CAPÍTULO 18

La joven Jeedai cayó al suelo mientras las convulsiones agitaban su cuerpo. Un gemido estrangulado inundó el vivero.

—Interesante —susurró Mezhan Kwaad al ver la reacción—. Adepta Yim, ¿ves cómo…?

—No, no consigo ver lo que te interesa, maestra Mezhan Kwaad —dijo una voz tras ella.

Nen Yim se giró e inmediatamente elevó una súplica a los cielos. Otra maestra acababa de entrar en el vivero, tan increíblemente vieja que las marcas de su rango estaban por completo oscurecidas. Los zarcillos de su tocado formaban una masa frágil, casi neblinosa, y ambas manos eran las de una maestra. Sus dos ojos habían sido reemplazados por maa’its amarillos. La acompañaba una adepta ayudante.

—Maestro Yal Phaath —saludó Mezhan Kwaad—. Me alegro de verte, anciano.

—Responde, Mezhan Kwaad. ¿Qué tiene de interesante la agonía de esa criatura? Es una infiel y no puede abrazar el dolor. No hay nada sorprendente ni interesante en ello.

—Es interesante porque el inductor medular que causa su dolor ha sido diseñado para provocarlo selectivamente, un solo nervio a la vez —respondió Mezhan Kwaad—. Lo que acabamos de ver es un reflejo desconocido en los yuuzhan vong. Ahora podremos trazar un mapa del sistema nervioso humano y buscar aquellos elementos que no tengan una contrapartida en el nuestro.

—¿Y eso de qué nos servirá? —preguntó Yal Phaath.

—No podemos reformar aquello que desconocemos —contestó Mezhan Kwaad—. Esta especie es nueva para nosotros.

—Estás poniendo a prueba el protocolo —dijo el anciano—. ¿Qué puede descubrirse que no esté ya codificado?

—Pero, Maestro —interrumpió Nen Yim con tono suplicante—, seguro que en una nueva especie… —desfalleció cuando el anciano clavó en ella la amarillenta mirada de sus maa’its.

—¿Todas tus adeptas son tan insolentes? —preguntó con sequedad.

—Espero que no —respondió Mezhan Kwaad con rigidez.

Yal Phaath se giró de nuevo hacia Nen Yim. Su tocado vibró ligeramente adoptando un color azul pálido.

—Adepta, si el conocimiento no se encuentra en los archivos y las sagradas escrituras, ¿qué hace entonces un cuidador?

El miedo hizo cosquillear los nervios de Nen Yim. ¿Qué podían ver esos ojos extraños? Los maa’its sondeaban las regiones ocultas del espectro, por supuesto, incluso el campo de lo microscópico, pero, ¿iban más allá todavía? ¿Podían vislumbrar los pecados que anidaban bajo su cráneo? Contrajo los zarcillos de su tocado hasta que formaron una bola, una actitud de profunda súplica.

—Rogamos al Señor Supremo que le pregunte a los dioses.

—Correcto. No existen nuevas especies, adepta. Toda la vida proviene de la carne, la sangre y los huesos de Yun-Yuuzhan. El lo conoce todo. El conocimiento no puede ser creado, e insinuar lo contrario es pura herejía. Si los dioses no nos conceden un conocimiento concreto, es por nuestro bien e intentar conseguirlo es intentar robárselo.

—Sí, Maestro Yal Phaath.

—Sospecho que no es culpa tuya, adepta. Sospecho que es tu propia maestra la que deseaba utilizar el inductor medular, tú sólo has sido susceptible a su influencia.

Mezhan Kwaad sonrió amablemente.

—El protocolo de Tsong especifica el uso del inductor en ocasiones como ésta.

—Soy consciente de ello. Y quizás no intentas quebrantar el protocolo, pero sí forzarlo al límite. ¿Quién sabe lo que hubiera observado de haber llegado yo un poco más tarde?

—¿Estás acusándome de algo, Maestro? —preguntó Mezhan Kwaad—. Porque, de no ser así, alguien podría pensar que sientes celos de que Lord Shimrra otorgara el honor de hacer este experimento al Dominio Kwaad.

—Ni te acuso de nada, ni estoy celoso. Pero en los últimos años han reaparecido algunas herejías peligrosas, sobre todo en el Dominio Kwaad.

—Ni mis subordinadas ni yo hemos sido nunca acusadas de herejía —aclaró Mezhan Kwaad—. Si intentas bañarme con las inmundas secreciones de la calumnia en un lastimoso esfuerzo por conseguir que tu dominio recupere el favor de Lord Shimrra, descubrirás que puedo llegar a ser una enemiga muy molesta.

El anciano cuidador se irguió todo cuanto le fue posible.

—No calumnio sino que vigilo, Mezhan Kwaad. Puedes estar segura de ello. Y ahora…

De repente pareció perder el equilibrio y trastabilló torpemente, antes de que su ayudante la sostuviera. Nen Yim aún se estaba preguntando qué le había sucedido cuando sintió que algo presionaba todo su cuerpo, como si de repente se encontrase bajo el agua. Sus pulmones se esforzaron por encontrar aire y el pulso se le aceleró.

