CAPÍTULO 21

El mundo entero parecía de oro pálido cuando Anakin se dejó caer de rodillas junto a Vua Rapuung. Cada vez que respiraba, un millón de pinchazos perforaba sus pulmones, su cabeza resonaba como una alarma.

Se tumbó en el suelo buscando un poco de aire, pero si estaba por allí estaba disfrazado. Si había algo que respirar, se encontraría en alguna parte por encima de él. También contendría algo de humo, por supuesto, pero merecía la pena intentarlo.

Anakin se levantó y empujó mediante la Fuerza, creando un tubo intangible que aspirase aire de las alturas y lo trajera hasta el yuuzhan vong y él. Se sintió inmediatamente aliviado.

Al fuego también le encantó el chorro de aire fresco y la maleza explotó como una bomba. Anakin sintió el calor brevemente, un calor que podía consumir su carne en pocos segundos. Nunca antes había intentado alterar la energía, pero Corran Horn podía hacerlo y sus vidas dependían de que lo consiguiera. Anakin volvió a abrirse a la Fuerza, concentró sus esfuerzos y rechazó el calor del fuego en un círculo cuyo centro era él.

¿Cuánto tiempo podría mantener el fuego a raya? Anakin no lo sabía. Entró en una especie de estado de fuga, aspirando aire del cielo, exhalando calor en la corteza de Yavin 4. De improviso pestañeó y comprendió que todo había terminado, que el fuego había sobrepasado su posición, y se arrodilló sobre las cenizas.

Vua Rapuung seguía inmóvil y Anakin lo sacudió. ¿Dónde se buscaban los signos vitales en un yuuzhan vong? ¿Tenían corazones como los humanos, venas, pulso o algo más extraño?

Le dio una fuerte bofetada a Rapuung. Los ojos del guerrero parpadearon y se abrieron.

—¿Estás bien? —preguntó Anakin.

—Dame tu palabra de que no eres uno de los dioses —murmuró Rapuung—. Si lo eres, la muerte resultará muy tediosa.

—De nada —respondió Anakin—. ¿Puedes caminar? Tenemos que irnos de aquí antes de que vuelvan los voladores.

—El humo y el calor los confundirán —aseguró Rapuung. Se sentó y echó una mirada alrededor—. El fuego ha pasado por encima de nosotros.

—Así es.

—Y seguimos vivos.

—Seguimos.

—¿Éste era tu plan? ¿Más brujería Jeedai?

—Algo así —admitió Anakin.

—Entonces, me has salvado la vida. Qué desafortunado. Qué repugnante.

—No, no me lo agradezcas tanto. No fue nada, de verdad —le ofreció la mano a Rapuung para ayudarlo a levantarse. Tras un largo momento en que la miró como si fuera estiércol de nerf, el guerrero la aceptó.

—Vamos —urgió Anakin—. Ahora, sólo tenemos que seguir el fuego.

* * *

Atravesaron los restos de la red tejida por los escarabajos bajo la cobertura del humo. Las fibras en sí no habían ardido y brillaban plateadas entre las cenizas, como rasgadas mortajas de los humeantes troncos de los árboles. Cuando el pie de Anakin se enredó en algunas, descubrió que incluso le habían cortado un poco la bota. No intentó romperlas con los dedos, sino que las desenredó suavemente con todo el cuidado posible. A partir de entonces, se fijó mucho más dónde pisaba.

El fuego se había extendido más allá de la red. Anakin pudo ver a varios voladores olisqueando aquí y allá, y uno se alejó de su posición por la izquierda.

Se desviaron a la derecha hasta llegar hasta la selva intacta y libre de la red de los escarabajos. Y aunque no aminoraron el paso durante dos horas, Anakin se sintió repentinamente más seguro rodeado por el latido viviente del bosque.

Pero el latido iba acompañado de espasmos de dolor.

Sólo entonces comprendió lo que había hecho. Para salvarse, había incendiado incontables kilómetros cuadrados de selva y sentido periféricamente como morían multitud de animales de aquel hábitat. En aquellos momentos su propio dolor era superior, pero ahora, la angustia del bosque lo sacudió como una bofetada: era un enjambre de stintariles arracimados en la copa de un árbol, con el fuego trepando en su busca mientras su pelaje empezaba a chamuscarse; era una enorme e indefensa runyip, demasiado lenta para alejarse de las llamas, empujando con el morro a sus crías para ponerlas a salvo pero sin saber dónde hacerlo; era carne carbonizada y pulmones chamuscados. Estaba muerto o moribundo.

