19

En ocasiones tenía la sensación de no saber dónde estaba. Se preguntaba si aquello sucedía de verdad. Si era real. Pero no encontraba ninguna prueba que le hiciera pensar que no lo era. Hacía días que evitaba llamar a Julia porque entonces se daba cuenta de que todo era demasiado real. Su amiga le decía que terminara con aquello. Que no estaba bien. Que cuando ella hablaba de infidelidad no se refería a eso. Ah, ¡encima tengo que ser infiel como tú quieres!, le había gritado Nora antes de colgarle el teléfono. Necesitaba poder hablar con alguien de lo que estaba viviendo, pero comprendió que no podía hacerlo con nadie conocido. Quienes la habrían escuchado sin juzgarla estaban muertos y Roberto no era un interlocutor válido. Teresa la terapeuta también había muerto. Un día habló de ello con una barrendera y luego se sintió mejor. La barrendera la escuchaba con una sonrisa y limpiaba la mierda de la calle. Ella había ido hasta los contenedores del reciclaje y se la había encontrado con aquella sonrisa tranquila. Se saludaron y entonces Nora se lo contó todo: el avión, los pendientes, por qué no es bueno jurarse amor eterno, la condesa de Segovia muerta, el hombre de los tatamis con pelos en las manos, el joven imbécil, otros clientes, la cena en Sant Pol y los cuadros. Cuando te quiero siempre quiere decir otra cosa. La barrendera asentía con la cabeza. Cuando se despidieron aquella mujer le dijo adiós con la mano desde el otro lado de la calle y le gritó: ¡siempre quiere decir otra cosa!

Con Nacho, a pesar de la decisión consciente de no amarlo, se sentía viva. Tú y yo somos uno, le habría querido decir si él no hubiese hecho todo lo que había hecho. Desde pequeños ambos habían vivido sucesos dolorosamente extraordinarios. Eran tan distintos que cualquiera los habría podido confundir. La radio. Cuánto detestaba aquella manera de despertarse de su marido. La abrazaba y ella se dejaba: el calor de su cuerpo tenía los mismos efectos que los neumáticos. Los problemas económicos que tenía el señor abogado en el bufete comenzaban a afectar a la convivencia y eso a Nora le fastidiaba. Si una cosa no funciona, se cambia, pero quejarse no sirve de nada. Él bromeaba y le decía que acabaría teniendo un programa de radio: ¿qué te pasa, querida amiga? Aquí puedes hablar de ello abiertamente. Te escuchamos y no te juzgamos, y en cambio siempre te ayudaremos a encontrar una salida digna a tus problemas. Soluciones o felicidad. Aquel hombre sereno y bueno se estaba volviendo loco y áspero. ¡Buenos días!, dijo Nora girándose hacia él. Había acariciado aquel rostro toda la vida y en cambio aquella mañana le pareció que lo veía por primera vez. De hecho, ahora que pensaba que lo de Nacho se terminaría, sentía rechazo hacia Roberto.

—Mal día —soltó él quitándole las manos de la cara y cogiéndolas entre las suyas. Seguía siendo tan preciosa como cuando era pequeña.

—No puedes estar así cada día.

—¿Y qué quieres que haga?

—Buscar soluciones.

—Claro, para ti es fácil. ¡Todo el día pintando!

—Roberto, ¿qué dices? Sabes que te ayudo.

—Sí, ¡¿qué vas a decir?! —Era otra persona la que hablaba por él.

Últimamente se enojaba y no sabía por qué. Se enfadaba y hacía que todos a su alrededor se enfadasen con él y entre ellos. Era añoranza de otra cosa. A veces no acertaba qué era lo que le ocurría: creía que le pasaba una cosa y de hecho le pasaba otra diametralmente opuesta, o no tan opuesta pero diferente. A menudo tenía la sensación de que absorbía el alma de aquellos a quienes amaba. Ahora más que nunca. ¿Qué estaba haciendo?

—Cuando uno proviene de gente de fábrica, la historia se borra después de cada muerte. —Le salió así.

—¿Qué? —Y encima no se ponía nerviosa y lo apoyaba siempre, pensó.

