[1] Para un análisis más general, véase mi ensayo de próxima aparición, “The Theoretical Hesitation: Benjamin’s Sociological Predecessor”. También quiero mencionar los proyectos conexos de Richard Dienst sobre la deuda como un fenómeno posmoderno (véase, por ejemplo, “The Futures Markct”, en H. Schwarz y R. Dienst (comps.), Reading the Shape of the World, Boulder, CO, 1996.), y asimismo el de Christopher Newñeld sobre la cultura corporativa actual (véanse, por ejemplo, sus artículos en Social Text 44 y 51, otoño de 1995 y verano de 1997 respectivamente).

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[2] Traducido en Georg Simmel, On Individuality and Social Forms, compilación de D. N. Levine, Chicago, 1971, págs. 324-339.

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[3] Ver el artículo “Cultura y capital financiero”, cap. 7 de este volumen.

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[4] Simmel, On Individuality…, op. cit., pág. 334. A lo cual me gustaría añadir lo siguiente:

“La flexibilidad del dinero, como tantas de sus cualidades, se expresa de la manera más clara y enfática en la bolsa de valores, en la cual la economía monetaria se cristaliza como una estructura independiente, del mismo modo que la organización política se cristaliza en el Estado. Las fluctuaciones de los precios de los intercambios indican con frecuencia motivaciones psicológicas subjetivas que, en su crudeza y sus movimientos independientes, son totalmente desproporcionadas en relación con los factores objetivos. Sin embargo, sería ciertamente superficial explicar esto señalando que las fluctuaciones de precios corresponden sólo rara vez a cambios reales en la calidad que representan las acciones. Puesto que la significación de esta calidad para el mercado reside no sólo en las cualidades internas del Estado o la fábrica de cerveza, la mina o el banco, sino en la relación de éstas con todas las demás acciones del mercado y sus condiciones. Por lo tanto, su base real no se afecta si, por ejemplo, una gran insolvencia en la Argentina deprime el precio de los bonos chinos, aunque la seguridad de éstos no se vea más afectada por ese hecho que por algo que ocurra en la Luna. Puesto que el valor de estas acciones, pese a su estabilidad externa, depende no obstante de la situación general del mercado, cuyas fluctuaciones, en cualquier punto, pueden hacer menos rentable, por ejemplo, la ulterior utilización de esas ganancias. Por encima de estas fluctuaciones del mercado de valores, que si bien presuponen que la síntesis del objeto individua] con los otros se produce objetivamente, existe un factor que se origina en la especulación misma. Estas apuestas sobre la cotización futura de una acción tienen por sí mismas la influencia más considerable sobre dicha cotización. Por ejemplo, tan pronto como un poderoso grupo financiero, por razones que no tienen nada que ver con la calidad de las acciones, se interesa en ellas, su cotización se incrementa; a la inversa, un grupo que aspire a una baja de las cotizaciones puede causarla mediante una mera manipulación. Aquí, el valor real del objeto parece ser el sustrato irrelevante por encima del cual el movimiento de los valores del mercado sólo sube porque tiene que asociarse a alguna sustancia o, mejor, a algún nombre. La relación entre el valor real y el valor final del objeto y su representación mediante un bono ha perdido toda estabilidad. Esto muestra con claridad la flexibilidad absoluta de esta forma de valor, una forma que los objetos adquirieron a través del dinero y los apartó por completo de su verdadero fundamento. Ahora el valor sigue, casi sin resistencia, los impulsos psicológicos del temperamento, la codicia, la opinión infundada, y si sorprende tanto la manera en que lo hace, es porque existen circunstancias objetivas que podrían proporcionar pautas exactas de valoración. Pero el valor en términos de la forma monetaria se ha independizado de sus propias raíces y fundamentos, a fin de entregarse por completo a las energías subjetivas. Aquí, donde la especulación misma puede determinar el destino del objeto de la especulación, la permeabilidad y la flexibilidad de la forma monetaria de los valores encuentra su expresión más triunfante a través de la subjetividad en su más estricto sentido”.

(Georg Simmel, Philosophy ofMoney, traducción de D. Frisby y T. Bottomore, Londres, 1978, págs. 325-326.

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[5] Robert Fitch, The Assassination ofNew York, Londres, 1996, pág. 40.

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[6] Ibid., pág. 60.

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[7] Ibid., pág. XII

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[8] En su libro The Long twentieth century, Londres, 1994; ver mi artículo ‘Cultura y capital financiero’, cap. 7.

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[9] Ambas descripciones especifican la relación causal entre los desarrollos informacionales que analizan y el creciente desempleo estructural y la guetificación de la ciudad contemporánea. Véanse Manuel Castells, The Informational City, Oxford, 1989, pág. 228; y Saskia Sassen, The Global City, Princeton, 1991, pág. 186.

