CAPÍTULO 22
Nen Yim encontró a su maestra mirando fijamente las aguas de la piscina de sucesión, corazón, pulmones e hígado del damutek. Estas ondearon ligeramente mientras los peces nativos que le servían de alimento investigaban la sombra que proyectaba la cuidadora. La piscina olía débilmente a azufre, yodo y algo aceitoso, casi como a pelo chamuscado.
El tocado de la maestra Mezhan Kwaad se entretejió en una expresión de profunda contemplación, por lo que Nen Yim se mantuvo tras ella esperando a que le concediera su atención.
Una gota de algo cayó en la piscina de sucesión, frente a los pies de la maestra. Siguió otra, y otra más.
Cuando por fin Mezhan Kwaad se dio la vuelta, Nen Yim descubrió que las gotas eran de sangre que manaba por sus orificios nasales.
—Saludos, adepta —dijo la maestra—. ¿Has venido por mí o por la piscina de sucesión?
—Por ti, maestra. Pero si quieres que hablemos en otro momento…
—No habrá mejor momento hasta que cumpla mi ciclo de sacrificio y me extraigan el tumor-vaa. Ayer recibiste tu primer implante, ¿verdad?
—Así es, maestra. Aún no puedo sentirlo.
—Ya podrás, es uno de los misterios más viejos —agitó la cabeza, antes de enfocar su mirada en Nen Yim—. ¿Quieres saber lo que es un tumor-vaa?
—Me siento satisfecha sabiendo que los dioses desean este sacrificio por parte de nuestra casta —replicó Nen Yim respetuosamente.
—El misterio te será revelado una vez termines tu aprendizaje como adepta —explicó Mezhan Kwaad, como si hablara en sueños—. Así como los guerreros asumen los aspectos externos de Yun-Yammka, nosotros asumimos las cualidades interiores de Yun-Ne’Shel, la que forma, moldea y cuida. El tumor-vaa es el regalo más antiguo que nos ha legado y Yun-Ne’Shel sacrificó un fragmento de su propio cerebro para concedérnoslo. Al crecer, modela nuestras células, cambia nuestra forma de pensar y nos acerca a la mente y la esencia de Yun-Ne’Shel —suspiró—. El viaje es doloroso, glorioso. Lamentablemente tiene un final y debemos extirpar ese regalo de nuestros cuerpos. Aunque recuperemos la misma apariencia de lo que éramos, siempre seremos recipientes de ese dolor y de esa gloria que nos ha cambiado para siempre. Algo permanece con nosotros, hasta que… —le fallaron las palabras—. Ya lo verás —terminó—. Y ahora, ¿qué querías decirme?
Nen Yim miró a su alrededor para asegurarse de que nadie podía oírla.
—Este recinto es seguro, adepta —aseguró Mezhan Kwaad—. Habla libremente.
—Creo que ya he terminado de cartografiar el sistema nervioso y la estructura cerebral de la Jeedai.
—Buenas noticias. Muy loable. ¿Y cómo procederemos ahora?
—Depende de los resultados que queramos obtener. Si deseamos obediencia, deberíamos usar implantes restrictivos.
—Entonces, ¿para qué hemos cartografiado su sistema nervioso?
Nen Yim sintió que los zarcillos de su tocado se removían inquietos e intentó calmarlos.
—No lo sé, maestra. Tú lo ordenaste.
Mezhan Kwaad inclinó la cabeza y sonrió débilmente.
—No estoy intentando engañarte, adepta. Te elegí por unas razones muy concretas. Te he revelado algunas, pero me he guardado otras. No obstante, te supongo lo bastante inteligente como para saber cuáles son. Imagina por un momento, sólo por un momento, que no existe ningún protocolo a seguir. Si no tuvieras una dirección marcada, ¿qué harías… hablando hipotéticamente?
—Hablando hipotéticamente… —empezó Nen Yim.
Se sentía como si estuviera haciendo equilibrios sobre el villi digestivo de una fauce luur. Casi podía captar el agrio olor del ácido. Si contestaba la pregunta con sinceridad, se revelaría como una hereje. Si las sospechas que tenía sobre su maestra estaban equivocadas, esta conversación sería la última como cuidadora. Y una de las últimas de su vida.
Pero no podía rendirse ante el miedo.
—Yo modificaría el inductor medular para adecuar nuestras expectativas a su sistema nervioso y conseguir controlarlo.
—¿Por qué?
Esta vez, Nen Yim no dudó. Pasara lo que pasase, ya era demasiado tarde.
—A pesar de la seguridad del protocolo que seguimos, ahora sólo tenemos suposiciones sobre el funcionamiento de su sistema nervioso. Todo lo que hemos hecho ha sido transformar lo desconocido en conocido. Pero lo «conocido» son las normas yuuzhan vong, no las humanas, y sabemos que algunas de nuestras estructuras no tienen equivalencia en las suyas, mientras que tiene otras cuya configuración no es comparable a ninguna de las nuestras.
—¿Estás diciendo, entonces, que el antiguo protocolo no tiene sentido?
—No, Maestra Mezhan Kwaad. Estoy diciendo que es un punto de partida porque nos da ciertas pautas sobre cómo funciona el cerebro de la Jeedai, pero no contempla otras… Sugiero que debemos estudiar esas diferencias.
—En otras palabras, cuestionas los protocolos que nos dieron los dioses.
—Sí, maestra.
—¿Comprendes que eso es una herejía de primer orden?
—Sí…
Los ojos de Mezhan Kwaad eran piscinas aceitosas, absolutamente impenetrables. Nen Yim sostuvo su mirada firmemente, sin parpadear, durante larguísimos segundos.
