CAPÍTULO 20

Vua Rapuung hizo que sus dientes rechinasen.

—No, ignorante —gruñó—. Por ahí no.

Anakin ni siquiera lo miró, dejó que sus ojos vagaran a través de los susurrantes árboles massassi, buscando sombras que no correspondieran a las que creaba el viento al mover las ramas.

Los dos se encontraban en la divisoria de un risco. A la derecha de Anakin, una espina dorsal de piedras culebreaba montaña abajo; a su izquierda, las piedras seguían su ascenso. El Jedi intentaba proseguir la marcha por el sendero empinado.

—¿Por qué? —preguntó—. Las naves que nos buscan están por allí —y señaló hacia las tierras bajas.

—No existe ninguna «nave» —cortó Rapuung.

—Ya me entiendes.

—¿Cómo sabes dónde se encuentran, si no puedes sentir a los yuuzhan vong ni la vida creada por nosotros?

—Porque sí puedo sentir toda la vida nativa de esta selva —explicó Anakin—. Cada runyip y cada pájaro susurrante, cada stintaril y cada woolamandra. Y los que están allí abajo parecen muy agitados. Capto sus destellos.

—¿Y bien? ¿Cuántos voladores? ¿Cinco, sí?

Anakin se concentró.

—Creo que sí.

—Entonces, se dividirán para seguir una pauta lav peq. Primero, revisarán las tierras bajas; después, trazarán arcos hasta llegar a los puntos más altos. Si nos encuentran aquí, convergerán sobre nosotros y soltarán los escarabajos-red.

—¿Qué son los escarabajos-red?

—Si conseguimos no quedar aislados en terreno elevado, nunca lo averiguarás. Esta no es una guerra aérea, Jeedai, y a menos que pienses fortificar esta formación rocosa y enfrentarte a todos los guerreros de esta luna, una posición elevada es inútil.

—Quiero echar un vistazo general al paisaje.

—¿Por qué?

—Porque estamos perdidos, por eso. Porque no sabes dónde esta la base vo… yuuzhan vong igual que un mynock no sabe jugar al sabacc.

—Puedo encontrar los damuteks de los cuidadores. Pero si avanzamos en línea recta hacia ellos, nos tenderán una trampa.

—Yo conozco esta luna y tú no —dijo Anakin. Se detuvo, mirando con sospecha al guerrero—. Oye, a propósito, ¿cómo me encontraste?

—Seguí a las patrullas de búsqueda, infiel. Te dirigías directamente hacia tu amiga, ¿verdad? Claro que sí. Sin mí, a estas alturas ya te habrían capturado diez veces.

—Sin ti, a estas alturas ya estaría en esa base cuidadora.

—Estoy seguro —se burló Rapuung. Cerró los ojos como si escuchara algo—. ¿Qué te dicen tus sentidos Jeedai?

Anakin frunció el ceño por la concentración.

—Creo que se han dividido —dijo por fin.

—Puedo oírlos, aunque no tan bien como antes —confesó Vua Rapuung—. Hubo un tiempo en que mis orejas eran… —rozó ligeramente la cicatriz supurante que tenía en un lado de la cabeza. Gruñó y dejó caer la mano.

—Descenderemos —ordenó tajante.

—Yo ascenderé —le contradijo Anakin. Y retomó la marcha por el sendero sin mirar atrás. Apenas había dado treinta pasos cuando escuchó lo que le parecía una maldición yuuzhan vong y el sonido de pasos que se le acercaban.

* * *

—¡Vaya! —resopló Anakin. Las lágrimas inundaron sus ojos.

Se irguió sobre la cresta, desde donde podía ver los familiares meandros del río Unnh. Los había sobrevolado con su nave más de cincuenta veces, y los conocía tan bien como cualquier otro lugar de aquel mundo.

Pero todo estaba cambiado. El Gran Templo, que había permanecido durante incalculables milenios contemplando el paso de la gente que lo construyó, a Jedi luminosos y oscuros, la destrucción de la Estrella de la Muerte, había desaparecido sin dejar rastro.

En su lugar, cerca del río, podían vislumbrarse cinco grandes edificios de dos pisos de altura, con forma de estrella de muchas puntas y muros que parecían muy gruesos. Probablemente contenían diversas cámaras en su interior. Los patios interiores estaban abiertos al cielo; dos de ellos parecían llenos de agua y otro de un pálido fluido amarillo. Otro más contenía estructuras en su espacio central, domos y poliedros de distintas formas, y del mismo color que el edificio principal. El quinto estaba lleno de coralitas y naves espaciales de mayor tamaño. Y había muchas.

Además, daba la impresión de que habían conectado los edificios excavando canales desde el río.

—Tenemos que descender antes de que nos olfateen —insistió nuevamente Vua Rapuung.

