IX

A la mañana siguiente me desperté completamente descansado. Vivía cerca de la calle Albert Cuyp, donde se levantan todos los días los tenderetes del mercado, y me dirigí allí pleno de energía en busca de fruta fresca. Compré el periódico y, de nuevo en casa, me hice una macedonia de frutas con yogur y cereales.

Tras haber desayunado, cogí los dos faxes de Luz Daalhoff y volví a leer la carta de Charley Toorop. En lo referente a las expectativas de su hijo, había tenido toda la razón: el talento de Edgar Fernhout, en efecto, había ido evolucionando hasta convertirse en un pintor muy respetado. Pero ¿qué había sido de ese mundo mejor que estaba por llegar?

¿Quién era ese Johan al que se dirigía? Era obvio que tenía dinero, pues ella le agradecía su ayuda económica. Y sus «interpretaciones astrológicas». En el cuadro aparecía representado un hombre mayor y en la carta escribía: «Aunque nosotros ya no llegaremos a disfrutarlo». Al parecer, ambos eran demasiado viejos para ese futuro mejor. ¿Qué más sabía yo de este Johan? Aunque no tuviera el retrato ante mí, conservaba fresca en la memoria su mirada intensa observando al espectador. Además, se había dedicado a la astrología. ¿Acaso habría ganado dinero prediciendo el futuro? ¿Era un «vidente»? Charley Toorop se mostraba receptiva a esas predicciones: era sabido que había revelado un especial interés por lo paranormal.

Dejé la carta a un lado y me concentré en la lista de cuadros. Estaba tan bien oculta en el maletín de Mathias Dijkman que lo normal habría sido que nadie hubiera llegado a descubrirla nunca, a diferencia de la carta de Charley Toorop y la pintura de Fernhout. ¿Por qué? ¿Qué secreto guardaba? Miré las cuatro columnas: «Pintor», «Composición», «Importe» y «Fecha». Dieciocho pinturas de seis maestros famosos vendidas durante la guerra, entre 1941 y 1944. ¿Quién había elaborado esta lista? La letra era irregular, de difícil lectura y tan diminuta en la columna «Composición», donde el escritor debía introducir más texto, que sólo fui capaz de descifrar palabras sueltas. Sumé los importes de las ventas y llegué a una cantidad de más de dos millones y medio de florines, una suma enorme para aquella época, cuya comisión se habría embolsado encantado cualquier marchante de arte. Le había sugerido a Luz Daalhoff que los nombres de los compradores tal vez faltaran porque se las habían vendido a los nazis. Era posible, incluso lógico, pero no había certeza absoluta. ¿Y a quién podría preguntárselo? La mayoría de tiendas dedicadas al arte no quería que les recordaran su comportamiento carente de escrúpulos durante esos años, y ¿qué sabían los negocios restantes de transacciones que se habían producido hacía más de sesenta años?

Abismado en mis pensamientos, paseé la mirada por la lista y por las palabras que eran legibles a primera vista. En la columna «Composición» fui saltando de palabra legible a palabra legible en medio de un emplasto de signos ilegibles: «Agamenón», «Cruz», «General», «Autorretrato», «Clase de música», para detenerme en: «Martirio». Mientras seguía preguntándome si dentro de mi red de contactos había alguien que pudiera descifrar esta letra, me vino de repente a la cabeza, como en una sacudida, y comprendí cuál era el siguiente paso lógico después de que los archivos no reportaran nada provechoso sobre Charley Toorop y Edgar Fernhout.

Cuando llamé a Luz Daalhoff para decirle que tenía una idea de cómo podía continuar su búsqueda de Mathias Dijkman, me preguntó si podía llamarme más tarde:

—Sí, claro —le respondí—. Y procura tener la lista de los cuadros delante cuando me llames.

Al cabo de cinco minutos sonó el teléfono:

—Perdona que no haya podido atenderte enseguida. Así es mejor, me he sentado aparte. No me apetece nada responder a las preguntas de los colegas si se enteran de que todavía sigo ocupándome de este caso. Pero cuenta, por favor.

