CAPÍTULO 8

Talon Karrde era un rehén, pero se suponía que no debía saberlo. Probablemente, Imsatad se creía muy inteligente por haber convencido a Karrde de que se uniera a la patrulla de búsqueda y mucho más por asegurarse que dicha patrulla estuviera compuesta por veinte de sus hombres y sólo cuatro de los de Karrde.

Y Karrde estaba bastante satisfecho dejando que Imsatad se creyera tan inteligente.

—Ya hemos buscado aquí —protestó con su vocecita chillona Maber Yeff, el líder de los brigadistas de la paz que formaban parte del equipo, moviendo la mano para abarcar una larga hilera de ruinas semiocultas por la vegetación.

—Estoy seguro, pero no con vornskrs —replicó Karrde.

El pálido rostro de Yeff, con su nariz hendida, se volvió dubitativamente hacia las bestias de largas patas que correteaban delante del grupo dando amplias zancadas.

—¿Cómo sabe que no huelen simplemente ratas womp o algo así? —preguntó.

—Si pudieran hacerlo, serían todavía más valiosas —reconoció Karrde—. Dado que no hay ratas womp en Yavin 4, tendrían que tener un olfato hiperespacial para detectarlas de aquí a Tatooine.

—Ya sabe lo que quiero decir.

—Los vornskrs sienten la Fuerza, y sobre todo a las criaturas que usan la Fuerza. Están particularmente preparados para cazar Jedi.

—¿Ah, sí? ¿Y dónde podríamos conseguir algunos? Nos serían muy útiles en nuestro tipo de trabajo.

—Lo siento, pero los míos son los únicos vornskrs domados que existen. Y créame, no querría encontrarse cara a cara con uno salvaje.

—De momento. Tenemos muchos de esos Jedi que cazar, y ellos cuentan con todas las ventajas que les proporciona su hechicería. Si esas cosas hacen lo que dice…

—Observe —dijo Karrde.

Las bestias habían alzado las orejas y jadeaban ávidamente. Se lanzaron a través de una entrada semioculta.

—Pero si ya hemos mirado ahí… —repitió Yeff.

—¿Cuántos Jedi cree que se ocultan aquí? Según mis informaciones, al menos dos adultos y unos treinta niños. ¿De verdad cree que los vería si ellos no desearan ser vistos? ¿O que los recordaría más de un segundo en caso de verlos?

—¿De verdad pueden hacer eso?

—De verdad pueden hacer eso.

—Es lo que dijo el capitán Imsatad. Y también dijo que usted tiene forma de solucionar eso.

—La tengo —Karrde sonrió levemente—. Cierta criatura del mismo planeta que los vornskrs proyecta una burbuja que repele la Fuerza.

—¿Es lo que lleva su preciosidad en esa jaula cubierta?

Por el rabillo del ojo, Karrde vio arrugarse peligrosamente el ceño de Shada, pero la mujer siguió jugando su papel.

—Exactamente. Mi dulce Sleena es tan delicada como ellas. Comprende sus necesidades.

—Sí —Yeff dirigió a «Sleena» una mirada de soslayo—. ¿Puedo ver esa criatura?

—La luz del sol les hace daño y se agitan con facilidad. Si lo desea, se la mostraré después de la caza. De momento, les sugiero a sus hombres y a usted que preparen las armas. Los niños no opondrán mucha resistencia, pero los adultos serán adversarios formidables… incluso sin sus poderes Jedi.

Siguieron a los vornskrs entre las ruinas, a través de galerías semiderruidas, impregnadas con el olor a especia de las hojas aplastadas y el agusanado hedor a madera podrida. Al principio, la escasa luz fue suficiente, los rayos se colaban por los huecos de la pared y el techo, difuminados por la niebla, las hojas y el musgo. Pero, a medida que seguían a los vornskrs, la oscuridad se hizo cada vez mayor, hasta que llegaron al principio de una escalera que caía casi verticalmente hasta los mismísimos cimientos rocosos del lugar.

Karrde desenfundó la pistola láser y miró a Shada asintiendo con la cabeza. Casi todos los demás ya empuñaban sus armas.

—Después de usted —sugirió Karrde.

—Son sus bestias —respondió Yeff—. Usted primero.

—Como quiera.

El túnel los condujo a través de eras de piedra, talladas aquí y allá con imágenes alienígenas e indescifrable escritura. Llegó un momento en que desembocaron en una enorme caverna. Los vornskrs gruñeron y babearon a la oscuridad.

—Sentaos —ordenó Karrde con el pelo de la nuca erizado. ¿Había vislumbrado un movimiento, parte de una cara, o simplemente se engañaba a sí mismo? Su vida dependía de la respuesta.

Volvió a fijarse en los vornskrs y en la forma que movían los ojos, como si siguieran el caminar de alguien muy cercano.