—Creía que esa cosa que nos frotaste engaña a los olfateadores… o como quiera que se llamen.

—Provoca confusión y concede tiempo para escondernos. Pero aquí no hay dónde esconderse. No podremos engañarlos.

Eso, normalmente, es cosa de Jedi, pensó Anakin. Pero no podía nublar la mente de un yuuzhan vong como no podía bailar en la superficie de un agujero negro.

—Siempre podemos ocultarnos —dijo. La colina estaba cubierta de matorrales. Allí no disponía del dosel arbóreo que cubría la mayor parte de la superficie de la luna, pero los arbustos crecían por encima de sus cabezas.

—De los sensores de calor, no —objetó Rapuung—. Ni de los escarabajos-red. No hay agua.

Anakin movió la cabeza pensativamente, pero en realidad seguía examinando la base cuidadora y apenas prestaba atención al yuuzhan vong o a sus palabras.

—¿Qué son esas pequeñas estructuras en la parte exterior de los edificios, ésas que parece que alguien haya desparramado al azar y dejado crecer? Parecen chabolas.

—No conozco esa palabra. Pero ahí viven los obreros, los esclavos y los deshonrados.

—El soporte de la colonia. Ellos hacen el trabajo pesado.

—Si el tizowyrm traduce correctamente, sí.

—Sé lo que son los obreros y los esclavos, pero… ¿qué son los deshonrados?

—Los deshonrados son los maldecidos por los dioses —explicó Rapuung—. Trabajan como esclavos. No merece la pena hablar de ellos.

—¿Maldecidos cómo?

—Cuando he dicho que no merece la pena hablar de ellos, ¿cuál de mis palabras no has entendido?

—Vale, como quieras —suspiró Anakin con resignación.

—Mi elección es abandonar esta colina y descender en espiral hacia donde desaparece la gigante de gas. Y deprisa.

—¡Entonces iremos en dirección contraria! —protestó el joven—. ¡Sólo estamos a unos pocos kilómetros de distancia!

—Todo el bosque está lleno de trampas —advirtió Rapuung—. Y el río también. Sólo hay un camino seguro para nosotros, y yo lo conozco.

—Entonces, dime cuál es. Convénceme —Anakin se detuvo bruscamente—. Escucha…

—Los oigo —dijo Rapuung asintiendo con la cabeza—. Están tejiendo la lav peq. He sido un estúpido por confiar en ti. Piensas con algo más que tu cerebro —y apretó los labios ulcerosos en una expresión de desprecio.

—Todavía no nos han atrapado. ¿Hay algún punto débil en esa pauta de búsqueda?

—No.

—Entonces, crearemos uno. Esos voladores que suelen utilizar…

—Los tsik vai.

—Eso mismo. ¿Son iguales que los que vimos antes?

—Sí.

—Sólo pueden volar en la atmósfera, ¿verdad?

Rapuung se mostró cauto.

—¿Cómo lo sabes?

—Me ha parecido ver como agallas en sus costados.

—Correcto.

—Vamos, pues —Anakin empezó a descender. Por una vez, Rapuung lo siguió sin protestar.

Anakin se sentía mucho mejor. Las técnicas Jedi de curación y relajación habían hecho desaparecer gran parte de su cansancio, y la piel artificial de Vua Rapuung, o lo que fuera aquello, parecía haber cumplido su misión con la herida de su hombro. Bajó la colina con pasos muy largos, ayudado por la Fuerza. Rapuung apenas podía mantenerse a su altura, avanzando casi silenciosamente a través de la densa maleza. Era difícil creer que algo con un aspecto tan mortífero fuera un ser sensible.

Muchos árboles habían desaparecido, arrasados sin duda durante alguna de las muchas batallas que habían tenido lugar en la selvática luna desde que la Alianza Rebelde estableciera allí su cuartel general, antes del enfrentamiento definitivo con la primera Estrella de la Muerte. Lo único que quedaba eran los altos matorrales. Más lejos, abajo, los árboles formaban un collar verde que rodeaba la colina, y Anakin comprendió de repente lo que preocupaba a Rapuung. El fuego siempre ascendía. Si estallaba un incendio, cualquiera que se encontrase allí arriba probablemente moriría. Si esos escarabajos-red tenían algo parecido al fuego…

A regañadientes, comprendió que Rapuung tenía razón. Anakin pensaba demasiado a menudo como un piloto, para quien el terreno elevado lo era todo. Ahora no era un piloto, era una presa.

Pero una presa peligrosa, un rycrit salvaje, no uno domado, se recordó a sí mismo, cuando llegó el primer volador tsik vai.

Anakin no dudó, sabía lo que quería hacer. Tanteó con la Fuerza una zona de diez metros de radio y alzó por los aires todo lo que no estaba firmemente unido al suelo —hojas, ramitas, piedras…—, lanzándolo en forma de ciclón contra los hendiduras en el costado del volador.

