Eagleswood, Nueva Jersey, 19 de noviembre de 1856
Sr. Blake:
Llevo aquí más tiempo del que esperaba, pero he demorado mi respuesta porque no sabía cuándo podría volver. Aún no sé si será dentro de tres o cuatro días. Esta incertidumbre me hace imposible establecer un día para verle, hasta que sea demasiado tarde para saber de usted de nuevo. Considero, por tanto, que debo ir directamente a casa. No creo que deba leer de nuevo mi conferencia «De qué nos beneficiamos» en Worcester, pero si está seguro de que merece la pena (es una consideración importante), viajaré expresamente desde Concord. He leído tres de mis últimas conferencias (esa incluida) a la gente de Eagleswood, e inesperadamente, con bastante éxito: es decir, me daba cuenta de que lo que estaba diciendo, con discreción, penetraba en sus oídos.
Debe disculpar que le escriba una carta tan poco filosófica, pero ahora mismo soy tan solo Thoreau el agrimensor, y es imposible conseguir un poco de soledad en este lugar.
Alcott ha estado aquí tres veces; hace dos sábados fui con él y con Greeley, por invitación de este último, a la granja de G., a sesenta kilómetros al norte de Nueva York. Al día siguiente A. y yo escuchamos el sermón de Beecher; y lo que es más, visitamos a Walt Whitman la mañana siguiente (A. ya lo había visto antes), lo que nos interesó y motivó mucho. Aparentemente es el mayor demócrata que el mundo haya visto. Reyes y aristócratas perecen arrojados por la borda, como hace tiempo que lo merecían. Una naturaleza de extraordinaria fuerza y aspereza, pero de disposición dulce, y muy apreciado por sus amigos. Aunque su aspecto es peculiar y rudo y su piel rojiza (¿en todo el cuerpo?), es, en esencia, un caballero. Mantengo mis dudas acerca de él: siento que es ajeno a mí, en cualquier caso y, sin embargo, su presencia me apresa. Es muy abierto y claro, aunque, como ya he dicho, no es delicado. Él dice que lo malinterpreté. No estoy seguro de ello. Nos contó que le encanta pasar el día subiendo y bajando la avenida Broadway en un ómnibus, sentado junto al conductor, escuchando el estruendo de los carros, y, a veces, gesticulando y declamando a voz en grito a Homero. Durante mucho tiempo ha trabajado como editor y escritor en distintos periódicos. Fue editor del New Orleans Crescent, pero ahora no tiene más dedicación que la de leer y escribir durante la mañana y pasear por la tarde, como hace la pequeña nobleza de los garabateadores.
Es probable que esté en Concord la semana que viene, de modo que puede encontrarme allí.