—He estado buscando una aprendiza como tú. Pedí a los dioses que te enviaran hasta mí —dijo finalmente la Maestra Cuidadora—. Pero si resulta que no eres lo que pareces y dices ser, no serás perdonada. No obtendrás nada traicionándome, te lo prometo.
Aquello sorprendió a Nen Yim. La idea de que su maestra pudiera tener miedo de ella jamás se le había pasado por la mente.
—Soy tu aprendiza, nunca te traicionaría —protestó Nen Yim—. He puesto mi vida y mi posición en tus trece dedos.
—Están en buenas manos, adepta —confesó Mezhan Kwaad suavemente—. Procede como has sugerido, y no hables con nadie de esto excepto conmigo. Si los resultados complacen a nuestros líderes, te aseguro que no se fijarán en los métodos empleados. Pero debemos ser discretas y movernos con cautela.
Contempló una vez más la piscina y se tocó la cabeza antes de proseguir:
—Cuando el dolor del tumor-vaa llega a su culmen, ves colores que nunca has visto antes, y tienes ideas extrañas y poderosas… Bien, ya lo comprobarás. A veces casi me avergüenzo de tener que extirpármelo, de tener que desprenderme de su abrazo final. Me gustaría saber cómo tomarme algo así —le dedicó a Nen Yim una rara sonrisa de sinceridad y complicidad—. Un día los dioses me ordenarán que me reúna con ellos. Hasta entonces, aún me queda mucho trabajo que hacer para ellos.
Cubrió el hombro de su adepta con sus ocho delgados dedos.
—Vayamos a ver a nuestra joven Jeedai, ¿te parece?
* * *
La Jeedai las observó mientras entraban. Se limitó a seguir atentamente su avance con sus ojos verdes, como una bestia buscando la suave garganta de sus enemigos.
—Te aconsejo que no nos ataques con tus trucos Jeedai —le advirtió Mezhan Kwaad—. Si algo nos afecta, lo que sea, el inductor que te hemos injertado se estimulará y te causará una gran agonía. Aunque llegará el momento en que comprendas y aceptes la agonía, por ahora pareces detestarla y ha quedado claro que perturba tu concentración. Y podemos hacerte cosas aún peores.
Los ojos de la Jeedai se abrieron desmesuradamente.
—Puedo entenderos —susurró. Entonces se detuvo, pareciendo todavía más confusa—. No estoy hablando en básico. Esto es…
—Ahora hablas nuestro idioma, sí —le confirmó la Maestra Cuidadora—. Para ser una de nosotros, tienes que hablar la lengua sagrada.
—¿Ser una de vosotros? —La Jeedai sonrió con desprecio—. Gracias, pero prefiero ser la baba que desprende un hutt.
—Eso es porque te ves a ti misma como una infiel —explicó Mezhan Kwaad razonablemente—. No nos entiendes, y hay cosas de los otros Jeedai y de ti que nos confunden. Pero llegaremos a comprenderte y tú llegarás a comprendernos a nosotros. Te convertirás en un tejido que conectará a los yuuzhan vong y a los Jeedai, y que nos nutrirá a ambos. Posibilitarás que la comprensión fluya en ambas direcciones.
—¿Eso es lo que queréis de mí?
—Eres el camino hacia la paz —aseguró Mezhan Kwaad.
—¡Secuestrarme no te garantizará la paz! —gritó la Jeedai.
—No te secuestramos —dijo Mezhan Kwaad—. Te rescatamos de los otros infieles, ¿no te acuerdas?
—Estás retorciendo los hechos —insistió la Jeedai—. La única razón de que me capturasen era entregarme a vosotros.
El tocado de la maestra se reestructuró en una expresión de ligero enfado.
—La memoria es algo muy maleable —aseguró Mezhan Kwaad—. Es sobre todo una cuestión de química. Por ejemplo, conoces nuestro idioma, no lo aprendiste.
—Vosotros lo pusisteis ahí.
—Sí. Tu recuerdo de las palabras, de la gramática, de la sintaxis… Todo te lo implantamos.
—Así que podéis implantar recuerdos. Vale, estupendo. Los Jedi también podemos hacerlo.
—Estoy segura. Y también estoy segura de que las habilidades Jeedai pueden confundir a alguien tan joven como tú. ¿Cuántos de tus recuerdos son reales y cuántos falsos? ¿Cómo puedes diferenciarlos?
—¿A dónde quieres llegar?
—A que ahora mismo crees que eres… ¿cómo se dice, Taher’ai?
—Me llamo Tahiri.
—Sí, Tahiri, una joven candidata Jeedai, criada por una tribu extraña a ella…
—Los moradores de las arenas.
—Por supuesto. Pero muy pronto recordarás. Cuando te despojemos de los falsos recuerdos y deshagamos las repugnantes modificaciones que infligieron a tu cuerpo, recordarás quién eres.
—¿De qué estás hablando? —explotó la Jeedai.
—Tú eres Riina, del Dominio Kwaad. Eres uno de los nuestros. Siempre lo has sido.
—¡No! ¡Sé quiénes eran mis padres!
—Sabes las mentiras que te contaron, los recuerdos que te dieron. No temas, te devolveremos los originales.
Mezhan Kwaad hizo una seña y Nen Yim la siguió saliendo de la sala. Tras ellas, la joven Jeedai gimió. La primera señal de verdadera desesperación que Nen Yim le había visto.
—No esperes a mañana —ordenó Mezhan Kwaad—. Haz las modificaciones y empieza las pruebas. Tenemos que mostrar resultados, y pronto.