un vestido de manga larga como el que había llevado en la recepción de los jugadores. Stephan no quería que expusiera su cuerpo a los demás, y menos aún las marcas provocadas por la sesión de bondage celebrada tras la final, previamente a la fiesta. Antes de salir del hotel una estilista apareció para dar los últimos retoques a su atuendo y maquillarla, mientras una peluquera le alisaba el cabello por primera vez en su vida. Sin los rizos la melena le llegaba hasta las caderas.
Afortunadamente Stephan estaba tan ocupado con su entorno que no advirtió la aprensión de ella durante la cena mientras se sentaba entre él y César, ni tampoco cuando fueron invitados a la fiesta privada en su honor en el casino de César. Nadia se sentía como si acabara de realizar una actuación de ballet de cinco horas, totalmente exhausta por el largo día. Cada vez que se acercaba a Stephan a pedirle permiso para regresar a la suite, él pasaba posesivamente un brazo alrededor de sus hombros y la presentaba a alguna persona cuyo nombre no creía poder recordar por la mañana.
Su adrenalina estaba tan disparada que, una vez terminada la fiesta, invitó al resto de los asistentes a subir a su suite para tomar más champán. Nadia creyó que la noche no terminaría nunca, pero mantuvo la sonrisa en el rostro y actuó con gracia y elegancia, tal y como Stephan y César esperaban que hiciera.
El entrenador de Stephan y el representante fueron los últimos en marcharse, reiterando sus achispadas felicitaciones y recordando el momento de gloria de Stephan antes de dar la noche por terminada. La energía de Stephan era mucho mayor que la de Nadia, quien, hacia las cuatro de la madrugada, apenas podía mantener sus ojos abiertos. Los altibajos emocionales de ese largo día estaban pasándole factura, a pesar de que habría deseado tener a Stephan dentro de ella ahora que por fin se habían quedado solos.
–Me he sentido tan orgulloso de ti esta noche, Nadia... Estás impresionante y tu comportamiento ha sido impecable. Gracias por representarme tan bien.
Ella se limitó a asentir, demasiado cansada para articular palabra.
–Parece que necesitas unas horas de sueño, pequeña pícara.
Le dio un beso de buenas noches –de buenos días, en realidad– y la condujo al dormitorio. Para su alivio, sus saltos de cama habían vuelto a su sitio y cualquier evidencia de los espantosos disfraces de animales había desaparecido.
Aún demasiado excitado por la euforia de haber ganado su cuarto Grand Slam, Stephan decidió quedarse levantado y hacer algunas llamadas a Suecia, especialmente a sus padres, a los que estaba deseando narrarles su glorioso triunfo con todo detalle, antes de bajar de nuevo al casino para ver qué se cocía por allí.
Justo cuando se dirigía a la puerta, escuchó el zumbido del móvil de Nadia. Se le había caído del bolso a un lado del sofá, y al recogerlo vio que el mensaje era de Noah.
Muchas gracias por tus buenos deseos, Elle. Significan mucho para mí.
Lamentablemente hoy no ha sido mi día, pero sé que me estoy acercando.
Todavía estoy preocupado por ti y necesito saber que estás bien.
¡Cuanto antes te alejes de ese monstruo mejor! Estaremos en contacto.
Tuyo, Noah xo
Stephan se quedó paralizado. Con creciente pánico, leyó cada uno de los mensajes que Noah y Nadia habían intercambiado. Probaban más allá de toda duda que eran más que simples conocidos, y que habían estado en contacto durante todo el tiempo que Nadia llevaba con él.
Se quedó mirando durante largo tiempo el mensaje más reciente de Nadia en el que le deseaba buena suerte para la final. ¡Para su mente era de todo punto inconcebible que hubiese deseado buena suerte a su adversario en un partido contra él!
El descubrimiento le sacudió hasta lo más hondo de su ser, por dos razones.
La primera, porque Nadia le había mentido conscientemente la primera vez que se vieron, algo que definitivamente iba a lamentar. Su mente no albergaba dudas respecto a que pagaría cumplidamente por semejante engaño.
Y segunda, Noah había consolidado ahora su posición como Número Dos del mundo tras ser subcampeón tanto en el Open de Estados Unidos como en el de Australia, mientras que los otros aspirantes solo habían conseguido llegar a tercera ronda. Aunque Stephan nunca dudaba de sus propias habilidades, aquello estaba demasiado cerca para su tranquilidad en vista de lo que acababa de descubrir sobre la relación de Noah con Nadia.
Tenía demasiadas preguntas y muy pocas respuestas. ¿Sería algo serio? ¿Habrían intimado ya? ¿La amaría él o sería al contrario? De ser así, Noah suponía un peligro mucho mayor para el futuro de los dos. ¿Y si hubieran estado conspirando contra él?
Por otra parte, se vio obligado a considerar la posibilidad de que Noah estuviera al corriente de su propio arreglo con César, lo que le convertía en una amenaza aún mayor, pues significaría que él mismo tenía mucho que perder y Noah todo que ganar.
Sintió como si la sangre de sus venas se le hubiera congelado cuando arrojó su vaso de vodka contra la mesa de café con tal fuerza que se hizo añicos.
Como la mayoría de los niños consentidos, Stephan nunca había aprendido a compartir sus juguetes, y menos aún el más preciado de todos. Resistiendo la tentación de estampar el teléfono de Nadia contra la pared, consiguió controlar su rabia y simplemente lo apagó y guardó en su bolsa de tenis. No tenía ninguna intención de dejar que Noah contactara de nuevo con ella a no ser que fuera bajo sus condiciones. Nadia le pertenecía a él y solo a él, y todo aquel que se interpusiera en su camino sería aniquilado, dentro y fuera de la pista, preferiblemente en ambos sitios. Un propósito que muy pronto entenderían los dos con meridiana claridad.
A la mañana siguiente, tras la obligatoria sesión de fotos para los medios, con Stephan sujetando el trofeo en la orilla del río Yarra, regresó a la suite para encontrar que Nadia aún seguía durmiendo. Se quedó extasiado, observando sus breves respiraciones y maravillado ante su serena belleza. Apartó la sábana con la mano para descubrir la piel de alabastro de sus extremidades, permitiendo que las puntas de sus dedos acariciaran suavemente las señales que marcaban su piel.
