Capítulo 26

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Diez mapas fundamentales de la historia de España

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En este capítulo

• Conocer mediante mapas algunos de los momentos más importantes de la historia de España

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El tópico dice que una imagen vale más que mil palabras. Pero como todo tópico que se precie, si se ha extendido es porque, en el fondo, algo de razón debe contener. Si hablamos de historia y esa imagen toma la forma de un mapa, entonces resulta todo mucho más claro y comprensible; y aún más si el objeto de nuestro estudio es un territorio como el que actualmente conforma España, por el que a lo largo del tiempo han transitado tantas y tan diversas culturas. De esa manera, de un solo vistazo, podrán verse qué pueblos y dinastías se han sucedido en ese suelo, sin olvidar, ni mucho menos, cómo se desarrollaron los conflictos bélicos que lo asolaron y cómo fueron abriéndose camino las nuevas ideas y los medios de producción que lo enriquecieron. Todo hasta llegar a la España de las autonomías que conocemos hoy. Lo que las palabras nos explican queda así de manifiesto en poco espacio en una sencilla serie de imágenes.

Son diez mapas que señalan momentos que, por motivos muy diversos, han dejado una profunda huella en la historia de lo que ahora es España. Empiezan con la romanización, cuando se pusieron las bases de la propia idea de Hispania, y terminan con la España actual, un marco de convivencia que mira al futuro, sin olvidar las enseñanzas de un pasado que no siempre fue fácil.

Romanización en Hispania

A diferencia de los fenicios y los griegos, que se contentaron con establecer colonias en la península Ibérica sin intentar ir más allá, los romanos se esforzaron por hacer suyo ese territorio, así como de modelarlo a su imagen y semejanza. Para ello se valieron, sobre todo, de las ciudades, que pasaron a ser las grandes protagonistas de la vida económica y política de Hispania. No sólo eso, sino que los administradores se esforzaron por crear una compleja red viaria, que a la vez que comunicaba las distintas urbes romanas entre sí y con la metrópoli imperial, también ayudaba a unificar el territorio; así se creó entre sus habitantes la conciencia de pertenecer a un orden común, el latino. Ciudades como Tarragona, Mérida o Itálica dan cuenta del esplendor de esa Hispania romana.

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España visigoda

La caída del Imperio romano, en el siglo V, estuvo acompañada por la entrada en la Península de distintos pueblos bárbaros, que buscaban un lugar en el que aposentarse y que no dudaban en luchar entre sí y contra los agonizantes restos imperiales para conseguirlo. En un primer momento, los vándalos asdingos y los suevos ocuparon Galicia, mientras los alanos hacían suya la Lusitania y la Carthaginense, y los vándalos se instalaban en la Bética. Todos ellos serían finalmente expulsados por otro pueblo germánico, el visigodo, que a finales del siglo VI consiguió acabar con la resistencia del reino suevo y unificar toda la Península bajo un mismo cetro con capital en Toledo.

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El apogeo de Al Andalus

En el siglo IX, la capital más espléndida de toda Europa era la Córdoba de los Omeyas. Era el centro de Al Andalus, esa entidad política surgida tras la conquista musulmana del año 711, que acabó de manera fulgurante con el reino visigodo de Toledo y que, más tarde, bajo la dirección del califa Abd al-Rahman III, se convertiría en el imperio más poderoso de todo el Occidente europeo. Ante su pujanza económica, cultural y militar, poco podían hacer los pequeños reinos y condados cristianos surgidos en el norte peninsular, que para el emir Almanzor fueron el suculento objetivo de sus campañas de pillaje y castigo. La más osada de ellas llegó a saquear la ciudad de Compostela. De esos reinos, sin embargo, sería el protagonismo en las siguientes centurias, una vez que el califato de Córdoba se destruyera a sí mismo en enfrentamientos internos.

