CAPÍTULO 15
Anakin aceleró por encima de lo que podrían ser olas y rizos, tormentas y remolinos de un inmenso mar de nubes verdes. La ilusión era casi perfecta mientras el sol enrojecía, se encharcaba y desaparecía en el horizonte, como la explosión de una bomba de fusión vista en progresión inversa que se condensase en la bomba que la había liberado. Las nubes reales eran anaranjadas y veteadas de pardo, y la estrella gaseosa también se ocultaba más allá del horizonte. Empezaba una noche tan rara como verdadera, la primera en los tres días estándar desde que dejó el lugar donde se estrellara con su nave.
Pero las nubes verdes eran una ilusión potencialmente letal. En realidad eran las copas de los árboles, y si intentaba atravesar una de ellas a esa velocidad, no experimentaría la ligera humedad y la turbulencia casi inapreciable que producía el volar a través de una nube, sino que estrellaría contra ella su deslizador, y posiblemente sus huesos.
Así que cerró los ojos y usó la Fuerza para captar la vida que bullía por debajo de él, pero cuidando de no ascender demasiado.
Se sentía exultante por poder volar de nuevo, así que de vez en cuando, sólo por unos momentos, se olvidaba de lo que hacía y de lo que le esperaba en el lugar hacia el que se dirigía. Se limitaba a apretar el acelerador para sentir la fluidez del viento en la cara, la presión de la velocidad en las mejillas.
Pero el acelerador ya estaba al máximo; el deslizador, simplemente, no era tal. Había trasteado todo lo posible, pero ninguna chapuza habría podido transformar el recuperado repulsor de un Ala-A en una montura funcional que se deslizase elegantemente sobre el viento. El asiento de piloto de su Ala-X estaba montado sobre una improvisada estructura parecida a una jaula, y ante él tenía exactamente cuatro controles: un interruptor de conexión y desconexión, un acelerador, un control de altitud conectado al repulsor y la caña que controlaba un timón de aluminio situado detrás de él. No era la nave más cómoda y manejable que hubiera podido pilotar y su velocidad máxima apenas alcanzaba los noventa kilómetros por hora. Aún así, viajaba mucho más rápido que caminando o esperando a que reparasen el transporte.
Se proyectó más lejos en la Fuerza hasta volver a tocar a Tahiri. Se encontraba en un lugar oscuro y sentía dolor… O estaba dejando de sentirlo. No podía situar dónde.
Anakin.
Aquello lo sobresaltó. Su nombre sonó como un campanilleo h’kig, pero eso no tenía nada extraño.
—Ya voy, Tahiri, ya voy —susurró.
Anakin…
Pero el sentido de las palabras se disolvió en un mar de emociones. Miedo, pesar. Esperanza. Había llegado hasta ella sin palabras para darle el equivalente de un apretón con la mano, y en cambio se había topado con un abrazo firme y desesperado.
Te encontraré, proyectó. Aguanta, sólo aguanta un poco más.
¡No!
No pudo distinguir si le advertía para que se alejara o respondía a la hoja de dolor que repentinamente había cortado su comunicación, arrancándola de su lado y dejándolo solo, una vez más, con las copas de los árboles.
La buscó de nuevo pero no encontró nada, ni siquiera una débil presencia.
—Estás bien, Tahiri, sé que lo estás —masculló entre dientes.
No obstante, sintió a alguien más. Era como una tenue estrella, la estrella más tenue del firmamento.
—Jaina —dijo Anakin—. Hola, Jaina.
Pero no supo si ella lo había captado.
* * *
Pasaron los días, monótonos y borrosos. La selva se convirtió en sabana, sembrada con ocasionales destellos del agua acumulada en sus ciénagas. Y después llegó el océano, brillante como una plancha de cobre y oro líquido bajo la luz de Yavin y del distante sol. Contempló los contornos en forma de «V» de monstruos para los que no tenía nombre y que sólo eran sombras en las profundidades. Voló día y noche, dando escasas y mínimas cabezadas, utilizando la Fuerza para reponer fuerzas. Había comido su última ración tras diez días de viaje, pero dos días después seguía sin hambre. Se sentía ligero y animoso, como un relámpago con forma humana.