—¿Dónde están? No veo nada —protestó Yeff moviendo la linterna a un lado y a otro.

—No, yo tampoco —reconoció Karrde.

Alzó la pistola y disparó contra el brigadista de la paz.

Consiguió aturdir a otro antes de que los demás devolvieran el fuego, pero para entonces ya se zambullía entre las rocas. Los integrantes de su equipo, Halm y Ferson, alertados por su señal, habían hecho lo mismo. Shada, en cambio, era un borrón giroscópico en medio de sus enemigos. Lástima que Yeff ya estuviera aturdido; si no, estaría aprendiendo una nueva acepción de la palabra «preciosidad».

Cuando le permitieron llevar únicamente a tres miembros de su tripulación, no sabían lo buena que era Shada en el combate cuerpo a cuerpo. Ahora ya era demasiado tarde. El aire se espesó con disparos de energía, y la cueva se llenó de luces estroboscópicas.

Según su cuenta, ahora eran cuatro contra quince.

Oyó un grito de Halm, y lamentó que sus fuerzas se hubieran reducido a tres. Empuño su otra pistola láser y saltó buscando una nueva cobertura mientras disparaba con ambas a la vez.

—¡Vamos, vamos! —gritó—. ¡Sé que estáis aquí! ¡Acordaos de la boda de Luke y Mara!

Un láser le chamuscó el brazo y tropezó en el suelo irregular. Estoy haciéndome demasiado viejo para esto, pensó, rodando sobre su espalda. Sin cobertura apenas duraría unos segundos, quizá lo suficiente como para disparar un par de veces pero poco más. Shada acabaría matándolos a todos, pero eso dejaría a la galaxia sin Talon Karrde, lo cual le parecía una terrible tragedia.

Levantó las armas y giró sobre la punta de los pies. Los cañones vomitaron energía letal.

Y, de repente, una vara de energía resplandeciente apareció sobre él, trazando complejos jeroglíficos en el aire. Los láseres destinados a terminar con la gloriosa carrera de Talon Karrde se diseminaron por la caverna.

Karrde parpadeó mirando hacia arriba, hacia el hombre que se erguía de pie tras él.

—Me alegro de verte, Solusar. ¿Por qué has tardado tanto?

Sin esperar respuesta, abrió fuego contra los brigadistas. Solusar lo cubría desviando el fuego que lanzaban contra ellos gracias a esa fantasmagórica seguridad Jedi.

Otro sable láser brilló en la cueva. Debía de ser Tionne.

El grupo de Karrde estaba formado ahora por cinco miembros; el otro sólo contaba con diez. Cuando los brigadistas quedaron reducidos a tres, huyeron por el pasaje.

—No podemos permitir que escapen —sentenció Karrde.

—No escaparán —prometió la oscura figura a su lado. Y desapareció.

Y en alguna parte tras él, en la misma caverna, Karrde oyó las voces de los niños.

* * *

Kam Solusar volvió unos segundos después. Bajo la tenue luz de una lámpara, Karrde pudo vislumbrar su rostro severo y su frente cada vez más despejada. El Jedi llegó junto a él y lo miró un instante.

—Tienes suerte de que no te partiera por la mitad —dijo—. ¿A quién se le ocurre traer a esos hombres hasta aquí abajo, donde se encuentran los niños? Y además, usando vornskrs. ¿Y si hubieran atacado a mis estudiantes?

—Mis mascotas están muy bien entrenadas, sólo atacan si se lo ordeno —respondió Karrde, agitando la cabeza—. Mira, Solusar, tenía que encontrarte y no podía hacerlo sin la interferencia de esos idiotas. Y cuando te encontré, tenía que librarme de ellos. Hasta creyeron que también había traído un ysalamiri y que tus poderes Jedi quedarían bloqueados.

—Pero no trajiste ninguno.

—La jaula está vacía.

—Así que los atacaste sin estar seguro de que estuviéramos aquí.

—Conozco a mis mascotas. Estaba seguro de que os encontrabais aquí abajo y no quería coartarte trayendo un ysalamiri.

—Corriste mucho riesgo.

—Le dije a Luke Skywalker que rescataría a sus alumnos de Yavin 4. Si por cumplir con mi palabra corro algunos riesgos, los considero aceptables.

—Entiendo —asintió Solusar con impaciencia—. Pero, ¿cómo sé que dices la verdad? Te conozco, sí, y siempre has estado en el bando correcto. Pero muchos se están uniendo a la Brigada de la Paz… y no sería la primera vez que cambias de chaqueta, Karrde.

—Como tú. ¿Nunca has querido dejar atrás tu pasado?

Los ojos de Solusar se entrecerraron, antes de asentir una sola vez con la cabeza.

—Confiaré en ti. ¿Y ahora qué?

—Ahora sugiero que salgamos de aquí, antes de que envíen refuerzos.

