Capítulo 7
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El auge de los reinos cristianos
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En este capítulo
• Aprender cómo el espíritu de cruzada abanderó la ofensiva contra el islam
• Conocer cómo era la sociedad de los reinos cristianos
• Asistir al renacimiento cultural y al auge de las lenguas romances
• Ver cómo la crisis azota a lo reinos en el siglo XIV
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Si los reinos cristianos acabaron el siglo XII convencidos de que las ciudades musulmanas eran inexpugnables y que era imposible cualquier pretensión de seguir expandiéndose hacia el sur, la nueva centuria trajo consigo un cambio radical de aires. Sobre todo a partir del impulso dado por el papa Inocencio III y el arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada. Fueron ellos los que abanderaron en todos los rincones de la cristiandad la idea de la unidad frente al “enemigo común islámico”. Y la mecha prendió, dando lugar a una Hispania en guerra permanente contra el islam, guerra teñida de intolerancia y hogueras. Para acabar de complicarlo todo, en el siglo XIV una terrible epidemia de peste asolaría toda la Península sin distinción de credos.
Los cristianos pasan al ataque
Después de tantas luchas
fratricidas como las que había visto el siglo XII, los reyes
cristianos supieron de nuevo unirse bajo la bandera de la defensa
de la fe católica. Su alianza halló su recompensa el 16 de julio de
1212 en la batalla de las Navas de Tolosa, cerca de Despeñaperros,
en la que participaron guerreros venidos del otro lado de los
Pirineos y soldados de todos los reinos peninsulares encabezados
por sus monarcas, Alfonso VIII de Castilla, Sancho VII de Navarra y
Pedro II de Aragón, además de contingentes portugueses y leoneses,
y de las huestes de las órdenes militares de Santiago, Calatrava,
el Temple y San Juan. Enfrente, un ejército temible y mayor en
número al cristiano, comandado por el califa almohade Muhammad
an-Nasir. La victoria sonrió al bando de la cruz y enterró para
siempre la amenaza norteafricana, transmitiendo nuevos bríos para
reemprender la Reconquista.
Las conquistas de los reinos del norte
El colapso musulmán que siguió a la batalla de las Navas de Tolosa abrió paso a la más fabulosa expansión territorial de los reinos cristianos y al ocaso definitivo de la presencia islámica en la Península. Dos serían los actores principales de esta historia: Castilla y Aragón.
• Castilla: Unida de nuevo a León en la figura de Fernando III el Santo, Castilla se comprometió a recomponer el sueño asturiano de la antigua unidad perdida. La toma de Sevilla en 1248 fue el episodio más destacado y dio al reino un vasto territorio, superior al de todos los otros Estados peninsulares juntos. A esa conquista le seguiría en 1266 la de Murcia por su hijo Alfonso X el Sabio.
• Aragón: Lejos de ser un reino unitario, en él las fronteras interiores entre aragoneses y catalanes estaban bien delimitadas, lo que no impidió que, bajo la dirección de Jaime I el Conquistador, asaltaran Mallorca y ocuparan Valencia, cerrándose así el capítulo de las conquistas catalanoaragonesas en la Península.
Los esfuerzos de Fernando III el Santo, Alfonso X el Sabio y Jaime I el Conquistador ultimaron prácticamente la conquista de los dominios musulmanes. Sin embargo, la taifa de Granada todavía conseguiría sobrevivir hasta finales del siglo XV. Hasta que llegara el momento de su toma, los reyes cristianos se dedicaron en cuerpo y alma a la construcción de sus Estados y al afianzamiento de su autoridad sobre las acechanzas de la aristocracia y la Iglesia, siempre recelosas de un poder real fuerte.
