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Está sentado en el asfalto, la espalda contra la rueda de un auto patrulla. Manchado de sangre. Las manos, la cara, el sobretodo. No debe alarmarse: no es su sangre. El pibe yace unos metros más allá, muerto, en un charco rojo. La vidriera del pornoshop destruida por los impactos. Las muñecas y los artefactos, derribados. Las luces rosadas del negocio aumentan la intensidad del color de la sangre que ha emanado del cadáver y corrido por la vereda descendiendo hasta una alcantarilla.

Un policía de civil lo ayuda a incorporarse. Le cuesta mantener el equilibrio. El oficinista cree necesario mostrarle su documento, identificarse. Que se marche, le ordena el policía. Que acá no pasó nada. Que nadie vio nada. Que todos tenemos a veces una mala noche. Al día siguiente se olvida. Es saludable olvidar. No se puede vivir todo el tiempo en la memoria, le dice. El oficinista le pregunta qué delito había cometido el pibe. Que no es asunto suyo, le dice el policía. Que se vaya a casa, le dice. Le parece un buen hombre el policía. No se puede juzgar a la gente por su trabajo. Seguramente debe tener una familia, mujer, hijos. Seguramente lo quieren, lo respetan y lo admiran. Entonces, al volver a su hogar después de un día de trabajo, el policía encuentra amor.

Matar o morir, cree haberle oído al chico muerto. Un valiente. En cambio su lema es someterse y sobrevivir. Piensa en el viejito. Compara al chico muerto con el viejito. Se le parece tanto el viejito. Desde su nacimiento, minúsculo, frágil, semanas en una incubadora, mostró una resistencia notable al sufrimiento. Y, a pesar de todas esas semanas en las que cada segundo parecía ser el último, sobrevivió. El viejito nunca será como ese chico que termina de morir acribillado. Y él tampoco. Pusilánimes los dos, piensa.

Pero pronto se convence de que no es así. No se trata, en su caso, de someterse y sobrevivir. Si ha seguido adelante durante tanto tiempo no fue por cobardía sino por esperanza: el anhelo de un hecho trascendente: el amor. Porque el amor, lo sabía, finalmente le abriría una perspectiva nueva de la existencia. Está enamorado. El amor lo recupera a uno de toda abyección. El amor es la energía que, aun cuando se tambalea, lo orienta de vuelta a la boca del subte. El amor le hace ver a uno las cosas de otra manera, piensa. Lo suyo no es, bajo ningún punto de vista, un ataque de demencia instantánea. Lo suyo es amor. Amor, se repite. Amor. Al decirlo, en voz baja, siente que le susurra amor a la secretaria.

Se aleja. Cuanto más se aleja menos sangrientas son sus huellas.