Concord, 20 de noviembre de 1849
Sr. Blake:
No he olvidado que estoy en deuda con usted. Cuando releo sus cartas, como acabo de hacer, siento que no merezco haberlas recibido, como tampoco responderlas, pese a que van dirigidas, o así las he considerado, al ideal de mí mismo. Me corresponde, tratando de darle respuesta, hablar de la parte más extraña de mi ser.
En la actualidad subsisto gracias a algunos aromas silvestres que la naturaleza me regala, que inexplicablemente me sostienen, y hacen que mi vida, de apariencia tan pobre, se enriquezca. En un año mis paseos se han alargado y casi todas las tardes (al amanecer escribo o leo o hago lápices[24], y así le doy a mi cuerpo algo de lo que vivir) visito alguna nueva colina, estanque o bosque, a muchas millas de distancia. Me sorprende el maravilloso retiro en el que me muevo, raramente me cruzo con alguien durante mis excursiones, y desde luego nadie que comparta este compromiso, a no ser que se trate de algún acompañante[25], cuando los tengo. No puedo evitar sentir que, de todos los humanos que habitan por aquí, tan solo nosotros dos tenemos la oportunidad y la capacidad para admirar y disfrutar todo lo que hemos recibido.
«Libres en este mundo, como los pájaros en el aire, liberados de cualquier cadena, los que han practicado el yoga reúnen en Brahma el fruto cierto de sus obras»[26].
Puede estar seguro de que, rudo y descuidado como soy, de buena gana practicaría yoga con tesón.
«El yogui, absorto en la contemplación, contribuye a su modo en la creación: respira un perfume divino, escucha cosas maravillosas. Formas divinas lo atraviesan sin desgarrarlo y, hermanado con la naturaleza que le es propia, va, actúa, como si animara la materia original».
En algún sentido, y en escasos momentos, incluso yo soy un yogui.
Conozco mal la realidad de Turquía[27], pero desde luego algo sé sobre agracejos y castañas, que he recolectado en grandes cantidades este otoño. Cuando visito a mi vecino, me cuenta las últimas noticias sobre Turquía, que ha leído en el periódico del día anterior —«Turquía parece ahora decidida, como también lo está lord Palmerston»—. Prefiero hablar sobre el salvado, que por desgracia arrancaron de mi pan de esta mañana y fue arrojado a la basura. Es algo que me queda mucho más cerca. Los rumores de la prensa con los que mi anfitrión abusa de mis oídos están lejos de la verdadera hospitalidad, como también lo están las viandas que pone ante mí. No las necesitamos para alimentarnos, y las noticias están a nuestro alcance por un penique. Me interesan las noticias inevitables, sean tristes o alegres, sin importar la razón ni la forma en la que son actuales hoy, en esta nueva jornada. Si están bien elaboradas, dejemos que silben y bailen; si son difíciles de digerir, quejémonos, pues al menos que resulten entretenidas. Si las palabras fueron inventadas para ocultar el pensamiento, creo que los periódicos son un gran paso adelante en la historia de ese invento nefasto. No permita que los periódicos tomen posesión de nuestra vida.
Le agradezco sus sinceros comentarios sobre mi libro. Me alegro de haber tenido aquella larga charla con usted, y de que tuviera la paciencia suficiente para escucharme hasta el final. Creo que yo jugaba con ventaja, pues elegí mi propio estado de ánimo y, de alguna forma, también el suyo; es decir, un estado de ánimo propenso a la lectura tranquila y atenta. Esta es la ventaja que tiene el escritor sobre el conversador. Lamento que no viniera a Concord durante sus vacaciones. ¿No es hora ya de otras vacaciones? Aún sigo aquí, y Concord está aquí.
A estas alturas ya se habrá dado cuenta de quién escribe esto, y que estará feliz de recibir su respuesta, sin que deba firmarse,
Henry D. Thoreau
P. S. Hace tanto tiempo desde la última vez que lo vi que, como habrá percibido, he de hablar como si lo hiciera in vacuo, como si se tratara del ruido sordo destinado a un eco, y no tuviera la oportunidad de comprobar qué clase de sonido hice. Pero los dioses no escuchan los sonidos bárbaros y discordantes, como hemos aprendido del eco; y sé que la naturaleza hacia la cual lanzo estos sonidos es tan rica que modulará nueva y maravillosamente mi bárbaro canto.