—Tenías razón —le dijo a Rapuung, cuando se detuvieron junto a un charco de agua para refrescarse y lavarse la ceniza que impregnaba sus ojos, narices y labios.

—¿Sobre qué, infiel?

—Sobre el fuego. Me equivoqué.

—Explícate —exigió el yuuzhan vong entrecerrando los ojos.

—He sacrificado muchas vidas inocentes para salvarnos.

—Eso no es nada —rió Rapuung ásperamente—. Matar y morir no es nada, así es el mundo. Lo que hiciste estuvo mal porque era una abominación, no porque mataras. No te engañes. Ahora veo lo decidido que estás en rescatar a tu compañera Jeedai. Si la única forma de llegar hasta ella fuera llenar Un abismo de cadáveres y cruzarlo caminando sobre ellos, lo harías.

—No, no lo haría —le contradijo Anakin.

—Una meta que no deseas por encima de todo no es una meta digna.

—Deseo rescatarla, pero no me gusta matar —confesó Anakin suspirando.

—Entonces, los guerreros te matarán a ti.

—Los guerreros son diferentes y me defenderé de ellos con todas mis fuerzas. Pero la selva no me hizo nada para merecer lo que yo le hice a ella.

—No tiene sentido —protestó Rapuung—. Mataremos lo que debemos matar y a los que debemos matar.

—No.

—De acuerdo. ¿Así que me contaminas con la primera abominación para lograr tus propósitos, pero pretendes obligarme a que no mate por tu miedo infantil? Toda vida tiene un final, Jeedai.

Anakin acusó aquellas palabras. ¿Realmente creían los yuuzhan vong que la tecnología no biológica era tan mala como la filosofía Jedi para justificar sus matanzas indiscriminadas? Intelectualmente podía comprenderlo, pero no lo asimilaba emocionalmente. Sólo ahora, que ambos estaban de acuerdo en que había hecho algo terrible, aunque por razones completamente distintas, encontraba cierto sentido a la situación.

¡Si tan sólo pudiera sentir a Rapuung en la Fuerza! ¡Si tan sólo pudiera saber si el yuuzhan vong se alineaba con la luz o con el Lado Oscuro!

Más todavía, ¿acaso era una pregunta pertinente? ¿Dependían tanto los Jedi de la Fuerza que sin ella no eran más que lisiados morales?

Rapuung había mantenido la mirada fija en Anakin mientras el Jedi buscaba respuestas. Ahora, de repente, miró a lo lejos.

—No tienes sentido, pero… —empezó Vua Rapuung—. Reconozco que me has salvado la vida. Cuando complete mi venganza, te lo deberé a ti.

—Tú también me has salvado un par de veces —contestó Anakin—. Ni siquiera estamos en paz.

—¿No estamos en qué? ¿Qué significa esa palabra?

—No importa. ¿Qué venganza es ésa, Vua Rapuung? ¿Qué te han hecho para que te vuelvas contra tu propia gente?

Los ojos de Rapuung se endurecieron.

—¿De verdad no lo sabes? ¿De verdad no lo ves? ¡Mírame!

—Veo que tus cicatrices tienen llagas, veo que tienes implantes que parecen muertos o moribundos… pero no tengo ni idea de lo que significa todo eso.

—No te importa —cortó Rapuung—. No presumas, infiel.

—De acuerdo. Entonces, cuéntame tu plan, ése que me llevará hasta Tahiri.

—Sígueme y lo verás —se limitó a responder Rapuung.

* * *

Se agacharon tras un conglomerado de raíces, junto al afluente de un gran río.

—Estamos más lejos de la base cuidadora de lo que estábamos ayer —se quejó Anakin.

—Sí, pero en el lugar adecuado.

—¿El lugar adecuado para qué?

—Espera y verás.

Anakin estuvo a soltar una réplica mordaz, pero se contuvo. ¿De esto se quejaba la gente cuando le acusaban a él de ser parco en palabras? Rapuung era tan parco dando explicaciones como un mensajero bothano. Hacía seis días que caminaban y luchaban juntos, y Anakin seguía sin saber nada sobre el guerrero excepto que estaba enfadado por algo. Quizá incluso estaba loco. Había mencionado una «ella» y parecía estar obsesionado por demostrar sus méritos ante los dioses.

