Corolario
Bastante de lo dicho hasta aquí puede reducirse a la fórmula, más o menos feliz, y ya ensayada páginas atrás, de que el texto ofrece una serie de invenciones encadenadas: el autor, por una parte, inventa al narrador, y, por medio de éste, a un Alonso Quijano, quien inventa a don Quijote, que inventa a Dulcinea y a la realidad que necesita, con todas las circunstancias que el ejercicio y la simulación requieren. Los materiales que el buen éxito de la operación reclama, tomados todos de la realidad secumdum fictionem, son modificados hasta la idoneidad por medios retórico–literarios, consisten en meras palabras, en metáforas generalmente. Alonso Quijano, sujeto último, actúa como poeta y aplica al caso las mismas facultades que hubiera puesto en juego de haberse decidido a completar la inacabada historia de don Belianís. El Quijote, así visto, es una creación dentro de otra. «Historia ficticia» de una creación literaria y de sus consecuencias, con la finalidad, según se ha dicho ya o se dirá, de convertirse, el sujeto de toda esta máquina, en personaje literario.