Estudio del relato de don Quijote
Consta claramente de dos partes y un proemio. Comienza la primera con las palabras «Ofrecióseme luego a la vista un real y suntuoso palacio o alcázar…» y termina con la interrupción de Sancho; sigue una breve diversión, y comienza la segunda parte con estas otras palabras del Caballero: «… ¿qué dirás cuando te diga yo ahora…?» (se dirige a Sancho) y termina con el sintagma «se levantó tres varas de medir en el aire». Al final de la primera, hay una posible insinuación del tema de la segunda en las palabras de Montesinos «… apenas la igualara (a Belerma) en hermosura, donaire y brío la gran Dulcinea del Toboso», tema que merece un comentario en el intermedio, y que sirve para comprobar cómo don Quijote traslada a su invención su modo habitual de conducirse, aunque en este caso, inventando también el maniqueo.
Los materiales de la primera parte están sacados todos de las historias caballerescas en su versión popular y folklórica: romances viejos y leyendas locales, y montada sobre estas imágenes y temas archiconocidos: la historia de Durandarte, Belerma y Montesinos y la leyenda de Guadiana y sus hijas (las lagunas de) Ruidera. El cuento no es ni más ni menos que una elaboración de estos temas. Los materiales de la segunda, por el contrario (y salvo accidentales intervenciones de personajes de la primera), proceden de la misma novela del Quijote: más aún, de la experiencia inmediata del personaje, ya que son ni más ni menos que las tres aldeanas en que Sancho había convertido a Dulcinea y a sus doncellas. A esto y sólo a esto se reducen los materiales completos del relato, sin que en él aparezca nada de carácter onírico, ni ninguna clase de irracionalismo, ni se pueda sospechar la actuación de ninguno de los procedimientos de transformación, censura o disimulo propios de los sueños. Todo es claro, perfectamente identificable, y todo pertenece al tesoro imaginativo de don Quijote, son materiales «conscientes» suyos. Tampoco el montaje o decorado ofrece nada sospechoso, pues no hay nada que no puedan reclamar y recobrar los tópicos vigentes. Si se desmontan, una a una, las diversas imágenes que componen este decorado, e incluso el atrezzo, todas ellas pueden ser enviadas al lugar de origen. Salvo, evidentemente, un breve manojo de la exclusiva responsabilidad de don Quijote, que constituyen la clave del sentido de la narración, y que se van a considerar. Son los elementos caricaturescos. Se rechaza una vez más, con la debida vehemencia, la objeción de que sea Cervantes el autor de la caricatura, porque no es él, sino don Quijote, quien tiene la palabra.
La primera parte del relato (tema Montesinos-Belerma-Durandarte), está constituido por dos sistemas cuyos elementos se imbrican e incluyen mutuamente, si bien su discernimiento no sea difícil, sino más bien obvio. El primero, descriptivo-narrativo, está construido en forma gradual y ascendente, y su materia es, a) descripción del escenario y del atrezzo; de los personajes en su exterior; de algunos detalles particulares; b) diálogos y discursos de los personajes (propiamente hablando, solo Montesinos discursea); c) movimientos, entradas y salidas. Todo ello en sentido solemne, con insistencia en los aspectos nobles, o sorprendentes, o bellos. El conjunto descrito muestra un carácter fantástico–maravilloso. Culmina en la aparición de Belerma doliente y sus acompañantes doncellas. El lenguaje utilizado es noble.