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[10] Entre quienes lo sostienen, el más notable es Ernest Mandel, Late Capitalism, op. cit.

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[11] Fitch, The Assassination…, op. cit., pág. 149.

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[12] íbid., págs. XVI-XVII.

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[13] Ibid., pág. 86.

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[14] Ibid., pág. 94.

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[15] Ibid., pág. 189.

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[16] Ibid., pág. 191.

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[17] Ibid., págs. 189, 226 y XVII.

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[18] Véase Dieter Henrich, “Hegels theorie über den zufall”, en Hegel im Kontext, Francfort, 1971.

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[19] En este aspecto, el interés de Proust en la estrategia militar es ciertamente de lo más revelador: véanse, por ejemplo, las discusiones sobre la visita a Saint-Loup, durante el servicio militar de éste en Donciéres, en Le Cote de Guermantes, de Á la recherche du temps perdu, París, 1954, [traducción castellana: En busca del tiempo perdido, 3, El mundo de Guermantes, Madrid, Alianza, 1977, cuarta edición].

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[20] Fitch, The Assassination…, op. cit., págs. 186-187.

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[21] En F. Dal Co et al., The American City, Cambridge, 1979, pág. 389.

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[22] Ibid., pág. 390.

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[23] Ibid., pág. 461.

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[24] Ibid., pág. 483.

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[25] Siegfried Giedion, Space, Time and Architecture, 1941; reedición, Cambridge, Mass., 1982, pág. 845. Agradezco a Charles Jencks por recordarme este texto básico.

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[26] Ibid., pág. 825.

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[27] Ibid., págs. 849-851.

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[28] Rem Koolhaas, Delirious New York, Oxford, 1978, pág. 144.

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[29] Ibid., pág. 142.

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[30] Ibid., pág. 149.

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[31] Ibid., pág. 153.

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[32] Harvey, The Limits to Capital, op. cit., pág. 265.

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[33] Ibid., pág. 347.

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[34] Charles Jencks, The New Moderns, Nueva York, 1990, pág. 85.

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[35] Ibid., pág. 81.

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[36] Ibid., pág. 86.

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[37] Ibid, pág. 81.

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[38] Ibid, pág. 86.

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[39] Ibid., pág. 85.

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[40] Véase Simmel, Philosophy ofMoney, op. cit., pág. 327:

“El dinero proporciona así una expansión única de la personalidad que no procura adornarse con la posesión de bienes. Dicha personalidad es indiferente al control de los objetos; se satisface con ese poder momentáneo sobre ellos, y si bien parece como si esta evitación de toda relación cualitativa con los objetos no ofreciera ninguna expansión ni satisfacción a la persona, el acto mismo de comprar se experimenta como dicha satisfacción, porque los objetos son absolutamente obedientes al dinero. Debido al carácter exhaustivo con que el dinero y los objetos como valores monetarios siguen los impulsos de la persona, ésta se satisface mediante un símbolo de su dominación sobre ellos que de otro modo sólo podría obtenerse con la propiedad real. El goce de este mero símbolo de goce puede acercarse a lo patológico, como en el siguiente caso relatado por un novelista francés. Un inglés era miembro de un grupo de bohemios y su goce en la vida consistía en patrocinar las más salvajes orgías, aunque él mismo nunca intervenía salvo para pagar por todos: aparecía, no decía nada, no hacía nada, pagaba todo y desaparecía. En la experiencia de este hombre, uno de los aspectos de estos dudosos sucesos —pagarlos— debe haber representado todo. Es fácil suponer que estamos aquí ante un caso de una de esas satisfacciones perversas que recientemente han sido materia de la patología sexual. En comparación con la extravagancia corriente, que se detiene en la primera etapa de la posesión y el goce, y el mero derroche de dinero, el comportamiento de este hombre es particularmente excéntrico porque los goces, representados aquí por su equivalente monetario, son muy próximos y lo tientan directamente. La ausencia de una posesión y uso positivos de las cosas por un lado, y el hecho de que el simple acto de comprar se experimente como una relación entre la persona y los objetos y como una satisfacción personal, por el otro, pueden explicarse por la expansión que el mero acto de gastar dinero permite a la persona. El dinero tiende un puente entre esos individuos y los objetos. Al cruzarlo, la mente experimenta la atracción de su posesión aun cuando de hecho no la alcance.”

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[41] Véase mi análisis en “Marx’s Purloined Letter”, en New Left Review, vol. 209, no 4, 1995, págs. 86-120.

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[42] Un trabajo inédito de Kevin Heller explora las analogías aún más complejas de Gremiins 2 (Joe Dante, 1990), que no por casualidad se filmó en la torre de Donald Trump.

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[43] Hong Kong, Stanley Kwan, 1987. Estoy en deuda con Rey Chow por sugerirme esta referencia.

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