CAPÍTULO 1
Luke Skywalker se irguió frente a los Jedi allí reunidos, con el rostro sereno y más rígido que el duracero. La postura de los hombros, los gestos precisos, la intensidad y el timbre de todas y cada una de sus palabras confirmaban su confianza y su control.
Pero Anakin Solo sabía que todo aquello era puro teatro. La rabia y el miedo inundaban la sala, pareciendo someterla a cien atmósferas de presión bajo las que el Maestro Skywalker parecía a punto de desmoronarse. Anakin sintió que la esperanza se desvanecía y aquello era lo peor que había sentido nunca. Y eso que en sus dieciséis años había experimentado cosas horribles.
Esa percepción no duró mucho. Nada se había roto, sólo torcido, y poco a poco se iba enderezando. El Maestro Skywalker volvió a ser tan fuerte y seguro en la Fuerza como aparentaba serlo a ojos de los demás. Anakin supuso que nadie más se había dado cuenta.
Pero él sí. Lo inconmovible se había conmovido. Y eso jamás lo olvidaría; otra de las muchas cosas que parecían eternas se había evaporado de repente, otro deslizador había desaparecido bajo sus pies, dejándolo tumbado de espaldas en el suelo y preguntándose qué había pasado. ¿Es que nunca aprendería?
Se obligó a centrar su helada mirada azul en el Maestro Skywalker, en el familiar rostro endurecido por las cicatrices. Más allá, la eterna luz de Coruscant entraba en la sala a través de una enorme ventana de transpariacero. Contra aquellos edificios ciclópeos y esos fluyentes senderos de luz, el Maestro parecía distraído, incluso frágil.
Anakin se distanció de sus temores concentrándose en las palabras de su tío.
—Kyp, comprendo cómo te sientes —decía el Maestro Skywalker.
En cierto sentido, Kyp Durron era más sincero que Skywalker. La rabia que anidaba en su corazón se reflejaba claramente en su rostro. Si los Jedi fueran un planeta, el Maestro Skywalker se encontraría en un polo irradiando calma y Kyp Durron en el otro, con los puños apretados de furia.
Cerca del ecuador, el planeta empezaba a hacerse pedazos.
Kyp dio un paso adelante, pasándose la mano por el corto pelo oscuro ribeteado de plata.
—Maestro Skywalker, dudo que sepas cómo me siento. Si lo supieras, lo sentiría en la Fuerza. Todos podríamos sentirlo. En cambio, escondes tus sentimientos.
—No he dicho que sienta lo mismo —corrigió Luke suavemente—, sólo que lo comprendo.
—Ah —cabeceó Kyp levantando un dedo y señalando con él a Skywalker, como si repentinamente entendiera su punto de vista—. ¡Quieres decir que me comprendes con el intelecto, no con el corazón! ¿Los Jedi que has entrenado y motivado están siendo perseguidos, asesinados a todo lo largo y ancho de la galaxia, y tú lo «comprendes» como quien comprende una ecuación? ¿Acaso no te bulle la sangre? ¿Acaso no te sientes impulsado a hacer algo al respecto?
—Claro que quiero hacer algo al respecto, por eso he convocado esta reunión —admitió Luke—. Pero la rabia no es la respuesta, el ataque no es la respuesta y la venganza no es, por supuesto, la respuesta. Somos Jedi. Defendemos, apoyamos…
—¿A quién defendemos? ¿Qué apoyamos…? ¿Defendemos a todos los que rescataste de las atrocidades de Palpatine? ¿Apoyamos a la Nueva República y a sus buenas gentes? ¿Protegemos a aquéllos por los que hemos derramado sangre, una y otra vez, por la paz y el bien de la mayoría? ¿A los mismos cobardes pusilánimes que ahora nos difaman, nos persiguen y nos sacrifican a sus nuevos amos, los yuuzhan vong…? Nadie quiere nuestra ayuda, lo que quieren es vernos muertos y enterrados. Yo digo que ya es hora de que nos defendamos. ¡Los Jedi para los Jedi!