De pronto se sintió dividido entre la necesidad de hacerle lentamente el amor y la de sacar su fusta para castigar ese cuerpo como no lo había hecho nunca antes, marcándola indeleblemente para espantar a cualquier otro depredador. Esas dos emociones extremas se confundían, conviviendo una al lado de la otra en su psique, al igual que el yin no puede existir sin el yang. Su deseo de poseerla era a la vez violento y apasionado, y sabía que con el tiempo podría darle tanto placer como dolor en igual medida. No obstante, no pudo evitar pensar que ese precario equilibrio de escalas acababa de inclinarse indiscutiblemente del lado de este último...
Pero ahora mismo, la paciencia era primordial para sus planes. Solo los locos se adentran donde los ángeles no se aventuran. Debía ejercer un firme control sobre su intensa necesidad de dominar cada aspecto de la vida de ella, incluyendo su cuerpo. Y en su lugar conformarse, al menos por el momento, con sacar algunas fotos de su Bella Durmiente para añadir a su siempre creciente colección privada.
* * *
Noah se sintió más que escéptico cuando recibió una invitación de Stephan esa mañana para un breve encuentro antes de que dejara el país. Pero dado que no había tenido noticias de Eloise después de la final, no pensaba perder la oportunidad de intentar protegerla de sufrir mayores daños, por muy mínima que fuera la oportunidad o sospechoso el lugar de encuentro.
Yin
Cuando Nadia por fin despertó, Stephan le pidió que bailara para él. Se sintió entusiasmada. Había estado perfeccionando el baile que le hizo forzar tanto la presión de su tobillo cuando estaban en las Islas Caimán, y esperaba la oportunidad de representarlo para él sin distraerle del tenis.
César había proporcionado a Stephan acceso a una sala oval alineada con espejos, que tenía el suelo de parqué y una elaborada lámpara de araña colgando en el centro. Sería perfecta para su actuación privada. Nadia quería que ese baile fuera su regalo especial para Stephan, un modo de transmitirle sus sinceras felicitaciones por la victoria, así que puso mucho esmero en los preparativos.
En vista de los oscuros y seductores elementos de su actuación, eligió un dramático maquillaje negro de ojos, con unas mallas recortadas a juego y medias de rejilla. Las cintas rojo oscuro de sus zapatillas negras de ballet se complementaban con el lascivo tono de sus labios. Sabiendo que ella y Stephan estarían a solas, pensó que sería conveniente llevar el pelo medio recogido hacia arriba, sujeto con un grueso lazo de terciopelo negro, permitiendo que el resto de sus largos tirabuzones cayeran libremente en cascada hasta su cintura.
Tras atarse las zapatillas de ballet se levantó del banco –la única pieza de mobiliario de la habitación– para comprobar su aspecto en uno de los muchos espejos. Mientras miraba su reflejo apenas se reconoció en ese nuevo y provocativo yo, aunque no pudo negar que le gustó lo que vio. Una mujer auténtica, experimentando una profunda excitación sexual y un siempre creciente deseo de complacer a su hombre. Se estremeció lascivamente ante la idea de lo lejos que había llegado con Stephan, preguntándose hasta dónde les quedaría por llegar.
Al escuchar sus firmes pasos acercándose, echó un último vistazo al espejo y se dio la vuelta para recibirle.
Los ojos de Stephan se abrieron por la sorpresa mientras absorbía silenciosamente la seductora visión frente a él y sus labios se curvaban en una maliciosa sonrisa. Su respuesta era exactamente la que ella había imaginado.
–Me gustaría que llevaras también esto.
Le ofreció un tutú negro compuesto por una capa tras otra de suave tul que relucía con matices de un profundo tono rojo bajo la luz.
Nadia sonrió.
–¿En serio? No estoy segura de que este baile en particular necesite un tutú, señor.
–Insisto.
Y se lo abrochó alrededor de su esbelta cintura, colocándolo rápidamente en su lugar. La prenda añadía un toque femenino a su atuendo, suavizando su apariencia e incitándole con el misterio de los tesoros que se escondían debajo. A pesar de que estaba íntimamente familiarizado con ellos, el tutú serviría para otro propósito ese día.
–Si le complace... –contestó ella coquetamente con una leve reverencia para aumentar el efecto.
–Oh, créeme, me complace mucho.
Le dio unos golpecitos en la nariz con el dedo y se dirigió hacia un extremo de la habitación para poner la música mientras Nadia se situaba en el centro, lista para empezar.
La música se apoderó de los oídos de Stephan, quien comprendió que había pasado mucho tiempo desde que la había visto actuar, dada su reciente concentración en el tenis. Una vez más se quedó totalmente impresionado. Ella estaba extremadamente seductora y exquisita, especialmente en esa rutina de baile. La cruda energía sexual inundó la habitación, afectándoles a ambos por igual. Era como si ella estuviera experimentando realmente el violento amor que representaba, tal era su destreza. Su baile había madurado, y Stephan se felicitó a sí mismo por haberla enfrentado al lado oscuro de su psique, sabiendo que aún les quedaba mucho por descubrir, dependiendo de lo que sucediera a continuación.
Cuando terminó, la habitación se llenó de silencio antes de que sus lentos y rítmicos aplausos llenaran el espacio.
–Bravo, mi pequeña pícara. Una actuación impecable.
Ella mantuvo su posición, tratando de calmar la respiración lo más rápido posible tras semejante ejercicio. Una pequeña parte de ella deseó con desesperación estar de vuelta en el escenario, experimentando una cerrada ovación, pero aún necesitaba la admiración de Stephan.
–Eres realmente impresionante. –Se acercó a ella, su mano acariciando la suavidad de su rostro.
–Gracias, señor. He estado perfeccionando este baile especialmente para usted.
–Créeme, aprecio cada gramo de tu esfuerzo.