A través de fogonazos azules y negros, vio que a Mezhan Kwaad y a la ayudante de Yal Phaath también les costaba respirar.

El dolor se incrementó enormemente. Pronto sus globos oculares no podrían soportar la presión y estallarían, igual que su corazón. Esforzándose por mantener la calma, miró a su alrededor buscando algo fuera de lo normal, alguna posible causa para todo aquello.

La joven Jeedai estaba de pie en el vivero, y sus manos presionaban la membrana transparente que la separaba de ellas. Sus ojos verdes ardían y tenía la boca entreabierta mostrando los dientes en un rictus de furia. Nen Yim vio el instinto asesino en su expresión y de repente lo comprendió todo.

Se tambaleó hacia su maestro. Mezhan Kwaad ya había caído al suelo, y el ol-villip que controlaba el inductor medular se le había escapado de las manos. Nen Yim lo empuñó y apretó los tejidos que controlaban la intensidad, todos a la vez.

La Jeedai gritó y golpeó la membrana con sus puños. Por un instante la presión aumentó, aplastando tan cruelmente a Nen Yim que no pudo respirar en absoluto. Entonces, tan repentinamente como había aparecido, la misteriosa presión desapareció y sus pulmones buscaron ansiosamente el tan necesitado aire.

La Jeedai se retorcía en el suelo de su cámara. Nen Yim la contempló mientras empezaba a reaccionar.

Una mano de ocho dedos le tocó el hombro.

—Adepta… El villip, por favor —pidió su maestro, reflejando en su voz la tensión a la que había sido sometida—. Antes de que el espécimen muera.

Nen Yim asintió en silencio y le pasó el organismo a Mezhan Kwaad. Ésta probó algunos ajustes, hasta que la Jeedai dejó de convulsionarse y sucumbió a la inconsciencia.

—Ha sido una deducción inteligente, adepta —alabó Mezhan Kwaad.

—¿Qué ha pasado? Explícate —exigió Yal Phaath con impaciencia.

—Fue la Jeedai —respondió Mezhan Kwaad—. Estoy segura que has oído hablar de sus poderes.

—No me insultes. Claro que estoy al corriente de todo lo que incumbe a esos Jeedai. Sé que pueden mover objetos, comunicarse entre ellos como lo harían con un villip e incluso influir en las mentes de criaturas débiles. Pero no tenemos pruebas de que sus poderes afecten a los yuuzhan vong, más bien al contrario.

—Ruego que el ama me conceda permiso para hablar —pidió Nen Yim.

—Habla —aceptó Yal Phaath, dirigiéndole una mirada reacia.

—La Jeedai no nos afectó, no directamente. Afectó las moléculas de la atmósfera, las comprimió.

—¿Intentó aplastarnos con nuestro propio aire?

—Y habría tenido éxito de no ser por mi adepta —señaló Mezhan Kwaad.

—Asombroso. ¿Y ese poder no está generado por ningún tipo de implante?

—Ella no tiene implantes, ni biológicos ni… —su voz se convirtió en un susurro apenas— …ni mecánicos. Según los primeros interrogatorios, ella cree que manipula un tipo de energía generado por la vida.

—Ridículo —despreció Yal Phaath—. Si tal poder existiera, ¿por qué los dioses iban a negárselo a los yuuzhan vong?

—Los dioses no nos lo han negado, sólo se lo han guardado —Mezhan Kwaad exhibió una sonrisa depredadora—. Y ahora nos lo entregarán.

Caminó hacia la membrana del vivero y la rasgó con su cuarto dedo. Se arrodilló junto a la inconsciente Jeedai y le acarició la cara.

—Es joven, su cuerpo y su mente todavía son flexibles. Los guerreros nos han prometido más como ella. —Se incorporó y contempló a la criatura unos segundos, entonces se alejó y restauró la membrana.

El anciano maestro se encogió de hombros.

—Por la gloria de los cuidadores y de los yuuzhan vong te deseo éxito. —Pero su tono parecía sugerir lo contrario.

—Puedes venir a observar siempre que lo desees —dijo Mezhan Kwaad.

A Nen Yim le dio la impresión de que su maestra se mofaba de Yal Phaath, pero el anciano emitió una ondulación negativa con sus zarcillos.

—Entre otras cosas, he venido a informarte de que debo ausentarme. Me espera un nuevo proyecto que acabará para siempre con la amenaza de esos Jeedai.

Mezhan Kwaad se envaró.

—¿Oh? —balbució educadamente.

—Sí. Durante su interrogatorio, los infieles que nos sirven han admitido que fueron engañados por quienes actualmente atormentan nuestras naves en el espacio. De esa información ha surgido un dato muy interesante sobre cierta criatura, cierta bestia que puede detectar y dar caza a los Jeedai.

—¿Los infieles saben dónde pueden encontrarse esas bestias?

