CAPÍTULO 10
Karrde no se desmayó, pero el tiempo pareció dilatarse de forma extraña mientras su arnés intentaba partirlo por la mitad y su nave giraba enloquecidamente, con la energía fluctuando hasta desaparecer, dejando sólo activos los sistemas de emergencia. El compensador inercial se reinició automáticamente y la gravedad artificial volvió a funcionar, pero la pantalla siguió siendo un confuso revoltijo.
—¡Informe de situación! —gritó—. ¿Qué ha pasado?
H’sishi lo miró reacio.
—Daños mínimos a la fragata —dijo—. Nosotros recibimos un impacto bastante duro y estamos un poco renqueantes.
—Pues renquea lejos de ellos —ordenó Karrde—. Salgamos del sistema.
—El motor de hiperimpulso ha sufrido daños graves —señaló Dankin—. No creo que podamos saltar.
—Bueno, aquí seguro que no. Tan cerca de Yavin, no.
—Seguimos siendo más rápidos que sus naves grandes, al menos durante un tiempo. La fragata acabará alcanzándonos, pero dada nuestra ventaja actual les costará por lo menos una hora. No obstante, hay un par de Alas-E que nos darán guerra mucho antes.
—Les deseo suerte —gruñó Karrde.
—Tenemos algunos puntos débiles en el casco —apuntó Shada.
—Por eso tenemos que barrerlos del espacio, querida Shada.
—Y nuestros escudos…
—Resistirán el tiempo suficiente.
—¿Suficiente para qué? —preguntó Shada—. Sin motor hiperespacial…
De repente, H’sishi soltó un gruñido de satisfacción.
—¿Qué ocurre, H’sishi?
—Puedo darte algo mejor que un motor hiperespacial, capitán —anunció el togoriano.
—¿Y qué puede ser eso?
—El resto de nuestra flota, señor —su sonrisa era tan amplia que casi partía su cabeza por la mitad.
—¿Preguntabas qué estaba esperando, Shada? Nunca he dudado que los dioses me favorecerían. ¿A qué distancia se encuentran?
—Ummm, urrr… Dos horas al menos, señor.
—Bien —dijo Karrde alegremente—. Entonces, admito sugerencias sobre cómo estirar los… ¿qué tenemos ahora, ocho minutos de margen…? Pues cómo estirar esos ocho minutos hasta las dos horas que necesitamos.
El casco sufrió una sacudida.
—Tenemos encima los Alas-E, señor —informó Dankin.
—Bueno, no los hagamos esperar. Demostrémosles lo que les tiene reservado este viejo transporte. Shada, el puente es tuyo.
—¿Te marchas en medio de un combate?
—No durará mucho. Avisadme cuando estemos al alcance de esa fragata. Ahora necesito hablar con Solusar.
* * *
Cuatro horas después, un cansado Imsatad aparecía en la pantalla de Karrde.
—Karrde, usted es un estúpido —masculló.
—¿Eso en qué lo convierte a usted, capitán? —contraatacó Karrde—. En cualquier caso, hemos invertido las posiciones. Ahora tengo una potencia de fuego mucho mayor que la de su pequeña flotilla.
—Como me dijo hace apenas unas horas, a pesar de toda su potencia de fuego sigue aquí, lo que significa que todavía tiene asuntos pendientes en el sistema —observó Imsatad—. ¿Qué quiere?
—Según mis cuentas, siguen perdidos cuatro Jedi jóvenes. No sabrá nada de ese tema, ¿verdad?
—Sinceramente, no.
—A veces puedo ser un hombre muy serio, capitán Imsatad, y ésta es una de esas veces —Karrde se puso en pie y se cogió las manos en la espalda—. Di mi palabra de que pondría a esos maestros y estudiantes Jedi a salvo de escoria como usted, y pienso cumplirla. No sólo algunos, sino todos.
—Está poniendo en peligro nuestro trabajo —protestó Imsatad—. Los yuuzhan vong no se detendrán ante nada hasta que tengan en su poder a todos los Jedi. Si hacemos ese trabajo por ellos, si les mostramos nuestra buena fe…
Karrde lo cortó con una risita mordaz.
—Los yuuzhan vong han conquistado la mitad de nuestra galaxia sin que mediara ninguna provocación. ¿Eso nos obliga a demostrarles nuestra buena fe?
—Escuche, Karrde, yo estaba en Dantooine con el ejército y vi de qué son capaces. No podemos detenerlos, simplemente no podemos. Se trata de simple y pura supervivencia. Además, ¿quién dice que no los provocamos? Los Jedi empezaron esta guerra, y los Jedi siguen provocándola.
Karrde suspiró y volvió a su asiento. Tamborileó con los dedos en el antebrazo.
—No sé si realmente se cree toda esa basura y no me importa. Pero me alegra que se preocupe por la supervivencia, porque ahora se enfrenta a una crisis de ese tipo.