Le alzó una de las piernas, acercándola hacia él y masajeándola durante un rato antes de hablar, como si estuviera sopesando los pros y los contras de su siguiente movimiento.
–¿Confías en mí, Nadia? –preguntó, buscando la profundidad de sus ojos.
–Sí, por supuesto. Ya sabe que sí. –Se quedó desconcertada por su pregunta mientras le devolvía la mirada, intrigada por la oscuridad en sus ojos normalmente brillantes.
–Sabes que nunca permitiría que nada o nadie se interpusiera entre nosotros, entre lo que tenemos.
La aprensión cayó sobre su cuerpo, sus ojos súbitamente dilatados por el miedo, y su respiración acelerada. Si César le había mostrado las fotos...
Stephan no se perdió ninguna de sus reacciones.
–Preferiría que te dirigieras a mí como «Maestro» hasta que dejemos esta sala.
La gravedad entre ellos se intensificó mientras el sudor producido por su actuación se helaba en su piel.
–Por supuesto, Maestro.
Inmediatamente bajó los ojos, sabiendo que lo mejor sería no seguir mirando por multitud de razones. Aun así, no pudo evitar que la pregunta escapara de sus labios antes de poder contenerla.
–¿He hecho algo que le haya disgustado, Maestro? Si lo he hecho, yo...
–Dime, Nadia: ¿cuáles fueron mis estadísticas de la final? Me olvidé de preguntártelo durante nuestras celebraciones de anoche.
Alivio y angustia invadieron su cuerpo por igual.
–Lo siento, no lo sé. Fui distraída por César y, bueno, toda la atmósfera. Perdóneme...
Él dejó que un suspiro de decepción escapara de sus labios.
–Ya conoces las reglas, Nadia.
–Las conozco, Maestro.
–¿Aceptarás tu castigo?
–Sí, por supuesto. Ha sido un fallo mío.
Se sentía tan aliviada por que aquello no tuviera nada que ver con las fotos que estaba deseando hacer cualquier cosa que le pidiera.
–Coloca tu pierna sobre mi hombro.
Ella estiró la pierna que él había estado acariciando, su cuerpo ejecutando en vertical la posición de espagat contra el viril torso, con el tutú abriéndose como una magnífica rosa mientras estabilizaba su cuerpo con el otro pie plantado en el suelo.
–Agárrate a mí como apoyo.
Entonces sacó una navaja suiza de su bolsillo desplegando la afilada hoja. Nadia inhaló con fuerza, obligándose a ahogar un grito.
–Esto no te dolerá mientras permanezcas muy quieta.
Sus palabras no ayudaron demasiado a disminuir su miedo mientras llevaba la hoja entre sus piernas. Cerró los ojos con fuerza conteniendo la respiración. No se atrevió a mover un músculo mientras él rasgaba cuidadosamente el tejido de malla y luego las medias para crear una abertura. Satisfecho con el resultado, plegó la navaja y la guardó de nuevo en el bolsillo.
A continuación observó con atención el rostro de ella mientras deslizaba los dedos medio e índice en su interior moviéndolos en círculo, intrigado al ver como su expresión se transformaba del miedo al alivio. Un tercer dedo la penetró, también masajeando sus húmedas paredes vaginales hasta que el alivio dio paso a la excitación. Ella suspiró, relajándose ante la estimulación.
Entonces él retiró los dedos y deslizó un consolador en su vagina, al tiempo que observaba atentamente mientras ella suspiraba, aceptando fácilmente la nueva presión introducida, sin preguntas ni quejas. Llevó sus resbaladizos dedos hasta los labios de Nadia, abriéndose paso hasta la lengua para que pudiera saborearse a sí misma: algo que nunca había hecho antes.
Nadia no era capaz de descubrir sus pensamientos pues su rostro era una máscara. Él se tomó su tiempo, jugando con su lengua, metiendo los dedos hasta el fondo de su boca con ojos cada vez más turbios.
–Eres demasiado exquisita para expresarlo con palabras.
Sostenía su cuerpo mientras suavemente la depositaba en el suelo, trasladando simplemente la posición vertical a una horizontal. Dada la inherente flexibilidad de Nadia, pudo acomodarse fácilmente contra el suelo. Su entrenamiento garantizaba que, automáticamente, las puntas de ambos pies estuvieran mirando elegantemente hacia cada lado del salón oval.
–Levanta las manos en quinta posición.
Nadia lo hizo con gracia y sin vacilación. Stephan se sintió satisfecho por haber estudiado todo aquello; le gustaba estar bien preparado.
Se sentó en el suelo junto a ella con las piernas cruzadas. Su aspecto era magnífico y formidable vestido totalmente de negro, con los primeros botones de su camisa desabrochados mostrando su suave pecho.
–¿Estás cómoda en esa posición?
–Sí, Maestro. Se llama grand jeté, aunque debería hacerse en el aire.
–Quiero que la mantengas hasta que diga lo contrario, pero con gusto te proporcionaré apoyo para tus brazos, si lo necesitas.
–No será ningún problema –declaró con determinación, manteniendo los ojos en el suelo.
–Aprecio tu esfuerzo, pero aun así, si te resulta muy pesado, no tienes más que asentir.
–Gracias, señor. –Él arqueó las cejas–. Lo siento, Maestro. –Nunca había tenido que dirigirse así a él de forma tan constante.
–Este ejercicio trata de muchas cosas, Nadia, placer y dolor, energía, reglas, obediencia, confianza...
Su voz se desvaneció mientras acariciaba sus senos, cogiéndola por sorpresa cuando bajó la boca hasta uno de sus pezones y succionó a través del tejido de malla. Cuando la succión de su lengua se intensificó, ella sintió un estremecimiento directo hasta su vientre, que hizo humedecer su entrepierna. Y al repetirse la sensación en el otro pezón, tirando y pellizcando su aureola con los dientes, sintió como si sus paredes vaginales se hincharan. Se movió ligeramente en un intento por reconocer lo que estaba sucediendo.
