Diario de Bastian día 223

Otro día más, amanece, sale el sol, desde mi cuarto puedo ver como los nuevos cadetes forman.

Desde que el ejército de salvación requiriera mis servicios en este paraje todos los días han sido iguales.

Levantarnos, desayunar, preparar el equipaje y visitar todas las ciudades, pueblos y aldeas que nos rodean.

Pero hoy es distinto, mañana abandonaremos este campamento para seguir avanzando por el país, para seguir investigando, para seguir descubriendo cuánto se ha llevado esta guerra.

Sigo sin saber muy bien cómo empezó todo, creo que como siempre fue el miedo, el miedo de los hombres hacia otros hombres, el miedo de no tener todo baja control.

La avaricia y el egoísmo de querer tener más que el resto, de querer ser más que el resto, de no pensar que somos solo hombres, iguales a todos.

Nunca estuve a favor de las guerras, aunque a veces no exista otro remedio, creo que si todo el mundo viera lo que vemos nosotros, no el antes, ni lo que pasa durante la guerra, también altamente desagradable. Pero si vieran lo que vemos nosotros, la destrucción, la desolación, todo lo que arrebata, ya no son vidas, son familias, sueños, esperanzas, alegría, sentimientos, son tantas cosas, tanto dolor, supongo que todo es más fácil sentado en un sillón.

Diario de Bastian día 224

Ya hace 224 días desde que empezó la guerra, 111 días desde el ultimo bombardeo, hoy hemos recorrido toda la zona Este de la región, después de supervisar un millar de casas, no ha habido fortuna.

He sido testigo de lo que es capaz la humanidad, de los mayores horrores, a veces me avergüenzo de pertenecer a esta misma raza, y lo digo yo un comandante del ejército de “salvación”. Una persona de paz en tiempos de guerra, con un cargo aunque lo queramos ocultar bajo nuestro seudónimo, totalmente bélico.

Tras varios días de análisis, hemos localizado una pequeña aldea altamente ocupada por el ejército opresor, ya no queda nada ni nadie, partimos hacia ella con la esperanza de siempre, nos adentramos en ella y esta vacía.

Cuatro casas colocadas a lo largo de una carretera, la primera de ellas es blanca, tiene 3 pisos, nos lleva menos de cinco minutos el realizar un análisis completo de las estancias, no hay donde esconderse, cuando tantas bombas caen, no hay donde esconderse cuando el odio se transforma en balas, no hay donde esconderse cuando el hombre es hombre.

La tercera planta está totalmente derruida, solo observo el cadáver de lo que en sus tiempos puedo ser algún tipo de animal de compañía, el ambiente es desolador, vuelvo a sentir esa punzada de ser un hombre, no quiero catalogarnos ni como seres humanos, ser eso debe ser distinto.

Al salir el sol golpea mi cara, me vislumbra la segunda casa, pienso que es una señal, que allí encontraremos algo, alguien, un rayo, esta vez de esperanza. Pero no es así, aunque en esta casa parecen haberse preparado no ha sido suficiente, y más cuando dicha preparación parecía consistir en rendirse.

No hay rehenes, no hay supervivientes, en esta guerra no hay piedad, no creo que haya una diferencia de idiomas cuando se trata de pedir perdón, de asustarse, de pedir clemencia, dos cuerpos arrodillados en la sala principal, juntos, unidos, esto debe ser aquello que llaman amor, estoy divagando, quizás ni se conocían, quizás solo les ha juntado el miedo.

Recorremos el resto de las habitaciones, pareciera que el tiempo no paso por aquí, algún mueble ligeramente rotado, a causa de las vibraciones de los últimos bombardeos supongo, nada parece afectado. En una habitación veo uno de los miles de horrores que me ha deparado esta profesión, se me acelera el corazón, las respiración entrecortada, veo una silueta cubierta por una sábana en una cama pequeña, aumentan mis pulsaciones, no es difícil de adivinar lo que encontraré debajo, la habitación está totalmente acondicionada para lo que parece una vida infantil, y así es, la respiración se para por completo, contengo el poco aire que me queda, encuentro aquel cuerpo pequeño, indefenso, inocente, inocente pienso, no debieron pensar así sus asesinos.

Al lado me llama la atención una forma realizada con madera, es un lobo, parece un juguete que su padre talló, entonces sí, las personas de abajo si se querían, eran sus padres, o no, no lo sé, sigo divagando, el horror al que me está llevando este pueblo no es distinto al de los otros que he visitado, pero yo si lo siento así, no sé si es el día, o simplemente es una casualidad, mi esperanza se va esfumando, todos los días creo que empiezo con la misma, me autoconvenzo de encontrar algo, y siempre es igual.