Quizás todos los yuuzhan vong eran así, aunque no podía decirse que Anakin hubiera charlado con muchos. Quizás Rapuung era todo lo normal que podía ser, quizás mantenía sus motivos y sus planes en secreto porque así eran los yuuzhan vong o quizás tenía miedo. Miedo de que si Anakin averiguaba lo que tramaba o descubría por su cuenta cómo entrar en la base cuidadora, lo mataría o lo abandonaría.

Miró de reojo al feroz y chato rostro del guerrero, pero sólo obtuvo silencio. No podía ni imaginar de qué podía tener miedo Vua Rapuung. Quizás prudente fuera una palabra que lo definía mejor.

Así que Anakin esperó en silencio, y poco a poco quedó ensimismado por el flujo de la corriente. Tanteó la vida que hervía a su alrededor, sintiendo su bullicio contra la sombra del dolor y de la muerte que había causado.

Lo siento, emanó mentalmente hacia el bosque.

¿Cuán cerca estaba del Lado Oscuro? ¿Tendría razón Rapuung?

Había defendido ante Jacen que la Fuerza sólo era una herramienta, algo ni bueno ni malo que, como cualquier herramienta, podía utilizarse para hacer el bien o el mal. ¿Podía ser el mal algo tan simple como no pensar? Suponía que sí. Corran Horn le había dicho una vez que el egoísmo era malo y el desinterés bueno. Visto así, si uno era egoísta y provocaba muertes para salvarse a sí mismo, era malo. Y el hecho de no haber pensado en las consecuencias de sus actos, no servía de excusa. Pero él no luchaba para salvarse únicamente a sí mismo, ¿verdad? La vida de Tahiri estaba en juego. Quizá más vidas incluso, porque si la Tahiri de su visión llegaba a existir, significaría la muerte para muchos otros.

Pero si era sincero consigo mismo, tenía que admitir que tampoco había actuado pensando en esas consecuencias. Se había encontrado con un problema y lo había resuelto como habría resuelto una ecuación matemática o un problema con el motor hiperlumínico de su Ala-X. Apenas había pensado en los problemas que causaría la resolución del primero, algo que últimamente parecía bastante típico en él.

Mara Jade le había hablado de esa tendencia hacía mucho tiempo, cuando acampaban juntos en Dantooine. Al parecer no había aprendido nada y ya era hora de empezar.

Lo cuál le devolvía a Vua Rapuung. El hombre admitía que buscaba la venganza y, si había una cosa grabada a fuego en Anakin, era que la venganza conducía al Lado Oscuro. ¿Se vería involucrado en esa venganza si seguía colaborando con Rapuung? ¿Qué tragedia provocaría al cooperar con aquel yuuzhan vong medio loco?

Algo agitó la vida en la selva. Mil voces cambiaron ligeramente de tono al escuchar y oler algo poco familiar, algo no incluido en el limitado vocabulario del depredador y de la presa, del hambre y del peligro.

Algo nuevo en Yavin 4 se acercaba por el río.

—¿Esperas a alguien? —se interesó Anakin.

—Sí.

Anakin no preguntó de quién se trataba. Estaba harto de hacer preguntas que sabía que no obtendrían respuestas. En cambio, agudizó sus sentidos y observó.

Poco después algo apareció por el río, navegando contra corriente.

Al principio creyó que era un bote, pero recordó que de ser un bote yuuzhan vong tendría un origen orgánico. Al estudiarlo con detenimiento, captó detalles que le daban la razón.

La parte visible formaba en su mayor parte un domo ancho y llano que sobresalía del agua, con placas y escamas a los lados. Fuera cual fuera su medio de propulsión debía de estar bajo la superficie del agua, pero parecía efectivo. De vez en cuando, algo que podía ser la parte superior de una cabeza rompía el agua delante de él. Y si era una cabeza tenía que ser enorme, casi tan ancha como la parte visible del caparazón, escamosa y de color aceitunado.

Sobre la criatura iba sentado un hombre que Anakin no podía sentir en la Fuerza, pero que cuanto más se acercaba menos parecía un yuuzhan vong. Al principio, Anakin no comprendió el motivo por el que le causó esa impresión, ya que tenía la misma frente abultada y los orificios nasales eran casi planos en su cara, como los de cualquier otro ser de esa especie que había visto.