—Si supone que tengo a sus Jedi perdidos, no se atreverá a destruir mis naves —desafió Imsatad levantando orgullosamente la barbilla.
Karrde hizo una señal y Kam Solusar entró en el campo de visión de la cámara de comunicaciones.
—Permítame que los presente. Éste es Kam Solusar, uno de los maestros de la academia Jedi, cuyas clases ha interrumpido tan bruscamente. Es un Jedi y puede sentir la presencia de los suyos, ¿lo sabía?
Los ojos de Imsatad pasaron rápidamente de uno a otro.
—Algo había oído.
—En su nave no viaja ninguno de los niños, capitán —dijo Solusar con una voz que helaba la sangre—. Nada nos impide vaporizarlo a usted.
Imsatad pestañeó, dos veces.
—Hago lo que tengo que hacer por el bien de la galaxia —respondió por fin.
—Sí, conozco esa cantinela —reconoció Karrde—. Personalmente, creo que le haría mucho bien a la galaxia si lo convirtiera en polvo estelar.
—¿Qué quiere? —preguntó Imsatad cansinamente, masajeándose la frente.
—Quiero que aterricen todas sus naves para organizar una búsqueda una por una.
Imsatad se encogió de hombros.
—No tengo los niños que busca, pero si no se lo cree puede registrar mis naves. Necesito ocho horas para que aterricen todas.
—Tiene cinco —Karrde hizo una señal para indicar que cortasen la conexión.
—Oculta algo, puedo sentirlo —dijo Solusar.
—¿Crees que podría derrotarnos si entablamos combate?
—No, eso es lo más extraño. Se siente completamente derrotado, pero oculta algo acerca de Anakin y los demás.
—¿De verdad crees que siguen vivos?
—Anakin sí, de eso estoy seguro. Y Tahiri. Y si ellos están vivos, Sannah y Valin también deben estarlo. Al fin y al cabo, la Brigada de la Paz vino a capturarlos, no a matarlos.
Karrde asintió pensativo con la cabeza.
—Ordenaré que la Formación del Idiota se acerque a nosotros. Se trata de una corbeta y su capitana es de las mejores. Quiero que los niños que llevamos a bordo sean llevados a salvo hasta Coruscant.
—Una idea excelente… Aunque en Coruscant tampoco estarán muy seguros, no por mucho tiempo.
—No. Pero Luke Skywalker tiene otro plan para eso.
—Yo me quedaré hasta que encontremos al resto —dijo Solusar.
—Lo suponía. ¿Y Tionne?
—Los niños sólo necesitan a uno de nosotros.
—Está bien. Prepararé el traslado.
—No te he dado las gracias —Solusar extendió la mano—. Me alegro de no haberte matado en cuanto te vi.
Karrde sonrió tan abierta como irónicamente y estrechó la mano tendida.
—El regalo perfecto para la ocasión perfecta. Eso eres tú, Solusar.
—Engendro de sith —maldijo Shada en el puente.
—¿Qué? ¿Qué ocurre ahora?
—Karrde, si piensas sacar a esos niños del sistema, sugiero que te des prisa.
—¿Qué? ¿Más naves de la Brigada de la Paz? —contempló fijamente los sensores de largo alcance. En ellos estaban apareciendo puntitos luminosos… muchos puntitos—. ¿Qué tenemos ahí, H’sishi?
El táctico la miró sombrío.
—Yuuzhan vong, señor, montones de señales. Por lo menos, dos equivalentes a nuestras naves de guerra y muchísimas más pequeñas.
Karrde aferró el respaldo de su asiento hasta que los nudillos se le quedaron blancos, maldiciendo internamente pero intentando mantener una expresión tranquila.
—¿Cuánto tiempo?
—No más de una hora, señor.
—Más que suficiente para que la Formación del Idiota pueda escapar. Transbordad a los niños y que la acompañe la Desfallecida.
—¿Y nosotros? —preguntó Shada.
—No podemos presentar batalla, son demasiados —reconoció Karrde.
—Anakin y los demás siguen allí abajo —intervino Solusar—. Si estás pensando abandonarlos…
Karrde lo cortó con un movimiento de la mano.
—No pienso hacerlo. Si nos vamos del sistema, se asentarán de tal forma que necesitaríamos toda la flota de la Nueva República para arrancarlos de aquí, así que cambiaremos de táctica. Y necesitamos refuerzos. Shada, vete con la Formación del Idiota y vuelve con todos los que puedas.
—Estás loco si piensas que voy a dejarte aquí.
—No te preocupes por nosotros, estaremos bien. Yavin es un sistema enorme y tenemos nuestros recursos. Si los yuuzhan vong planean ocupar Yavin 4, podremos ponerles las cosas difíciles. A estas alturas, Shada, ya deberías saber que si soy bueno en algo, es sobreviviendo. Ahora, vete. No tenemos tiempo de discutir.
—Volveré —prometió Shada.
—Estoy seguro. Y yo estaré aquí para darte la bienvenida. Ahora, en marcha.