—¿Tienes la lista delante?

—No el original, una copia. ¿Vale también?

—Sí, claro. Escucha, creo que tengo una alternativa mejor que ir visitando una galería de arte tras otra. Has de investigar si las pinturas pueden revelarte algo sobre quién ha elaborado esta lista. Tal vez así llegues a dar con Mathias Dijkman en un abrir y cerrar de ojos.

Aunque hice hincapié en la palabra «pinturas», se produjo un breve silencio.

—Pues ahora mismo no sé cómo —respondió dubitativa, y de nuevo creí percibir en el timbre de su voz un asomo de vergüenza.

—¿Sabes lo que tienen en común esas dieciocho pinturas? ¡Aparecen en una sola lista! Eso es tan intrascendente como importante. Significa que, en cualquier caso, en su historia debe de haber algo común. Ya no hace falta que empieces en el pasado. Entre hoy y hace sesenta años hay un agujero que nunca podrás salvar de un solo salto. Lo que has de hacer es comenzar en el presente e ir retrocediendo en el tiempo paso a paso, lo que es posible con la ayuda de esas pinturas. Olvídate de las personas, son las propias pinturas las que pueden significar algo para ti.

—¿Tengo que profundizar en la historia de las pinturas, de quién han sido?

—Sí, muy bien. Provenance es el bonito término que se emplea para denominarlo. De quién son esas pinturas hoy y de quién fueron ayer. Debes recorrer el camino hasta que llegues a esos años de guerra. Si tienes suerte, verás que en el transcurso de su vida esas pinturas se han cruzado en aquellos años porque las comercializó la misma persona.

—Entonces, lo primero que debo hacer es encontrar las pinturas.

—Sí, y eso sí que es posible. Tienes el nombre del pintor y una breve descripción. Lo único que me preocupa es que resulta casi ilegible. Hay que descifrar la letra.

—No es problema —respondió muy segura de sí misma—. Trabajo en la policía y he encontrado enseguida a ese especialista.

—Confiaba en ello —le dije—. Cuando lo tengas todo, deberás empezar a tomar decisiones.

—¿A qué te refieres?

—Son dieciocho cuadros, cada uno con su propia provenance. Algunos tal vez ya no puedas encontrarlos, pero los que encuentres pueden estar en cualquier parte, en museos o colecciones privadas repartidos por el mundo entero. Ya sé que te tomarás tiempo para investigar este caso, pero ¿tienes también dinero para viajar, por ejemplo, a los Estados Unidos si hay allí un cuadro? Si hay pinturas de la lista que están en los Países Bajos, yo empezaría por ellas.

Podía oírse al otro lado del hilo telefónico lo contenta que estaba Luz Daalhoff con la nueva brecha que le había abierto. Intentamos seguir descifrando juntos la letra de la lista, pero al fin tuvimos que desistir y comprobar que más de la mitad seguía ilegible. Durante nuestra conversación pareció estar un poco más relajada y menos alerta. El «tú» con que me tuteaba sonaba por primera vez no como si hubiera preferido seguir tratándome de usted.

Me personé justo a las dos en punto en la comisaría de policía de la Beursstraat y me atendieron enseguida. Un agente me llevó a un despacho apartado en el que, al cabo de poco menos de un minuto, entró un hombre robusto vestido de paisano que se presentó amablemente como Fons Kalman. Una persona con aspecto saludable de unos cuarenta años, con rizos y bigote rubios, mofletudo y con un rictus risueño en la boca. De inmediato causaba una impresión agradable y parecía accesible.

Sin embargo, no me lancé a contarlo todo con pelos y señales cuando me invitó a narrarle la historia.

—No quiero ser descortés, pero primero quisiera saber si usted es la persona con la que debo hablar.