–La sensación que notas es el consolador reaccionando a tu temperatura corporal. Continuará ensanchándose mientras sea físicamente posible; eso te causará un inmenso placer si permaneces inmóvil, o una punzada de dolor, si te mueves. Naturalmente, confío en que tengas suficiente disciplina para disfrutar de la experiencia, Nadia.
La sonrió. Sabía que la estaba probando de una forma como no había hecho nunca. Siempre se le ocurrían nuevos métodos creativos para mantenerla al límite.
Luego le alzó los brazos un poco más altos sobre la cabeza para que mantuviera la quinta posición mientras la besaba ligeramente en los labios. Estaban cara a cara, ojo con ojo, cuando pronunció las palabras que tenían el potencial de destrozar su mundo.
–Como sabes mejor que yo mismo, Nadia, la perfección es mi mundo. Desde el principio de nuestra relación tú me prometiste honestidad en todo momento. ¿No fue así?
Su cuerpo tembló en respuesta antes de poder responder. Desde fuera se la veía magnífica, confiada, seductora, perfectamente colocada: la quintaesencia de la bailarina. Pero por dentro se sentía frágil, inexperta, avergonzada y aterrorizada por cómo podría salir airosa de lo que se avecinaba. Asintió con la cabeza, creyendo que era una persona que mantenía su palabra pero sabiendo que no lo había hecho.
–Así fue, Maestro. –Sus palabras escaparon en un susurro mientras la dilatación en su interior continuaba. Nunca había experimentado un consolador como ese.
Él le levantó la barbilla con el dedo para poder mirarla a los ojos.
–Tan perfecta por fuera; ¿acaso es demasiado pedir también la perfección interior? –Suspiró–. Es vital para mí entenderte mejor que tú misma. –Hizo una pausa inspirando profundamente ante la intensidad del momento–. Necesito saber qué está pasando aquí para que podamos trabajar con ello, Nadia.
Dio unos golpecitos a un lado de su cabeza.
–Mentalmente...
Su dedo se deslizó desde la parte alta de su cabeza hasta la nariz, los labios y la barbilla.
–Físicamente...
Apretó su mano contra la fina garganta, impidiendo momentáneamente la entrada de oxígeno.
–Emocionalmente...
Masajeó su seno izquierdo, rodeando simbólicamente su corazón.
–Y por último, aunque no menos importante, sexualmente...
Su mano continuó bajando hasta su vientre y desapareciendo entre los suaves pliegues del tul que ocultaban la creciente tensión entre sus muslos, mientras deslizaba los dedos por la abertura hecha en sus ropas, atormentando su clítoris.
Nadia respiraba rápida y entrecortadamente mientras luchaba por mantener la quinta posición. El rítmico contacto de su dedo aseguraba que el consolador continuara ensanchándose, y no podía hacer nada más que concentrarse para mantenerse inmóvil.
–Sabes tan bien como yo que me has decepcionado, me has traicionado.
Sus palabras se deslizaron a través de la intensidad entre ellos, al mismo tiempo que sus dedos empujaban el consolador, que se expandió aún más profundamente en ella, haciéndola jadear.
–Quiero que pienses en mis palabras mientras estás en esta posición. En lo mucho que significo para ti, Nadia. –Sus ojos escrutaron los suyos–. Lamentablemente no me dejas más opción que ponerte en una situación en la que tendrás que demostrármelo, una vez más y para siempre. Has dicho que confiabas en mí, pero ¿puedo confiar yo en ti? Ya no estoy seguro...
Un cúmulo de emociones se apoderó de ella; eran demasiado intensas para poderlas soportar, y una lágrima se deslizó a través de su armadura emocional. Le faltaban palabras...
Entonces un golpe en la puerta la sobresaltó, haciendo que diera un respingo y, en consecuencia, el consolador se hundiera aún más dentro de ella. En ese momento todavía no era incómodo, pero sentía su peligro potencial, llenando el vacío que sus palabras le habían dejado en el corazón. Su presencia la ayudaba a protegerse de ser abandonada, anclándola a él, a su mundo, salvo que eligiera deshacerse de ella. Ser abandonada la destruiría definitivamente.
Era como si la virilidad de Stephan estuviera dentro de ella, desafiándola desde el interior mientras él observaba cada detalle desde fuera. Estaba realmente omnipresente; en cada aliento que respiraba. Nunca había experimentado nada tan intenso, erótico, aterrador.
–Lo siento... –fue todo lo que pudo decir mientras él capturaba su lágrima y la dejaba en sus labios silenciándola con el dedo.
Stephan susurró en voz baja en su oído:
–Cada palabra que digas medirá si realmente lo sientes o no. Si te mueves de esta posición sin mi permiso, o tus respuestas son inaceptables para mí, informaré inmediatamente a César de que nuestro acuerdo está roto, y ya no habrá nada entre nosotros. Tus maletas estarán preparadas para quedarte aquí o volar conmigo a mediodía. La elección es tuya.
Déjà vu
Stephan se levantó del suelo y caminó hasta la puerta. La abrió con desdén y dejó entrar a Noah en la habitación.
Nadia gritó para sus adentros cuando le vio entrar. Cada músculo de su cuerpo dividido entre correr hacia él o advertirle que se marchara lo más rápido posible. Sin embargo, el dilatado consolador dentro de ella la obligaba a mantener la postura, anclándola al suelo.
Experimentó una abrumadora sensación de déjà vu cuando su mente retrocedió a la pesadilla que la había empujado a aceptar la oferta de César en primer lugar. Al sueño en el que era lanzada muy alto al aire antes de deshacerse en mil pedazos al estamparse violentamente contra el suelo del escenario, solo para ser barrida de cualquier manera y arrojada para siempre al cubo de la basura.
–Noah, te agradezco que hayas venido a pesar de haberte avisado con tan poco tiempo. –Stephan sonaba tranquilo y peligroso mientras Noah ignoraba su mano tendida y avanzaba vacilante hasta el centro de la habitación.
–Eloise, ¿eres tú? –Era difícil reconocerla bajo ese maquillaje.
–Es una pena que no estuvieras aquí un poco antes. Nadia –pronunció con énfasis– acaba de representar la rutina más mágica como regalo de felicitación por mi victoria en el Open. ¿No es cierto, querida?