Habría preferido que Nora gritase, que le dijese que era un inútil, que no lo estaba haciendo bien. Que lo mandara a la mierda, que le soltase, como quien no quiere la cosa, que se había enamorado de otro. Había tantos hombres en el mundo que habrían podido hacerla feliz... Pero eso ella no lo haría. Ella lo amaba desde que era una niña y creía en aquellos a quienes amaba. Ya lo decía Julia: Nora hace que todas las personas a las que ama se sientan importantes. Y ¿él qué estaba haciendo?

—Nada. Una frase del abuelo.

—Ah, sí, y ahora me recordarás que aquel gran Hemingway creó de la nada un imperio. Sí, ya lo sé, todos tenemos que estarle agradecidos por ello. Él era perfecto y los demás no. Un triunfador que salió de la miseria...

—El abuelo lo fue todo para mí. —No se sentía culpable de estar engañándolo con otro. ¿O tal vez tenía que hablar en plural? No lo entendía, pero pasaba.

—Ya lo sé. El abuelo y tú...

—Roberto, ¿qué pasa? ¡Te doy rabia! Pinto porque es lo único que sé hacer. Tú lo sabes mejor que nadie. Conoces mi historia. Tú sabes quién soy y quién no soy. Tú sabes de dónde vengo. De qué vengo. Con quién crecí.

—Todo lo que soy, todo lo que tengo... lo estoy perdiendo.

—Roberto, ¿qué dices? —Pobre hombre, estaba sufriendo, y ella no podía ayudarlo.

—Nada, no me hagas caso. Perdona. No lo estoy haciendo bien. Hay tantas cosas que no sabes... —Estaba de pie junto a la cama después de ponerse unos pantalones grises perfectamente planchados y miraba a su mujer a los ojos.

—¿Cómo? —Era un buen hombre. Siempre la había querido, siempre la había protegido. Y ¿qué estaba haciendo ella? Lo que podía para aguantar. Quizá sin Nacho ellos dos ya no existirían juntos. Es gracias al amante que el matrimonio sobrevive, había leído en alguna parte.

—La frase esa del abuelo... Es buena. Cuando uno es pobre, la historia se borra después de cada muerte. —Lo decía mientras se ponía una camisa negra que ya no recordaba dónde había comprado.

A menudo cuando en una comida de trabajo se le manchaba lo que llevaba puesto entraba en cualquier tienda, tiraba la pieza de ropa manchada y se compraba una nueva. A Nora al principio le hacía gracia, luego le pareció estúpido, y con el tiempo dejó de prestarle atención. Todo se acaba, y en una relación de muchos años, todavía más. «La familia es la mano que mantiene la cabeza bajo el agua», le había dicho un amigo poeta en una ocasión.

—Y cuando no se es pobre también —acababa de añadir Nora con aquella expresión de labios tensos.

—¿Por qué el detergente siempre huele a pescado? —Había pegado la nariz a la manga de la camisa y aspiraba con fuerza. Se reía.

—Ahora entiendo por qué te persiguen los gatos —contestó ella, y por primera vez se miraron. Al cabo de unos segundos también se rieron. Eran dos frases que se decían cuando eran jóvenes.

Reír quebró aquella tensión fría.

—¿Qué vamos a hacer? El bufete no marcha bien. Ya solo quedamos María y yo, y si seguimos así también tendré que prescindir de sus servicios. —Nora notó que por primera vez desde hacía días Roberto se estaba abriendo. Se arrodilló en la cama y lo abrazó.

—Saldrás adelante. Siempre lo has hecho. Yo te ayudaré en todo lo que pueda. —Ella ahora le acariciaba la cabeza.

—No quiero tu ayuda. ¡Quiero salir de esta yo solo! —Le acababa de dar un beso en la frente. Aquel hombre sufría por tener que recibir su ayuda. Se había vuelto a equivocar con el comentario.

—Roberto, ¡¿qué dices?! ¡Si siempre has salido adelante tú solo!

—Sí, pero ahora no va bien.

—Irá bien... ¿Sabes cuál es mi secreto? —Nora se había tumbado de nuevo.

—Sí, hacerlo con Leonard Cohen —dijo él con tono cansado.