* * *

Desgraciadamente, el capitán Imsatad no había infravalorado tanto a Karrde como él había supuesto. Cuando llegaron a la superficie, la selva hervía de brigadistas.

—Perfecto —susurró Kam Solusar, agachándose para esquivar un disparo láser que abrió un agujero del tamaño de un puño en una roca cercana—. Al menos, antes estábamos ocultos.

—Solusar, hieres mis sentimientos —Karrde le echó una mirada casual a su crono—. ¿No tienes fe en mí?

—La fe es creencia ciega, incuestionable. ¿Qué tienes pensado?

—De ser tú, yo me taparía las orejas —alzó la voz—. Tionne, niños, tapaos los oídos.

—¿Qué…? —empezó Solusar, pero su frase quedó ahogada por lo que bien podría haber sido una palmada dada por manos del tamaño de Estrellas de la Muerte.

Karrde sonrió con feroz satisfacción mientras los turboláseres hacían arder la selva circundante. Era estupendo tener una tripulación en la que se podía confiar. Salió de la roca tras la que se parapetaba y trotó hacia el lugar de aterrizaje de la Karrde Salvaje, apuntando cuidadosamente hacia los pocos brigadistas de la paz que todavía le prestaban atención. Cuando bajó la rampa, Kam Solusar y Tionne llevaron a los niños a bordo, mientras Karrde y su tripulación disparaban para cubrirlos. En pocos segundos estuvieron a salvo dentro de la nave.

Karrde fue el último en embarcar y, en el momento de pisar la cubierta, el modificado transporte corelliano hizo una pirueta elevándose hacia los cielos. A través de la escotilla, Karrde vio que varias naves enemigas despegaban en su persecución.

Sabía desde el principio que la huida sería difícil, pero casi no podía creerse que lo hubieran conseguido.

Claro que nunca lo reconocería en voz alta.

Cuando llegó al puente de mando, el cielo ya era de un azul oscuro y se ennegrecía más y más a cada segundo.

—Bien, muchachos, ¿cuál es la situación? —preguntó Karrde en cuanto tomó asiento en la silla del capitán.

H’sishi le lanzó una mirada preocupada desde su puesto de control de sensores.

—Hemos provocado daños a los perros guardianes que están en órbita, pero siguen volando. Ahora habrá que enfrentarse también con las naves de superficie.

—Bien, lo haremos.

—Sí, señor.

La nave se estremeció y los amortiguadores inerciales gimieron.

—¡Opur, asegúrate de que pongan los niños a resguardo! —gritó Karrde a uno de sus hombres de seguridad—. No quiero que corra peligro ni un solo pelo de las cabezas de esos pequeños Jedi.

—Sí, señor —replicó Opur, dándose prisa.

—Nos tienen rodeados, ¿verdad? —preguntó Karrde estudiando las pantallas.

—A menos que podamos saltar al hiperespacio.

—¿Con Yavin ahí? —cuestionó Karrde—. No, hoy no. Creo que es preferible abrir un agujero en la jaula y escapar por él —señaló un punto luminoso de la consola—. Por ahí.

—Ahí tienen su nave mejor armada —observó Shada.

—Si te ataca una manada de vornskrs, procura darle un puntapié en los dientes al más grande y fiero. Así conseguirás atraer su atención.

—Creo que ya atraemos suficiente atención.

—Nunca se tiene demasiado vino bueno, mujeres bonitas o atención —dijo Karrde—. Adelante, a toda potencia.

—No conseguiremos anular sus escudos antes de llegar hasta ellos —protestó Shada.

—No, no lo conseguiremos. Pero veremos quién pestañea primero —reflexionó unos instantes—. Déjame los mandos.

—¿No dijiste que apostar era de tontos? —preguntó Shada, mientras la fragata enemiga crecía cada vez más en las pantallas.

—Sí, lo dije —aceptó Karrde—. Pero no estoy apostando. Cuando dé la orden, lanzad los torpedos de protones. No conectéis las cargas, sólo lanzadlos.

—Como ordene, señor —respondió el artillero con voz confusa.

—Intentan atraparnos en un rayo tractor —advirtió Shada.

—Deja que lo consigan.

—¿Qué?

—Baja los escudos.

Esta vez, los amortiguadores no consiguieron absorber el impacto. La cubierta tembló bajo sus pies mientras el rayo los atrapaba, frenándolos casi en seco.

—Lanzad los torpedos. Ahora —ordenó Karrde.

—Torpedos lanzados —anunció Shada—. El rayo tractor los ha atrapado.

—Bien. Ármalos y vuelve a levantar los escudos.

—Señor, han empezado a disparar contra los torpedos.

—¿Han desconectado el rayo tractor?

—No, señor.

—Entonces, detona los torpedos.

Y volvió a conectar los impulsores mientras las pantallas se quedaban en blanco.