Ella asintió un tanto rígida en respuesta.
–¿Qué está pasando aquí? Eloise, ¿estás bien? ¿Por qué estás en una posición tan incómoda? ¡Pareces estar dolorida!
Se arrodilló junto a Eloise, advirtiendo las lágrimas negras emborronando su rostro. Estaba a punto de tocarla cuando la profunda voz de Stephan atronó en la habitación.
–¡No te atrevas a tocar lo que no es tuyo! Está en esa posición porque esto es lo que ella es. Y así deberás recordarla.
Noah continuó al lado de Eloise, mirando sus ojos en silencio en busca de respuestas.
–Al parecer vosotros dos sois buenos amigos.
Stephan mostró el móvil de Nadia, haciendo que esta inhalara con fuerza para respirar. Obligó a sus brazos a permanecer en quinta posición a pesar de que flaqueaban ante la proximidad de Noah. Como en su sueño, él no estaba a su alcance, y no se atrevió a moverse. Se preguntó cuánto tiempo llevaba Stephan controlando su teléfono y recordó los muchos mensajes que Noah le había enviado durante el Open.
–Vuestra relación no es aceptable para mí.
Aquello era precisamente lo que tanto había temido durante meses y no podía creer que estuviera sucediendo. Comprendió que aquello no podía acabar bien.
–Así que a partir de ahora ya no habrá ningún contacto entre vosotros.
Extrajo la tarjeta SIM del móvil, se la guardó en el bolsillo del pantalón, y luego arrojó el teléfono al suelo y lo aplastó con el zapato, mostrándoles a ambos quién tenía el verdadero poder.
–Simplemente te estoy ofreciendo la oportunidad de despedirte, de una vez y para siempre.
–Creo que eso debe decidirlo Eloise, no tú.
–Sí. Creo que es su decisión.
–¿Es así, de verdad? Entonces, ¿por qué no puede hablar por sí misma, arrogante bastardo?
No era habitual que Noah le hablara de ese modo a nadie, pero había algo en Stephan que hacía que su estómago se revolviera de rabia.
–¿Es cierto, Elle? ¿Es eso lo que quieres?
Mientras decía las palabras, Eloise se estremeció y el consolador se dilató aún más dentro de ella, en el momento preciso: un recordatorio físico de que pertenecía solo a su Maestro.
–Respóndele sinceramente, Nadia, para que ambos lo sepamos de una vez por todas.
Su profunda voz retumbó en los confines de la sala oval.
Nadia respiró hondo y las palabras salieron de ella en un murmullo bajo.
–Es cierto, Noah. Quiero estar con Stephan. He elegido estar con él.
Odiaba decir aquello, pero no tenía elección, todo en su vida estaba en juego. Pero eso no podía explicárselo a Noah, no ahora ni tampoco hasta que todo hubiera terminado y su vida volviera a ser suya. Confiaba desesperadamente en que aún recordara sus anteriores palabras sobre lo mucho que él significaba para ella.
Noah estaba horrorizado.
–No te creo, Elle. ¿Qué le has hecho? ¡He visto las marcas y moratones que le has dejado! Estás enfermo y necesitas ayuda.
El cuerpo de Nadia se convulsionó ante las palabras de Noah, temiendo la reacción de Stephan. Trató de ajustar su cuerpo, pero tal y como Stephan le había advertido que sucedería, lo sintió a punto de rebosar. Era como si la rabia de él estuviera creciendo dentro de ella mientras ponía una mueca de dolor y gemía por la incomodidad que le estaba causando. Los brazos temblaron por encima de su cabeza y sus piernas empezaron a acalambrarse, a la vez que un frío helador se apoderaba de sus músculos tras el esfuerzo anterior.
–¡Qué interesante que creas que te corresponde a ti hacer juicios sobre mí y mi relación con Nadia! Ella sabe perfectamente lo mucho que significa para mí. Pero al parecer tú no sabes tanto sobre ella como pensaba, aunque tampoco es que importe.
Su voz era hielo y Nadia advirtió que su paciencia había llegado al límite. Él se le acercó y levantó su torso del suelo. A Nadia no le quedó más remedio que rodear su cuello con los brazos para apoyarse, en vista de los calambres y pinchazos en sus pantorrillas. Apretó la cara contra su pecho para amortiguar el dolor ahora que sus piernas habían cambiado de posición y estaban otra vez juntas. Stephan le devolvió el abrazo posesivamente, secretamente complacido de lo conmovedora que debía de resultar su actitud a los ojos de Noah.
Continuó hablando con el veneno impregnando su voz.
–Creí que hacía lo correcto al darte la oportunidad de despedirte. Pero al parecer no eres más que un mal perdedor, en el tenis y en la vida.
Noah necesitó echar mano de todo su autocontrol para no entrar al trapo que Stephan estaba agitando delante de él. En su lugar, decidió concentrarse en Eloise.
–Está claro que está haciéndote elegir, Elle, pero nunca olvides lo que te dije la primera vez que nos vimos: siempre estaré ahí cuando me necesites.
–Ella no te quiere ni te necesita cuando me tiene a mí. Por el amor de Dios, ya basta. Díselo una vez más, querida, para que el mensaje finalmente entre en esa dura mollera.
Ella parpadeó ante el insulto, sabiendo que deliberadamente estaba echando sal en la herida abierta, lo que hacía que las palabras que le obligaba a pronunciar fueran aún más difíciles.
–Por favor, Noah, tienes que dejarme en paz. No puedo volver a verte. Stephan es ahora mi vida; necesito estar con él. He elegido estar con él.
–¿No puedes ver lo que ha hecho contigo, Elle? ¿Lo que te está haciendo? ¡Esta es tu vida, no la suya! Me rompe el corazón ver cómo te trata. –Se pasó los dedos por la espesa melena rizada, angustiado–. Pero de acuerdo. Si esto es lo que hay, que así sea. –Sus ojos miraron fijamente los de Stephan, mientras las manos se cerraban en un puño a sus costados–. Pero debes saber que si algo le pasa a ella, lo pagarás.