Los aplausos atronaron en la sala… no ensordecedores, pero tampoco triviales. Anakin hubo de admitir que las palabras de Kyp tenían cierto sentido. ¿En quién podía confiar ahora un Jedi? Parecía evidente que sólo en otro Jedi.
—¿Qué deberíamos hacer entonces, Kyp? —preguntó Luke.
—Ya lo he dicho. Defendernos. Combatir el mal, tome la forma que tome y en cualquier lugar donde se presente. No permitir que la lucha llegue hasta nosotros y nos pille en nuestras casas, desprevenidos o dormidos con nuestros hijos. Tenemos que salir, buscar y encontrar al enemigo. Una ofensiva contra el mal es una forma de defensa.
—En otras palabras, tendríamos que hacer lo que tus hombres y tú habéis estado haciendo.
—Yo diría que tendríamos que hacer lo que tú hiciste cuando combatiste al Imperio.
—En aquel entonces era joven y no comprendía muchas cosas —señaló Luke suspirando—. La agresión es un camino que conduce al Lado Oscuro.
Kyp se frotó la mandíbula y sonrió brevemente.
—Y nadie lo sabe mejor que aquél que regresó de ese Lado Oscuro, ¿verdad, Maestro Skywalker?
—Exactamente —replicó Luke—. Caí en él, pero supe reaccionar. Como tú, Kyp. Ambos, cada uno a nuestro estilo, creímos ser lo bastante sabios y ágiles como para caminar por el filo de un láser sin quemamos. Ambos nos equivocamos.
—Pero regresamos.
—Por poco. Con mucha ayuda y amor.
—Es cierto. Pero hubo más que lo consiguieron. Kam Solusar, por ejemplo, por no mencionar a tu propio padre…
—¿Qué pretendes decir, Kyp? ¿Que es fácil regresar del Lado Oscuro y que eso justifica correr el riesgo?
Kyp se encogió de hombros.
—Pretendo decir que la línea que separa la luz y la oscuridad no es tan fina como intentas hacernos creer, ni se encuentra allí donde quieres trazarla —entrelazó los dedos de ambas manos y apoyó la barbilla en ellos—. Dime, Maestro Skywalker, si un hombre me ataca con un sable láser, ¿puedo defenderme con el mío para que no me corte la cabeza? ¿Sería eso demasiado agresivo?
—Claro que puedes defenderte.
—Y después de defenderme, ¿puedo responder a su ataque? ¿Puedo devolver los golpes? En caso negativo, ¿para qué nos enseñan entonces técnicas de combate con sable láser? ¿Por qué no aprendemos únicamente a defendernos hasta que el enemigo nos arrincone, nuestros brazos se cansen y uno de sus ataques termine por atravesar nuestra guardia? A veces, Maestro Skywalker, la mejor defensa es un ataque. Lo sabes tan bien como cualquiera.
—Eso es verdad, Kyp. Lo sé.
—Pero tú renuncias a la lucha, Maestro Skywalker. Bloqueas y te defiendes, pero nunca devuelves los golpes. Entretanto, las espadas dirigidas contra ti se multiplican. Y estás empezando a perder, Maestro. Una oportunidad perdida y Daeshara’cor yace muerta. Otra brecha en tu defensa y Corran Horn es calumniado, señalado como el destructor de Ithor y enviado al exilio. Renuncias a atacar y Wurth Skidder se une a Daeshara’cor en la muerte. Un aluvión de fallos mientras un millón de hojas láser convergen hacia ti y ahí va Dorsk 82, y Seyyerin Itoklo, y Swilja Fenn, ¿y quién sabe cuántos más habrán caído sin saberlo nosotros o caerán mañana? ¿Cuándo atacarás, Maestro Skywalker?
—¡Esto es ridículo! —restalló una voz femenina a medio metro de la oreja de Anakin. Era su hermana, Jaina, con la cara enrojecida por su volcán interior—. Kyp, como te pasas la mayor parte del tiempo jugando con tu escuadrón a ser héroe, quizá no te hayas enterado de las últimas noticias, quizá te creas tan importante que pienses que tu manera de hacer las cosas es la única posible. Mientras tú andabas por ahí fuera disparando tus cañones láser, el Maestro Skywalker trabajaba callada y esforzadamente para asegurarse de que no todo se hiciera pedazos.