—No —confesó Yal Phaath—. Lo único que sabían era que no las hay en esta luna. Pero contamos con ciertas fuentes en su Senado, y una de ellas lo ha descubierto y nos ha proporcionado la información. Resulta que las criaturas son nativas de un mundo que está en posesión de nuestro Lord Shimrra, un planeta que los infieles llaman Myrkr. Y yo me encargaré de moldear esas bestias a nuestra conveniencia.

—Interesante… Si resulta ser cierto —admitió Mezhan Kwaad—. Por la gloria de los yuuzhan vong, te deseo lo mejor. Y también te lo deseo en tu intento de abandonar este sistema. Al parecer, los infieles tienen bastante éxito impidiendo el tráfico saliente.

—No tengo miedo —replicó el anciano maestro—. Si Yun-Yuuzhan quiere mi vida puede tomarla, es suya. Pero sospecho que aún me tiene reservadas muchas tareas.

* * *

—Capitán, una de las naves de guerra yuuzhan vong ha abandonado la órbita —informó H’sishi—. Y lleva una escolta considerable.

Karrde se acarició el bigote.

—Trae a Solusar. Entretanto, acércate y que la Camino del Vacío y la Formación del Idiota intenten interceptarla. Mantengámosla a la sombra de la gigante gaseosa todo lo que podamos.

—Sí, señor —contestó Dankin, el piloto.

—Y tráeme a Solusar —repitió Karrde—. Lo necesitaremos para esto.

—Ya estoy aquí, capitán Karrde.

De hecho, Solusar se encontraba detrás de él.

—Ah, perfecto. Los yuuzhan vong intentan pasar tina nave a través de nuestro bloqueo, probablemente para salir del sistema. Mi pregunta es: ¿debo permitirles el paso?

—Se le ha impedido a otras —comentó Solusar.

—Cierto, pero ninguna llevaba tanta protección. Si presentamos batalla, perderé algunas naves… Seguramente más de las que me puedo permitir. Si estuviera seguro de que hay ayuda en camino, me arriesgaría. Dadas las circunstancias, necesito saber si hay Jedi en esa nave.

Por un segundo, Karrde vio en los ojos del Jedi un atisbo de lo que podría ser miedo.

—No puedo estar seguro —reconoció un tenso Solusar.

—¿Por qué?

—No puedo sentir nada yuuzhan vong en la Fuerza. Por lo que respecta a mis sentidos Jedi, sus naves bien podrían ser asteroides desprovistos de vida.

—Entonces, supongo que la presencia de los niños destacaría de una forma realmente espectacular.

—Deberían, pero no lo hacen. Si no fuera importante, diría que a bordo de esas naves no hay nadie que no sea yuuzhan vong. Pero es importante. Si me equivoco y les permitimos irse… estaremos luchando aquí por nada.

—¿Cómo puedes equivocarte? No lo entiendo.

—Los yuuzhan vong no sólo no existen en la Fuerza, sino que consiguen que dude de mis sentidos Jedi. Hacen que toda el área me parezca de algún modo… borrosa, tenebrosa. No tengo otra forma de explicarlo.

Karrde volvió a contemplar la pantalla. Los yuuzhan vong ya habían desplegado sus cazas.

—No puedo esperar mucho más, Solusar, tengo que tomar una decisión. Olvídate de las naves e intenta captarlos en la luna. Si siguen allí, significará que no viajan en la nave de guerra.

—Lo intentaré —dijo el Jedi. Y cerró los ojos.

Karrde estudió los cazas enemigos que se aproximaban. Hasta entonces había llevado a cabo tácticas de guerrillas, de «ataque y retirada», para que su personal corriera el menor riesgo posible, y había hecho un buen uso de minas, asteroides y otras armas clásicas cuando se combatía dentro de un sistema.

Pero si tenía que detener aquella nave, se vería envuelto en una batalla clásica cara a cara, nave contra nave, una batalla que podía ganar… pero que podría costarle la guerra.

Y quizás fuera precisamente eso lo que querían. Sus instintos le aseguraban que la nave enemiga era algún tipo de señuelo, que no era aquello por lo que estaban luchando. Solusar parecía estar de acuerdo, pero si no podían estar completamente seguros…

—Primera oleada de cazas en treinta segundos —informó H’sishi con un tono de voz neutro.

—Preparaos, gente.

Era una buena tripulación. Si les pedía que murieran por él, lo harían.

Tahiri… —musitó Solusar. Su rostro estaba perlado de sudor.

—¿Qué? ¿Qué ha dicho?

—Tahiri. Y Valin, Sannah, Anakin… Todos siguen ahí abajo —su voz bajó varios tonos hasta llegar a un registro angustioso—. Tahiri está siendo torturada.

—Pero sigue en la luna.

—Sí, estoy seguro.

—Gracias, Solusar. Dankin, anula el ataque. Dejaremos que se vayan. Deja una mínima cobertura en retaguardia y ordena a las demás naves que se alejen deprisa. Combatiremos otro día… cuando realmente importe —Karrde resopló profundamente, intentando liberar la tensión de cuello y hombros.

—Espero que los chicos Solo encuentren a Terrik antes de que tengamos que entablar la batalla crucial. Después de esto, os aseguro que haré todo lo posible por conseguir mi propio destructor estelar.