Necesitaba agua y, cuando su cuerpo la exigía, se detenía para destilarla. Pero, sobre todo, volaba y volaba, y se perdía entre la vida que lo rodeaba. Buscó a Tahiri, intentando comprender lo que le había pasado, intentando contagiarle su esperanza.
* * *
Yavin eclipsó el sol y poco después desapareció bajo el horizonte. Anakin volvió a encontrarse en la más completa oscuridad. Estaba a punto de caer en brazos de la fatiga, y ya pensaba en hacer una pequeña siesta cuando oyó un ruido extraño. Al principio creyó que era producto de su imaginación porque no sentía nada a través de la Fuerza, pero como fue creciendo en intensidad, abrió los ojos y giró cuidadosamente la cabeza para descubrir su origen.
Algo volaba a unos cincuenta metros de él. Algo grande y oscuro. Algo que no existía en la Fuerza.
—¡Oh, engendro de Sith! —susurró.
Se mantuvo inmóvil sin dejar de mirar aquella cosa. Avanzaba completamente paralela a él, lo que no podía ser accidental. No era tan grande como un coralita, pero tampoco mucho más pequeño. ¿Un equivalente del deslizador quizá? ¿Algo mejor diseñado para el vuelo atmosférico que las naves que había visto hasta entonces? No percibía su silueta con claridad, sólo una impresión táctil de tamaño y bien podía equivocarse.
¿Creían que no los había visto o todavía intentaban descubrir su posición?
Tuvo su respuesta unos momentos después, cuando la nave cambió sutilmente de curso y sus trayectorias de vuelo empezaron a converger.
—Esto no es nada bueno —musitó Anakin.
Ajustó el control de altura a dos tercios y se dejó caer a través de un pequeño hueco en las copas del árbol. Una rama chocó contra una esquina del deslizador y, sin giroscopio para corregir el rumbo, Anakin se vio lanzado hacia tierra. Desesperado, tiró de la nave hacia arriba mediante la Fuerza, algo que su hermano siempre le criticaba.
—La Fuerza no es un soldador para parchear naves —podría haberle dicho Jacen perfectamente.
Claro que, sin ese macrosoldador, Anakin ya sería en esos momentos un montón de huesos rotos desparramados por el suelo de la selva. La Fuerza se encontraba en todas partes, ¿no?
Estabilizando el vuelo a media altura del dosel que formaba el techo de los árboles, privado incluso de la luz de las estrellas, Anakin se encontró sumido en una oscuridad todavía más completa que antes. Redujo un poco la velocidad; el timón era demasiado tosco para arriesgarse a seguir viajando entre los enormes troncos a pleno impulso. Dejó que la Fuerza guiara la mano que sostenía el timón y rastreó la oscuridad con la mirada buscando cualquier señal de su perseguidor.
Pero volvió a ser su oído el que lo alertó. Algo atravesaba las copas de los árboles tras él, y se le erizó el pelo en la nuca. ¿A qué se enfrentaba? ¿A una nave viviente? ¿A una bestia?
Siguió descendiendo y realizó un giro brusco que le hizo pasar entre dos árboles, aunque rozando uno de ellos. Por un instante, creyó que su maniobra había funcionado, pero entonces oyó que el zumbido cambiaba de dirección hasta situarse detrás de él.
¿Cómo puede ver en la oscuridad?, se preguntó. ¿Mediante infrarrojos? O, dado que los yuuzhan vong sólo utilizaban tecnología viviente, quizá podía olerlo. Fuera como fuera, lo tenía localizado. Y era más rápido que él, aunque menos maniobrable en aquel terreno debido a su mayor tamaño.
Pensaba que a pesar de todo se las estaba arreglando bastante bien para eludirlo, hasta que algo pasó siseando cerca de su oreja. No era una rama, ni nada que pudiera sentir en la Fuerza. Incrementó desesperadamente sus tácticas evasivas, girando y balanceándose tan pegado a los árboles como se atrevía, deslizándose por los espacios más estrechos de que era capaz.
Cosas oscuras pasaron rozándole y se perdieron siseando entre las hojas. Entonces, algo chocó contra el deslizador y lo sujetó con tanta fuerza que lo frenó en seco.
Sin embargo, la inercia hizo que Anakin no se detuviera como su vehículo, sino que se viera lanzado por los aires hacia la noche, convertido en un cohete de carne y hueso. Frenó su velocidad gracias a la Fuerza, y se dejó caer sobre la rama más grande que pudo encontrar cerca.