Miró por última vez hacia Eloise, las lágrimas negras resbalando por su rostro, dudando si debía compadecerla o protegerla. Sacudió la cabeza y se dirigió a la puerta, necesitando distraerse de la idea de propinar un puñetazo que acabara con la mueca de satisfacción en el engreído rostro del escandinavo.
Cuando se volvió para cerrar la puerta, tuvo una inspiración.
–Disfruta siendo el Número Uno, Nordstrom, porque voy a prometerte algo: no seguirás siéndolo al final de este año.
Sus palabras hicieron que Stephan parpadeara ligeramente mientras Noah cerraba de un portazo.
Aunque el corazón de Nadia estaba deseando correr tras Noah, su mente se mantuvo firmemente anclada al suelo. De todas formas, le hubiera sido imposible moverse desde esa posición con los calambres de sus piernas, el dolor en su vagina y las emociones desbocadas. Si Stephan decidía soltarla en ese momento, se estrellaría literalmente contra el suelo.
–¡Oh, Dios mío! –exclamó Nadia, doblada de dolor cuando Stephan le retiró el consolador con un mecánico gesto de asentimiento; obviamente había servido a su propósito. El vacío que dejaba era absoluto.
Él la cogió en brazos con facilidad.
–Ni una palabra, Nadia, ni una sola palabra.
La sentó en el mismo banco donde tan cuidadosamente se había preparado para su actuación como una persona diferente. Su cuerpo y sus emociones entumecidos mientras miraba sin prestar atención la imagen en el espejo opuesto. Él limpió los chorretones de maquillaje de su cara, recogiendo su cabello en una prieta y alta cola de caballo que tiraba de su cuero cabelludo. Le quitó las ropas de ballet y la vistió con unos apretados vaqueros negros que dejaban muy poco a la imaginación, una camisa de un blanco impoluto y altas botas rojas de cordones hasta las rodillas. Un brillante lápiz de labios rojo completaba su aspecto. Ella permitió que el proceso de su transformación ocurriera sin protestas, como si fuera un maniquí al que vistieran para exhibirlo en un escaparate.
Stephan se alejó unos pasos de ella y regresó con un par de tijeras. Agarró su cola de caballo y la sostuvo en alto por encima de su cabeza, con las tijeras pegadas a la base. Ella necesitó cada gramo de voluntad para no empezar a gritar mientras amenazaba con cortarle el pelo.
Él miró su rostro contorsionado en el reflejo del espejo. Los ojos dilatados por la alarma ante lo que estaba a punto de hacer. Y continuó observando atentamente mientras los ojos se le llenaban de lágrimas y su cuerpo se estremecía, abrumado por todo lo que acababa de pasar. Tiró con más violencia de su pelo, su garra apretándolo más fuerte, casi arrancándole el cuero cabelludo y levantándola de la silla.
Nunca en su vida había llevado el pelo corto, y no podía soportar presenciar lo que estaba a punto de hacer. Mantuvo los ojos cerrados y se llevó la mano a la boca para impedir que escapara un solo grito.
–Es una suerte que aún puedas seguir mis órdenes, Nadia. Una palabra tuya era todo lo que hubiera necesitado.
Dejó las tijeras en el banco y ella comprendió que el silencio era lo único que había salvado su magnífica melena. Su cuerpo se estremeció por el alivio de que no lo hubiera llevado a cabo. Necesitó toda su disciplina para obligarse a permanecer perfectamente inmóvil; él no le había dado permiso para moverse.
Era un trofeo viviente que él podía admirar, amenazar, castigar y manejar a su antojo.
Durante un breve momento trató de encontrar algún rastro de Eloise en el oscuro reflejo frente a ella, pero lo único que pudo ver fue a Nadia. La Nadia de Stephan. Comprendió con horror que ya no quedaba nada de su antiguo yo.
Torbellino
Al mediodía, y fiel a su palabra, todas las pertenencias de Nadia fueron sacadas de la suite y bajadas al vestíbulo: un recordatorio visual de la posibilidad de ser despedida. Ella aún no sabía si él llevaría a cabo su mayor miedo y la abandonaría o si acompañaría a Stephan, que no le había dicho nada. Su cuerpo se estremecía ante la idea de lo fácilmente que podría ser arrojada lejos de su vida.
El vestíbulo estaba plagado de medios y la llegada de Stephan garantizó un inmediato alboroto. Le hizo una seña a Garry, quien, vestido con su habitual uniforme negro, se colocó rápidamente al lado de Nadia. Ella analizó ansiosa la cara de Stephan buscando cualquier pista de lo que le deparaba el futuro, pero llevaba puesta la careta de campeón, enmascarando cualquier emoción, mientras la mano de Garry agarraba firmemente su brazo y la guiaba hacia una fila de limusinas aguardando en la calle. Alcanzó el primer vehículo de la fila y abrió la puerta trasera para dejarla entrar. Ella se instaló cuidadosamente en el asiento, las lágrimas agolpándose en sus ojos. Su estómago era un torbellino mientras le observaba cargar el equipaje en el maletero, cada músculo de su cuerpo en tensión por la ansiedad de lo que ocurriría a continuación.
Los pestillos se cerraron y se encontró atrapada en el silencio de la limusina. Nadie podía verla a través de los cristales tintados; nadie excepto el conductor la oiría si hablaba. El pánico empezó a consumirla mientras observaba a Stephan hablando con sus fans y los medios, firmando amablemente los últimos autógrafos antes de su marcha.
César apareció para despedirse de Stephan. Mientras charlaban amigablemente parecían dos viejos amigos esperando ansiosos volver a verse pronto. Se estrecharon las manos como si acabaran de alcanzar algún tipo de acuerdo y ambos miraron hacia el coche en el que ella estaba atrapada.
Viendo la escena desarrollarse, Nadia no tuvo duda de que era simplemente un peón en las altas apuestas de juego de César. Sin bolso, móvil, cartera, identidad, la certidumbre de que solo existía en el mundo autorizado por esos dos hombres impactó en su mente. Lo único que podía hacer era esperar impotente su siguiente movimiento.