—Sí, y ya veo lo mucho que ha conseguido —contraatacó Kyp—. Duro, por ejemplo. ¿Cuántos Jedi se vieron involucrados? ¿Cinco? ¿Seis? Y ninguno de vosotros, incluido el Maestro Skywalker, olió la traición hasta que fue demasiado tarde. ¿Por qué no os guió la Fuerza? —hizo una pausa y se golpeó la palma de una mano con el otro puño para dar más énfasis a sus palabras—. ¡Porque actuáis como niñeras, no como guerreros Jedi! Incluso he escuchado con mis propios oídos que uno de vosotros se negaba a recurrir a la Fuerza.
Miró significativamente al hermano gemelo de Jaina, que seguía sentado con una expresión pétrea en su rostro.
—No metas a Jacen en esto —gruñó Jaina.
—Por lo menos, tu hermano fue honrado negándose públicamente a utilizar su poder —arguyó Kyp—. Equivocado, pero honrado. Y al final, cuando no le quedó más opción, recurrió a él. El resto de este grupo no tiene ninguna excusa para ser ambivalente. Si salvar la galaxia de los yuuzhan vong no os parece una causa lo bastante buena como para utilizar nuestro verdadero poder, aceptad que lo sea la autoconservación.
—¡Los Jedi para los Jedi! —gritó Octa Ramis, todavía atenazada por el dolor de la pérdida de Daeshara’cor.
—Intento preservar la galaxia tanto como a nosotros mismos —explicó Luke—. Si para ganar la guerra con los yuuzhan vong tenemos que pagar el peaje de recurrir a los poderes del Lado Oscuro, no podremos considerarlo una victoria.
Kyp hizo rodar sus ojos y cruzó los brazos.
—Sabía que venir hasta aquí era un error —terminó diciendo—. Cada segundo que hablo contigo, es un segundo perdido sin disparar un torpedo contra los yuuzhan vong.
—Si estabas tan seguro, ¿por qué has venido?
—Porque creí que a estas alturas hasta tú verías la pauta, Maestro Skywalker. Tras meses y meses de cruzarnos de brazos, de ver cómo mengua nuestro número, de escuchar las mentiras que circulan sobre los Jedi desde el Núcleo hasta el Borde Galáctico, creí que por fin habías decidido que era hora de actuar. Vine para escucharte decir «¡Basta!», Maestro Skywalker, para ver cómo unías a los Jedi y los liderabas en una causa justa. En cambio, sólo oigo las mismas vacilaciones de las que ya estoy más que harto.
—Al contrario, Kyp. He convocado esta reunión para tomar decisiones sobre cómo debemos afrontar la crisis.
—Esto no es una crisis, es una matanza —escupió Kyp—. Y sé cómo debo actuar, exactamente como he estado actuando hasta ahora.
—La gente está aterrorizada, Kyp. Vive una pesadilla, igual que nosotros. Sólo quiere despertar.
—Sí. Y mientras no despiertan, alimentan a los monstruos de su pesadilla con todo lo que les piden. Androides, ciudades, planetas, refugiados… y ahora Jedi. Al negarte a actuar contra esa traición, Maestro Skywalker, estás peligrosamente cerca de tolerarla.
—¡Mierda de bantha! —explotó Jacen, rompiendo por fin su silencio—. El Maestro Skywalker no se siente satisfecho. Ninguno de nosotros se siente así, pero el tipo de agresión que tú propugnas es…
—¿Eficaz? —terminó Kyp, sonriendo con desprecio.
—¿Lo es? —replicó Jacen desafiante—. ¿Qué habéis conseguido realmente tu escuadrón y tú? ¿Acosar a unas cuantas naves de abastecimiento yuuzhan vong? Entretanto, nosotros hemos salvado a decenas de miles de…
—¿Salvado para qué? ¿Para que puedan huir de planeta en planeta hasta que no quede ninguno donde ir? Tú, Jacen Solo, tú que te negaste a utilizar la Fuerza, ¿te atreves a darme lecciones a mí acerca de lo que es eficaz y lo que no lo es?