Pero no tenía cicatrices. Ninguna. Ni un solo tatuaje que Anakin pudiera ver, y eso que veía casi todo su cuerpo, ya que sólo llevaba una especie de taparrabos.

De vez en cuando tocaba algo en la superficie del caparazón, y la criatura-bote alteraba su curso ligeramente.

—Escóndete —ordenó Rapuung, y se puso en pie—. ¡Qe’u! —gritó.

A través del entramado de raíces, Anakin vio que la cabeza del otro giraba a un lado y a otro sorprendida. Soltó toda una retahíla de palabras que Anakin no entendió, y Vua Rapuung le contestó. El flotador empezó a girar para acercarse a él y Anakin se encogió todavía más.

Los dos yuuzhan vong continuaron conversando mientras el flotador se acercaba a la orilla.

Anakin aspiró aire profundamente y aguantó la respiración. Había estado pensando en las motivaciones de Vua Rapuung; ya era hora de empezar a pensar en las suyas. ¿Cuándo dejaría de necesitarlo el yuuzhan vong? ¿Ahora? ¿Cuando llegaran a la base cuidadora? ¿Cuando hubiera cumplido la venganza que perseguía? Podía ser en cualquier momento. Recordó lo que le había dicho Valin sobre los yuuzhan vong y sus promesas. ¿Tenía alguna razón para creer que Rapuung mantendría la suya?

De repente, Anakin notó que los otros dos habían dejado de hablar. Estaba pensando en echar un vistazo, cuando escuchó un fuerte chapoteo.

—Ya puedes salir de ahí, infiel —dijo Rapuung en básico.

Anakin se levantó cautelosamente. Rapuung se encontraba de pie sobre el flotador. Solo.

—¿Dónde está? —preguntó Anakin.

Rapuung hizo un gesto, señalando el agua al otro lado del flotador.

—En el río.

—¿Lo has tirado al agua? ¿Se ahogará?

—No. Ya está muerto.

—¿Lo has matado?

—Lo ha matado un cuello roto. Sube al vangaak y partamos.

Anakin permaneció inmóvil unos segundos, intentando dominar su furia.

—¿Por qué lo has matado?

—Porque dejarlo vivo era un riesgo inaceptable.

Anakin sintió náuseas y estuvo a punto de vomitar. Pero terminó subiendo al flotador, intentando no mirar el cadáver que flotaba un poco más allá. El cadáver de un ser inocente, desarmado, que había muerto porque Anakin le había salvado la vida a Rapuung.

¿Cuántos más morirían por su culpa?

Rapuung empezó a manipular varias protuberancias del caparazón. Anakin asumió que eran terminaciones nerviosas o algo parecido.

—¿Quién era? —preguntó, cuando el flotador empezó a derivar perezosamente río abajo.

—Un deshonrado. Alguien sin importancia.

—Todos somos importantes —replicó Anakin, intentando mantener la calma.

—Los dioses lo maldijeron al nacer —rió Rapuung—. Todos y cada uno de los segundos que vivió fueron de prestado.

—Pero tú lo conocías…

—Sí.

Siguieron descendiendo por el río a ritmo lento.

—¿Cómo lo conociste? —insistió Anakin—. ¿Qué hacía aquí?

—Pescaba. Era su ruta habitual. La mía.

—¿Eras pescador? —exclamó Anakin incrédulo.

—Entre otras cosas. ¿A qué vienen tantas preguntas?

—Simplemente intento comprender lo que ha pasado.

El guerrero gruñó y calló unos minutos. Entonces, casi a regañadientes, se volvió hacia Anakin.

—Para encontrarte, tuve que desaparecer. Fingí mi muerte aquí, en el río. Lo organicé para que pareciera que una bestia acuática me había devorado y le dieron mi ruta a Qe’u. Ahora volveré y les explicaré cómo sobreviví perdido en un mundo extraño, hasta que encontré este vangaak abandonado. No sabré lo que le ha pasado a Qe’u. Quizás lo mató un Jeedai, o quizás se topó con la misma bestia que yo.

—Oh. ¿Y nos permitirán entrar en su perímetro de seguridad? ¿Por qué van a creerse ese cuento?

—Porque no les importará. Era un deshonrado. Su muerte no les preocupa lo más mínimo. Aunque sospechen que lo maté por alguna razón, nadie dudará de mi historia.

—¿Y cómo explicarás mi presencia?

Rapuung sonrío abiertamente.

—No tendré que hacerlo, porque no te verán.