CAPÍTULO 17
Anakin se hundió todavía más bajo las raíces de un árbol del pantano, sumergiéndose en el agua hasta la barbilla, vigilando el cielo a través de la retorcida vegetación que lo ocultaba. Durante largos momentos creyó que podía haberse equivocado, que el ruido procedente de lo alto sólo existió en su imaginación, pero entonces vio pasar sobre el fétido lago en forma de «U» donde se había refugiado una sombra demasiado grande para pertenecer a un ave nativa.
Su mano aferró automáticamente el inútil sable láser antes de acordarse y soltarlo.
Hacía tres días que esquivaba a los equivalentes yuuzhan vong de los deslizadores. Y su familiaridad con los sonidos de aquella selva lunar le había ayudado mucho: los lejanos e irritados lamentos de las woolamandras o el vuelo de un grupo de crías de halcones-cometa habían sido sus mejores aliados, advirtiéndolo de la proximidad de las patrullas muchos kilómetros antes de que pasaran sobre su cabeza. Aún así, a medida que se acercaba al emplazamiento de la academia, aumentó la frecuencia de las patrullas. No creía que los vuelos fueran al azar, sino formaban alguna pauta, una especie de espiral que nacía en la nave que había derribado con el sable láser.
Bueno, al menos ahora se lo pensaría dos veces antes de propinar un tajo a un dovin basal. Por lo que podía deducir, su arma había traspasado la parte de esa cosa que manipulaba la gravedad; eso había hecho que el cristal de su sable se alterase sutilmente para luego fundiese con la energía generada. Era una noticia buena y mala simultáneamente. En los viejos templos massassi de Yavin 4 habían encontrado cristales, y los habían utilizado para crear sables láser. Desgraciadamente, cada vez eran más escasos y prácticamente los daban por agotados.
Se aferró con un suspiro al bastón de madera que se había hecho con el cuchillo. Dudaba que le sirviera de mucho contra una armadura yuuzhan vong, pero era mejor que nada. Poco antes había encontrado unos cuantos hongos explosivos, una planta local que podía generar una explosión considerable una vez secada. En su estado natural no podían utilizarse; así que los había escondido entre tierra seca antes de ocultarse allí.
Se sentó, esperando a que volviera la sombra e intentó no pensar en lo que haría cuando por fin llegase hasta Tahiri y sus captores. ¿Cuántos yuuzhan vong habría en el planeta? ¿Por qué seguirían aquí?
Buenas preguntas, pero irrelevantes si Anakin Solo moría en el camino o era capturado por sus enemigos.
Pronto tendría que enfrentarse a las respuestas, por supuesto. Según sus cálculos, sólo se encontraba a unos veinte kilómetros de la academia.
Estaba tan ocupado vigilando el cielo, que no vio las ondulaciones de una estela en el agua hasta que fue casi demasiado tarde.
Incluso entonces, pensó que la provocaba uno de los enormes e inofensivos crustáceos con los que se había alimentado desde que se vio obligado a proseguir su viaje por tierra. Pudo vislumbrar una concha jaspeada que se le acercaba. Esos crustáceos sólo medían un metro de largo, y de repente comprendió que aquella criatura sobrepasaba los tres metros.
Bajó el extremo afilado del bastón, pero le fue rápidamente arrebatado de las manos por un fuerte tirón. La cabeza de la criatura emergió de las aguas, una pesadilla de mandíbulas y dientes en forma de gancho que lo buscaban ansiosamente. Por un instante se quedó paralizado por el miedo y la sorpresa, pero entonces envolvió aquella masa asesina con la Fuerza y empujó. Pudo verlo bien cuando fue arrojado hacia atrás, alzándose sobre la superficie: plano, ancho y segmentado, con miles de patas agitándose en el aire.
Cayó sobre el agua a unos cien metros de distancia, e inmediatamente volvió a nadar en dirección a Anakin. Éste salió enseguida del agua.