No se lo tomó a mal:

—Me gustaría pensar que sí. Como agente en jefe dirijo un equipo de ocho inspectores de delitos sexuales, yo incluido. No sé si está familiarizado usted con el concepto, pero nos ocupamos exclusivamente de controlar los asuntos relacionados con la prostitución aquí en el barrio rojo. Según tengo entendido a través de mi colega, lo que usted quiere preguntar cae dentro de nuestra competencia. ¿No es cierto?

—Sí, en efecto.

—Bueno, cuénteme entonces.

Podía tener un aspecto bastante jovial, pero en el momento en que se puso a escuchar mis peripecias se volvió todo oídos e hizo preguntas bien ponderadas. No exteriorizaba su parecer, con la excepción del momento en que me preguntó cómo había conseguido la fotografía que se encontraba entre nosotros sobre la mesa y en la que aparecía representado el Ecstasy Sex Palace. Como reacción a mi respuesta: «Prefiero no pronunciarme al respecto», por un instante se le dibujó una expresión inquisitiva en el rostro, pero no insistió.

Cuando terminé de hablar, cogió la foto del club de alterne con los tres hombres posando.

—Ese Ortac no me dice nada, pero a los dos tipos que están con él los conocemos bien.

—¿Y esas chicas? —pregunté.

—Sí, querrá saberlo, es comprensible. Yo, en cualquier caso, no las conozco. —Se puso en pie y tomó de la mesa las fotos de Nadine Husak y de Sandra—: ¿Quiere un café? Si tiene un poco de paciencia, puedo pasarla por ahí, quizá las reconozca alguno de mis colegas.

Poco después abría la puerta con el hombro y, llevando dos vasos de plástico con café en las manos, hizo un gesto con la cabeza hacia el hombre que le acompañaba:

—Rik Kronenberg, el inspector de delitos sexuales con más experiencia de Ámsterdam.

Sonó como un cumplido sincero y, sin embargo, fue incapaz de arrancarle una sonrisa al individuo que estaba frente a mí. Debían de tener más o menos la misma edad, pero ahí terminaba cualquier similitud. Con el cabello fino y gris, las bolsas oscuras bajo los ojos, las mejillas mal afeitadas y una expresión del rostro apagada y sombría, podía considerarse el polo opuesto de la apariencia sana y vivaz de su jefe.

Después de habernos sentado los tres, Fons Kalman se retrepó con las manos metidas en los bolsillos y cabeceó brevemente hacia su colega, que sin introducción alguna y con una voz en la que no pude descubrir ningún entusiasmo dijo:

—Conozco a las dos.

En la cara de su jefe apareció una mueca divertida. Por un instante me pregunté si no me estarían tomando el pelo, pero la mirada de Rik Kronenberg era demasiado seria.

—¿Está seguro al cien por cien?

—Sí.

Esperé en vano una explicación.

—¿Y sabe usted también dónde están?

—La chica que busca está a un par de cientos de metros de aquí tras un escaparate en el «pasaje», una parte cubierta al final de la Bethlehemsteeg. En este momento todavía no está trabajando, no empezará hasta dentro de un par de horas. La chica a la que llama Sandra hace ya algún tiempo que no la veo.

Tras esa breve información, me miró directamente a los ojos. Me quedé perplejo por un instante. ¿Significaba eso que mi búsqueda de Nadine Husak ya había llegado a puerto, que podía abordarla esta noche sin más, aquí cerca? Necesitaba tiempo para hacerme a la idea.

—Esto es más de lo que me hubiera esperado, para ser sincero mucho más —reaccioné dubitativo.

—Tal vez las noticias no sean tan buenas como usted piensa. ¿Qué va a hacer cuando la vea?

De su tono de voz sarcástico se desprendía poca confianza.

—¿Qué quiere decir? Trabajo para alguien e informaré a esa persona, que querrá hablar con ella para sacarla de esta situación en la que, por lo visto, ha ido a parar. No creo que su tía vuelva a dejarse intimidar.

Observó a su jefe con una mirada inquisitiva y meneó la cabeza:

—¿Hablar? ¿Su tía?