—Si algo no es eficaz, es ese argumento —intercedió Luke—. Necesitamos calmarnos, necesitamos pensar racionalmente.
—No estoy seguro de que sea eso lo que necesitamos —protestó Kyp—. Mirad a dónde nos ha llevado vuestra política racional. Estamos solos, ¿es que no os dais cuenta? Todos están contra nosotros.
—Exageras.
Anakin desvió su mirada hacia la nueva oradora, Cilghal. La cabeza del mon calamari se balanceaba pesarosa, mientras sus bulbosos ojos vagaban por toda la sala.
—Todavía nos quedan muchos aliados —afirmó Cilghal—. Tanto en el Senado como entre las distintas razas de la Nueva República.
—Si por aliados te refieres a seres sin agallas para respaldamos, sí, los tenemos —aceptó Kyp irónicamente—. Pero sigue confiando en ellos y verás como los Jedi siguen siendo capturados o asesinados. Quédate aquí meditando y esperando, si quieres, que yo no pienso hacerlo. Sé cuál es la guerra que debo librar y dónde librarla.
Dio media vuelta sobre sus talones y se dirigió hacia la salida.
—¡No! —susurró Jaina a Anakin—. Si Kyp se va, muchos se irán con él.
—¿Y qué? —dijo Anakin—. ¿Tan segura estás de que se equivoca?
—Por supuesto que… —calló de repente, hizo una pausa y volvió a empezar—. Si los Jedi se dividen, todos saldremos perjudicados. Vamos, tenemos que intentar ayudar a tío Luke.
Jaina siguió a Kyp fuera de la sala, y Anakin la acompañó un segundo después. Tras ellos, el debate se reanudó en términos mucho menos exaltados.
Kyp se volvió hacia ellos mientras se acercaban.
—Anakin, Jaina, ¿qué queréis?
—Meter un poco de sentido común en tu cabezota —respondió Jaina.
—Tengo mucho sentido común, y vosotros dos deberíais saberlo. ¿Cuándo habéis desertado de una batalla? No sois de los que se cruzan de brazos mientras otros combaten.
—Nunca lo hemos sido —estalló Jaina—. Tampoco Anakin, ni tío Luke…
—Ahorra saliva, Jaina, siento el mayor respeto hacia el Maestro Skywalker… pero se equivoca. Ni él ni yo podemos ver a los yuuzhan vong en la Fuerza, pero no necesito hacerlo para saber que representan el mal, para saber que hay que detenerlos a toda costa.
—¿No puedes escuchar lo que tío Luke tiene que decir?
—Ya lo he hecho, pero no ha dicho nada que me interese —Kyp agitó tristemente la cabeza—. Vuestro tío ha cambiado. Algo les pasa a los Maestros Jedi cuando profundizan en la Fuerza, algo que no me pasará a mí. Se preocupan tanto por la frontera entre la luz y la oscuridad que se vuelven incapaces de actuar, que sólo reaccionan. Como Obi-Wan Kenobi cuando se enfrentó a Darth Vader… no hizo nada, dejó que lo matara para ser uno con la Fuerza y dejó que Luke se enfrentase solo a todos los riesgos morales.
—No es así como lo cuenta el tío Luke.
—Tu tío estuvo demasiado implicado para darse cuenta. Y ahora se ha convertido en Kenobi.
—¿Qué quieres decir exactamente? —preguntó Jaina—. ¿Que tío Luke es un cobarde?
Kyp se encogió de hombros y dejó escapar una leve sonrisa.
—Cuando es él mismo, no, pero cuando recurre a la Fuerza… —hizo un vago gesto con la mano—. Preguntadle a vuestro hermano Jacen… A mí me parece que le están saliendo canas antes de hora por culpa de ese asunto. Toda la galaxia se desmorona a su alrededor y él se pone a meditar sobre filosofía teórica.
—Tú mismo has reconocido que al final utilizó la Fuerza —señaló Jaina.
—Para salvar la vida de su madre, según he oído, y aún así estuvo a punto de no hacerlo. ¿Cuánto tiempo tuvo que pasar ella en un tanque bacta?