—¡Estúpido! —gruñó Rapuung—. ¿Ése era tu plan?

El tsik vai atacó en picado, y unos cables similares a tentáculos surgieron disparados de su cuerpo. Anakin logró esquivarlos manteniendo alzada su barrera. El volador pasó sobre él sin detenerse, descendió un poco más y un tentáculo cogió a Rapuung. El guerrero saltó, sujetándose con las manos a la parte superior del tentáculo y empezó a escalar por él con una expresión sombría en el rostro lleno de cicatrices. Captando la idea, Anakin intentó hacer lo mismo pero, sin la Fuerza para guiarlo, sin poder sentir los tentáculos a la vez que verlos, falló.

Repentinamente, el volador soltó un peculiar gemido, y sus flexibles alas empezaron a estremecerse espasmódicamente. El tentáculo que sostenía a Rapuung lo soltó, y él saltó instantáneamente al suelo. El volador siguió colgando en el aire agitándose.

—Corre. Se aclarará los pulmones rápidamente —gritó Rapuung—. A esos tsik vai no los han creado niños idiotas, como pareces pensar.

Anakin acudió junto a él.

—¿Y los demás voladores?

—Ahora saben donde estamos. Sembrarán el bosque de escarabajos-red, como te dije.

—Ojalá me hubieras dicho también qué son esas cosas.

—Tejen fibras de un árbol a otro, de un arbusto a otro. Llegan en oleadas que se superponen unas a otras. La primera teje sus fibras y las siguientes rellenan los huecos que han dejado sus predecesoras. Y se mueven muy deprisa.

—Oh, eso no es bueno —un pensamiento cruzó la cabeza de Anakin—. Cuando el volador te atrapó subiste hacia él por el tentáculo. ¿Pretendías capturarlo?

—No. Creí que podría morir con gloria y no ignominiosamente. Con mis manos no hubiera podido forzar la apertura de la cabina.

—Si pudiéramos pasar de algún modo por encima de la red…

—Algunos escarabajos tejerían fibras en el aire, las cruzarían y las dejarían caer sobre nuestras cabezas. Sólo escaparíamos si pudiéramos volar en este mismo momento.

Anakin detuvo su carrera en seco.

—Entonces, ¿por qué corremos? Sea cual sea la dirección que tomemos, siempre nos estaremos acercando a la red.

—Cierto. Y si volvemos colina arriba, sólo retrasaremos lo inevitable. ¿Tienes esa espada Jeedai que quema? Podría cortar las fibras.

—No —Anakin miró colina abajo. La línea de árboles empezaba a unos cien metros de distancia, pero desde donde se encontraba podía ver las copas de los árboles meciéndose bajo las rachas de viento y perdiéndose en el horizonte.

Excepto una franja en la que permanecían inmóviles. Siguió la franja con la vista y descubrió que se curvaba alrededor de la colina.

—Entiendo —susurró—. No se mueven porque la red de los escarabajos los mantiene firmemente unidos.

—Es posible. La red es muy fina, pero sus fibras son muy resistentes.

Mientras Anakin miraba, más y más árboles parecían inmovilizarse. Y la franja se ensanchaba.

—¿Esos escarabajos-red nos devorarán?

—Se nos pegarán a la carne y seguirán produciendo fibras, aprovechando algunas de nuestras células en el proceso. No será letal.

—Bien. Porque no va a pasar.

Anakin se arrodilló y se quitó la mochila. Tras un instante de búsqueda, encontró lo que buscaba: cinco bengalas de fósforo.

—¿Eso son armas? ¿Son máquinas?

—Podría decirse que no —dijo Anakin tras pensarlo un poco—. No las mires directamente.

Encendió una y, usando la Fuerza para conseguir un arco lo más amplio posible, la lanzó colina abajo.

Encendió otra e hizo lo mismo, pero en una dirección distinta.

—No lo entiendo —intervino Rapuung—. ¿Cómo detendrá esa luz a los escarabajos-red?

—No lo hará la luz, lo hará el fuego. Los escarabajos no pueden atar árboles y arbustos que no existen.

Encendió una nueva bengala, pero cuando se preparaba para lanzarla Vua Rapuung le dio un puñetazo en la cara.

Los orificios nasales de Anakin se llenaron del olor metálico de la sangre, y cayó al suelo antes de poder reaccionar y amortiguar la caída. Rapuung se situó sobre él, gruñendo como una bestia, con los dedos engarfiados alrededor de su cuello. Su hedor era agrio y enfermizo.

