Concord, 10 de agosto de 1849

Sr. Blake:

Le escribo sobre todo para decirle, antes de que sea demasiado tarde, que estaré encantado de verle en Concord, donde le ofreceré aposentos, etc., en la casa familiar, y tanta de mi pobre compañía como sea usted capaz de soportar.

Estoy impaciente por hablar con usted con libertad. Podría decir —usted podría decir—, comparativamente hablando: no se preocupe por evitar la pobreza. De esta manera la riqueza del universo quedará bien invertida. Qué lamentable sería si no viviéramos este breve espacio de tiempo según las leyes del largo plazo, ¡las leyes eternas! Tratemos de permanecer aquí de pie, y de no yacer tan largos como seamos[20] en la mugre. Dejemos que nuestra mezquindad sea nuestro alzapié, no nuestra almohada. En medio de este laberinto, vivamos un hilo de vida[21]. Debemos actuar con rapidez y sin desmayo, avanzando en una sola dirección, de tal forma que nuestros vicios queden atrás sin remedio. El núcleo de un cometa es casi una estrella. ¿Hubo allí alguna vez un dilema? Las leyes de la tierra son para los pies o para el hombre inferior; las leyes del cielo son para la cabeza o para el hombre superior; estas últimas son las primeras en sublimarse y expandirse, como los radios que desde el centro de la Tierra divergen en el espacio. Feliz quien observa las leyes terrenales y celestiales en su justa medida; cuyas facultades, desde la planta del pie hasta la coronilla, obedecen estas leyes según su nivel; que ni se encorva ni avanza de puntillas, sino que vive una vida equilibrada, acorde tanto a la naturaleza como a Dios.

Estas cosas digo; otras hago.

Lamento saber que recibió mi libro con tanto retraso[22]. Lo introduje en un sobre a su atención y lo deposité en la oficina de Munroe para que se lo enviaran de forma inmediata, el 26 de mayo, antes de que se vendiese la primera copia.

Trasládele mis recuerdos al Sr. Brown[23] la próxima vez que lo vea. Lo recuerda con estima,

Henry Thoreau

Aún le debo una respuesta apropiada.