Fons Kalman se incorporó en su butaca:

—Antes de que empecemos a hablar en clave, me parece oportuno explicarle a qué se está refiriendo Rik. En realidad, hay tres cosas que usted debería saber. En primer lugar, parece ser que la chica a la que busca está trabajando aquí legalmente como autónoma. Procede de Eslovaquia, uno de los países que han entrado en la Unión Europea recientemente. Por lo demás, antes le pregunté cuántos años tenía; dieciocho, dijo usted. Bueno, en cualquier caso es mayor de edad, porque de lo contrario ya haría tiempo que Rik la habría sacado de su escaparate. Según la legislación vigente, las prostitutas mayores de edad procedentes de los países nuevos de la Unión Europea no pueden trabajar aquí como asalariadas, no está permitido, pero sí como autónomas. Esta chica tendrá sin duda los papeles necesarios para poder demostrarlo.

Rik Kronenberg completó:

—Pasaporte, una traducción jurada de la inscripción en la administración municipal de su pueblo en Eslovaquia, inscripción en la Cámara de Comercio y en la Oficina de Empadronamiento de aquí, el NIF, la tarjeta electrónica para el permiso de trabajo, la comprobación por parte del servicio de inmigración, etcétera, etcétera. Tiene todos esos papeles en orden, porque de lo contrario podríamos haber hecho algo al respecto.

—¿A qué se refiere? —pregunté.

—Podríamos haber hecho algo, aunque sólo fuera para molestar a esos hijos de puta —se desató—, porque esas chicas son su fuente de ingresos.

—Tranquilo, Rik —le dijo el jefe.

—Ese es el segundo punto. Cuando Rik habla de esos hijos de puta, se refiere a los dos hombres de la foto, que no explotan sólo ese club de alterne y un local de striptease, sino que también son los chulos de entre diez y veinte muchachas que están tras los escaparates.

—Obligadas —dijo Rik Kronenberg—. Todos los sabemos. Me gustaría que lo añadieras.

—Así que de eso es de lo que se trata —por primera vez la voz de su jefe sonó con un poco menos de amabilidad—. Déjame terminar mi historia, ¿vale, Rik? —Y dirigiéndose a mí—: En el año 2000 se legalizó la prostitución, sin duda lo sabrá. Lo que en realidad significa es que la ley de prohibición de burdeles ha sido abolida. Pero no sólo eso, pues al abolirla también se suprimió el proxenetismo de la legislación sobre normas morales. Mientras las prostitutas sean mayores de dieciocho años y permanezcan en los Países Bajos de manera legal, en principio no hacen nada que esté prohibido cuando le entregan sus ganancias a un hombre.

Vio mi ceño fruncido.

—La policía es un órgano ejecutivo, nosotros no hacemos la ley. La realidad es que sólo podemos actuar cuando se ha presentado una denuncia por coacción y, sobre todo, por malos tratos.

—Hay más posibilidades —intervino Rik Kronenberg—. Si hay sospecha de tráfico de personas, estamos obligados incluso a emprender acciones e iniciar una investigación.

Fons Kalman suspiró:

—Sí, a ese punto llego ahora mismo. Usted indicó que tiene la impresión de que Nadine Husak está prostituyéndose en contra de su voluntad. Bueno, eso es lo que suponemos nosotros también, en su caso, en el de esa Sandra y en el de todas las demás chicas. En nuestra opinión, esos dos hombres y el resto de su grupo son culpables de tráfico de mujeres, tenemos numerosos indicios. Rik ya le explicó que, al tratarse de tráfico de personas, estamos obligados a intervenir, pues esas son las directrices del Ministerio Fiscal. Pero el problema es que las pruebas que hemos reunido hasta ahora no son lo suficientemente sólidas como para procesar a estas personas. Creo que Rik estará de acuerdo conmigo. En ese sentido, todavía es esencial poder disponer de declaraciones por parte de las víctimas. Lo que he intentado aclararle es que sólo podemos significar algo para Nadine Husak si ella está dispuesta a declarar. Si no es ese el caso, se encontrará usted, o tal vez debiera decir su cliente, lamentablemente solo. Eso es lo que nos preocupa y de ahí la pregunta anterior sobre sus intenciones una vez la haya encontrado.