Con manchas danzando ante sus ojos, Anakin hizo lo único que podía. Buscó una piedra mediante la Fuerza y la lanzó entre los ojos del enloquecido guerrero. La cabeza de Rapuung percutió hacia atrás y sus manos se aflojaron. Entonces, Anakin lo golpeó con tanta fuerza en la barbilla que sus nudillos explotaron en un chispazo de dolor. El yuuzhan vong cayó derribado, pero cuando Anakin logró ponerse en pie, Rapuung ya había adoptado una posición marcial y estaba preparado para enfrentarse a él.

—¡Engendro de sith! —exclamó Anakin—. ¿Qué estás haciendo?

—¡Combustión! —rugió el yuuzhan vong—. ¡La primera abominación es el uso del fuego creado por una máquina!

—¿Qué?

—¡Está prohibido, apestoso infiel! ¿Es que no comprendes lo que has hecho?

—¡Estás loco! —gritó Anakin, mientras se frotaba los nudillos y respiraba con dificultad por su dolorida tráquea—. ¡Pero si acabas de preguntarme si podía usar mi sable láser! ¿Crees que no es una máquina?

Una mirada de horror apareció en el rostro de Rapuung.

—Yo… sí, sí, me había preparado mentalmente para eso. Pero el fuego, el primero de todos los pecados…

—Espera —cortó Anakin—. Esto no tiene sentido, los yuuzhan vong han usado contra nosotros a monstruos que escupían fuego.

—¡Las criaturas vivientes que producen llamas es algo completamente distinto! —aulló Rapuung—. ¿Cómo te atreves a compararlas con lo que has hecho? Es como decir que la mano de un guerrero yuuzhan vong y la abominación de metal que llevan algunos de vosotros son iguales porque ambas pueden empuñar un anfibastón.

Anakin aspiró profundamente antes de responder.

—Mira, no pretendo comprender tu religión. La verdad es que ni siquiera quiero hacerlo, pero tú has elegido combatir junto a un infiel contra tu propia gente, ¿verdad? Y estabas deseoso de que utilizara mi abominable sable láser, así que tienes dos opciones: acepta lo que yo haga o vete por tu cuenta… a menos que se te ocurra alguna solución mejor.

—No —admitió Rapuung, bajando la mirada—. Ha… ha sido la sorpresa. No lo entiendes. Los dioses no me odian, sé que no me odian y puedo demostrarlo. ¡Pero si me mancillo de esta manera, tendrán razones para odiarme! ¡Ah, ¿en qué me he convertido?!

El viento cambió, y el acre olor de la vegetación ardiendo hizo toser a Anakin. La última bengala había caído a tan sólo tres metros de distancia, la maleza estaba ardiendo y el viento soplaba en su dirección. Estaban en la estación seca, y la selva ardía muy bien en la estación seca.

—Será mejor que te decidas rápido, Vua Rapuung, o la primera abominación va a devorarte vivo.

El yuuzhan vong permaneció un largo instante de pie, inmóvil, con la cabeza baja. Cuando la levantó, sus ojos despedían rabia. Anakin se tensó, preparándose para volver a pelear.

Ella me ha traído hasta aquí —dijo el guerrero—. Estos pecados recaerán sobre ella. Que los dioses la juzguen.

—¿Eso significa que podemos irnos? —preguntó Anakin, viendo cómo el fuego que avanzaba hacia ellos. Más allá, un humo espeso se elevaba desde el lugar donde habían caído las otras bengalas.

—Sí, vámonos. Todavía abrazamos juntos el dolor, Jeedai.

* * *

El viento parecía haberse estabilizado y soplaba constante, así que el fuego los empujó colina arriba mientras el humo se arrastraba por el suelo.

La selva ardía rápidamente.

—Mi opinión sobre ti como estratega mejora latido a latido —comentó Rapuung—. El fuego nos empuja directamente hacia la red. Podemos elegir entre ser achicharrados por la primera abominación o ser capturados por la red y después achicharrados.

—El viento cambió. Mi plan era seguir la línea del fuego y después atravesar las cenizas. El fuego hubiera quemado la red y podríamos haber salido a campo abierto.

—Entonces, puede que después de todo los dioses hayan hablado —sentenció Rapuung. Tosió violentamente a causa del humo, tan espeso ya que Anakin apenas veía manchas ante sus ojos. Recordó que la mayoría de las personas que morían en un fuego, estaban muertas antes de que los alcanzasen las llamas.

—Mantén la cabeza baja —sugirió—. El humo tiende a subir.

—¿Arrastrándome como un tso’asu?

—Si quieres vivir, sí.

—No temo a la muerte —protestó Rapuung—, pero mi venganza no se verá frustrada. Yo… —se convulsionó ante otro ataque de tos, cayó al suelo, gateó desesperadamente a cuatro patas y volvió a derrumbarse.

—¡Levántate! —le animó Anakin.

Rapuung tembló, pero no se movió.

A través del humo, el Jedi vio como los dientes amarillos del fuego masticaban cuanto encontraban a su paso.