Con esta frase desapareció de la habitación y después de casa. Tumbada aún en la cama, oyó cómo se abría la puerta del garaje y el ruido del motor del coche. La puerta se volvía a cerrar con un golpe fuerte y seco. A ella el asunto del despacho no la inquietaba. En cambio, aquel hombre estaba perdiendo el sentido del humor, y eso sí que era preocupante. Bata blanca sin nada debajo: desnuda ella y desnudo el lienzo. Todo lo demás desaparecía. Pintaba porque no quería ver las cosas como eran, sino como deberían ser. Sonaba La pasión según san Mateo. Notaba a Roberto extraño, pero no estaba segura de que todo fuera por motivos profesionales. El tema del bufete a ella le preocupaba poco. La exposición sería un éxito. Lo presentía. Siempre que preparaba una desaparecía del mundo. Roberto lo sabía desde hacía años. ¡Vete a saber qué le rondaba por la cabeza a aquel hombre! Su mujer había dejado de serle fiel después de toda una vida y él tan solo pensaba en el bufete. ¿Es que no se daba cuenta? Nora se desahogaba de una vida aburrida a su lado. Se pintaba a sí misma con sus clientes. ¿O quizá intuía algo? No quería pensar en ello, ya hacía demasiado tiempo que tenían vidas separadas. Pintaba sin parar. Y follaba una vez por semana, siempre con un cliente diferente. El acrílico se secaba rápido. La base es agua y no huele. Pintaba con acrílicos para seguir notando el olor de la goma de neumático. Si hubiese pintado con óleos, el neumático habría desaparecido. Sin la goma, el mundo como lo conocía dejaba de existir. Estaba a punto de acabar el último cuadro. Aquellos pinceles se habían convertido en parte de su cuerpo. Ella era el pincel. La inauguración sería dentro de tres semanas.

Con la pintura cambiaba de canal mental y el universo entero desaparecía. Hacerse viejo era eso: perder personas. Ella comenzó a envejecer siendo muy pequeña. Al final había perdido también al abuelo. Ya solo le quedaba Roberto y este hacía mucho que empezaba a parecer una imitación barata de sí mismo. En cambio con Nacho y los clientes se sentía viva. Siempre un nuevo cliente. Una única ocasión. Se sentía mujer, con unos pechos y un cuerpo voluptuosos. El dolor y la plenitud a menudo se tocan. Con Nacho, en el preciso momento en el que se dio cuenta de que la había estado utilizando como puta, sufrió. Pero aquel dolor profundo le estaba abriendo un nuevo mundo. Hacer del deseo una ocupación. Él conoce de mí lo que yo no conozco, y no conoce lo que yo conozco. Amar a alguien es hacerlo fiel a sí mismo, a su verdad. Sé quién eres y así te quiero. Habría querido hacerlo con Nacho. Pero no sabía cómo. Todos llegamos a la vida del amor mediante pocos amores. Estamos limitados: el amor de determinados seres y de caras amadas. No damos para más. ¿Quién podría ver y amar a un tiempo todas las caras? Una puta del amor. Había decidido seguir la dirección que le indicaba su deseo. El riesgo le gustaba más que la rutina. Antes no estaba muerta, pero tampoco estaba viva del todo. Ahora estaba viva y quizá un día estaría muerta. Por primera vez Madame Bovary no le parecía una estúpida. Debía de sentirse sola.

La mujer inventa el amor para tener derecho a satisfacer su hambre de amor, lo había leído en algún sitio. Tal vez ella había inventado a Nacho para convertirse en puta y para liberarse de prisiones propias. Quizá Nacho no fue más que una excusa y podría haber sido cualquier otro. El amor intensificaba el placer de manera desmesurada. Iba más allá de defectos y cualidades. Y las gaviotas, ¿qué? Aquel taxista nunca sería un cliente suyo, pero hoy también lo pintaría, su cara y aquellas manos aparecían al fondo del último cuadro. Lo más difícil de pintar con acrílico era dar volumen. Y el ritmo: era parecido a echar polvos rápidos y sin amor. El sexo por el sexo. ¿No era también una forma de amor? Pensaba en muchos de los frescos que había visitado con el abuelo: todos compartían una base de cal y yeso. Los colores son polvos de minerales y vegetales más agua. Luego se empezaron a hacer pigmentos de colores con un tipo de aceite. El aceite añade volumen y te permite trabajar mucho más la pintura. Pero ella aprendió a pintar en el despacho del abuelo y lo hizo con acrílicos: para no molestarlo con el olor a trementina. Pensó en el primer cuadro al óleo famoso, no se acordaba del nombre, eran unos condes duques de los Países Bajos, de Van Eyck. Yo nací muerto, le había dicho Nacho.