—Sí, eso ya se lo pregunté yo —añadió Rik Kronenberg—, pero todavía no está del todo claro dónde termina su implicación. Si le pagan en el momento en que la haya encontrado, ese ya no será su problema.

No me agradó el cinismo en el tono de su voz y repliqué:

—¿Y eso?

—Porque es entonces cuando empieza la auténtica miseria. —Miró a su jefe—: ¿Puedo explicarle yo tu tercer punto, Fons? —Se le veía bastante enfadado, como si le pareciera que ya había tenido la boca cerrada el tiempo suficiente—. ¿No le querías avisar?

Su jefe asintió con la cabeza y volvió a retreparse.

—Y para que quede bien claro, señor Havix, yo no tengo nada personal en contra suya, pero usted y su cliente deben saber con quién van a tener que vérselas, antes de que empiecen a ocurrir desgracias.

Señaló en dirección al barrio rojo:

—Tras una fachada de legalización, regulación y control de la policía y el Ayuntamiento, eso es una jungla. Hay un montón de personas que me toman a mal esta descripción, pero así lo veo yo. El barrio rojo no es la divertida zona de sexo y la pintoresca atracción turística por la que muchos lo tienen. En los más de quince años que llevo trabajando aquí he visto cómo no dejaba de empeorar. Y yo no soy el único que lo ve así. Todo el que conozca la realidad de cerca le dirá lo mismo. Lleva años trabajando aquí una señora de una institución religiosa que conoce el barrio mejor que yo. ¿Sabe usted qué es lo que la mueve a seguir aquí? «Volver a traer a Jesucristo a este infierno.» Y no es una persona que quiera ganarse almas, tan sólo intenta hacer algo para aliviar de alguna manera todo el sufrimiento que encuentra. En ese infierno las personas que han puesto a Nadine Husak en el escaparate son de lo más despiadado. En lo que a eso respecta, ha tenido usted especial mala pata.

Miró a su jefe y preguntó:

—¿Exagero?

Negó con la cabeza.

—La reputación de esas personas se basa en que sus chicas nunca hablan y, desde luego, no dejan el negocio cuando ellas quieren. En el momento en que algo así ocurriera, esta gentuza correría el riesgo de que se les desmoronara todo el chiringuito, y eso es lo que quieren evitar a toda costa. De eso es de lo que queremos avisarle. No se piense que usted o quien sea va a poder llevarse a esa chica sin más.

Les agradecí la advertencia, pero me irritaba que fuera precisamente la policía quien parecía sugerir que no podía haber ninguna solución.

—¿Entonces, qué propone? ¿Debe quedarse ahí como si nada, aunque las esté pasando canutas?

Fons Kalman intervino conciliador:

—Rik lo pone muy negro. Sí que de vez en cuando cosechamos algunos éxitos. Tampoco está sugiriendo que usted no pueda hacer nada, sino más bien que no puede ir allí sin más para llevársela. Me gustaría que ella presentara una denuncia, entonces podríamos coger a la gente que está detrás. Creo que tenemos un gran número de buenos argumentos para persuadir a Nadine Husak a que formule una denuncia. Muchas chicas se encuentran con las manos vacías si lo hacen y, al final, se las llevan de nuevo a su país de procedencia cuando el proceso ha concluido. A esas chicas no podemos ofrecerles mucho, ese es un punto débil dentro de la legislación actual. En el caso de Nadine Husak es claramente más positivo; como usted indicaba, tiene familia aquí, no ha entrado de forma ilegal y su cliente podría ayudarla tal vez a conseguir un trabajo y, por tanto, una perspectiva de futuro. En ese caso, no sería necesario que regresara, que es lo que teme la mayoría de las chicas. No, no lo veo tan difícil. Esa perspectiva hay que mostrársela de manera convincente. ¿Qué te parece a ti, Rik?

