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Sonó el despertador. Se abrazaba al cuerpo de Roberto: todavía era fuerte. Veía aquel reposacabezas blanco con las letras rojas de British Airways y se notaba los pezones doloridos. Estaban puestas las sábanas blancas con rayas azules. Se duerme bien en casa después de estar días fuera. Desde pequeña pocas cosas le gustaban más que la primera noche durmiendo en sábanas limpias. Sentía al mismo tiempo todas las noches del mundo que su abuelo la había arropado en sábanas limpias. Luego, cuando se casó, le pedía a Roberto que la arropase como su abuelo, y él lo hacía. En ocasiones, aún hoy, sus hijas se lo pedían a ella. Incluso Jana, que era toda una joven estudiante de medicina, que ya vivía más con el novio que en casa, también se lo pedía cuando estaban juntas.
—Uf —dijo él—. Despertador en domingo, debería estar prohibido. A ver si Cloe acaba de una vez la liga esta de vóley.
—Todavía nos quedan unos meses... ¿Te acuerdas de los chiquiparks? Tantas veces celebrando allí fiestas de cumpleaños...
—Nora, de eso hace más de diez años. Ahora solo nos queda el vóley.
—En aquel chiquipark de la avenida de Roma una vez, en una fiesta de aniversario de un amiguito de Jana, Félix Ponce, todas las madres se pusieron a bailar y cantar Tu chica yeyé. El presentador enfrentaba a los invitados en dos bandos: entre piratas (los niños) y divinas (las niñas). Todas aquellas madres se sumaban a sus hijas, ellas también eran divinas. Y cuando pusieron Hoy no me puedo levantar parecía que se habían vuelto locas. Había una muy embarazada que bailaba como nadie, pensaban que daría a luz allí mismo. Yo estaba sentada, contigo. Nunca hice aquellas cosas. No sabía si a Cloe y a Jana les habría gustado tener una madre que también bailase Tu chica yeyé. Una madre como las otras. No sabía si incluso tú habrías preferido tener una mujer como las demás.
—¿Qué tonterías dices?
—Aquellas mujeres se lo pasaban bien... Tú me dijiste que eran la Asociación de Estropeadas del Bajo Llobregat. ¿Te acuerdas? Añadiste, refiriéndote a la embarazada, que seguro que no había podido entrar en OT... «Cómo estropearle la vida a tu hija con una canción».
—Siempre te he hecho reír.
—Sí.
—¿Y ahora por qué me cuentas eso?
Roberto la abrazaba. Ella raramente lloraba.
—Estás cansada. Te han dicho que no a la exposición y no soportas que alguien rechace tu obra. La gente cuando está cansada para, tú no.
—No me han cogido el trabajo. Les ha gustado, pero me han dicho que con la crisis es demasiado arriesgado... Soy una mierda, no sirvo para nada... —Nora sabía que no estaba llorando por lo que decía, sino por lo que no decía.
—Nora, basta. Estás cansada... ¿Llevas pendientes nuevos?
—Sí, son de un anticuario de Portobello. No me los quito. ¿Te gustan? —Se sorprendió creando aquella mentira. De repente marido y Nacho le parecían una combinación perfecta para seguir adelante. Para combatir el abismo. Para no caer.
—Sí.
Roberto seguía acariciándola mientras ella desde la cama se perdía en las vistas de la ciudad y pensaba en la condesa de Segovia y en su conde, ambos muertos de amor. Ella sabía que se podía morir de amor. La ciudad entera. La noche de bodas Roberto la hizo entrar en brazos: querida mía, ¡tú eres la princesa de este cuento! Siempre bromeaban con eso de que vivían en la casa más bonita de Barcelona y que parecían los reyes de una ciudad que día tras día se despertaba a sus pies. Llevaban más de veinte años viviendo allí. Hacía tiempo que no miraba por la ventana. Me llamo Paul Smith Page, pero de estos dos apellidos solo uno es de verdad. No sabía por qué la frase del taxista resonaba en su interior. Aquellas manos carnosas con pelos blancos y rizados en los dorsos. Eran de un color rosado, como las patas de los cerdos antes de la matanza. De pequeña su abuelo la llevaba a la matanza del cerdo. Aquellos gritos histéricos cuando le llegaba la muerte a la bestia. Es posible que mientras el amor permanezca insatisfecho guarde su secreto. La muerte le provocaba ganas de vivir. Ella siempre había pensado que amar sintiéndose amada era lo mejor que te podía pasar. ¿Ahora por qué no funcionaba? Quizá el taxista tenía la respuesta y no lo supo escuchar.
Durante muchos años no se había permitido sufrir porque habitaba aquella casa, con el amor de su vida y con dos hijas preciosas. Eran unos privilegiados y no podía estar triste. Su condición no se lo permitía. La casa fue el regalo de su abuelo cuando se casaron. No se podía quejar de nada. Su pintura tenía éxito. Había dejado de llorar y su marido continuaba acariciándole el rostro y el pelo. Ella no había dudado nunca de Roberto, no le pasaría como a la condesa de Segovia. Ellos se habían jurado amor eterno y hacía veinticinco años que estaban juntos. ¿Felices? Para Roberto tan solo existía ella. Sintió que amor y pensamiento de amor se contraponían. Cuando alguien comienza a pensar sobre el amor, el amor ya ha desaparecido. Entonces ¿qué queda? Aquello a lo que nos queremos aferrar todos los que amamos: queda la creencia profunda de que amamos y amaremos siempre a aquella persona, aquella familia, aquella vida. Y entonces ¿qué queda? Algo diferente. La creencia de amor solo es creencia y, mientras tanto, el amor busca ventanas.