A petición de Stephan, había sacrificado su relación con Noah y, con ello, su única esperanza de salir de ese extraño mundo en el que estaba prisionera. Si Stephan decidía que su comportamiento anterior no había sido lo suficientemente bueno, podría ser expulsada de su vida en cuestión de segundos.
Finalmente Stephan se apartó del último grupo, se colocó las gafas de sol de uno de sus patrocinadores para salir a la luz del sol... y se dirigió a la limusina. El cuerpo de Nadia se convulsionó con lágrimas de alivio cuando se unió a ella en el asiento trasero. Nunca había experimentado tal montaña rusa de emociones en menos de veinticuatro horas.
El coche arrancó suavemente, se alejó del bordillo y se adentró en el tráfico en dirección al aeropuerto. Mientras el horizonte de Melbourne iba quedando atrás, Stephan reflexionó con orgullo sobre cómo se habían desarrollado los acontecimientos de la mañana. Era vital que Nadia comprendiera que era totalmente dependiente de él, y que cualquier influencia externa, especialmente de Noah Levique, no sería tolerada. Notablemente satisfecho por lo alterada que ella parecía –el amenazarla con cortar su cabello había sido un golpe maestro–, admitió que el mensaje que quería enviar había sido recibido. De modo que extendió el brazo hacia ella acogiéndola en su regazo y envolviendo su tembloroso cuerpo en un abrazo.
–Lo siento tanto, tanto... Por favor, perdóneme. Haré cualquier cosa por usted... –farfulló entre gemidos.
–Ya lo sé, querida, y a veces tendré que reforzar ese punto. Aún tienes muchas lecciones que aprender...
Ella se colgó de su pecho, no queriendo que la soltara.
–Lo haré, Maestro. Lo siento mucho.
Él le apretó cariñosamente la rodilla.
–Ya habrá tiempo para que me lo demuestres. Me perteneces, Nadia, solo a mí, hasta que decida que ya no te necesito. Es importante que lo recuerdes.
Ella continuó sollozando en su pecho, abrumada por intensos remordimientos, hasta que la limusina se detuvo junto al avión privado que esperaba en la pista. Aunque estaba enormemente aliviada por no haber sido expulsada de su vida y se prometió silenciosamente ser cualquier cosa que él quisiera, no lograba sacudirse la sensación de que su mundo acababa de encogerse hasta proporciones diminutas, como si estuviera atrapada en la botella de un genio y solo Stephan pudiera abrirla, cerrarla o desecharla a su antojo.
El corazón le dolía al pensar en cómo había herido a Noah en el hotel. ¿Qué pensaría de ella ahora? Sabía que su comportamiento era imperdonable, y que en el camino había perdido al único y verdadero amigo que había tenido en el mundo. La imagen del candado que dejó en la pasarela peatonal volvió a su mente mientras el avión ascendía hacia el cielo. Aunque su corazón se preguntaba qué habría sucedido entre ellos de haber seguido ella un camino diferente, su mente racional le decía que ahora había arrojado esa llave muy lejos y para siempre.
Cuando el avión se estabilizó, Stephan desabrochó sus cinturones de seguridad y no tardó ni un segundo en bajarse la cremallera de su bragueta.
–Sé que llevas mucho tiempo esperando esto y, francamente, yo también. Arrodíllate delante de mí y junta las manos en la espalda. Solo quiero tu boca.
Nadia se dejó caer de rodillas frente a su entrepierna, e hizo lo que llevaba toda la semana suspirando por hacer, aunque ahora fuera con lágrimas en los ojos y remordimiento en el corazón. Él la agarró por la coleta, forzándola a recibir su pene más profundamente en su garganta.
Mientras Stephan disfrutaba con la sensación de la boca de Nadia trabajando su miembro viril, pensó en lo mucho que le gustaría que Levique pudiera verla así, como su sumiso juguete, siempre deseosa de complacer. Entonces sus ojos se oscurecieron al recordar la incomprensible amenaza de Levique respecto a que a final de año ya no sería el Número Uno. El ego de Stephan le tranquilizó inmediatamente diciéndole que eso nunca sucedería; Levique aún estaba muy lejos de igualar su dominio y energía en la pista.
Así que, habiendo confirmado este punto en su mente, volvió la atención a su pequeña posesión y a su inaceptable ruptura de las reglas de su acuerdo.
Reflexionó sobre la advertencia de César a las puertas del hotel de vigilarla de cerca como un valioso activo del que ambos se beneficiaban. Stephan le había asegurado que él personalmente se encargaría de mantenerla bajo llave, lo que resultó ser música celestial para los oídos de César cuando se despidieron. Stephan tenía toda la intención de mantener su palabra; de hecho, ya había planeado tener a Nadia permanentemente atada en corto a partir de ahora.
Esos pensamientos dispersos hicieron que Nadia tuviera que trabajar larga y duramente para que Stephan alcanzara el clímax. Afortunadamente la idea de tenerla atada consiguió su objetivo.
–No dejes ni una gota –ordenó mientras eyaculaba en su boca obligándola a tragarlo.
Ella comprendió claramente que, si bien él había aceptado sus disculpas, no la había perdonado del todo y ciertamente nunca lo olvidaría. Se preguntó cuánto tiempo tendría que pagar por su error.
Después de la extraordinariamente satisfactoria felación, envió a Nadia al pequeño dormitorio al fondo del avión pidiendo que le esperara boca abajo, desnuda y con los brazos y las piernas extendidos sobre la cama. Necesitaba tomarse algunos minutos para hacer algo que había estado considerando desde que descubrió el móvil de Nadia.
Cogió el teléfono y llamó a su madre para pedirle el número de una de sus mejores amigas, Karin Klarsson, una profesora de psicología especializada en microexpresiones faciales. Decidido a actuar en caliente, llamó al móvil de la profesora, quien, tras escucharle, le contestó que se reuniría encantada con él cuando considerara oportuno, y que su equipo de investigación estaría disponible para ayudarle en todo lo que deseara.