Abandonamos esa casa, no hay nada más que ver, igual nos pasaría en la siguiente, está en el mismo lado de la carretera, pero no ha corrido tanta suerte como la anterior, al menos en lo que a estructura se refiere, igual hubieran preferido una muerte rápida, provocada por algún proyectil, aquí si llegaron las bombas, la destrucción se hace patente, dos míseros muros que cubren parte de lo que pudo ser una cocina, varios cuerpos, miembros más bien, entre los escombros. —Ahora a quien culparemos, si estas bombas fuimos nosotros los que las lanzamos—murmuro., mis compañeros de pelotón no entienden lo que digo, niego con la cabeza, no tenía que ser así, no teníamos que ser así, ni siquiera recordamos ya por que empezó toda esta guerra. Informe cerrado.

Vamos a la última casa, intacta, la puerta abierta, aun rezuma el olor a comida, pasamos por encima de varias barricadas, ya sabemos en qué casa se alojaban los soldados que se quedaron aquí, la casa esta impecable, llama la atención el cuidado que se ha tenido con las fotografías colocadas a lo largo de pasillos y paredes, con que sumo cuidado se ha matado cada sonrisa, se ha mutilado cada cara, incluso en alguna parece que se estuvieran riendo de la misma muerte No me parece descabellado, en mitad de una guerra quizás muchos soldados sabemos cuál es nuestro destino en un momento tan crítico dentro de estos enfrentamientos.

Latas y latas se apilan en el salón, una mancha negra me hace pensar que aquí se realizaban hogueras, me hace pensar que son personas, que también se reunían, también hablaban de sus cosas, me los imagino aquí reunidos, hablando de sus familias, incluso igual alguno miraba receloso al que ajusticio a aquel niño pensando en el suyo propio.

Me gustaría pensar que en el fondo todos somos personas, creo que empiezo a hacerme mayor, pienso todo esto asomado a la cristalera, da a un jardín, me lo imagino verde, con árboles, todo lo contrario, es marrón, casi negro ocupado con lo que parece la casa de un perro.

Me acerco a ella, es clásica, la que todos tendríamos en nuestro jardín, la ceniza me deja apreciar un vago color rojo en ese techo encima de la palabra DOG, convertida en una cascucha de un grisáceo penoso. También parece haber sido alterada por las vibraciones, entonces me doy cuenta, esta casa esconde algo más, no es solo una casa de perro, es un pequeño almacén, grito a los demás miembros de la partida para que acudan a mí, la levantamos y nos encontramos varios tabiques que parecen esconder algo. Son armas, no muy sofisticadas, pero armas, me da que pensar, es muy posible que la persona que viviera aquí fuera la más preparada, otra vez me ataca mi vieja esperanza, —también es muy posible que los soldados que ocuparon la casa lo crearan por si venían tiempos de paz poder tener alguna excusa—me disuade uno de mis soldados con este argumento.

Otro informe realizado, regresamos al camión, vuelta a casa.

En el camino al camión sigo pensando, sigo buscando porqués, no puede ser, esos rayos de sol que antes me cegaban se cuelan por la escalera que da a la casa, parecen escaparse entre la sombras, abrirse camino entre los tabiques dando paso hacia algún otro lugar que no hemos visto.

Tenía yo razón, la última casa que hemos visitado parece esconder algún secreto más para nosotros, cogemos las hachas de la parte trasera del camión, nos apresuramos a la entrada, rompemos los tabiques de la escalera, dan a un pequeño bunker, lo abrimos con esperanza, más que nunca creo.

Bajamos las escaleras, esta oscuro, solo se ve por la poca luz que pasa por un par de maderos, y allí esta, él, 4 paredes para un ser humano que ahora parecen una cárcel, un par de libros amontonados en una esquina, mantas que cualquiera diría que son las que le ponen a los perros y una almohada derruida a un lado.

Platos por los suelos, alguna garrafa que parece recoger el agua que daba la lluvia, restos de comida.

Pero me fijo en él, un cuerpo, inmóvil, diría que feliz, sonriendo, pero autodestruido, no sé qué dirán los análisis, nos desvelaran que pasó, pero yo lo tengo claro, no existen las dudas, no aguanto más.

Lamentablemente parece que no fue hace mucho, pero quien podría aguantar esto, aquí solo, viviendo con su enemigo, tanto tiempo, encerrado, sin nadie con quien hablar, al final supongo que perdió la razón, que puede llevar si no a un hombre a autodestruirse de tal manera.

Arrojo aquella figura de madera junto a los libros.

El hombre es un hombre para el lobo.