Se volvió para encontrarse frente a un agujero en la noche.
Un delgado tentáculo surgió restallando de la cosa y se enroscó en su cintura, comprimiéndola dolorosamente. Con un gemido ronco, desenvainó su sable láser, lo conectó y se dispuso a cortar el tentáculo mientras la presión se hacía casi insoportable. Increíblemente, pues no parecía más grueso que su dedo pulgar, resistió el primer corte, aunque cedió al segundo.
Para entonces, Anakin ya había sido arrancado de la rama, y volvió a caer al suelo. Cerró los ojos, tanteó mentalmente en busca de otra rama y la utilizó como trampolín para propulsarse hasta un lugar donde su aterrizaje pasara inadvertido. No lo consiguió. Un tentáculo lo atrapó en pleno aire. Intentó girarse y seccionarlo, pero otro más hizo presa en él. Consiguió cortarlo, pero se dio cuenta que los pedazos no caían, sino que se mantenían enrollados en su cuerpo. Si seguían apretando…
Vio claramente lo que tenía que hacer. La próxima vez que sus pies tocaron una rama, se impulsó hacia lo alto mientras sentía que varios tentáculos pasaban siseando por debajo de su cuerpo. Se apuntó a sí mismo hacia el agujero negro en la Fuerza.
El problema era que no podía calcular un buen lugar en el que aterrizar. Cayó sobre la nave, pero la superficie era desigual y resbaló, rebotó en la popa del vehículo y se deslizó por ella. Mientras caía se agarró a un saliente de la cosa y por un breve instante se sintió desorientado, como si su oído interno le indicara de repente que «abajo» se encontraba en dos direcciones diferentes, como si estuviera en una línea divisoria entre dos gravedades distintas.
Sabía lo que significaba. Fuera lo que fuese aquella cosa, la propulsaba, como a todas las naves yuuzhan vong, un dovin basal, una criatura capaz de generar anomalías gravitacionales. Ahora estaba colgando junto a los impulsores del vehículo.
La nave dio una sacudida y giró lateralmente sobre sí misma. Anakin perdió su asidero, pero ahora sabía donde estaba su fuente de gravedad. Puede que los yuuzhan vong y sus criaturas no existieran en la Fuerza, pero la gravedad sí.
Mientras caía, lanzó su sable láser hacia lo alto y lo guió con la Fuerza. Lo incrustó en el centro de la anomalía gravitacional, y las chispas llovieron sobre él. Mientras Anakin caía a través de la primera capa de ramas, tuvo tiempo de ver cómo su sable láser se convertía en una luminosa bengala púrpura.
Concentrado en su arma, Anakin chocó contra una rama y rebotó como un muñeco de trapo. Intentó concentrarse a pesar del dolor, sintió que el suelo se acercaba velozmente y empujó contra él, empujó, empujó…
Hasta que se estrelló. Sus pulmones se quedaron sin aire a causa del impacto y se hizo un ovillo, abrazándose las piernas, buscando un oxígeno que no encontraba.
* * *
El sol de la mañana encontró a Anakin con el cuerpo convertido en una amalgama de moretones azules y negros, pero todavía vivo. Trepó cautelosamente desde su escondite situado en el hueco de un árbol y echó una mirada alrededor bajo la tenue luz.
La nave yuuzhan vong se había estrellado a unos ochenta metros de distancia. A Anakin le recordó una especie de criatura marina chata y alada, aunque parecía del mismo extraño material orgánico que los coralitas. Había colisionado contra un árbol. La cabina del piloto era una burbuja transparente en su parte superior y su ocupante parecía bastante muerto.
Descubrió que no se había equivocado respecto al dovin basal. Tenía un aspecto similar al más grande que había visto antes, a excepción de un enorme y rezumante tajo en su centro. Su sable láser estaba cerca. Cuando lo recogió e intentó activarlo, vio confirmados sus peores temores… no pasó nada.
—Perfecto —exclamó en voz alta—. Ahora estoy desarmado. Perfecto.
También encontró los restos de su deslizador, todavía con el tentáculo yuuzhan vong pegado a él. No necesitó mucho tiempo para saber que, esta vez, no podía salvar nada.
A partir de ahí, tendría que caminar.