Castilla, la mejor de las tierras |
Alfonso X no dejó pasar ocasión de loar la tierra que le había sido dada para reinar, y así en la Historia de España dice en el jugoso castellano de la época: |
“E cada una tierra de las del mundo et a cada provincia honró Dios en señas guisas, et dio su don; mas entre todas las tierras que Él honró más, España las de occidente fue; ca a esta abastó Él de todas aquellas cosas que el hombre suele cobdiciar”. |
España a lo largo del siglo XIII, avance hacia el sur de los reinos cristianos
Una sociedad de muchos colores
El avance hacia el sur introdujo en las sociedades cristianas una gran diversidad étnico-religiosa, sustrato de no pocos conflictos sociales y culturales en el futuro. Fernando III de Castilla y Jaime I de Aragón permitieron que una parte de los musulmanes permanecieran en los territorios conquistados. Contra lo que pudiera parecer, no era un acto de benevolencia lo que guiaba sus decisiones, sino el reconocimiento de su incapacidad para sustituir ese estrato de población musulmana por otra cristiana que consiguiera explotar sus recursos.
Las minorías de las sociedades cristianas
Dos fueron las grandes minorías de los territorios conquistados por los reinos cristianos:
• Los mudéjares, o musulmanes bajo dominio cristiano. Vivían en morerías o barrios extramuros de la ciudad y conservaron su religión y costumbres. La artesanía y la agricultura eran sus principales labores. La revuelta de 1264 contra los abusos a los que se veían sometidos desembocó más tarde en una fuerte represión que empujó a muchos mudéjares a buscar cobijo en el reino nazarí de Granada.
• Los judíos, que también vivían en barrios apartados, las juderías, y debían vestir y peinarse de forma que no se los confundiera con los cristianos. Además, tenían prohibido celebrar sus ritos en público. Sus profesiones eran muy variadas, pero sobre todo se desenvolvían bien en el ámbito de las finanzas, lo que a la postre sería su perdición: la animadversión contra los prestamistas y recaudadores de impuestos, oficios desempeñados por judíos, extendió el odio popular contra esta comunidad, a pesar de la protección que le dispensó una monarquía siempre necesitada de su dinero.
La cultura toma nuevos bríos
Las conquistas cristianas comportaron una revisión del sistema cultural cristiano. Las nuevas escuelas que empiezan a surgir entonces no se concentran ya sólo en las catedrales o monasterios, a lo que se añade que los mismos estudiantes se desplazan de un lugar a otro en busca del saber de los grandes maestros.
Alfonso X, un rey sabio en tiempos de crisis |
Alfonso X el Sabio fue uno de los primeros reyes castellanos que supo ver que el prestigio de la monarquía no se gana sólo en el campo de batalla. Y así, aunque en un primer momento prosiguió las conquistas de su padre Fernando III con la toma de Murcia (1266), su reinado se caracterizó por el impulso dado a la cultura y a la reforma del Estado. |
El rey mismo fue un erudito interesado por todas las ramas del saber, cuyo talento para la creación se revela en algunas Cantigas de santa María, de su autoría, compuestas en gallego. Bajo sus auspicios, pues más que escribir con sus propias manos dirigía y animaba la escritura, se compusieron no sólo obras historiográficas como la Crónica General de España, sino también jurídicas, como las Siete partidas, u otras tan curiosas como el Lapidario, sobre las propiedades de los minerales, o el Libro de juegos. |
La apertura de las universidades
Fruto del
movimiento cultural de entonces será el nacimiento de los Estudios
Generales, luego llamados universidades, del latín universitas, que el cuerpo normativo las
Partidas de Alfonso X el Sabio define
como “ayuntamiento [agrupación] de maestros et de escolares que es
fecho en algún logar con voluntat et con entendimiento de aprender
los saberes” (para más información sobre este movimiento cultural
véase la sección “El auge de las lenguas romances”, más adelante en
este capítulo, y el recuadro “Alfonso X, un rey sabio en tiempos de
crisis”).
La universidad más antigua en la Península fue la de Palencia, muy pronto eclipsada por la de Salamanca. A ellas se sumarían pronto las de Valladolid, Lérida y Huesca.