—¿Podemos cumplirlo? Ante un guión semejante deberíamos llevarla a un lugar donde esa gentuza ya no pueda ejercer ninguna influencia sobre ella. Incluso así es muy arriesgado.

Su jefe restó importancia a las protestas:

—No hacer nada también es arriesgado. Yo también soy consciente de los peligros, pero ahora se nos presenta una oportunidad y debemos aferrarnos a ella con ambas manos.

—Y bien, ¿qué propones entonces? —preguntó Rik Kronenberg.

—Yo lo coordinaré con la JZP y tú vete a visitarla, con normalidad, como si quisieras comprobar sus papeles, y hazle una propuesta sin que nadie os vea. Déjale bien claro lo que podemos hacer por ella y, naturalmente, también lo que nos acaba de contar el señor Havix: que hay personas aquí, en los Países Bajos, que pueden ofrecerle un futuro.

—¿Qué es la JZP? —pregunté—. ¿Necesita el permiso de alguien para pasar a la acción?

No me gustaba la idea de que hubiera que hacer muchos trámites.

Fons Kalman me sonrió tranquilizador:

—No, esa no es la palabra adecuada. Nuestro servicio se ocupa de observar y remitir, nosotros somos el primer contacto con las prostitutas, pero no tenemos la competencia de iniciar una investigación. Ese es el campo de la JZP: la Brigada de Menores y Delitos Sexuales. Colaboramos estrechamente y sólo si una prostituta confía en nosotros querrá presentar la denuncia. Luego es la JZP quien dispone de toda la maquinaria para encargarse del asunto.

Fons Kalman me acompañó hasta la salida. Cuando me estrechó la mano recordé algo de pronto:

—¿Por qué se cerró el club de alterne?

—El local de striptease también está cerrado. Ese es otro ejemplo en el que puede verse que a fin de cuentas no somos impotentes del todo ante esa clase de gente. Sus empresas se cierran como consecuencia de lo que hemos empezado a denominar el «enfoque administrativo». A primera vista suena bastante endeble, ¿no le parece? Pero no se equivoque, pues es un arma muy potente.

—¿Le meten mano a esa gente cuando sus permisos no están en regla? ¿Funciona así?

—En parte, pero va más allá. Incluso si alguien cumple con todos los requisitos y tiene todos los papeles en regla para abrir su negocio, podemos hacer algo dentro del marco de la Ley Bibob, es decir: Fomento del Juicio de Integridad a través de la Administración Pública. Eso posibilita al Ayuntamiento denegar permisos o retirarlos si existe la sospecha de que hay alguna incorrección. Y también es posible llevarlo a cabo basándose en información poco sustancial. En realidad, invertimos la carga de la prueba: que el empresario demuestre que todo está en orden y que, por ejemplo, el dinero invertido se ha ganado legalmente.

—¿Y funciona?

Asintió satisfecho:

—¡Oh, sí, claro! En los Países Bajos suelen formarse la idea de que toda esa reglamentación nos ha hecho más débiles y vulnerables frente a este tipo de criminales, pero en este caso le sacamos provecho. No debe menospreciar el poder de un funcionario —añadió con una mueca.

Ya se estaba preparando para marcharse, pero aún había algo que me rondaba la cabeza:

—Me dio la impresión de que su colega no compartía su optimismo.

Se detuvo y le desapareció la sonrisa, como si se tratara de un montón de nieve expuesta al sol:

—Como ya le dije, Rik Kronenberg es el mejor inspector de delitos sexuales que hay en la ciudad, y lo es porque conoce todo y a todos. Más que ningún otro, escucha las historias de las chicas, de todas sus penas, lo que resulta una pesada carga. Yo soy el último que le tomaría en cuenta su carácter sombrío, pero créame: estamos de veras en disposición de hacer algo. Esa es la razón por la que sigo viniendo aquí cada día con el mayor de los placeres.