II
—Tuvimos bastante tiempo para hablar —dijo Querry al doctor Colin—. Sólo a eso de las seis hubo luz suficiente para dejarlo. Supongo que eran las seis… había olvidado dar cuerda a mi reloj.
—Debió de ser una larga noche…
—Las hay peores… —y pareció buscar en su memoria un ejemplo—. Noches cuando hay cosas que terminan. Ésas son las noches interminables. En cierto modo, ésta parecía una noche en que las cosas empezaban, ¿sabe usted? Nunca me ha importado mucho la incomodidad física. Y al cabo de una hora, cuando traté de mover la mano, me la retuvo. Su puño yacía sobre ella como un pisapapel. Tuve la extraña sensación de que me necesitaba.
—¿Por qué extraña?
—Extraña para mí. He necesitado a mucha gente en mi vida. Puede usted acusarme de haber usado a la gente más de lo que la he querido. Pero ser necesitado es una sensación diferente, un sedante, no un excitante. ¿Sabe usted qué significa la palabra «Pendélé»? Porque cuando moví la mano empezó a hablar. Antes nunca había escuchado con atención a un africano que hablaba. Sabe usted, uno oye a medias, como a los niños… no fue sencillo seguir la mezcla de francés y el lenguaje, sea el que fuere, que habla Deo Gratias. Y esa palabra «Pendélé» volvió una y otra vez. ¿Qué significa, doctor?
—Tengo la idea de que significa algo semejante a «Bunkasi», y eso quiere decir orgullo, arrogancia, quizá una especie de dignidad e independencia, si busca usted el lado bueno de la palabra.
—No es eso lo que quiso decir. Estoy seguro de que mencionó un lugar, algún punto en la selva, cerca del agua, donde ocurría algo de gran importancia para él. Se había sentido sofocado ese día en el lazareto… Desde luego, no empleó la palabra «sofocado». Me dijo que no había bastante aire, quería bailar y gritar y correr y cantar. Pero el pobre tipo no podía correr ni bailar y los padres se habrían sentido muy mal impresionados por las canciones que quería cantar. De modo que fue en busca de ese lugar junto al agua. Su madre lo había llevado una vez allí, de niño, y recordaba que habían bailado y cantado y rezado.
—Pero Deo Gratias vive a cientos de kilómetros de aquí.
—Quizá hay más de un Pendélé en el mundo.
—Mucha gente dejó el lazareto hace tres días. Casi todos han vuelto. Supongo que han participado en alguna especie de hechicería. Deo Gratias salió demasiado tarde y no pudo reunírseles.
—Le pregunté qué clase de rezos… Dijo que rezaron a Yezu Klisto y a alguien llamado Simón. ¿Es Simón Pedro?
—No, no es el mismo. Los padres podrían contarle acerca de Simón. Murió en la cárcel hace veinte años. Ellos creen que volverá. Aquí existe un Cristianismo muy raro, pero me pregunto si los Apóstoles lo encontrarían tan difícil de reconocer como las obras completas de Tomás de Aquino. Si Pedro las hubiera entendido, habría sido un milagro más grande que el Pentecostés, ¿no cree usted? Hasta el Credo Niceno… tiene para mí el gusto de las altas matemáticas.
—Esa palabra Pendélé me da vueltas en la cabeza.
—Siempre vinculamos la esperanza a la juventud —dijo el doctor Colin—, pero a veces puede ser una de las enfermedades de la vejez: el desarrollo canceroso que se encuentra inesperadamente en los moribundos, después de una operación. Estos hombres son todos moribundos… oh, no quiero decir de lepra. Quiero decir de nosotros. Y su última enfermedad es la esperanza.
—Ya sabe usted dónde buscarme, si falto —dijo Querry.
Un ruido inesperado hizo que el doctor lo mirara: un rictus de risa torcía la cara de Querry. El doctor advirtió con asombro que Querry había hecho una broma.