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Avance de la Reconquista

De las cenizas del califato de Córdoba surgió un conjunto de pequeños reinos islámicos, las taifas, cuya debilidad fue aprovechada por los Estados cristianos del norte. Y ello en dos sentidos, principalmente: uno, para lanzar una ofensiva militar que les permitió expansionarse hacia el sur, y otra, para llenar sus arcas mediante el cobro de las parias, onerosos tributos que los reyes cristianos imponían a los débiles monarcas musulmanes a cambio de no invadirlos. En el siglo XI ya despuntaban con fuerza los que serían los grandes reinos cristianos peninsulares, que luego protagonizarían la llamada Reconquista: el de Castilla y León, el de Navarra y el de Aragón, además de los condados catalanes, que un siglo más tarde establecerían con los aragoneses la unión dinástica que se conoce como Corona de Aragón.

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La península Ibérica en tiempos de los Reyes Católicos

El matrimonio entre la reina de Castilla, Isabel, y el rey de Aragón, Fernando, supuso la recuperación de la unidad de la vieja Hispania bajo un mismo cetro, unidad perdida y añorada desde el hundimiento del reino visigodo de Toledo. La conquista en 1492 del último reducto musulmán en la península, el reino nazarí de Granada, puso la guinda a ese proceso de unión dinástica emprendido por los Reyes Católicos, que se completó en 1512 con la anexión del reino de Navarra por obra de Fernando. El mapa de España quedaba así configurado prácticamente como hoy lo conocemos.

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La guerra de Sucesión

La muerte sin herederos del Habsburgo Carlos II convirtió la Península en un campo de batalla en el que las distintas potencias europeas lucharon para situar en el trono a sus respectivos candidatos. Por un lado combatía el archiduque austríaco Carlos; por otro, el francés Felipe de Borbón. La contienda fue una auténtica guerra civil para España, fracturada en dos grandes bandos; Castilla estaba a favor de la causa borbónica y la Corona de Aragón apoyaba al candidato de los Austrias, en el que veía una garantía de respeto hacia las autonomías locales. Las hostilidades se prolongaron hasta 1715, cuando las tropas de Felipe V consiguieron sofocar la resistencia de Mallorca. Con su victoria, una nueva dinastía llegó al trono de España, la de los Borbones.

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La guerra de la Independencia

En 1808, los hasta entonces imbatibles ejércitos de Napoleón hicieron su entrada en la península Ibérica. El emperador francés no tuvo problemas para desalojar del trono a Carlos IV y colocar en él a su hermano José Bonaparte, pero no contó con una reacción popular que iba a convertir el territorio español en un verdadero infierno para sus soldados. Durante los seis años que duró la contienda, Napoleón tuvo que enfrentarse a la acción conjunta de ejércitos regulares, cada vez mejor preparados por la ayuda británica, y a partidas de guerrilleros, como el Empecinado o el cura Merino, que atacaban de improviso para desvanecerse luego sin dejar rastro alguno.

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La guerra civil (1937)

El 17 de julio de 1936, las armas acabaron con el sueño de una España democrática representado por la Segunda República. Durante tres años, el país se rompió en dos mitades ideológicas que tuvieron su reflejo en la geografía. Fue lo que Antonio Machado denominó “las dos Españas”: por un lado, la rural y tradicional (Castilla la Vieja, Galicia, gran parte de Andalucía, Navarra y Aragón), en la que triunfó el bando del general Francisco Franco; por otro, la España urbana y obrera (Madrid, Vizcaya, Guipúzcoa, Asturias, Cataluña, el Levante y Andalucía oriental), leal a la República.


Turismo durante el franquismo

La obsesión de los vencedores de la guerra civil fue cerrar España a toda idea o moda venida del exterior. Deseo imposible que recibió el golpe de gracia a partir de la década de 1960 con la llegada de los primeros turistas extranjeros, un fenómeno social y económico que transformó completamente el país.

Arquitectura y cultura en la democracia

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Con la consolidación de la democracia, España se volcó en recuperar el tiempo perdido durante el franquismo y situarse al mismo nivel que otros países europeos. Así, en poco tiempo surgieron universidades, auditorios, teatros, museos y demás equipamientos culturales con los que España entraba por la puerta grande en la modernidad.

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