CAPÍTULO 19

Anakin arqueó la espalda e intentó no gritar mientras lo que fuera que el yuuzhan vong le había colocado sobre la herida proyectaba ráfagas cósmicas de dolor por todo su cuerpo.

—Odias el dolor —exclamó Vua Rapuung con evidente aversión.

Anakin no estaba en condiciones de llevarle la contraria, algo que tampoco quería hacer. Apretó los dientes y esperó que todo pasara. Sabía que los yuuzhan vong veneraban el dolor, en ellos y en los demás. Era uno de los muchos dogmas de su religión.

—¿Qué me dispararon? —preguntó en cambio.

—Un nang huí —gruñó el extraño guerrero—. Un insecto explosivo.

—¿Venenoso?

—No.

Los dos estaban sentados en una cueva húmeda oculta tras una cascada, y resbaladiza a causa de los hongos y el musgo.

Era obvio que el yuuzhan vong llevaba oculto allí un par de días porque al llegar había visto varias de sus posesiones repartidas por el lugar, incluida aquella cataplasma que había aplicado al hombro de Anakin. La había separado de una especie de almohadilla rectangular de varios centímetros de espesor, compuesta por muchas capas delgadas de aquel material, como un conjunto de hojas de plastifino. Rapuung había aplicado una de aquellas pieles sobre la herida de Anakin y resultó estar viva, como todo lo que utilizaban los yuuzhan vong. Anakin sintió como se retorcía, buscando penetrar en la herida. Se le ocurrió que el guerrero podía estar envenenándolo o algo todavía peor.

Pero si Vua Rapuung lo quisiera muerto, podría haberlo matado en cualquier momento. Al fin y al cabo había acabado con dos guerreros yuuzhan vong, y Anakin no tenía fuerzas ni para enfrentarse a un wokling.

—Me has salvado la vida —reconoció Anakin a regañadientes.

—La vida no es nada —respondió Vua Rapuung lacónico.

—¿Ah, no? Entonces, ¿por qué te tomas tantas molestias para que conserve la mía?

—Eres Jeedai —los negros ojos de Vua Rapuung brillaron oscuramente—. Intentas llegar hasta los cuidadores. ¿Por qué?

—Tu gente tiene prisionera a una amiga mía. Voy a rescatarla.

—Ah, la Jeedai. Quieres salvarle la vida. Patético. Qué objetivo más patético.

—¿Ah, sí? Bueno, no te pedí ayuda, me la ofreciste tú. Así que explícate o mátame. No tengo tiempo que perder.

—Venganza —susurró Vua Rapuung en voz baja—. Por venganza y para demostrar que los dioses… —Sus ojos se endurecieron y brillaron—. No tengo que contarte nada, humano. No necesito explicarte nada, indigno hijo de las máquinas. —Escupió la última palabra como si acabara de descubrir que su boca estaba llena de veneno—. Sólo necesitas saber eso —continuó—. Seguiré a tu lado o detrás de ti. Tus enemigos son mis enemigos. Mataremos juntos, abrazaremos el dolor juntos, abrazaremos la muerte juntos, si tal es el deseo de Yun-Yuuzhan.

—¿Estás diciendo que me ayudarás a rescatar a Tahiri? —preguntó Anakin dubitativamente.

—Es una meta estúpida. Pero encontrar a la Jeedai servirá a mis propósitos.

Anakin estudió su negra mirada intentando comprender, pero allí no había nada. Nada. El yuuzhan vong parecía más un holograma, una imagen, una apariencia, que una persona. ¿Cómo podía una cosa así tener sentimientos inteligibles? ¿Podría llegar a comprender a una criatura tan extraña sin la Fuerza?

—No lo entiendo —dijo Anakin—. ¿Qué te hizo tu gente? ¿Por qué los odias tanto?

Vua Rapuung le propinó una fuerte bofetada y se puso en pie respirando agitadamente.

—¡No te burles de mí! —chilló—. ¡Tienes ojos! ¡Puedes ver! ¡No te burles de mí! ¡Los dioses no me hicieron esto, no fueron ellos!

Mientras el yuuzhan vong avanzaba hacia él, Anakin alzó una piedra mediante la Fuerza y la impulsó contra el esternón del guerrero. Cogió a Rapuung completamente por sorpresa y lo lanzó contra la pared de la cueva. Cayó al suelo atontado y dolorido.

Anakin volvió a levantar la piedra y la situó sobre la cabeza de Rapuung.

El yuuzhan vong contempló la piedra unos instantes y, de repente, comenzó a agitarse como si sufriera un ataque de fiebre dagobiana del pantano y a emitir unos sonidos roncos.

Anakin tardó medio minuto en reconocer aquel sonido como una risa.

Cuando se tranquilizó, Vua Rapuung lanzó una mirada curiosa al joven Jedi.

—Vi lo que les hiciste a los cazadores, pero… —su rostro volvió a adoptar una expresión severa—. Dime la verdad si puedes, de un guerrero a otro. Entre la casta guerrera circulan rumores. Se dice que vuestros poderes Jeedai provienen de implantes mecánicos. ¿Es cierto? ¿Sois tan enfermizos como para usar algo así?

—Nuestros poderes no se deben a ninguna máquina —Anakin le devolvió la mirada desafiante—. Es más, debéis saberlo porque habéis tenido amplias oportunidades de diseccionar a algunos de los nuestros. Ese rumor es mentira.

—Entonces, ¿tu Maestro Jeedai no tiene una mano mecánica?

—¿El Maestro Skywalker? Sí, pero… ¿Cómo lo sabes?