La Escuela de Traductores de Toledo |
A pesar de los problemas entre las diferentes comunidades que vivían en los reinos cristianos, bajo algunos monarcas se estableció un fructífero diálogo entre las tres culturas, cristiana, judía y musulmana. Uno de sus mejores ejemplos fue la Escuela de Traductores de Toledo, fundada a comienzos del siglo XII y consagrada bajo el mecenazgo de Alfonso X de Castilla, quien gustaba llamarse “rey de las tres religiones” y que no por nada recibe el sobrenombre de “el Sabio”. Hasta allí acudieron intelectuales de toda Europa atraídos por las obras de los sabios musulmanes y griegos, hindúes o persas, traducidos previamente al árabe, al latín, al hebreo y, también, al castellano. |
Interpretación de unas de las ilustraciones que aparecen en las Cantigas de Santa María, de Alfonso X el Sabio
El triunfo del cielo
Al mismo
tiempo que las universidades, la Península se llena de muestras de
un nuevo estilo artístico llegado del otro lado de los Pirineos. Es
el gótico, caracterizado por sus arcos apuntados, sus bóvedas de
crucería y sus grandes vidrieras, todo lo cual da la sensación de
edificios altos y majestuosos que aspiran a arañar el cielo. Nada
que ver con las vetustas, pesadas y oscuras arquitecturas
románicas… Gracias al Camino de Santiago el estilo cuaja rápido y
da lugar a obras maestras tan incomparables como las catedrales de
Burgos y León.
Atenas con acento catalán |
Los catalanes que se aventuraban por el Mediterráneo no sólo tuvieron vocación comercial. También sabían usar la espada, y si no que se lo digan al emperador bizantino Andrónico II Paleólogo, quien en 1303 contrató a un grupo de mercenarios de esa nacionalidad para ayudarle en la lucha contra los turcos. |
Los mercenarios contratados por el emperador eran los almogávares, agrupados en la Compañía Catalana de Oriente. Dos años más tarde, el asesinato de su líder, Roger de Flor, a manos de sus aliados bizantinos, provocó que sus hombres desencadenaran una devastadora campaña contra Constantinopla (la llamada “venganza catalana”) que culminó con la conquista en 1310 de Atenas y posteriormente de la también griega Tebas, agrupadas bajo la denominación de ducado de Atenas y Neopatria. En 1377, el título lo asumió el rey Pedro IV el Ceremonioso, y aunque en 1388 los catalanes perdieron la plaza, el ducado permaneció entre aquellos que son patrimonio de la Corona. Todavía hoy lo ostenta el rey Juan Carlos I. |
Las lenguas romances prosperan
Pero también las lenguas surgidas del latín irrumpen en esta época con fuerza, no sólo en la vida cotidiana, sino también en el ámbito de la creación donde hasta entonces había reinado el latín:
Descripción de los almogávares |
El gran cronista catalán Bernat Desclot nos dejó una vívida descripción de los almogávares antes de su incursión por tierras griegas: |
“Estas gentes que se llaman almogávares no viven más que para el oficio de las armas. No viven ni las ciudades ni las villas, sino en las montañas y los bosques, y guerrean todos los días contra los sarracenos (…). Y soportan condiciones de existencia muy duras, que otros no podrían soportar. Que bien pasarán dos días sin comer si es necesario, comerán hierbas de los campos sin problema (…). Y son muy fuertes y muy rápidos, para huir y para perseguir; y son catalanes y aragoneses y sarracenos”. |
• El castellano obtiene su reconocimiento en la obra poética de Gonzalo de Berceo, el primer poeta de nombre conocido de la lírica en esa lengua. Fue el principal autor del llamado Mester de Clerecía, un grupo de escritores surgido en los ambientes escolásticos y religiosos, que cultivó un arte culto, generalmente sobre temas religiosos o morales. En el terreno de la prosa, Alfonso X el Sabio reunió todo el saber de la época en el idioma de sus súbditos y en él redactó obras jurídicas como las Siete partidas, o historiográficas, como la Crónica General de España, donde se muestra una nación idealizada, bañada por la savia de romanos, visigodos y árabes.
• El gallego, convertido en la lengua por excelencia de la poesía, cuya vitalidad queda patente en las Cantigas de santa María, también de Alfonso X el Sabio, que no sólo es una joya poética sino también uno de los mejores ejemplos de la música de los trovadores, a la que la presencia de ritmos de aroma árabe presta una inconfundible originalidad.
• El catalán vislumbra en esta Edad Media su edad de oro en las cuatro grandes crónicas que, al valor puramente histórico, añaden el cuidado por el idioma, como son las de Jaime I el Conquistador, Bernat Desclot, Ramón Muntaner y Pedro IV el Ceremonioso. Sin olvidar la figura universal del políglota Ramón Llull, quien se ocupó de todos los campos del saber y dejó libros como Blanquerna, una novela didáctica que incluye el Libro de Amigo y Amado, testimonio primigenio de la mística hispana que inmortalizarán santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz.