Oyó una voz tras él hablando en un idioma que no comprendía. Giró sobre sus talones y vio una nave yuuzhan vong con uno de sus flancos abiertos. Un guerrero salía de ella.
El guerrero dudó un segundo y volvió a entrar en su vehículo. Mientras se alzaba en el aire, Anakin soltó una maldición y corrió. Sólo se detuvo un instante para recoger la mochila.
* * *
La nave lo siguió, pero manteniendo la distancia. La adrenalina hacía que la sangre de Anakin hirviera, pero su mente permanecía curiosamente tranquila. Cortó a través de la maleza buscando una cueva, las ruinas de un templo, cualquier cosa que le permitiera ocultarse de su perseguidor. La fatiga se desprendía de él como las células muertas en un tanque bacta y la Fuerza fluía por su interior como un río desbocado, casi aterrorizándolo con su crudo y exultante poder.
Nunca había vivido una situación así, nunca había sido tan consciente de todo cuanto lo rodeaba. ¡Yavin 4 estaba tan vivo…!
Y en esa matriz de Fuerza viviente, pulsante, los vehículos yuuzhan vong eran burbujas de nada. Los Jedi habían aprendido a detectarlos no detectándolos, pero antes siempre era un problema de concentración: si se concentraba en algo que podía ser yuuzhan vong y no sentía nada, es que lo era.
Ahora se trataba de algo completamente distinto. Era como si repentinamente pudiera notar los espacios existentes entre las palabras, era algo frágil, algo que probablemente nunca habría visto de no buscarlo, algo que podría escapársele si no se concentraba lo suficiente.
Pero, por desgracia, en aquel momento no tenía mucho tiempo para pensar. Supo que el primer yuuzhan vong estaba allí antes de verlo. El guerrero surgió de detrás de un árbol, alto, con su serpentino anfibastón en posición de guardia. Le faltaban dos dedos y le habían cortado la oreja hasta la raíz. Llevaba la habitual armadura de cangrejo vonduun y exhibía una expresión satisfecha.
Anakin arrancó una pesada rama de árbol ya podrida, y la lanzó hacía el guerrero con algo más que la simple fuerza de la gravedad. El yuuzhan vong era rápido y casi la esquivó, pero el «casi» no fue suficiente y media tonelada métrica de madera lo aplastó contra el suelo. Anakin no sabía si el guerrero estaba vivo o muerto, herido o simplemente aturdido, pero tampoco le importaba. Se concentró un instante buscando una forma de alejarse de las burbujas de «nada» que reptaban por los límites de sus sentidos expandidos y confluían hacia él cerrando un inmenso cerco.
El próximo yuuzhan vong lo cogió por sorpresa. Extendió al máximo su anfibastón y barrió el camino trazando un arco para golpear a Anakin debajo de las rodillas. El dolor trazó un surco de dolor en sus espinillas mientras se sumergía de un salto en la espesura del bosque y caía al suelo tres metros más allá. El yuuzhan vong cargó contra él, retrayendo su arma pero preparado para desplegarla una vez más. Anakin dio media vuelta para enfrentarse a él y esperó a que el guerrero activase su arma con un chasquido peculiar de la muñeca. A medio camino entre la rigidez y la flexibilidad, el anfibastón trazó un arco sobre el hombro de Anakin y sus colmillos venenosos apuntaron a un punto por encima de su cintura.
Anakin no intentó detener la mordedura. De hacerlo, el anfibastón se enrollaría alrededor de su bastón y de todos modos encontraría su objetivo. En cambio saltó hacia el guerrero, un poco a la izquierda, aproximándose tan rápidamente que éste no pudo reaccionar a tiempo e impedir que el bastón de madera lo golpeara dolorosamente en el hombro. Anakin se agachó y dirigió la punta de su arma hacia la axila del guerrero. Impulsó el bastón y su propio cuerpo con la Fuerza, logrando asestar un golpe que lanzó a su enemigo casi verticalmente tres metros en el aire.
