FÁBULA XXV
EL LEÓN, EL LOBO Y LA ZORRA[187]
Trémulo y achacoso
a fuerza de años, un León estaba.
Hizo venir los médicos, ansioso
por ver si alguno de ellos lo curaba.
De todas las especies y regiones5
profesores llegaban a millones.
Todos conocen incurable el daño:
Ninguno al rey propone el desengaño;
cada cual sus remedios le procura,
como si la vejez tuviese cura.10
Un Lobo cortesano,
con tono adulador y fin torcido,
dijo a su soberano:
—He notado, señor, que no ha asistido
la Zorra como médico al congreso,15
y pudiera esperarse buen suceso
de su dictamen en tan grave asunto.
Quiso su majestad que luego al punto
por la posta[188] viniese:
Llega, sube a palacio y, como viese20
al Lobo su enemigo, ya instruida
de que él era autor de su venida,
que ella excusaba cautelosamente,
inclinándose al rey profundamente,
dijo: —Quizá, señor, no habrá faltado25
quien haya mi tardanza acriminado;
mas será porque ignora
que vengo de cumplir un voto ahora,
que por vuestra salud tenía hecho;
y para más provecho,30
en mi viaje traté gentes de ciencia
sobre vuestra dolencia.
Convienen, pues, los grandes profesores
en que no tenéis vicio en los humores,
y que sólo los años han dejado35
el calor natural algo apagado.
Pero éste se recobra y vivifica,
sin fastidio, sin drogas de botica,
con un remedio simple, liso y llano,
que vuestra majestad tiene en la mano.40
A un Lobo vivo arránquenle el pellejo,
mandad que os lo apliquen al instante;
y por más que estéis débil, flaco, viejo,
os sentiréis robusto y rozagante,
con apetito tal, que, sin esfuerzo,45
el mismo Lobo os servirá de almuerzo.
Convino el rey, y entre el furor y el hierro
murió el infeliz Lobo como un perro.
Así viven y mueren cada día
en su guerra interior los palaciegos,50
que con la emulación rabiosa ciegos
al degüello se tiran a porfía.
Tomen esta lección muy oportuna:
Lleguen a la privanza enhorabuena;
mas labren su fortuna,55
sin cimentarla en la desgracia ajena.