Florece la economía
Ya desde tiempos del Imperio romano, la diferencia entre el interior peninsular, más apegado a la tierra, y el Levante, abierto al contacto con otros mundos, definió el carácter y el desarrollo económico de los pueblos que habitaron esas zonas. La Edad Media no rompió muchas de esas tradiciones, y así en Castilla el desarrollo económico se centró en varios frentes muy desiguales:
• La ganadería: Tras las grandes conquistas del siglo XIII, las extensiones de terreno castellanas se vieron invadidas por ovejas, cabras, caballos y cerdos. Los concejos municipales sacaban así partido de sus territorios en una época en la que la escasez de mano de obra hacía impensable roturaciones a gran escala del campo. Las pequeñas asociaciones de pastores acabaron uniéndose en la Mesta, una institución que con el tiempo llegaría a acumular un gran poder y a convertirse en un auténtico lastre para la modernización de España.
• El comercio: Muy vinculado en un principio a la ganadería, favoreció una industria de la lana de gran calado que exportó con éxito su mercancía a los centros consumidores de Inglaterra y Flandes desde puertos norteños como el de Santander, San Sebastián o Bilbao, de donde también partían excedentes agrarios como vino y aceite. En el ámbito interno, la actividad comercial empezó a generar ferias en ciudades como Burgos, Valladolid o Medina del Campo, sin olvidar Sevilla y Córdoba, en las que todavía estaba latente el espíritu mercantil del período musulmán.
• La agricultura: El interés de la monarquía por los rebaños y los arriendos a bajo precio de los pastos dejaron noqueada a una agricultura ya de por sí estancada en técnicas y aperos, que recordaban en exceso a los patentados por el campesinado romano.
Cruel para unos, justiciero para otros |
En el terreno histórico, como en la mismísima vida, es fácil que todo tienda al blanco o al negro. Un ejemplo es el rey Pedro I de Castilla (1350-1369), a quien sus partidarios llamaron el Justiciero, mientras que para sus enemigos, que fueron muchos, fue simple y llanamente el Cruel. |
En el origen de todos estos sobrenombres estaba el deseo del rey de imponerse sobre la aristocracia, lo que provocó la revuelta de ésta. La respuesta real no se hizo esperar y, con el decisivo apoyo de las ciudades, se saldó con el asesinato o ajusticiamiento de muchos nobles influyentes. De ahí lo de Cruel, y de ahí también lo de Justiciero, pues las clases más populares, siempre recelosas de los privilegios nobiliarios, vieron en Pedro I a alguien que les hacía justicia. |
El primer imperio español
En lo que respecta a la Corona de Aragón, el comercio fue la actividad más lucrativa, sobre todo en Barcelona y Valencia, dos urbes que lanzaron a la monarquía a una aventura expansionista por las islas del Mediterráneo.
La conquista de Mallorca y Menorca por Jaime I animó la aventura de los mercaderes y armadores catalanes por las aguas del Mare Nostrum y abrió vías seguras a la posterior expansión por Sicilia y Cerdeña, causante de los enfrentamientos con Génova y Pisa. A finales del siglo XIII, Barcelona incluso logró introducir una cuña en los intercambios comerciales que las repúblicas italianas mantenían con Asia:
• De Cataluña partían paños, miel, vidrio y artículos de lujo a los puertos de Oriente.
• De Asia llegaban a Barcelona cueros, tintes, esclavos, perfumes y especias, que luego se revendían con sustanciosas ganancias en Italia, África y Europa.
Mercaderes y artesanos
Tanto en Castilla como en la Corona de Aragón la prosperidad económica benefició a las ciudades, que conocieron una nueva etapa de esplendor. Los campos y los ganados seguían siendo el gran patrimonio de una sociedad esclava de la tierra y sujeta a la voracidad de la nobleza y la Iglesia, pero aun así las urbes de la Baja Edad Media recuperaron el latido artesanal y mercantil de cuando Roma aún mandaba los destinos de un Imperio que se extendía por todo el mundo conocido.
