Comiéncese por el título

La segunda parte se titula «Segunda parte del Ingenioso Caballero don Quijote de la Mancha» (no así la de Avellaneda: téngase en cuenta). Esta diferencia con la primera (hidalgo–caballero) habrá sido suficientemente comentada y explicada. Que se intente hacerlo ahora no excluye la posibilidad de que alguien, antes, lo haya hecho en términos semejantes.

La distinción de apelativo apunta a una diferencia que ya viene dada de la primera parte: Don Quijote, hipóstasis de Alonso Quijano, es, en la realidad, un mero hidalgo, y, en su ficción, un caballero, título que se da a sí mismo. La palabra «caballero», según su múltiple valor semántico, comporta connotaciones distintas. Para los paisanos de don Quijote, que se atienen a la significación social, a caballero como «título», el personaje se ha excedido.

«Los hidalgos (del lugar) dicen que, no conteniéndose vuestra merced en los límites de la hidalguía, se ha puesto “don”’ y se ha arremetido a caballero…».

Los hidalgos del lugar no ven a don Quijote, a este respecto, más que como un verdadero snob: que esto sería de responder su titulación a lo que los murmuradores le achacan.

Hay, sin embargo, otra significación y otra connotación: para don Quijote, «caballero» quiere decir, pura y simplemente, «caballero andante», que es lo que él es, o cree ser o finge ser. Nada más fuera de su propósito que la pretensión de un ascenso jerárquico dentro de la escala social de su tiempo. Los hidalgos del lugar se equivocan.

Pero el autor no. Cuando el autor le titula «caballero», lo hace por su cuenta y razón. ¿Es esta la admisión pura y simple de una decisión voluntaria de don Quijote? Es decir, ¿debe entenderse que el cambio en el título comporta «una intención irónica» por parte del autor? Eso sería si su opinión coincidiese con la de los hidalgos, cosa imposible, ya que conoce a su personaje mejor que ellos. (Se parte del supuesto, acaso indiscutible, de que los títulos de la novela los puso el autor y no el narrador). El autor llama «caballero» a su personaje porque «es ya pura y simplemente el protagonista de un libro de caballerías», ni más ni menos que don Amadís o don Belianís. Desde el sintagma nominativo de la segunda parte, «la publicación de la primera queda supuesta». No se quiere decir con esto que al iniciar su redacción, el autor haya estampado, en letra grande y a la mitad del pliego, el título así concebido. Puede ser que lo haya hecho al final, y es más verosímil. En cualquier caso, es índice de la conciencia que tenía de en qué radica la diferencia entre una parte y otra. «La esencia del drama es el cambio», dijo Aristóteles. No se sabe aún si existe drama, pero el cambio queda debidamente comprobado. Así visto, resulta la primera parte el proceso, el camino, el ejercicio de alguien que quiere ser algo y que alcanza a serlo, puesto que en la continuación de su historia se le reconoce tal de manera explícita. Y como no hay duda de que «caballero» reclama el complemento de «andante», y como esto es «cosa de libros», está claro que «el cambio» de que se acaba de hablar consiste literalmente en que el protagonista de la historia ha pasado a serlo de «un libro publicado».