—Hemos oído muchas historias de conversos y espías. Es verdad, ¿eh? El líder de los Jeedai es en parte máquina —el rostro de Rapuung no hubiera podido mostrar más repugnancia sin alterarlo quirúrgicamente.

—Una cosa no tiene nada que ver con la otra. El Maestro Luke perdió su mano en una gran batalla y la sustituyó por una mecánica. Pero su poder, igual que el mío, fluye de la Fuerza.

—¿Tienes implantes como tu Maestro?

—No.

—¿Los recibirás si asciendes de rango?

—No —Anakin no pudo evitar una breve risita.

Vua Rapuung asintió con la cabeza.

—Entonces, mantengo mi palabra. Lucharemos juntos.

—No, si sigues desbarrando como hace un minuto —contestó Anakin—. Puedo estar herido, pero ya has visto que no me faltan recursos.

—Lo he visto, pero no me desafíes —gruñó Rapuung—. Lo detesto.

—Pues sigue pensando igual. Bien, no dejas de decirme que vamos a luchar juntos, pero no por qué. ¿Puedes explicarme al menos cómo?

—Los cuidadores han plantado cinco damuteks en esta luna. Allí mantienen a tu compañera Jeedai.

De momento, Anakin no pidió la definición exacta de damutek.

—¿Por qué? ¿Qué harán con ella?

La furia asesina flameó de nuevo en los ojos de Rapuung, pero esta vez dominó su arranque.

—¿Quién puede conocer la mente de un cuidador? —dijo suavemente—. Pero puedes estar seguro de que la transformarán.

—No lo entiendo. ¿Qué es un cuidador?

—Tu ignorancia es… —Rapuung se contuvo, pestañeó lentamente una, dos, tres veces y comenzó de nuevo—. Los cuidadores son una casta. La casta más cercana al gran dios Yun-Yuuzhan, que formó el universo de su cuerpo. Ellos conocen el sentido de la vida, ellos satisfacen nuestras necesidades.

—¿Bioingenieros? ¿Científicos?

Rapuung lo contempló fijamente durante un segundo.

—El tizowyrm que traduce para mí no conoce el sentido de esas palabras. Sospecho que son obscenas.

—No importa. Tu gente intentó quebrantar la voluntad de un Jedi llamado Miko Reglia mediante un yammosk. Y también lo intentaron con otro Jedi llamado Wurth Skidder. ¿Qué crees que le harán a Tahiri?

—No me importa lo que le hagan a tu Jeedai, pero lo que describes es… —hizo una mueca—. Una vez conocí a un cuidador que hablaba de cosas así, de guerreros que se creían capaces de realizar la tarea de los cuidadores, tal como las describes. Pero quebrantar no es crear, no es moldear. Es mera parodia. Los cuidadores crean nuestras mundonaves, crean los yammosk. No intentarán quebrantar la voluntad de tu Jeedai… La moldearán a su antojo.

Un escalofrío recorrió la espalda de Anakin y recordó su visión de una Tahiri más vieja. Y supo lo que le harían. Y que, si él fallaba, tendrían éxito.

Lo que Rapuung le ofrecía podía ser un truco cruel, podía formar parte de algún plan maquiavélico, pero Anakin tenía que correr el riesgo. Sin poder recurrir a la Fuerza para que lo guiase, no podía estar seguro de si el yuuzhan vong le estaba diciendo la verdad. Pero no era momento para vacilaciones. Cualquier recurso que lo acercase a Tahiri merecía la pena, aunque aquello significara dejar la iniciativa en manos de alguien en quien no confiaba.

—De acuerdo —aceptó—. Pero volvamos atrás un momento, mencionaste algo llamado damutek…

—Es el recinto sagrado donde viven y trabajan los cuidadores.

—¿Cuántos damuteks hay? ¿Y cuántos cuidadores?

—No lo sé con seguridad. Unos doce, si cuentas a los iniciados.

—¿Ésos son todos? ¿No hay más vong en este mundo?

Rapuung gruñó algo que Anakin no entendió. No parecía tan enfadado como genuinamente asombrado.

—No… nunca hables de nosotros en esos términos —escupió—. ¿Cómo puedes ser tan ignorante? ¿O es que deseas insultarnos?

—Esta vez no —respondió Anakin.

—Usar únicamente la palabra vong es un insulto. Implica que la persona a la que te diriges no tiene el favor de los dioses, ni parentesco con ninguna familia.

—Lo siento.

Rapuung no contestó, sólo contempló fijamente la selva exterior.

—Debemos marcharnos —dijo finalmente—. He conseguido ocultar nuestro olor de los rastreadores, pero si nos quedamos aquí terminarán por encontrarnos.

—De acuerdo —aceptó Anakin—. Pero, dime, ¿cuántos yuuzhan vong crees que hay en total en esta luna?

Vua Rapuung lo pensó brevemente.

—Mil, quizás. Y más en el espacio.

—¿Y tendremos que combatir contra todos ellos para llegar hasta Tahiri?

—¿No era ése tu plan? —contrarrestó Rapuung—. ¿Es que la cantidad significa algo para ti?

—Sólo por lo que respecta a la táctica —respondió Anakin agitando la cabeza—. Tahiri está allí, así que la encontraré y la rescataré, sin importar cuántos yuuzhan vong tenga que matar en el intento.

—Muy bien. ¿Ya puedes caminar?

—Puedo, y pronto podré correr. Dolerá, pero podré hacerlo.

—La vida es sufrimiento —sentenció Vua Rapuung—. En marcha.