Tampoco esperó esta vez para ver el efecto de su ataque. Huyó, mientras abría la mochila y lanzaba al aire los hongos secos que recogiera poco antes. No dejó que cayeran al suelo, sino que los mantuvo flotando suavemente gracias a la Fuerza y los distribuyó en un amplio abanico frente a él. Dos de ellos explotaron al sujetarlos con demasiada firmeza, pero para entonces ya podía concentrarse plenamente y se sentía uno con todo lo que le rodeaba… exceptuando los yuuzhan vong.
Le atacaron un par de guerreros, pero apenas redujo la velocidad mientras lanzaba dos hongos explosivos a cada uno. El primer yuuzhan vong consiguió bloquear uno de los esferoides con su anfibastón, pero la explosión desvió la atención del guerrero y el siguiente le estalló en la cabeza. Su compañero también cayó a causa del estallido, soltando un ronco lamento de rabia.
El cerco se estaba cerrando, pero todavía existía una salida. Anakin podía captar un agujero en la red. Arremetió hacia delante, alzando del suelo una nube de piedras y ramas que se unieron a los restantes hongos. Fue como si un viento tan fuerte como extraño rugiera entre los árboles.
Entonces, algo provocó un ruido sordo en su hombro izquierdo y cayó cuando sus piernas se negaron a obedecerlo. Se derrumbó preguntándose qué había pasado. La selva resonó con las detonaciones de sus hongos explosivos al caer al suelo y estallar.
Intentó sentarse, y fue entonces cuando vio la sangre que salpicaba las hojas muertas y la manga de su traje de vuelo.
Un yuuzhan vong surgió de la maleza sosteniendo algo del tamaño de una carabina, un tubo con una especie de recámara.
Gruñendo, Anakin se esforzó por levantarse. El costado izquierdo de su cuerpo parecía curiosamente entumecido. Miró hacia atrás y descubrió un agujero en su hombro. Sintió que había algo duro en el agujero y lo extrajo.
Era la masa resquebrajada de un caparazón.
Sus piernas amenazaron con fallarle de nuevo. El yuuzhan vong avanzó hacia él apuntándole con su arma y Anakin podía oír al resto de sus enemigos rodeándolo, acercándose.
Extrañamente, seguía sin sentir miedo o rabia. No sentía casi nada, sólo la Fuerza.
Y una presencia familiar no demasiado lejos. No una sola presencia en realidad, sino una que era legión.
—Dos pueden jugar al mismo juego —susurró Anakin.
Dejó caer el arma y alzó las manos.
—Buena jugada la de dispararme por la espalda con un bicho —le dijo al yuuzhan vong—. Muy valiente.
Ahora podía ver a tres o cuatro guerreros con su visión periférica.
No esperaba que ninguno de ellos le contestara, pero uno de ellos lo hizo en básico.
—Soy el comandante de campo Sinan Mat. Saludo tu valentía, Jeedai, pero me disculpo por negarte la muerte en combate.
Un poco más cerca, pensó Anakin. Si no quieren matarme, quizás…
—¿Lucharás conmigo, Sinan Mat? ¿Solos tú y yo?
—Es mi deseo, pero no puede ser. Tengo que llevarte vivo a los cuidadores.
—Lamento oír eso. Y… bueno, si no me hubieras disparado por la espalda me sentiría peor por lo que va a pasar, así que… perdona.
Sinan Mat frunció el ceño y se tocó la oreja.
—El tizowyrm no conoce el significado de esa palabra, perdóname. ¿Qué…?
Entonces sus ojos se abrieron desmesuradamente. El bosque aullaba una canción de muerte.
Los escarabajos-piraña cayeron sobre los yuuzhan vong como una nube. Sinan Mat soltó su arma y se arañó la cara mientras se desintegraba bajo las feroces mandíbulas. Los insectos tampoco perdonaron al resto de los guerreros, y un coro de dolor y rabia se alzó como contrapunto al canto estridente de los escarabajos-piraña.