Contento porque por fin obtendría las respuestas que necesitaba de una forma u otra, se sintió de humor para unirse a Nadia en el dormitorio y poner en práctica sus peculiares juegos con ella una vez más. Después de todo, le pertenecía, y ella necesitaba aprender algunas importantes lecciones sobre lo que significaba estar atada. Una idea que le proporcionaba un incesante y retorcido placer.
Fuego
Una chispa de furia pareció prender en el vientre de Noah mientras corría a lo largo del interminable paseo junto al turbio cauce del Yarra, tratando de asimilar los acontecimientos de la mañana. Aunque había escuchado las palabras de boca de Eloise, todo en su interacción estaba rotundamente mal. Era como si Nordstrom fuera un ventrílocuo que controlara cada palabra que ella decía.
Normalmente Noah era la clase de persona que contagiaba positividad a todos los de su alrededor, su cálido corazón reflejando su risueña personalidad. Mantenía la cercanía con sus amigos y familia, y ninguno de ellos tenía duda de que él estaría allí si le necesitaban, ayudando, apoyando, consolando o animando. Siempre había trabajado duro en su deporte –especialmente durante los últimos seis meses–, pero eso se debía a que le gustaba lo que hacía. Muchos de sus adversarios eran amigos íntimos y, si bien se había vuelto mucho más enérgico desde el Abierto de Estados Unidos, nunca ganaba a costa de la desgracia de otro.
Pero esto era diferente. Stephan Nordstrom era diferente. Noah despreciaba su arrogancia de ganador. Había algo en él que le irritaba sobremanera.
Mientras sus pies pisaban el pavimento cada vez más rápida y contundentemente, decidió que había mucho más aparte de sus sentimientos por Eloise y su rivalidad en la pista con Nordstrom. Tenía un muy mal presentimiento respecto a toda la situación. Aceleró el paso, liberando su mente para concentrarse aún más en el asunto.
Noah aún contaba con otras veinticuatro horas antes de embarcarse en el vuelo que le trasladaría al frío y duro invierno de Europa para la primera ronda de la Copa Davis en Francia. Aunque conmocionado en lo más hondo, su cita con Stephan y Eloise también le había aportado el ímpetu que necesitaba para planificar su propia estrategia ganadora para los siguientes doce meses.
La cara acongojada de Eloise y la mirada de angustia de sus ojos permanecían grabadas en su mente mientras imaginaba al egocéntrico monstruo sueco aprisionándola en un sofocante abrazo. Aquello fue suficiente para hacer que sus instintos protectores se dispararan. Cuanto más pensaba en ello, más convencido estaba de que la razón por la que ella seguía con Stephan tenía que ver con su estatus de Número Uno. De modo que si él se convertía en el Número Uno, las cosas podrían cambiar.
Si eso era lo que se necesitaba para conseguir que ella no sufriera ningún daño, haría todo lo posible para lograrlo. Por primera vez se negó a que nada se interpusiera en su camino. El fuego de su vientre serviría para arrasar todo a su paso, al igual que los devastadores incendios del verano australiano. El tenis siempre había sido su pasión, para más tarde convertirse en su trabajo, y ahora alimentar ese urgente deseo de salvar a Eloise de Stephan y, lo que era todavía más importante, de sí misma. Nunca en su vida había deseado una cosa tan desesperadamente.
Las estrellas parecían haberse alineado a su favor cuando regresó de correr. Antes de dirigirse directamente a la ducha, el recepcionista del hotel le informó de que Toby Brooks –uno de los mejores entrenadores de tenis de todos los tiempos– quería hablar con él por teléfono. Secándose el sudor, Noah aceptó la llamada y se quedó sorprendido al escuchar a Toby ofrecerle sus servicios para los próximos seis meses con una importante rebaja sobre sus honorarios habituales. Hicieron los arreglos necesarios para verse y unas horas más tarde los dos hombres estaban sentados juntos discutiendo un ambicioso plan que se centraría en la velocidad y colocación de su servicio, en la mejora de su juego en la red y en intensificar su entrenamiento para reforzar su energía y agilidad. Además de ello, Noah continuaría con su régimen de meditaciones, asistiendo a las sesiones de un psicólogo profesional especialmente diseñadas para optimizar su mente ganadora tanto dentro como fuera de la pista.
La participación de Noah en otras competiciones aumentaría drásticamente hasta llegar a Wimbledon. Y además de jugar los ocho Masters 1000 preceptivos de la ATP, disputaría el resto de los torneos 500 de la Asociación (cuando fuera posible), para maximizar todos los puntos potenciales en el ranking mundial, pues era lo que más le convenía. Una vez acordados todos los detalles, su calendario revisado sería enviado a El Filo para su conocimiento.
Toby llamó a su buen amigo César y le dio las gracias por su sugerencia de ponerse en contacto con Levique, haciéndole saber lo bien que había ido la reunión. Le confesó que, aunque se había pasado los últimos veinte años entrenando a algunos de los mejores jugadores del mundo, había algo único en Noah, y por ello estaba deseando consagrar todo su tiempo, energía y esfuerzo en lograr el éxito en la carrera del joven. No era habitual encontrar a un jugador de ese nivel cuya meta no estuviera motivada por el ego, siendo igualmente alentador trabajar con alguien cuya arrogancia no obstaculizara su habilidad para aprender.
César asintió encantado y le deseó mucho éxito con su recién contratado jugador. Nada le gustaba más que una buena y reñida competición, especialmente cuando llevaba la gestión de ambos jugadores. Era bueno para el negocio, y él siempre sostenía que debía ganar el mejor. No le importaba quién fuera, con tal de haber apoyado al ganador.
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Las críticas positivas de la prensa especializada sobre el Open de Australia habían llegado a su punto de saturación, garantizando que Liam Noah Levique –que no partía como favorito– fuera ahora un nombre conocido en su propio país de origen. Se había convertido en la esperanza deportiva de la nación, siendo el deporte en Australia casi como una religión. El mundo del tenis aguardaba conteniendo la respiración el momento de contemplar si Levique tendría lo que hay que tener para derribar al semidiós escandinavo de su alto pedestal.