El segundo se insinúa en una hipérbole inserta en la descripción de la vestimenta de Montesinos:
«cuentas (de rosario) mayores que medianas nueces, y los dieces asimismo como huevos medianos de avestruz»;
se sigue con la inclusión de detalles «realistas» en contraste con el carácter fantástico del conjunto: el «puñal buido, más agudo que una lezna»; el adjetivo «peluda» (en vez de «velluda») aplicado a la mano de Durandarte; el «pañizuelo de puntas» en que Montesinos envuelve el corazón de su pariente; la serie sal–mal olor–mojama referida al corazón del mismo; la mención de una situación extraordinaria que, por el lugar en que está situada y, sobre todo, por el tono con que está contada, puede tener efectos cómicos:
«siendo esto así, y que realmente murió este caballero, ¿cómo ahora se queja y suspira de cuando en cuando, como si estuviese vivo?»;
la recitación, por Durandarte, de un romance escrito visiblemente después de su muerte (un romance popular); una declaración de Montesinos que quita a la escena y a sus palabras toda espontaneidad y la mecaniza por repetición:
«Esto que agora os digo, ¡oh, primo mío!, os lo he dicho muchas veces, y como no me respondéis, imagino que no me dais crédito o no me oís, de lo que yo recibo tanta pena cual Dios sabe»;
un estereotipo (cuyo comentario se hace en el capítulo siguiente) cuya vulgaridad desentona en el conjunto y en labios del difunto Durandarte[41]; por último, la descripción de Belerma como mujer fea, y, momento el más bajo de este sistema en degradación, la mención, por Montesinos, del «mal mensil» y de los años que ha que no asoma por sus puertas (de Belerma), mención que el relato como tal no exige, ya que la causa, expuesta en el segundo miembro de un período subordinado, puede enunciarse correctamente sin el primero. Como se ve, todos estos materiales, salvo la hipérbole, son realistas, y generan la comicidad por su posición tanto como por su naturaleza. La narración de don Quijote es muy hábil, pues siendo de su invención en todas sus piezas, estos materiales realistas que se acaban de enumerar se distribuyen entre la descripción y los personajes del diálogo. Luego, don Quijote caricaturiza en cuanto inventor de la narración, no en cuanto personaje de ella.
La segunda parte del relato es de construcción completamente distinta. Consta de un solo sistema, narrativo; los elementos descriptivos son mínimos, y la totalidad de sus materiales son cómicos, lo cual es, a primera vista, sorprendente, ya que en la acción aparece (sin hablar) Dulcinea; pero pronto se advierte que esta exclusión de lo lírico, de lo noble, de lo solemne y de lo dramático está perfectamente adecuada al fin inmediato de la narración, que no es otro que devolver a Sancho la burla con los mismos elementos que le sirvieron para formarla, y otros que de ellos se derivan. La cual hace ver el narrador al consignar la interrupción de Sancho y el desembarazo con que dice a su amo que no está en su entero juicio. La comicidad de la situación se desenvuelve en dos planos: uno, superficial, en que Sancho se ríe de don Quijote porque él, Sancho, está en el secreto del encantamiento; y otro, más escondido y eficaz, ya que don Quijote está en el secreto del secreto y es quien ríe el último. Don Quijote, no sólo utiliza los materiales de la invención de Sancho, sino que los que él añade participan del carácter realista a que Sancho suele acudir: como el episodio de la petición de dinero, a don Quijote y para Dulcinea, por una de sus doncellas; el fin a que el dinero se destina, y la delicada oferta de un faldellín en prenda. La inversión de las funciones continúa: un cronista de fútbol podría describirla como «el idealista, en la posición teórica del realista…». El juego, «ahora», consiste en eso. Pero se desconocen los proyectos de don Quijote sobre el particular, aunque lo más probable es que carezca de ellos, que utiliza las posibilidades de una situación, sin pensar en otra, ni siquiera en la siguiente. El tropiezo con los duques revitaliza el tema, y don Quijote lo aprovecha. Esto es todo. Pero, usado de una manera o de otra, es evidente que todo él sostiene la segunda parte como factor unificante hasta su mismo final:
¿«Ahora, señor don Quijote, que tenemos nuevas (de) que está desencantada la señora Dulcinea, sale vuesa merced con eso»?
Aún a cargo de un mentecato como el bachiller, cuya falta de visión de la realidad es ejemplar, el caso es que se cierra casi al mismo tiempo que la vida del protagonista y la misma novela. Ha cumplido una doble misión: la de hilo argumental y la de materia de un juego cuya extinción no han advertido o no quieren advertir algunos de los jugadores.