—Pero la salvó, y a mí también.
—Por supuesto, pero, ¿no podía haber recurrido a la Fuerza para salvar duros y en cambio no lo hizo? Dejando aparte que dispuso de amplias oportunidades para hacerlo antes, la respuesta es evidente: sí. Así pues, ¿no fue una especie de respeto universal por preservar la vida o algo parecido lo que lo impulsó a romper su autoimpuesta prohibición?
—No —susurró Anakin.
—¡Anakin! —exclamó Jaina.
—Es cierto —replicó Anakin—. Me alegra que lo hiciera, y me alegró que castigase al Maestro Bélico yuuzhan vong, aunque ahora quiera vengarse de la afrenta pidiendo la cabeza de todos los Jedi, pero Kyp tiene razón. Si mamá y tú no hubierais estado allí…
—Jacen estaba pasando una mala racha —intentó disculpar Jaina.
—¿Y los demás no? —insistió Anakin.
—Tengo que marcharme —les dijo Kyp—. Cuando alguno de vosotros quiera volar conmigo, sólo tiene que decírmelo. Espero sinceramente que el Maestro Skywalker recapacite, pero no puedo esperar. Que la Fuerza os acompañe.
Ellos lo vieron partir en silencio.
—Ojalá no pensase que tiene razón —susurró Jaina—. Me siento como si estuviera traicionando a tío Luke.
Anakin asintió con la cabeza.
—Te entiendo, pero Kyp tiene razón… al menos en una cosa. Hagamos lo que hagamos, tendremos que hacerlo por nuestra cuenta.
—¿Los Jedi para los Jedi? —resopló Jaina—. Tío Luke lo sabe. No estoy segura de a dónde ha enviado a mamá, papá, Trespeó y Erredós, pero sé que tiene algo que ver con crear una red que impida que se entregue a los Jedi a los yuuzhan vong.
—Eso está bien —reconoció Anakin—, pero es lo que Kyp llama defenderse. Tenemos que actuar, nunca ganaremos esta guerra limitándonos a reaccionar. Necesitamos montar una red de inteligencia, necesitamos saber qué Jedi están en peligro antes de que vayan a por ellos.
—¿Cómo vamos a averiguarlo?
—Piensa lógicamente. Todos los planetas que han caído en manos de los yuuzhan vong son obviamente peligrosos. Los siguientes son los más cercanos al espacio ocupado por ellos, porque sus habitantes están desesperados por conseguir un trato.
—El Maestro Bélico dijo que sólo perdonarían al resto de la galaxia si nos entregaban a todos. Eso atenúa la desesperación, al menos entre los que son lo suficientemente estúpidos como para creérselo. En Duro pudimos comprobar lo que significan las promesas para los yuuzhan vong. Si no cooperas, te eliminan; si lo haces, también, pero encima se ríen de lo estúpido que has sido.
—Obviamente, mucha gente prefiere creer en las mentiras de los yuuzhan vong a arriesgarse a desafiarlos —Anakin se encogió de hombros—. El asunto es…
—El asunto es: ¿qué hacéis vosotros dos aquí en vez de estar en la reunión? —preguntó Jacen Solo desde el extremo del pasillo.
—Intentábamos convencer a Kyp para que se quedase —explicó Anakin a su hermano mayor.
—Sería más fácil meter un siringana en una caja.
—Cierto —reconoció Jaina—, pero teníamos que intentarlo. Supongo que ahora debemos volver a la…
—No os molestéis, tío Luke pidió un receso minutos después de que Kyp saliera. Demasiada angustia y confusión.
—Esto no va bien —dijo Jaina.
—No. Demasiada gente cree que Kyp tiene razón.
—¿Y tú qué piensas? —preguntó Anakin.
—Que se equivoca —respondió Jacen sin la menor vacilación—. Responder a la agresión con más agresión no puede ser la solución.
—¿Ah, no? Si no hubieras utilizado esa particular solución, mamá, Jaina y tú mismo estaríais muertos. ¿Sería mejor el Universo sin vosotros?