Anakin recogió su bastón y se alejó cojeando, sabiendo que sus piernas no lo llevarían mucho más allá. Necesitaba encontrar un lugar donde esconderse.
Diez minutos después, se apoyaba pesadamente contra un árbol. En la lejanía, los voraces escarabajos-piraña habían terminado su tarea y ahora, por fin, Anakin sintió que perdía el control sobre la Fuerza. Su hombro parecía estar dándose cuenta de lo que había ocurrido y el dolor era como un líquido ardiente que goteaba sobre sus costillas, y resbalaba por su pecho y su cabeza. Cada paso le provocaba una nueva oleada de vértigo y náusea.
Intentó dar otro y no pudo, se hundió en el musgo con un suspiro. Un pequeño descanso y después…
Una sombra cayó sobre él. Levantó la vista para descubrir que dos guerreros yuuzhan vong lo contemplaban. Obviamente no formaban parte del grupo que había matado.
Apeló a toda su energía e intentó encontrar de nuevo a los escarabajos-piraña, pero ya sólo eran una presencia distante y difícilmente manipulable por la simple voluntad de Anakin.
Un tercer guerrero apareció tras los otros dos. De algún modo, parecía diferente, mutilado como todos los yuuzhan vong que Anakin había visto hasta entonces, pero mucho más grotesco. Al contrario que sus congéneres, éste llevaba las manos vacías.
El recién llegado gruñó algo en su idioma, y los otros se giraron hacia él.
Anakin se preguntó si estaría soñando. Los primeros dos guerreros gruñeron en respuesta al tercero. El joven Jedi conocía el tono, era el que empleaban los yuuzhan vong al hablar de máquinas o aquellas otras cosas que consideraban abominaciones. Era un tono de puro desprecio.
Por un momento, el recién llegado pareció encogerse bajo aquel diluvio de imprecaciones, pero entonces sonrió abiertamente, todo dientes afilados y malicia, y asestó una cuchillada en el cuello a uno de los guerreros con el borde de su mano enguantada. El otro soltó un ronco grito de rabia, bajó el anfibastón y cargó contra el atacante. El guerrero desarmado se apoyó en el bastón de su primera víctima, dio un saltó y propinó al otro un par de puntapiés en la cara.
El primer guerrero intentaba volver a ponerse en pie, presionándose la garganta con la mano. El yuuzhan vong desarmado lo sujetó por el pelo y le metió dos dedos por los ojos, alzándolo del suelo por las cuencas. El guerrero se quedó rígido y cuando el recién llegado lo soltó, cayó al suelo como un peso muerto.
El segundo guerrero no se había incorporado, y Anakin sospechó que se había roto el cuello. El yuuzhan vong desarmado era el único que permanecía en pie. Se sentó en cuclillas junto a Anakin y lo taladró con ojos como pozos infestados de algas.
Parecía… enfermo. Su rango quedaba patente por las cicatrices y el sacrificio de diversas partes de su cuerpo, pero este yuuzhan vong parecía un perfecto ejemplo de que algo podía salir muy mal. El pelo le colgaba en húmedas guedejas, y su rostro y su cuello estaban cubiertos de costras y heridas abiertas. Las cicatrices parecían hinchadas y enfermizas. Excrecencias puntiagudas con aspecto de implantes muertos o agonizantes abultaban en hombros y codos. Apestaba a putrefacción.
Tras observar a Anakin un largo minuto, el yuuzhan vong se levantó, se acercó a uno de los cadáveres y rebuscó algo en su oreja. Arrancó lo que parecía una especie de gusano y lo colocó en su propia oreja o, mejor dicho, en el agujero supurante que alguna vez había sido una oreja. Se estremeció y su cuerpo sufrió un espasmo, como si sintiera un intenso dolor. Un delgado hilo de sangre goteó del orificio.
Retrocedió de nuevo hacia Anakin y le ofreció la mano.
—Me llamo Vua Rapuung, Jeedai. Vendrás conmigo y te ayudaré.