El pacto del rey con las ciudades
Finalizada la época de las grandes conquistas, la escasez de botines empujó a los reyes a buscar en las ciudades su fuente de ingresos. Y lo encontraron, pero no gratis: en los casos de debilidad de la monarquía, las clases urbanas más pudientes consiguieron imponer un pacto entre la Corona y sus súbditos, obligando al rey a gobernar con el consentimiento de una asamblea, las Cortes, con resultados dispares en los distintos territorios peninsulares:
• En la Corona de Castilla, el fortalecimiento del Estado dio un paso considerable cuando en 1325 Alfonso XI unió en una sola asamblea a los representantes castellanos y leoneses.
• La Corona de Aragón, en cambio, se mantuvo presa de unas elites divididas y enfrentadas, que hicieron de la alianza del comercio y las instituciones del pasado la mejor trinchera contra cualquier cambio.
Llega la peste más apocalíptica
Pero toda esa época de esplendor conocerá un dramático final al poco de entrar en el siglo xiv. Los jinetes del Apocalipsis harán su violenta irrupción en la Península y la dejarán devastada con toda una oleada de crisis de hambre, epidemias y destrozos bélicos:
• La peste bubónica, importada en barco de Europa, desembarcó en Baleares en 1348 y pronto se extendió por las rutas comerciales que llevaban a Castilla.
• Los problemas de abastecimiento mermaron la población española, castigaron los estómagos de las clases populares y desangraron el campo.
• La crisis económica y los intereses territoriales arrastraron a los reinos hispanos a los campos de batalla. Castilla y Aragón combatieron entre sí de 1356 a 1365, y nada más acabar esa contienda, la guerra civil castellana estalló con toda virulencia hasta 1369.
• Las persecuciones contra los judíos que se convierten en los chivos expiatorios de una época de epidemias y miserias. En 1391, una marea de gente caldeada por el odio arrasó la aljama de Sevilla, situación que se repitió en otras juderías de la Península y provocó un éxodo judío que aún dejó más maltrechos la artesanía y el comercio.
Crisis dinásticas
A todo ello se unen las crisis dinásticas de los dos grandes reinos hispánicos:
• En Castilla, el asesinato en 1369 de Pedro I el Cruel o el Justiciero, que también así fue llamado, llevó al trono a su hermanastro Enrique de Trastámara, quien pagó con enormes privilegios a la nobleza que le había ayudado, y lo mismo su heredero Juan I. La consecuencia fue que los más poderosos acabaron dominando las Cortes y evitaron la consolidación de cualquier poder ajeno al conjunto de la nobleza.
• En Aragón tampoco el rey gozaba de un poder fuerte. Pedro IV el Ceremonioso tuvo que ceder a las presiones de las Cortes cuando las ofensivas castellanas revelaron el peligro de invasión, y así los parlamentarios catalanes lograron arrancarle la creación de la Diputación General de Cataluña, un organismo que se iba a encargar de recaudar los impuestos y controlar su gasto. De este modo, el poder real pasaba a depender de las Cortes, fiel espejo a su vez de los intereses de las clases privilegiadas urbanas.
Hacia la unión territorial
En 1410, el rey de Aragón Martín I el Humano falleció sin herederos. Esa situación abrió un vacío de poder en la Corona catalanoaragonesa, y durante dos años el trono se lo disputaron hasta seis pretendientes. Para impedir que dirimieran sus razones en los campos de batalla, en 1412 se celebró el Compromiso de Caspe, una comisión de electores que acabó poniendo fin a ese interregno al entregar la corona a Fernando de Antequera, nieto de Pedro IV el Ceremonioso y regente de Castilla.
El nuevo rey Fernando I no tardó en reforzar los vínculos de castellanos y aragoneses al consolidar el poder de su familia, los Trastámara, en Aragón, y al mismo tiempo intrigar en la corte castellana para colocar a sus hijos en el trono. Su sueño acabó cumpliéndose en 1469, cuando Isabel I de Castilla y Fernando de Aragón, primos entre sí, contrajeron matrimonio y unieron los dos grandes reinos bajo una misma corona. El anhelo de tantos monarcas, guerreros y sabios de una España unida estaba cada vez más cerca de convertirse en una realidad…