—Anakin, no me siento orgulloso de lo que… —empezó a decir Jacen, pero Jaina lo cortó en seco.
—No empecéis otra vez. Antes de que llegases, Anakin y yo hablábamos de hacer algo constructivo. No demos vueltas al mismo tema como en la reunión general. Al fin y al cabo, somos hermanos. Si nosotros no podemos hablar sin perdernos en discusiones estériles, ¿cómo podemos esperar que los demás lo hagan?
Jacen sostuvo la mirada de Anakin unos cuantos latidos más, esperando a ver quién cedía primero. Fue él.
—¿De qué hablabais exactamente? —terminó preguntando.
Jaina pareció aliviada.
—Intentábamos deducir cuáles serían los puntos más calientes y qué Jedi corrían un peligro más inmediato —explicó.
—Con la Brigada de la Paz rondando ahí fuera, es difícil de dilucidar —Jacen hizo una mueca de desagrado, como si hubiera probado un aperitivo hutt—. No les atan los intereses de un solo sistema. Si creen que así aplacarán a los yuuzhan vong, nos perseguirán desde el Núcleo hasta el Borde de la galaxia.
—La Brigada de la Paz no puede estar en todas partes al mismo tiempo. No pueden investigar y verificar personalmente todos los rumores que les lleguen sobre los Jedi.
—La Brigada de la Paz tiene muchos aliados y una buena red de inteligencia —apuntó Jacen—. A juzgar por todo lo que han conseguido hasta ahora, deben de tener unos cuantos infiltrados… Puede que hasta en el mismo Senado. No tienen porqué investigar rumores. Por lo que sé, ni siquiera han capturado a la mitad de los Jedi de los que alardean. Son simples comerciantes de carne que entregan su mercancía a los yuuzhan vong.
—Tengo un mal presentimiento sobre Viqi Shesh, la senadora de Kuat —susurró Jaina.
—Lo que creo, es que es muy difícil predecir qué Jedi puede ser el siguiente de su lista —sentenció Anakin—. Pero, ¿y si tuvieran la oportunidad de ponerle las manos encima a un buen puñado? ¿No irían a por ellos?
Los ojos de Jaina se abrieron como platos.
—¿Crees que se atreverían a atacarnos mientras estamos reunidos aquí?
—No, las cosas no están tan mal —negó Anakin, moviendo la cabeza de un lado a otro—. Además, ¿quién querría enfrentarse con los Jedi más poderosos de la galaxia? Sería una locura. A nosotros nos intentarán cazar uno a uno, pero…
—¡El Praxeum! —lo interrumpió Jacen.
—Sí, es cierto —confirmó Anakin—. ¡La academia Jedi!
—¡Pero, sólo son niños! —protestó Jaina.
—¿Crees que eso supone alguna diferencia para la Brigada de la Paz… o para los yuuzhan vong, ya puestos? —preguntó Jacen—. Mira a Anakin, sólo tiene dieciséis años y ya ha matado a más guerreros en combate cuerpo a cuerpo que cualquiera de nosotros. Y los yuuzhan vong lo saben.
—¿Qué me dices de la ilusión que los Jedi han levantado alrededor de Yavin 4? Eso mantiene a los extranjeros alejados.
—No, desde que casi todos los Caballeros Jedi se han ido del planeta —dijo Anakin—. Muchos han venido a Coruscant para celebrar esta reunión y otros andan buscando a los camaradas desaparecidos. Lo último que oí, es que sólo se habían quedado los estudiantes Kam y Tionne, con Streen y quizá el Maestro Ikrit. Es muy posible que no sean suficientes. ¿Dónde está tío Luke? Tenemos que hablarlo ahora mismo con él. Y puede que sea demasiado tarde.
—Buena idea, Anakin —admitió Jacen.
—Gracias.
Lo que Anakin no mencionó a sus hermanos, era que se había despertado en mitad de la noche con el corazón retumbando, agarrotado por el temor. Y aunque no podía recordar la pesadilla que lo había arrancado de su sueño, al menos había retenido una imagen: el pelo rubio y los ojos verdes de Tahiri, su mejor amiga.
Y Tahiri se encontraba en la academia.